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Sumario
- 1 VIAJES DE JUAN PABLO II A MÉXICO(1979; 1990; 1993; 1999; 2002)
- 2 Primer viaje: 26 de enero-1° de febrero 1979
- 3 Segundo viaje: 6 de mayo-13 de mayo de 1990
- 4 Tercer viaje: 11 y 12 de agosto de 1993
- 5 Cuarto viaje: 22-26 de enero de 1999
- 6 Quinto viaje: 30 de julio-1° de agosto de 2002
- 7 Notas
- 8 Bibliografía
VIAJES DE JUAN PABLO II A MÉXICO(1979; 1990; 1993; 1999; 2002)
S.S. Juan Pablo II fue elegido Sumo Pontífice de la Iglesia católica el 16 de octubre de 1978, y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como el 263 sucesor del Apóstol Pedro. Dos meses después, el 22 de diciembre, el nuevo Pontífice anunció al Colegio Cardenalicio su decisión de viajar a México para inaugurar los trabajos de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano ( CELAM) que se llevarían a cabo en el Seminario de la Arquidiócesis de Puebla de los Ángeles. Se trataba del primer viaje del “Papa peregrino” y no fue casualidad que eligiera realizarlo a una nación que había sufrido una de las persecuciones religiosas más sangrientas del siglo XX.
Primer viaje: 26 de enero-1° de febrero 1979
La noticia de que por primera vez en la historia un sucesor de San Pedro visitaría el territorio de México, cimbró de alegría al pueblo mexicano, pero causó estupor y recelo entre la clase política en el poder, pues era heredera del espíritu jacobino que produjo la persecución religiosa y la Cristiada en la década de los años veinte. La Presidencia de la República se apresuró a informar que el Gobierno no había invitado al Papa y que si éste vendría, sería en calidad de “turista”. En efecto, cuando el 26 de enero de 1979 Juan Pablo II arribó a la ciudad de México, ninguna autoridad civil acudió a recibirlo, pero no llegó como otro “turista” más. Poco antes de que en el Aeropuerto Benito Juárez de la ciudad de México aterrizara el avión de Aeroméxico que, en vuelo especial, trasportaba al Papa desde Santo Domingo, todos los demás vuelos fueron suspendidos, y una muchedumbre encabezada por las autoridades eclesiásticas le recibió al pie del avión que en su proa lucía el Escudo Pontificio de Juan Pablo II.
Del Aeropuerto, el Papa se trasladó a la Catedral Metropolitana en un vehículo descubierto, siendo aclamado en todo el recorrido por una enorme muchedumbre que, desde el día anterior, aguardaba pacientemente el paso del Pontífice. En la Catedral el Papa polaco dijo: “De mi Patria se suele decir: Polonia Semper fidelis. Yo quiero poder decir también: ¡México Semper fidelis! ¡México siempre fiel! De hecho la historia religiosa de esta Nación es una historia de fidelidad; fidelidad a las semillas de fe sembradas por los primeros misioneros; fidelidad a una religiosidad sencilla pero arraigada, sincera hasta el sacrificio.”[1]Al día siguiente Juan Pablo II se trasladó por tierra a la ciudad de Puebla en el mismo vehículo que desde entonces fue conocido como el “papamóvil”; fue un trayecto impresionante pues a lo largo de los 120 kilómetros de la autopista a la Angelópolis, una valla humana ininterrumpida y compacta vitoreó entusiastamente al Papa a su paso. Cerca del mediodía Juan Pablo II llegó al Seminario Conciliar Palafoxiano, en cuyas instalaciones se celebraría la Tercera Conferencia.
