Diferencia entre revisiones de «MESTIZOS HISPANOAMERICANOS; Destinatarios del Evangelio»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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'''EDUARDO CÁRDENAS, SJ. © Simposio CAL, 1992'''
 
'''EDUARDO CÁRDENAS, SJ. © Simposio CAL, 1992'''
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Revisión del 05:33 16 nov 2018

Los mestizos y las Órdenes religiosas

Tras una apertura inicial, las órdenes religiosas cerraron más tarde sus puertas a la admisión de mestizos, y en este caso de mestizos legítimos. Lo hicieron así los franciscanos en México y en el Perú.[1]Los hechos sociales y raciales debieron de haber modificado los criterios, porque a fines del XVIII, había incluso religiosos mulatos en la Nueva Granada. En un expediente sobre la admisión de una monja negroide en Cartagena, el fiscal se expresaba así: «Esa cualidad es de ninguna consideración en aquellos países para lega de un convento de monjas encerradas, y cuando vemos allí por las calles, pardos y morenos atezados, profesos de la religión de San Francisco, que es la religión de las dichas monjas».[2]

Las determinaciones de los dominicos en un capítulo provincial de Guatemala, en 1570, demuestran un purismo exagerado: no deberían ser admitidos como frailes ni indios, ni mestizos, ni tampoco los criollos, ni españoles criados en Indias. Se mitigaron normas tan exageradas.[3]En Chile encontramos dos dominicos mestizos y un lego franciscano, a fines del siglo XVI.[4]Los agustinos observaron la misma conducta. En una Crónica Agustiniana,[5]fray Juan Teodoro Vásquez se expresaba así: « ¡Oh! ¡Qué trabajos hubiera excusado a su madre, la religión, si la guarda de este precepto hubiera permanecido inviolable!», Calancha, en su famosa Crónica moralizada,[6]recoge el rechazo de su orden al elemento mestizo, cuya presencia era juzgada y lo sería en los tiempos siguientes como summum dedecus, «enorme deshonor». En la Nueva Granada (Colombia) un capítulo celebrado en 1601 establece, como primera definición, la siguiente: «Que no se admita a tomar el santo hábito a nadie que tenga sangre india hasta el tercer grado inclusive».[7]En 1739 el Papa Clemente XII, confirmaba, por medio de un breve, cierto decreto del general de la orden previamente aprobado por un capítulo, en que se prohibía la admisión de mulatos o de mestizos. Las palabras del documento papal, tomadas del decreto del capítulo agustiniano, y referidas específicamente a México, están cargadas de pesimismo: no podrán ser admitidos quienes merecen el común desprecio a causa de sus costumbres depravadas, cuales son los que se llaman mestizos y mulatos («ii qui despectum cornmunem merentur, cuiusmodi sunt omnes illi qui vulgo Mulatos et Mestizos appellantur»), y los que hayan sido admitidos no podrán ocupar cargos que tengan que ver con la cura animarum.[8]

Entre los mercedarios, de acuerdo con el estudio del P. José Castro Seoane, al principio fueron recibidos indios y mestizos.[9]Recién llegados al Perú los jesuitas recibieron a algunos mestizos, entre ellos el notable P. BIas Valera, que había nacido en 1548 y fue admitido en 1568, el año mismo del establecimiento de la Compañía en el virreinato. Diez años más tarde se determina que, si los mestizos tienen las calidades requeridas por la Compañía, pueden ser aceptados. Pero más tarde, en 1576, el P. Juan de la Plaza escribía a Roma que «los mestizos, aunque son más humildes y subiectos que los criollos, de su condición son más cortos de entendimiento, y comúnmente tienen los españoles y especialmente los religiosos y eclesiásticos, mucha aversión a ellos, porque son muy conocidos en el color, y para sacerdotes conviene que sean muy raros los que se reciben. Para legos no tienen tanto inconvenientes»[10]En 1582, durante la congregación provincial se resolvió, nemine discrepante dicen las actas, no recibir a mestizo alguno.[11]

