MÉXICO; Camino del nacimiento de un estado laico (II)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La Revolución mexicana. Del anticlericalismo al anticatolicismo.

El general Porfirio Díaz se había mantenido en el poder desde 1876 hasta 1911, cuando cayó aquel régimen de dictadura. El cambio necesario, por muchos buscado con todas las fuerzas, iría a parar en pocos meses en el primer capítulo de una historia desastrosa de inestabilidad y de violencias ininterrumpidas.

Al cansancio social y político se había unido una dictadura personal en la que el perenne general Díaz pasaba de reelección en reelección. Los protagonistas de la serie de golpes y pronunciamientos que mandaron al exilio al viejo dictador y comenzaron un nuevo capítulo en la historia de la República mexicana pertenecían a un amplio abanico de ideologías, partidos e intereses personales y de grupo.

Algunos de ellos eran hombres desalmados y rabiosos jacobinos, término este que recordaba los protagonistas más radicales de los tiempos de la Revolución Francesa, llenos de odio anticatólico. Influirán fuertemente en los años siguientes en la vida pública mexicana y dictarán en 1917 una constitución, ideológicamente jacobina y en este sentido trasnochada, con tintes fuertemente anticatólicos.

Aquellos revolucionarios, alimentados por ideologías claramente de matriz anticristiana se propusieron arrancar de cuajo el alma católica del pueblo mexicano. Para conseguirlo quisieron destruir mediante la violencia a la Iglesia cató1ica de México en una dura persecución en la década que va de 1920 a 1930, con prólogos que la preceden y epílogos que la siguen.

Al salir al público la entrevista Díaz-Creelman, se creó una agitación en el país que desembocó en una revolución. De 1910 a 1917, cuando se proclamó una nueva Constitución, fueron años de luchas encontradas, que se pueden dividir en dos etapas: una primera con Francisco I. Madero como jefe, enarbolando uno de los tantos planes políticos mexicanos: el «Plan de San Luis»; y la segunda, desde el «Plan de Guadalupe» de Venustiano Carranza, hasta la proclamación de la Constitución el 5 de febrero de 1917.

No entra en el objetivo de este artículo global analizar estas dos etapas, que de hecho son dos movimientos muy diferentes uno de otro. Señalamos solamente algún aspecto importante sobre los católicos en la política. Durante el período de la revolución maderista la Iglesia potenció su presencia, aprovechando el desarrollo logrado en el período porfirista, adquiriendo un matiz de participación política, la semilla sembrada por la encíclica «Rerum Novarum» de León XIII.

A fines del verano de 1909 Gabriel Fernández Somellera organizó el Círculo Católico Nacional que sustituyó al viejo Círculo Católico de México, asesorados por los jesuitas, cuyo propósito era “la unión de los católicos de la República para que trabajando todos de consuno pueda evitarse la descristianización de nuestro pueblo”[1]. Este sería la estructura inicial sobre la que se formaría el Partido Católico Nacional (PCN), fundado en 1911 bajo los auspicios del arzobispo de México, Mons. Mora y del Río.[2]Adoptaban como lema: «Dios, Patria y Libertad». En el PCN concurrieron tres corrientes del catolicismo sociopolítico mexicano: la social, la liberal y la demócrata.

Los obispos publicaron varias cartas pastorales sobre el deber de participar en las elecciones, y en las de 1912, el PCN obtuvo un triunfo muy notable, habiendo obtenido 4 senadurías y 19 diputaciones federales, a pesar de numerosas anulaciones y “pucherazos” tramados por los jacobinos. El PCN tuvo un breve tiempo político, que estuvo marcado por iniciativas sociales a favor de los obreros y los campesinos.[3]

La inestabilidad del gobierno de Madero, propició que las fuerzas del antiguo régimen amenazaran su permanencia, por lo que el secretario de Gobernación, Rafael Hernández, pidió al representante pontificio ante los obispos en México, Mons. Boffiani, “la influencia del clero para lograr la pacificación del país, sacudido por intenso movimiento de revolución y bandidaje”[4].

