FILIPINAS. Labor educativa de la Iglesia

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Para los misioneros de Filipinas la promoción socio-cultural de los nativos constituyó una tarea que iba inseparablemente unida al anuncio del Evangelio. Un autor franciscano anónimo de los primeros tiempos nos ha dejado una bella descripción de cómo llevaban ellos a la práctica esta forma de entender la evangelización:

“Anda así el religioso de pueblo en pueblo y de una en otra sementera, por riscos, montes y muchas veces por esteros, lagunas y por la mar en barquillas, a mucho riesgo de la vida, diestro por la necesidad en el marear las velas o governar el timón, de casilla en casilla, catequizando viejos que no se pueden menear y bautizándolos, curando y confesando los christianos enfermos y regalando aun a los que no lo son, [...] de manera que al cabo de la jornada a servido el religioso de cura, sacristán, médico, cirujano, architecto, marinero y otros muchos oficios, y de esta manera conquista y allana y apacigua más tierra un pobre religioso con un hábito y un bordón en la mano que muchos soldados con arcabuces al hombro”.

Partiendo de esta concepción de lo que debía ser el anuncio del Evangelio, los misioneros llevaron a cabo importantes proyectos de promoción sociocultural de gran importancia para los nativos de las islas.

PANORAMA DE LA SITUACIÓN EDUCATIVA

Una de las cosas que más sorprendieron a los españoles a su llegada a Filipinas fue el escaso grado de desarrollo de sus habitantes desde el punto de vista cultural en comparación con el de algunos pueblos prehispánicos de América como los mayas, los aztecas y los incas.

Los españoles no encontraron vestigios de monumentos arquitectónicos, ya que los nativos no utilizaban ni la piedra ni el ladrillo como materiales de construcción. Desconocían las artes plásticas. Si poseían, en cambio, algunas esculturas, especialmente religiosas, aunque fabricadas casi exclusivamente en madera.

Por otra parte, era altísimo su grado de alfabetización. Poseían un alfabeto propio que constaba de diecisiete letras, de las que tres eran vocales y el resto consonantes. Sin embargo, era muy escasa su literatura escrita, ya que no usaban el alfabeto para composiciones literarias ni utilizaban la imprenta, a pesar de que debían conocer el sistema xilográfico de los chinos.

Tampoco disponían de instituciones dedicadas a la transmisión de su propia cultura, a excepción del «barangay»[1]-única institución sociopolítica de una cierta relevancia que existía- o la familia.

La conquista, relativamente pacífica, de las islas y el impacto que produjo en los nativos la presencia de una cultura desconocida y muy superior a la suya en importantes aspectos, explican la rápida aceptación de la nueva fe y nuevas formas culturales por parte de la mayoría de la población en un espacio brevísimo de tiempo. El franciscano Marcelo de Ribadeneira, que publicó su «Historia» en 1601,[2]afirma sin titubear que por entonces los filipinos estaban ya muy «españolados», opinión que comparten los historiadores contemporáneos.

En cualquier caso, los misioneros emprendieron muy pronto una amplia reestructuración socio-cultural de las tierras y gentes recién anexionadas al Imperio español. Agruparon las familias en núcleos que permitieran una mayor eficacia a su labor evangelizadora, organizaron nuevas poblaciones de acuerdo con las normas urbanísticas españolas de la época, crearon escuelas y fundaron hospitales. Enseñaban a los nativos a “hacer sus casas y cómo habían de sembrar algunas legumbres que ellos no tenían y aun los oficios mecánicos para la vida”, dice Ribadeneira.

Enseñanza elemental

Fueron los agustinos quienes fundaron la primera escuela de Filipinas en 1565. Los franciscanos Juan de Plasencia y Juan Bautista Lucarelli, por su parte, utilizaron también esta institución como medio de evangelización desde el momento de su llegada en 1578, y con resultados tan espectaculares que la Provincia de San Gregorio, decidió oficialmente en 1580, fundar escuelas en todas las doctrinas que tenía a su cargo.

El modelo franciscano, calcado sobre el mexicano, fue plenamente aceptado por el resto de las Órdenes religiosas, convirtiéndose pronto en un instrumento fundamental para la promoción social, cultural y religiosa de los habitantes del archipiélago. El dominico Pedro Bolaños lo utilizaba en Bataán en el año 1587, y otro tanto hacían los jesuitas en Tigbaun (isla de Panay), Carigara (Leyte), Antipolo y otros pueblos de los alrededores de Manila.