Un rector del colegio de Potosí escribía al P. Claudio Acquaviva, general de la orden, en 1585: «Impórtale a la Compañía en estas partes, en recibir criollos ser limitada, y tener la puerta del todo cerrada para no recibir jamás mestizo alguno».[12]Toda esta reserva de los religiosos está consignada en una carta del obispo de Huamanga, antiguo inquisidor en Lima, don Francisco Verdugo, quien, siendo harto compasivo con los indios, se expresa así de los mestizos: «Estos mestizos son tan mal inclinados, que las religiones que solían recibir a algunos, ya no los reciben, porque siempre los han experimentado que salen a la pega, y si al fin, a los primeros años, dieron algunas muestras de virtud, en poco tiempo mostraron sus condiciones».[13]

¿Qué vieron, pues, las órdenes religiosas en los mestizos para descalificarlos de modo tan inmisericorde, como no lo hicieron ni los obispos ni el propio rey? Porque los obispos llegaron a ordenar aun a los ilegítimos, y los religiosos, en cambio, quisieron en ocasiones cuidarse hasta de los criollos. ¿Fue un sentido fanático de corporación, colmado de prejuicios, que los llevó a adoptar estas posturas de orgullo racial, o es que los mestizos constituían una casta de incurables, condenada irremediablemente al ostracismo social y espiritual?

Hubiéramos querido estudiar el caso de la mujer mestiza, en esta circunstancia, de la religiosa mestiza. En la cédula filipina de 1588 que permitía la ordenación de mestizos, se dijo también textualmente, según lo insinuamos anteriormente: «... No embargante las constituciones que se hubieran hecho en los monasterios de monjas, sean admitidas a ellos las mujeres mestizas al hábito y velo de monjas, sin que se les haga estorbo alguno, con información de su vida y costumbres» (Recopilación, Libro 1, tít. 7, ley 7).

Las apreciaciones positivas

No todos vieron en los mestizos hispanoamericanos el cuerpo pestilente que presentan los testimonios aducidos hasta ahora. Esto vale, sobre todo, de los sacerdotes mestizos. Tenemos los primeros datos en favor del mundo mestizo en la junta eclesiástica de México de 1539, cuando se planeó una suerte de clero menor que ayudaría mucho en la catequización y en el culto. Para ese momento ya se contaría con unos buenos números de muchachos mestizos, hijos de indias y de conquistadores (capitanes y soldadesca), menores de veinte años y fácilmente identificables.

En 1552 se creó el Colegio de San Juan de Letrán en México, llamado inicialmente Colegio de Mestizos. Se pensaba que serían excelentes trasmisores de la fe, diez veces más eficaces que el clero español, por el conocimiento que tenían de sus compatriotas y de las lenguas ma-ternas. Se añadía que estos clérigos no estarían pensando en regresar a España, porque en cuanto al clero de España, «de cien se vuelven noventa», expresión que de diversas maneras va a repetirse en futuras noticias dadas por los obispos defensores de la ordenación de los mestizos.

Fray Pedro de Peña, futuro obispo de Quito, estando aún en México, proyectó un colegio para cien muchachos mestizos que un día pudieran llegar al sacerdocio. Pero en 1555 el primer concilio mexicano excluyó del sacerdocio a indios y mestizos.[14]El mismo amable y celoso fraile, siendo obispo de Quito, escribió un memorial muy positivo acerca del proyectado clero mestizo: «Una docena de tales hacen mucho más provecho que no estos españoles». Se le opuso el dominico Domingo de Ugarte en un juicio en que decía que no debía ordenarse ninguno «aunque más hijo de conquistadores sea», añadiendo la consabida letanía de su ociosidad y de sus vicios.

