VIRGEN DE LOS TREINTA Y TRES

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La «Virgen de los Treinta y Tres» es la advocación de la Santísima Virgen María, Patrona del Uruguay, y cuya imagen es venerada en el Santuario-Catedral de la Diócesis de Florida.

La imagen Entre 1760 y 1771, en la frontera de la jurisdicción colonial de Montevideo, existieron los «Fuertes del Pintado», que protegían a los pobladores hispanos de los indios o de los bandoleros portugueses que venían de Río Grande. Defensa y evangelización se unieron en esa zona al crearse la capilla de la Virgen del Luján o del Pintado, que daría origen a la villa del mismo nombre. Allí, con el título de «Nuestra Señora de Luján», se veneraba una imagen de la Inmaculada o «Muy Pura y Limpia Concepción».

La imagen fue donada en 1779 por el indio Antonio Díaz, de Santo Domingo Soriano, quien debió pedirla o recibirla de los jesuitas de la cercana estancia «Nuestra Señora de los Desamparados». Aquel indio puso la imagen a la veneración de los fieles, colocándola en un pilar o en el hueco de un árbol, formando una pequeña hornacina.

En 1909 los señores Monestier Hnos. restauraron la imagen, y comprobaron que estaba tallada en madera de cedro proveniente de las misiones jesuíticas del Paraguay, además de conservar el color y perfume característico de su especie. Notaron además que los colores primitivos de la imagen eran el azul, rojo y oro, propios de la decoración artística misionera. Al parecer, la imagen dataría de 1730.

La parroquia de Nuestra Señora del Luján. En 1787 la capilla del Luján contaba ya con un sacerdote. En 1790 fue promovida a vice parroquia de Canelones. En enero de 1791 arribó su primer capellán, el presbítero Juan Manuel Morilla, teniente cura de Canelones. La presencia permanente de un sacerdote convirtió la apartada aldea del Pintado en un centro de movimiento social y religioso.

Sin embargo, a fines del siglo XVIII se inició un período de decadencia de la villa del Pintado. Estaba ubicada sobre la cumbre árida y pedregosa de una cuchilla, en zona distante del monte y del arroyo, por lo tanto lejos de la leña y el agua. Además su solar era muy estrecho y carente de ejido. Pero lo que más influyó fue la fundación de la villa de Melo en 1795, y de las capillas de Farruco y Diego González.

A pesar del lento morir de la villa, sus habitantes no disminuyeron su fervor religioso. El 6 de noviembre de 1804 dirigieron una carta al obispo de Buenos Aires, Mons. Benito Lué y Riega, que realizaba por entonces la visita pastoral a la Banda Oriental. Le pidieron que la capilla del Luján fuera elevada a parroquia; le indicaron los límites jurisdiccionales y le solicitaron que designase como cura interino al entonces teniente cura, el presbítero León Porcel de Peralta. El Obispo accedió a lo solicitado, con fecha 12 de febrero de1805.

A fines de 1808, mediante concurso, fue designado cura efectivo el presbítero Antonio Domingo Sánchez quien, el 21 de diciembre de 1808, presentó renuncia por motivo de su precaria salud. El 12 de enero de 1809, el obispado envió al gobierno la terna integrada por los presbíteros Santiago Figueredo, Mariano Gadea y Julián Castrelos. El 19 de enero del mismo año, el virrey Santiago Liniers designó a Figueredo para ocupar el curato de Nuestra Señora del Luján en el partido del Pintado.

El cura Figueredo inició, a fines de febrero de 1809, su ministerio en la nueva parroquia y el 24 de abril de 1809 fundó la villa de San Fernando de Florida. (Fernández, 67-114). El traslado de los pobladores de la villa del Pintado a la nueva villa de Florida, seguramente fue por etapas y sobre la fecha de la fundación. Poco tiempo antes partió el grupo más numeroso que transportó todos los bienes de la capilla: ornamentos, libros, cruces, candeleros, vasos sagrados. La imagen de María de Luján encabezó la marcha de su pueblo, seguida por el párroco y los vecinos, a pie unos, otros a caballo; más lejos marcharía el ganado, arreado por sus dueños.

La caravana llegó felizmente a la nueva villa y la santa imagen de la Pura Concepción fue colocada en su nuevo y sencillo altar. Con el correr de los años, aquella imagen haría memorable el lugar y lo convertiría en centro espiritual de pueblos. Sería llamado «La Ciudad Florida de María».