Por la visita del Papa el ambiente era festivo, pero la atmósfera que rodeaba a la Conferencia era de incertidumbre y preocupación debido a las muchas confusiones generadas desde hacía algún tiempo por algunos grupos impregnados de un espíritu de contestación al Magisterio. Este hecho ya lo había advertido el Episcopado colombiano desde diciembre de 1976 en el documento de su XXXII Asamblea titulado Identidad Cristiana en la Acción por la Justicia. También en el Episcopado mexicano habían surgido voces de alerta, como lo fue la del Cardenal de Guadalajara José Salazar quien, en la Asamblea del Episcopado celebrada en la ciudad de Mérida en abril de 1978 y presidida por él mismo, denunció el peligro de la llamada Iglesia popular, la cual encarnaba a la teología marxista de liberación. El Cardenal Salazar dijo en esa ocasión: “En el mes de agosto se cumplirán diez años del acontecimiento histórico para América Latina: la visita, por primera vez en los siglos, del Romano Pontífice a nuestro Continente… Ya en esos momentos se hacían presentes en la Iglesia movimientos de contestación y de resistencia y actitudes que situaban en líneas de conflicto la acción pastoral… Diez años después, al anunciarse y prepararse la Tercera Asamblea que Dios mediante se realizará en nuestra Patria, la situación reviste signos tan fuertes y tan impresionantes que nos obligan a reflexionar con seriedad en las decisiones que habrá de asumir la Conferencia del Episcopado Mexicano en esta hora, que considero gravísima y llena de riesgos para la unidad de la fe católica y para la estructura disciplinar de la Iglesia de Jesucristo…Bajo el nombre de iglesia popular se han agrupado hoy diversos movimientos surgidos antes de Medellín y durante estos diez años que tuvieron su principio en el movimiento llamado Cristianos para el Socialismo, que están extendidos en todos los países de América Latina y más allá de este Continente.”
Pero el Discurso inaugural[2]pronunciado por S.S. Juan Pablo II vino a disipar la atmósfera de incertidumbre que rodeaba a la Conferencia, y con gran claridad salió al paso de las desviaciones y de las confusiones derivadas de las mismas. En el Discurso inaugural el Santo Padre advirtió: “Corren hoy por muchas partes –el fenómeno no es nuevo- «relecturas» del Evangelio (…) ellas causan confusión al apartarse de los criterios centrales de la fe de la Iglesia, y se cae en la temeridad de comunicarlos a manera de catequesis … Se genera en algunos casos una actitud de desconfianza hacia la Iglesia «institucional» u «oficial», calificada como alienante, a la que se opondría otra iglesia popular «que nace del pueblo» y se concreta en los pobres. Estas posiciones podrían tener grados diferentes, no siempre fáciles de precisar, de conocidos condicionamientos ideológicos.” (I.8).
Poco más adelante en su discurso, el sucesor de San Pedro señaló las causas del problema y dio las pautas para su solución: “Ella (la Iglesia) no necesita recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre.” (III.2) “Hay que alentar los compromisos pastorales en este campo con una recta concepción cristiana de la liberación…liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es, ante todo, salvación del pecado y del maligno…liberación hecha de reconciliación y perdón. Liberación que arranca de la realidad de ser hijos de Dios…liberación que nos empuja, con la energía de la caridad, a la comunión…liberación como superación de las diversas servidumbres e ídolos que el hombre se forma…Hay muchos signos que ayudan a discernir cuando se trata de liberación cristiana y cuando, en cambio, se nutre más bien de ideología.” (III.6) El Discurso inaugural fue de enorme trascendencia pues dio la orientación definitiva a los trabajos de los obispos participantes en la Conferencia quienes, en el Documento final, hablaron también de “las desviaciones e interpretaciones con que algunos desvirtuaron el espíritu de Medellín (de la segunda Conferencia del CELAM), el desconocimiento y aun la hostilidad de otros.” (Puebla, 1134)
