ESPIRITUALIDAD GUADALUPANA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

Con su fíat María coopera con la voluntad del Padre, y la Palabra se hace carne en su seno purísimo. Como Madre y Discípula del Hijo de Dios, Ella nos da a su Hijo y lo señala como criterio de operación para todos: “Hagan lo que Él les diga” (Jn. 2,5). Su misión está concentrada en su Hijo y Él, por el amor que nos tiene, comparte a su Madre con nosotros, que somos llamados “hermanos de Jesucristo”.[1]Esta filiación divina, de la que nos habla San Pablo,[2]la hemos recibido a partir del Bautismo. Nuestra verdadera identidad en cuanto bautizados es de ser hijos e hijas muy amados del Padre. Al mismo tiempo, en Cristo, María es nuestra Madre. Él nos confía a Ella en el momento de mayor sufrimiento y amor desde la cruz. También nosotros estamos llamados a recibir a María en nuestra casa (Jn. 19,25-27).[3]

Cuando miramos a María podemos comprobar la profundidad de su amor, especialmente en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y a través de su conversación, llena de ternura y afecto, con San Juan Diego, reportada por el Nican Mopohua. María de Guadalupe desea que cada uno de nosotros tengamos una relación de intimidad con Ella, tal como el Padre y Jesús nos invitan a una amistad y cercanía en el Espíritu. A continuación, se pueden mencionar algunos de los principales contenidos para una espiritualidad inspirada en el Acontecimiento Guadalupano.

1.- María de Guadalupe es modelo de santidad y perfección

Las primeras palabras dirigidas por María a Juan Diego se refieren a su propio ser:"Sabe y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María”.[4]Aquí se refiere a su perfección y a su virginidad, a lo que habrá que añadir, en forma explícita, su Inmaculada Concepción y su Asunción.

El Concilio Vaticano II plantea especialmente el Dogma de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, no sólo como objeto de admiración por los privilegios recibidos por Ella, sino más bien en continuidad con la vida humana. La vida de María fue alcanzada por la gracia de Dios desde el primer momento de su concepción en virtud de la obra redentora de Cristo. La Asunción implica lo mismo, a propósito del final de la vida de María sobre la tierra; este misterio está íntimamente relacionado con la esperanza última de toda la humanidad en relación con su destino final. Estos dos dogmas nos ofrecen la convicción y la esperanza que también nuestra vida ha sido tocada por la Gracia divina desde el principio hasta el fin, y que al final la gracia triunfará sobre el pecado y que también nosotros seremos acogidos por la gracia de Dios. La vida de María ofrece, pues, un ejemplo y una esperanza para toda vida humana.

Es claro que Jesucristo es el arquetipo y modelo supremo de toda vida espiritual, ya que ésta, por voluntad de Dios, es una vida de filiación. Ahora bien, nadie ha realizado tan plena y perfectamente esta filiación divina como la Virgen Santísima.[5]Como hija de Dios, es la más cercana a Él entre todas las creaturas. Por eso es imagen y ejemplo de nuestra filiación divina y, por lo mismo, de toda nuestra vida espiritual. Nuestra vida espiritual se hace también a semejanza de María y según el ejemplo de su propia vida filial de Dios.[6]

Lo que Dios ha hecho con María, como prototipo del Pueblo de Dios, lo ha hecho también por cada uno de los creyentes. De ahí la admiración ante el don de Dios que surge del Acontecimiento Guadalupano, como surgió en el corazón de Isabel ante la visita de María: ‘¿Quién soy yo para que venga a visitarme la Madre de mi Señor?’ (Lc. 1,43); ya lo expresaba también el Papa Benedicto XIV, según una sólida tradición trasmitida por los jesuitas que le presentaron en el siglo XVIII un cuadro de la Virgen de Guadalupe, cuando citaba la Escritura (Sal. 147, 20) a propósito de las apariciones de María en el Tepeyac: ‘Non fecit taliter omni nationi’ (No hizo cosa igual con otra nación).

La predilección mostrada por la Virgen de Guadalupe en aquellos momentos dramáticos y difíciles de la historia del México, o de toda Mesoamérica, de los tiempos de la Conquista, al presentarse como la Perfecta siempre Virgen Santa María, plantea ya una muy especial actitud espiritual de respuesta: la completa gratitud llena de amor por Aquella que se hizo presente entre nosotros. La gratitud y la admiración nacen del amor y el amor nace de sentirse amado.[7]María, pues, nos manifiesta todo su amor. Y nuestra respuesta debe ser la misma: el amor.

