VARELA Félix; Vida y Obra

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(La Habana, 1788; San Agustín de la Florida, 1853) Sacerdote santo, prócer de las independencias americanas

Santo sacerdote, padre de la cultura cubana moderna y de su independencia política

A partir del 2010 se han ido celebrando, sobre todo en Latinoamérica, el bicentenario de los comienzos de los largos y con frecuencia dramáticos procesos de la independencia de sus países, en su totalidad de raíces culturales católicas. En su mayoría, la consumación oficial de estos bicentenarios se concluirá en el 2024, fecha conmemorativa de la batalla de Ayacucho, que habría cerrado la primera fase de aquel difícil proceso. Pero hasta mediados del siglo XIX los nuevos países continúan sufriendo las convulsiones de las guerras de las independencias. Además habrá que esperar hasta1865 para le definitiva independencia de la República Dominicana y hasta 1898 para la independencia de Cuba…”[1]. En el caso de Cuba los cubanos de todas las tendencias, comenzando por uno de sus héroes más reconocidos, José Martí, reconocen en Félix Varela al verdadero padre de la cultura cubana moderna y de su independencia política. El ya Venerable sacerdote cubano Félix Varela Morales, prócer de las independencias latinoamericanas y caso particularmente peculiar y significativo en las mismas, fue así recordado por Juan Pablo II durante su visita a Cuba en 1998. Y así lo resaltaba de nuevo Benedicto XVI durante su visita a Cuba, y precisamente en su homilía en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana, el 28 de marzo de 2012, donde lo encuadraba en el tema de los derechos humanos y por ello en el de la libertad religiosa.


Estas fueron las palabras del Papa Ratzinger: “El derecho a la libertad religiosa, tanto en su dimensión individual como comunitaria, manifiesta la unidad de la persona humana, que es ciudadano y creyente a la vez. Legitima también que los creyentes ofrezcan una contribución a la edificación de la sociedad. Su refuerzo consolida la convivencia, alimenta la esperanza en un mundo mejor, crea condiciones propicias para la paz y el desarrollo armónico, al mismo tiempo que establece bases firmes para afianzar los derechos de las generaciones futuras. Cuando la Iglesia pone de relieve este derecho, no está reclamando privilegio alguno. Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino fundador, consciente de que donde Cristo se hace presente, el hombre crece en humanidad y encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar este testimonio en su predicación y enseñanza, tanto en la catequesis como en ámbitos escolares y universitarios. Es de esperar que pronto llegue aquí también el momento de que la Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la misión que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar. Ejemplo preclaro de esta labor fue el insigne sacerdote Félix Varela, educador y maestro, hijo ilustre de esta ciudad de La Habana, que ha pasado a la historia de Cuba como el primero que enseñó a pensar a su pueblo. El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre, ya que esta trasformación dependerá de la vida espiritual del hombre, pues «no hay patria sin virtud» (Cartas a Elpidio, carta sexta, Madrid 1836, 220). Cuba y el mundo necesitan cambios, pero éstos se darán sólo si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad[2].


Ya Juan Pablo II durante su visita apostólica a Cuba, el 23 de enero de 1998, en su discurso en la Universidad de La Habana subrayaba la figura del P. Félix Varela como sacerdote la de un santo sacerdote y como “verdadero padre de la cultura cubana”. Estas fueron sus palabras: “Hijo preclaro de esta tierra es el Padre Félix Varela y Morales, considerado por muchos como piedra fundacional de la nacionalidad cubana. Él mismo es, en su persona, la mejor síntesis que podemos encontrar entre fe cristiana y cultura cubana. Sacerdote habanero ejemplar y patriota indiscutible, fue un pensador insigne que renovó en la Cuba del siglo XIX los métodos pedagógicos y los contenidos de la enseñanza filosófica, jurídica, científica y teológica. Maestro de generaciones de cubanos, enseñó que para asumir responsablemente la existencia lo primero que se debe aprender es el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia. Él fue el primero que habló de independencia en estas tierras. Habló también de democracia, considerándola como el proyecto político más armónico con la naturaleza humana, resaltando a la vez las exigencias que de ella se derivan. Entre estas exigencias destacaba dos: que haya personas educadas para la libertad y la responsabilidad, con un proyecto ético forjado en su interior, que asuman lo mejor de la herencia de la civilización y los perennes valores trascendentes, para ser así capaces de emprender tareas decisivas al servicio de la comunidad; y, en segundo lugar, que las relaciones humanas, así como el estilo de convivencia social, favorezcan los debidos espacios donde cada persona pueda, con el necesario respeto y solidaridad, desempeñar el papel histórico que le corresponde para dinamizar el Estado de Derecho, garantía esencial de toda convivencia humana que quiera considerarse democrática.

El Padre Varela era consciente de que, en su tiempo, la independencia era un ideal todavía inalcanzable; por ello se dedicó a formar personas, hombres de conciencia, que no fueran soberbios con los débiles, ni débiles con los poderosos. Desde su exilio de Nueva York, hizo uso de los medios que tenía a su alcance: la correspondencia personal, la prensa y la que podríamos considerar su obra cimera, las «Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad», verdadero monumento de enseñanza moral, que constituye su precioso legado a la juventud cubana. Durante los últimos treinta años de su vida, apartado de su cátedra habanera, continuó enseñando desde lejos, generando de ese modo una escuela de pensamiento, un estilo de convivencia social y una actitud hacia la patria que deben iluminar, también hoy, a todos los cubanos.

Toda la vida del Padre Varela estuvo inspirada en una profunda espiritualidad cristiana. Ésta es su motivación más fuerte, la fuente de sus virtudes, la raíz de su compromiso con la Iglesia y con Cuba: buscar la gloria de Dios en todo. Eso lo llevó a creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de las semillas de la verdad, en la conveniencia de que los cambios se dieran con la debida gradualidad hacia las grandes y auténticas reformas. Cuando se encontraba al final de su camino, momentos antes de cerrar los ojos a la luz de este mundo y de abrirlos a la Luz inextinguible, cumplió aquella promesa que siempre había hecho: «Guiado por la antorcha de la fe, camino al sepulcro en cuyo borde espero, con la gracia divina, hacer, con el último suspiro, una protestación de mi firme creencia y un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria» (Cartas a Elpidio, tomo I, carta 6, p. 182).

Ésta es la herencia que el Padre Varela dejó. El bien de su patria sigue necesitando de la luz sin ocaso, que es Cristo. Cristo es la vía que guía al hombre a la plenitud de sus dimensiones, el camino que conduce hacia una sociedad más justa, más libre, más humana y más solidaria. El amor a Cristo y a Cuba, que iluminó la vida del Padre Varela, está en la raíz más honda de la cultura cubana. Recuerden la antorcha que aparece en el escudo de esta Casa de estudios: no es sólo memoria, sino también proyecto. Los propósitos y los orígenes de esta Universidad, su trayectoria y su herencia, marcan su vocación de ser madre de sabiduría y de libertad, inspiradora de fe y de justicia, crisol donde se funden ciencia y conciencia, maestra de universalidad y de cubanía.

La antorcha que, encendida por el Padre Varela, había de iluminar la historia del pueblo cubano, fue recogida, poco después de su muerte, por esa personalidad relevante de la nación que es José Martí: escritor y maestro en el sentido más pleno de la palabra, profundamente democrático e independentista, patriota, amigo leal aun de aquellos que no compartían su programa político. Él fue, sobre todo, un hombre de luz, coherente con sus valores éticos, y animado por una espiritualidad de raíz eminentemente cristiana. Es considerado como un continuador del pensamiento del Padre Varela, a quien llamó «el santo cubano».

En esta Universidad se conservan los restos del gran sacerdote y patriota, el siervo de Dios padre Félix Varela, ante los cuales he rezado, como uno de sus tesoros más preciosos. Por doquier, en Cuba, se ven también los monumentos que la veneración de los cubanos ha levantado a José Martí. Y estoy convencido de que este pueblo ha heredado las virtudes humanas, de matriz cristiana, de ambos hombres, pues todos los cubanos participan solidariamente de su impronta cultural. En Cuba se puede hablar de un diálogo cultural fecundo, que es garantía de un crecimiento más armónico y de un incremento de iniciativas y de creatividad de la sociedad civil. En este país, la mayor parte de los artífices de la cultura —católicos y no católicos, creyentes y no creyentes— son hombres de diálogo, capaces de proponer y de escuchar. Los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse; a buscar el modo de consolidar una identidad cubana armónica que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales. La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad[3].


Entre los sacerdotes protagonistas de los procesos latinoamericanos de independencia

En la historia de las independencias hispanoamericanas nos encontramos con figuras eminentes de sacerdotes y religiosos comprometidos en aquellas luchas; los casos más conocidos son las figuras de Hidalgo, Morelos, Matamoros…., para recordar el caso de México; pero no son ni únicas ni raras. Una buena parte del clero hispanoamericano tomó parte en aquellos acontecimientos con posiciones a veces enconadamente contrapuestas[4]. No siempre aquellas figuras de patriotas o libertadores, como se les llama, pueden entrar en la historia también con la aureola de santos en el sentido evangélico y eclesial del término. Sin embargo las hay. Tal es el caso del sacerdote cubano Félix Varela Morales[5]. En su día, los mismos historiadores de la Comisión histórica que examinaron la documentación presentada para su Proceso de canonización, a pesar de los vacíos que señalaban, reconocían unánimemente que la vida de Félix Varela había sido una vida de total consagración al servicio de Dios y del prójimo[6].