Después de inaugurar los trabajos de la Conferencia, Juan Pablo II prosiguió su primera visita pastoral y el mismo día 29 arribó a la ciudad de Oaxaca, en cuya Catedral pronunció una homilía acerca del apostolado de los laicos que “confiere pleno sentido a todas las manifestaciones de la historia humana, respetando su autonomía y favoreciendo el progreso exigido por la naturaleza propia de cada una de ellas. Al mismo tiempo, nos da la clave para interpretar en plenitud el sentido de la historia, ya que todas las realidades temporales, como los acontecimientos que las manifiestan, adquieren su significado más profundo en la dimensión espiritual que establece la relación entre el presente y el futuro (cf Hb 13, 14). El desconocimiento o la mutilación de esta dimensión, se convertiría, de hecho, en un atentado contra la esencia misma del hombre.”[3]En Cuilapan, Oaxaca, Juan Pablo II tuvo un encuentro con las comunidades indígenas ante quienes reiteró la razón principal de la misión de la Iglesia al decirles: “También a vosotros, habitantes de Oaxaca, de Chiapas, de Culiacán y los venidos de tantas otras partes, herederos de la sangre y de la cultura de vuestros nobles antepasados –sobre todo los mixtecas y los zapotecas–, fuisteis “llamados a ser santos, con todos aquellos que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1Co 1, 2).”[4]
El 30 de enero el Papa llegó a la ciudad de Guadalajara donde visitó el barrio de Santa Cecilia y el Seminario Mayor y tuvo un encuentro con los obreros y sus familias en el estadio Jalisco; posteriormente se dirigió al Santuario de Nuestra Señora de Zapopan en donde señaló: “Como el de Guadalupe, también este santuario viene de la época de la colonia; como aquél, sus orígenes se remontan al valioso esfuerzo de evangelización de los misioneros (en este caso, los hijos de San Francisco) entre los indios, tan bien dispuestos a recibir el mensaje de la salvación en Cristo y a venerar a su Santísima Madre, concebida sin mancha de pecado. Así, estos pueblos perciben el lugar único y excepcional de María en la realización del plan de Dios, su santidad eminente y su relación maternal con nosotros”.[5]
Al día siguiente Juan Pablo II, de regreso en la ciudad de México, tuvo un encuentro en la explanada de la Basílica de Guadalupe con los universitarios católicos y por la tarde partió hacia Monterrey, última escala de su primer viaje a México, donde tuvo un encuentro con miles de campesinos, obreros y empleados en el lecho seco del río de Santa Catarina. En Monterrey el Papa abordó el avión que lo trasladaría a las Bahamas en su viaje de retorno a Roma. En este primer viaje, Juan Pablo II pronunció treinta y seis discursos, y según cálculos conservadores se encontró con unos quince millones de personas, incluido el presidente de la República José López Portillo con quien tuvo un encuentro privado en la ciudad de México.
Segundo viaje: 6 de mayo-13 de mayo de 1990
El segundo viaje pastoral de Juan Pablo II a México se realizó en condiciones distintas a las del primer viaje, pues fue el mismo presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, quien fue a Roma para invitar personalmente al Papa a visitar nuevamente México. El presidente Salinas había asumido el poder en diciembre de 1988 tras un proceso electoral sumamente fraudulento y cuestionado, y todo indica que su interés por invitar personalmente al papa obedeció a la búsqueda de una popularidad de la que carecía. El Papa aceptó la invitación y el domingo 6 de mayo de 1990 volvió a territorio mexicano; aunque no se le rindieron honores de jefe de estado pues el gobierno mexicano no reconocía a la Santa Sede, fue recibido en el aeropuerto de la ciudad de México por el presidente Salinas de Gortari quien le dirigió unas amables y respetuosas palabras de bienvenida.