2.- María de Guadalupe nos entrega a su Hijo Jesucristo

Sin lugar a dudas, el mensaje central de María de Guadalupe en el Tepeyac es el ofrecimiento de darnos a su Hijo muy amado. "Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra” (NM 26). Más adelante habría de decir al mismo Juan Diego: “Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto, lo entregaré a las gentes en todo mi amor personal, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación” (NM 26-28). María de Guadalupe, Madre de Jesucristo, es así entendida por Juan Diego, y así lo expresa al Obispo Zumárraga: “Y aunque todo, absolutamente, se lo declaró y todo lo que vio, lo que admiró, que aparecía con toda claridad que Ella era la Perfecta Virgen, la Amable, Maravillosa Madre de Nuestro Salvador, Nuestro Señor Jesucristo” (Nican Mopohua 75).

En el Capítulo VIII de la Lumen Gentium del Vaticano II María es vista como aquella que “ha traído la Vida al mundo” y por esta razón “es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor… está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo” (LG 53). La ferviente religiosidad popular de nuestros pueblos, la adoración a Cristo y la veneración y amor a la Santísima Virgen María, son elementos primordiales de la espiritualidad hispano-americana. La devoción a Cristo crucificado ejercita una fuerte atracción, porque su sufrimiento refleja el rechazo vivido por un gran número de gentes marginadas y emigrantes. Las raíces españolas son evidentes en el cristocentrismo, así como en la característica intensamente mariana de la espiritualidad de los pueblos latinoamericanos. En todo esto influye de manera especial la devoción y el culto a la Virgen de Guadalupe, que ha llegado a ser el símbolo central y eficaz, no sólo de la fe y de la espiritualidad religiosa, sino también de la liberación humana y de la nueva vida del pueblo.

Jesucristo, Verbo Encarnado, ha estado particularmente presente en medio de nuestro pueblo. El “Verdaderísimo Dios por quien se vive; el Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra” se ha hecho carne, identificable, uno de nosotros, presente en el entramado de la historia humana, gracias a María de Guadalupe que nos lo vino a traer. El Verbo de Dios, que “estaba junto a Dios” (Jn. 1, 1-2) quiso crear un nuevo pueblo en medio al cual construir una “casita sagrada” para habitar en medio de nosotros. Se encarna en el seno purísimo de María, quien nos lo entrega para que creamos en Él (“a todos los que lo recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” Jn. 1, 12) y poder también “recibir de su plenitud gracia por gracia” (Jn. 1, 16). Esta es la verdad fundamental del bautismo, puerta de entrada para encontrarse con Cristo, que fue el primer fruto extraordinario de la presencia maternal de la Virgen de Guadalupe en estas tierras.[8]El reto para vivir una auténtica espiritualidad cristocéntrica nos lo ofrece la misma Virgen María: “Hagan lo que Él les diga’” (Jn. 2, 5). El don que Jesucristo nos ha dejado es su Palabra, contenida en los Evangelios; imitar y seguir a Jesús, con un espíritu evangélico será la mejor forma de responder al amor de la amada Señora del Cielo.

3.- María de Guadalupe es nuestra Madre

El papel maternal de María se revela de manera singular en su aparición de 1531. Ella está encinta; es la “Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra” (Nican Mopohua 26). El corazón de su mensaje y el objeto principal de su amor es Jesús, a quien nos entrega. Pero Ella revela su propio amor tierno a Juan Diego: “Porque, en verdad, yo me honro en ser tu madre compasiva, tuya y de todos los hombres que viven juntos en esta tierra”(Nican Mopohua 29-30). Ese es el amor que María siente por cada uno de nosotros.

El amor maternal de María tiene la doble e inseparable vertiente: hacia su Hijo Jesucristo y hacia nosotros. En esa tónica nos la presenta el Evangelista San Juan cuando, en la escena del calvario, resalta al principio a María como «Madre de Jesús» y en los siguientes versículos se refiere a Ella en cuanto madre del Discípulo Amado.

