MISIONEROS Y LENGUAS EN HISPANOAMÉRICA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

Abordamos un periodo de la misión evangelizadora de la Iglesia española, que no puede ser desgajado del justamente anterior: aquél de la Reconquista. La conciencia de cruzada en el español, es decir, de recuperar las tierras que habían sido de la Fe de Cristo, permaneció en la mente de aquéllos que se aventuraban en pos de nuevos proyectos conquistadores. En un principio la mirada natural, por proximidad, estaba puesta en la vecina África, sólo que ahora se trataba de “ tierras de moros “; ya no se trataba de reconquistar los territorios del antiguo Reino de Hispania, aquél de los Concilios de Toledo en los que se consolidó la conciencia de nación católica. Ahora el ideal ya no era reconquistar, sino conquistar para la Fe nuevas tierras y gentes, sobre todo esto último; no tenemos más que ver el número sin fin de mercedarios y franciscanos que ejercieron su apostolado en esas mismas tierras con evidente peligro para sus vidas.

En la mentalidad del hombre medieval el santo era el modelo de su ideal humano. La vida del hombre moderno, sin un punto de referencia unitaria de todos los elementos y factores, no cabía ni tan siquiera en el más pecador de aquella época; en último término Cristo era el punto de cohesión, y no sólo moralizante. Así podremos contemplar a un conquistador dando gracias a Dios por la nueva tierra tomada en nombre de Sus Católicas Altezas y a la vez cometiendo verdaderos atropellos. Hoy nos puede parecer incongruente, contradictorio o reprobable, pero habría que partir de un estudio de los conceptos de derecho de la persona y de libertad, como sobre el derecho de conquista que imperaba en ese momento. Tendríamos que remitirnos a la reflexión de la Escuela de Salamanca sobre todos estos asuntos. No hay que olvidar tampoco que las pasiones, como el deseo de progresar económicamente, animaban a los hombres a tal aventura, pero sobre todo que ese hombre era un profundo creyente, con una conciencia última de la vida, con un juicio que se transformaba en cultura, es decir, en expresiones culturales de un sentir y comprender la propia humanidad.

La primera experiencia de evangelización de España, en sus diversos reinos, fuera de la Península Ibérica, sería las Canarias, aún antes de recuperar la totalidad de los territorios peninsulares arrebatados antes por los moros. Estas posesiones en la costa noroeste de África, con una población aborigen casi sin cristianizar, serían la mejor escuela de formación y experimentación de los misioneros que más tarde irían al Nuevo Mundo. Toda la capacidad de energías, de experiencias, de afanes, de proyectos, en definitiva de ideales explotarán de una forma inimaginada en América.

Los misioneros que se lanzaron a anunciar la Buena Nueva, desarrollaron una creatividad para que ésta pudiera ser conocida del modo más adecuado en su comprensión y acogida. No faltaron errores y carencias, pero siempre movidos por un amor grande a Nuestro Señor Jesucristo. En esa gesta misionera sería injusto olvidar al propio conquistador, como a tantas familias que testimoniando su Fe ante los naturales de aquellas tierras, apoyaban la obra catequética y de promoción humana de los misioneros.

1. Inculturación de los misioneros

Probablemente hoy desconoceríamos las lenguas amerindias si la intuición de los primeros misioneros no se hubiese llevado a cabo. Con toda seguridad podríamos afirmar la actitud de indiferencia e incluso desprecio que el conquistador tenía por las lenguas de los indios, pues les bastaba hacerse comprender en la transmisión de sus órdenes o deseos. Por el contrario, los misioneros, y en un segundo momento la misma Corona española, se dieron cuenta de la grave importancia que tenía el comunicarse de modo claro y preciso, para que la Palabra de Dios pudiera ser entendible y comprensible a los innumerables pueblos y civilizaciones descubiertas.

No faltaban dificultades orográficas, climatológicas, carencia de medios y hasta oposición de otros españoles, que también tenían el mandato cristiano y regio de favorecer el anuncio de la Palabra. El ímpetu y el ardor de los misioneros no mermaban, contrariamente a lo que cabría esperar; lucharon movidos por una razón más fuerte su amor a Cristo y a su mandato: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…”[1]

Los misioneros se convencieron cada vez más que el conocimiento del alma indígena, y sus principales manifestaciones, les permitiría alcanzar una mayor preparación pastoral, en orden a comprender y valorar la mentalidad nativa, provocar y consolidar con eficacia la Fe cristiana y extirpar los ritos idolátricos. El lenguaje resultaba imprescindible como comunicación, transmisión y educación de la Fe cristiana, tal como podemos extraer de las intuiciones e indicaciones del Padre José de Acosta S. J., a mediados del siglo XVI:

“Por lo cual no envió Cristo a sus apóstoles a enseñar a las naciones,
antes de que por don del Espíritu Santo hablasen sus lenguas. Porque la fe,
sin la cual nadie puede salvarse, sigue al mensaje y el mensaje es anuncio
de Dios. Depende, pues, la salvación de las naciones de la palabra de Dios,
que ciertamente no puede llegar a los oídos humanos si no se anuncia con
palabras humanas; quien no las percibe, nunca experimentará la eficacia
de la palabra de Dios…”.[2]

Podríamos añadir los testimonios de numerosos frailes, superiores, prelados, teólogos o dignatarios políticos de la corte que se manifiestan en el mismo sentido. Nunca la Iglesia en su larga vida había tenido que afrontar, en iguales o parecidas circunstancias, una realidad misional de tanta magnitud en el orden geográfico y humano. Se trataba de revivir, como la Iglesia primitiva, aquel mandato apostólico de Jesús ad gentes.

