ACCIÓN CATÓLICA CHILENA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

La Acción Católica es un movimiento eclesial constituido oficialmente por la encíclica «Ubi Arcano» de 1922 y definida por el Papa Pío XI como la “participación de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia”,[1]con el objetivo de asegurar y extender su presencia, no sólo por medio de la estructura institucional, sino también, y principalmente, a través de la sociedad civil. Bajo esta perspectiva, el laico comenzó a ser reconocido como un componente fundamental de la acción eclesial, aunque esencialmente vinculado a la autoridad eclesiástica.[2]

El movimiento surge como respuesta al modelo eclesial de la «nueva cristiandad» propuesto desde el Vaticano. Éste modelo consistía en una intensa renovación eclesial, sustentada por una nueva cultura fundada en los valores cristianos, supuestamente perdidos tras décadas de influjo secular.[3]En efecto, los principios de este modelo fueron elaborados durante la década de 1920, en el contexto de los estragos sociales, económicos y morales que sucedieron a la Primera Guerra Mundial, y de la posterior crisis económica de 1929.

Estos hechos motivaron una profunda reflexión de los prelados, cuya principal conclusión fue asociar la decadencia de la sociedad occidental, y su continuo estado de crisis, al alejamiento de la religiosidad y a la pérdida paulatina de la fe por parte del pueblo. Para revertir esta situación, la Iglesia se aferró a la figura del pontífice, cuya autoridad fue reafirmada después de 1930, para decretar la urgencia de una recristianización de la cultura universal, basada en la cooperación activa –aunque sometida a la jerarquía eclesiástica– de los seglares. A este modelo se aferró primero, para luego asimilarlo, la Iglesia chilena desde 1931, fecha de la instauración de la Acción Católica en Chile.

Antecedentes

Antecedentes directos de la Acción Católica chilena fueron la «Unión Católica», creada en 1883 a instancias del obispo Joaquín Larraín Gandarillas y suprimida en 1888. También se considera un antecedente la «Asociación de Jóvenes Católicos», fundada en 1915 por el presbítero Julio Restat, que con el tiempo se convertiría en la «Asociación Nacional de Estudiantes Católicos».[4]En 1921 fueron las mujeres católicas las que se organizaron en la «Asociación de la Juventud Católica Femenina», surgida de la iniciativa de Teresa Ossandón Guzmán y bajo la dirección del presbítero Rafael Edwards Salas.

Estas asociaciones son consideradas antecedentes de la « Acción Católica», debido a su marcado carácter jerárquico (siempre fueron organizadas y dirigidas por la jerarquía eclesiástica) y por su especialización en ramas (hombres, mujeres, estudiantes, etc.). Según esta lógica, la « Acción Católica» no surge como una "novedad", sino como resultado del conjunto de inquietudes promovidas por el asociacionismo católico de fines del siglo XIX y, particularmente, las asociaciones juveniles que surgieron alrededor de los «círculos de estudios» conformados desde la primera década del siglo XX.[5]

Instauración de la « Acción católica»

En esta línea, la Acción Católica surgió para agrupar y canalizar —dentro de una sola entidad dirigente— al laicado católico disperso en un sinnúmero de asociaciones. La gran novedad entonces de la « Acción Católica» fue el fortalecimiento del vínculo entre el laico y la jerarquía, con un carácter fuertemente aglutinador. En 1931 la sede arzobispal chilena fue ocupada por el Pbro. José Horacio Campillo en reemplazo del obispo Crescente Errázuriz. Una de las principales obras de Campillo fue, precisamente, la promoción de la « Acción Católica chilena».

Instaurado el día 25 de octubre de 1931, el movimiento fue constituido en el país por expresa prescripción del Papa Pío XI, y bajo la dirección del Episcopado chileno. Su objetivo, expuesto en el decreto fundacional, era “promover y organizar la cooperación de los laicos en las obras de la Iglesia”.[6]La Comisión Episcopal de la Acción Católica quedó constituida por los Obispos José María Caro, Gilberto Fuenzalida y Rafael Lira Infante. Esta comisión estaba en la cúpula del organigrama que estructuraba la Acción Católica chilena.