Félix Varela nace en el seno de una familia católica; fue educado en la fe católica tradicional y en su seno se desarrolla su vocación al sacerdocio, el que prefiere a la carrera militar, tradicional en su familia. La vida del sacerdote cubano será coherente con aquella primera decisión hasta la muerte. Toda su existencia está jalonada por gestos de amor a Dios y al prójimo. En las notas biográficas que conocemos aparece como una persona inteligente, decidida y constante, rico en iniciativas a favor del prójimo; una persona que no se amilana ante las dificultades y las responsabilidades propias de su ministerio; que sabe enfrentarse decididamente con las adversidades. Al tratar temas tan sumamente complejos como la lucha por las independencias de las nuevas naciones hispanoamericanas, no se ven en él sentimientos de odio o de resentimiento hacia sus adversarios políticos. Ello constituye uno de los aspectos más notables de su grandeza de ánimo cristiana, en unos momentos en los que su historia personal estaba fogueada con amarga hostilidad por parte de sus adversarios políticos. Por el contrario, vemos en sus escritos equilibrio en su lenguaje. Así, en un escrito suyo sobre tema de las independencias, aparecido en una revista por él fundada en los Estados Unidos, “El Habanero”, se muestra respetuoso con las ideas de sus opositores políticos, admitiendo incluso la posibilidad de estar equivocado y necesitado de ser corregido.


En la vida de Varela se ve, ya desde muy joven, su amor al estudio, especialmente de temas filosóficos y éticos. Esta apertura de mente lo lleva muy pronto a seguir con creciente simpatía las ideas reformistas de la ilustración española. El pensamiento de estos autores se encuentra reflejado en sus ideas filosófico-políticas y en la crítica que hace a los esquemas de la vieja escolástica anquilosada, en el uso que hace de la razón y en el intento de conciliar fe y razón. De aquí brotaba en él su preocupación por educar a la gente en una sana y equilibrada religiosidad, despojada de las supersticiones y ambiguas devociones que primaban en muchos ambientes populares. Así que como cristiano y sacerdote se le ve comprometido en la difusión de la fe con todos los medios que le ofrece su inteligencia. Escribe mucho sobre temas políticos y sobre todos los temas que en su día preocupaban a las mentes más abiertas. En el último periodo de su vida, en los Estados Unidos, viviendo en un ambiente de mayoría protestante y hostil al catolicismo, supo moverse con un espíritu de respeto y equilibrio no comunes en su tiempo.


Mientras se muestra tolerante con los demás, él llevaba una vida austera y pobre, impregnada de humildad y de obediencia eclesial a sus superiores. De hecho, en sus cartas y polémicas no aparecen en absoluto tonos duros o ásperos con las personas con las que polemizaba. Su vida sacerdotal es seria e íntegra, con un amor sincero a la Iglesia, a su prójimo y a su ministerio sacerdotal, al que consagra totalmente los últimos 20 años de su vida, ya alejado de la enseñanza y de compromisos políticos directos. Ello no estaba reñido en absoluto con el amor patrio a su Cuba natal. Hay que notar, que este hombre de recio y antiguo noble abolengo, miembro de una familia que se podría señalar como perteneciente a la clase criolla de propietarios, renunció a sus haberes para vivir en una situación de evangélica pobreza. No se ve en él una búsqueda desmedida de promociones. Al final espera la muerte en una habitación austera, por no decir pobre, solo y confiado totalmente en la misericordia divina. No es de extrañar que los obispos cubanos hayan querido en su día introducir su proceso de canonización, y que tras años de superar bastantes dificultades en la investigación histórica, se haya llegado a un éxito positivo con la proclamación de Félix Varela bajo la autoridad de Benedicto XVI como venerable, en espera de los milagros exigidos por la ley eclesiástica para su beatificación y canonización. Vamos a recorrer sumariamente el camino histórico de estos procesos, en los que ha resaltado vigorosamente la fuerte personalidad cristiana de este sacerdote en sus vertientes poliédricas.


Una figura discutida: las etapas problemáticas de su compleja biografía

La vida de Félix Francisco José María de la Concepción Varela Morales, sacerdote diocesano, nacido en La Habana, capital entonces de la Capitanía General de Cuba el 20 de noviembre de 1788 y muerto en San Agustín de la Florida el 25 de febrero de1853, se puede dividir en tres grandes momentos bastante diferenciados: el periodo cubano, que llena sus primeros casi 33 años de vida, hasta 1821; el periodo español, el más corto, desde 1821 a 1823; y el largo periodo final de los últimos 30 años de su vida en los Estados Unidos, desde 1823 hasta su muerte en 1853.


Nadie pone en duda los méritos de Varela en la historia ideológica como escritor de filosofía política que preparó como precursor la independencia nacional cubana, y que en línea con otros muchos eclesiásticos ha sido uno de los más notables protagonistas del proceso de las emancipaciones de la América española. En su caso, lo que le hace particularmente significativo es que jamás empuñó un arma o combatió en algún campo bélico. El otro aspecto de la vida de Félix Varela es el de su ser cristiano y su vida como sacerdote católico. En algunos círculos ideológicos, culturales y políticos, este aspecto ha sido orillado o ignorado, dando a su figura sólo la imagen de un pensador y héroe político. Ya en la primera biografía de Varela, aparecida en 1878, como cuando se trasladaron sus restos a La Habana en 1911, se subrayaba fuertemente el aspecto cultural y político de su figura, dejando en la penumbra el aspecto religioso.


El periodo cubano de Varela

La vida de Félix Varela en Cuba y Florida recorre varias etapas bien diversas y precisas en sus primeros 33 años de vida (1788-1821). La primera va desde su nacimiento y educación a la ordenación sacerdotal. Félix Varela nace de padres españoles en la ciudad de La Habana el 20 de noviembre de 1788, quedando huérfano de madre a los tres años y quedando bajo el cuidado de su abuela materna. Su padre, que era militar, sirvió en varias empresas militares españolas en el Caribe, mientras que el abuelo materno, Bartolomé Morales, también militar, fue destinado a Florida, entonces dominio de la Corona española, y con él pasó en 1794 toda la familia, alcanzando ambos altos grados militares. Tras la muerte de su padre la familia vuelve a Cuba bajo la tutoría de uno de los tíos, también militar. Habría podido seguir la tradición familiar entrando en la vida militar; sin embargo prefirió dirigirse hacia la vida sacerdotal: “Quisiera ser soldado de Jesucristo; no quiero matar hombres; quiero salvar sus almas”, habría respondido a su tío que lo empujaba hacia la vida militar. Por ello entró en el Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de la Habana, y allí sería ordenado sacerdote a los 24 años[7].


De la ordenación sacerdotal a su entrada en la vida política pasan pocos años. Fue nombrado muy pronto profesor de filosofía y de teología en aquel Colegio-Seminario, y cómo sucedía en otros centros semejantes a lo largo de los reinos de España, el centro pronto se convierte en una fragua de humanismo cristiano; por él corren las ideas de la ilustración reformista española y será terreno fértil para que germinen las ideas de autonomía e independencia política que se difunden en los ambientes eclesiásticos y civiles. Varela, todavía muy joven, demuestra sus capacidades literarias al escribir su primera obra de filosofía en latín y luego en castellano, obra que va a convertirse en uno de los libros de texto en las escuelas cubanas. Encontramos también al joven sacerdote Varela como uno de los fundadores de “La Sociedad Patriótica”, una sociedad literaria. Este tipo de “sociedades” eran centros de promoción cultural humanista sobre las bases de aquellas corrientes características de la ilustración española que ejercitarán un influjo notable en los procesos de independencia de los países hispanoamericanos y en proyectos para la reforma y el progreso del país. Encontramos estas “sociedades” en todos los rincones de los Reinos de España, como técnicamente se llamaba entonces a lo que hoy algunos impropiamente llaman “Imperio Español”. Se les llamaba también “Sociedades de los Amigos del País”, o con nombres propios del lugar de la fundación o de sus orígenes.


Siendo miembro de ellas Varela demuestra su participación en aquel amplio movimiento ideológico y su compromiso en la promoción de la vida social, económica y política de Cuba. Varela pertenece por ello a aquella falange de clérigos, comprometidos en la vida social y política del mundo español, que se encuentra con frecuencia a la cabeza de los movimientos reformistas que tuvieron un papel importante en las luchas decimonónicas de índole diversa, y en América se encuentran con frecuencia a la cabeza de los movimientos tanto reformistas como emancipadores. Esta “politización” de los clérigos es un fenómeno marcadamente característico del mundo español de la época. A la luz de ello hay que notar que la formación y actividad sacerdotal y cultural de Félix Varela en sus primeros años cubanos ha planteado algunas preguntas sobre estos compromisos sociales y culturales.