Cuando en el siglo VIII San Bonifacio recibió el encargo, junto a sus monjes benedictinos, de evangelizar los pueblos bárbaros al norte del Rhin, él se encontró con pueblos que tenían referencias del cristianismo y de la cultura greco-romana tamizada por el cristianismo, a la vez existían intérpretes precisos de todas aquellas lenguas. Por lo tanto, pudieron desarrollar una grandísima misión, que aunque no carente de grandes dificultades y oposición, no llega al nivel de la desarrollada en América.

Comprendido el estado de la cuestión, los misioneros comenzaron, por decirlo de un modo gráfico, a indianizarse. Tuvieron las altas miras de saber distinguir entre evangelizar e hispanizar; obviamente con ellos fueron costumbres y modos, pero sobre todo iba la Fe, y por consiguiente la cultura en su amplio sentido. Se pusieron a observar, conocer, analizar y escribir aquellos conocimientos de los indios que consideraban de utilidad. La ciencia que hoy denominamos «etnografía», ellos la desarrollaron como medio imprescindible para penetrar en la mentalidad de esos pueblos. Así podemos ahora consultar esas Historias de Indios redactadas por hombres como Fray Bernardino de Sahagún, el Padre Bartolomé de las Casas, etc. Desde ese profundo trabajo de investigación pudieron discernir y cribar aquellas costumbres, que apareciendo como cristianas, realmente seguían siendo paganas, y simultáneamente aprovechaban aquellas que no sólo eran positivas sino medio eficaz para introducir verdaderamente la Fe de Cristo. De este modo se manifiesta Fray Bernardino de Sahagún:

El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin
que primero conozca de qué humor o de qué causa procede la enfermedad;
de manera que el buen médico conviene que sea docto en el conocimiento
de las medicinas y en el de las enfermedades, para aplicar
convenientemente a cada enfermedad la medicina contraria: los
predicadores y confesores, médicos son de las ánimas: para curar las
enfermedades conviene tengan experiencia de las medicinas y enfermedades
espirituales: el predicador de los vicios de la república, para enderezar
contra ellos su doctrina; y el confesor para saber preguntar lo que conviene
y entender lo que dijesen tocante a su oficio, conviene mucho sepan lo
necesario para ejercitar sus oficios, conviene mucho sepan lo necesario
para ejercitar sus oficios; ni conviene se descuiden los ministros de esta
conversión, … los pecados de idolatría y ritos idolátricos y supersticiones
idolátricas, no son aun perdidos del todo. Para predicar contra estas cosas,
y aun para saber si las hay, menester es saber como las usaban en tiempo
de su idolatría, que por falta de no saber esto, en nuestra presencia hacen
muchas cosas idolátricas, sin que lo entendamos, y dicen algunos,
excusándoles,que son boberías o niñerías, por ignorar la raíz de donde
salen, que es mera idolatría,… Pues porque los ministros del Evangelio que
sucederán a los primeros que vinieron, en la cultura de esta nueva viña del
Señor no tengan ocasión de quejarse de los primeros, por haber dejado a
obscuras las cosas de estos naturales de la Nueva España, yo fray
Bernardino de Sahagún…escribí doce libros de las cosas devinas, o por
mejor decir, idolátricas y humanas y naturales de esta Nueva España.[3]

Hecho el trabajo de estudio fueron surgiendo un grueso número de iniciativas pastorales, materiales catequéticos, sermonarios, confesionarios, propuestas legislativas de orden civil y eclesiástico y cátedras de lenguas indígenas como en el Colegio Superior de San Juan de Letrán (1537-47) o en el Colegio Superior de Santa Cruz de Tlatelolco (1551), donde abriendo los caminos a la fundación de la Universidad de México (1551), se estudia el náhuatl. La obra de evangelización pudo realizarse con más realismo, con más respeto a lo que de verdadero había en el mundo indígena, pero contra la tentación de un sincretismo o una superficialidad, apostaron por presentar una religión que era algo totalmente nuevo, rompiendo radicalmente con las religiones anteriores como combate contra el demonio.

2. Predicación muda por signos y catequesis audio-visual

Al arribar los misioneros a las nuevas tierras, el lógico fervor les llevaba a buscar la oportunidad de anunciar aquello que para ellos era lo más precioso. No reparaban ni tan siquiera en la carencia de la lengua. Decididos, se acercaban a las plazas donde se congregaban los nativos para hacer el mercado; en ese ambiente variopinto y bullicioso comienzan la predicación. Obviamente no tenían otro medio sino los gestos de manos y sonidos guturales, desarrollando fundamentalmente los temas más capaces de provocar impresión, o aquéllos más fáciles de explicar de esta forma: del infierno, de la urgencia de convertirse a Dios, e invitando a abandonar la idolatría. Los ademanes como las ropas con que iban vestidos los frailes más que suscitar interés o conversiones, produjeron a los indios extrañeza y desconcierto, por no decir desprecio; ante ellos no se hallaba más que unos locos o mendigos hambrientos. Así lo recoge el cronista Muñoz Camargo:

Cuando predicaban estas cosas decían los señores caciques, ¿qué han
estos pobres miserables?, mirad si tienen hambre, y si han de menester
algo, dadles de comer; otros decían: estos pobres deben ser enfermos o
estar locos, dejadlos vocear a los miserables, tomándoles a su mal de
locura; dejadlos estar, que pasen su enfermedad como pudieren, no les
hagáis mal, que al cabo éstos y los demás han de morir de esta enfermedad
de locura. Y a continuación, con el evidente deseo de convencer aún más a
sus súbditos de la certeza de tal parecer, agregaban: Y mirad si habéis
notado cómo a mediodía, a medianoche y al cuarto del alba, cuando todos
se regocijan, éstos dan voces y lloran; sin duda ninguna es mal grande el
que deben de tener, porque son hombres sin sentido, que no buscan placer
ni contento, sino tristeza y soledad.[4]

Ante tal fracaso y desazón comprendieron, que aparte de aprender las lenguas indígenas, había que utilizar otros medios más efectivos para su labor; así surgieron los cantos con contenido doctrinal y moral, las representaciones teatrales (autos de fe y autos sacramentales) y las catequesis picto-idiográficas. Los misioneros observaron que existían unos encargados de escribir, sólo que de una forma distinta a la fonética y grafía utilizada por el mundo europeo. Consistía en una escritura pictórica, es decir, una escritura basada en símbolos-dibujos, los cuales se referían a ideas o conceptos.

Por ejemplo en Méjico, aprovechando a los pintores náhuatl que conocían perfectamente el código de símbolos, se dedicaron a transcribir los principios de la Fe en esta escritura. Pero existía un problema que solventar: la estrecha relación entre los signos náhuatl y la mentalidad idolátrica. De este modo surgió una nueva escritura picto-idiográfica, que respondía mejor al mensaje cristiano sin adulteraciones paganas. Este método no sólo lo utilizaron para la catequesis sino incluso para la confesión. Tropezaron con un problema de comprensión rápida y exacta de los pecados que el penitente deseaba comunicar; la falta de fluidez en el confesor en la lengua nativa y el ingente número de penitentes hizo concebir la idea de llevar los pecados escritos, para que la explicación fuera más rápida.

Muchos otros misioneros prefirieron el sistema más clásico de la catequesis a través de cuadros y murales. Desde sus inicios, la Iglesia ha utilizado la representación pictórica como medio de enseñanza y memoria de las verdades de la Fe; de este manera tenemos colosales y bellísimos mosaicos de la era paleocristiana, o frescos y capiteles historiados en el románico, o vidrieras historiadas en el gótico. Del mismo modo los misioneros pusieron en práctica esta técnica de educar o recordar lo que se había dicho con palabras, desarrollando una metodología de anuncio basada en la tradición descrita y a la vez incorporando caracteres, símbolos y colorido que los indígenas tenían y comprendían, por ser de su propia cultura; siendo este método de una gran eficacia en la evangelización. Transcribimos el relato que el religioso franciscano Fray Jerónimo de Mendieta hace de éste:

Algunos usaron un modo de predicar muy provechoso para los indios por
ser conforme al uso que ellos tenían de tratar todas sus cosas por pintura. Y
era de esta manera. Hacían pintar en un lienzo los artículos de la fe, y en
otro los diez mandamientos de Dios, y en otro los siete sacramentos, y lo
demás que querían de la doctrina cristiana. Y cuando el predicador quería
predicar de los mandamientos, colgaban el lienzo de los mandamientos
junto a él, a un lado, de manera que con una vara de las que traen los
alguaciles pudiese ir señalando la parte que quería. Y así les iba
declarando los mandamientos. Y lo mismo hacía cuando quería predicar los
artículos, colgando el lienzo en que estaban pintados. Y de esta manera se
les declaró clara y distintamente y muy a su mole toda la doctrina cristiana.
Y no fuera de poco fruto si en todas las escuelas de los muchachos la
tuvieran pintada de esta manera, para que por allí se les imprimiera en sus
memorias desde su tierna edad, y no hubiera tanta ignorancia como a veces
hay por falta de esto.[5]

3. La formación lingüística

Desde el arribo de los españoles al nuevo continente caen en la cuenta de la urgente necesidad de aprender las lenguas de estos pueblos. Si es verdad, como ya hemos dicho anteriormente, que los conquistadores se conformaban con tener un traductor o sólo saber las palabras precisas para comunicar sus deseos u órdenes, para los misioneros se hacía urgente conocer con precisión las lenguas.

