INDEPENDENCIA DE BRASIL; Una restauración histórica

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Portugal intentó llevar a cabo en Brasil una experiencia feudal, dividiéndolo en doce Capitanías hereditarias. El poseedor -donatario- de cada una de ellas, era un verdadero señor feudal que ejercía prerrogativas señoriales sin ningún límite. En realidad sólo prosperaron dos de esas Capitanías: la de Pernambuco en el Norte, donada a Duarte Coelho, que fundó la villa de Olinda, y en el Sur, el concesionario Martin Monso, fundó la villa de Sao Vicente, cerca de la cual se desarrollaría la que fue ciudad portuaria del café, Santos.

En 1554, los jesuitas crearon en el interior, en plena campiña, el Colegio de Sao Paulo, origen de la inmensa y desmesurada metrópoli actual. El primer producto económico motor fue el azúcar, cuando se trasplantó la primera caña desde la isla de Madeira a Sao Vicente, prosperando de un modo extraordinario. Su cultivo se extendió junto con la importación de negros africanos esclavos, mano de obra imprescindible para su explotación. La historia demográfica produjo un mestizaje trifásico, característico de los territorios costeros americanos con el Océano Atlántico.

La creciente prosperidad de la colonia portuguesa, produjo un efecto no esperado al convertirse en un espacio condicionado por su riqueza. En efecto, se registra el intento francés del aventurero Nicolás Durand de Villegagnon, que condujo a la creación de la France Antarctigue, con base en un islote en la bahía de Guanabara. Villegagnon conduciendo una fuerza de cien hombres llegó (1555) a la bahía de Río de Janeiro, ocupó la isla de Sergipe, donde levantó un fuerte. Los franceses fueron expulsados por el Gobernador General Mem de Sá, en 1560. Pero se rehicieron y penetraron en el interior, formaron una alianza con los indígenas -la «Confederación de los Tamoios»- iniciando una guerra, que concluyó con la fundación de la ciudad de Río de Janeiro (1565), por el sobrino del Gobernador, Estacio de Sá.

En 1580, hasta 1642, Portugal entró a formar parte de la Corona de España con Felipe II, de manera que, durante sesenta años, Brasil fue territorio bajo soberanía española, lo cual supuso un importante crecimiento del valor estratégico del Brasil, de modo especial en el orden comercial, por el gran comercio triangular entre Sao Vicente, Sao Paulo y Río de la Plata.

La fama de la riqueza brasileña no podía dejar de atraer la atención de los súbditos holandeses rebeldes contra España, iniciando fuerte ataques contra Bahía (1624) y Pernambuco (1631), hasta conseguir establecer, basándose en su potencialidad naval, un Brasil holandés, con más de un tercio del Brasil entonces conocido. El príncipe de la casa de Orange, Mauricio de Nassau se hizo cargo del gobierno de dicho territorio, bautizado con el nombre de Nueva Holanda con capital en Recife.

En 1654, los holandeses fueron definitivamente expulsados, con lo cual se afirma la soberanía propiamente brasileña. A finales del siglo XVII, la bandeira del paulista Bueno de Siqueira, descubrió el primer oro que inmediatamente se multiplicó mediante el hallazgo de una considerable serie de yacimientos auríferos, iniciándose de éste modo una nueva economía -el ciclo del oro- que dio nombre muy expresivo a la región de Minas Gerais. Este ciclo del oro brasileño perdura hasta el primer cuarto del siglo XVIII.

Coincidiendo con el declinar del oro -en que según Fernand Braudel, Brasil perdió interés para Europa- se producen los acontecimientos del imperialismo de Napoleón Bonaparte con la invasión de la Península Ibérica. El rey de Portugal Juan VI abandona, el 29 de noviembre de 1807, Lisboa y se traslada a Brasil con toda la Corte, llegando a Bahía el 24 de enero de 1808. La instalación de Juan VI en Brasil, supone el comienzo de un proceso que se divide en dos etapas: una primera en la que, unido el Brasil con la Corte monárquica, se adquiere la independencia económica (1808-1818); y una segunda, en la que alcanza la independencia política (1818-1825).