La admisión a la Real Sociedad Patriótica

En España y en sus Dominios americanos, a partir del reinado de Felipe V comienzan a fundarse las “Sociedades Patrióticas”, los “Amigos del País” y otras sociedades semejantes, pero alcanzan su cenit en tiempos de su hijo Carlos III y luego con Carlos IV. Tuvieron un papel importante en la promoción del progreso civil. Estudiaban las problemáticas de las regiones, la situación económica de cada uno de los virreinatos o regiones, dando impulso a la agricultura, a la minería y a muchas obras sociales y literarias. En ellas confluían los personajes más dinámicos e influyentes de la sociedad, figuras importantes de la nobleza, hombres de Iglesia, del mundo de las finanzas y del comercio[8]. Con ellas se difundían las ideas de progreso, típicas de la ilustración; se creía demasiado optimísticamente en los nuevos métodos educativos como medicinas para sanear una sociedad envejecida y retrógrada, superar la ignorancia y la superstición, origen –según ellos- de todos los males sociales y del despotismo tiránico.


Pero con frecuencia muchos de los autores de estas corrientes culturales olvidaban las raíces de tanto desgaste y mal, lo que en la fe cristiana llamamos “pecado original”, y aunque en el caso de la Sociedad Patriótica no lo negasen explícitamente, este drama quedaba oscurecido y como consecuencia quedaba en penumbra, aunque no se negaba, el tema de la redención de Cristo y el de la gracia. No nos parece que estos aspectos estén expresados en los escritos de Varela, pero hay que notar que siendo él hijo de aquellas corrientes ilustradas y participando en la “Real Sociedad Patriótica” las conocía, y en parte podrían asomarse en su mentalidad de fondo. Varela expondrá sus ideas en la “Cátedra de Constitución”, creada por la “Real Sociedad Patriótica” y por el obispo Don Juan José Díaz, de Don Juan José Díaz de Espada en 1820, a la que Varela fue llamado por Díaz de Espada. Es elocuente el título de su curso y cátedra: “la cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías nacionales, de la regeneración de la Ilustre España, la fuente de las virtudes cívicas, la base del gran edificio de nuestra felicidad[9]. Como se ve el lenguaje es característico de los escritos de la ilustración y del liberalismo imperante. Se trata para Varela de años fecundos desde el punto de vista didáctico y de producción literaria. Se muestra también como fino educador, atento a sus alumnos, internos y externos, siempre muy estimado por ellos[10].


¿Tuvo que ver Varela con la masonería?

Varela formó enseguida parte de la flor y nata de la vida social y cultural de La Habana, especialmente del círculo que giraba alrededor de su obispo Díaz de Espada. Muchos de los exponentes políticos y culturales del mundo hispano de entonces se movían en torno a la masonería y sus logias, o al menos comulgaba con muchas de sus ideas. La masonería estaba difundida en muchos ambientes españoles e hispanoamericanos ya a partir de finales del siglo XVIII, pero se difundirá con mayor fuerza y protagonismo a lo largo del XIX. De hecho, en la misma Habana era muy activa. Incluso se tiene constancia de que en una logia participaba Díaz de Espada[11]. Años después le sería incluso dedicada a Félix Varela una logia. Con el andar de los años, la misma masonería cambiaría tal nombre cuando fue apareciendo el verdadero Varela católico con sus posiciones diametralmente opuestas a las clásicas de la masonería, sobre todo al tratar temas como la relación entre fe cristiana y razón, el sentido religioso, el relativismo y la idea sobre la tolerancia religiosa con el consecuente indiferentismo diametralmente opuestas a cuando sostenía Varela.


Al hablar de la tolerancia o libertad religiosa, Varela señala tres tipos: la teológica, la social y la legal. No admite el relativismo teológico que niega la revelación y la pretensión cristiana de la unicidad y contemporaneidad de Cristo como Salvador. Varela distingue la certeza en materia teológica de la fe de la tolerancia o libertad civil y social. Muestra los puntos de contacto, pero también la diferencia sustancial entre las dos posiciones, por ello la posición de Varela está muy lejos de la posición “liberal-masónica”. El pensamiento de Varela sobre el tema de la igualdad social y de la justicia social nos muestra un Varela sumamente actual; notablemente diferente de las posiciones que en su tiempo sostenían muchos pensadores tradicionales, sean católicos como liberales, en los temas de la justicia social y de la libertad religiosa. Su posición era marcadamente avanzada en su tiempo; su pensamiento ya indicaba entre otros aspectos, lo que hoy se llama una sana laicidad del Estado en temas religiosos y también sobre los derechos de los pueblos en su gobierno frente al despotismo y dictadura de los estados absolutistas.


Como escribe Alexis Pestano Fernández, Varela, “a diferencia de la Masonería, parte de una antropología integral y no meramente ideológica. Una vez más, los contactos superficiales entre la obra valeriana y la filosofía masónica distan mucho de sustentar una identificación entre ambos”. Y concluye señalando “la incompatibilidad recíproca. Los puntos en común que sin embargo se aprecian son una expresión de la preocupación compartida por problemas similares, pero la distancia clara está en el camino a seguir para su solución: para Varela, el Evangelio, para la masonería, la especulación esotérica-ilustrada sobre la naturaleza humana. Varela se interesó por la ilustración de la religión y la sociedad desde el cristianismo, y rechazó la que consideró falsa ilustración de los enciclopedistas franceses (con amplios vínculos con la masonería), la que entendía y aportaba argumentos al despotismo […]. Teniendo en cuenta los anteriores elementos, y el hecho de que la única manera de asegurar una improbable filiación masónica de Varela sería el hallazgo de documentación probatoria (lo cual no ha sucedido), es posible afirmar en este momento, según la información disponible, que el Siervo de Dios [hoy venerable], P. Félix Varela lejos de tener relación con la masonería era opuesto a ella. La comprensión de esta realidad pudo ser causa por la cual una logia, atraída inicial y superficialmente por la figura del presbítero, decidiera con posterioridad revocar su decisión de tomar su nombre[12].


Periodo Español: 1821-1823

En 1820 un grupo de militares, encabezados por el coronel Rafael del Riego, en Cabezas de San Juan, cerca de Cádiz, se pronunció contra el régimen absolutista de Fernando VII, cuando se dirigía con un destacamento de tropas para embarcarse hacia América, entonces en plena rebelión emancipadora. Empezó así la segunda revolución liberal española (la primera es la que ronda alrededor de la Constitución de Cádiz entre 1811 y 1812); ahora los procuradores o diputados reunidos de nuevo en Cádiz reponen aquella Constitución, suprimida por Fernando VII al restaurar de nuevo el antiguo régimen absolutista, tras su vuelta del exilio francés en 1814. Félix Varela fue elegido como diputado a aquellas “Cortes” convocadas para 1821 como representante del clero de la isla de Cuba. Viaja por ello a la Península.


Se coloca en este contexto el periodo español-peninsular de Varela, desde julio de 1821 al 17 de diciembre 1823 fecha de su fuga arriesgada. El régimen liberal reinstalado va a durar muy poco, hasta 1823, cuando el Antiguo Régimen fue de nuevo restaurado por obra de la Santa Alianza. Fernando VII, que se había visto obligado a aceptar aquella revolución liberal, recupera su poder absoluto y deroga toda la legislación liberal con penas severas, incluida la muerte, de los protagonistas políticos y militares de la misma. Entre ellos se encontraba precisamente Félix Varela, que condenado a muerte, logró escapar de la cárcel de aquella España en manos del absolutismo más obsoleto, caprichoso y cruel, y amparándose en la colonia inglesa de Gibraltar, huye a los Estados Unidos, que será su nueva patria. Las consecuencias de aquella derrota liberal tendrán dolorosas y traumáticas consecuencias en la historia española y en la hispanoamericana, civil y eclesiástica, del largo siglo XIX.


Los clérigos que participaron a las Cortes de Cádiz, tanto en 1811-1812 como luego en las del trienio liberal de 1820 a 1823 fueron numerosos. Era normal su participación en la vida política ya desde siglos anteriores, tanto en España como en sus dominios ultramarinos, y en aquellas Cortes desarrollarían un papel preponderante[13]. Se entiende así la participación en ellas de Varela y su actividad política como clérigo[14]. En aquellas Cortes se ve un Varela animado por un marcado sentido de la justicia y de firme apertura ante la dramática situación que el mundo hispano vivía en aquellos momentos (los movimientos de las independencias hispanoamericanas en curso, y una España anquilosada que acababa de salir del túnel oscuro de un absolutismo obsoleto y ya insoportable). Se explican así sus propuestas a favor de las independencias americanas y a favor de un régimen liberal democrático, también en España. En este cuadro van colocadas las motivaciones que los diputados de aquellas Cortes dan para justificar la condena del rey como reo de alta traición. Cuando el régimen absolutista será restaurado por la fuerza con la ayuda de la Santa Alianza, aquellos diputados junto con otros muchos prohombres liberales serán condenados a muerte; algunos serán de hecho ejecutados, con el general Rafael Del Riego a la cabeza; otros, entre los cuales Varela, lograrán escapar de la cárcel desde Cádiz a la cercana colonia inglesa de Gibraltar, librándose así de la muerte.