Por su parte Juan Pablo II, en su discurso de llegada señaló: “Al poner pie de nuevo en esta tierra bendita de México, donde la Virgen de Guadalupe puso su trono como Reina de las Américas, viene inevitablemente a mi memoria el recuerdo de mi primera visita a esta amada Nación. El Señor, dueño de la historia y de nuestros destinos, ha querido que mi pontificado sea el de un Papa peregrino de evangelización, para recorrer los caminos del mundo llevando a todas partes el mensaje de la salvación. Y quiso el Señor que mi peregrinación, realizada a lo largo de estos años, comenzase precisamente con mi viaje apostólico a México, tras breve estancia en la ciudad de Santo Domingo, para seguir así la ruta de los primeros evangelizadores que llegaron a estas tierras de América, hace ya casi 500 años. Puedo decir que aquella primera visita pastoral a México, con sus etapas en esta ciudad Capital y, luego en Puebla, Guadalajara, Oaxaca y Monterrey, marcó realmente mi pontificado haciéndome sentir la vocación de Papa peregrino, misionero.”[6]
El punto central de este segundo viaje fue la beatificación de cinco Siervos de Dios mexicanos: Juan Diego Cuauhtlatoatzin, vidente del Acontecimiento Guadalupano en 1531, los Niños mártires de Tlaxcala, Cristóbal, Antonio y Juan, y el padre José María de Yermo y Parres, fundador de la Congregación de las Siervas del Sagrado Corazón y de los Pobres. De ellos, el Santo Padre dijo en la homilía de la misa de beatificación, celebrada en la Basílica de Guadalupe el mismo día de su llegada que “Estos cinco beatos están inscritos de manera imborrable en la gran epopeya de la evangelización de México. Los cuatro primeros en las primicias de la siembra de la palabra en estas tierras; el quinto en la historia de su fidelidad a Cristo, en medio de las vicisitudes del siglo pasado. Todos han vivido y testimoniado esta fe, al amparo de la Virgen María. Ella, en efecto, fue y sigue siendo la «Estrella de la evangelización», la que con su presencia y protección sigue alimentando la fe y fortaleciendo la comunión eclesial.”
En esta segunda visita volvió a repetirse la extraordinaria y entusiasta acogida del pueblo mexicano al Santo Padre, y millones de personas salieron a su encuentro bajo el lema “Peregrino de amor y de esperanza” en calles, plazas y lugares designados para las celebraciones litúrgicas. Las ciudades que el Papa visitó en este segundo viaje fueron: México, Chalco, Veracruz, [[ [[ Aguascalientes | Aguascalientes]] | Aguascalientes]], San Juan de los Lagos, Durango, Chihuahua, Monterrey, Tuxtla, Villahermosa, Zacatecas, Tlalnepantla y Cuautitlán. Especialmente significativa fue la última actividad de este segundo viaje de Juan Pablo II: el encuentro con 1300 intelectuales mexicanos, celebrado en la noche del 12 de mayo en la Biblioteca México y en el que el historiador Silvio Zavala recordó la importancia que tuvo Fray Julián Garcés y la bula Sublimis Deus de S.S. Paulo III en la defensa de la dignidad de los indígenas.[7]
Al final de esta visita el presidente Salinas solicitó a Juan Pablo II la reanudación de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el Gobierno de México, rotas desde 1858 durante la guerra de Reforma. El Papa contestó que esas relaciones solo serían posibles si el gobierno mexicano modificaba la Constitución, pues las leyes mexicanas no reconocían siquiera la existencia de la Iglesia. En 1992 el presidente de la República Carlos Salinas de Gortari envió al Congreso de la Unión una iniciativa de ley para modificar los artículos antirreligiosos de la Constitución de 1917. Las reformas fueron aprobadas el 28 de enero de 1992, excepto las relacionadas con el artículo tercero, que fue la que tuvo mayor oposición por parte de las corrientes jacobinas, y no fue sino hasta el 5 de marzo cuando el Congreso aprobó una modificación que permitía a la Iglesia y a los católicos participar en la educación de los mexicanos. El 21 de septiembre de ese año, la Santa Sede y el Gobierno de México anunciaron simultáneamente la reanudación de relaciones diplomáticas.
Tercer viaje: 11 y 12 de agosto de 1993
El tercer viaje de Juan Pablo II a México fue el más breve de los cinco y se circunscribió únicamente al Estado de Yucatán. De hecho la razón del viaje del Papa era su asistencia a la VIII Jornada Mundial de la Juventud que se celebraría en los Estados Unidos en la ciudad de Denver; sin embargo, ante las relaciones diplomáticas recién restablecidas con el gobierno de México, Yucatán fue una adecuada escala del viaje. El Santo Padre arribó al aeropuerto de la ciudad de Mérida el miércoles 11 de agosto siendo recibido nuevamente por el presidente Carlos Salinas de Gortari y la gobernadora del Estado de Yucatán Dulce María Sauri Riancho; y por vez primera en México, se le rindió al Pontífice honores de jefe de estado.