Solórzano reconocía la capacidad pastoral de los mestizos: «Si en estos mestizos concurriese virtud conocida y segura, y suficiente habilidad y doctrina, pudieran ser muy provechosos para ocuparse en la [doctrina] de los indios, por ser como sus naturales y saber tan perfectamente su lengua y costumbres».[15]Cuando Felipe II se opuso a su ordenación (cuando recibió noticias de lo que hacía el obispo de Quito), otros obispos hicieron elogios de los mestizos. Fray Pedro de la Peña dice que ha ordenado a cuatro en doce años y que «ningún español de buena vida les hace ventaja». El obispo del Cuzco, Sebastián de Lartaún, dirá más tarde (1583) que ha cumplido en no ordenarlos, pero añadiendo esta advertencia: «aunque certifico que algunos son tan virtuosos y de tanto momento que, para el edificio espiritual de los naturales desta tierra, convenía los tales se ordenasen, porque son muy peritos en las lenguas y no tanto impedidos en estorvo de doctrina», además de que no andarán anhelando volver a España «como los que de allá vienen».[16]

Juan B. Olaechea presenta en su notable estudio La primera generación mestiza de América en el clero una serie de sacerdotes mestizos excelentes, uno de ellos ordenado antes de 1550 (pp. 655-657). Conocemos ya a otro obispo, el franciscano Diego de Medellín, quien, al recibir real cédula negativa a la ordenación de los mestizos, responde en 1589 que se tienen falsas ideas acerca de ellos, que los cuatro de su diócesis son los mejores sacerdotes y que ningún otro los aventaja.[17]De un sacerdote mestizo de Santiago, Juan Blas, decía su obispo: «es el mejor eclesiástico que acá está, sabe muy bien la lengua de la tierra y la del Pirú, ha oído artes, es muy honesto y muy virtuoso y muy celoso de la salvación de estos naturales [...] buen cantor, gentil escribano, y sin él, el coro de esta iglesia vale muy poco».[18]

Sorprende, pues, verificar que, mientras los religiosos se mostraban tan desdeñosos de los mestizos, otros obispos religiosos, testigos de sus cualidades pastorales, los defendieran y trataran de promoverlos. Vimos antes que en el arzobispado de Santafé de Bogotá hacia 1580, de 93 clérigos, unos 15 eran mestizos. En Santiago por la misma fecha, entre 140 diocesanos, diez eran mestizos y otros tantos sacerdotes religiosos de un total de 210.[19]

Para la segunda mitad del siglo XVIII debió de haber cambiado un tanto la opinión peyorativa, aunque estén en contrario las afirmaciones de las Noticias Secretas, citadas anteriormente. El obispo de Santa Cruz de la Sierra parece suponer, en 1763, que algunos mestizos estudiaban en el colegio-seminario,[20]y el P. Clavijero en su destierro de Italia, como buen conocedor de su tierra mesoamericana, escribe en 1781 que los sacerdotes de castas se podían contar por millares en México.[21]

Existen asimismo testimonios positivos sobre los demás mestizos. Garcilaso Inca recuerda cómo él y sus compañeros jóvenes cantaban lindamente en las procesiones de Corpus,[22]y cómo años más tarde el canónigo Juan de Cuéllar les decía en su cátedra de cánones del Cuzco: «¡Oh, hijos míos! ¡Y cómo quisiera ver una docena de vosotros en la Universidad de Salamanca! […] ¡Sobra capacidad a los mestizos!».[23]Pondera también el hispano-inca la habilidad demostrada por ellos en el campo de la artesanía.[24]En México, el virrey marqués de Mancera, presenta a los obreros mestizos, laboriosos y útiles y organizados en gremios bajo la protección de algún santo.[25]Hasta el mismo virrey Toledo en 1576 donó en Lima un terreno para una universidad de mestizos.[26]

A mitad del siglo XVII el virrey Salvatierra, del Perú, titubea en aplicar una reiterada real cédula que prohibía a los mestizos el porte de armas. Dice que «ellos son muy capaces, hacendosos y amigos de los españoles».[27]Años antes, el carmelita Antonio Vásquez de Espinosa elogiaba a los mestizos del Cuzco, «que allá llaman montañeses, de los cuales han salido muy valientes y valerosos soldados en la guerra, servidores de Su Majestad, sufridores en todas ocasiones de grandes trabajos, que hacen una república muy ilustre».[28]También en México, el virrey Pedro Nuño de Colón escribe en la Relación dirigida a su sucesor en 1673 que «los mestizos, con valor ordenado y sujeto a la razón, précianse de tener nuestra sangre y han mostrado que saben desempeñarse de esta obligación».[29]

