INVASIÓN NAPOLEÓNICA; Repercusiones en Nueva España

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Por el «Tratado de Fontainebleau» de 1807,[1]firmado el 27 de octubre de ese año, España e Inglaterra acordaron invadir militarmente a Portugal, permitiendo el paso de las tropas francesas por el territorio español.

A esta situación se agregaron, el 5 de mayo de 1808, las abyectas y cobardes «abdicaciones de Bayona», por las cuales los reyes Carlos IV y su hijo Fernando VII renunciaron al trono español en favor de Napoleón Bonaparte, que entonces nombró Rey de España a su hermano José Bonaparte. Carlos IV, su esposa María Luisa de Parma, y Manuel Godoy fueron enviados prisioneros a Nápoles; Fernando VII, su esposa e hijos fueron recluidos en el Castillo de Valençay. Desde ese momento, las tropas francesas en España fueron hostilizadas por la población española, desatándose una sangrienta guerra.

Situación política en Hispanoamérica

¿Cómo vivió la América Española los acontecimientos de la invasión Napoleónica? En ninguno de los virreinatos ni en las capitanías generales se aceptó el gobierno de los franceses; por el contrario, desde México hasta Buenos Aires hubo preparativos militares para rechazar un posible arribo de los franceses.

Pero, si bien inicialmente todos siguieron reconociendo a Fernando VII como la autoridad legítima, pronto surgieron serias dudas sobre ella. Así, en el orden político se abrieron varias alternativas diferentes agrupadas en dos esenciales: una de ellas era la integración de «Juntas Supremas», y la otra, la sumisión y obediencia a la «Junta Central de Cádiz», enemiga de cualquier intento de separación. En Buenos Aires se impuso la primera, con lo cual para 1810 la independencia argentina era ya un hecho consumado. En la ciudad de México el intento de formar una Junta Suprema fracasó en septiembre de 1808, imponiéndose la alternativa de la obediencia a Cádiz. (DHIAL)

Situación política en Nueva España

Según José Vasconcelos: “El ayuntamiento, representado por los regidores Azcárate y el licenciado Verdad, tomó el acuerdo patriótico presentado al virrey Iturrigaray de asumir la soberanía (del cabildo) a efecto de no ser presa de los franceses que dominaban España ni de los ingleses que intrigaban en el exterior.”[2]

Era 1808. Vasconcelos habla luego de la frustración del plan, sin dar más detalles, hasta señalar que el fracaso de la Juntas en México, había sido culpa de la Iglesia, que no quiso renunciar a sus derechos, estando entonces en contra de los patriotas que buscaban la independencia. “la Intransigencia, al fin, provocó la independencia”.[3]

Pero existen otras reflexiones, como la de Ignacio Allende, que en una declaración a Aldama afirma que: “era constante que Godoy y la mayor parte de sus hechuras habían salido traidores; que lo mismo había sucedió con la Junta Central (Cádiz), como constaba de papeles públicos; que la Junta de la Regencia se hallaba en Cádiz, y por consiguiente, en la España más perdida que ganada […] ¿Por qué los americanos siendo mucho más el número, no habían de hacer otro tanto con el presente y habían de dejar perder este reino?; que todo México, todo Guanajuato, todo Querétaro, Guadalajara, Valladolid, se hallaban en la mejor disposición para levantar la voz a fin de que se estableciese una junta, compuesta de un individuo de cada provincia de este reino, nombrado por los cabildo y ciudades, para que esta junta gobernase todo el reino, aunque el mismo virrey fuese el presidente de ella y de este modo conservar este reino para nuestro católico monarca el rey Fernando VII.”[4]

Así se explica el intento de septiembre de 1808, -paradójicamente también descubierto en el mes de septiembre, en la misma ciudad de México- de instituir una «Junta» que en primer lugar defendiera el derecho del Rey Fernando VII en tierras Americanas. Los protagonistas principales eran el Virrey José de Iturrigaray, y los regidores Francisco Primo Verdad y Juan Francisco Azcárate.