La Jerarquía católica respondió a los deseos del gobierno, y reunidos en la Gran Dieta Obrera de la Confederación de los Círculos Católicos Obreros, del 19 al 23 de enero de 1913, en Zamora, los ocho obispos presentes enviaron una carta al PCN recordando la doctrina de la Iglesia acerca del origen del poder, manifestando la “obediencia que se debe a la autoridad constitucional [...] la ilicitud absoluta de la rebelión contra las mismas autoridades”.[5]

El asesinato de Madero y Pino Suárez y el golpe de estado de Victoriano Huerta fue condenado por el arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores, y tanto la Iglesia como el PCN se mantuvieron a distancia de aquel a quien llamaban usurpador, aunque no todos, lo que ocasionó, en cierta manera, la acusación de Venustiano Carranza del apoyo dado por la Iglesia a Victoriano Huerta. Con la caída de Huerta se iniciaba una segunda etapa del camino revolucionario, donde la Iglesia de nuevo se vería hostigada preparándole un camino de martirio.

Los católicos ante la cuestión social

La situación de los obreros favoreció la creación de dos organizaciones: La Casa del Obrero Mundial, en julio de 1912, de tendencia anarcosindicalista, que afirmaba la lucha de clases y la organización del proletariado; mientras que la tendencia cristiana organizó la Confederación de Círculos Obreros Católicos, en el mes de diciembre de 1911. El Obispo de Zamora José Othón Núñez y Zárate en su discurso de apertura de la segunda gran dieta dijo que los círculos de obreros eran “medios de acción católica social, para instruir y moralizar a la clase obrera y procurarle en algún grado el bienestar material”.[6]

Sin embargo su acción se extendió a la política, participando en las elecciones convocadas en la capital postulando un obrero para Diputado propietario y otro para suplente por el PCN.[7]Sin embargo, a principios de febrero de 1913, poco más o menos a un mes de la segunda gran dieta obrera, estalla la «Decena Trágica» que marca un nuevo período de la revolución mexicana.

La revolución constituyente de Venustiano Carranza (1913-1917)

Con la muerte de Madero y el comienzo de los pronunciamientos militares en el norte del país con Carranza, Obregón y Villa, se inicia una nueva revolución: la constitucionalista, de marcado sabor anticatólico, que culminará con la Constitución de 1917, conteniendo leyes totalmente hostiles hacia la Religión Católica. Carranza fue uno de los protagonistas de la Revolución mexicana antiporfiriana y luego antimaderista. Este político era ideológicamente liberal y estaba afiliado a la masonería.

Por ello en sus planes entraba, en línea con sus compañeros de lucha, castigar a la Iglesia, considerada origen de los muchos males que afligían desde hacía tiempo a México, y a la que acusaban últimamente de haber propiciado la muerte de Madero y de haber apoyado a Huerta. Por aquel entonces México era un torbellino de levantamientos militares y guerrilleros por doquier que dominarían la escena política mexicana durante casi las primeras cuatro décadas del siglo XX.

El «Plan de Guadalupe»

El 26 de Marzo de 1913, en la hacienda de Guadalupe, el grupo de Carranza firma el Plan del mismo nombre, que desconoce los tres Poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) del gobierno de Huerta y la mayoría de los gobiernos estatales porque lo apoyaban. Se organiza un ejército autonombrado «constitucionalista» con Carranza como su «primer jefe» y le proclaman presidente interino de la República con la promesa de convocar elecciones tan pronto se hubiese logrado la victoria.[8].Se unen al movimiento carrancista el gobierno del Estado de Sonora, con los desde entonces «militares» Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Manuel M. Diéguez, Salvador Alvarado, Juan Cabral y Benjamín Hill.