El pensamiento político y las diversas propuestas hechas en las Cortes por Varela sobre argumentos candentes como el autogobierno político y económico de las provincias de Ultramar (América española y Filipinas), la abolición de la esclavitud en Cuba, el reconocimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, quedan claros en sus intervenciones[15]. También Varela votó la condena y deposición de Fernando VII por parte de aquellas Cortes. Por ello una pregunta de rigor es sobre el liberalismo de Varela. Hay que encuadrar su pensamiento en el marco de la ya recordada ilustración española y del movimiento suscitado tras la invasión napoleónica cuando buena parte de los levantados españoles e hispanoamericanos, descubren y comienzan a usar siempre con mayor fuerza el concepto de “soberanía nacional” al puesto de una “soberanía” dinástica. Varela es hijo de estos movimientos de ideas amasados con los dramáticos torbellinos de hechos que habían llevado a los levantamientos armados por doquier (guerras de independencia); en su caso estaba también sin duda el influjo ejercitado sobre él por el obispo Don Juan José Díaz de Espada, que lo había nombrado maestro en el Seminario de San Carlos y de San Ambrosio de La Habana y luego lo había propuesto como diputado para las Cortes liberales de Cádiz.

Periodo norteamericano: 1823-1853

La permanencia definitiva en los Estados Unidos de América abre para Varela el último periodo de su vida. En aquel año 1823 Varela logra embarcarse hacia los Estados Unidos que, como país político independiente, era todavía joven. Llega al puerto de Nueva York, y Nueva York será ya para siempre su nueva patria de exiliado político hasta su muerte ocurrida el 25 de febrero de 1853. Su vida sacerdotal se desarrollará en adelante en el nuevo emporio en ciernes de unos Estados Unidos en proceso de formación. Cuando el P. Varela llega a los EE.UU. el país cuenta con sólo 11 diócesis que crecerán hasta 31 en 1853, año de su muerte. Nueva York era una inmensa diócesis misionera, bajo la jurisdicción de Propaganda Fide, que necesitaba sacerdotes, ayuda económica y todo tipo de estructuras. La ciudad contaba con una sola iglesia en 1817 y deberá esperar otros 29 años para ver una segunda y 40 para una tercera, aunque en la isla de Manhattan en 1834 ya se contarán 7 iglesias y otras 11 dispersas fuera de la ciudad. Sus obispos fueron Connolly (1815-1825), John Dubois (1826-1842), John Hughes (1842-1864), su cuarto obispo y primer arzobispo; cuando llega encuentra 200.000 católicos y 40 sacerdotes, y cuando muere deja 150 sacerdotes, 89 iglesias 500.000 fieles y unos 10.000 niños en las escuelas católicas y varias congregaciones religiosas. Este crecimiento alarmó al fundamentalismo protestante que entabló una dura campaña anticatólica ref>Una personalidad significativa de la Nueva York de este tiempo es el Venerable Pierre Toussaint, un afro-americano, nacido en esclavitud en la isla de Santo Domingo, en la parte di Haití, en 1766, entonces bajo dominio francés, pero que logrando pasar a Nueva York en 1797 permanecerá el resto de su vida en esta ciudad, labrándose una nueva vida de relativa prosperidad y convirtiéndose en uno de los mejores bienhechores de la joven diócesis de Nueva York. Su proceso de canonización fue introducido en los años ’90 fue aprobado en Roma a partir de 1994. Se conserva una colección de documentos originales: Pierre Toussaint Papers (1,200 letters, documents and receipts), donados por la familia Schuyler a la New York Public Library en 1903. Leo Ryan, un historiador de la iglesia de San Pedro de Nueva York, la iglesia parroquial más antigua de la ciudad, los estudió en 1935. Una referencia a toda esta documentación, fondos de archivo (cartas, testamento…) y obras biográficas sobre Pierre Toussaint pueden verse en la: Positio super vita et virtutibus, (1994) de la Congregación de las Causas de los Santos.</ref>.

En esta etapa de resonado desarrollo el P. Varela tuvo un papel fundamental. Trabajará en sus parroquias, construirá iglesias y obras sociales, como la Half Orphan Asylum, escuelas para niños, y otras obras sociales en favor de los inmigrantes para introducirlos en una vida digna, inventando nuevas formas de ayuda en el mundo del trabajo y sosteniendo económicamente con sus propios medios aquellas obras. “Su sentido de caridad no tenía límites en Nueva York”. “Distribuía lo que tenía a los pobres”. “Sostenía continuamente a los enfermos de un gran hospital en manos no católicas”. “Su celo lo empujaba a ir a donde el deber lo llamase, como la gente bien recuerda durante la epidemia de cólera de 1830. Hace algún tiempo llegó una nave que fue puesta bajo cuarentena porque una fiebre contagiosa se había difundido entre el equipaje y los pasajeros y no se permitía a nadie subir a bordo y [...] Varela sabiendo que allí había católicos entre los moribundos pidió a los funcionarios el permiso de administrar [...] los sacramentos. Su petición fue rechazada, pero pidió y volvió a suplicar con tanto ardor que la autoridad, admirando su celo, le concedió el permiso”[16]. Estos son algunos de los muchos testimonios que hablan de su caridad sin fronteras.


Otro aspecto de su actividad fue la de prolífico escritor, tanto en castellano como en inglés, sobre temas filosóficos, políticos y religiosos. Su primo Félix Morales escribía inmediatamente después de su muerte que “se supone que haya dejado muchos manuscritos de valor”. En esta actividad intelectual resalta su empeño en favor de la independencia de Cuba. Por ello los ambientes cubanos lo considerarán como uno de los padres ideológicos de la independencia patria; y por ello, tras la independencia de Cuba, sus restos mortales serán trasladados desde los Estados Unidos a La Habana y sepultados en su Universidad civil. Pero Félix Varela fue sobre todo un sacerdote ejemplar, con un acendrado espíritu apostólico. “Toda la vida de Varela estuvo impregnada por el amor de Dios y del prójimo. La santidad de su vida es el aspecto más válido y admirable de este hombre excepcional. Quien lo conoció no dudaba en considerarlo como un santo. En 1995 la Santa Sede autorizó al episcopado cubano para que iniciase su proceso canónico sobre su santidad”[17].


Durante el último estadio de su vida, Varela demostró su alma sacerdotal y su caridad en acción, que ya lo caracterizaba desde los tiempos de su ordenación sacerdotal[18]. Nunca había gozado de una buena salud; por ello tuvo que buscar durante sus últimos años un clima más benigno que el de Nueva York; lo encontró en Florida, la tierra de su niñez, muy cercana a su Cuba. Sus viajes a Florida se convirtieron entre 1846 y 1850 en una estancia casi permanente en la ciudad de San Agustín. En 1850 fue nombrado vicario general de Nueva York in absentia del arzobispo Hughes. Pero pronto tuvo que volver a Florida porque no le pintaba bien el clima de Nueva York. Ya no dejaría más su Florida, y aquí lo encontró la muerte el 25 de febrero de 1853. “Tuvo que pasar dos años de sufrimiento que soportó con ánimo y resignación. Durante este tiempo, final de su vida, fue acogido por el padre Aubril, un sacerdote francés, que lo atendió con amoroso cuidado y bondad”[19].


En una carta del 25 de diciembre de 1852 del P. Lorenzo de Allo al sacerdote Francisco Ruíz, sucesor suyo en la cátedra de filosofía en La Habana, que lo visitó por entonces, nos da algunas noticias preciosas sobre los últimos días del P. Varela. Describe la pobre y austera habitación donde se alojaba Varela y comenta: “Sobre el sofá estaba acostado un hombre, viejo, flaco, venerable, de mirada mística y anunciadora de ciencia. Ese hombre era el Padre Varela[20]. La muerte llegó dos meses después, el 25 de febrero de 1853[21]. Su muerte fue como la muerte del justo, resultado de una vida santa, como escribe luego el ya citado sacerdote Aubril: “Como se esperaba, la suya ha sido la muerte de un sacerdote recto y santo; poco antes de morir quiso renovar su propia profesión de fe”[22].


Existen varios testimonios de aquellos sus últimos días. Los testigos lo llaman “venerado sacerdote”, “amado y respetado por todos” y, refiriéndose a los últimos instantes de su vida, hablan de cómo “su muerte, como también su vida, estuvo animada, por una fe y caridad máximas, visto que sus últimas oraciones fueron pidiendo la conversión a la Iglesia católica de una mujer protestante”[23]. Que el P. Varela fuese un sacerdote pobre y desprendido, a pesar de los bienes que poseía por herencia, lo demuestra también el hecho de que “antes de llegar a este país [Estados Unidos] había distribuido su misma herencia entre los parientes y durante el ejercicio de su mandato pastoral daba hasta el último céntimo que recibía a los pobres y para la sustentación y el decoro de su iglesia, reservándose sólo lo estrictamente necesario para satisfacer sus exigencias mínimas. Por ello no dudamos que su muerte, como su vida, estuviese animada por la fe en Dios y que haya recibido la recompensa destinada a los servidores buenos y fieles”[24]. Vivió pobre y murió pobre el 25 de febrero de 1853 en San Agustín (Florida).