En un primer momento se sirvieron de intérpretes, que eran jóvenes neófitos indios que por el contacto con los españoles hubiesen aprendido el castellano. Estos nuevos cristianos, conocedores de ambos idiomas, junto a los misioneros se convirtieron en los verdaderos catequistas de propios congéneres. Pero aún así no sólo era insuficiente sino inadecuado. Nunca es lo mismo comunicar directamente, con la exactitud de lo que uno pretende expresar, que a través de otra persona, que no sólo tiene que entender las palabras en sí mismas, sino ser exacto en el sentido del mensaje. A los neófitos les faltaban las palabras más adecuadas para transmitir el mensaje cristiano de forma que fuera convincente y claro, sin que pudiera facilitar el sincretismo, al que tan dados eran los indígenas. También a esta carencia se unía el temor que había suscitado la presencia de los frailes, tanto por su aspecto externo como por la fama de dementes, fruto de aquellas primeras predicaciones gesticulares, produciendo entre los naturales un negativo estado de opinión, evitando éstos hablar delante los de misioneros. La situación exigía una rápida solución, e idearon una: hacerse como niños:

Y así fue, que dejando a ratos la gravedad y austeridad… se ponían a
jugar con ellos con pajuelas o pedrezuelas los ratillos que tenían de
descanso y esto hacían para quitarles el empacho de la comunicación, y
traían siempre papel y tinta en las manos, y en oyendo el vocablo al indio
lo escribían y al propósito que lo dijo. Y a la tarde juntábanse los
religiosos y comunicaban los unos con los otros sus escritos… Y
acontecioles que lo que hoy les parecía que habían entendido, mañana les
parecía no ser así.[6]

Jugando con los niños fueron conociendo mejor las lenguas indígenas, comprendiendo con exactitud los giros lingüísticos, y luego comparando entre ellos la información recabada, fueron elaborando la gramática de cada una de las lenguas. Destacamos el célebre caso del niño español Alonso de Molina, jugando y haciéndose amigo de los niños indios aprendió perfectamente el náhuatl. Percatándose los franciscanos de esto, solicitaron a la madre del niño que les ayudara en su labor de comprensión de esta lengua. El niño con sus diez años se había convertido en pieza clave de la obra lingüística franciscana; en su adolescencia entraría en la Orden, aportando al mundo mejicano numerosas traducciones de bibliografía cristiana: catecismos, confesionarios, oracionales, de indulgencias, marianos, Imitación de Cristo, la vida de San Francisco, los evangelios, las epístolas del Misal, de arte y un vocabulario. El esquema de las lenguas en el Nuevo Mundo era verdaderamente variado, por lo que los misioneros tuvieron que concentrar las fuerzas en aquéllas que eran las preeminentes sobre las demás. Así las energías en Méjico se concentraron en el náhuatl, el mixteco y el zapoteco; en Perú el quechua, y en un segundo lugar elaymara y el puking, que logró sobrevivir; en Nueva Granada el muisca o chibcha; y en la Plata el guaraní. No obstante los agustinos llegados en un segundo momento, después de los franciscanos y los dominicos, abordaron la evangelización de zonas marginales aún no tocadas, con lenguas diversas de las anteriores (otomí, tarasca, tlapaneca, guaxteca, occuilteca, matlaizinca, totonaca, mixteca, chichimeca e incluida el náhuatl), más generalizadas.

La normativa emanada de la Cámara del Rey de España continuamente afrontaba las más variadas dificultades que iban surgiendo, incluso el tema que estamos tratando, de tal modo que se impone el aprendizaje de las lenguas para los clérigos enviados a evangelizar a los indios. Resaltamos la Real Cédula del 19 de Septiembre de 1580, donde el Estado de Felipe II ordena y asume económicamente la implantación de cátedras de las lenguas generales de los indios en las universidades americanas, siguiendo la sugerencia de las Universidades de Lima y Méjico, e incluso prohibiendo la ordenación de nuevos clérigos o la concesión de una missio canónica, a aquellos que no dominaran la lengua general de los indios donde supuestamente iban a ejercer el ministerio sacerdotal.

4. Vocabularios, diccionarios y gramáticas

El trabajo era arduo y fatigoso, pero como toda obra que tiene una utilidad personal o más aún para tantas personas, como es el caso que nos ocupa, tenía la gratificación de haber sido hecha por amor al Señor. Después de la recopilación de las palabras agudizando con precisión los fonemas, probaron vocalmente y en escritura todos aquellos sonidos, pasándolos al alfabeto de caracteres latinos. Aquellos idiomas escritos en caracteres pictóricos e idiográficos pudieron pasar a un modo de escritura más usual y conocida del Viejo Mundo; la morfología, la gramática, la ortografía, la sintaxis y la lexicografía dejaron de ser un secreto.

Fundamentalmente para realizar esta obra se valieron de la gramática latina, y especialmente de la obra de Antonio de Nebrija. Así lo reconoce Fray Alonso de Molina en el prólogo de su propio Vocabulario. Borges hace notar cómo el franciscano Alonso del Espinar en el 1512 había adquirido en Sevilla 2000 cartillas y

adicionó 20 artes de gramática o ejemplares de la Gramática de Nebrija,
obra de la que en 1523 adquirió también en Sevilla 30 ejemplares el
dominico Pedro de Córdoba, con destino asimismo a la Española.[7]

Viendo el elenco de parte de la obra realizada por aquellos hombres de los dos grandes Arzobispados del siglo XVI (Perú y Méjico), se comprende la magnitud de lo que estamos hablando:

Fr. Andrés de Olmedo (ofm): Arte de la Lengua Mexicana. 1547. Vocabulario de la

Lengua Mexicana. 1547.