De la maternidad espiritual de María deriva también la grandeza y dignidad de nuestra condición de personas.[9]Nosotros debemos comprender la responsabilidad y el deber que se nos ha confiado de llamar a otros a vivir la comunión en el amor. Cuando vivimos verdaderamente esta comunión en el amor, somos verdaderamente hijos e hijas del Padre y de María. Somos enviados al mundo para proclamar la buena nueva de Jesucristo, tal como María entró en las culturas hostiles del 1500 en el Tepeyac, para proclamar que el único capaz de devolver a la humanidad a la paz y a su dignidad es Jesucristo. Sólo Él revela la verdadera dignidad al ser humano y lo que significa ser persona humana, hijo amado, hija amada del Padre y de María.[10]

4.- María de Guadalupe nos enseña a ser Iglesia

Es muy importante equilibrar el nexo cristológico y el motivo eclesiológico con el cual María es considerada un ser plenamente humano que comparte con los otros seres humanos la necesidad de la redención de Cristo. Ella es descrita como el miembro excelso de la Iglesia, aquella que es el modelo de la Iglesia peregrinante. Con todo esto, no fue el Concilio el que da a María el título de ‘Madre de la Iglesia’; fue el Papa Pablo VI quien le dio ese título en el discurso de clausura del Concilio. Ella es, al mismo tiempo, un icono de la fidelidad a la Iglesia.

María de Guadalupe, desde su primera aparición, insiste en enviar a Juan Diego con el Obispo. Ella quiere una «casita sagrada» y es el Obispo, el que es cabeza de la Iglesia local, quien debe determinar y llevar a cabo su proyecto: “Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí se me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado y lo que has oído”. (Nicán Mopohua 33).

La Madre de Dios se somete al Obispo. Con este gesto se somete a la cabeza de la Iglesia que, al final, es su propio Hijo Jesucristo. Es muy claro, la Virgen de Guadalupe es la Madre de la Iglesia, forma Iglesia.[11]Todo esto es perfectamente acorde con las enseñanzas de San Ignacio de Antioquía a propósito del Obispo y la Iglesia.[12]

5.- María de Guadalupe es ejemplo de fe

María de Guadalupe se presenta como la “Madre del Verdadero Dios por quien se vive”; por tanto esa «María» que viene a nosotros es la misma María de Nazareth, que recibe el anuncio del Ángel Gabriel y ante el cual Ella profesa una fe irreductible.[13]La fe de María, que se expresa en el relato evangélico, es la característica específica de la fe de María, que modela todo comportamiento cristiano como respuesta humana a la iniciativa de salvación de Dios. Esta respuesta de fe de María es el modelo de la fe de todo creyente.

La fe es iluminación que significa claridad sobre el designio de Dios y la decisión, por parte del hombre, de ponerlo en práctica; por eso, la respuesta personal debe corresponder a la invitación de Dios como fe-adhesión. La fe es confianza total en Dios. Cada creyente debe crecer –a ejemplo de María- con respuestas concretas dadas a Aquel que lo invita a vivir un proyecto de perfección y salvación. María es ejemplo de fe en cuanto que su respuesta al Señor involucra toda su existencia y la lleva a seguir un camino que exige de ella una inigualable plenitud de donación de sí misma al Señor. Esta adhesión de fe le merecerá la alabanza de su pariente Isabel: “Dichosa tú que has creído” (Lc. 1, 45).

La escena de Caná subraya el paso a una nueva forma de relación de María con su Hijo Jesús. María aprende que a Jesús le toca tomar la iniciativa cuando se trata de la realización de la obra para la que Él ha sido enviado. María, en su fe, se pone totalmente al servicio de su Hijo, empeñándose personalmente como cuando interviene con los servidores para que ellos hagan lo que Él les diga. Ella siempre hace la voluntad de Dios, expresada en su Hijo Jesús, llegando hasta el extremo de ofrecerlo en la cruz.

El crecimiento de María en la fe, a través de los acontecimientos concretos de su vida, es el modelo del crecimiento que debe hacer cada cristiano. Por este motivo María merece ser llamada la primera creyente, “la primera y más perfecta discípula de Cristo”[14]no sólo porque fue la primera en vivir plenamente su fe en Jesucristo, sino porque se dejó transformar constantemente por Dios. Ése es el mensaje que Ella nos da: dejarnos transformar por Dios y ser -como Ella- dóciles a las inspiraciones del Espíritu de Dios. La relación histórica del Nican Motecpana nos explica cómo Santa María de Guadalupe “Vino a introducir y fortalecer la fe, que ya habían comenzado a repartir los reverendos hijos de San Francisco”.[15]

6.- María de Guadalupe es motivo de esperanza

María es la discípula fiel que ha concluido el viaje hacia la perfección y ha conservado la fe. Ella nos ofrece la esperanza a todos nosotros, que estamos todavía en camino hacia el Padre. Ella es el símbolo concreto de esperanza para que la Iglesia no se desvíe del sendero de la verdad y de la fidelidad al Evangelio: “Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe 3,10), antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo.”(LG 68)

El mensaje del Tepeyac está lleno de esperanza y significó un rayo de luz, especialmente para los habitantes de las tierras del Anáhuac, que habían sido dominados, sojuzgados, desalentados y prácticamente destruidos. Ellos encuentran en María de Guadalupe un motivo muy importante de esperanza. Para ellos comenzaba una nueva vida. Desde diciembre de 1531 es claro y objetivo el gozo que penetró hasta el fondo del ser humano; las conversiones de los indígenas, que a partir de ese momento se contaron por miles, llegaron a ser aproximadamente de ocho a nueve millones, en tan sólo siete años.[16]La esperanza volvía a brillar en los corazones de los mexicanos. Ante la intervención de Dios, por medio de Santa María de Guadalupe, las cosas cambiaron de tal manera que hasta nuestros días se sigue manifestando con asombro renovado.[17]

7.- María de Guadalupe nos invita a vivir en comunión y unidad

El humanismo de nuestros pueblos, especialmente hispanos, refleja un profundo aprecio por la dignidad de las personas y da un grande valor a la relación interpersonal en la Familia y en la sociedad. Se vive en la confianza de que Dios se preocupa de todos, especialmente de los niños, de los pobres, de los enfermos y de los ancianos. Las relaciones familiares, que rebasan ordinariamente los límites de la Familia nuclear, son profundas y sagradas y se expresan en términos de respeto reverencial, de protección y de afecto. La hospitalidad y la solidaridad, especialmente en tiempos de dolor, son tenidas en gran consideración.

Tradicionalmente la Familia ha sido el baluarte de la espiritualidad y de las tradiciones religiosas. La Familia es la primera transmisora de la fe, de los valores y de las tradiciones religiosas. En consecuencia, el sentido de lo sagrado en la vida se expresa en rituales festivos que forman parte integrante de la vida religiosa de los pueblos, esto no obstante el ambiente secularizado moderno que se da especialmente en las grandes ciudades. En este contexto humano se ha insertado, inculturándose, el mensaje de Guadalupe como mensaje de unidad y comunión. El esquema familiar, baluarte de la sociedad es la forma como se responde al proyecto de unidad interna de nuestros pueblos.

8.- María de Guadalupe nos enseña a cumplir la Voluntad de Dios

Es indiscutible que la más admirable actitud de María es su perfecta docilidad a la Voluntad de Dios. Su «fíat» (Hágase en mí según tu Palabra, Lc. 1, 38), es un modelo a seguir para todos los creyentes. Después de Jesús, María es quien mejor y más perfectamente supo decir sí a Dios. En esto consiste, sobre todo, su santidad y su grandeza.

Dios que nos ve a cada uno de nosotros y al conjunto de la humanidad, sabe cuál es el servicio que cada uno debe aportar. Para esto es necesaria la máxima atención a lo que Él quiere. Hemos de ver en María la persona que, porque ha sido fiel a su propia función, ha dado vida a toda la humanidad. María no fundó nada en la Iglesia, pero habiendo dado vida a su Fundador es considerada Madre de la misma. Porque dijo «sí» a Dios y no a sí misma, llegó a ser Madre de Dios. Porque dijo «sí» a Dios, sabiendo perder incluso a su propio Hijo en la cruz, Cristo la asoció a su redención. María nos enseña que, quien pone su vida en el pensamiento de Dios, realiza en su existencia todo cuanto siempre soñó y ciertamente aún más. Referirse a ella en el cumplir la voluntad del cielo es introducirse lo más profundamente posible en la historia de la salvación.[18]Por eso el Concilio Vaticano II expresa que hay que hacerse semejante a María para saber cumplir con la Iglesia la Voluntad de Dios.[19]Igualmente, el Papa Pablo VI nos propone el ejemplo de María en el cumplimiento de la Voluntad de Dios como un camino de santificación personal.[20]


El cumplimiento de la Voluntad de Dios se expresa en forma clara en el «consejo» que Ella da a los sirvientes en las bodas de Caná y que sigue siendo un importante criterio de vida cristiana para todos los creyentes: “Hagan lo que Él les diga” (Jn. 2,5).

San Juan Diego es un ejemplo de esta docilidad a la voluntad de Dios manifestada por María de Guadalupe, cuando Ella le expresa su voluntad de que vaya ante el Obispo: “Ya escuchaste, hijo mío el menor, mi aliento y mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte” (NM 37). La respuesta de San Juan Diego es preciosa: “Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora te dejo, yo tu humilde servidor” (Nican Mopohua 38). Más delante habría de responderle, ante la insistencia maternal de María de que él fuera su embajador:[21]‘Señora mía, Reina mía, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; en verdad, con todo gusto iré a poner por obra tu venerable aliento, tu venerable palabra; de ninguna manera lo dejaré de hacer, ni tengo por molesto el camino’ (Nican Mopohua 63).

Santa María de Guadalupe, que cumple siempre la voluntad de Dios (Hágase en mí…) y la enseña a cumplir a los fieles servidores (Hagan lo que Él diga) nos enseña a cumplir, también nosotros, esta misma voluntad de Dios, haciéndonos –como San Juan Diego- humildes servidores suyos. Servir a María de Guadalupe y cumplir su voluntad, es ejecutar cabalmente la voluntad de Dios. La espiritualidad de la devoción guadalupana consiste entonces en cumplir y vivir esta verdad: “A Jesús por María”.

9.- María de Guadalupe nos enseña a confiar en Ella

La actitud de María ante la adversidad,[22]es un ejemplo del que podemos aprender mucho para crecer en un valor tan importante como es la confianza. Dios toma la iniciativa de encontrarse con el ser humano por medio de su Madre, Santa María de Guadalupe, quien eligió a un indígena macehual, humilde y sencillo, con un alma transparente y candorosa, Juan Diego Cuauhtlatoatzin.[23]A través de él, nos envía un bello mensaje de confianza para que sepamos que Ella es nuestra Madre que nos cuida y apoya: “¿No estoy yo aquí, que tengo la dicha y el honor de ser tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No está en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Acaso tienes necesidad de otra cosa?” (Nican Mopohua 119).

En la experiencia humana del amor y la confianza, el elemento más importante es el saberse amado. Quien se sabe amado, sabe amar. Quien sabe que tiene la confianza de Alguien, sabe confiar en alguien y sabe actuar con determinación y aplomo en su vida. Por eso es tan importante saber que la Virgen de Guadalupe confía en nosotros porque así podemos confiar Ella, que jamás nos defraudará. En nuestra desconfianza a veces interviene una gran falta de visión sobrenatural y un profundo pesimismo, incompatibles con los verdaderos cristianos. La confianza de los hijos de Dios tiene su raíz en la fe que nace del amor a la voluntad divina. El mejor ejemplo de la confianza que debe privar en cualquiera de nosotros es María Santísima.

10.- María de Guadalupe nos pide que seamos sus mensajeros y testigos

“Escucha, tú, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es necesario que tú personalmente vayas… de nuevo dile de qué modo yo… te envío a ti como mi mensajero” (Nican Mopohua 58-59.62).

San Juan Diego, como cualquier creyente convencido de la verdad de Dios, es enviado en primer lugar a dar un testimonio de lo que ha vivido: “Anda al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío… todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído” (NM 33). Juan Diego cumple cabalmente el encargo de la Señora del Cielo y va con el Obispo Zumárraga: “Y en cuanto entró, en seguida ante él se arrodilló, se postró, luego ya le descubre, le comunica el precioso aliento, la preciosa palabra de la Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que le había maravillado, lo que vio, lo que escuchó”. (Nican Mopohua 43).

En el esquema del Acontecimiento Guadalupano se verifica plenamente la dinámica del binomio «testimonio – fe», que encontramos en el Evangelio. Ante una realidad arcana, misteriosa e íntima, solamente cabe el testimonio para darla a conocer. El mensaje cristiano se ha presentado, ya desde sus orígenes, como un testimonio. Jesucristo es el Testigo por excelencia, que viene a dar un testimonio de lo que “ha visto y oído” del Padre.[24]A su vez, los Discípulos también dan testimonio de lo que recibieron de Jesucristo:[25]Ustedes serán mis testigos, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hech. 1, 8).

El testigo es el que trabaja por la evangelización y hace testigos y llama a otros a la fe; testigo es, pues, aquel que atestigua para propagar la verdad del Evangelio. Si hablamos de la evangelización que surge del Acontecimiento Guadalupano, podemos constatar que el primer testigo de todo esto es el mismo San Juan Diego, quien dedicó su vida a hablar de María en la ermita que se le había construido. Poco después de haber vivido este importante momento de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía todo lo que había visto y oído y oraba con gran devoción.[26]

Juan Diego edificó a los demás con su testimonio y su palabra y fue venerado aún en vida.[27]Un testimonio sobre esto lo encontramos en lo que afirmó el indio Andrés Juan, paisano de Juan Diego: “Después de la dicha aparición lo tenían por varón santo y como a tal lo respetaban y lo iban a ver la dicha ermita, donde tenía una casita pegada a la de Ella, para que intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales, y este testigo conoció en pie la dicha casita, donde asistía el dicho Juan Diego.[28]

En la vida cristiana siempre se ha valorado mucho a quien, en su forma de vivir, es coherente con sus convicciones. A este tipo de personas-testigos los creyentes las consideran como modelos de identificación cristiana. La Iglesia es la comunidad de testigos, que deben ser creíbles por la coherencia de sus obras y sus palabras. El testimonio es hoy tarea de todo bautizado.[29]La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio (Evangelii Nuntiandi 21). Igualmente, la Buena Noticia del Tepeyac debe ser transmitida por el testimonio perseverante y silencioso de cristianos coherentes, ante los que los demás se pregunten: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? En todo esto hay un gesto inicial de evangelización. Uno de los lenguajes más eficaces en la comunicación de la fe es el testimonio individual y comunitario de los cristianos.

Una verdadera espiritualidad de testimonio y coherencia de vida por parte de los cristianos-guadalupanos de hoy, es el signo de la presencia operante de Jesucristo, a través de María de Guadalupe, en la vida de la comunidad. El modelo de este compromiso evangelizador lo encontramos en San Juan Diego. Su compromiso de vida se hace para nosotros espiritualidad de testimonio. Seguir a un testigo como San Juan Diego, no es mirar al pasado y olvidarse del presente, sino mirar hacia delante, con un sentido de novedad y creación de nuevos esquemas de vida cristiana.

11.- María de Guadalupe es ejemplo de virtudes y perfección

“Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef. 5,27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes”. (LG 65).

En la sociedad actual, determinada por muchos elementos dispersivos y enajenantes, contemplamos algunos valores o virtudes que resplandecen en la figura de María de Guadalupe y que inspiran y animan a una más profunda y vivencial espiritualidad. María inspira actitudes espirituales a los discípulos de Cristo.

Ella elige a San Juan Diego, un ‘macehual’ -hombre sencillo y pobre, “el más pequeño de mis hijos”- para revelarle su gran amor de Madre y expresarle su deseo de manifestar ese mismo amor a todos los hombres. María –afirma el Papa San Juan Pablo II- está profundamente impregnada del espíritu de los «pobres de Yahvé»; Ella proclama la venida del misterio de salvación, la venida del “Mesías de los pobres”.[30]En contraposición con los ricos (la sociedad actual, privada de sentido religioso, orgullosa de sí misma, segura de sus riquezas y de su poder, injusta, impía y opresora) la pobreza de María, entendida como virtud evangélica, es pensada como actitud interior que la hace partícipe de la espiritualidad de los pobres de Yahvé. La pobreza de María no es solamente una virtud más, sino “la síntesis de su fisonomía espiritual”.[31]Este tipo de pobreza evangélica es hoy necesaria como característica de una espiritualidad Guadalupana, abierta a Dios, que nos introduce en la lógica divina.

Otro aspecto, ya reflexionado anteriormente, es la fe de María. La fe es una de las principales virtudes cristianas, que obviamente se presentan como valederas para todo creyente. La fe de María es modelo para todos y se presenta, en primer lugar, como donación, que pone todo su ser a disposición del Señor (Lc. 1,38). María se abandona a Dios sin reservas y hace una consagración total de sí misma a Dios (Redemptoris Mater 13). La fe de María se nos presenta también como peregrinación, o camino en el que Ella ha conocido la “noche de la fe” (Redemptoris Mater 17), especialmente por su participación en la trágica experiencia del Gólgota. Su fe fue como la de Abraham “esperando contra toda esperanza”. El ejemplo de María se vuelve particularmente sugestivo y rico de contenido, al descubrir en Ella a una verdadera maestra de Valores y virtudes.[32]

12.- Espiritualidad mariana del pueblo mexicano

Ya hemos abordado el tema de la espiritualidad en su sentido más original. La espiritualidad guadalupana consiste en la configuración con Cristo, según el ejemplo, la ayuda y la vivencia de relación personal con María de Guadalupe. Esto significa conocer e interiorizar el mensaje del Tepeyac, para vivirlo en la vida cotidiana. La convicción profunda del pueblo mexicano es que María se apareció en el Tepeyac el año 1531, y nos dejó su hermosa y sagrada imagen en la tilma de Juan Diego, que veneramos en la Basílica de Guadalupe.

La imagen de la Virgen de Guadalupe está presente en casi todas las casas, en muchas fábricas, tiendas, despachos, en los taxis y vehículos de servicio público, y aún en oficinas públicas. Las manifestaciones de devoción a la Virgen de Guadalupe se encuentran por doquier. La fe del pueblo mexicano en la Virgen de Guadalupe es, más que conceptual, emotiva, afectiva y de confianza en Ella. La devoción a María de Guadalupe «le llega» al pueblo mexicano, es decir, toca las fibras más sensibles de su corazón. El mexicano ama a la Virgen de Guadalupe porque cree en Ella, es su madre. Por eso, fe y emotividad son dos elementos esenciales de la espiritualidad guadalupana.

La presencia de la Virgen de Guadalupe es una realidad viva hasta hoy. No se trata de un simple recuerdo o de un memorial de acontecimientos. La experiencia del mexicano con la Virgen es la de un encuentro, que se da primordialmente en el Santuario del Tepeyac. El encuentro se lleva a cabo celebrando su presencia. “Voy a ver a la Virgen”, dicen todos; no dicen: “voy a ver la imagen de la Virgen”. Y así, los peregrinos llegan por millones. El encuentro con María lleva a los peregrinos a encontrarse con Cristo, especialmente por medio de la Eucaristía y del sacramento de la reconciliación. En la Basílica a nadie escapa el hecho de las filas innumerables de fieles ante los confesionarios.

Quien visita el Santuario de María de Guadalupe lo hace para ser ayudado y obtener apoyo para seguir asumiendo su existencia, con frecuencia precaria y llena de problemas. Con María, el fiel se siente seguro y sabe que ya no está abandonado en un rincón de la existencia. La figura de María le da seguridad. Deja de ser el “vencido y derrotado” (como los indígenas en el S. XVI) y pasa a sentirse digno, elevado y tenido en cuenta. El hombre contemporáneo encuentra en la Virgen de Guadalupe su identidad de persona amada y capaz de amar.

La Virgen Morena, aparecida en el Tepeyac, es totalmente mexicana, es una madre cien por ciento identificada con su pueblo. Dios, en su infinita misericordia, muestra su cercanía, bondad y simpatía con su pueblo, a través del rostro moreno de Santa María de Guadalupe. María ejerce una muy particular atracción en el corazón de los mexicanos,[33]y es la presencia de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac de donde emanan los rasgos que caracterizan la espiritualidad mariana de nuestro pueblo.[34]