Estructura y organización

La Acción Católica se organizó a nivel nacional, diocesano y parroquial. A nivel nacional estaba representada por una «Junta Nacional de Acción Católica» que, con sede en Santiago, era “el órgano promotor y coordinador de la Acción Católica de Chile”,[7]y de la cual dependían las cuatro ramas principales: la «Asociación de Mujeres Católicas», la «Juventud Católica Femenina», la «Asociación de Hombres Católicos» y la «Asociación de Jóvenes Católicos». Todas estas instancias contaban con un Presidente (laico) y un Asesor Eclesiástico (sacerdote). Tanto el presidente como el asesor dependían jerárquicamente del Asesor Nacional de la Acción Católica.

A nivel diocesano se reproducía la estructura nacional, donde cada diócesis tenía su propia «Junta Diocesana», sus propias ramas y sus propios dirigentes. El último eslabón del organigrama fueron las «Juntas Parroquiales».

Cada Junta estaba compuesta por los presidentes de los Consejos de las cuatro asociaciones de la Acción Católica. Así, para 1931, la Junta Nacional quedó compuesta por el presidente del Consejo de la Asociación de Hombres Católicos, Carlos Echeverría Reyes; la presidenta del Consejo de la Asociación de Mujeres Católicas, Adela Edwards de Salas; el presidente del Consejo de la Asociación de Jóvenes Católicos, Arturo Droguett; y la presidenta del consejo de la Juventud Católica Femenina, Teresa Ossandón. Como Presidente Nacional de la Acción Católica fue designado Eduardo Covarrubias Valdés, y como Asesor Nacional, el obispo Rafael Edwards.

Si bien todos los laicos católicos estaban llamados a participar en la labor de la Acción Católica, no todos tenían los mismos deberes y obligaciones. En esta línea, el reclutamiento se desarrolló por medio de la captación de grupos escogidos, es decir, una «elite» de seglares bien formados, cuya misión era ser «la levadura dentro de la masa». Ellos debían ejercer el mando y ser los encargados de formar, junto con los sacerdotes, a los «militantes», grupo del cual se reclutaba a los nuevos dirigentes.[8]En esta dinámica fueron fundamentales los colegios católicos de la época, principal fuente de vocaciones.

La Acción Católica, estructurada en cuatro ramas (hombres, mujeres, jóvenes de ambos sexos), tuvo su periodo crucial durante las décadas de 1930 y 1940, contribuyendo a fomentar entre los católicos el espíritu militante, enfatizando el sentido de espiritualidad del laico y su responsabilidad en la evangelización.[9]

El mismo año 1931 se fundan, como instancias asesoras de la Acción Católica, la «Junta Arquidiocesana de Santiago» y el «Secretariado Económico Social», cuyo asesor eclesiástico fue el Padre Fernando Vives SJ. También fue creado el «Secretariado de Formación Religiosa y Social», cuyo Asesor fue el padre Jorge Fernández Pradel SJ, y el «Secretariado de Propaganda», con el presbítero Ramón Merino como Asesor.

Hacia 1932 se crearon el «Secretariado Nacional de Extensión Catequística de la Acción Católica de Chile» y el «Boletín de la Acción Católica de Chile», órgano encargado de servir de portavoz del movimiento.

Consolidación de la Acción Católica

El año 1939 fue trascendental en el curso de la Acción Católica chilena, pues desde Roma fueron enviadas las directivas que buscaban mejorar su funcionamiento. En torno a estas nuevas directrices fue creada la «Comisión Episcopal Permanente de la Acción Católica», y por primera vez se trazó un «Plan de Trabajo Anual», dándose cuenta con estas iniciativas de la inmensa importancia que atribuía el Vaticano a la organización y el funcionamiento del movimiento a nivel local.