Para Bravo Ugarte y Lucas Alamán,[5]no solo es el intento de salvaguardar el gobierno del virreinato, sino también la formación de dos partidos: el partido europeo y el partido americano. Hay que decir en primer lugar que estos dos partidos al principio estaban unidos. Es solo con algunas decisiones de Iturrigaray, como la convocatoria a un congreso nacional, lo que hace la división. Los europeos ven que la independencia no es el camino justo. Y se comienza a conspirar para hacer caer a Iturrigaray, que representa el interés del otro partido, el partido americano.

Otro testimonio de este acontecimiento lo tenemos en una carta de quien entonces era el Canónigo doctoral de la Metropolitana de México, Don Pedro de Fonte, quien después sería Arzobispo de México.[6]La carta fue escrita sin enterar al entonces Arzobispo de México Francisco Javier Lizana y Beaumont, y más adelante causó fricción en ambos (por las ideas ahí expuestas).

En esa carta Fonte habla de la situación que se estaba viviendo en México, y después de describir un poco la situación de la población de México a través de las clases que existen, -según Fonte, usando los números y descripciones de Alexander Von Humboldt, a quien el virrey José de Iturrigaray le había solicitado realizar un mapa preciso de la Nueva España, así como de reunir cuadros estadísticos de la población, la actividad económica y los ingresos. Fruto de esas investigaciones fue la obra de Humboldt titulada «Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (1807-1811)».[7]

Luego, describe el acontecimiento: “El virrey don José de Iturrigaray (por error de cálculo, en mi concepto, no por traición) creyendo o que la España sería sojuzgada, o que en la Nueva la clase de americanos sería más poderosa que la de europeos, defirió incautamente a las solicitudes del Ayuntamiento y prescindió de las consultas del acuerdo; el espíritu de discordia se encendía y dilataba más. […] De estos ciertísimos hechos deduzco que en esta capital y provincia solamente los americanos blancos han deseados y desean la independencia; y que no todos son capaces de trabajar para conseguirla.”[8]

Juntistas contra Centralistas

En un primer momento, el arzobispo Lizana estaba de acuerdo con esta idea. En la formación del nuevo gobierno, ante las presiones de una y otra clase o partido, -americanos, europeos-, el arzobispo ve que el Virrey Iturrigaray está excediéndose y por eso apoya a los que lo apresaron y destituyeron, remitiéndolo a Cádiz.

El Sucesor de Iturrigaray fue Pedro de Garibay, quien no hizo mucho por el virreinato, debido a su poco prestigio personal y su falta de visión política; por eso se le concedió al arzobispo Lizana la investidura de Virrey, “de cuya acendrada fidelidad no podía dudarse y que era generalmente respetado por sus virtudes.”[9]Y así era, pues una de sus primeras acciones fue el ceder para la guerra de España contra los franceses su sueldo de virrey, como había hecho antes con el sobrante de sus rentas como arzobispo.

Sin embargo, el arzobispo ya estaba débil, anciano y enfermo, y esto limitó por una parte su gobierno, y por otra el influjo de diversos personajes. En la carta de Fonte, fechada el 12 de agosto, dice al respecto:

“Anteriormente, por medio de vuestra excelencia indiqué a su majestad que con la separación del virrey Iturrigaray quedó más asegurada la conservación y sumisión de estos dominios; y que el modo arriesgado con que se hizo, acreditó el exaltado patriotismo que los europeos, dejando sojuzgados y confundidos a los americanos, sus únicos y poco temibles rivales. No quedo otro enemigo de la quietud pública que el susurro de éstos, y felizmente han calmado ya con algunos castigos correccionales impuestos por la vía económica, ya también con el nombramiento del nuevo virrey, cuya resolución de su majestad ha lisonjeado a los americanos, porque han creído recibir en ella una satisfacción por su bochorno anterior. […] Consideran además la delicada salud del jefe y aun temen que algunas personas, poco favorables de la opinión pública, influyan demasiado en su bondadoso corazón.

Las relaciones que me unen con dicho jefe, y los sagrados deberes que contemplo sobre mí, a fin de que surtan mejor efecto las prudentes y justas invenciones de su majestad, me prohíben en esta parte un decoroso silencio y me imponen por otra la necesidad de suplicar a su majestad se digne adquirir por diverso conducto las noticias que estime conducente.