El acontecimiento central de este tercer viaje fue el encuentro con las comunidades indígenas en el Santuario de Nuestra Señora de Izamal. En su discurso Juan Pablo II se dirigió a los representantes de los pueblos indígenas de América con las siguientes palabras: “Siento un gran gozo por estar hoy con vosotros en Yucatán, espléndido exponente de la civilización Maya, para tener este encuentro tan deseado por mí, con el que quiero rendir homenaje a los pueblos indígenas de América. Era mi deseo haber realizado esta peregrinación a uno de los lugares más representativos de la gloriosa cultura Maya, en octubre del año pasado, como momento relevante de la conmemoración del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo. Hoy aquel vivo anhelo se hace realidad y doy fervientes gracias a Dios, rico en misericordia, que me permite compartir esta jornada con los descendientes de los hombres y mujeres que poblaban este Continente cuando la Cruz de Cristo fue plantada aquel 12 de octubre de 1492. A vosotros, queridos hermanos y hermanas que habéis acudido a esta cita en Izamal, presento, pues, mi saludo lleno de afecto junto con mi palabra de aliento. Pero mi mensaje de hoy no se dirige sólo a los aquí presentes, sino que va más allá de los confines geográficos de Yucatán para abrazar a todas las comunidades, etnias y pueblos indígenas de América: desde la península de Alaska hasta la Tierra del Fuego. En vuestras personas veo con los ojos de la fe a las generaciones de hombres y mujeres que os han precedido a lo largo de la historia, y deseo expresaros una vez más todo el amor que la Iglesia os profesa. Sois continuadores de los pueblos tupiguaraní, aymara, maya, quechua, chibcha, nahuatl, mixteco, araucano, yanomani, guajiro, inuit, apaches y tantísimos otros que han sido creadores de gloriosas culturas, como la azteca, maya, inca. Vuestros valores ancestrales y vuestra visión de la vida, que reconoce la sacralidad del ser humano y del mundo, os llevaron, gracias al Evangelio, a abrir el corazón a Jesús, que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).”[8]
Después de pernoctar en la ciudad de Mérida, el Santo Padre se despidió de México y antes de abordar el avión que lo llevaría a los Estados Unidos señaló “a todo el amadísimo pueblo mexicano …¡Reavivad vuestras raíces cristianas! ¡Sed fieles a la fe católica que ha iluminado el camino de vuestra historia! No dejéis de testimoniar valientemente vuestra condición de creyentes, actuando con coherencia en el ejercicio de vuestras responsabilidades familiares, profesionales y sociales.”[9]
Cuarto viaje: 22-26 de enero de 1999
A finales del año de 1997 tuvo lugar en Roma la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos con el tema “Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América”. Las conclusiones de dicha asamblea fueron recogidas en la exhortación postsinodal Ecclesia in America, documento que Juan Pablo II quiso entregar a los obispos, sacerdotes y fieles del Continente en la Basílica de Guadalupe. Tal fue la razón del cuarto viaje del Papa a México, quien arribó al aeropuerto internacional de la ciudad de México el 22 de enero de 1999, siendo recibido por el presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, y con igual o quizá mayor entusiasmo que en sus anteriores visitas, por el pueblo católico mexicano.
Por la tarde de ese mismo día, en la Nunciatura Apostólica Juan Pablo II firmó la exhortación Ecclesia in América, y al día siguiente, en la Basílica de Guadalupe, celebró la Misa conclusiva del Sínodo para América en cuya homilía dijo: “Hoy en esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de América, damos gracias a Dios por la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos -auténtico cenáculo de comunión eclesial y de afecto colegial entre los Pastores del Norte, del Centro y del Sur del Continente- vivida con el Obispo de Roma como experiencia fraterna de encuentro con el Señor resucitado, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América. Ahora, un año después de la celebración de aquella Asamblea sinodal, y en coincidencia también con el centenario del Concilio Plenario de la América Latina que tuvo lugar en Roma, he venido aquí para poner a los pies de la Virgen mestiza del Tepeyac, Estrella del Nuevo Mundo, la Exhortación apostólica Ecclesia in America, que recoge las aportaciones y sugerencias pastorales de dicho Sínodo, confiando a la Madre y Reina de este Continente el futuro de su evangelización.”[10]
Este cuarto viaje no incluyó visitas a otras ciudades pero en la Capital, el Papa tuvo encuentros con el cuerpo diplomático, con los jóvenes que en número superior al millón se reunieron en el Autódromo “Hermanos Rodríguez” para participar en la santa Misa, con los enfermos hospitalizados en el hospital Adolfo López Mateos, y una muy emotiva y cálida reunión con “representantes de todas las generaciones” en el Estadio Azteca.
