Diferencia entre revisiones de «INDEPENDENCIA DE HISPANOAMÉRICA; sus bases sociales e ideológicas»
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América central, organizada en torno a la capitanía general de [[GUATEMALA;_Afrodescendientes | Guatemala]], se encuentra prácticamente dominada por los comerciantes. El norte de [[GUATEMALA;_Afrodescendientes | Guatemala]] era asiento de grandes haciendas y comunidades indígenas, fuertemente hegemonizadas, siguiendo el ejemplo del sur de [[NUEVA_ESPAÑA;_Virreinato_de_la | la Nueva España]]; el extremo meridional opuesto se convierte en zona de asentamiento de colonos peninsulares, en torno al eje de Cartago. Las regiones continentales de costas al Caribe presentan, en conjunto, una tendencia expansiva, aunque de muy distinto signo. | América central, organizada en torno a la capitanía general de [[GUATEMALA;_Afrodescendientes | Guatemala]], se encuentra prácticamente dominada por los comerciantes. El norte de [[GUATEMALA;_Afrodescendientes | Guatemala]] era asiento de grandes haciendas y comunidades indígenas, fuertemente hegemonizadas, siguiendo el ejemplo del sur de [[NUEVA_ESPAÑA;_Virreinato_de_la | la Nueva España]]; el extremo meridional opuesto se convierte en zona de asentamiento de colonos peninsulares, en torno al eje de Cartago. Las regiones continentales de costas al Caribe presentan, en conjunto, una tendencia expansiva, aunque de muy distinto signo. | ||
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Sumario
LA ECONOMÍA Y EL COMERCIO TRAS LAS REFORMAS BORBÓNICAS
Las respuestas hispanoamericanas a los estímulos que provienen del Estado de Carlos III se producen en una temporalidad larga, y debemos entenderlas como una adaptación al cambio, en función de la transmisión de experiencias comunitarias respecto a procesos de transformación o modificación de tradiciones mantenidas secularmente.
Esa adaptación se produce en función de complejos mecanismos, cuya intensidad es muy variable en su manifestación regional. El panorama, además, resulta complicado, porque existen distintas magnitudes temporales, inarmónicas entre sí, pues en la dimensión social, por ejemplo, los efectos de respuesta americanos se producen en una temporalidad larga, en cuanto se constituye como una adaptación al cambio, pero en virtud de proceso de distinta onda en cada región, en razón a sus propios caracteres predominantes; en la dimensión política e ideológica, por el contrario, la adaptación al cambio es muy rápida, produciéndose, en consecuencia, el fenómeno de la yuxtaposición de actitudes, que origina un cuadro de considerable confusión.
Esto explica el alto grado de diferenciación provincialista que ofrece el panorama de la emancipación americana, así como el predominio de la temporalidad larga y la manifestación lenta de las reacciones americanas a los estímulos y orientaciones que emanaron de los poderes y núcleos centrales o peninsulares en el caso español.
Precisamente, uno de los factores históricos de mayor influencia en el proceso emancipador fue el deseo de acceso al poder político por parte de los criollos. Pero ello no significa que no existan otros condicionantes, cuya importancia se revela constantemente a través de la investigación y que son los promotores de los fundamentos sociales de la emancipación, configuradores, a su vez, del provincialismo criollo.
Deben tenerse en cuenta dos vertientes que, prácticamente, sólo vamos a enumerar: los fundamentos sociales (efectos inducidos por el nacionalismo ilustrado; el robusto tronco del comercio y los comerciantes; la propiedad de la tierra y sus propietarios y, finalmente, los intereses económicos regionales) y los orígenes ideológicos de la emancipación, que encontramos asentados en el racionalismo crítico, las ideologías contractuales ante el poder político y, por último, la incardinación de unos rasgos ideológicos en la literatura que hubo de promover el Romanticismo iberoamericano.
En primer lugar, los efectos inducidos en la sociedad hispanoamericana como consecuencia del nacionalismo ilustrado se manifiestan en tres importantes variables:
- Los refuerzos de las estructuras de relación local, de modo especial en las instituciones municipales (cabildos), como consecuencia del establecimiento de las intendencias, que fueron prácticamente circunscripciones provinciales, cuyo gobierno fue casi siempre ejercido por funcionarios militares, que se superponían con extrema facilidad a las relativas a la vida civil. En consecuencia, los núcleos de relación local acentúan su posición defensiva frente a lo que consideraron una intromisión de efectos «centralizadores». Sin embargo, en la práctica la acción de los intendentes supuso un notable refuerzo de la vida provincial o regional, como ocurre, por ejemplo, en Caracas.