Comienzan a surgir en diversos puntos de la geografía mexicana toda una serie de caudillos militares, jefes de partidas de distinto color que, sin formación militar académica, demuestran arrojo guerrillero. Entre ellos destaca en el norte Francisco Villa. En el cuadro de la revuelta aparecen también muchos brotes obreristas y agraristas que se levantan empujados por las extremas condiciones del proletariado tanto agrario como ciudadano en México.[9]

Un militar, Lucio Blanco, hacía la primera distribución agraria de la revolución, repartiendo las tierras de la hacienda «Los Borregos», en Tamaulipas, el 30 de agosto de 1913, iniciando el acto con el Himno de la Marsellesa y un discurso del Jefe del Estado Mayor, C. Francisco J. Múgica, que condenó “el régimen feudal de la propiedad, con anatemas contra la servidumbre y el despotismo de las oligarquías criollas”[10].

En el sur la lucha armada la encabeza otro caudillo campesino, Emiliano Zapata, quien promulga su «Plan de Ayala», un poderoso imán que atraía a millares de campesinos. A fines de abril de 1914 el norte del país estaba prácticamente en poder de Carranza, y el sur, en los Estados de Morelos, Guerrero, y parte de Puebla, en poder de Zapata. Creciendo cada día la presencia revolucionaria en todo el país, y la invasión de los Estados Unidos a Veracruz, el 15 de julio de 1914, Victoriano Huerta presenta su renuncia a la presidencia, abandonando México. El 15 de agosto de 1914, entraba en la ciudad de México el general Álvaro Obregón y cinco días después llegaba a la capital el primer jefe del ejército constitucionalista, Venustiano Carranza.

La persecución sistemática a la Iglesia, especialmente de los sacerdotes

Ya en 1914 nos hallamos ante un rosario de acciones en las que se vislumbra el comienzo de una persecu¬ción sistemática en todo el país contra la Iglesia. La persecución tomaba tres direcciones muy precisas: la destrucción o eliminación de las personas, de las instituciones católicas y la destrucción e incautación, según los casos, de los lugares de culto, de formación o las sedes de la Iglesia como casas episcopales, parroquiales, seminarios, colegios, conventos…, y la cancelación de todas las obras nacidas de la experiencia católica en el ámbito social, económico y político.

Esta persecución estaba fomentada por los anticleri¬cales más extremistas y por cuantos se profesaban explícitamente miembros de la masonería de aquel entonces, o simplemente afiliados a las ideologías de carácter jacobino y social – anarquistas de la época. Hubo también otros muchos de tendencias menos radicales que engrosaban sus filas por ambiciones políticas o por puro oportunismo social y económico y que con frecuencia cambiaban de bandera según tiraban los aires.

Varios caudillos convergieron en aquellas luchas civiles que, de la reivindicación de los ideales de Madero, se convirtió en una lucha por el poder mediante la anulación violenta de quien lo te¬nía en ese momento. Esta guerra necesitaba, además, de «culpables», es decir, de pretextos para el saqueo y la venganza.

Entraron así en acción las ideologías que a partir de los primeros años de la independencia se habían ido formando alrededor de las diversas obediencias masónicas diferenciadas, que crecieron en divisiones y agrupaciones políticas coaguladas alrededor de polos sólo políticamente opuestos como los «conservadores» y los «liberales». Precisamente durante todo este largo período de vaivenes políticos y civiles se habían ido formando grupos ideológicos férreamente anticlericales en sus comienzos, para pasar en no pocos casos a teñirse de claras posiciones incluso no sólo anticatólicas, sino también anticristianas. En algunos casos hasta con claras actitudes de odio a la misma persona de Jesucristo.

De aquí se comprenderá el odio ensañado contra todo lo que recuerde la persona de Jesucristo como la Eucaristía, el Sagrado Corazón y Cristo Rey, y al contrario la valentía de los mártires de la fe cristiana en confesarlo explícitamente.

En este contexto todo el país sufrirá durante más de un par de décadas los pronunciamientos militares, golpes y contragolpes, pugnas ocasionadas por los revolucionarios divididos al principio en carrancistas, obregonistas, villistas y zapatistas, y más tarde en numerosos otros grupos.

A fines de 1914 se produjo la ruptura entre Carranza y Villa, pero al poco tiempo Carranza logró imponerse y en diciembre de 1916 convocó en Querétaro al Congreso Constituyente formado únicamente por miembros de su partido, para la elaboración de una nueva constitu-ción, la cual fue promulgada en febrero de 1917.