Me avanzo sin embargo a expresar que el nombramiento (según mi concepto) fue muy oportuno en las circunstancias en que se hizo; porque el préstamo gratuito de tres millones de pesos a favor del real erario, el sosiego más universal en estos habitantes; la seguridad de hallar en estos dominios el mejor asilo, apoyo y auxilios que pudiera necesitar su majestad (si por desgracia los enemigos sojuzgasen nuevas provincias) y el ningún influjo y adhesión que con el jefe de éstas debe esperar ni prometerse el tirano [refiriéndose a Napoleón Bonaparte], son objetos que su majestad consiguió completamente con el referido nombramiento; más si las circunstancias presentes son muy diversas de las pasadas; si se recela alguna pérdida total de salud en quien la ha tenido delicada; y si conviene precaver este caso nombrando otra persona cuyo sentimientos sean los mismo y cuya aptitud sea mayor, su majestad se servirá deliberarlo con acierto y vista de los sucesos que ocurran en Europa y con noticia de los que sobrevengan en América…”.[10]

De este texto podemos resaltar algunos detalles:

  • La acción del Arzobispo-Virrey Lizana fue el de proveer a la corona española para la defensa en contra de los franceses, de préstamos que ayudaran a esta causa.
  • Fonte señala dos «defectos» del Señor Arzobispo: una, la de su edad avanzada y por lo tanto, con las enfermedades propias, lo cual, en un juicio prudente, puede afectar el gobierno del virreinato. El segundo es el de su «bondadoso corazón», en el dejarse influenciar por personas, pensamientos, y propuestas, no siempre buenas para el gobierno.
  • Otro punto es la confrontación que obtuvo estas cartas entre Lizana y Fonte. Mientras el primero se quejaba, en una carta del tiempo, sobre el oidor Guillermo de Aguirre y Ciriaco González, que estaban formando un partido opositor a su autoridad, Fonte por el contrario recomendaba a los mismos hombres como «patriotas confiables».

Lucas Alamán nos ofrece un balance de lo que fue el periodo de Lizana como virrey: “El arzobispo en su administración política se había dedicado a todos aquellos ramos que de más cerca se tocaban con su oficio pastoral. El arzobispo reconoció cuando la revolución estalló, que había sido engañado en el sistema que en su gobierno siguió, y entonces veremos que quiso remediar con excomuniones y pastorales el mal que había precipitado por imprevisión.”

La junta de Cádiz (en Aranjuez) informada, argumento la avanzada edad del arzobispo y que eran muchas las exigencias del gobierno de la nueva España, y dispuso que éste entregara el gobierno a la Audiencia. Esto sucedía el 8 de mayo de 1809. El virrey Lizana fue sustituido por el general Francisco Javier Vanegas, y aquél retomó su cargo de arzobispo hasta su muerte, ocurrida el 6 de marzo de 1811.

NOTAS

  1. España y Francia firmaron en ese lugar varios «Tratados», que se pueden distinguir uno de otro por su fecha.
  2. J. VASCONCELOS, Breve Historia de México, p. 209
  3. ibídem p. 214
  4. D. RAMOS PÉREZ (coord.), Historia General de España y América. Emancipación y Nacionalidades Americanas, Rialp, Madrid, 1992, p.214
  5. Cfr. J. BRAVO UGARTE, Historia de México T. III, Jus, México, 1944, pp. 49-54; L. ALAMÁN, Historia de México, T. I, Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp., Editores, 1883, pp. 229-260.
  6. Informe muy reservado de don Pedro de Fonte, canónigo doctoral de la Metropolitana de México. En D. BRADING, El Ocaso Novohispano, pp. 285-311
  7. BRADING, ob., cit., p. 13
  8. BRADING, ob., cit., pp. 295-300.
  9. Cfr. L. ALAMÁN, ob., cit., p. 262.
  10. BRADING, ob., cit., pp. 316-318.

BIBLIOGRAFÍA

ALAMÁN, Lucas, Historia de México T. I-V, Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp. Editores, México, 1883.

BRAVO UGARTE, José. Historia de México, T. III, Jus, México, 1944.

BRADING, David A., El ocaso novohispano: testimonios documentales, México, CONACULTA e INAH, 1996.

RAMOS PÉREZ, Demetrio, Historia General de España y América, Emancipación y Nacionalidades Americanas, T. XIII, Rialp, Madrid, 1992.

VASCONCELOS, José, Breve Historia de México, Trillas, México, 1998.


MARCOS RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