Fr. Alonso de Molina (ofm): Vocabulario en Lengua Mexicana y Castellana. En Casa

de Juan Pablos. México 1555. En Casa de Antonio de
Spinosa. México 1571(revisada y completada) En Casa de
Pedro Ocharte. México 1571. En Casa de Pedro Balli.
México 1576.


Fr. Marurino Gilberti (ofm): Arte en Lengua de Michoacán. En Casa de Juan Pablos.

México 1558.
Vocabulario en Lengua de Mechuacán. En Casa de Juan
Pablos. México 1559.


Fr. Francisco de Cepeda (ofm): Artes de los Idiomas Chiapaneco, Zoque, Tzendal y

Chinanteco. México 1560.


Fr. Juan de Córdoba (op): Arte en Lengua Zapoteca. México 1564. En Casa de Pedro

Balli. México 1578.
Vocabulario en Lengua Zapoteca. En Casa de Pedro
Ocharte. México 1578.


Fr. Juan Bravo (ofm): Arte de la Lengua de Michoacán. En Casa de Pedro Balli.

México 1574.


Fr. Juan Bautista de Lagunas (ofm): Artes y Diccionario, con otras obras, en Lengua

Michoacana. En Casa de Pedro Balli. México 1574.


Fr. Antonio de los Reyes (op): Arte en Lengua Mixteca. En Casa de Pedro Balli. México

1593.


Fr. Francisco de Alvarado (op): Vocabulario en Lengua Mixteca, hecho por los Padres

de la Orden de Predicadores, que residen en ella, y
últimamente recopilado y acabado por Fr. Francisco de
Alvarado. En Casa de Pedro Balli. México 1593.


Padre Antonio del Rincón (sj): Arte Mexicana. En Casa de Pedro Balli. México 1595.


Anónimo: Vocabulario Mexicano. México 1598.


Anónimo: Vocabulario de la Lengua Morocosi. México 1599.


Fr. Domingo de Santo Tomás (op): Gramática o Arte de la Lengua General de los

Indios de los Reinos del Perú. En Casa de Francisco
Fernández de Córdova. Valladolid 1560.
Lexicon o Vocabulario en la Lengua General del Perú. En
Casa de Francisco Fernández de Córdova. Valladolid
1560.


Anónimo: Arte y Vocabulario en la Lengua General del Perú llamada Quichua. En

Casa de Antonio Ricardo. Lima 1586.


Padre Alfonso Barzena (sj): Lexica et proecepta grammatica, item liber confessionis et

precum, in quinque Indorum linguis, quarun usus per
Americam australem, nempe puquinica, tenocotica,
catamareana, guanarica, natixaca, sive mogaznana.
Peruviae 1590.

Todo este material lingüístico, y mucho más que aquí no está mencionado, constituiría la bibliografía y libro de texto imprescindible en la formación de los que se iban a dedicar a la evangelización y cuidado pastoral de los indios.

5. Directrices e instrumentos para políglotas

Las Leyes de Burgos de 1513 que legislaba en materia de repartos de tierras y encomiendas supeditándolas a la obligatoriedad de enseñar el español para convertir al cristianismo a los indígenas, meramente como legislación oficial permaneció hasta 1578. El Rey Felipe II sancionaría con una ley civil lo que los concilios provinciales de Lima y México y la práctica de los misioneros ya habían adoptado, pudiéndose deducir de la existencia de las cátedras de lenguas generales de indios. Dicha ley decía así:

Encargamos y mandamos que los sacerdotes, clérigos o religiosos, que
fueren de estos nuestros Reinos a los de las Indias, o de otras cualquier
partes de ellas, y pretendieren ser presentados a las Doctrinas y Beneficios
de los Indios, no sean admitidos si no supieran la lengua general en que se
han de administrar, y presentaren fe del Catedrático que la leyere de que
han cursado en la Cátedra de ella un curso entero, o el tiempo que bastare
para poder administrar y ser curas. Y si habiéndolos examinado constare
que se ponga delación de todo lo susodicho; y aunque sean los Clérigos o
Religiosos naturales, no se les admita la presentación si en ellos no
concurrieren las dichas cualidades. Y esto se cumpla y ejecute
inviolablemente, porque nuestra voluntad es que lo contrario sea nulo y de
ningún efecto.[8]

Estas cátedras aparecieron por iniciativa de los arzobispos en un primer momento, destinando para ello rentas que las dotara económicamente. Posteriormente los jesuitas, siguiendo el ejemplo del Arzobispo Fr. Jerónimo de Loaysa, crearon otra cátedra en su Colegio de San Pablo de Lima en 1574. Estas iniciativas fueron la base de la Cátedra Oficial de Quechua en la Universidad de San Marcos erigida por el Virrey D. Francisco de Toledo el 18 de Julio de 1579, según disposición de la Corona. En esa misma cátedra se impartiban lecciones de aymará, destinadas a aquellos que pretendían ocupar los beneficios curados de entre la población colla, tal como se desprende de la Cédula de Felipe II del 12 de Agosto de 1590 para la provisión de la Cátedra por fallecimiento del Canónigo Dr. Juan de Balboa.

En México, el Arzobispo Fr. Juan de Zumárraga abrazaba la idea de fundar una universidad, que se hará realidad por Cédula de Felipe II del 21 de Septiembre de 1551. Pero no será hasta el 19 de Septiembre de 1580 cuando se funde la Cátedra de Náhuatl, sobre la base de las escuelas conventuales de los franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas, que ya habían dispuesto por orden de sus Capítulos Provinciales y Generales.