Las acciones violentas contra la Iglesia no se hicieron esperar, como había prometido Carranza en las «Adiciones al Plan de Guadalupe». Enseguida fueron puestas en marcha en todo su vigor las Leyes de Reforma: los sacerdotes y religiosos extranjeros fueron expulsados y con ellos numerosos mexicanos, especialmente obispos, fueron obligados a exiliarse –sea en Estados Unidos o Cuba-; se reglamentó el número de sacerdotes en las poblaciones y la celebración del culto y hasta se ejecutaron algunos sacerdotes arbitrariamente.

El caso de las religiosas fue más dramático porque muchas de ellas fueron incluso víctimas de estupros. Las Iglesias fueron expropiadas y convertidas en almacenes, cuarteles, caballerizas; los objetos de culto –vasos sagrados, imágenes, vestiduras- fueron objeto de escarnio y sacrilegio. Fue muy común la quema de confesionarios, encarcelamiento y fusilamiento de imágenes religiosas. Así, en la ciudad de Mérida, Yucatán, fue «reducido a prisión» el Cristo de las Ampollas, venerada imagen del pueblo católico yucateco. Este odio feroz contra la religión, apuñalaba el corazón del pueblo mexicano. Sus proclamados liberadores, eran al mismo tiempo sus agresores.

El 8 de julio de 1914, en el llamado «Pacto de Torreón», las tropas de Villa y Carranza antes del rompimiento entre ambos afirmaban que: “siendo la actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los poderosos, y comprendiendo que las causas de las desgracias que afligen al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía, las Divisiones del Norte y del Noroeste se comprometen solemnemente a combatir [...] y a corregir, castigar y exigir las debidas responsabilidades a los miembros del clero católico romano que material e intelectualmente hayan ayudado al usurpador Victoriano Huerta”.[11]

Pocos días después, el 23 de julio de 1914, el gobernador y comandante militar del estado de Nuevo León, Antonio Villarreal, decretó que: “por motivos de salud pública, y atendiendo al dictado de ineludibles deberes de moralidad y justicia, este gobierno se ha propuesto castigar, dentro de los límites del estado de Nuevo León, al clero católico romano”.[12]

Cuando Carranza entra en la ciudad de México procura llegar a un acuerdo con los zapatistas, y con los villistas. Para ello convoca una «Convención» de jefes revolucionarios para el 1 de octubre de 1914 en la ciudad de México. Esta Convención fracasó por los intereses inconciliables de los diversos cabecillas de aquellos movimientos guerreros. La Convención se traslada de México a [[ Aguascalientes | Aguascalientes]] con sesiones tormentosas que llevaron a los trágicos enfrentamientos entre villistas, zapatistas y carrancistas.

El 17 de febrero de 1915, «La Casa del Obrero Mundial» (una organización de signo socialista) se adhiere a la revolución con un pacto que expresa el compromiso de cumplir el decreto de las «Adiciones al Plan de Guadalupe», unirse al ejército constitucionalista con la denominación de «rojos» y establecer centros de propaganda en favor de la causa revolucionaria.[13]Es interesante este movimiento en México, a pesar de estar muy lejano de los escenarios europeos donde se combate una atroz guerra y donde se acerca la revolución bolchevique de 1917. El hecho demuestra que muchas ideas de aquellos movimientos europeos habían llegado también a México.

El 22 de diciembre de 1915, se publicó una lista de diez puntos que sintetizan las líneas de fondo que animan el proyecto de la persecución en contra de la Iglesia:[14]