En el siglo XVIII no todos los juicios son desfavorables. El P. Bernardo Recio, entusiasta de la fe de los indios de la región centro-ecuatoriana, escribe que a éstos les hace bien estar «mezclados con los españoles, los mestizos y aun los negros» porque la manifestaciones de piedad que dan éstos influyen en la población indígena.[30]Los autores de las Noticias Secretas, contradiciéndose con otros juicios suyos recargados de pesimismo, cuando proponen el plan de enrolar a los mestizos en la milicia, parecen querer mejorar la idea que de ellos se tiene: pecan más por ignorancia «y se reconocen vasallos del rey de España, y aunque mestizos se honran de ser españoles y venir de indios». Añaden esta consideración antipática: «De modo que, no obstante participar tanto de uno como de otro, son acérrimos enemigos de los indios que son su propia sangre».[31]Humboldt vio a los mestizos en la capital mexicana, tirados al sol, nada feroces, austeros, resistentes, y le recordaron los golfos de Nápoles.[32]


Una parte de la sociedad catalogaba a los mestizos más como españoles que como indios. En 1778 una real cédula promulgó normas para impedir matrimonios entre personas de diversa clase social. Entonces, la Audiencia de México expresó que «mestizos y castigos no eran de comprenderse como las otras castas y que la común estimación lo pensaba así».[33]Es bien sintomática esta actitud, pues cuando se produjo la rebelión de Túpac Amaru (1780-1), que era, por cierto, mestizo, los mestizos no sólo no lo siguieron, sino que prefirieron vincularse a la causa de los españoles con la que se sentían más identificados.

Sin lograr superar los tercos prejuicios, la Corona, la Iglesia y la sociedad no comprendieron, como sí lo intuyeron y defendieron algunos obispos, que en el clero mestizo se podían encontrar los más eficaces colaboradores de la evangelización del indio. Durante dos largos siglos se privaron de los efectos de esta afortunada coyuntura. Esta intransigencia y esta falta de imaginación, a veces el orgullo, privaron a la acción pastoral de la Iglesia de unos instrumentos que, de haberse empleado generosamente, hubieran consolidado la presencia del Evangelio impregnando la cultura autóctona. No tuvieron gran éxito ni los colegios de mestizos, ni el plan del obispo fray Pedro de la Peña, ni se escucharon los argumentos de no pocos obispos que encarecían la eficacia de la pastoración realizada por sacerdotes mestizos. No seamos fáciles en nuestros juicios y considerandos de 1992, pues para que ellos se justifiquen, tendríamos que imaginar la existencia de otra sociedad hispanoamericana, y no la que históricamente existió.

La psicología del mestizo

La afirmación que citamos, tomada de las Noticias Secretas, que los mestizos «son acérrimos enemigos de los indios, que son su propia sangre», escrita a mitad del siglo XVIII, dos siglos después de que se les había prohibido cohabitar con ellos, y que a mitad del XVII expresó el jurista Solórzano, cuando dijo «son los que más daños y vejaciones suelen hacer a los mismos indios», ilustra el resentimiento vengativo y profundamente amargado de este deprimido grupo social. El mestizo (y el negro) veían protegida la comunidad indígena por una tupida fronda de leyes y privilegios, mientras ellos, que se consideraban mejor dotados en talento, iniciativas y vigor físico, sentían pesar sobre sí las mismas leyes que gravitaban sobre los de raza blanca, en tanto que socialmente eran despreciados por ella y odiados por los indios.