- La institución de la visita, de mayor agilidad en sus resultados que el «juicio de residencia», provocó una importante serie de movimientos que han sido considerados «contra-reformistas», pero que sería importante estudiar como actitudes de defensa comunales, inspiradas en la más rancia tradición castellana; o manifestaciones de resistencias institucionales a la fiscalización, como se produjo en Nueva Granada, con el movimiento de los Comuneros del Socorro (1781).
- Los conflictos promovidos como contraposición de mentalidades sociales a su vez en función del desafío reformista peninsular, ofrece tres importantes niveles. Primero, el choque entre la mentalidad criolla y la mentalidad colonial hispánica, que se produce sobre el antagonismo del poder político y el poder administrativo. Segundo, manifestado en el orden de la diferenciación profesional en razón al «prestigio»; que se manifiesta entre la mentalidad eclesiástica y la mentalidad militar, que ha ascendido importantes posiciones como consecuencia de su integración en la escala burocrática de la intendencia. Tercero, el que responde básicamente a los caracteres de época: desafío entre la mentalidad burguesa y la aristocrática. Esta importante fragmentación de las mentalidades sociales americanas reviste tal importancia y profundidad que es capaz de explicar, por sí misma, la misma realidad del provincialismo criollo.
Ahora bien, el provincialismo americano, de tan decisiva importancia en el planteamiento y desarrollo de la Emancipación, se puso de manifiesto de modo especial y relevante en los sectores sociales en que incidían directamente los supuestos de base económica. Es decir, el comercio y los comerciantes, la tierra y los propietarios; sus efectos se reproducen en las regiones y sus especialidades productivas en el orden económico.
Respecto al comercio debe tenerse en cuenta, en primer lugar, el supuesto de renovación del sistema comercial del monopolio a la libertad, o más bien extensión del monopolio al sistema portuario peninsular y americano, lo cual afectó de un modo considerable al tráfico y, sobre todo, a su estructura; en segundo término, al papel desempeñado por los mercaderes en la sociedad indiana, que alcanzó una cota de enorme importancia, hasta el punto de considerarlo factor decisivo; por último, la confluencia de intereses coincidentes en las instituciones de los consulados de Comercio produjo no sólo la decisiva transformación económica provincialista, sino la posibilidad de elaboración de objetivos de alta incidencia en el proceso emancipador.
En realidad, la libertad de comercio, que se gestiona a partir de 1762 y que alcanza su plenitud en 1778, supuso más bien una ampliación en la participación del monopolio, al extenderse los privilegios de Cádiz a otros puertos peninsulares y mantenerse las restricciones de comercialización de los productos americanos en navíos propios.
Hasta 1796 no se otorgó la anhelada reciprocidad a los comerciantes criollos, al conceder, ante el considerable aumento del comercio de América, y vista la necesidad de ampliar el comercio y la navegación, que los españoles americanos pudiesen organizar expediciones a los puertos habilitados de la Península en barcos propios con carga de géneros y efectos americanos y retorno con productos extranjeros, conforme al arancel de 1778.
Esta importante disposición de reciprocidad no pudo, en realidad, llevarse a efecto, pues la casi inmediata guerra contra Inglaterra, los tremendos virajes de la política exterior española, reforzaron el aislamiento y la incomunicación entre España y América, que fue la base de maduración de los proyectos criollos de autodeterminación e independencia.
La libertad de comercio ejerció, desde luego, importantes efectos en los procesos de comunicación e intercambio comercial entre las regiones americanas, mientras que el aislamiento e incomunicación con la Península acentuó la intensidad del comercio extranjero, de modo especial el efectuado con los comerciantes norteamericanos y el que estos mismos efectuaban para el transporte de mercancías iberoamericanas a los mercados peninsulares españoles, eludiendo el bloqueo de la armada inglesa. Los comerciantes mexicanos establecieron muy sólidas relaciones con los norteamericanos, que se centraron especialmente en el puerto de Veracruz.
En la última década del siglo XVIII se produjo una notable disfunción entre el comercio y la producción agrícola, ganadera y minera. En consecuencia, se polarizan grupos de comerciantes propiamente dichos y grupos de hacendados y propietarios en los que se centraba la potencialidad productiva. El hecho de que los nuevos consulados tuviesen como función principal el fomento de la agricultura y del comercio, los equipara a la función que en España tuvieron las sociedades económicas de Amigos del País y que en América, como consecuencia de su desarrollo tardío y reducido, nunca alcanzaron.
Los consulados creados de nueva planta en América fueron: el de Caracas y Guatemala (1793), el de La Habana (1794), y los de Veracruz y Santiago de Chile (1795) se encuentran en función de la razón estratégica, pues todos ellos -excepto Veracruz- se fundan en jurisdicción de capitanía general, y suponen una importante modernización respecto a la prioridad de fomento concedida al comercio y, sobre todo, a la integración de los hacendados en estas instituciones, como un medio de suma importancia en la conexión de intereses económicos.