Muy pronto, la escuela pasó a formar parte de casi todas las « doctrinas» e incluso «visitas» de Filipinas. Ya desde el principio, en muchos lugares se construyeron edificios especialmente dedicados a residencia y centro docente de los alumnos. Cuando esto no era posible, se reservaba una parte de la residencia conventual para hacer las funciones de colegio-seminario.

Por lo que se refiere a los contenidos, la enseñanza pretendía la transformación del nativo desde el punto de vista religioso, cultural y social. Los niños, además de memorizar las verdades fundamentales de la fe, aprendían a cantar y a tocar diversos instrumentos musicales, a leer en castellano y en latín, y, finalmente, a valerse de las técnicas agrícolas que facilitaran el cultivo de la tierra.

La escuela estaba bajo la responsabilidad directa del párroco, que, a su vez, elegía la persona encargada de la educación de los niños, en un principio, el sacristán mayor. Con el transcurso del tiempo, sus funciones serían asumidas por una persona especialmente preparada para ejercerlas que recibía el nombre de «maestrillo».

Los destinatarios de la enseñanza eran, en primer lugar, los hijos de los principales o caciques, los cuales vivían en régimen de internado durante un periodo lo suficientemente largo como para garantizar los resultados de la educación recibida. Normalmente, el joven estudiante abandonaba su colegio seminario en el momento en que se encontraba preparado para contraer matrimonio. De esta forma, las escuelas se convertían en centros de formación de modelos de referencia para los nuevos convertidos.

Tanto el inmueble convertido en escuela como los medios y personal dedicados a la enseñanza experimentaron un cambio espectacular hacia finales del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX. En esta misma época se unificaron los contenidos y se garantizó el mantenimiento del personal docente. A finales del siglo XIX, el número de escuelas existentes en Filipinas ascendía a 2.500, frecuentadas por una población estudiantil cercana a los 200.000 niños.

Aunque no es fácil hacer un balance de los resultados conseguidos por los misioneros en el campo de la enseñanza, parece innegable que gracias a ella lograron, en buena medida, la aceptación masiva de la fe cristiana y un índice de alfabetización excepcional, teniendo en cuenta las circunstancias históricas y el marco geográfico en que se desenvolvían. Hacia finales del XIX, el índice de alfabetización era muy superior al del resto de los países asiáticos y superaba incluso al de algunos países europeos.

Enseñanza secundaria masculina

En Filipinas no existió la enseñanza secundaria hasta 1865, fecha en que la escuela sufre una profunda reestructuración. Existían hasta entonces tres instituciones de enseñanza en las que se estudiaban todas las materias exigidas para poder conferir el título de bachiller en Artes: los colegios de San Juan de Letrán, el Ateneo Municipal de Manila y Santa Isabel, situados todos ellos en la ciudad de Manila. Sólo un centro docente, la Universidad de Santo Tomás, estaba autorizado para conceder grados académicos.

Desde la fecha mencionada fueron surgiendo nuevos e importantes centros de enseñanza secundaria regentados no sólo por dominicos y jesuitas sino también por los franciscanos, los agustinos y los recoletos. Los seminarios, por otra parte, no fueron nunca centros docentes reservados exclusivamente para la formación de los futuros sacerdotes; sus aulas eran también frecuentadas por jóvenes deseosos de conseguir una preparación intelectual que les permitiera el acceso a la universidad. Los jóvenes dispusieron para su educación de siete centros principales:

COLEGIO DE SAN JUAN DE LETRÁN. Fue fundado el año 1640 a iniciativa de Juan Jerónimo Guerrero, benemérito español peninsular, que durante varios años decidió acoger en su propia casa a los niños abandonados de la sociedad manileña, proporcionándoles, al mismo tiempo, alimento y educación. Años más tarde, el hermano lego dominico fray Diego de Santa María comenzó un proyecto similar en unos locales adosados a la entrada del convento de Santo Domingo.

Ambos se fusionaron al encomendar su obra a los dominicos el anciano Juan Jerónimo. Durante más de cincuenta años, los niños españoles marginados acogidos al centro -a los que se unieron posteriormente mestizos e indígenas - recibían en la institución sólo la enseñanza elemental, acudiendo a las aulas de la Universidad de Santo Tomás para los estudios superiores.