La crueldad y mala imagen del mestizo frente a sus hermanos medios, los indios, se había hecho proverbial. Solórzano, recordándola, recoge el dicho: «Hasta el baho de los mestizos les hace daño» (Política Indiana, Libro 4°, cap. 20, No. 33). Las Noticias Secretas, un siglo después, sostenían que la crueldad de españoles y mestizos con los indios era peor que la de los tiempos de la conquista,[34]y el festivo Concolorcorvo, en su Lazarillo de ciegos caminantes (1775-6), alude frecuentemente a la pasividad de los pobres indios y a la viveza maligna de los mestizos. El arzobispo Cortés y Larraz aduce testimonios de cómo esa presencia mestiza en pueblos de indios los corrompía y estaban disminuyendo, porque los indios se ahuyentaban o venían a convertirse en sus esclavos. Elogia al pueblo de Chalcuapa, donde los indios no permitían vivir a los ladinos sin licencia previa y pago de una cantidad concertada. Dice todavía más: «Los indios tienen a los españoles y ladinos por forasteros y usurpadores de estos dominios por cuyo motivo los miran con odio implacable», obedeciéndoles solamente por miedo.[35]

La sociedad colonial hispanoamericana se configuró como una sociedad estratificada y escindida. No fue sociedad de castas, como en la India, sino sociedad jerarquizada, cuyos estratos quedaron rígidamente separados por la ley y las costumbres. Legalmente, indios, españoles y mestizos legítimos ocupaban los primeros puestos, pero socialmente los indios quedaban en el último, dentro de la apreciación común. El mestizo, aun el legítimo, debió de alimentar un complejo de agresiva inferioridad. En los siglos XVI y XVII padecen la oposición civil, y en la práctica, también la oposición eclesiástica para ser ordenandos sacerdotes, y ello aun siendo legítimos, por la presunción de taras psicológicas y morales.

A mediados del siglo XVIII, de acuerdo con el estudio de Don Paulina Castañeda, pareciera que ellos mismos las suponían.[36]Ocurrió, en efecto, que no pocos mestizos acudían a Roma en demanda de dispensas para ser ordenados, no teniendo que hacerlo, por cuanto los obispos poseían facultades en tales casos para hacerlo. El fiscal cree que ellos daban este paso porque seguían pensando que aún pesaba sobre ellos la objeción de «sus depravadas costumbres».

Avanzando el siglo XVII se deterioró aún más su situación social, pues la población mestiza crecía biológicamente, de modo que no se oía ya tanto decir «hijo de español». Lo que significa que iba aumentando la bastardía. Dice Madariaga: «Había en Indias tantos bastardos que el estigma social de la ilegitimidad debió perder no poco de su ponzoña».[37]El juicio se nos hace demasiado benigno. Pero se presenta el dato oscuro de la opinión popular: el mestizo es presuntamente ilegítimo,[38]y no conoce a su padre. Las normas de la Corona en 1778, acerca del derecho que asistía a los padres de familia para intervenir en el matrimonio de sus hijos, no obligaban ni a los mestizos, ni a los mulatos, ni a los negros, porque se suponía que les era difícil acertar con sus progenitores.[39]

Quedaban las madres, pero de ellas existían juicios y opiniones amargas. Óigase uno de ellos: es el agustino fray Juan de Vásquez en su Crónica continuada de la Provincia del Perú de la Orden de San Agustín (Parte 2a, Libro 5, cap. 5), con estas palabras: los incontinentes españoles «no cuidando de los partos de su delito, quedan [los mestizos] sólo al cuidado de las madres, y como éstas son como ignorantes, indias, incapaces de dar a los indios la doctrina que necesitan para crecer en el temor de Dios, suelen salir de depravadas costumbres». ¿Qué les quedaba a la mayoría de los mestizos? Un deán del cabildo catedral de Guatemala escribía sus impresiones en la segunda mitad del XVIII refiriéndose al ladino o mestizo: «Un hombre que no puede tener propiedad, ni bien raíz alguno en el país o pueblo que habita, es siempre extranjero en él. Como extranjero tirará a pasar, y pasando arrebatará lo que pueda, seguro de que nunca va a perder. Por esta parte es el hombre más independiente de las leyes, y más libre de la inspección de los jueces […] Esta es una de las principales causas de que los ladinos sean malos, y algunos perjudiciales en los pueblos. Mas yo he admirado que no sean mucho peores y que se encuentre entre ellos gente de probidad, como los hay en efecto».[40]