La contrapartida social del auge de los valores comerciales y de las rentas de la tierra, ha sido brillantemente estudiada para el caso mexicano por Florescano, quien señala los profundos desequilibrios producidos a consecuencia de los fuertes beneficios del comercio, la minería y la agricultura. No se trata, pues, como ha querido simplificarse, que un incremento del desarrollo produzca una intensificación de la posibilidad de la independencia, sino que los efectos del incremento del desarrollo comercial, el cambio de orientación, los choques de intereses y los desequilibrios sociales son los que produjeron una elevación intensificativa del proceso emancipador, que condujo inevitablemente a la independencia.
El comercio, tal como ha sido estudiado hasta ahora, prácticamente reducido al tráfico, no es, de por sí, ningún factor promotor de procesos históricos, pero sus efectos produjeron cambio sociales de suma importancia, cuyos efectos multiplicadores provocaron, a su vez, considerables mutaciones históricas. Por ello resulta muy importante analizar los hombres y sus actitudes, los núcleos de intereses y las instituciones desde las cuales se producen sus impulsos.
No cabe duda que la libertad de comercio produjo un notable incremento en las relaciones entre las regiones americanas, con la consiguiente formulación de mercados marítimos y continentales, en los que se intentaba crear reservas de monopolios depositados para nuevos grupos de comerciantes, con participación o no de «hacendados». Por su parte, la creación de nuevos consulados imprimió una característica tensión con los que integraban la antigua red monopolística supuesta por Cádiz, México y Lima.
En última instancia, el cambio generacional encuentra una excelente coyuntura en los años de creación de los nuevos consulados, capaz de promover la nueva orientación de las actitudes criollas de la moderación al radicalismo. Los nuevos consulados se orientaban preferentemente a un objetivo de fomento público, y la integración en ellos de empresarios, industriales y hacendados implicaba una marginación de la clientela tradicional de los antiguos Consulados, que realizaban sus negocios directamente con los pequeños comerciantes, satelizando el comercio de las ciudades. Es lógico que los cabildos fuesen decididos y entusiastas promotores de la creación de las nuevas instituciones comerciales, pues, entre otras cosas, ello suponía un inmediato crecimiento de sus recursos propios y, al mismo tiempo, un notable incremento de los círculos y posibilidades de la economía urbana.
La gran oposición radicó en el Consulado de Cádiz, que aspiraba a retener la mayor parte de los mercados americanos, a los que abastecía, preferentemente, con productos manufacturados extranjeros, aun a costa de perjudicar algunas regiones peninsulares -como, por ejemplo, Cataluña- de fuerte crecimiento industrial.
Sin duda, el grupo social que imprimió un poderoso sentido renovador a los Consulados fue el de los «hacendados», generalmente centrados en la exportación masiva de los grandes productos tropicales: cacao, tabaco, algodón, tintóreos, y los derivados de la ganadería (cueros, sebos, etc.). Por ello se robusteció de un modo notable un tipo de sociedad estrechamente vinculado al modelo de plantación, en asociación con emprendedores comerciantes y contando con la protección de los más poderosos Cabildos, apasionados defensores de los intereses locales y urbanos.
Así, los Consulados de Veracruz, Caracas, Guatemala, Guadalajara, Buenos Aires, Santiago de Chile, fueron instituciones perfectamente capacitadas para el fomento de fronteras de tensión y choques de intereses económicos, sociales y políticos de la mayor importancia y agresividad, lo cual supuso en consecuencia, la característica afirmación de centros provinciales y regionales, propia del mundo americano en la época de creación de los Consulados de Comercio. Lo cual nos sitúa en la tercera dimensión señalada: la que se refiere a la configuración de las regiones o provincias de productividad diferenciada.
La economía sufrió una importante transformación a finales del siglo XVIII a consecuencia de la expansión del cultivo de la caña de azúcar y la ampliación de sus mercados comerciales á los Estados Unidos, autorizado durante los años de la independencia norteamericana (1776-1783), y que creció ininterrumpidamente, estimulando la afirmación del grupo de los hacendados azucareros cubanos.
Cuando fue creado el consulado de La Habana, se acomodó, en principio, a los intereses del de Cádiz, pero pronto los hacendados lo dominaron, convirtiéndolo en foco de crecimiento del cultivo y afirmación del poder de los hacendados, abiertamente enfrentado con la oligarquía dominante en el consulado gaditano. Por el contrario, el consulado de Guatemala, básicamente integrado por comerciantes, mantuvo una estrecha vinculación con Cádiz en lo referente al comercio del añil.
Todas las tentativas efectuadas por los hacendados para abrir nuevos mercados en el Pacífico oriental y en el Perú fueron sistemáticamente bloqueadas por los comerciantes, que actuaban al dictado de Cádiz. En cuanto al consulado de Caracas ha sido considerado corno una institución de clara modernidad capitalista que respondió, además, a una aspiración comunitaria regional, que, en su día, fue canalizada por el Intendente Francisco de Saavedra, convertido en instrumento poderoso de coordinación y unidad nacional, al servicio de los intereses criollos. Entre los objetivos de este consulado destaca la ayuda financiera a los agricultores y la importante inversión para el desarrollo, en función de los propios intereses regionales, de las obras de infraestructura.
Un sentido similar encontramos en el consulado de Buenos Aires, rápidamente dominado por los ganaderos del litoral, si bien las orientaciones de los comerciantes ejercieron una considerable influencia, tanto en Buenos Aires como en el interior. La condición portuaria de Buenos Aires y el considerable mercado interior que aglutinó el virreinato (Charcas, Paraguay, Tucumán, Cuyo) otorgaron un poderoso e importante significado a la burguesía comercial criolla de Buenos Aires.
Por último, el Consulado de Santiago de Chile se mostró más interesado en la solución de los problemas sociales y económicos de índole estructural. Debe considerarse como la institución que estimuló los sentimientos regionales de defensa ante la agresividad de los Consulados de Lima y de Buenos Aires.
La tierra y los bienes inmuebles constituyen las dos columnas sobre las cuales se afirmó un importante poder social en el mundo iberoamericano, que adquirió una relevante importancia durante el proceso de la emancipación. El tipo humano sobre el cual giró tanto la función como las variables -régimen jurídico, tipos de explotación, rentas de la tierra, comercialización de sus productos, etc.- de la estructura agraria fue el del hacendado, eje preminente de unidad económica, inmenso poder social y ascendiente político.
Es el gran señor de la tierra, convertida en unidad de producción agraria, ganadera e industrial, que tiende a integrar los centros de poder político locales y a afirmar su importancia social también en las ciudades en virtud de la construcción de grandes palacios y, en todo caso, interviniendo activa y enérgicamente en todos los campos de actividad social, económica y política. Este dominio se ha afirmado hasta el punto de establecer una transferencia con la idea de familia-linaje. Esto ocurre, de modo especial, respecto a los criollos que, por su parte, tienden en este campo, como ocurría en el del comercio, a fusionar sus intereses con los peninsulares, haciendo frente, mancomunadamente a las normas administrativas emanadas del poder central.
El fenómeno se aprecia de un modo especial, como ya se ha indicado, en los consulados de Comercio. Los hacendados, sin embargo, se encuentran, durante la larga etapa de la emancipación, con el problema de la escasa rentabilidad que obtienen de sus propiedades en producción, tanto por las hipotecas que pesan sobre ellas (establecidas, por regla general, con Iglesias y conventos), cuanto por su proclividad a una vida ostentosa y de lujo y despilfarro.
El Intendente de Puebla, Manuel de Flon, en relación con el crédito agrícola, ofreció unas cifras de extraordinaria importancia, según la cual las haciendas del distrito se encontraban hipotecadas en un 74% de su valor, del cual el 69,7% correspondía a la Iglesia. Llega a la conclusión de que, en verdad, los hacendados solo eran simples administradores de los censualistas eclesiásticos. Esta situación, que puede considerarse común para todas las regiones hispanoamericanas, nos hace comprender, en primer lugar, la fuerte carga de esperanza que los hacendados pusieron en los nuevos consulados, puesto que sus objetivos de fomento les llevarían a impulsar las obras publicas y, en consecuencia, facilitarían el transporte y el fomento de la producción y la circulación de las mercancías.
También nos explica el fuerte grado de interés que para ello tenía el proyecto de Emancipación y su natural desemboque en la Independencia. Porque, además, resulta absolutamente necesario llevar a cabo un detenido análisis acerca de las rentas de los hacendados, su procedencia y de los objetivos financieros que estaban a su alcance que, por ejemplo, los llevan a invertir sus capitales en la agricultura y en hipotecas con rentas fijas, en la minería especialmente.
LA REGIONALIZACIÓN AMERICANA Y SU ESPECIALIZACIÓN ECONÓMICA
Nueva España
En relación con la regionalización americana y su especialización económica, encontramos como la más significativa la de Nueva España, tanto por su complejidad como por su ímpetu de crecimiento. Era también la que ofrecía mayores inconvenientes para un desarrollo equilibrado y una racional estratigrafía social. El reborde septentrional de la meseta del Anáhuac era una importante zona minera, revitalizada por las extracciones de plata, que se vinculaba, por una parte, a la zona estratigráfico-defensiva de las provincias internas del Norte, y, en parte, a la zona de decisión política y corte virreinal en el país central.
Con la minería coexiste la hacienda agraria y, sobre todo, ganadera, que otorga a la inmensa zona un marcado carácter empresarial, centrado en las minorías blancas, de profundo carácter criollo o de clara tendencia de adaptación al criollismo. El centro de la Nueva España era, especialmente, una zona de alto consumo, de fuerte desarrollo urbano y marcado carácter político, institucional, eclesiástico y cultural; el mercado de consumo se encuentra servido por sectores especializados próximos, en los que se tiene en cuenta desde las bases alimentarias hasta las industrias suntuarias.
Sin embargo, el crecimiento mexicano, muy sostenido durante la segunda mitad del Siglo XVIII, se centró en la producción minera y ganadera. Los intereses de los grandes señores de los metales preciosos se concentraban en el cuerpo de Minería; los de los grandes ganaderos, en el consulado de Comercio. Desde el punto de vista político, el cabildo de México era una considerable fortaleza de resistencia de la aristocracia criolla frente a las instituciones de índole administrativa peninsular.
Las Antillas y Centroamérica
En las Antillas sobre todo en Cuba, se produjo durante el siglo XVIII un considerable crecimiento de la agricultura de plantación, en especial de tabaco y azúcar; el primero, más frenado por el monopolio peninsular; el segundo, acelerado como consecuencia de las inversiones de los comerciantes, estimulados por el alza de la demanda norteamericana. Existe un doble ritmo económico en relación con el azúcar cubano, mucho más rápido para comerciantes y financieros y más lento y sostenido para los hacendados.Sus actitudes ante el doble fenómeno del autonomismo y la independencia diferían de un modo considerable.
América central, organizada en torno a la capitanía general de Guatemala, se encuentra prácticamente dominada por los comerciantes. El norte de Guatemala era asiento de grandes haciendas y comunidades indígenas, fuertemente hegemonizadas, siguiendo el ejemplo del sur de la Nueva España; el extremo meridional opuesto se convierte en zona de asentamiento de colonos peninsulares, en torno al eje de Cartago. Las regiones continentales de costas al Caribe presentan, en conjunto, una tendencia expansiva, aunque de muy distinto signo.
Nueva Granada y Venezuela
Nueva Granada, centrada en su principal producto de exportación, que era el oro, aunque sus núcleos de población, producción y comercio están poco cohesionados y muy desigualmente repartidos, con volúmenes de intercambios mucho más reducidos que los de otras regiones americanas. Por el contrario, la capitanía general de Venezuela, centrada socialmente en importantes núcleos de plantación, se encuentra en plena expansión comercial hasta el exterior, de modo especial a partir de la definitiva extensión de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. La más importante exportación era la del cacao, y los grandes propietarios, centrados en la ciudad de Caracas, dominaban la poderosa institución del cabildo. Allí se produjo la más temprana proclamación de la independencia.
Perú y la zona andina
En la zona andina, la presidencia de Quito se orientaba con decisión hacia el Pacífico, en virtud del impulso de la ciudad costera de Guayaquil, centro de exportación del amplio valle de Guayas, cuya agricultura de plantación tropical cristalizaba en una dimensión económica muy similar a la venezolana, por su dinámica y su orientación a la conquista de los mercados novohispanos. Los promotores de este objetivo eran los hacendados del cacao.
En la zona de la cordillera andina permanece una sociedad tradicional de frontera y asentamiento, apoyada en una economía de subsistencia. Sin duda, la región preeminente de esta zona andina fue el virreinato del Perú, cuya importancia, sin embargo, quedó deprimida como consecuencia de la pérdida de los mercados del Alto Perú ante los embates de los comerciantes de Buenos Aires, la competencia comercial de Guayaquil y la creciente importancia de la sociedad chilena.
De todos modos, Perú continúa siendo un buen productor de plata (la décima parte de la producción mexicana) y de oro (4 millones de pesos anuales); la zona costera es asiento productor de una agricultura y artesanía de consumo para los mercados americanos del Pacífico: aguardiente y vino de Pisco, algodón tejido en Quito, azúcar y arroz; la sierra meridional, zona de asentamiento de la población indígena, con centros agrícolas proveedores de los núcleos mineros. Lima, capital virreinal, era el asiento de una aristocracia dominadora de la agricultura y del comercio, que mantenía una fuerte vinculación con los centros dominadores, comercial y financieramente hablando, de la Península Ibérica.