Desde principios del siglo XVIII ya se impartían en él cursos de Humanidades equivalentes en parte a la enseñanza secundaria, y desde el año 1867 se comenzaron a enseñar todas las asignaturas del Bachillerato. Por las aulas de San Juan de Letrán, que goza aún de gran vitalidad, pasaron en su día importantes personalidades de la vida social, cultural y eclesiástica de la antigua colonia española.

ATENEO DE MANILA. De él surgiría corriendo el tiempo una de las más prestigiosas universidades católicas actuales de Filipinas, nació en la segunda mitad del siglo XIX. El gobierno colonial encomendó a la Compañía de Jesús, reincorporada a la actividad misionera tras la larga ausencia producida por su expulsión en 1767, la dirección de la Escuela Municipal de Manila, centro de enseñanza elemental que pasó a llamarse, muy poco después, Ateneo Municipal de Manila.

A los pocos años, la modesta escuela se convirtió en una de las más atractivas de Manila gracias a la profunda renovación de su organización y a la introducción de nuevos métodos pedagógicos. En el curso correspondiente a los años 1895-1896, el número de alumnos ascendía a 1.135 y su programa escolar incluía materias como formación profesional, topografía, administración, dibujo, pintura, etc.

ESCUELA NORMAL DE MAESTROS. Fue creada por real decreto de 20 de diciembre de 1863 e inaugurada el 23 de enero de 1865, con la finalidad de formar maestros que pudieran enseñar las primeras letras y el castellano en las escuelas del archipiélago.

Desde su fundación se puso bajo la dirección de los jesuitas. En 1875 el número de sus alumnos ascendía a unos 600, de los que 114 eran internos y el resto externos.

OTROS COLEGIOS. Los agustinos, relativamente ausentes del campo de la enseñanza, fundaron en 1888, en Iloilo, el Colegio de San Agustín. En 1891, los dominicos inauguran el de San Alberto Magno en Dagupan (Pangasinán). Los recoletos abren las puertas de su primer colegio en Bacólod (Negros). Finalmente, los franciscanos hacen otro tanto, en 1895, en el pueblo de Guinobatan (Albay). Con estos centros se inicia la expansión de la enseñanza secundaria más allá de los límites de la capital de la colonia.

Enseñanza secundaria femenina

La mujer fue objeto de especial atención por parte de los misioneros. Fueron numerosos los centros fundados para su educación. Enumeramos a continuación los más importantes.

COLEGIO DE SANTA POTENCIANA. El primer colegio para niñas que abrió sus puertas en Filipinas fue el de Santa Potenciana, fundado por el gobernador Gómez Pérez Dasmariñas en 1591, en beneficio de las hijas de padres españoles “que habían servido a su Católica Magestad y morían sin recursos que dejar a sus hijos”.

Las niñas vivían en régimen de internado hasta que tomaban estado. Su época de mayor esplendor abarca los años 1591-1632. Sigue un largo periodo de escasa brillantez, hasta que, finalmente, en 1866 se fusiona con el de Santa Isabel.

COLEGIO DE SANTA ISABEL. Fue fundado por la Hermandad de la Santa Misericordia en 1632 para la educación de las niñas españolas huérfanas. Desde esa fecha hasta 1800 fueron acogidas y educadas en él 13.000 niñas. En 1863 se hicieron cargo de su dirección las Hermanas de la Caridad, y a partir de 1879 abrió sus puertas a alumnas externas.

COLEGIO DEL BEATERIO DE SAN IGNACIO. Tuvo su origen en el beaterio del mismo nombre, fundado por la madre Ignacia del Espíritu Santo, mestiza china, en 1684, con el apoyo del jesuita Pablo Klein. Su labor educativa incluía tanto a niñas españolas como a mestizas y nativas.

COLEGIO DE SANTA CATALINA. Sus orígenes están íntimamente ligados al beaterio del mismo nombre, fundado por los dominicos, a instancias de la madre Francisca del Espíritu Santo, a finales del siglo XVII.[3]En un principio, y al igual que la mayoría de los colegios nacidos de los beaterios, tuvo carácter de internado. En 1899 fue elevado a la categoría de Escuela Normal de Maestras.

