CAMACHO MARÍA DE LA LUZ. La Mártir de Coyoacán

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Ciudad de México, 1907-Ciudad de México, 1934) Mártir seglar, Terciara Franciscana

Breves datos biográficos.[1]

En el antiguo pueblo de Tacubaya, hoy parte de la Alcaldía Miguel Hidalgo de la Ciudad de México, nació María de la Luz el 17 de mayo de 1907 como primer y único fruto del matrimonio formado por don Manuel Camacho y doña María Teresa González. Cuando María de la Luz tenía apenas 7 meses de edad, su madre falleció y fue su hermana Adela quien se hizo cargo de la pequeña bebé. Su padre volvió a contraer matrimonio en 1909 con Beatriz López Tello y tuvo tres hijos, pero don Manuel volvió a quedar viudo. En 1922 nuevamente contrajo matrimonio, ahora con Adela González, la hermana de su primera esposa y que se había hecho cargo de la pequeña María de la Luz. Dos nuevos medios hermanos vinieron a completar la familia Camacho González que había establecido su domicilio definitivo en la calle Madrid #33 de la antigua villa de Coyoacán, que para ese entonces era ya parte importante de la ciudad de México. Buscando darle la mejor educación posible, don Manuel Camacho inscribió a su hija María de la Luz como interna en el Colegio Teresiano de la Ciudad de Puebla, donde estudió la primaria e hizo su Primera Comunión. En 1918 regresó a la Capital, prosiguiendo sus estudios en el prestigiado Instituto Católico para niñas de las señoritas Cea. A lo largo de los tres años como alumna de esa institución, María de la Luz obtuvo siempre altas calificaciones, además de participar entusiastamente en el grupo de teatro de la institución. Su afición al teatro le hizo organizar “representaciones teatrales que ella misma componía valiéndose de cuentos, leyendas o pasajes de la Historia de la Iglesia o de la Sagrada Escritura. Los actores eran ella y sus hermanitos; el público, la abuelita y su tía Adela.”[2]

Fueron su abuela y su tía Adela quienes primeramente le instruyeron en la fe y le ayudaron en el desarrollo de los dones y gracias recibidos en el bautismo. Posteriormente su vida espiritual y moral se vio fortalecida por las enseñanzas y ejemplos que recibió en las instituciones educativas donde pasó su infancia y juventud. Su militancia en la Tercera Orden de San Francisco potenció su vida de gracia y su instrucción religiosa.

Colaborar en la misión de la Iglesia de acercar el Evangelio a todos, especialmente a los niños, llevó a María de la Luz a convertirse en catequista, labor para la que se preparó concienzudamente; su libro de cabecera era «La obra de los catecismos» escrito por San Francisco Javier. No solo colabora con las tareas catequísticas en su Parroquia los días domingo; en su propia casa fundó un centro catequético que funcionaba los sábados con cerca de 80 niños.[3]

Contexto histórico

En 1929 el gobierno de Emilio Portes Gil con el consentimiento del «jefe máximo de la revolución» Plutarco Elías Calles, hizo los llamados «arreglos» con los obispos mexicanos Pascual Díaz y Leopoldo Lara y Torres; de esos arreglos (si “arreglos” pueden llamarse) surgió un especial « modus vivendi» que dio fin a la Cristiada pero que habría de llevar al pueblo católico mexicano a una nueva persecución, denunciada en su momento por el papa Pío XI en su encíclica «Acerba Animi».[4]

Jean Meyer califica ese modus vivendi como la «carnicería selectiva», misma que prosiguió por varios años y en la cual la mayoría de los jefes y oficiales cristeros cayeron. “Para los cristeros, el modus vivendi se convirtió muy pronto en un siniestro «modus moriendi», padecido como una prueba peor que la guerra misma y llevado como una cruz, misterio incomprensible al cual se sometían por amor al Papa y a Jesús, Cristo Rey. Todos los antiguos cristeros dicen: «Han muerto más después de los arreglos que durante la guerra».”[5]

Con detalle Meyer explica que la perfidia del gobierno no se limitó al momento de la entrega de las armas al darse los «arreglos»: “la carnicería selectiva se prosiguió durante varios años y la mayoría de los grandes jefes cayeron. No se libraron los simples soldados: Hubo una matanza en masa excepcional, la de Cojumatlán (Jalisco), donde todos los cristeros perecieron, y en San Martín de Bolaños una carnicería menos importante, la de 40 antiguos cristeros, el 14 de febrero de 1930. La caza del hombre fue eficaz y seria, ya que se puede aventurar, apoyándose en pruebas, la cifra de 1500 víctimas, de las cuales 500 jefes, desde el grado de teniente hasta el de general.”[6]

En la capital de la República la persecución tuvo un agregado especial: el odio anti-teo de Tomás Garrido Canabal, a quien el presidente de la República Lázaro Cárdenas había nombrado Secretario de Agricultura del Gobierno Federal.

Tomás Garrido Canabal fue el cacique todopoderoso y arbitrario que, a lo largo de quince años, gobernó de hecho el estado mexicano de Tabasco con un peculiar proyecto educativo. El proyecto presentaba hondas raíces anticristianas en su totalidad. A su anti catolicismo se unía un racionalismo trasnochado y otros puntos de carácter socializante y con tonos semi-anárquicos en la estructuración social del Estado.

Para ello creó una serie de organismos, como la Liga Central de Resistencia, con los métodos característicos del más puro anarco – socialismo de la época. En el campo religioso, su radicalismo anticatólico quiso fundarse en los artículos de la Constitución de 1917 y en las leyes que luego Plutarco Elías Calles promulgaría.

Amparado por aquellas leyes, Garrido Canabal emprendió una fuerte propaganda contra la fe católica y en definitiva contra todo sentido religioso, proponiéndose formar una nueva generación de hombres y mujeres que fuesen genuinos hijos de aquellas ideas que los revolucionarios jacobinos y legisladores del año 1917 habían querido promover legalmente. Se vio encumbrado en la cima del poder estatal de Tabasco como gobernador interino en 1919, y ya inmediatamente quiso poner en práctica aquel espíritu en el ámbito religioso. El 13 de diciembre de 1919 decretó que el número de sacerdotes en en el Estado de Tabasco sería de uno por cada 30 000 habitantes. Para implementar la lucha anticatólica, Tomás Garrido Canabal creó también la organización de las «camisas rojas», las que además de su actividad política de apoyo, desplegó un combate militar contra la Iglesia católica. El gobernador sembró sus años de gobierno directo o indirecto de decretos que prohibían o limitaban hasta lo inverosímil el culto, el bautismo de los niños y adultos, las fiestas religiosas, los matrimonios religiosos y los funerales católicos. En su locura anticatólica y anticristiana llegó incluso a perseguir hasta la sola mención de Dios, mientras él se autonombraba «Enemigo personal de Dios y de la Iglesia». A sus tres hijos les puso por nombres Zoila Libertad, Lenin y Lucifer. Cerró los templos y les dio un nuevo uso; los convirtió fundamentalmente en escuelas «racionalistas». Todos los templos fueron derribados hasta sus cimientos; muchas imágenes fueron quemadas. Los cristianos, como en tiempos antiguos, escondieron cuantos objetos religiosos y estatuas pudieron librar de la destrucción en bosques y montañas.

Garrido Canabal en la Ciudad de México

Cuando, Tomás Garrido se trasladó a la capital de la República el 28 de noviembre de 1934 para integrarse al gabinete de Lázaro Cárdenas, llevó consigo a los jefes de los «camisas rojas» para reproducir la acción anticatólica en la ciudad de México.

“Pronto la Ciudad de los Palacios es invadida con la producción literaria del «estado modelo». Libros, folletos, hojas volantes, cartelones, hacen saber a los rezagados habitantes de la Capital que Dios no existe y otras lindezas más,”[7]El 12 de diciembre, frente a su local de Tacubaya, los «camisas rojas» organizaron una «asamblea cultural» donde, además de una retahíla de blasfemias e insultos, quemaron una imagen de la Virgen de Guadalupe.

La asamblea «cultural» de Tacubaya acabó en un zafarrancho cuando los vecinos, indignados, se lanzaron contra los camisas rojas. Entonces convocaron a otra «asamblea cultural» para el domingo 30 de diciembre en la Parroquia de Coyoacán.


El Martirio de María de la Luz

En la Villa de Coyoacán donde vivía la familia Camacho, fue nombrado «delegado»[8]Homero Margalli, uno de los jefes principales de los «camisas rojas» que arribaron a la capital con Garrido Canabal. De inmediato Margalli trató de implementar las medidas anticatólicas como las de Tabasco, y la convocatoria a realizar la asamblea «cultural» en la Delegación a su cargo le venía muy a propósito.

“Era el domingo 30 de diciembre. Desde las 9 de la mañana los vecinos que atravesaban el jardín que da al frente del templo parroquial observaron a un grupo de jóvenes que se iba reuniendo en torno a la gran Cruz de la Misión, que apenas dista unos treinta metros. Su indumentaria claramente los denunciaba: eran los ya temibles «camisas rojas» de Garrido Canabal. Su número llegó a 60.

Todos fueron saliendo del Ayuntamiento, donde Margalli les había animado y recalentado la cabeza con abundantes libaciones de coñac. Todos, aún los más jovenzuelos llevaban su pistola cargada. En los brazos de la Cruz despliegan la bandera rojinegra. Al pie de la Cruz ocultan varios botes de gasolina.