Se trata de un cambio que denominamos restauración histórica, en la medida en que se produce una reconstrucción de la vigencia categorial, por parte de otra iniciativa que recupera la soberanía portuguesa, asentando una propia condición brasileña. En una perspectiva global resulta absolutamente inadecuado explicar el traslado de la corte portuguesa al Brasil, aprovechando la invasión del territorio nacional portugués por las tropas de Napoleón, como un nuevo intento de la política exterior británica, -que insistía por vía diplomática desde el tratado de Utrecht, y por vía militar en los intentos de invasión y conquista del Río de la Plata en 1806 y 1807, que supusieron una cresta culminante en la realización de sus objetivos de por establecer un frente comercial con bases estables en la costa suramericana del Atlántico.

El príncipe-regente fue convencido por el hábil ministro inglés lord Strangford para partir con toda la Corte y establecerse en el Brasil, con objeto de preservar la soberanía legítima portuguesa ante el embate militar napoleónico, cuyo objetivo era cerrar todos los puertos portugueses a los navíos británicos. El primer acto del príncipe portugués don Juan, al desembarcar en el Brasil, fue firmado el 28 de enero de 1808, y es conocido bajo la denominación de «apertura de los puertos», en virtud del cual quedaban abiertos al tráfico comercial con las naciones amigas todos los puertos del Brasil.

En la realidad práctica, la disposición beneficiaba de un modo claro a los ingleses; pero los argumentos en pro de la medida fueron efectuados por uno de los más destacados cerebros del Brasil, José da Silva Lisboa, después vizconde de Cayrú, financiero, economista, autor de un importante tratado de Derecho mercantil y decidido partidario de las doctrinas librecambistas de Adam Smith. Poco tiempo después se firmaron los tratados de 1810, que transformaron a Inglaterra en país extranjero privilegiado, con derechos de extraterritorialidad y tarifas preferenciales con derechos tan bajos que, prácticamente, los productos brasileños exportados a Inglaterra adquirían para ésta la condición de «coloniales».

El establecimiento de la corte portuguesa en el Brasil, bajo la protección de Inglaterra, ejerció una considerable influencia en el desarrollo de la subversión revolucionaria en los territorios españoles del Río de la Plata. En cierto modo, se argumentaba, la «traición» de España al permitir el paso del ejército francés para apoderarse de Portugal, justificaba cualquier índole de acción psicológica, comercial o militar para compensar la pérdida de Portugal con la anexión de territorios españoles al sur del Brasil, cuyos límites no estaban definitivamente fijados.

Los dos grandes proyectos propiciados por los portugueses (Rodrigo de Souza Coutinho, futuro conde de Linhares) y los británicos (lord Strangford) fueron, en primer lugar, el fomento de la subversión en el Cabildo y sociedad criolla de Buenos Aires y, en segundo término, el «proyecto» de la infanta Carlota Joaquina. Hija de Carlos IV y, bien a su pesar, princesa de Portugal, que pasó a Brasil con la familia real portuguesa. Su entrada en la historia platense está marcada por su «Manifiesto a los españoles americanos», por el cual anulaba la abdicación de Fernando VII en Bayona y asumía los derechos en América de la familia real española.

Enviado a toda la América española, la «caja de resonancia» de este manifiesto fue el Río de la Plata, y de modo muy especial José Manuel de Goyeneche, emisario de la Junta de Sevilla en Chuquisaca. El establecimiento en el Brasil de la corte portuguesa produjo sin duda, sobre todo como consecuencia del asesoramiento británico, un intervencionismo directo en los procesos de acción directamente relacionados con los objetivos de la independencia en Buenos Aires.

En efecto, la política exterior debía concordar, en su orientación, con la de Inglaterra, si bien la posición de ésta hubo de variar a partir de su alianza con la España revolucionaria levantada contra Napoleón. La ambigüedad de la posición inglesa a la que, por otra parte, no le resultaba atractiva la idea de la creación de un reino europeo poderoso en tierras americanas, produjo los sucesivos fracasos tanto en las dos posiciones señaladas como en las operaciones anejas del Paraguay y Montevideo.

Por su parte, el príncipe don Juan deseaba vivamente librarse de la tutela de Strangford, y estaba pendiente de su viejo amigo Antonio de Araujo, separado de la política por su afrancesamiento. Cuando murió, en 1814, el viejo conde de las Galveas, hizo entrar en el ministerio a Araujo, a quien otorgó el título de conde de la Barca y las carteras de Marina y Ultramar. Ello supuso un grave contratiempo para el gobierno de Londres, que ordenó a Strangford su reintegración a Inglaterra con el vicealmirante Beresford.

Después de la derrota de Napoleón y la conferencia de Viena para la reintegración, que es conocida más bien bajo la denominación de «restauración», el astuto delegado del rey de Francia sugirió a los delegados portugueses que elevasen al Brasil a la categoría de reino unido a Portugal, para lo cual las cuatro grandes potencias europeas otorgaron su beneplácito e incluso el título: príncipe regente de Portugal y del reino de Brasil (tratado de 8 de abril de 1815).

Ello fue del agrado del príncipe don Juan, quien expidió inmediatamente un decreto de creación del Reino Unido, lo que prácticamente suponía el final del sistema colonial en el Brasil. Cuando murió (17 de marzo de 1816), la reina doña María I, a los ochenta y un años, tras veinticinco de la enfermedad mental que la había apartado del trono, su hijo pudo cumplir su máximo deseo: proclamarse rey del Reino Unido con el nombre de Juan VI.

Sin embargo, la sublevación de la provincia de Pernambuco en 1817, con centro en Recife, supuso el final de la feliz historia del reino brasileño y el planteamiento de primer plano de un problema revolucionario típicamente brasileño, regional; la emergencia de problemas económicos y sociales de fondo, planteados por intelectuales, y un extraño clero iluminista y constitucional.

Una pintoresca ideología llamaba «tiranía real» al lejano y suave gobierno de Juan VI; acumulaba quejas contra los «marinheiros» (portugueses) encauzada por los «nativistas» y exaltadas por las sociedades secretas. Aquí se produjo el primer foco de independencia contra el suave tránsito portugués. El conflicto sólo duró setenta y cinco días (del 6 de marzo al 23 de mayo), pero su significado fue considerable. Pese a la solemnidad de la coronación de Juan VI, acaecida el 6 de febrero de 1818, la sombra del radicalismo pernambuquiano se apreciaba en el ambiente.

Cuando se produjo la revolución liberal de 1820 en Portugal, en gran parte como consecuencia de los acontecimientos mismos de España, y con el propósito de impedir, como en ésta, el triunfo de nuevo del absolutismo, se originó una convocatoria de Cortes constituyentes de la nación y el envío de una comisión que solicitase al rey su aprobación y regreso. Don Juan no reconoció las cortes convocadas, pero prometió su regreso. El movimiento de agitación portuguesa se complementó con la inmediata agitación brasileña.

El rey decidió el regreso a Portugal, dejando a su hijo, el príncipe don Pedro, la regencia del Brasil. Antes de su partida, todavía pudo ser testigo de las profundas divisiones entre conservadores, para los cuales la retirada del rey era desastrosa, y los constitucionales, divididos, a su vez, entre partidarios del príncipe y fieles al «régimen» de Lisboa. Don Pedro no se parecía mucho a su padre y, desde luego, no se recataba en ocultar su profunda simpatía por el Brasil, donde había vivido desde los nueve años de edad.

En aquellos días de exaltación política los sentimientos antagónicos entre portugueses y brasileños habían tenido oportunidad de ponerse de manifiesto; don Pedro era perfectamente consciente de esta fosa de separación; la sociedad brasileña comprendía fácilmente que la marcha del rey suponía la posibilidad de afirmar la independencia. La situación económica era lamentable, y los supuestos políticos, de una indeterminación considerable, sobre todo porque carecían de puntos de referencia básicos.

El 9 de diciembre llega a Río de Janeiro la correspondencia de Lisboa, determinando la retirada del príncipe regente para emprender un viaje de estudios por Europa y el establecimiento de un sistema que equivalía a la reconstrucción del régimen colonial. El príncipe fingió ceder en la correspondencia con su padre, pero alentó a los patriotas brasileños con el firme propósito de no hacerlo, tras realizar un largo viaje por las regiones meridionales, en cuyo transcurso pudo comprobar la existencia de una base social apreciable de confianza y lealtad hacia la Monarquía.

Por su parte, el «club de la resistencia», dirigido por un importante grupo de brasileños encabezados por José Joachim da Rocha, emprendió una serie de acciones para obtener un aceptable nivel de opinión pública que exigiera la permanencia del príncipe en Brasil. El foco intelectual promotor de la permanencia del príncipe en Brasil, aunque totalmente desligado de Portugal, partió de la ciudad de Sao Paulo, de un grupo formado en torno al antiguo profesor de la universidad de Coímbra José Bonifacio de Andrade e Silva.

Todo ello preparó la atmósfera, de modo que cuando, el9 de enero de 1822, el Senado de la Cámara de Río de Janeiro se dirigió al palacio del príncipe para instarlo a que se quedara en el Brasil, como así lo hizo, en efecto, el presidente de la institución José Clemente Pereira, sólo falta la expresión de la voluntad del príncipe, que supone, de hecho, la segunda fase de la independencia brasileña; su contestación estuvo muy meditada: «Como es para bien de todos y para la felicidad general de la nación, estoy dispuesto: diga al pueblo que me quedo».

El 7 de septiembre de 1822, cuando regresaba de Sao Paulo, donde había aplacado una lucha doméstica, estando ya cerca de Río de Janeiro, en la colina de Ypiranga, encontró un correo de la corte que le llevaba los últimos despachos recibidos de Lisboa: se trataba de decretos que le trataban como rebelde y enemigo. Don Pedro reunió a su comitiva y, tras comunicarle el contenido de los despachos, desenvainó la espada y lanzó como en un juramento el grito de «¡Independencia o muerte!»

El 12 de octubre se proclamó emperador constitucional del Brasil, teniendo lugar la coronación el 1° de diciembre de 1822 en Río de Janeiro. La independencia había salvado la Monarquía. Esta, ahora, tenía adquirido el compromiso de mantener la independencia y asegurar la unidad y promover el crecimiento del Brasil.

La separación definitiva de Portugal y el acuerdo en virtud del cual Inglaterra consiguió consolidar su posición privilegiada (1827) constituyen dos hechos fundamentales de historia económica ocurridos en la etapa de los grandes acontecimientos políticos. Un tercer hecho consiste en la eliminación del poder personal de don Pedro I (1831) y la consiguiente subida al poder efectivo de los grandes señores de la economía agro-exportadora. La concesión de los privilegios de Inglaterra fueron la lógica consecuencia de la manera como se llevó a efecto la independencia, sin un fuerte deterioro de recursos por parte del Brasil, pero debiendo asumir la responsabilidad de una parte del pasivo que había contraído, si deseaba sobrevivir como potencia colonial.

De haberse alcanzado la independencia siguiendo el modelo de Pernambuco, y tras una larga y agotadora guerra, hubiese sido extraordinariamente difícil alcanzar la unidad territorial, porque ninguna de las regiones ejercía el ascendiente suficiente sobre las otras como para conseguir la tan necesaria unidad. El programa quedaba, pues, como objetivo del imperio y, en consecuencia, con las posibilidades de integración en el prestigio de la Corona.

Por su parte, al no existir en el Brasil ningún grupo social predominante vinculado al comercio –que era monopolio de la metrópoli-, el único sector que ofrecía la posibilidad del ejercicio del poder eran el de los grandes propietarios de plantaciones. Inevitablemente, ese sector tendría, que ocupar el poder, como de hecho ocurrió desde 1831. La desaparición del intermediario portugués se tradujo, en el acto, en una baja de precios de importación, mayor abundancia de abastecimientos, aparición y mayores facilidades de crédito.

El conflicto de la primera mitad del siglo XIX entre los propietarios de plantaciones brasileños e Inglaterra fue más bien aparente, y era debido, sobre todo, a la incoherencia aplicativa por parte de los ingleses de la ideología económica liberal, sobre todo por la falta de apertura de mercados para los productos brasileños, que debían competir con los del área antillana, mientras los precios del azúcar y del algodón bajaban incesantemente. La aparición del café y su rápida y firme conversión en producto motor, proporcionó una posibilidad de alta importancia para el desenvolvimiento del Imperio.

BIBLIOGRAFÍA

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John H. Elliot, Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América. (1492-1830). Madrid, Santillana, 2006


MARIO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA © Universidad Francisco de Vitoria