COLEGIO DE SANTA RITA. Su fundación data de 1750. Tenía por finalidad la educación de huérfanas indígenas.

COLEGIO DE SANTA ROSA. Su origen está ligado, igual que los anteriores, a un beaterio fundado en 1750 por la madre Paula de la Santísima Trinidad, terciaria dominica.[4]En él se educaba a cierto número de jóvenes nativas. En 1866 pasó a ser regentado por las Hermanas de la Caridad.

COLEGIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN O CONCORDIA. Este colegio fue -y continúa siendo- uno de los centros más prestigiosos de Filipinas dedicados a la educación de la mujer. Fue fundado en 1868 por iniciativa de doña Margarita Roxas, aristócrata manileña, quien puso al frente del mismo a las Hermanas de la Caridad. Durante algunos decenios la educación que recibían en ellas niñas manileñas no fue en nada inferior a la que se impartía en centros similares de Europa.

OTROS COLEGIOS. Las Hermanas de la Caridad, además de los centros educativos mencionados, llevaron también la dirección de la «Escuela Municipal de Niñas de Manila» (1864) -que más tarde se convirtió en la Escuela Normal de Maestras-, el «Colegio de Santa Isabel de Nueva Cáceres» 1868), el de «San José» de Jaro (1872) y el «Colegio de la Caridad» de Cebú (1895).

Enseñanza universitaria

Los misioneros no se conformaron con proporcionar a los filipinos un grado aceptable de educación en sus niveles elementales. Al contrario, ya desde los primeros años vieron la conveniencia, e incluso necesidad, aunque no todos compartieran en el mismo grado esta inquietud, de promocionar a los filipinos hasta lo que entonces se consideraba el nivel más alto de la formación: el sacerdocio. Era, por tanto, necesario organizar instituciones de enseñanza superior.

1) Colegios de San Ignacio y San José. Los jesuitas fundaron, en la ultima década del siglo XVI y primera del XVII, dos instituciones importantes: el Colegio de San Ignacio y el Colegio de San José. EI primero estaba destinado a proporcionar una educación adecuada a los hijos de los españoles en calidad de externos. Pronto se vio, con todo, la necesidad de ampliar el edificio y proporcionar a los alumnos un ambiente de silencio que evitara las distracciones propias de la bulliciosa urbe manilense. Fue así como nació el Colegio-Seminario de San José, adosado al de San Ignacio, en 1610. Aunque dedicado a estudiantes en régimen de internado, sus alumnos acudían para sus clases al vecino Colegio de San Ignacio.

Ambas instituciones continuaron su andadura de forma modesta pero digna durante todo el siglo XVII. Ninguno de ellos puede ser incluido, estrictamente hablando, en el rango de universidad. No obstante, en los libros que abarcan desde el 1 de junio de 1755 hasta el 23 de diciembre de 1767 [año de la expulsión de los jesuitas] se encuentran las «pruebas de cursos de la Academia fundada con autoridad pontificia y regia en el Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús de Manila y se hallan asentados en dicho libro los colegiales del Real Colegio de San José y los estudiantes capistas». De estos dos centros salieron importantes personalidades, que ocuparon sedes episcopales de Filipinas y América.

2) Universidad de Santo Tomás. La institución docente que mayor influencia ejerció en la vida cultural y social de Filipinas fue, indudablemente, la Universidad de Santo Tomás. Fundada por los dominicos en 1611, a base de un legado del arzobispo dominico Miguel de Benavides y de otras personas, nació para proporcionar una enseñanza adecuada a los religiosos del convento de Santo Domingo de Manila, a los novicios de otras Ordenes y a otros ciudadanos de Filipinas que así lo desearan. De ahí su nombre primitivo de Colegio de Nuestra Señora del Rosario, que pronto cambió por el de Colegio de Santo Tomás.