NOTAS

  1. Ve donde mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’ (Jn. 20,17).
  2. Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, a fin de rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva. Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: ¡Abba! ¡Padre! Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios’. (Gal. 4, 4-7).
  3. S.J. Aquila, Congreso internacional Ecclesia in America, Introducción al grupo de trabajo No. 2, LEV, Vaticano, 2012 p. 127.
  4. Nican Mopohua 26
  5. Florece felizmente en la Iglesia el culto a nuestra Señora y nos complacemos, en esta ocasión, en dirigir vuestros espíritus para admirar en la Virgen Santísima —Madre de Cristo y, por consiguiente, Madre de Dios y Madre nuestra— el modelo de la perfección cristiana, el espejo de las virtudes sinceras, la maravilla de la verdadera humanidad’. (Pablo VI, Ecclesiam Suam, 1964, No. 23).
  6. ‘Ejemplo para toda la Iglesia en el ejercicio del culto divino, María es también, evidentemente, maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos. Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como Ella, hacer de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida’. (Pablo VI, Marialis Cultus, 1974, No. 21).
  7. La experiencia del amor sólo es auténtica si la precede la experiencia de haberse sentido amado. Así lo expresa también San Juan: ‘El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y nos envió a su Hijo Jesucristo’ (1Jn. 4,10).
  8. E. Chávez, La verdad de Guadalupe, pp. 391-398
  9. ‘De la dignidad del hombre en cuanto hijo de Dios nacen los derechos humanos y las obligaciones. Por esta razón, todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios , de quien es imagen. Esta dignidad es común a todos los hombres sin excepción, ya que todos han sido creados a imagen de Dios. (Juan Pablo II, Ecclesia in America, 57).
  10. S. J. Aquila, El Encuentro con Jesús por medio de María. Experiencias de filiación y discipulado en los pueblos americanos, en Congreso Internacional Ecclesia in America, Librería Editrice Vaticana, Vaticano, 2012, p. 133.
  11. E. Chávez, La verdad de Guadalupe, p. 320.
  12. «…es necesario considerar al obispo como al Señor mismo» (Ad Eph. 6, 1). "Por doquier aparezca el obispo, ahí esté el pueblo; lo mismo que donde quiera que Jesucristo está también está la Iglesia Católica" (Esmirna, c. VIII). También expresa: “Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios”. (De la Carta a los Efesios)
  13. Cf. Lc. 1, 26-38
  14. Marialis Cultus 35
  15. Fernando de Alva Ixtlixóchitl, Nican Motecpana, p. 307.
  16. E. Chávez, La Verdad de Guadalupe, P. 393.
  17. E. Chávez, La Verdad de Guadalupe, P. 393.
  18. Cf. Chiara Lubich en Città Nuova, 24 (1980), p.26-28.
  19. ‘La Iglesia, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante al excelso tipo de María, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y bendiciendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres’. (LG 65).
  20. ‘María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando Ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical «Hágase tu voluntad» (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Y el «sí» de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre, en camino y en medio de santificación propia’. (MC 21).
  21. Le respondió la perfecta Virgen, digna de honra y veneración: Escucha, tú, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quien encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad: pero es necesario que tú personalmente vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad; y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo’. (Nican Mopohua 57-60).
  22. Cf. Mt. 1, 18-25)
  23. E. Chávez, La Verdad de Guadalupe, p. 271.
  24. ‘Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre mismo, que me ha enviado, me ha dado mandamiento sobre lo que he de decir y lo que he de hablar’ (Jn 12, 49).
  25. Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos, acerca del Verbo de vida, pues la vida fue manifestada, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y les anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó. Les anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído, para que ustedes estén unidos a nosotros, como nosotros estamos unidos con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo’. (1Jn. 1, 1-3).
  26. E. Chávez, La verdad de Guadalupe, p. 425.
  27. E. Chávez, La verdad de Guadalupe, p. 427.
  28. Testimonio de Andrés Juan, en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 28v.
  29. Es admirable el vigor con el que el Papa Pablo VI reclama a los cristianos este testimonio de vida: ‘Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos’. (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 76).
  30. Redemptoris Mater, 37.
  31. A. Serra, Maria…’profondamente permeada dello spirito del ‘poveri di Jahve’ (Redemptoris Mater, 37), in Marianum 50 (1988), p. 279.
  32. S. de Fiores, Educare alla vita buona del Vangelo con Maria, pp. 37-38
  33. En notable cómo algunos ‘mensajes marianos’, muchos de ellos totalmente ajenos a la sensibilidad e idiosincrasia del mexicano, que ni siquiera han sido reconocidos por la autoridad eclesiástica e, inclusive, muchos de ellos, desautorizados, como las supuestas apariciones en Cleveland o las de la Virgen del Pozo en Sabana Grande, Puerto Rico, ejercen una enorme fascinación en un buen número de fieles ingenuos.
  34. M.A. Delgado, Espiritualidad mariana del pueblo mexicano, en María en la fe y en la vida del pueblo mexicano, Congreso nacional de Mariología. México, 2002, p. 113-117.

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ENRIQUE GLENNIE GRAUE