El Cono Sur
La capitanía general de Chile era el más remoto dominio de la Corona española en América. Su considerable grado de aislamiento quedaba reforzado por la misma Naturaleza: al Norte, el desierto de Atacama, cuya importante riqueza apenas había comenzado a ser explotada; la cordillera andina y el Pacífico eran barreras naturales al Oriente y al Occidente; al Sur, la divisoria del río Bío-Bío era la frontera con los araucanos, que habían mantenido su propia forma de vida durante dos siglos y medio.
La sociedad chilena estaba completamente dominada por doscientas familias, casi totalmente criollas; un amplio sector de estas familias era de origen vasco. Casi todos ellos se habían enriquecido con el comercio e invirtieron sus ganancias en la adquisición de tierras. La coincidencia de intereses económicos y sociales en el sector social minoritario explica la fuerte coherencia de éste y su decisiva caracterización de la actividad política.
En el Atlántico, por su parte, adquiría cada vez mayor fuerza e importancia la sociedad de Buenos Aires; junto con la de Caracas y La Habana, principales beneficiarias del reformismo, así como de la larga de la larga onda mutativa de basculación del peso de la América tradicional del Pacífico hacia la América nueva del Atlántico. Esto último se aprecia, específicamente, en la basculación económica de las regiones de Tucumán, Cuyo, Alto Perú y Chile sobre el puerto de Buenos Aires.
Pero sobre todo se aprecia en la potencialidad y fuerte dinámica de los comerciantes de Buenos Aires, que dominaron los circuitos comerciales confluyentes en el Alto Perú, promoviendo también el crecimiento del amplio litoral, centro de la gran expansión ganadera y de un poderoso sector social de hacendados. Al norte del litoral ganadero, el confín del Paraguay aprovechó al máximo los recursos humanos y económicos del desmantelado territorio de Misiones, cuya población indígena basculaba hacia el litoral ganadero.
IDEAS Y SENTIMIENTOS EN LA INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA
El típico carácter de yuxtaposición y variabilidad que caracteriza la historia de las ideas hispanoamericanas permite establecer en su estructura (permanencia-resistencia) una peculiaridad de «puente» entre la etapa de la emancipación y la de la independencia. En la elaboración de los supuestos ideológicos y culturales de esta importante etapa es de suma importancia tener en cuenta una serie de problemas que caracterizan los supuestos históricos:
- El mundo de ideas creadas por la sensibilidad criolla del siglo XVII, en conexión con la elaboración de un humanismo jesuítico que, en la vía estética cristalizó en el Neoclasicismo hispanoamericano y, en la vía política, después de la expulsión, en la temprana y original manifestación de un romanticismo crítico del conflicto. El racionalismo crítico reformista, del que emana una serie de estímulos ideológicos.
- La polémica defensiva de afirmación de la realidad, frente a la verdad intencional, básicamente promovida por los jesuitas expulsados, frente a las tesis «científicas» europeas.
- El desarrollo de una peculiar corriente de opinión pública, encauzada por instituciones, personas y prensa, que plantea los primeros símbolos de comunidad regional.
- La aparición de un ideario preconstitucional, de marcada tendencia auto determinante, cuyo objetivo consistía en alcanzar el pleno ejercicio del poder político y, en determinados sectores sociales, conseguir su propia riqueza.
Esta serie de problemas, cada uno de los cuales supuso, por sí solo, una cuestión de alta complejidad, puede reducirse a una doble actitud comunitaria. Por una parte, la que se vincula a una línea política de Estado respecto a los hombres y territorios americanos, en relación con el objetivo de una reestructuración de la sociedad. Esta ofrece una disimetría revolucionaria, o manifestación discordante de los esquemas reformista y revolucionario.
La otra actitud representa una clara posición americana de proclividad hacia la independencia, cuya explicación radica en el desenvolvimiento de un proceso cultural de maduración, cuyas fases más peculiares son: la sensibilidad barroca, descubridora del hombre americano y del inconformismo intelectual criollo; el racionalismo crítico español en relación con América, que produjo un proyectismo de amplia trascendencia en la maduración del modo de pensar propiamente hispanoamericano; el Neoclasicismo que adquiere una decisiva caracterización humanística-jesuita, visible de modo especial en los sistemas educativos y en la enorme influencia que las universidades y otros centros de cultura superiores ejercieron sobre la conciencia comunitaria de los criollos.
En efecto, durante todo el siglo XVIII tanto en la convivencia directa como desde la lejanía del exilio, la ética humanista jesuítica influyó decisivamente sobre la mentalidad criolla, sobre todo como consecuencia de su profunda actitud de enfrentamiento con la ética de autoridad en el doble sentido religioso y político, vigente en la poderosa corriente estadista. La última fase de este proceso cultural de maduración se encuentra representado por la formulación del romanticismo hispanoamericano, en el que se alcanza la plenitud del pensamiento hispanoamericano.