¿Cómo podemos entonces resumir la vida del P. Félix Varela en los Estados Unidos? La Iglesia católica en los Estados Unidos que encuentra Félix Varela era una iglesia en sus albores, con apenas una jerarquía constituida por casi en su totalidad por obispos inmigrados franceses de los tiempos de la Revolución y poco más. A este nuevo país llega y en esta Iglesia se incardina el P. Félix Varela, precisamente en la diócesis de Nueva York (1824-1852). La actividad pastoral como sacerdote en este periodo norteamericano constituye el aspecto fundamental de su vida. Como sacerdote, Varela bebe de manera ecléctica en las fuentes entonces más apreciadas de la espiritualidad sacerdotal. Considera al sacerdote como “un hombre de Iglesia”, “maestro de la verdadera doctrina”, y aquí se ve su pasión por la verdad, rechazando todo tipo de fanatismo, en cuanto sabía muy bien que sólo la “verdad nos vuelve libres”; lo ve como “testigo del Evangelio”, “pastor totalmente dedicado a los fieles y atento a sus necesidades”. Varela posee también un agudo sentido humano y cristiano del “amor patriae”. En algunas de las notas que nos ha dejado trasluce el sacerdote como hombre de Dios y por ello hombre de oración; y de aquí nace como consecuencia un programa de vida cristiana y sacerdotal. El estilo de vida de los sacerdotes debe mostrar el espíritu de mansedumbre y humildad, y el respeto hacia las personas diferentes, también en las controversias más ásperas. Brillan también en él una notable honestidad intelectual y las dotes de educador de la juventud, la caridad y la pobreza evangélica (no conservaba nada para sí y todo lo ofrecía a los necesitados). De todos sus apuntes trasluce la vida interior de un Varela sacerdote, testigo de Cristo. Así le alcanzó la muerte, como sacerdote, consignado totalmente a Cristo y al servicio de la Iglesia.


Habría que señalar otros aspectos específicos notables de su vida. Fue un apóstol de la prensa católica en un país donde ésta cobraba cada día mayor importancia[25]. Produce una notable cantidad de escritos en opúsculos, artículos de periódicos (escribía al menos en unos siete) donde se demuestra un buen polemista en línea con el tipo de literatura católica característica de una época en la que la Iglesia y la fe cristiana sufrían ataques y desprecio por doquier. Pero el espíritu que lo anima no es agresivo, sino respetuoso con todos, y ello es sin duda algo que lo honra en tiempos donde la agresividad y la intolerancia predominaban en muchos debates polémicos.


Entre sus escritos destacan “Las Cartas a Elpidio”, publicadas en dos volúmenes en Nueva York en 1835 y 1838. La obra, incompleta, ya que Varela se proponía publicar tres volúmenes, recoge su pensamiento, con tres temas importantes según los parámetros típicos de la ilustración: sobre la superstición, la impiedad y el fanatismo. Desarrolla su pensamiento en una correspondencia simbólica entre él y un personaje literario, Elpidio[26]. Ya en 1835, tras el primer volumen, Don José de la Luz Caballero, discípulo de Varela, publicó en el Diario de La Habana un artículo presentando los puntos más interesantes del volumen y la “profunda psicología que caracterizaba a Varela en el tratar con los jóvenes”[27]. Varela dirá que aquellas “Cartas” “contienen mis ideas, mi carácter y puedo decir toda mi alma”. Y concluye que “…el juez eclesiástico ha aprobado la obra”[28]. En el volumen segundo, al tratar el tema de la superstición, Varela, ya con una notable experiencia sobre la situación social y religiosa de los Estados Unidos, describe con acentos fuertes la confusión que reinaba en el país en el campo religioso, y los “desenfrenos” que estaban a la vista de todos; entre ellos apuntaba el fenómeno difundido de las sectas protestantes. Trata entonces el tema de la libertad y tolerancia religiosa, subrayando que “la verdadera tolerancia evangélica, sin transigir con los errores, jamás falta a la caridad, que es el alma del cristianismo”[29]. De nuevo vemos aquí bien clara su sensibilidad de convencido polemista católico sin mermar en absoluto su apertura ecuménica.


Félix Varela fue enterrado en Florida, pero unos 50 años después de su muerte, en 1911, tras la independencia de Cuba, sus restos serían trasladados a La Habana e inhumados en el Aula Magna de su Universidad. ¿Por qué fueron sepultados allí y no en la catedral de la capital cubana? El asunto ha sido tratado por Mons. Ramón Polcari, canciller de la diócesis de La Habana e historiador. Aquella sepultura fue un gesto por el que el entonces obispo de La Habana protestó, como bien demuestra un artículo del Boletín eclesiástico de La Habana, de noviembre de 1911[30]. El obispo protestaba por aquella sepultura fuera de la catedral, lugar que según el prelado era el apropiado para su nueva sepultura. Según el obispo, Varela “ilustre y santo sacerdote”, tenía que ser sepultado en la catedral “porque el P. Varela pertenece por derecho irrenunciable a la Iglesia, de la que fue humilde, fervoroso y obedientísimo ministro” y por ello protestaba “comedida y enérgicamente” en carta a uno de los responsables de aquella decisión, llamado Dr. Tamayo.


Las cartas públicas del obispo de La Habana dejan claro la gran estima de que gozaba el P. Varela. Entre otras señales de tal estima encontramos que el obispo celebró un solemne pontifical fúnebre en aquel ambiente eclesiástico donde predominaba un clero cubano de origen español en el que, dada la historia peculiar de Varela a comienzos del siglo anterior, era todavía visto como un rebelde, mientras en otro sector del mismo clero cubano gozaba de una estima indiscutible. Una lectura del artículo citado del Boletín eclesiástico de La Habana aclara totalmente la actitud del obispo sobre el P. Varela y se entiende mejor toda la polémica y los intentos de las autoridades civiles de entonces, a la luz del momento histórico que Cuba estaba viviendo. Cuba, tras el tratado de París de 1899 había sido arrebatada al dominio español por la Potencia de los Estados Unidos y puesta bajo su protectorado. Llegará a obtener fatigosamente su independencia política completa sólo en 1930. A comienzos del siglo las fuerzas culturales y políticas quisieron por ello apropiarse de la figura de Varela como la de uno de sus símbolos patrióticos[31]. No lo veía en tal modo el obispo y el clero de La Habana, que precisamente por ello no participó, por expresa prohibición del obispo, a las honras fúnebres civiles.

Un estudio histórico complejo

La biografía de Félix Varela se presenta como un taller de obra abierto[32]. Ya en un dossier presentado ante la Congregación de las Causas de los Santos por la Postulación de su Causa de canonización, se presentaba un abundante compendio de archivos, bibliotecas y escritos publicados o inéditos de Varela y estudios sobre nuestro personaje[33]. Figuran en él archivos de Cuba, de España, de los Estados Unidos y del Vaticano, sea de Propaganda Fide como del ASV. Entre los escritos de Varela merecen especial atención los aparecidos en la revista El Habanero, fundada por él en Estados Unidos; a través de ellos se puede ver la evolución de su pensamiento moral y político, en unos momentos donde se jugaba el futuro de Cuba como país independiente. Al mismo tiempo, dada la posición preeminente que Varela ocupaba como sacerdote, al comienzo comprometido en la vida política de una Cuba todavía dependiente de España, y más tarde en la misma azarosa vida política de una España en pugna entre liberales y tradicionalistas (los futuros carlistas), el eco de las actuaciones de Varela suscitaron recelos, sospechas y luego una feroz contraposición por parte del régimen absolutista de Fernando VII y de sus agentes diplomáticos. Estos usarían todos los medios a su alcance para seguir los pasos de Varela e ir minando todo posible influjo suyo en el campo social y político, sobre todo tras ver, y no sin fundamento, que el sacerdote cubano podría muy bien escalar las cimas de un cierto nivel de la joven jerarquía eclesiástica en los Estados Unidos con un hipotético nombramiento episcopal, y precisamente en Nueva York, donde llegó a ser su vicario general.


Por todo ello, la investigación histórica sobre Varela tiene que entrar en cada uno de sus periodos biográficos con sus diversas problemáticas. Cuando España se despierta de manera brusca tras la invasión napoleónica y comienza ya sin paliativos aquel largo y sangriento proceso de independencia ante el invasor de la Península y de emancipación en todos los dominios ultramarinos: desde California hasta la Tierra de Fuego, encontramos también a Varela sumergido de lleno en el proceso en su Cuba natal, en plena efervescencia cultural y al mismo tiempo todavía bajo el peso de una larga somnolencia. Será así mandado a las Segundas Cortes de Cádiz de 1821, que señalarán profundamente los trágicos destinos tanto de España como de todos aquellos territorios, incluida Cuba. Ha sido aquí que la investigación histórica sobre este periodo de Varela se presentaba más ardua, sea por las complejas temáticas en que se vio involucrado durante este periodo “español” militando en el bando de los liberales, con su oposición clara al régimen despótico y absolutista de Fernando VII y de su camarilla, su derrota, condena a muerte y huida novelesca.

No era fácil encontrar una documentación directa sobre sus actuaciones en aquellas Cortes. Al final, Félix Varela y sus compañeros liberales serán derrotados por la conjura europea de la Santa Alianza, y condenados a muerte por un régimen absolutista restaurado que se propuso barrer a base de ríos de sangre derramada, todas las trazas de la herencia liberal[34]. Su huida de la cárcel de donde lo habrían debido conducir al patíbulo, se presentaba compleja en explicar. Varela logró huir de la muerte con otros y refugiarse en la vecina Gibraltar británica. Aquí comienza el último y azaroso periodo de la vida de Varela en los Estados Unidos, que serán su segunda patria americana. Aquí encuentra una Iglesia pobre, cultural y económicamente insignificante, formada en gran parte por “pobres diablos irlandeses” que habían escapado de su Irlanda natal empujados por el hambre y en busca de libertad. Llega al puerto de Nueva York que ya se estaba presentando como la puerta de acogida a los miles de inmigrantes que llamarán a su puerto a lo largo de aquel siglo que va a ver los comienzos de la construcción de los modernos Estados Unidos, hechos de sueños de libertad, de miserias duramente superadas, de negras esclavitudes y de luchas por la sobrevivencia.