Misa por la Patria El cura Figueredo fue el principal agente de la revolución en la extensa campiña de su parroquia. En 1809 la casa parroquial de Florida fue el teatro de las primeras reuniones secretas de los patriotas. Los hermanos y primos del párroco, junto con Francisco Melo, Pedro Celestino Bauzá, y otros vecinos, se reunían allí, y Figueredo supo infundirles un vivo deseo de trabajar por la independencia de España.

En 1811, Florida se puso en movimiento. En mayo se formó el primer escuadrón de patriotas. Cuando todo estuvo listo, el párroco se dirigió al templo, seguido de soldados y vecinos, y luego de pedir la protección de la Virgen María en su pequeña imagen, celebró la Misa. Fue la primera que se celebró en Florida por la patria naciente. Poco después el cura Figueredo, al frente de sus hombres, se incorporaba al ejército libertador y recibía de José Artigas el nombramiento de capellán del ejército de la Patria.

Ante el altar de la Patria Treinta y tres patriotas orientales, reunidos en Buenos Aires, concibieron la idea de pasar a la Banda Oriental para librarla del dominio brasileño y restituirla a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Bajo las órdenes de Juan Antonio Lavalleja, pisaron la tierra oriental el 19 de mayo de 1825, enarbolando la bandera con el emblema «Libertad o muerte».

Las rápidas victorias de Soriano, Colonia, San José, Guadalupe, levantaron el ánimo de los orientales y aumentaron el número de insurgentes. Llegaron a Florida y, desde allí, Lavalleja convocó a los pueblos de la Banda Oriental a elecciones, para designar a los delegados que debían formar el primer gobierno patrio. El 14 de junio de 1825 los elegidos se reunieron en Florida, en el rancho-casa de doña Ana Hernández, inmediata a la iglesia de Nuestra Señora del Luján, declarándose instalado el gobierno.

A mediodía el brigadier Lavalleja y los miembros del gobierno provisorio, asistidos de los funcionarios civiles y jefes militares, seguidos por el pueblo, se dirigieron a la iglesia parroquial, donde se cantó el solemne Tedeum, y el párroco dio la bendición a los presentes. La bandera tricolor se inclinó entonces, por primera vez, ante la imagen de la Virgen titular de la iglesia, y los soldados doblaron reverentes ante Ella su rodilla. La santa imagen de Luján, ayer del Pintado y hoy de Florida, en esa fecha, lucía como la Virgen de los Treinta y Tres.

La declaración de Independencia El 25 de agosto de 1825 comenzó a deliberar la asamblea de los convencionales en la ciudad de Florida, bajo la presidencia del presbítero Juan Francisco Larrobla. Se firmaron dos actas: la primera constituía la declaración de la independencia de las Provincias Orientales; la segunda, la reincorporación al núcleo de las Provincias Unidas.

Sancionadas ambas leyes, los convencionales con su presidente a la cabeza, acompañados de los funcionarios civiles del gobierno y de los jefes militares, se dirigieron al templo parroquial para pedir a Dios la prosperidad de la patria naciente y ponerla bajo la protección de María.

Nuevamente los representantes del pueblo se postraron ante la antigua imagen del Luján del Pintado. Luego todos se dirigieron a la Piedra Alta, ubicada a poca distancia del templo, donde se leyeron las dos actas.

Un regalo a la Virgen Manuel Oribe, segundo jefe de los Treinta y Tres orientales y segundo presidente de la nación, en 1857 efectuó un regalo a la Virgen. De aquel hecho se conoce el siguiente testimonio: “En 1857, el Gral. Oribe regaló a la Virgen de Luján una coronita de oro. El general Oribe vivía en la Unión y pidió a Felipe Irureta, de esta ciudad, de quien era amigo, la medida de la cabeza de la Virgen de los Treinta y Tres, siendo más tarde remitida y entregada al cura vicario. Esta corona fue ofrecida por el general Oribe en acción de gracias, por haberse salvado él y su familia de un naufragio, en que estaba por caer el vapor en que venía embarcado para Montevideo. Él decía que a la Virgen de los Treinta y Tres le debía esta gracia, y que siempre se encomendaba a Ella al comenzar sus batallas”. Las últimas palabras de este testimonio parecen quedar confirmadas por el hecho de que, en 1849, el general Oribe ya había regalado dos campanas al templo parroquial de Florida.