A partir de este momento asistimos a un periodo rico en ofertas de centros de enseñanza de las lenguas indígenas. Por un lado se erigían las distintas cátedras universitarias por voluntad real, que tenían como misión el estudio científico, tanto de las lenguas indígenas como de su cultura; por otro las catedralicias destinadas al clero secular que estudiaban en los seminarios diocesanos; y también las conventuales o menores fundadas en los colegios mayores o en los conventos destinadas a formar a los propios religiosos.

6. Catecismos, confesionarios y sermonarios

Ya hemos visto cómo desde el primer momento de la evangelización de América los misioneros fueron produciendo un ingente número de materiales que les facilitaba su labor misionera. Con la llegada de las primeras imprentas, un siglo antes que a las colonias de Inglaterra en Norteamérica, estas obras pudieron reproducirse de tal forma que permitían la extensión de estos trabajos.

Los catecismos indianos, también llamados doctrinas cristianas, son libros de proporciones reducidas que presentan las verdades fundamentales de la fe, sin pretender entrar en profundidades teológicas, así que el misionero supiera proponer el mensaje de una forma comprensible a la mentalidad del auditorio, para que comprendieran las exigencias morales y culturales de ser cristiano.

Los confesionarios son un tipo de texto, que como su propio nombre indica, tenían como objeto facilitar a los confesores de indios el ejercicio del sacramento de la Penitencia. La evidente dificultad que suponía comprender con exactitud a una persona que hablaba un idioma materno distinto, se unía la ocultación, por ignorancia o vergüenza, de pecados como actos idolátricos, borracheras, supersticiones y agüeros, abortos, homicidios, robos, homosexualidad, fornicación, adulterio, malos tratos a familiares y otros. Las más de las veces se intentaba superar por gestos mímicos, o simplemente se mal comprendía la materia de la confesión.

Ante tal dificultad, siguiendo la tradición de los confesionarios medievales que circulaban en España desde mediados del siglo XV, los misioneros inventaron un modelo bilingüe adaptado a la nueva complejidad. Estos facilitaban que el penitente fuera explícito, detallado, sincero e íntegro en la indicación de sus faltas. El mismo libro incluía una exhortación antes de la confesión, con el propósito de invitar al sincero arrepentimiento, unas preguntas breves y concisas de acuerdo al orden de los mandamientos, y una plática final con la que se invitaba a la conversión y perseverancia en la vida cristiana.

En Europa no eran extraños los sermonarios de grandes oradores, a veces de reconocida elocuencia en muchos países, que servían de modelo para ser repetidos en la ocasión más adecuada. Podríamos encontrarnos a sacerdotes diciendo las mismas palabras en lugares tan distantes como Italia y Polonia. Siguiendo el modelo ya conocido, los misioneros aplicaron el principio a sus necesidades homiléticas. Desarrollaron una colección de sermones, pláticas, cartapacios u homiliarios para la pastoral con los indios.

La finalidad de este material pretendía complementar la labor inicial de la primera evangelización. Los receptores ya eran creyentes; el siguiente paso consistía en profundizar en los misterios de la fe, para obtener una mayor y mejor solidez en los principios cristianos, y consecuentemente una vida más conforme a éstos. Su estilo es sencillo pero lleno de sugerencias y razones que persuadieran a abandonar cualquier resquicio de idolatría o vicios; las expresiones eran de una sugestiva delicadeza y afecto para que el predicador pudiera atraer a los oyentes.

Como cualquier pieza de oratoria tiene sus elementos o estructura, los sermonarios no podían prescindir de los criterios imperantes en el momento. Normalmente se dividía en cuatro partes bien definidas: enunciado, exposición, exigencias morales y oración. La primera no pretendía más que expresar un tema de las verdades de fe, siendo invitados a asentir y memorizar. La segunda parte implicaba el desarrollo de la anterior, haciéndoles caer en la cuenta del error de la idolatría, y la conveniencia de renegar de ellas. Como siguiente paso se les motivaba a poner por obra aquello que ya creían por la fe, como implicación moral de la propia conducta. Y finalmente, el doctrinero sugiriendo las palabras más adecuadas, invitaba a una oración de agradecimiento y súplica a Dios, por el cambio personal.

7. Complejidad y cuidado en las traducciones

Al comienzo de esta exposición hemos hablado del desmerecimiento de las lenguas indígenas como medio de comunicación del evangelio. Esto se descubre tanto en las Leyes de Burgos de 1513, como en el evidente desprecio de aquellas por los encomenderos; pues muchos ni tan siquiera hacían el esfuerzo de aprenderlas para cumplir con la obligación de educar en la religión, como contrapartida de tener indios a su servicio, tal como exigía la Ley de la Encomienda. Los misioneros se manifestaron contrarios a esta ley por su evidente incumplimiento por parte de gran parte de los laicos, por no hablar del abuso en el trato humano; y no hablemos del esfuerzo ante la Corona para hacer comprender lo anacrónico de las Leyes de Burgos.