La conciencia del mestizo debía de ser de desarraigado. Las Noticias Secretas lo describen así: «Son regularmente bien hechos, fornidos, altos, algunos son de tan buena estatura que exceden a los hombres regularmente altos, y son propios para la guerra porque se crían en sus países acostumbrados a trajinar de unas partes a otras, hechos a andar descalzos, desabrigados por lo común, y mal comidos, por lo que ningún trabajo se les haría extraño».[41]Es singular el parecido de esta semblanza con la que más de un siglo antes trazó Vásquez de Espinosa, cuyo texto no se conoció hasta hace algunos decenios. Cuadro igualmente parecido hace de estas gentes el P. Joaquín de Finestrad en el decenio de 1780. Las presenta aviesas, huidizas, trashumantes, primitivas, semejantes al caracol que lleva a donde se arrastra su techo y sus pobres pertenencias.

En Guatemala el deán Antonio García Arredondo, y en México el obispo de Michoacán, Abad y Queypo, son de los pocos que reconocen que la maldad de estos desdichados se debe a la discriminación legal y a la pobreza.[42]Otro obispo de México, Antonio de San Miguel, pone de relieve la fortaleza y vigor de los mestizos, pero también su irritación contra la sociedad blanca.[43] No sabríamos decir hasta qué punto los mestizos tuvieron conciencia de clase o de cuerpo. Quizá sea demasiado injusto decir que los unía sobre todo el resentimiento con el blanco y el desprecio hacia el indio.

A fines del siglo XVIII se percibe una agudización de la conciencia social y la de la agresividad contra la alta clase, a que ésta respondió con los mecanismos del temor por la pérdida del control social sobre el sistema normativo fixista que había imperado por casi trescientos años, y aunque los informes sobre limpieza todavía siguen mereciendo más atención que los de méritos y servicios, empieza también a atribuirse mayor reconocimiento a muchos de los «oficios mecánicos» y trabajos que eran ocupación de los mestizos urbanos. Quizás esta actitud llevó a muchos a sentirse más insertados y menos deprimidos en aquella sociedad que tanto los necesitaba y que tanto los había humillado. Sería un estudio de singular interés investigar la composición social de los ejércitos patriotas, de los nuevos cabildos republicanos y de los nuevos contingentes clericales.

«Los mestizos como destinatarios de la evangelización»

Llegamos ahora al tema que nos han propuesto los organizadores de este Simposio, enunciado en el subtítulo, y por ello entre comillas ... Puede proponerse también así: ¿existió una acción específica pastoral con los mestizos? Al término de las páginas que hemos redactado, hemos de decir que no. La Iglesia y la Corona se esforzaron de manera admirable en la evangelización y consolidación de la fe del mundo indígena, y no descuidaron del todo a los negros. Pero no se ve que buscaran o desplegaran métodos de catequización y cultivo de la fe entre los mestizos. No se oye hablar de apóstoles de los mestizos, ni de cofradías, ni de procesiones suyas en los días fuertes de la liturgia, ni de patronos celestiales suyos, ni de predicación dirigida precisamente a ellos.

En general estaban legalmente equiparados a los españoles y a los criollos, no gozando de ningún privilegio concedido a los indios en el terreno civil. En el eclesiástico no se veían cobijados por ninguna de las disposiciones favorables de la legislación canónica: eran blancos para los pagos de diezmos, sujeción al tribunal de la Inquisición, para los ayunos, fiestas de guarda.