En 1619, el gobierno de las islas, a petición de los dominicos, concedió la aprobación oficial al colegio, y el 15 de agosto de dicho año, el rector del mismo, P. Baltasar Fort, concedió una beca a doce estudiantes, hijos de las familias más nobles y de los capitanes de mayores méritos de la ciudad. El rey Felipe IV dio también su aprobación en 1623. El papa Paulo V le concedió la facultad de conferir grados académicos en artes y teología el 11 de marzo de 1619, mientras que Inocencio X elevó el colegio al rango de universidad en 1645. La universidad fue ampliando su programa de estudios de forma progresiva. En el siglo XVIII se erigieron las facultades de derecho canónico y civil (1737), y en el XIX las de medicina y cirugía (1882), filosofía y letras (1896), ciencias físico-matemáticas y naturales (1896), y las escuelas especiales de obstetricia (1879) y de practicantes médicos y farmacéuticos (1880).

El alumnado fue creciendo también progresivamente, pasando de una media de 300 alumnos matriculados cada año durante la segunda mitad del siglo XVII a unos 600 en la segunda del XIX. En 1892 el número total de alumnos ascendía a la considerable cifra de 1.890. El profesorado estaba compuesto en un principio por profesores dominicos, pero a comienzos del siglo XVIII comenzaron a incorporarse también seglares, especialmente en las facultades de derecho civil. La presencia de éstos fue aumentando progresivamente a medida que se añadían nuevas facultades a las ya existentes en el programa de la universidad.

La Universidad de Santo Tomás, además de ser la primera y, durante varios siglos, la única de Extremo Oriente, ha desempeñado un papel de primer orden en la promoción religiosa y cultural no sólo de Filipinas, sino también de amplias zonas de aquella parte del mundo. Por sus aulas han pasado, como profesores o como alumnos, un numero importantísimo de eclesiásticos, intelectuales, políticos, funcionarios y otras personas que han ejercido una influencia considerable en los destinos de las islas.


NOTAS

  1. Barrio integrado por unas 50 familias
  2. Ribadeneira, Marcelo de (1601). «Historia de las islas del archipielago y reynos de la gran China, Tartaria, Cuchinchina, Malaca, Sian, Camboxa y.». Biblioteca Digital de la Real Academia de la Historia. Fraile franciscano de origen gallego de finales del s. XVI, misionero en Filipinas y Japón. Cf. Manuel de Castro, Marcelo de Ribadeneira, O.F.M., vida y escritos Santiago de Compostela: Editorial el Eco Franciscano, 1978.
  3. Francisca de Fuentes nació en 1647, en Manila (Filipinas), siendo hija del español Simón de Fuentes y de la mestiza Ana María del Castillo. Muere en Manila Intramuros el 24 de agosto de 1711. Casada, su esposo murió poco después. Desde entonces se dedicó a una vida de oración y de obras de caridad entrando en 1682 en el primer beaterio dominico de Filipinas, que dio origen a la Congregación de las Dominicas de Santa Catalina de Siena de Filipinas.
  4. El beaterio fue fundado en 1750 por la Madre Paula de la Santísima Trinidad, una terciaria dominica que había llegado a Manila un año antes. Era una casa de recogimiento y de enseñanza de niñas jóvenes y pobres, tanto indias como otras castas. En 1768 recibían instrucción ciento ochenta niñas en la doctrina cristiana, la lengua castellana y "los oficios propios de su sexo". Todo bajo la dirección de la madre Paula, que consiguió además un número importante de limosnas tanto en las islas como en Nueva España.

BIBLIOGRAFÍA

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Colegio y Universidad de Santo Tomas

J. ÁLVAREZ CIENFUEGOS, Discurso leído en la apertura anual de los estudios de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás el día 2 de julio de 1883 (Manila, 1883): Discursos de esta misma índole, ricos en datos sobre la Universidad, fueron impresos también por J. Andreu en 1889, C. de Elera en 1884, P. N. de Medio en 1896, F. Osós y Abaurre en 1883, N. del Prado en 1882, M. Puebla en 1876, R. Velázquez y Conte en 1887, P. Vidal en 1888 y J. Vila en 1877; M. ARELLANO, Influencia de la Universidad de Manila en la civilización filipina (Manila, 1923); M. ARTIGAS Y CUERVA, Reseña histórica de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Manila (Manila, 1911); E. BAZACO, La primera Universidad de Oriente. Breve reseña documentada de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás (Manila, 1941); Estatutos de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Manila (Manila, 1859); P. FERNÁNDEZ, «Breve reseña de la Universidad de Santo Tomás»: Boletín Eclesiástico de Filipinas 35 (Manila, 1961) 327-355, 412-426.

