CONTINENTE DE LA ESPERANZA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El domingo 3 de julio de 1966 en la Basílica de San Pedro, el Papa Paulo VI imponía el Orden sacerdotal a setenta jóvenes destinados a trabajar en la mies de América Latina.

En la Homilía de esa ceremonia el Papa indicaba que América Latina tenía “la original vocación de plasmar en una síntesis nueva y genial lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal (…) para dar testimonio de una novísima civilización cristiana.” Dos años después, el mismo Paulo VI se refería a la América Latina como el «Continente de la Esperanza».

San Juan Pablo II retomó el término en la inauguración de la Tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano ( CELAM) celebrada en enero de 1979 en la ciudad de Puebla de los Ángeles; posteriormente y en múltiples ocasiones, el Papa santo volvería a emplearlo. (DHIAL)

Es lógico que la expresión insistentemente utilizada por el Papa para calificar a Iberoamérica como «Continente de la Esperanza» no se trate de una expresión diplomática o algo semejante, pues pensar eso equivaldría a agraviar nada menos que a la persona de Pedro. Se trata de una expresión con un contenido sobrenatural específicamente dirigido a Iberoamérica. La frase alude directamente al destino del Nuevo Mundo. Al decir «continente» no se refiere a ninguna nación en particular, ni a un grupo de naciones, sino a la totalidad de Iberoamérica como un «corpus» vivo. Al decir «esperanza», alude a aquella tensa espera de la beatitud desde la cual y en la cual se desarrolla la historia de un continente católico.

Trátase, pues, de un continente peregrino o en peregrinaje que, en cuanto tal, es partícipe (y heredero legítimo) de la misionalidad de la Iglesia. Para eso ha sido «destinado», es decir, enviado. No se trata entonces, principalmente, de la Iglesia en Iberoamérica, sino de Iberoamérica en la Iglesia. En Ella Iberoamérica ha recibido un llamado al que debe responder. Y su respuesta es su destino histórico.

Es el alba que se avecina. Como la tenue claridad del horizonte por la cual suspira el centinela, Iberoamérica está en estado de vigilia ante el amanecer que llega y que en cierto modo lleva consigo. Así parecían haberlo intuido los compañeros de Cristóbal Colón, cuando ya visible el alba, cada noche, hasta el amanecer del 12 de octubre, rezaban presididos por el Almirante:


“Bendita sea la luz
y la Santa Veracruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad.


Bendita sea el alba
y el Señor que nos la manda
Bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía.
Amen.”


ALBERTO CATURELLI