Estas reformas coinciden con la designación como arzobispo de Santiago del obispo José María Caro. El nuevo arzobispo, y en línea con su antecesor, fue también un asiduo promotor de la Acción Católica, pero, a diferencia de Campillo, José María Caro puso el énfasis en el apostolado social de la Iglesia, sustentado en una profunda formación espiritual. En efecto, la línea social fue la base tanto de la catequesis, como de las obras que las ramas de Acción Católica llevaron a cabo.

Reflejo de esta opción fue la aprobación, en 1940, del «Reglamento del Secretariado Nacional Económico-Social de la Acción Católica», el cual fue dividido en los siguientes organismos: «Departamento de Propaganda y Capacitación», «Sindicación de Empleados», «Sindicación Obrera Urbana», «Juventud Obrera Católica», «Sindicación Obrera Agrícola», «Sindicación de la Mujer», «Obras Económico-Sociales», justamente para potenciar el apostolado en estas áreas.

En la misma línea, durante enero de 1941, en el contexto de la «Semana de Asesores de la Acción Católica» celebrada en Valparaíso, se dio un renovado impulso a la «Juventud Obrera Católica» (que finalmente fue constituida como rama especializada de la Juventud Católica Masculina), a la «Unión Social de Agricultores» y a la «Unión de Campesinos», asociaciones cuyo objetivo era precisamente el acercamiento de la Iglesia a la realidad obrera y rural.

En la misma línea social, en septiembre de 1944 la Comisión Episcopal Permanente de la Acción Católica aprobó la organización de «Secciones Especializadas» para obreros dentro de las cuatro ramas. Y el 30 de septiembre de 1949 se celebró la primera «Semana Social Campesina», organizada por el «Departamento Campesino de la Acción Católica», cuyo asesor era el Pbro. Bernardino Piñera.

Durante la década de 1940 el crecimiento de la Acción Católica fue vertiginoso. Para esa fecha ya estaban constituidas las Juntas Arquidiocesanas de Santiago, La Serena, Concepción, y las diocesanas de Iquique, San Felipe, Valparaíso, Talca, Chillán, Temuco, Araucanía, Valdivia y Puerto Montt.

En número, el crecimiento del movimiento fue rápido: en una década ya contaba con 43.615 socios. Pero sólo 95 de 400 parroquias habían constituido su Junta Parroquial. Dos años más tarde, en 1943, el número de socios había aumentado a 49.802.

En 1942 el movimiento se amplía mediante la creación de la «Asociación de Universitarias Católicas», que en un solo año logró reunir a alrededor de 330 socias entre Santiago y Concepción;[10]en 1947 fue creado el «Departamento Nacional de Radio», y luego la filial chilena de la «Organización Internacional Católica de Radio y Televisión».[11]

Un hito importante de la década fue la celebración en Santiago, entre el 24 de junio y el 1 de julio de 1945, de la «Primera Semana Interamericana de Acción Católica». La reflexión sobre la problemática social en el ámbito latinoamericano fue el objetivo de estas semanas, que luego se celebraron en Cuba, Colombia, Perú, etc. Esta instancia fue el antecedente de lo que en la década de 1960 sería institucionalizado mediante el CELAM.

En 1950, el obispo Manuel Larraín es nombrado Asesor Nacional de la Acción Católica. Bajo su asesoría, la Acción Católica profundiza su sentido religioso-social por medio de la creación, en 1952, de la « Acción Católica Rural», y en 1953 mediante lo que sería, a la larga, la mayor modificación de la Acción Católica chilena durante su historia en Chile, es decir, la división en tres movimientos de especialización: la « Acción Católica General», la « Acción Católica Rural» y la « Acción Católica Obrera». Cada especialización debía contar con sus respectivas ramas. Así, durante el mismo año 1953 se funda la «Juventud Agrícola Católica» (JAC), cuyo Asesor fue el Pbro. Rafael Larraín Errázuriz, el mismo que un año más tarde fundaría el «Instituto de Educación Rural».

