VIAJES DE JUAN PABLO II A URUGUAY

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El Papa Juan Pablo II realizó dos Visitas Pastorales en Uruguay. La primera se desarrolló durante los días 31 de marzo y 1º de abril de 1987. La segunda se extendió entre el 7 y el 9 de mayo de 1989.

La breve estadía en Montevideo de Su Santidad en 1987 estuvo enmarcada en su octavo viaje apostólico a América Latina, que incluyó Uruguay, Chile y Argentina, en un viaje de acción de gracias. En efecto, el breve paso de Juan Pablo II por Uruguay se relacionó con la contribución de Uruguay a favor de la paz entre Argentina y Chile en 1979.

El 31 de marzo de 1987, bajo una lluvia torrencial, Juan Pablo II llegó a Uruguay. En el aeropuerto recibió la bienvenida del presidente de la República, Dr. Julio M. Sanguinetti, acompañado por su esposa y por sus ministros. Después de escuchar al Presidente, el Papa pasó revista a las tropas y pronunció su primer discurso.

Dirigió su saludo a todo el pueblo uruguayo: “En vuestro país conviven en la concordia diversas opciones sociales y políticas, y grupos que profesan diferentes creencias religiosas; todo ello en un clima favorable de respeto y tolerancia. Es bien conocido, y me es grato subrayarlo, que los uruguayos sois un pueblo de corazón, que sabe querer y valorar la amistad. Por eso, estoy seguro de que también vosotros sabréis entender mis palabras, palabras de amigo y de Padre, que a todos respeta y a todos quiere”.

También se dirigió a los católicos: “Con esta visita el Papa quiere también confirmar a todos los católicos en esta tarea de servicio del bien común, en su fidelidad al Evangelio de Cristo, para ser como el alma de la sociedad uruguaya, constructores de una civilización del amor, que lleve a la promoción integral del hombre y de la sociedad. Como portador de un mensaje de vida y de esperanza, os invito a abrir a Cristo las puertas de vuestro corazón; especialmente a los jóvenes que son ya promesa del futuro y serán protagonistas de la historia de este pueblo en el tercer milenio que ya se aproxima, lleno de incógnitas y desafíos para la humanidad”(Visita, 8 y 9).

Desde el Aeropuerto de Carrasco, Juan Pablo II se dirigió - bajo la lluvia y rodeado por los montevideanos - en el papamóvil a la Catedral Metropolitana de Montevideo, donde tuvo su encuentro con el clero, religiosos y religiosas. El Papa rezó unos momentos delante de la tumba de Mons. Jacinto Vera y pronunció luego su segundo mensaje.

Se refirió a los esfuerzos evangelizadores de todos los presentes y manifestó: “No os dejéis llevar por el desánimo ante un aparente fracaso en vuestro apostolado. Escuchemos, en cambio, la voz de Cristo que continúa diciéndonos, como a sus Apóstoles: «Remad mar adentro y echad vuestras redes para pescar» (Lc. 5, 4). Si, como verdaderos Apóstoles, en momentos de zozobra levantamos nuestra mirada hacia el Señor para decirle: Confiamos en Ti, y en tu nombre seguiremos echando las redes; aun a costa de sacrificios e incomprensiones, hemos de proclamar sin temor alguno la verdad completa y auténtica sobre tu persona, sobre la Iglesia que Tú fundaste, sobre el hombre y sobre el mundo que Tú has redimido con tu sangre, sin reduccionismos ni ambigüedades. No es, pues, en datos puramente sociológicos o políticos donde encontraremos los criterios de nuestra enseñanza y de nuestra conducta, sino en la fe, en la comunión de vida con Jesucristo y en la fidelidad plena a la doctrina de la Iglesia” (Visita, 13)

Seguidamente el Papa se trasladó al Palacio Taranco, para celebrar la firma el 8 de enero de 1979, en ese mismo lugar, del Tratado de Montevideo, por el cual y gracias a la mediación pontificia, se evitó una guerra entre “dos países, hermanos por su origen y raíces históricas, por su fe, su lengua y su geografía”, Argentina y Chile. Ante el Cuerpo Diplomático y legisladores, Juan Pablo II pronunció un memorable discurso.

El 1º de abril, en la explanada Tres Cruces, a las 10 de la mañana, Juan Pablo II celebró una Misa campal a la que asistieron más de 150.000 personas. Había llovido toda la noche, pero el sol asomó cuando comenzaba la Misa. El Papa saludó a toda la Iglesia y a toda la sociedad uruguaya y señaló: “Queridos uruguayos: Vuestra patria nació católica. Sus próceres se valieron del consejo de preclaros sacerdotes que alentaron los primeros pasos de la nación uruguaya con la enseñanza de Cristo y de su Iglesia, y la encomendaron a la protección de la Virgen que, bajo la advocación de los Treinta y Tres, hoy nos preside junto a la cruz. El Uruguay de hoy encontrará los caminos de la verdadera reconciliación y del desarrollo integral que tanto ansía, si no aparta los ojos de Cristo, Príncipe de la Paz y Rey del universo”.

