URUGUAY; Primera Biblioteca Pública

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La primera biblioteca pública, en el territorio actual del Uruguay, se fundó en Montevideo el 26 de mayo de 1816, en el marco de las «fiestas mayas», festejos realizados en la Provincia Oriental al conmemorarse el quinto aniversario del comienzo de la revolución emancipadora en el Río de la Plata. La iniciativa correspondió al cura y vicario Dámaso Antonio Larrañaga, quién en agosto de 1815 propuso al Cabildo de Montevideo la creación de una biblioteca pública y ofreció gratuitamente sus servicios como director.

La propuesta de Larrañaga contó con el respaldo de los capitulares montevideanos y de José Artigas, jefe de los orientales, quién expresó en su correspondencia que daría todo su “influjo para el adelantamiento de tan noble empeño” y propuso que se recurriera a todas “las librerías que se hallaban entre los intereses de propiedades extrañas”.[1]

El primer acervo bibliográfico provino de las bibliotecas personales del P. Larrañaga y del P. Pérez Castellano. Este último había fallecido en 1815 y había dejado al gobierno de la ciudad su extensa biblioteca a los efectos de que fuera de uso público. Otros aportes provinieron de colecciones particulares como la de Raimundo Guerra y de los padres franciscanos que también cedieron parte de sus libros. Se estima que se reunieron alrededor de cinco mil volúmenes al momento de la fundación.[2]El Cabildo ofreció un espacio en el Fuerte, sede del gobierno de la ciudad, para que se instalara la biblioteca.

El carácter público de la biblioteca permitió propagar el conocimiento entre todas los grupos sociales y en particular entre aquellos que estaban más al margen de la cultura letrada. Al respecto, en el acto de inauguración el P. Larrañaga destacó que “toda clase de persona tiene un derecho y tiene la libertad de poseer todas las ciencias por nobles que sean […] Venid todos, desde el africano más rústico hasta el más culto europeo”.[3]

En este sentido, su apertura significó avanzar en el proyecto de «regeneración social» que procuró la revolución artiguista. Los nuevos espacios de poder que se abrieron tras las guerras de independencias, alentaron la fundación de “un nuevo orden basado en la virtud y en la igualdad”.[4]José Artigas refería a ello cuando felicitaba a Larrañaga por la inauguración y le precisaba que estaban “para formar a los hombres, y las primeras impresiones deberían ser las más saludables, inspirando a los jóvenes aquella magnanimidad propia de almas civilizadas, y formar en ellos aquel entusiasmo, que hará ciertamente la gloria y felicidad del país.”[5]


NOTAS

  1. (A.A., tomo XXII)
  2. (Reyes Abadie y Vázquez, 388)
  3. (Larrañaga, 39)
  4. (Frega, 106).
  5. (AA, 238).

BIBLIOGRAFÍA

COMISIÓN NACIONAL ARCHIVO ARTIGAS (A.A), Tomo XXII, Montevideo, 1989;

FREGA, Ana, “La virtud y el poder. La soberanía particular de los pueblos en el proyecto artiguista”, en: Noemí Goldman y Ricardo Salvatore, Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, 2005;

LARRAÑAGA, Dámaso A.; Selección de escritos, Montevideo, 1965;

REYES ABADIE, Washington y VÁZQUEZ ROMERO, Andrés, Crónica General del Uruguay, Vol. II, Montevideo, 1981.


INÉS CUADRO CAWEN