Razones de su debilitamiento

La Iglesia chilena, durante la década de 1960, estuvo atenta al desarrollo del Concilio Vaticano II, incluso participando activamente en él por medio de varios representantes, el propio arzobispo de Santiago, los obispos y, de manera especial, profesores de Teología de la Pontificia Universidad Católica. En la perspectiva de una nueva relación con el mundo, propuesta desde los documentos conciliares, muchos aspectos claves del desarrollo de la Iglesia chilena durante las décadas anteriores entraron en crisis en la década de 1960.

Duro fue el proceso para la Acción Católica debido a su rígida estructura organizativa; al mismo tiempo, la crisis vocacional de la Iglesia la dejó prácticamente sin asesores, iniciándose alrededor de 1961 su periodo de decadencia, el que se acentúa después de 1965 (Treinta años de Acción Católica).

En efecto, después del Concilio Vaticano II la Acción Católica chilena sólo persistió en algunos ámbitos y lugares.[12]Parte de este debilitamiento se explica por la conceptualización del rol del laico dentro de la Iglesia. En el periodo pre-conciliar, al laico se le adjudicó una papel importante en la labor apostólica, pero siempre subordinado a la jerarquía eclesiástica, mientras que la Iglesia post-conciliar promovió, junto con la integración, la corresponsabilidad de la participación. Para un movimiento cuyo carácter era esencialmente jerárquico, esta re-conceptualización significaba que se veían afectados directamente los cimientos de su estructura.

NOTAS

  1. Pius XI, Epist. Quae Nobis ad Card. Bertram
  2. Saranyana, 205–207
  3. Huerta, 407–408
  4. Gómez, 1-4
  5. Aliaga, 1973, 49
  6. Revista Católica, 1931, 7 de noviembre nº713
  7. Revista Católica, 1932, 5 de Marzo, nº719, 171
  8. Huerta, 424
  9. Aliaga, 1976, 106-107
  10. García, 242
  11. Balance de la Acción Católica, en Boletín Oficial de la Acción Católica Chilena, 1944, pp. 277-281
  12. García, 237

BIBLIOGRAFÍA

PIUS XI, Epist. Quae Nobis ad Card. Bertram, 13 de noviembre de 1928.

Balance de la Acción Católica, en Boletín Oficial de la Acción Católica Chilena, Santiago, XII (1944).

Treinta años de Acción Católica”. Documento de la Asamblea Plenaria del Episcopado Chileno, Santiago, octubre de 1961.

Revista Católica, 7 noviembre, n° 713 (1931).

Revista Católica, 5 marzo, n° 719 (1932).

ALIAGA Fernando, Historia de los movimientos apostólicos juveniles de Chile, E.S.E.J., Santiago 1973.

ALIAGA Fernando, Itinerario histórico. De los Círculos de Estudio a las Comunidades de Base, E.S.E.J., Santiago 1976.

GARCÍA AHUMADA Enrique, “La Acción Católica en la Catequesis Chilena (1931-1964)”, en Anuario de historia de la Iglesia en Chile, Vol. 25, 2006.

GÓMEZ URIARTE José, Ese cuarto de siglo… Veinticinco años de vida universitaria en la A.N.E.C., 1915-1941, Editorial Andrés Bello, Santiago 1985.

SARANYANA Josep-Ignasi, “El siglo de las teologías latinoamericanistas, (1899-2001)”, en Teología en América Latina, vol. III., Iberoamericana, Vervuert, Madrid 2002.

HUERTA María Antonieta, Catolicismo social en Chile. Pensamiento y praxis de los movimientos apostólicos, Ediciones Paulinas, Santiago 1991.


PILAR HEVIA