Quinto viaje: 30 de julio-1° de agosto de 2002
El último viaje de Juan Pablo II a México tuvo como objetivo principal la canonización del beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el mismo lugar donde la Santísima Virgen se le manifestó: en la Basílica de Guadalupe. El 30 de julio de 2002 fue recibido en el Aeropuerto por el Presidente de la Republica Vicente Fox Quezada quien –hecho inédito en la historia de México- se arrodilló para besar el anillo del Pontífice. Este quinto y último viaje también se circunscribió únicamente a la ciudad de México.
El 31 de julio tuvo lugar la Misa de canonización, en cuya homilía el Santo Padre manifestó: “Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México (…) ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios «es poderoso y sólo los humildes le dan gloria» (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: «Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios» (1 Co 1, 28.29). Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava «que glorifica al Señor» (Lc 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora. El acontecimiento guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada.”[11]
Al día siguiente, jueves 1° de agosto, en la misma Basílica de Guadalupe, Juan Pablo II beatificó a dos mártires indígenas oaxaqueños: Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles quienes “afrontaron el martirio manteniéndose fieles al culto del Dios vivo y verdadero y rechazando a los ídolos.”[12]En la homilía pronunciada en la ceremonia de beatificación, el Papa recordó que: “Mientras sufrían el tormento, al proponerles renunciar a la fe católica y salvarse, contestaron con valentía: «Una vez que hemos profesado el Bautismo seguiremos siempre la religión verdadera». Hermoso ejemplo de cómo no se debe anteponer nada, ni siquiera la propia vida, al compromiso bautismal, como hacían los primeros cristianos que, regenerados por el bautismo, abandonaban toda forma de idolatría (cf. Tertuliano, De baptismo, 12, 15).”[13]Por la tarde de ese mismo día, Juan Pablo II se despidió definitivamente de México, veintitrés años después de la primera ocasión en que besó la tierra de Santa María de Guadalupe.
Notas
- ↑ Juan Pablo II, Peregrino de la Fe. (Documentos completos) DOCA, México 1979 2 ed.
- ↑ Ibídem
- ↑ Ibídem
- ↑ Ibídem
- ↑ Ibídem
- ↑ Discurso de llegada al Aeropuerto de la ciudad de México. Juan Pablo II, Segunda Visita Pastoral a México. Ediciones de la Conferencia del Episcopado Mexicano, 1990.
- ↑ Juan Pablo II. Encuentro con los Intelectuales Mexicanos. Ed. FUNDICE, México, 1991
- ↑ www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/travels/sub_index1993/trav_america-1993_sp.htm
- ↑ Ibídem
- ↑ www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/1999/documents/hf_jp-ii_hom_19990123_mexico-guadalupe_sp.html
- ↑ www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/2002/documents/hf_jpii_hom_20020731_canonization-mexico_sp.html
- ↑ Homilía en la ceremonia de beatificación. www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/2002/documents/hf_jp-ii_hom_20020801_beatification-mexico_sp.html
- ↑ Ibídem.
Bibliografía
- Juan Pablo II, Peregrino de la Fe. (Documentos completos) DOCA, México 1979 2 ed.
- Juan Pablo II, Segunda Visita Pastoral a México. Conferencia del Episcopado Mexicano, 1990.
- Juan Pablo II. Encuentro con los Intelectuales Mexicanos. FUNDICE, México, 1991. http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/travels
JUAN LOUVIER CALDERÓN
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