Se refirió también al valor de las familias: “Y para que esta nación -la gran familia del Uruguay- sea siempre fiel al mensaje salvífico de Cristo, es preciso que la comunidad familiar - célula básica de vuestra sociedad- no vuelva sus espaldas a Cristo, sino que sean familias unidas, sanas moralmente, educadoras en la fe, respetuosas de los derechos de cada persona, empezando por el respeto a la vida de cada criatura, desde el momento mismo de su concepción”.

El Papa concluyó dirigiéndose a los jóvenes: “Vaya también en este día mi palabra de aliento y de esperanza a vosotros, queridísimos jóvenes uruguayos. Es de todos conocido el afecto y el aprecio que nutro dentro de mí por la juventud. Lamento que, en esta visita, no me haya sido posible tener un encuentro especial con vosotros, que sois la esperanza de vuestro país v también de la Iglesia. Os ha tocado vivir un tiempo difícil, es verdad, pero también no es menos cierto que estamos ante uno de los momentos más apasionantes de la historia, en el que vais a ser testigos y protagonistas de profundas transformaciones. Vosotros, los jóvenes, tenéis una sensibilidad única para intuir el mundo nuevo que se aproxima y que va a necesitar de vuestros brazos jóvenes y generosos”. (Visita, 27 y 28) Durante su homilía, las palabras del Papa fueron interrumpidas en más de una ocasión por los gritos de “¡Que vuelva, que vuelva!”. El Papa bromeó diciendo que aún no se había ido… Y comentó: “Esperemos”. Como continuaban los aplausos y los gritos, agregó: “Esperamos”…

Terminada la Misa en Tres Cruces, Juan Pablo II se dirigió al aeropuerto para viajar a Chile y se despidió de Uruguay manifestando su propósito de volver. La promesa del Santo Padre fue confirmada por los Obispos el 14 de diciembre de 1987, cuando comunicaron que el Papa regresaría en mayo de 1988.

Efectivamente, el sábado 7 de mayo de 1988, Juan Pablo II inició la segunda Visita Pastoral al Uruguay. En este viaje visitaría también Bolivia, Lima (Perú) y Paraguay. El Papa regresó para conocer mejor a los uruguayos y visitó las ciudades de Melo, Florida y Salto. En su Discurso de llegada, encomendó a María su nueva peregrinación: “Este viaje apostólico, que hoy comienzo por vuestra tierra y que me llevará al corazón de América del Sur, lo realizo dentro del marco del Año Mariano. Por eso invoco a María, Madre de Dios, para que Ella nos acompañe y guíe en estos días. Mañana peregrinaré con todo vuestro pueblo para honrar la imagen sagrada que veneráis en Florida, la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay. A Ella encomiendo esta peregrinación pastoral, así como a vosotros, vuestras familias y vuestra patria. ¡Orientales! ¡El Papa está en vuestra casa bajo el signo de la paz: la cruz de Cristo! ¡Gracias por recibirme!” (Visita, 40).

Desde el aeropuerto el Papa se dirigió al Estadio Centenario, donde lo esperaba una multitud alborozada. Juan Pablo II habló sobre la centralidad de la Eucaristía en la vida de los cristianos y sobre el valor de la Familia. Al terminar, dio la bendición solemne con el Santísimo: “Vosotros, queridos hermanos y hermanas uruguayos, que contáis con la presencia del sacerdote y tenéis la posibilidad de participar de la comunión eucarística, no debéis renunciar a ella. Cada domingo la Iglesia celebra el acontecimiento fundamental de nuestra fe: la resurrección de Cristo. Para todo fiel católico, la participación de la Santa Misa dominical es, al mismo tiempo, un deber y un privilegio; una dulce obligación de corresponder al amor de Dios por nosotros, para dar después testimonio de ese amor en nuestra vida diaria. […] ¡Buscad a Cristo en la Sagrada Eucaristía! ¡Amadlo de corazón! Y para recibirlo de manera digna y como El lo merece, no dejéis de prepararos, cuando sea preciso, mediante el sacramento de la Penitencia” (Visita, 43 y 44).

El Papa Juan Pablo II se dirigió inmediatamente a la Universidad Católica del Uruguay, fundada en 1985 bajo su especial patrocinio. En el Aula Magna lo esperaban las figuras más representativas del mundo de la cultura: figuras políticas, destacados académicos, representantes diplomáticos, directores de centros de enseñanza públicos y privados, directores de los medios de comunicación, representantes del teatro, de la plástica, de la música del Uruguay y el cuerpo docente de la Universidad Católica. Tres mil estudiantes se reunieron en el patio central y para ellos sería el más cálido mensaje de Su Santidad.