  1. Encarcelar o ahuyentar a los pastores para dañar con más facilidad al rebaño.
  2. Expulsión de los religiosos y de los sacerdotes diocesanos extranjeros.
  3. Expulsión de monjas, o disolución de los conventos, exceptuando quizás a las que se dedicaban a obras de beneficencia.
  4. Confiscación de bienes eclesiásticos y aún de las propiedades particulares.
  5. Clausura de los templos católicos, e inventario de sus utensilios; sólo algunas cosas se devolverían bajo determinadas condiciones.
  6. Supresión de toda enseñanza religiosa también en las escuelas particulares, si es que no se eliminaban éstas también; aquí se incluía la clausura de los seminarios.
  7. Supresión de toda prensa independiente, en particular de la católica y confiscación de las imprentas.
  8. Activa propaganda teórico-práctica del socialismo más radical y antirreligioso, inculcándolo aún entre los analfabetos de las rancherías más remotas por medio de agentes de propaganda, especie de misioneros laicos.
  9. Prohibir la confesión, impedir la proclamación de la Palabra de Dios, limitar la celebración de las misas y entorpecer todo el ministerio sacerdotal, con el fin de nulificado.
  10. Por estos y semejantes procedimientos se pretendía reducir al clero a la indigencia para ponerlo en la alternativa de morirse de hambre o apostatar, ayudando a esto último con halagos y promesas.

En el mes de enero de 1916 se realizó en Yucatán el Primer Congreso Feminista convocado por el general Salvador Alvarado, cuyas conclusiones ponen de manifiesto un claro anticatolicismo: enseñanza laica; evitar en los templos la enseñanza de la religión a menores de 18 años; conferencias para ahuyentar de los cerebros infantiles el negro temor de un Dios vengativo.[15]

Estas disposiciones tan radicales ahondaban sus raíces en la vieja herencia ideológica del liberalismo masónico, por una parte, y por la otra se quería privar a la Iglesia Católica de su poder y de sus bienes que se creían fabulosos.[16]Es en esta situación que transcurren los años de 1913 a 1917, cuando una nueva Constitución marcaría aún más esta persecución.

NOTAS

  1. La voz de [[ [[ Aguascalientes | Aguascalientes]] | Aguascalientes]], 24 de diciembre de 1909, citado por CEBALLOS RAMÍREZ, o.c., 393.
  2. BRAVO UGARTE, Historia de México, III/1, JUS, México 1962, 426. El texto del Programa del PCN en: PALOMAR Y VIZCARRA, o.c., 136.
  3. MEYER, La cristiada, II, Siglo XXI, México 1976, 60-61.
  4. El Mañana, 10 de diciembre de 1912. Citado por MEYER, o.c., 63. Eduardo J. CORREA, El Partido Católico Nacional y sus Directores, explicación de su fracaso y deslinde de responsabilidades, FCE, México 1991, 14.
  5. Ibidem.
  6. Ibidem, 10.
  7. Ibidem, 27.
  8. Plan de Guadalupe. Manifiesto a la Nación, Documentos del Movimiento Constitucionalista, 16-17
  9. Cf. Discurso pronunciado en la ciudad de México, Jesús SILVA HERZOG, Breve Historia de la Revolución Méxicana II, FCE, México 1983, 51.
  10. El primer reparto de tierras en el norte del país (Relato del general Juan Barragán Rodríguez), SILVA HERZOG, o.c., 57.
  11. Ibidem, 174-175.
  12. El texto se puede ver: MEYER, o.c., 74-76.
  13. Ibidem, 80-81.
  14. Ver: CHÁVEZ SÁNCHEZ, o. c., 138.
  15. Documento en SILVA HERZOG, o.c., 233-235.
  16. Esta teoría la propone CUMBERLAND, La Revolución Mexicana. Los Años Constitucionalistas, FCE, México 1992, 201-203.

BIBLIOGRAFÍA

CEBALLOS RAMÍREZ, Manuel, El Catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911), Colegio de México, México 1991.

BRAVO UGARTE, Historia de México, III/1, JUS, México 1962

CHÁVEZ SÁNCHEZ, Eduardo, La Iglesia de México entre Dictaduras, Revoluciones y Persecuciones, Porrúa, México 1998

CORREA, Eduardo J. El Partido Católico Nacional y sus Directores, explicación de su fracaso y deslinde de responsabilidades, FCE, México 1991

CUMBERLAND, La Revolución Mexicana. Los Años Constitucionalistas, FCE, México 1992,

MEYER, La cristiada, II, Siglo XXI, México 1976

SILVA HERZOG, Jesús. Breve Historia de la Revolución Mexicana II, FCE, México 1983,


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

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