Fundación del Colegio de Santo Tomás de Manila (Manila, 1887); Fundación y erección de la Universidad de Santo Tomás de Manila (Manila, 1814); General Bulletin of the Manila University of Santo Tomás (Manila, 1809); A. M. MOLINA, «Comienzos y proyección de la Universidad de Santo Tomás de Manila», en Los dominicos y el Nuevo Mundo. Actas del III congreso internacional (Madrid, 1991) 743-751; Nueoos Estatutos de la R. y P. Universidad de Santo Tomás de Manila, formados por J. Amador (Manila, 1785); C. PEDROSA, «A Study of the historical Continuity of the University of Santo Tomás»: Philippiniana Sacra 4 (Manila, 1969) 144-155; Reglamento de oposiciones a Las cátedras de la Universidad de Manila (Manila, 1876); L. RODRÍGUEZ, «A Century Progress of the first One Hundred Years of theFculty of Santo Tomás»: Acta Manilana, Series B, num. 2, 14 (Manila, 1972) 3-130; J. First One Hundred Years of the Faculty of the University of Santo Tomás»: Acta Manilana, Series B, núm. 2, 14 (Manila, 1972), 3-130; J. SÁNCHEZ, Sinopsis histórica y documentada de la Universidad de Santo Tomás (Manila, 1928); A. SANTAMARÍA, Documentos históricos de la Universidad de Santo Tomás de Manila (Manila, 1937); ID., Reseña de la fundación y desarrollo de las Facultades de Derecho Canónico y Civil desde 1734 hasta nuestros días (Manila, 1934). L. P. R. SANTIAGO, «The first Philippino Doctors of ecclesiastical Sciences (1772-1796)»: Philippine Quarterly of Culture and Society 12 (Cebú City, 1984) 257-270; ID., «The Filipino Priest-Doctors in the Nineteenth Century»: Ibid. 13 (1985) 34-50; Tricentenario de la Universidad de Santo Tomás de Manila (Manila, 1912); Universidad de Manila. Documentos que justifican la improcedencia e ilegalidad de la reforma que ha hecho en ella el ministro de Ultramar don Segismundo Moret (Madrid, 1871); 1. VILLAMOR, «Illustrated Lecture on Santo Tomás University»: Unitas 1 (Manila, 1925) 4-45; V. VILLARROEL, «The University of Santo Tomás, Lighthouse of Christian Culture»: Boletín Eclesiástico de Filipinas 39 (Manila, 1965) 189-209; ID., UST Graduate Listing (1611-1972) (ManiJa, 1972); ID., Father José Burgos, University Student (Manila, 1971); ID., José Rizal and the University of Santo Tomás (Manila, 1984); ID., «The University of Santo Tomás of Manila (1611-1987)»: Philippiniana Sacra 23 (ManiJa, 1988) 81-118, repetido en Studium 27 (Madrid, 1987) 519-553 y en Dominicos españoles en el Extremo Oriente. IV Centenario (Madrid, 1988) 141-175.


Imprenta

M. ARTIGAS y CUERVA, La primera imprenta en Filipinas (Manila, 1910); Doctrina Christiana. The first Book printed in the Philippines, Manila 1593 (Filadelfia, 1947); J. DEL CASTILLO, «The first typographical Book printed in the Philippines»: The Journal of History 3 (Manila, 1955) 25-31; ID., «The first Philippine Imprints»: [bid. 8 (1960) 219-228; J. GAYO, Doctrina christiana. Primer libro impreso en Filipinas (Manila, 1948); J. LÓPEZ DELCASTILLO, El impreso tipográfico príncipe filipino (Manila, 1956); J. T. MEDINA,La imprenta en Manila desde sus orígenes hasta 1810 (Santiago, 1896); T. E. PARDO DE TAVERA, Noticias sobre la imprenta y el grabado en Filipinas (Madrid, 1893); A. PÉREZ-C. GÜEMES, Adiciones y continuación de "La imprenta en Manila, de D. J. T. Medina» (Manila, 1904); W. E. RETANA, La imprenta en Filipinas (1593-1810) (Madrid, 1899); ID., Tablas cronológica y alfabética de imprentas e impresores de Filipinas (1593-1898) (Madrid, 1908); ID., Orígenes de la imprenta filipina (Madrid, 1919); C. SÁNCHEZ, «Los franciscanos y la imprenta en Filipinas»: Missionalia Hispanica 28 (Madrid, 1981) 5-58; 39 (1983) 367-412; ID., «Crónica de unas Chrónicas. Aportación al estudio de la imprenta franciscana en Filipinas»: Archivo Ibero-Americano 49 (Madrid, 1989) 491-530; ID., «La imprenta franciscana en Filipinas en el siglo XVII», en Actas del III congreso internacional sobre los franciscanos en el Nuevo Mundo (Madrid, 1991) 1053-l 098.