Las ideologías constitucionalistas constituyen un complejo en cuyo seno se asienta el eje del cambio generacional que transformó la moderación de la emancipación en el radicalismo de la independencia, muy importante, porque permitió a los criollos acceder al ejercicio del poder político. Cuando se produjo el levantamiento en armas del pueblo español en 1808, el establecimiento de juntas provinciales y locales de «defensa», ejemplo rápidamente imitado en América, supuso la puesta en vigor de las teorías escolásticas respecto al origen de la autoridad civil, en virtud de las cuales, al estar el soberano prisionero y, en consecuencia, incapacitado para el ejercicio del poder, su autoridad era transferida a la comunidad, donde radicaba la soberanía.
La necesidad de unificar criterios condujo a la creación de la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino (22 de enero de 1809), que proclamó la igualdad de derechos entre España y América, disponiendo, además, el nombramiento de representantes de los reinos y provincias americanas (Nueva España, Perú, Nueva Granada, Río de la Plata, Guatemala, Chile, Cuba, Puerto Rico, Venezuela y Filipinas) en la Junta Suprema. La necesidad de convocatoria de Cortes generales condujo a la designación de una regencia, cursándose (14 de febrero de 1810) la correspondiente convocatoria a las provincias americanas para que enviasen representantes.
El novohispano Miguel Lardizábal y Uribe era miembro de la regencia en el momento de la inauguración de las sesiones de Cortes el 14 de septiembre de 1810. Casi el primer acto de gobierno de las cortes consistió en la solemne declaración, según la cual: «Los dominios españoles en ambos hemisferios forman una sola y misma monarquía, una misma y sola nación y una sola familia, y, por lo mismo, los naturales que sean originarios de dichos dominios, europeos o ultramarinos, son iguales en derechos a los de esta Península».
De modo que a la igualación de derechos se añade la afirmación del vínculo. Sin embargo, debido a las profundas diferencias regionales americanas, las respuestas que se dieron al desafío constitucional fueron muy diversas, en razón a los planteamientos de base escolástica para cada tema y, lógicamente, para cada situación histórica regional:
- En relación con la titularidad de la soberanía civil. Con el establecimiento de las juntas se ofrecieron cuatro fórmulas diferentes:
- Nueva España. Bajo presión de intereses institucionales, se proclamó la continuidad del derecho de España.
- Venezuela. Afirmación pre-nacionalista, mancomunidad de cabildos y proclividad independiente.
- Río de la Plata; Nuevo Reino de Granada; Chile. Predominio provincialista, centrado en las unidades administrativas españolas.
- En las mismas, como una variante de la posición anterior, tesis defendida por minorías intelectuales, confederativa
- En relación con la base legítima de organización política. En cuanto es, el resultado de la tensión y enfrentamiento de la mentalidad colonial hispánica y de la mentalidad criolla, ofrece dos variables:
- Tesis peninsularista, promovida por virreyes como Abascal (Perú), Venegas (Nueva España), Amar (Nueva Granada), Hidalgo de Cisneros ( Río de la Plata), capitanes generales y otros altos funcionarios, tiende a la posición autonómica para conseguir la continuidad del régimen español.
- Tesis criollista, que ofrece importantes variables:
a) monarquía sin rey y predominio social aristocrático (Quito); b) refuerzo del linaje, con predominio de grupos familiares de gran poder económico y ascendiente social (Bolívar); e) acceso del cabildo al gobierno virreinal, predominio de intereses institucionalmente representados (Buenos Aires); d) constitucionalismo, previa convocatoria de Cortes (Nueva Granada); e) monarquismo, bien transaccional, y pacto con dinastía extranjera, bien en la línea bonapartista.
- En relación con el carácter de la autoridad civil. Ofrece tres posiciones:
- Teoría realista. La autoridad civil en América derivaba por delegación de la ejercida sucesivamente en España por la Junta suprema, la Regencia y las Cortes. Se expresó en el fidelismo de la comunidad política.
- Teoría autonomista. Defiende el derecho del pueblo a reasumir la soberanía tras la abdicación del rey.
- Teoría independentista. Proclamada en Caracas (5 de julio de 1811), Buenos Aires (31 de enero de 1813), Santiago de Chile (4 de julio de 1813), Santa Fe de Bogotá (15 de julio de 1813), Chilpancingo (Nueva España, 6 de noviembre de 1813) .