Nueva York va a ser por ello la residencia de Félix Varela, y su nuevo hogar. No le va a ser fácil. Se incardina en aquella diócesis en ciernes, todavía sin una configuración precisa. Va encontrar muchos problemas no solamente en sus relaciones con un mundo protestante declaradamente hostil contra todo lo que oliese a católico-romano, sino también dentro de una misma Iglesia católico-romana donde primaban los partidos de los clérigos inmigrantes franceses de la Revolución francesa y los irlandeses. Como los Estados Unidos en aquellos años dependía de Propaganda Fide, en sus archivos encontramos los ecos de aquellas polémicas y sinsabores, sobre todo en cuestiones controvertidas como sus relaciones con un cierto sacerdote y vicario llamado Power o en los tiempos cuando se insinuaba la posibilidad de fuese elegido obispo de Nueva York, él, cubano “desertor” y exiliado, frente a los candidatos “irlandeses” o “franceses”.


En Nueva York, Varela se sumerge totalmente en aquel ambiente, cosmopolita ya en ciernes, y plagado de problemas humanos, entre los que se encuentra la inmigración, el mundo de los negros salvajemente maltratados como esclavos malamente emancipados o libres, y el mundo protestante hostil y plagado de prejuicios contra los católicos. Es aquí donde archivos y escritos de entonces hablan. Varela es apóstol de la prensa católica en este ambiente encrespado, funda revistas y escribe razonando y dando explicación de su fe católica a los lectores. Sus “Cartas a Elpidio” nacen en estas circunstancias. No olvida sus raíces cubanas. Continúa luchando, escribiendo con serena conciencia y equilibrio sobre los problemas que afligen a su patria cubana, sobre todo por alcanzar una sana autonomía y una independencia política que ya las otras Repúblicas hispanoamericanas habían obtenido. “El Habanero” es el órgano de prensa donde Varela publica sus escritos periódicos. Su actividad sacerdotal no se limita a la pluma, se extiende a todas las áreas humanas de sus feligreses, sobre todo de los más desheredados. Continúa en contacto con sus compatriotas cubanos, que ven en él no ya un político o un caudillo como muchos, que no lo es en absoluto, sino como un padre, un sacerdote, el Padre Félix Varela. Por ello viaja también a Florida, a dos pasos de su Cuba natal, donde establece una red de amistades y de contactos y a donde viaja con relativa frecuencia para curar sus muchos achaques. Aquí se agrava su enfermedad y le encuentra la muerte. Su fama de hombre y sacerdote santo lo acompañará ya desde entonces hasta hoy.


Los archivos de Cuba, de España (Archivo del Congreso de los Diputados, de Madrid; AGI de Sevilla; de Simancas; y la Biblioteca Nacional de Madrid); de Estados Unidos (Baltimore; Boston; Brighton; New York; Philadelphia; St. Augustine (Florida); Savannah; Washington); de Roma (APF y el ASV) ofrecen una abundante documentación sobre Varela. Así, por ejemplo, en el de Propaganda Fide se ven los problemas en los que se vio también envuelto Varela durante su último periodo de vida en los Estados Unidos, territorio eclesialmente bajo la jurisdicción de P.F. Se le pide a Varela, en cuanto vicario general de Nueva York, el envió de varias informaciones; algunas se refieren a sus actividades como fundador y párroco de la iglesia de la Transfiguración de Nueva York; otras sobre el caso discutido de un sacerdote religioso agustino llamado Robert Brown, caso en el que los juicios del entonces obispo de Nueva York, John Dubois, y el de uno de sus vicarios generales, Varela, eran divergentes. Pero sobre todo en el archivo citado se encuentra la correspondencia del embajador de España ante la Santa Sede, Pedro Gómez Labrador, con la Santa Sede, para impedir el posible nombramiento de Varela como obispo de Nueva York; una posición que encontraba el apoyo de la Secretaría de Estado de la Santa Sede[35].


En relación a la formación de Varela, sobre las raíces de su pensamiento y sus actitudes durante el periodo cubano de su vida, se han planteado numerosos problemas. Ante todo tenemos el fondo ideológico de su pensamiento, ligado a las corrientes de la ilustración española, francesa e inglesa, con sus muy marcadas diferencias y matices. Varela estuvo bajo la protección y mecenazgo del obispo de La Habana, Don Juan José Díaz de Espada, una figura de obispo ilustrado muy discutida ya en su tiempo, y que sería acusado desde la misma Cuba ante el rey de España de varios errores y actuaciones consideradas peligrosas, incluso de pertenecer a la masonería. Estas acusaciones llegarían incluso a Roma, que examinada la cuestión exoneraría a Don Juan José Díaz de Espada de tales sospechas[36]. Ya un autor cubano, César García Pons, presenta muy favorablemente la figura del obispo, considerado como uno de los grandes formadores de la identidad cubana moderna[37].


García Pons recorre el itinerario biográfico de Don Juan José Díaz de Espada: la conflictiva situación española en proceso de cambios profundos, la de la ilustración reformista y crítica española, y en particular la situación peculiar de Cuba desde el punto de vista religioso, político y social (su economía, el latifundismo, la esclavitud, el mestizaje étnico y cultural) y la actitud del obispo Don Juan José Díaz de Espada en tal contexto, como convencido exponente de aquellas corrientes ilustradas reformistas y críticas. García Pons se refiere varias veces al sacerdote Félix Varela Morales, discípulo de Don Juan José Díaz de Espada, por él promovido y encaminado a la enseñanza y a la vida política como diputado a las Cortes españolas. La obra no sólo delinea la biografía de Don Juan José Díaz de Espada, sino también otros temas importantes de la historia de Cuba en aquellos años y que entran de lleno en el itinerario biográfico de Varela.


En este contexto se encuadra el pensamiento y la actividad política de Félix Varela, primero en Cuba en los momentos cruciales de la invasión napoleónica de la península ibérica, los levantamientos tanto en España como en los territorios españoles de América, y la institución de una regencia en España en clave anti-napoleónica y la celebración de las primeras Cortes de Cádiz (1811-1812) que promulgan la conocida Constitución liberal, objeto de enconados debates en la historia política española de la época. Varela interviene en las segundas Cortes de Cádiz de 1821, que quisieron ser continuación de aquellas primeras y restauraron aquella Constitución liberal. Precisamente en aquellos años los levantamientos emancipadores de la América española se estaban consumando[38]. Varela presenta a las Cortes escritos en tal sentido como “Proyecto de Instrucción para el gobierno económico político de las Provincias de Ultramar” o “Dictamen sobre el reconocimiento de la independencia de las Américas”, cuyos textos se conservan en el AGI de Sevilla y serían publicados por F. González del Valle en 1835 (tras la muerte de Fernando VII) dentro de otro escrito sobre “Padre Varela y la independencia de la América Hispana”, en “Revista Cubana”.


Estos archivos, sus escritos y sobre todo sus cartas, documentan estos pasos de una vida sacerdotal de este hombre peculiar, sacerdote santo, patriota convencido y hombre abierto a todos los horizontes, sin odios y sin rencores, siempre abierto y luchador por el bien máximo de los pueblos y de las gentes, que es el de la libertad. Pues bien, en este itinerario de investigación, entrar en aquellos archivos, escritos y legajos, ha significado entrar en la historia de un hombre y de un sacerdote singular, caso bien específico del papel que sacerdotes convencidos de su ministerio y vocación han jugado en la historia de las independencias americanas.


Un largo proceso de canonización

¿Se podría beatificar al sacerdote Félix Varela Morales? Tal fue la pregunta que se fue abriendo paso lentamente tras la muerte del sacerdote cubano. A su muerte dejaba tras de sí una estela de fama de santidad que no se consumía con el pasar de los años, sino que iba incluso creciendo de día en día. Los testimonios que la prensa de la época publicó sobre él y otros que siguieron desde entonces, demuestran tal crecimiento[39]. A primera vista la figura de Félix Varela aparece como la de un buen sacerdote, eximio, pero común en otros muchos casos de su tiempo. Ya en su día los miembros de la Comisión histórica de la Congregación de las Causas de los Santos constataban la existencia de la vida santa de Varela en la documentación de archivos[40]. Consideraban también que, los testimonios directos sobre una santidad vivida en lo que comúnmente se considera grado heroico, no aparecían extraordinarios en el sentido que se podría hoy esperar; sin embargo veían también que abundaban buenas referencias a su compromiso evangélico como sacerdote y tal es en definitiva el testimonio más claro sobre una santidad vivida. Se daban pequeños testimonios que hablan de una vida cristiana santa y comprometida, con iniciativas ricas de caridad hacia el prójimo y que demostraban la verdadera devoción cristiana, según la definición que Santo Tomás da de la misma, un hombre que practicaba una caridad exquisita, llevaba adelante proyectos no siempre fáciles, con la sonrisa en los labios y sin dejarse amilanar por las dificultades[41]. Su compromiso en el campo de la cultura y el esfuerzo para utilizarla como medio al servicio de Dios y el de establecer una sintonía entre la razón y la fe en un tiempo cuando el racionalismo dominante las quería contraponer.