La Virgen de los Treinta y Tres Desde 1890 en adelante se cuenta con abundante documentación que menciona a la imagen de Florida con el nombre de «Virgen de los Treinta y Tres». Antes de esa fecha existía principalmente una tradición oral, que se pone de relieve en los siguientes testimonios: a) La señora María Irureta de Dubois, que se casó en Florida en 1855 -dos años antes de que Oribe le regalara la corona a la Virgen-, hablaba siempre de la Virgen de los Treinta y Tres. b) La señora María Inés Vidal de Guichón, que en 1933 tenía unos noventa años, decía: “Desde que me conozco, es decir, desde 1850 por lo menos, siempre he conocido esta imagencita con el nombre de Virgen de los Treinta y Tres”. c) El vasco Pedro Recalde, que en 1937 tenía más de noventa años, en su idioma atravesado declaraba: “Desde que vine de España, a la edad de quince años, siempre (escuché mencionar a la) Virgen de los Treinta y Tres”. En 1894, el tercer obispo de Montevideo, Mariano Soler, colocaba ante el altar de la Virgen, en Florida, una placa de mármol con esta inscripción: “Esta imagen de Nuestra Señora de Luján fue venerada en la primitiva capilla del Pintado. Ante ella los Treinta y Tres inclinaron la bandera tricolor e invocáronla también los convencionales de la Independencia”.

A la voz del pueblo se juntaba esta vez de un modo oficial la voz de la jerarquía eclesiástica, que ratificaba toda una tradición. Desde esa fecha la imagen de Nuestra Señora fue tenida y venerada en general con el solo nombre de «Virgen de los Treinta y Tres». El 11 de agosto de 1931, el Papa Pío XI erigió en sede episcopal la ciudad de Florida. Este hecho dio un gran impulso al culto y devoción de la «Virgen de los Treinta y Tres».

Patrona del Uruguay El 2 de febrero de 1961, el obispo de Florida Mons. Humberto Tonna, pidió al Papa Juan XXIII la coronación pontificia para la histórica imagen. Cerraba su carta con estas palabras de Mons. Soler: “Ella, la Virgen de los Treinta y Tres, es la guardiana de nuestra Independencia y de nuestros destinos de Nación Católica”. Juan XXIII, en respuesta al pedido, “confía al Ordinario de Florida para que en el día que él señale después de la Misa Solemne, según el rito y la fórmula prescripta, en Nuestro Nombre y Autoridad, imponga una corona de oro a la imagen de la Bienaventurada Virgen María del Pintado o Virgen de los Treinta y Tres”.

Al mismo tiempo, el Papa le hizo llegar al obispo de Florida un juego de ornamentos para utilizar en la referida ceremonia, la que se llevó a cabo el domingo 12 de noviembre de 1961. El cardenal Antonio María Barbieri, arzobispo de Montevideo, coronó a la imagen como delegado papal.

A mediados del año siguiente, el episcopado uruguayo en pleno, en nombre del presidente del Consejo Nacional de Gobierno, de las autoridades civiles, comunidades religiosas y, finalmente, de todos los fieles cristianos, elevó al Santo Padre un pedido para que la Virgen de los Treinta y Tres fuera declarada Patrona de la Nación. Así lo hizo Juan XXIII el 21 de noviembre de 1962.

El 25 de agosto de 1975, al conmemorarse el sesquicentenario de la declaración de la Independencia Nacional en la villa de San Fernando de la Florida –actualmente capital del departamento de su nombre–, el Poder Ejecutivo de la Nación quiso honrar el lugar declarando monumento histórico a la Iglesia Catedral y a la imagen de la «Virgen de los Treinta y Tres» de la ciudad de Florida.

Todos los años, en Uruguay se celebra su fiesta el segundo domingo de noviembre, con una peregrinación nacional. Ese día se reúne en Florida el pueblo cristiano, presidido por todos los obispos de Uruguay, y acompañado por los sacerdotes, religiosos y religiosas. La «Virgen de los Treinta y Tres» es, pues, el signo del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia del Uruguay.

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PEDRO GAUDIANO