Frente a esta situación, no faltaron debates sobre la conveniencia o inconveniencia de traducir los términos cristianos por otros de los idiomas indígenas, viéndose en esto un peligro de tendencia al sincretismo en los neófitos. Otra dificultad estribaba en que, al introducir vocablos castellanos, podrían no calar con toda calidad y significado en sus mentes carentes del bagaje de la cultura greco-romana, siéndoles simplemente extrañas. Y como consecuencia tendrían nuevos cristianos con mentalidad idolátrica aunque con aspectos y formas cristianas. Finalmente se impuso la sensatez y los misioneros iniciaron una traducción cuidadosa de las lenguas indígenas, no carentes de gran dificultad.

El misionero se encuentra con religiones bien estructuradas con conceptos precisos, que en un primer momento podrían parecer exactos a los cristianos o similares; pero ellos hablan claramente de

El verdadero y solo Dios y Señor que os venimos a predicar, llámase fuente
de ser y vida, porque él da ser y vida a todas las cosas y por su virtud
vivimos. El es el verdadero Ypalnemoani, al cual vosotros llamáis, pero
munca le habéis conocido.[9]
Mas es de notar, por regla general, que en toda la tierra firme de estas
Indias, desde más atrás de la Nueva España a la parte de la Florida y
adelante hasta los reinos del Perú, puesto que estas gentes tenían infinidad
como es dicho) de ídolos que reverenciaban por mayor y más poderoso al
sol. Y a éste dedicaban el mayor y más suntuoso y rico templo. Y éste debía
ser al que llamaban los mexicanps ipalnemohuani, que quiere decir: “por
quien todos tienen vida o viven”. Y también le decían Moyucuyatzin ayac
oquiyocux, ayac oquipic, que quiere decir “que nadie lo crió o formó. Sino
que él solo por su autoridad y por su voluntad lo hace todo”. Aunque se
puede creer que esta manera de hablar les quedó de cuando sus muy
antiguos antepasados debieron de tener natural y particular conocimiento
del verdadero Dios, tiniendo creencia que había criado el mundo, y era
Señor de él y lo gobernaba.[10]

El religioso dominico Fr. Garcilaso de la Vega dice:

Si a mí, que soy indio cristiano católico por la infinita misericordia, me
preguntasen ahora: ¿cómo se llama Dios en tu lengua?, diría Pachacámac,
porque en aquel general lenguaje del Perú no hay otro nombre para
nombrar a Dios sino éste, y todos los demás que los historiadores dicen son
generalmente impropios, porque o no son del general lenguaje, o son
corruptos con el lenguaje de algunas provincias particulares o nuevamente
compuestos por los españoles.[11]

Y si esta dificultad e inconveniencia surgía con la elección del vocablo para referirse a Dios, no menos difícil resultaba al pretender adaptar la terminología mariana o sacramental al existir símiles en las religiones prehispánicas. Pedro de Gante acepta Totecuiyo como Nuestro Señor (Codex Florentino), Tlatocatzin como venerado Rey, Señor (Codex Matritense), teotl, nelli Teotl como Dios, verdadero Dios (Codex Matritense), Ypalnemoani como Aquel por el que se vive (Cantares mexicanos), etc. Por otra parte Fr. Juan de Zumárraga prohibe el uso de la palabra Papa, para referirse al Romano Pontífice, por confundirse con una similar con la que los aztecas llamaban a sus sacerdotes, aceptando únicamente el término latino Pontifex o el castellano Pontífice. Como podemos contemplar, la problemática no se presentaba simple, requería un cuidadoso estudio y clasificación.

El asunto obligó a los obispos a convocar concilios provinciales y sínodos, para tratarlo con todo cuidado. La primera conclusión fue que los indios no tuvieran acceso a ningún texto que no hubiera sido aprobado previamente por un obispo, la segunda consecuencia fue el concentrarse en las lenguas generales, de las que ya hemos tratado. Como era evidente, el Tribunal de la Inquisición hizo su aparición. Uno de los casos más sonados fue la acusación del propio Arzobispo de Asunción, Bernardino de Cárdenas, a los jesuitas de las reducciones del Paraguay. Se les ponía en entredicho por usar vocablos guaraníes para expresar conceptos como Dios, Cristo o la Virgen, cuando aquellos no eran ni mucho menos precisos, pudiendo causar un grave sincretismo. El pleito duró 16 años, con favorable resolución para los jesuitas. El Provincial de los Jesuitas del Perú ante la limitada terminología de las lenguas indígenas dice:

Pienso que no hay que preocuparse demasiado de si los vocablos fe, cruz,
ángel, virginidad, matrimonio y otros muchos no se pueden traducir bien y
con propiedad al idioma de los indios. Podrían tomarse del castellano y
apropiárselas, enriqueciendo la lengua con su uso.[12]

Al propio Fr. Bernardino de Sahagún que era tan defensor de traducir a las lenguas indígenas, le vemos por un lado haciendo lo propio con vocablos como sacerdote por teupixqui o teupixque. En otras ocasiones palabras castellanas son aplicadas sin traducción, como por ejemplo Jesucristo, Santa Iglesia Católica, Santo Padre, patriarcas, profeta, diablo, etc. También le vemos dando una cadencia nahuatl a palabras castellanas o latinas, como sanctone, angelone, principatus, virtudes, apostolome, Spirito Sancto, gratia, evangelistame…. Todos estos datos indican el esfuerzo que los misioneros hicieron por desgajar todos los misterios lingüísticos, etnográficos y naturales de los indios, con tal profundidad que luego les permitiría utilizarlos delicadamente al servicio de la obra evangelizadora