Cuantos en el siglo XIX y, luego en el XX tras la independencia de Cuba, escribieron sobre Varela no estaban interesados en absoluto en mostrar su vida de sacerdote consagrado a su misión; lo presentaron siempre sólo bajo el aspecto de un “hombre político”, padre de la independencia cubana; difícilmente esto se podía conjugar en estas posiciones ideológicas –con frecuencia contrapuestas: liberal-masónicas o marxistas- con la dimensión cristiana y sacerdotal de Varela. Estas enconadas posiciones y la falta de referencias al aspecto de la experiencia cristiana de Varela en la literatura nacionalista cubana del siglo XIX se explica si se tiene en cuenta la afligida historia cubana de la segunda mitad del siglo XIX, que llevará penosamente a la conquista de Cuba por parte de los Estados Unidos, y luego a un pesado protectorado norteamericano tras el conflicto norteamericano – español de 1898, al que seguirá años más tarde su discutida independencia.


La nueva Cuba necesitaba héroes limpios de su independencia; uno de ellos de limpieza total fue considerado precisamente Varela, por lo que sus restos, exhumados en los Estados Unidos, serían trasladados a La Habana en 1911 y colocados en el interior de un busto de mármol y su figura secularizada y “canonizada” por el pensamiento masón predominante en aquella nueva Cuba. Aquel “retorno” de héroe a su patria cubana tuvo un eco notable. Se orilló de propósito toda intervención eclesial en sus funerales, como protestará el entonces obispo de La Habana, ante lo que él consideraba una verdadera usurpación del sacerdote Varela y su instrumentalización por parte de aquel nuevo poder político y cultural, en clave anti-eclesial. Incluso se llegó a dedicar a Varela una logia masónica. El régimen marxista cubano continuaría en la misma línea. Instituirá incluso la “Orden Félix Varela” como la condecoración oficial más alta concedida por motivos culturales. Como se puede ver todas estas iniciativas arrancaban de propósito la figura del sacerdote Varela de sus raíces e identidad cristiana sacerdotal.


Por todo ello las iniciativas para recuperar cristianamente su figura e introducir su proceso de canonización han sido más bien tardías. Comienzan en 1988 cuando se celebra el bicentenario de su nacimiento y fueron promovidas en sus comienzos fundamentalmente por los exiliados cubanos de Florida (EE.UU.)[42]. En este ambiente de exiliados su fama fue creciendo[43]. Su proceso de canonización será por ello largo y controvertido. Lo introdujo la actual archidiócesis de San Cristóbal de la Habana desde el 22 de enero al 15 de agosto de 1996[44]. En 1997 la Conferencia Episcopal Cubana se pronuncia claramente a favor de la beatificación de Varela, donde escriben que “…cabe mencionar que el cubano más insigne de nuestra historia independentista, José Martí, ya citaba al P. Varela llamándole el ‘santo cubano’. Igual apreciación han tenido otros destacados formadores y educadores cubanos a través de la historia nacional hasta el presente[45].


Un año después, entre el 22 y el 26 de junio de 1998, se llevaba a cabo en la diócesis de Brooklyn (Nueva York) una investigación sobre la real fama de santidad del sacerdote Varela, pedida precisamente por la Congregación vaticana de las Causas de los Santos el 11 noviembre de 1997[46]. Las actas de proceso diocesano llegan a Roma en 1997, donde se celebran repetidas sesiones sobre el mismo hasta el reconocimiento de las virtudes heroicas del entonces Siervo de Dios Félix Varela Morales y la consecuente declaración del mismo como Venerable por S. S. Benedicto XVI en 2012. Un recorrido a través de los diversos momentos de su proceso de canonización nos ayudará a entender mejor la complejidad de su problemática histórica y la riqueza y significado de esta figura, protagonista indiscutible de las independencias latinoamericanas contemporáneas y de de la historia peculiar de la santidad en el continente americano.