En rigor, las juntas no pueden considerarse como paradigma de separación o independencia, ni siquiera en aquellas que justificaron el carácter mismo de la autoridad civil en la tendencia independentista. Su montaje responde a una oferta de seguridad y garantía cautelar o preventiva respecto a lo que pudiese ocurrir en relación con la plena soberanía peninsular como consecuencia de la invasión de los franceses.
A juzgar por las respuestas que se dieron a los diversos agentes enviados por Napoleón, puede, incluso, afirmarse la neta posición anti-francesa. Sin embargo, hay que convenir que el sistema «juntista», establecido en América entre 1808 y 1810, supone el primer paso efectivo para la consecución de la independencia.
Los fundamentos doctrinales que utilizaron los componentes de esas juntas americanas son las mismas teorías de teólogos y juristas españoles, y están basados en los fundamentos intelectuales de la legislación indiana. Sin embargo, en torno al eje de 1814, sobre la frontera de cambio 1811-1817, se produjo la definitiva posición en torno al ideal existencial de la independencia.
El hecho clave está caracterizado por el programa absolutista y derogatorio de los resultados obtenidos en Cádiz por parte de Fernando VII (1814), y se apoya fuertemente en dos hechos internacionales de fuerte repercusión en toda el área iberoamericana: la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo (1815) y la reversión de todo el peso industrial y financiero británico en la ayuda económica y militar a Iberoamérica; el enfrentamiento bélico de los Estados Unidos contra Inglaterra en lo que ha sido denominado «segunda guerra de la independencia de los Estados Unidos» (1812-1814), que fue, sobre todo, un ejemplo capaz de quebrantar cualquier índole de inhibición o miedo por parte de los iberoamericanos.
Esos tres decisivos factores inciden sobre la discontinuidad histórica que había prevalecido, sobre todo por razones de regionalización e incomunicación, en la generación radical o «patriota» cuya preeminencia coincide también con ese momento histórico de cambio y transformación, La característica agresividad de esta generación se apreció específicamente en los fundamentos del conflicto romántico hispanoamericano, mientras la continuidad se produjo, específicamente, como consecuencia de las grandes campañas continentales.
En este parágrafo conviene hacer una referencia a esta última fase de transición cultural que es el romanticismo hispanoamericano. El ambiente ideológico que orientó la peculiaridad política de los criollos promovió un provincialismo ilustrado de alta intensidad reformista, y, en su caso, revolucionario, que tiñó fuertemente las expresiones literarias. Los escritores absorbían las emociones, ideales y sentimientos políticos, y de este modo aparece una serie de americanismos que imprimen una específica influencia de índole popular, que destaca lo autóctono, junto con las tendencias estéticas prevalecientes.
En la poesía se aprecia muy claramente el impacto de la presión y de la emoción políticas, sobre todo en el empeño por destacar y exaltar lo más peculiar de América, que es su naturaleza, o lo más decisivo del momento, que eran los héroes conductores de la política.
Pero las aceleradas transformaciones de la época se aprecian más claramente en la prosa, donde interesa destacar dos importantes tendencias: el típico género de las memorias, en el cual ocupa un lugar preeminente fray Servando Teresa de Mier, y la aparición de la sociología narrativa o novelada, con José Joaquín Fernández de Lizardi, que es, al propio tiempo, el primer hito de la novela hispanoamericana de análisis de la realidad humana y social, con «el Periquillo Sarniento», un verdadero manifiesto de moral pública, mucho más urgente e ineludible que la privada, pues la imprevisión de los perjuicios a terceros y la difusión del malestar social implican el crecimiento de la responsabilidad, en el sentido de ser contrapeso de la apertura supuesta por la libertad.
Ello constituye un efecto peculiar de la orientación romántica de la cultura iberoamericana. Entendiendo el Romanticismo como una actitud dialógica y conflictiva, basada en la experiencia y al margen de toda elaboración teórica, no parece que se pueda continuar manteniendo la tesis del romanticismo americano como una emanación del europeo. Los caracteres del romanticismo americano no radican en elaboraciones intelectuales, ya sean de índole racional o irracional, sino en la fuente misma de la acción y de la pasión supuesta por la revuelta espiritual, política y anti-normativista, supuesta e implícita en la emancipación.
De ahí que la exaltación dé lo popular y nativista, la resistencia ante la «ocupación», la ideología de la autodeterminación; la aspiración al poder político, el culto al héroe e incluso la problematización de lo religioso, constituyen aspectos de la mayor importancia en cuanto se consideren como formuladores e iniciadores de un romanticismo americano cuya característica esencial, insisto, debe colocarse en la raíz del sentimiento apasionado por la Naturaleza, el individualismo y el linaje; en cualquier caso, en la elevación de los objetivos de la peculiaridad como rango máximo del conocimiento de la realidad.
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