La trasmisión doméstica de la fe debió de ser casi inexistente en el caso de los mestizos ilegítimos, que constituían una mayoría. Pues no es verosímil que una madre india, normalmente rústica, ignorante y fácil, fuera la iniciadora de sus hijos en la fe. Los testimonios citados en estas páginas, descontado su pesimismo, presentan a estas madres más como trasmisoras de taras morales que de vida cristiana. Reviste mucho interés, aunque mucha dificultad, investigar si el entorno familiar de la madre se preocupaba por la cristianización del niño mestizo. No hemos encontrado nada concreto en un estudio realizado acerca de la acción pastoral de la Iglesia en las parroquias rurales de Colombia, en los últimos cincuenta años de la dominación española.[44]

Sin duda se llevaba a bautizar al niño y dentro del término de tiempo indicado, pero este comportamiento obedece a la compulsión del estricto esquema religioso de la cristiandad. Durante casi tres siglos sintieron los mestizos descargarse sobre sí la animadversión y el prejuicio denigrante de una sociedad blanca, minoritaria pero intransigente. Las reales cédulas, los informes de los virreyes, los pareceres de los eclesiásticos, los ordenamientos de los religiosos, habíanlos tratado continuamente de ilegítimos, adulterinos, vagabundos, perezosos, viciosos, ladrones, tramposos, depravados, habían visto cerradas las puertas del sacerdocio en numerosas oportunidades y se habían sentido rechazados de toda promoción eclesiástica y civil. De nuevo hemos de preguntarnos, si se quiere con un criterio anacrónico, ¿cómo allí no hubo imaginación y creatividad pastoral (por usar terminologías modernas) para cultivar el cristianismo de los ultrajados mestizos? Por lo menos, ¿cómo no se observó mayor caridad y comprensión con estas gentes a quienes se acorralaba desde su nacimiento por culpas que no habían cometido?

Tantos vicios y taras que se les atribuyen eran el resultado de la hostil ecología en que se habían criado. Antes admira su fidelidad radical a las creencias cristianas. El dinámico obispo de Caracas, don Mariano Martí, menciona a los muchos buenos mestizos y mestizas que iba encontrando en su épica visita pastoral de diez años a la vastísima diócesis de Caracas. El mismo Villarroel, en una de sus más expresivas páginas, dice que en Santiago regresaba de la catedral a las casas episcopales, henchido el corazón de gozo por el fervor de sus diocesanos, blancos, indios, negros y mestizos.

Donde existieron pueblos de mestizos, que debieron de ser escasos, parece que había párrocos propios para ellos. Se habla de un pueblo de Guatemala con «su cura que les sirve en lengua castellana»,[45]pero este dato es demasiado insular como para sacar conclusiones. También se habla de otro párroco en un pueblo de mayoría mestiza, en conflicto con su párroco, cerca de Ibarra, en el Ecuador.[46]El sexto concilio de Lima (1772) se reduce a decir, acerca de los españoles y mestizos que viven en pueblos de indios, que «dan mal ejemplo» y que han de asistir a la doctrina junto con los indios.[47]

No tengo especial competencia en el arte hispanoamericano, mestizo o barroco. Sería fascinante recorrer una parte notable de nuestra iconografía, cristológica, mariana, santoral, para descubrir en ella esa «mancha de la tierra» que tanta irritación producía en los españoles americanos, cuando se enrostraba, y que tanta satisfacción tiene que producir hoy en los historiadores de la religiosidad popular, si se animan a realizar tales estudios.

Me atrevo a hacer esta pregunta: el inefable rostro de la Virgen de Guadalupe, ¿no tiene rasgos mestizos? ¿Y cuántas otras imágenes de la Virgen no se muestran así, por ejemplo en la región andina? Una imagen de la Madre de Dios, veneradísima en el sur de Colombia y en el Ecuador, grabada inexplicablemente con vivos colores en el tajo de una roca sobre el abismo, la Virgen de las Lajas, fue señalada así por una indiecita, hija de María Mueses de Quiñones, india del pueblito de Potosí, en 1769: «Mamita, vea esta mestiza que se ha despeñado con un mesticito en los brazos y dos mestizos a los lados». La mestiza era Nuestra Señora, el mesticito, su hijo Jesús, los mestizos, San Francisco y Santo Domingo.[48]