8. Extensión y esplendor de las lenguas indígenas

En las Islas Canarias, la evangelización tuvo dos etapas bien diferenciadas: prehispánica e hispánica. De la primera, no tenemos conocimiento de la existencia de materiales catequéticos que nos iluminen sobre el aprendizaje de los misioneros en lenguas guanches. En la segunda etapa no fue necesario hacer grandes esfuerzos por conocer las lenguas, porque prácticamente desaparecieron con la llegada de la nueva cultura, infinitamente superior a las existentes,

En América sucedió todo lo contrario. No solamente algunos pueblos poseían una cultura desarrollada, sino que los misioneros con el apoyo de la Corona afrontaron una labor de investigación, publicando los conocimientos. Esto permitió que no desaparecieran, como hubiera sucedido inevitablemente. Varias iniciativas apostólicas fueron providenciales. No hablamos de las cátedras de lenguas generales tanto en las universidades como en los conventos. Sobre todo nos referimos a la creación de los pueblos o aldeas de indios, que favoreciera el adoctrinamiento; evitando el contagio de las malas costumbres de algunos colonos europeos.

Podríamos decir sin equivocarnos que uno de los grandes proyectos de la evangelización en América son las reducciones. Quienes iniciaron esta experiencia fueron los franciscanos, sobre todo en el alto México, y posteriormente los jesuitas en el Paraguay. La lengua usada era la propia de los indios, los buenos hábitos de su tradición eran respetados, a la vez que constituía la oportunidad de adoctrinarles en la fe, y dentro de este clima también se les capacitaba en las más modernas técnicas de la industria o agricultura. Todo esto hizo generar una cultura nueva, una cultura cristiana americana. No olvidemos el extraordinario desarrollo religioso, social, cultural y económico que tuvieron este tipo de iniciativas.

Las lenguas amerindias aunque poseían un serio desarrollo, al llegar los españoles, carecían de un sistema gráfico moderno que permitiera su uso de un modo ágil, y capaz de competir con las lenguas del Viejo Mundo. El castellano, estando justamente en una fase de estructuración y sistematización, se convertiría en el intermediario entre una grafía obsoleta, y otra capaz de hacer perdurar el idioma frente a otro que se imponía. Hoy no sólo se habla el español en la que fue la América española, sino que conviven el quechua en Bolivia, Perú (segunda lengua oficial) y Ecuador, o el guaraní en grandes zonas de Paraguay (segunda lengua oficial), Brasil, litoral de los ríos de La Plata y Grande del Sur. Y esto a pesar de la política de hegemonía lingüística del español a partir del reinado de Carlos III (en la segunda mitad del siglo XVIII) hasta la segunda mitad del siglo XX, con los mismísimos gobiernos independientes de cada una de las naciones emergentes.

NOTAS

  1. Mt. 28, 19s.
  2. P. José Acosta, De Procuranda Indorum Salute, Corpus Hispanorum de Pace, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1987. p. 47.
  3. R. Ricard, La conquista espiritual de México, JUS, México 1947, pp. 112-113.
  4. Juan Guillermo Durán, Monumenta Catechetica Hispanoamericana, UCA, Buenos Aires 1984. p. 92.
  5. Fr. Gerónimo de,Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, Lib. III, cap. XXIX, I, 151.
  6. Fr. Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, L. III, cap. XVI; BAE, Madrid 1970, III, p. 134.
  7. P. Borges, Misión y civilización en América, Alhambra, Madrid 1991, p. 236.
  8. Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias, Lib. Y, Tít. VI, Ley XXX (en el Pardo a 2 de Diciembre de 1578).
  9. Fr.Bernardino de Sahagún, Coloquios de los Doce Apóstoles. Cita tomada de J.G. Durán, Monumenta Catechetica…, p. 344.
  10. Fr. Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, BAE, Madrid 1973, Lib. II, Cap. VIII, p. 55.
  11. Garcilaso (Inca) de la Vega, Los comentarios reales de los incas, Cultura popular, Lima 1967. Lib. II, cap. II, p. 135.
  12. José Acosta, De Procuranda Indoum, Corpus Hispanorum de Pace, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1987

BIBLIOGRAFIA

DURÁN, JUAN GUILLERMO, Monumenta catechetica hispanoamericana, Editorial Facultad de Teología de UCA, Buenos Aires 1984.

GÓMEZ MANGO DE CARRIQUIRY, LÍDICE, El encuentro de lenguas en el “Nuevo Mundo”, Caja Sur Publicaciones, Córdoba 1996.

GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, FIDEL, I punti salienti della prima evangelizzazione, Euntes Docete, Commentaria Urbaniana, Roma XLV/1992/2

MENDIETA, FR. GERÓNIMO DE, Historia Eclesiástica Indiana, BAE, Madrid 1970.

RICARD, R., La conquista espiritual de México, JUS, México 1947.

X SIMPOSIO INTERNACIONAL DE TEOLOGÍA, Evangelización y Teología en América (siglo XVI), Universidad de Navarra, Pamplona 1990.


MIGUEL ANGEL NAVARRO MEDEROS