Para asegurar el éxito eligen la Misa de las 10, que es la de los niños, a la que acude poca gente grande y pocos hombres. Pronto aquellos mozalbetes, que apenas si llegaban a los 20 años, empezaron a gritar insultos a Cristo, a la Virgen Santísima, al Papa. (…) Los que escucharon esas palabras no dudan ya: los «camisas rojas» van a asaltar el templo y quemarlo. Allí están, semi-ocultos. Los botes de gasolina. El rumor se esparce por la población.

María de la Luz se encuentra en su casa. La noticia la hace reflexionar por unos momentos, pero luego se decide. Es la hora de la Misa de los niños, de sus niños. ¡Debemos defender la iglesia!, le dice a su hermana Lupita ¡. Se pone su mejor vestido, el de seda verde. Su hermana le pregunta: ¿por qué te pones tan guapa? Responde: Cuando se trata de defender a Cristo Rey, conviene ponerse el mejor vestido. (…)

Al llegar al parque claramente oyen las voces insultantes de los rojinegros. (…) María de la Luz y Lupita se quedan a la puerta de la Iglesia, de cara a la chusma amenazante -¡el que se atreva a entrar a la Iglesia, antes pasará sobre mi cuerpo…! (…) Se oye la campanilla del Sanctus que anuncia la proximidad de la Consagración. Desde fuera notan los Camisas rojas que la gente se arrodilla. Esto les irrita y lanzan insultos y blasfemias.

Termina la Consagración. Se escucha entonces una valiente voz: ¡los que tengan valor, que vengan a la puerta!. Unas veinte personas se levantaron y siguieron al que había hablado. María de la Luz queda en primera fila. Afuera, los asaltantes no se atreven a entrar al advertir la resuelta actitud de los fieles animados con las palabra y ejemplo de María de l Luz. (…) Ante esta resistencia inesperada, el jefe rojinegro decide cambiar de táctica. Hay que atacar matando… Y vino el grito que era orden y contraseña: ¡Viva la Revolución!

Las pistolas comienzan a funcionar (…) era lógico que los primeros disparos fueran contra ella. Una bala atravesó su pecho virginal y le impidió terminar el grito, cuya última palabra se ahogó en su garganta: ¡Viva Cristo Rey…! Su precioso cuerpo se desplomó entre los brazos de su valiente hermana Guadalupe.”[9]

Además de María de la Luz fueron heridos de muerte otras cuatro personas: un mendigo tullido que siempre estaba en la puerta del templo, el comerciante Ángel Calderón, la también terciara franciscana Inés Mendoza y otro joven del que se desconoce su nombre. Ante la multitud que se congregó al oír la balacera, los «camisas rojas» huyeron a refugiarse en la Presidencia municipal.

Primeros frutos de su sacrificio

Tres días después, primer día del año 1935, un gran multitud se dio cita en el domicilio de la familia Camacho para acompañar el féretro de María de la Luz hasta el panteón de Xoco, donde fue sepultada. Terminado el sepelio, la multitud prosiguió por el Paseo de la Reforma hasta llegar al zócalo donde varios oradores tomaron la palabra para exigir justicia y poner fin a los atropellos de los «camisas rojas».

El Presidente Cárdenas, atemorizado, cesó en su cargo a Garrido Canabal y los «camisas rojas» tuvieron que regresar a Tabasco. Era el primer fruto de la sangre de María de la Luz Camacho, la «mártir de Coyoacán». Años después sus restos fueron trasladados al interior del Templo Parroquial que ella defendió con valentía hasta derramar su sangre; ahí esperan la Resurrección del Día final, y quizá antes, su beatificación

NOTAS

  1. Datos tomados del libro del P. José Macías, S.J. La Mártir de Coyoacán. Ed. Tradición, México. 1986
  2. Ibídem, p. 26
  3. Ibídem, p. 28
  4. Fue promulgada el 29 de septiembre de 1932. En «Acerba Animi» (con el ánimo angustiado), el Papa denuncia la continua persecución a la Iglesia católica en México, lo cual ya había hecho en 1926 en su encíclica «Iniquis afflitisque». Posteriormente, en 1937, volvió a denunciar la persecución al pueblo mexicano con la tercera encíclica dedicada a la situación de la Iglesia en México: la «Firmissmam constantiam».
  5. Meyer Jean. La Cristiada. Vol. I Siglo XXI, México, 5 ed. 1977, pp. 336-337
  6. Meyer Jean. Ibíd. pp. 345-346
  7. José Macías, Ob.Cit., p.83
  8. En la estructura de gobierno de la ciudad de México hasta el año 2018, los «delegados» fueron el equivalente a los presidentes municipales.
  9. José Macías, op. Cit., pp. 88-90


JUAN LOUVIER CALDERÓN