Notas

  1. BAYLE, 530. Son determinaciones de 1594.
  2. E. CÁRDENAS, SJ., Pueblo y religión en Colombia, 1780-1820 [Tesis doctoral, Roma 1976, para editar. t.1, p. 150].
  3. REMESAL, Antonio de, O.P., Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala [1619]. Ed. de Guatemala, 2 tt. 1932. Cita, Libro 9° cap. 15
  4. ARANEDA, Fidel, Historia de la Iglesia en Chile, Santiago 1986, p. 26
  5. Cit. por BAYLE, 528.
  6. CALANCHA, t. 1, Libro 3, cap. 23
  7. PÉREZ GÓMEZ, J., «Apuntes para la historia de la Provincia Agustiniana de Nuestra Señora de Gracia en Colombia», Arch. Hist. Hispanoagustiniano, 20 (1923) p. 70.
  8. Bullarium Romanum (Mainardi), t. 14, Roma 1744,378.
  9. CASTRO SEOANE, José, O.M., «La expansión de la Merced en la América colonial», en Missionalia Hispanica 1 (1944) 73-108; 2 (1945),231-290.
  10. LOPETEGUI, El Padre José de Acosta ... , 394.
  11. Ib., 395, citando la cédula de Felipe II
  12. MATEOS, Historia general..., 1, 48-62. También VARGAS UGARTE, La Compañía de Jesús ... 1, 269-270
  13. Cit. por BRUNO, El Derecho..., 67.
  14. OLAECHEA, «La primera generación», 653-654.
  15. SOLÓRZANO, Política Indiana, Libro 2, cap. 30, No. 23
  16. VARGAS UGARTE, Concilios limenses... III, 44.
  17. lb., 45. BRUNO, El Derecho..., 65
  18. ARANEDA, Historia ... , 25.
  19. lb., 26. La nota se refiere a Chile
  20. CASTAÑEDA, «Facultades», 20.
  21. Storia antica del Messico [1781], cit. por BAYLE, «España y el clero», 522-523. Véase el estudio de OLAECHEA, «Millares de sacerdotes nativos... » 202-207, en que defiende que el P. Clavijero se refiere a sacerdotes no estrictamente criollos.
  22. Comentarios reales, Libro 5, cap. 4.
  23. Ib., Prólogo a la Segunda Parte de los Comentarios
  24. Ib., Segunda Parte, Libro 7, cap. 22.
  25. Cit. por CUEVAS, Historia, III, 29-32.
  26. ROSENBLAT, La población II, 94 y 134.
  27. MOERNER, La mezcla... , 51.
  28. Compendio y Descripción ... , No. 1599
  29. Cit. por CUEVAS, Historia... II, 40.
  30. Compendiosa relación... , 327.
  31. Noticias Secretas, JUAN J. - ULLOA, A., I, 177
  32. Cit. MADARIAGA, Cuadro histórico..., 394.
  33. Cit. MOERNER, La mezcla..., 47.
  34. T. II, 279.
  35. GARCÍA AÑOVEROS, La situación..., 97-99.
  36. La idea se encuentra en el estudio del autor «Facultades de los obispos indianos» ...
  37. MADARIAGA, O.C., 558.
  38. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, La población... r 146, aduce el dato de una población chilena, Pelarco, cer¬ca de Talca, donde el 74% de los blancos son legítimos y sólo el 25% de los mestizos.
  39. Ib., 148.
  40. GARCÍA AÑOVEROS, O.c., 158
  41. JUAN, Jorge, - ULLOA, Antonio, Noticias secretas... 1, 177.
  42. Cit. MOERNER, La mezcla ... , 63
  43. Observación de Humboldt, cit. por LIPSCHUTZ, El problema racial..., 252.
  44. Véase nota 2.
  45. J. LUJÁN en Historia General de España y América, siglo XVI . IX/2, 164, citando a F. DE FUEN¬TES GUZMÁN, Recordación florida.
  46. RECIO, Compendiosa relación..., 199.
  47. VARGAS UGARTE, Concilios limenses..., II, 15.
  48. J. c. MEJÍA y MEJÍA, Tradiciones y Documentos. Apuntes relativos a la historia de Nuestra Señora de las Lajas, Bogotá, 4' ed., 1950.

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EDUARDO CÁRDENAS, SJ. © Simposio CAL, 1992