Durante veintiocho minutos, el Sumo Pontífice desarrolló su Mensaje al Mundo de la Cultura del Uruguay, se refirió a la libertad de enseñanza y manifestó su apoyo a la joven Universidad: “Quiero alentar de manera particular a todas aquellas personas e instituciones que, de una u otra forma, colaboran con esta Universidad Católica del Uruguay que hoy nos recibe en su sede. Este centro académico tiene ante sí una misión importante al servicio de la tarea evangelizadora de la Iglesia y al servicio de la toda la nación, de acuerdo con los objetivos que le son propios: “calidad, competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico y con una visión cristiana del hombre, de la vida, de la sociedad, de los valores morales y religiosos” (Visita, 54).

El domingo 8 de mayo, Juan Pablo II viajó a Melo, en el noreste del país. En una explanada del barrio La Concordia, ante un numeroso público, el Papa habló sobre el sentido del trabajo: “El esfuerzo humano, la laboriosidad, la actividad creadora es un tema que encontramos ya presente en los comienzos de la Revelación divina. […] Es verdad que el trabajo reclama esfuerzo y conlleva fatiga y cansancio, que son consecuencia del desorden introducido por el pecado; pero, habiendo sido asumido y practicado por Cristo, que lo convirtió así en realidad redimida y redentora, ha vuelto a ser una bendición de Dios. El trabajo no es, pues, algo que el hombre debe realizar sólo para ganarse la vida; es una dimensión humana que puede y debe ser santificada, para llevar a los hombres a que se cumpla plenamente su vocación de criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios” (Visita, 58 y 59)

Juan Pablo II regresó a Montevideo para reunirse con los obispos uruguayos. Más tarde voló a Florida, donde celebró la Santa Misa con ordenaciones sacerdotales. En la Catedral y Santuario Nacional de la Virgen de los Treinta y Tres, tuvo lugar el acto de Consagración a la Virgen de los Treinta y Tres, patrona del Uruguay.

El 9 de mayo, Su Santidad viajó a Salto, donde celebró la Eucaristía en el Parque Mettos Neto de esa ciudad. En la homilía, se refirió a la «nueva evangelización»: “Ahora ha llegado el momento de la maduración de vuestra fe y el tiempo de una «nueva evangelización». El renovado ardor apostólico que se requiere en nuestros días para la evangelización, arranca de un reiterado acto de confianza en Jesucristo: porque El es quien mueve los corazones; El es el único que tiene palabras de vida para alimentar a las almas hambrientas de eternidad; El es quien nos transmite su fuego apostólico en la oración, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía. «He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?» (Lc 12, 49). Estas ansias de Cristo siguen vivas en su Corazón. La evangelización, que tiene como proyección necesaria también la preocupación por el bienestar material del prójimo y por hallar remedio a sus necesidades, será eficaz si culmina en la práctica sacramental, que es el cauce por donde discurre la nueva vida que Cristo ofrece como fruto de la redención. A este propósito, aliento vivamente la iniciativa pastoral de vuestros obispos al haber convocado un Año Eucarístico para que la virtud del amor de Cristo, que se nos entrega como alimento, sea la fuente de donde broten los nuevos apóstoles que necesita el Uruguay de hoy” (Visita, 87).

Al terminar la celebración, Juan Pablo II tomó el avión y voló directamente al aeropuerto de Carrasco. Durante diez días más iba a viajar a Bolivia, Perú y Paraguay.

Luego de la primera visita del Papa Juan Pablo II a Uruguay en 1987, el presidente de la República, Julio Mª Sanguinetti, liberal y agnóstico, propuso mantener en su emplazamiento la cruz que se había levantado para la misa campal. La proposición, que se basaba en la opinión de que la visita papal había unido “a todos los uruguayos en un sentimiento de tolerancia y de respeto”, despertó adhesiones y renovó antiguos resabios anticlericales. Siguieron vehementes polémicas en el parlamento y en la prensa; la cruz se mantuvo en su lugar.

En mayo de 2005, un mes después de la muerte de Su Santidad Juan Pablo II, la estatua dedicada a él y que había sido colocada el 29 de abril de 2001 en Tres Cruces en el santuario del Señor Resucitado, fue trasladada al pie de la cruz de la misa campal. La estatua, obra de un escultor polaco, fue donada a la Iglesia Católica uruguaya en noviembre de 1998

BIBLIOGRAFÍA

CAETANO, Gerardo, “La instalación pública de la llamada “Cruz del Papa” y los perfiles de un debate distinto (1987)”, en Roger GEYMONAT, Las religiones en el Uruguay. Algunas aproximaciones, Montevideo, 2004, 214-243; Juan Pablo II en Uruguay, Montevideo, 26 de abril de 2011: http://medios.elpais.com.uy/downloads/2011/juan_pablo_ll.pdf (consulta: 12-VII-2012)

MONREAL, Susana, “Juan Pablo II en la Universidad Cátólica - mayo de 1988”, Lazos, Montevideo, nº 11, diciembre 2001, 15 y 16; Visita del Papa Juan Pablo II al Uruguay, Montevideo, 1988.


SUSANA MONREAL