Notas y referencias

  1. CARRIQUIRY GERMÁN, El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos, Ed. Encuentro, Madrid 2011, pp. 28-29.
  2. Para el texto completo de esta homilía papal: cf. sito vaticano: BENEDICTO XVI, Viaje a México y a Cuba, Homilías, 2012.
  3. JUAN PABLO II, Discurso en la Universidad de La Habana el 23 de enero de 1998. Cf. en: Sancti Christofori de Habana, P. N. 2061, Beatificationis et Canonizationis Servi Dei Felicis Francisci Iosephi Mariae A Conceptione Varela Morales… Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis. Summarium adiuctum, Romae 202,Doc. IV, pp. 225-226. Cit. en adelante: Positio super vita et virtutibus F.V.
  4. El Estado autárquico y regalista quiere controlar en sus mínimas expresiones también la vida eclesial. Cada vez más los eclesiásticos van a ser vistos en la práctica como “funcionarios” de la Corona en el tema eclesiástico y religioso. En el proceso de las independencias el clero criollo se encontrará dividido. Una parte notable participa de la mentalidad del siempre más consciente criollismo que exige su propio papel en la vida social, política y eclesial de los diversos virreinatos. Muchos clérigos criollos se verán involucrados en los movimientos de emancipación de las diversas entidades territoriales de la América española. En algunos casos alcanzan papeles de verdaderos protagonistas y “padres” de las nuevas naciones emergentes.
  5. La actitud del clero ante la independencia va pareja a la que mucho clero tomó en España ante la invasión napoleónica. La actitud de la población criolla va vista en varios niveles y actitudes: Los gérmenes de una conciencia que llevaba a la independencia estaban presentes desde los comienzos, precisamente por el arraigo que los pobladores castellanos traían consigo de las libertades de las propias pueblas de frente a la Corona. Esta conciencia se desarrolla cada vez más a partir de la segunda mitad del siglo XVII y a lo largo del XVIII en aquello que se suele llamar la conciencia creciente de un criollismo que busca su propia autonomía social, económica y administrativa frente a una metrópoli que cada vez condiciona e interviene pesadamente en la vida de los virreinatos, vistos más como “colonias” y menos como “reinos” autónomos. Hay que decir, que en los comienzos, la case criolla no era “antimonárquica” en el sentido literal; al principio participó vivamente en los movimientos anti-bonapartistas que corrían por la Península, a ellos se unieron en las tierras americanas, aunque el movimiento luego se desarrollará en direcciones muy distintas a lo que quizá algunos imaginaban en sus comienzos. En este ambiente se mueve el clero en sus diversos estamentos y responde a las varias almas que en él vemos: popular, más ilustrada, más reivindicadora. No hay que olvidar que en la España invadida por los napoleónicos, buena parte de las guerrillas estuvieron dirigidas por caudillos de ocasión, populares y por numerosos clérigos. En la América hispana sucederá lo mismo y cómo la independencia se fragua y se proclama no raramente en sacristías y conventos.
  6. Cf. Relatio et Vota [30 de enero de 2001] et Positio super vita et virtutibus Felicis Varela Morales, Informatio, Romae 2002, pp. XXVI-XLII: cuadro sobre la vida virtuosa del sacerdote cubano. En adelante citado: Positio super vita et virtutibus F.V. (2002). Se indica entre paréntesis el año de los sucesivos complementos documentarios.
  7. Cf. RODRÍGUEZ FIDEL, Félix Varela. Profundidad Manifiesta. Primeros años… (1788-1821), I, Ed. Universal, Miami (Fl), 2007, pp. 43-81; Positio super vita et virtutibus F.V. (2002), pp. 101-106.
  8. CARRIQUIRY G., El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos. Prólogo del cardenal Jorge Mario Bergoglio, Ed. Encuentro, Madrid 2011.
  9. Cit. Positio super vita et virtutibus F.V., Relatio et Vota (2008), p. 263, nota 194.
  10. Cf. ivi, p. 261, testimonio en la nota 189.
  11. En el ASV, Segreteria di Stato, Esteri, Rubr. 279, busta 593, fascicolo 1, de 1830, se conserva un documento que lleva como descripción: “América, Avana. Colonia tutora soggetta alla Spagna (anni 1816-1830). Con relativas acusaciones que desde 1819 se hicieron contra la conducta política y moral del obispo Don Juan José Díaz de Espada: Ynformación reservada de los hechos públicos y privados del Yltmo. señor Don Juan José Díaz de Don Juan José Díaz de Espada, obispo actual de la Sta Iglesia de la Havana, dirigida al Revmo y Exmo Sr D. Pedro Gravina, cardenal de la Sta Iglesia Romana, Gran Cruz de la Real y distinguida orden de Carlo 3• Grande de España, Nuncio de S.S. etc…, etc.., etc… El asunto, donde aparece la figura ilustrada de este obispo y sus relaciones hipotéticas con la masonería, quedaron en letra muerta, sin una conclusión efectiva en sentido positivo. Las acusaciones provenían de algún sector del clero de La Habana
  12. Cf. [Lic.] PESTANO FERNÁNDEZ ALEXIS, Positio super vita et virtutibus F.V., Relatio et Vota (2008), pp. 247-252: “diferencias sustanciales entre Varela y la Masonería”, aclara fundadamente tales diferencias.
  13. La actitud de los diputados liberales en estas Cortes y por ello la de Varela hay que leerla en aquel contexto histórico ante la felonía, deslealtad y traición a los fueros jurados de un rey por el que toda España y sus dominios ultramarinos habían luchado denodadamente. Cf. aclaraciones en: Positio super vita et virtutibus. Relatio et vota (2008), pp. 264-270; J. I. RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Vida del Presbítero Don Félix Varela, Arellano y Cía Editores, La Habana 1944. Como lo hace ver J. M. CUENCA TORIBIO en su “La Guerra de la Independencia: un conflcito decisivo (1808-1814) (Madrid 2006) donde muestra como buena parte de los diputados en las Cortes de Cádiz eran clérigos de ambos continentes.
  14. Como lo hace ver J. M. CUENCA TORIBIO en su “La Guerra de la Independencia: un conflcito decisivo (1808-1814) (Madrid 2006) donde muestra como buena parte de los diputados en las Cortes de Cádiz eran clérigos de ambos continentes.
  15. Cf. Positio super vita et virtutibus F. V. Novum Summarium adiunctum, (2002), p. 38.
  16. Testimonio contemporáneo de Félix Morales (primo suyo), en Positio super vita et virtutibus F. V. Summarium adiunctum, (2002), pp. 34-36.
  17. Positio super vita et virtutibus F. V. Novum Summarium adiunctum (2002), Apéndice 2, p. 148.
  18. Cf. su benemérito trabajo apostólico en Nueva York, en Positio super vita et virtutibus F. V. Novum Summarium adiunctum (2002), Apéndice pp. 24-34.
  19. Ivi, p. 125) (nuestra traducción)
  20. Ivi, p. 125.
  21. Noticias sobre su sepultura y traslación de sus restos mortales desde Florida a La Habana, en Positio super vita et virtutibus F. V. Novum Summarium adiunctum (2002), pp. 108133.
  22. Carta del 28.IV.1853 del Rev. E. Aubril, a Mons. F.X. Gartland, obispo de Savannah, en la que le comunica la muerte y los funerales de Félix Varela, en Positio super vita et virtutibus F. V. Novum Summarium adiunctum (2002), pp.5-6 (nuestra traducción).
  23. Ivi, pp. 7-11.
  24. Ivi, pp.11-16; 16-19 (nuestra traducción).
  25. Positio super vita et virtutibus F.V. (2011), pp. 283-288.
  26. El p. José Félix Pérez Riera, Secretario Adjunto de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, en el Prologo al texto de las “Cartas”, publicado por la C. Episcopal Cubana, nos ofrece una buena presentación de las mismas.
  27. Positio super vita et virtutibus F.V. (2011), p. 293
  28. Ivi, p. 291, nota 226.
  29. Ivi, p. 296, nota 237.
  30. Ivi, pp. 345-348.
  31. El proceso de independencia de España comenzó cuando los Estados Unidos declararon la guerra a España (1898) y ocuparon la isla imponiendo un gobierno títere. La independencia fue reconocida en 1902, pero la drástica reducción de la soberanía nacional convertía de hecho a Cuba en un protectorado de los Estados Unidos. En los comienzos del siglo XX los Estados Unidos intervinieron pesadamente, y en varias ocasiones, para condicionar la acción de gobierno cubano, y los primeros presidentes que se sucedieron en el poder no lograron evitar las intervenciones constantes de los norteamericanos en su economía e ignorando las peticiones del movimiento sindical y estudiantil en campo social. En septiembre de 1933 sucedió la llamada “revolución de los sargentos” que inauguró una nueva etapa, teóricamente independiente, pero todavía bajo el monopolio norteamericano en todas las actividades económicas y políticas, y que llevará a la llamada “revolución” de Fidel Castro a partir de 1959-1960 y el triunfo de un régimen marxista.
  32. Las investigaciones en archivos arrojan nueva luz sobre su figura polifacética; algunas de ellas fueron llevadas a cabo por el P. José Walter Gutiérrez Sennisse, ocd, bajo la dirección del P. Fidel González Fernández mccj.
  33. Positio super vita et virtutibus F.V. (2008) [Relatio Et Vota] y las respuestas dadas a los puntos discutidos Positio super vita et virtutibus F.V. (2011).
  34. Las Cortes convocadas en el trienio liberal restauraron la Constitución de 1812, establecieron el Tribunal Supremo, la libertad de imprenta, el funcionamiento de ayuntamientos y audiencias, abolieron el tribunal de la Inquisición, se propusieron la disolución de las órdenes religiosas y otras medidas anticlericales que perjudicaron mucho al intento que aquel nuevo proyecto se proponía. Por su parte, las Potencias de la llamada Santa Alianza mandaron a España el contingente francés de los llamados “Cien mil hijos de San Luís”, en 1823, para restablecer el antiguo régimen absolutista de Fernando VII. Lo lograron fácilmente inaugurando este rey una etapa de exacerbada represión, dando lugar a lo que en la historia española se conoce como “la ominosa década” (1823-1833), inaugurando una política represiva que durará hasta la muerte del rey. Se comenzó “una era de crímenes jurídico, de asesinatos y proscripciones (alcanzaron a 100.000 personas), que desdoran los anales de la desventurada España” (Ballesteros, cit. en Historia de España, Biblioteca Hispania Ilustrada, Barcelona 1977, p. 428). En este contexto se entiende el vendaval que quiso acabar con los diputados de las Cortes, que refugiadas primero en Sevilla, huyen luego a Cádiz, consumándose allí la tragedia. Entre los diputados se encontraba precisamente Varela.
  35. Positio super virtutibus F.V., Archivi compulsati (pp. 159-199). Pedro Gómez Labrador había sido representante de España en el Congreso de Viena (1815), donde se reveló entonces como un diplomático mediocre.
  36. Don Juan José Díaz de Espada fue defendido por el entonces capitan general de Cuba, que impidió que se cumpliese la orden del traslado de Don Juan José Díaz de Espada a España para ser juzgado por las sospechas de que era objeto.
  37. CÉSAR GARCÍA PONS, El Obispo Don Juan José Díaz de Espada y su influencia en la cultura cubana, Editorial Librería Selecta, La Habana 1951. El libro ofrece una amplia bibliografía hasta 1951 sobre los temas tratados.
  38. Este argumento es a penas tratado y de manera incompleta desde el punto de vista histórico por el primer biógrafo de Varela, J. I. RODRIGUEZ, Vida del Presbítero Don Felix Varela, Nueva York, 1878, cap. XVII, pp. 169-177. Esta obra está en parte superada desde el punto de vista historiográfico. Entre la numerosa bibliografía histórica sobre aquellos años citamos como ejemplo: J. M. CUENCA TORIBIO, La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo (1808-1814), Encuentro, Madrid, 206 y 2008: donde traa ampliamente el papel de los diputadeos hispano-americanos, con una abundante y razonada bliografia sobre aquel dramático periodo histórico (1808-1823); J. ANDRÉS-GALLEO – A. M. PAZOS, La Iglesia en la España contemporanea (1800-1936), vol. I, Encuentro, Madrid 1999; V. M. ARBELOA, Clericalismo y anticlericalismo en España (1767-1930), Encuentro, Madrid 2009: donde trata en manera histórico-crítica el tema desde la “Guerra de la convención al Trienio liberal, y desde el Trienio liberal a la Regencia: temas fundamentales para entender la actuación de Félix Varela; en esta obra se trata también sobre la actuación de los diputados hispanoamericanos, en España, en Cádiz, y el tema de los movimientos emancipadores hispanoamericanos.
  39. Positio super vita et virtutibus F.V. (2011), pp. 313-341; Mons. Carlos Manuel de Céspedes ha explicado ( ivi, pp. 136-137; 171-201; 235-237) los motivos del retraso en la introducción del proceso canonización en el contexto de la historia personal de Varela, de la de Cuba, tan sumamente azarosa hasta los años treinta del siglo XX y la de la misma iglesia en los Estados Unidos. En esos contestos no era pensable la introducción de una causa de canonización como ésta.
  40. Positio super vita et virtutibus F.V. Summarium Adiunctum, (2002), pp. 78-84; Positio super vita et virtutibus F.V. (2002), cap. V, pp. 171-201).
  41. Positio super vita et virtutibus F.V. Relatio et vota (1998), p. 31.
  42. Positio super vita et virtutibus F.V. (2002), pp. 1-5, y pp. 188-201.
  43. Positio super vita et virtutibus F.V. (2002). Cartas y peticiones, pp. 20-84.
  44. Positio super vita et virtutibus F.V. (2002), pp. 136-137. El examen crítico desde un punto de vista teológico de sus escritos llevado a cabo entonces por 4 teólogos nombrados al efecto fue plenamente positivo: Positio super vita et virtutibus F.V. (2002):, Positio super scriptis, pp. 1-33.
  45. Carta de los 13 obispos cubanos del 17 de julio de 1997 al Postulador de la Causa, en Positio super vita et virtutibus, p. 86.
  46. Declararon entonces 14 testigos, buenos conocedores de la vida y de los escritos de Varela; en sus declaraciones concuerdan en la convincción que tienen sobre la santidad de vida de Varela. Positio super vita et virtutibus F.V., Summarium Adiunctum, pp. 5-77.

Bibliografía

  • CARRIQUIRY GERMÁN, El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos, Ed. Encuentro, Madrid 2011
  • PESTANO FERNÁNDEZ ALEXIS, Positio super vita et virtutibus F.V. 2002
  • RODRÍGUEZ FIDEL, Félix Varela. Profundidad Manifiesta. Primeros años… (1788-1821), I, Ed. Universal, Miami


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