Escritores:

E. JORDE, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la provincia del Smo. Nombre de Jesús de las islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días (Manila, 1901); M VELASCO, Ensayo de bibliografía de la provincia del Smo. Rosario de Filipinas 1-6 (Madrid, 1960); A. PASTRANA, «Bibliografía franciscano-filipina (1850-1900)»: Missioinalia Hispanica 39 (Madrid, 1982) 247-365.


Ciencias sagradas

J.GAYO, Ideas jurídico-teológicas de los religiosos de Filipinas en el siglo XVI sobre la conquista de las islas (Manila, 1950); J. GONZÁLEZ VALLES, «Pensadores extremeños en Extremo Oriente», en Extremadura en la evangelización del Nuevo Mundo (Madrid, 1990) 541-566; J. L. PORRAS, La posición de la Iglesia y su lucha por los derechos del indio filipino en el siglo XVI (Sevilla, 1985); A. M. ROSALES, «A Sixteenth Century Manuscript in tagalog on the Cornmandments»: Archivo Ibero-Americano 38 (Madrid, 1978) 289-308; V. VICENTE, «Apuntes para la historia de la Teología en Filipinas»: Unitas 37 (Manila, 1964) 523-535.

Lingüística:

A. BARREIRO, «Los misioneros españoles y la filología», en Bibliotheca Hispana missionum l (Barcelona, 1930) 281-293; j. M. GONZÁLEZ, «Apuntes acerca de la filología misional dominicana en Oriente»: España Misionera 12 (Madrid, 1955) 143-179; A. GRAINO, «Gramáticos y lexicégrafos de la lengua tagala»: Archivo Ibero-Americano 2 (Madrid, 1942) 188-194; C. MARCILLA, Estudio de los antiguos alfabetos filipinos (Malabén, 1895); J. MARTÍNEZ, «Aportacién extremeña a la lingüística oriental», en Extremadura en la evangelización del Nuevo Mundo (Madrid, 1991) 581-605; J. L. PHELA , «Philippine Linguistics and Spanish Missionaries»: Mid-Americas 38 (Washington, 1955) 153-170.

Otras ciencias:

L. CULLUM, «Notes for a History of Philosophy in the Philippines»: Philippine Studies 7 (Quezon City, 1960) 448-460; C. DE ELERA, Catálogo sistemático de la fauna de Filipinas conocida hasta el presente y a la vez el de la colección zoológica del museo de Padres dominicos del Colegio-Universidad de Santo Tomás (Manila, 1895-1896); P. GARCÍA GALENDE, «Labor científica de los agustinos en Filipinas»: Archivo Agustiniano 70 (Valladolid, 1986) 85-135; A. HIDALGO, «Miguel Selga, 1879-1956: Priest and Scientist»: Philippine Studies 15 (Quezon City, 1967) 307-347; ID., «Philippine Cartography and the Jesuits»: Ibid. 29 (1981) 361-374; M. RUIZ JURADO, «Fr. Pedro Chirino, Sj, and Philippine Historiography»: Ibid. 29 (1981) 345-359; ID., La sismología en Filipinas

(Manila, 1985); J. N. SCHUMACHER, «One Hundred Years of Jesuit Scientists: The Manila Observatory, 1865-1965»: Ibid. 13 (1965) 258-286; M. SELGA, «La Academia de Matemáticas del Colegio de San Ignacio de Manila»: Revista de la Sociedad Astronómica de España y América 20 (Madrid, 1931) 74·80, 89·96, 110·111, 121·125; ID., Los mapas de Filipinas por el Padre Pedro Murillo Velarde, SJ (Manila, 1934); ID., The Publications of the Obseruatory of Manila (Manila, 1936).

CAYETANO SÁNCHEZ

© Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas. Vol. II: