URIBE VELASCO, San David

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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URIBE VELASCO,, San David. Sacerdote, Mártir (Buenavista de Cuéllar, 1888 - Vista Hermosa, 1927)

Muerto a los 38 años de edad y 14 de sacerdote[1].Un joven de inteligencia brillante. Una vez ordenado sacerdote fue secretario del obispo de Tabasco, el Estado donde la persecución fue más dura. Por ello se vio forzado a abandonar el Estado junto con su obispo Don Antonio Hernández Rodríguez, volviendo a su tierra natal. En ella sirvió de coadjutor a su obispo exiliado, quien vivía como un párroco más. Fue profesor del seminario y párroco sucesor de su antiguo obispo. La masonería local lo odiaba a muerte a causa de su celo sacerdotal y su trabajo educativo con los jóvenes. La conciencia de su identidad como sacerdote era tal que no tenía miedo a presentarse, incluso ante sus perseguidores en sotana, como hizo cuando fue convocado por presidente municipal de Iguala[2].


Nacido en el estado de Guerrero

David nació el 29 de diciembre de 1888 en el pueblo de Buenavista de Cuéllar, Guerrero, perteneciente al obispado de Chilapa, en la región de Taxco. Sus padres fueron Juan Uribe y Victorina Velasco, matrimonio pobre en recursos materiales, pero bien do¬tado en dones espirituales y virtudes cristianas. Fue bautizado el 6 de enero de 1889 y creció en el aprecio y estimación de sus padres y hermanos, que vieron en él sus cualidades morales de obediencia y alegría. De tal palo, tal astilla, dice el refrán, y no hay aplicación mejor que en este caso[3].


A la edad de 14 años pidió a su padre permiso para ingresar en el Seminario de Chilapa, pero éste le puso obstáculos por la penuria en que vivían y, además, para probar la firmeza de sus deseos, le dijo: "Se acerca el tiempo en que los sacerdotes serán perseguidos, maltratados, ultrajados y a muchos los matarán". Y David le contestó: "Esto no me da miedo; ojalá tuviera la dicha de dar mi vida por Jesús"[4]Así sería.


Fue ordenado sacerdote el 2 de marzo de 1913 por el obispo de Chilapa, quien le permitió irse a Tabasco –una de las diócesis más probadas de México durante la persecución- acompañando al nuevo obispo, Don Antonio Hernández Rodríguez[5],quien provenía de la diócesis de Chilapa, para ayudarle en el ministerio pastoral. Desde esos lugares escribió varias cartas a sus familiares y en ellas manifestó con tristeza las malas costumbres, los vicios y la impiedad que dominaba esa región y el gran empeño con que trabajaban el señor obispo y los sacerdotes para encaminar a esos pueblos a la salvación.


Las aventuras del obispo y su secretario perseguidos a muerte en Tabasco

Por la grave persecución que se desató en Tabasco contra la Iglesia en el año de 1914, y las órdenes del gobierno que obligaba a los sacerdotes salir del territorio del Estado bajo severas amenazas, el señor obispo y el padre David buscaron el modo de ocultarse para no abandonar los pueblos encomendados. Pero en ningún lugar estaban seguros porque el gobierno ofrecía buena recompensa a quien los entregara vivos o muertos. Por esta razón se embarcaron hacia Veracruz; en el viaje una fuerte tormenta en alta mar hundió la nave y muchos murieron ahogados, sin embargo el señor obispo y el padre David lograron salvarse. Recorrieron entre la selva largo camino sin alimento y escasos de ropa; finalmente llegaron a una humilde aldea fatigados y hambrientos, pero los lugareños, al saber que eran el obispo y su secretario, intentaron secuestrarlos para obtener la recompensa. Ellos pudieron huir y esconderse, y después de muchas penalidades llegaron a Córdoba, Veracruz.


El señor obispo le agradeció al padre David todos los trabajos y sacrificios que había sufrido en su compañía y le sugirió que volviera al obispado de Chilapa. En compañía de unos arrieros llegó a Tecalpulco y de allí, ayudado por el sacerdote de la parroquia que le proporcionó ropa y un caballo, se marchó hacia la casa de sus padres en Buenavista. Estaba tan demacrado que al llegar a su casa, su madre no lo reconoció. Con los cuidados y atenciones de su familia pudo restablecerse; sus superiores lo enviaron a la parroquia de Zirándaro y allí permaneció cerca de un año ejerciendo el minis¬terio pastoral con celo y prudencia. Por los continuos levantamien¬tos de los grupos zapatistas, decidió partir para Pungaralato y de allí marchó a Chilapa.


En la diócesis de Chilapa

Cinco meses ayudó en la Catedral y en el Seminario de Chilapa. Luego fue nombrado párroco de su tierra natal, y se ganó la estimación de sus paisanos por las finas atenciones y la gran caridad que tuvo para con ellos desde 1917 a 1922. En este año, el señor obispo Antonio Hernández renunció al obispado de Tabasco y pidió le concedieran el cargo de la parroquia de Iguala, Guerrero, solicitando contar con la ayuda del padre David Uribe. De esta manera el padre Uribe volvió a ser su compañía, permaneciendo tres años en Iguala, dedicado con gran celo a los trabajos pastorales, especialmente a la atención de enfermos y desvalidos.


A principios de 1926 murió el señor obispo y se le confió al padre David la administración plena de la parroquia de Iguala, Gro. En el mes de julio de ese año se le obligó a que entregara el inventario del templo y del curato, y tuvo que salir de ese lugar. Además, presionado por la constante persecución de los masones, se retiró nuevamente a la casa de su familia en Buenavista de Cuéllar, y de allí a la ciudad de México, porque seguían en su búsqueda.


En febrero de 1927, desde México, escribió a los fieles de su parroquia estas palabras: "Si la situación se prolonga me iré, poco importa que mi sangre corra por las calles de la histórica ciudad de Iturbide... Me siento obligado a defender a mis ovejas del lobo feroz, deseo ardientemente ser compañero de Felipe de Jesús, de Bartolomé Gutiérrez[6]...; si fui ungido con el óleo santo que me hizo ministro del Altísimo, ¿por qué no ser ungido con mi sangre en defensa de las almas redimidas con la sangre de Cristo? Este es mi único deseo, éste mi anhelo" [7]


Hacia el martirio

Movido por este deseo, el 12 de marzo de 1927 salió para su parroquia en Iguala, pero no pudo llegar a esa ciudad por la estrecha vigilancia que lo seguía; por ello se retiró a Buenavista, donde su familia le insistía que permaneciera. Como no lograron convencerlo, el padre David se marchó nuevamente para Iguala el 7 de abril. Acompañado de su amigo José García, abordó el tren de pasajeros en carro de segunda clase. Sin embargo, lo vio subir el General Adrián Castrejón y mandó a su asistente que invitara al padre a pasar al carro de primera clase y sentarse a su lado. Empezó entonces a tratarle el tema de la persecución religiosa, a ofrecerle que nada le pasaría si aceptaba las leyes del Gobierno, le prometió que harían obispado en Iguala y él sería el prelado, y que al aceptar esta propuesta sus compañeros lo imitarían. Ante tales proposiciones, el padre Uribe rechazó enérgicamente el ofrecimiento y le dijo al general: "¿No sería usted un infame si traicionara a su bandera? Pues yo sería más infame si traicionara a mi santa religión". No aceptó, y al llegar a Iguala fue detenido por militares y conducido al hotel "Fonseca", quedando bajo la guardia de cuatro oficiales que no permitían visitarlo.


Fueron inútiles todos los esfuerzos que hicieron los vecinos de Iguala por liberar al padre David. El Domingo de Ramos, en compañía de José García y de José R. Nájera, se embarcaron en el tren del norte. En la escala de Buenavista sus familiares se le acercaron, y a sus numerosas pregun¬tas, él simplemente les contestó: "Estén tranquilos, nada debo, nada temo". Al llegar a la estación de Cuernavaca, el oficial le ordenó que se bajara y el padre le preguntó sereno: "¿Me van a fusilar?", y en un auto se lo llevaron dos militares a la jefatura.


En la noche del 11 de abril, incomunicado y arrojado en una cárcel inmunda, el padre se encontraba haciendo oración cuando le avisaron que al día siguiente tendría que pagar con su sangre el precio de su osadía. Tomó un papel y escribió:


"Declaro ante Dios que soy inocente de los delitos de que se me acusa. Estoy en las manos de Dios y de la Santísima Virgen de Guadalupe. Decid a mis superiores esto y que pidan a Dios por mi alma. Me despido de mi familia, amigos y feligreses de Iguala y les mando mi bendición... Perdono a todos mis enemigos y pido a Dios perdón y a quien yo haya ofendido”[8]


El día siguiente, 12 de abril, a las 3 de la madrugada llegó la escolta militar a la cárcel, lo sacaron de la celda y en un carro lo llevaron por la carretera hasta el Km. 168. Al descender se arrodilló y pidió a Dios el perdón de sus pecados, la salvación de México y de su Iglesia. De pie, tranquilo, con palabras amables dijo a los solda¬dos: "Hermanos, arrodíllense voy a dar la bendición. De corazón los perdono y sólo les suplico que pidan a Dios por mi alma. Yo, en cambio, no los olvidaré delante de Él". Levantó en alto su mano diestra y trazó en el aire la señal de la cruz; luego repartió a los presentes su reloj, su rosario, su crucifijo y otros pequeños objetos[9]


El oficial que mandaba el pelotón de soldados desenfundó su revólver y le disparó a bocajarro. Una bala le atravesó el cráneo entrando por el ojo izquierdo. Murió al instante. Su cuerpo fue abandonado por sus ejecutores. Era el Martes Santo 12 de abril de 1927 por la madrugada. Todo sucedió cerca de la estación de San José Vidal, en Morelos.


Por fidelidad a Cristo y a su Iglesia

La causa inmediata de su martirio fue su fidelidad a su ministerio sacerdotal, a la Iglesia y a al Papa. Además no se cansaba de repetir que la fe cristiana no podía separarse de la vida: "Los problemas fundamentales relativos a Dios, al hombre, al mundo y a la sociedad. Sólo puede resolverlos la religión (...) La labor de unir a todos los hijos de Guerrero {su Estado} en la fe es una labor profundamente cristiana y a la vez altamente patriótica ya que la religión ha de considerarse fundamento de la vida individual y social", escribía[10]. Por esto la masonería lo odiaba: la logia de Iguala lo conocía muy bien y había jurado su muerte. Por ello la policía seguía sus pasos; por ello fue reconocido, apresado y finalmente martirizado.


Cuando vivir en su parroquia de Iguala equivalía a la muerte escribió: "¿para qué quiero la vida si he de vivir lejos de mis amados hijos? Sufro de un modo increíble por estar lejos de mi querido rebaño que está expuesto a caer en las inmundas fauces del lobo feroz"[11]. El amor a la Eucaristía, a la Virgen y al Papa era el corazón de su fe cristiana, la fuente de su caridad con pobres y enfermos, el alimento de su celo apostólico y servicio a la gente. Precisamente este amor a la Iglesia y al Papa lo llevaron al martirio. Le ofrecieron la libertad y los honores a cambio de “apartarse de la obediencia al Papa y encabezar una Iglesia Mexicana". Su respuesta fue perentoria: "Oh qué felicidad! Morir en defensa de los derechos de Dios! Morir antes que desconocer al Vicario de Cristo! Viva el Papa!"[12]


Al final, después del 25 de julio de 1926, con motivo de la suspensión del culto católico público, tuvo que vivir escondido porque arreciaba la persecución; ejerció su ministerio clandestinamente de casa en casa, de pueblo en pueblo, de rancho en rancho. Mantenía contacto con todos, de persona y por escrito.


Su memoria viva

Daniel Casarrubias y su hijo Juan se enteraron de los hechos y encontraron el cadáver del sacerdote mártir. Sus familiares lo recogieron, lo transportaron a Buenavista de Cuéllar, y lo sepultaron en casa de su hermana. Más tarde los restos fueron colocados en el templo parroquial de San Antonio de Padua. Si el Padre David Uribe Velasco ya tenía fama de santidad en vida, ésta se corroboró con su martirio. La gente lo consideró siempre un mártir que había deseado vehementemente serlo por la fidelidad a la fe católica. Sus restos fueron trasladados entre 1942 y 1945 a la iglesia de Buenavista de Cuéllar, detrás del altar mayor, donde aún reposan. Años después, en el lugar de su martirio, algunos de sus familiares más inmediatos y otros fieles compraron los terrenos que rodeaban la finca particular donde lo habían ejecutado. En el mismo lugar de su muerte levantaron una minúscula capilla conmemorativa, y a pocos metros, un templo en memoria del santo mártir, así como un centro de catequesis y de servicios sociales; todos ellos construidos totalmente con el esfuerzo económico y físico de los fieles. A él acuden numerosas peregrinaciones, sobre todo en los días doce de cada mes, fecha conmemorativa de su martirio. Llama poderosamente la atención la fuerza del testimonio de éste, como también el de otros mártires, que aglutinan alrededor de sus sepulcros, la fe y la caridad de los cristianos y sostienen su esperanza. Tal cual sucedía con los mártires de la primitiva Iglesia.


Notas

  1. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, I, Informatio, 254-262
  2. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, II, Summarium, 563, & 2096
  3. El que esto escribe tuvo la gracia de visitar en compañía del entonces obispo de Cuernavaca y antes obispo de Tabasco, Don Florencio Olvera Ochoa, el lugar del martirio de San David Uribe Velasco. Allí se encontró con alguno de sus familiares directos quedando impresionado por la fuerte fe de aquellas personas
  4. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 1014.
  5. Este obispo, nacido en el Estado de México en 1864, procedía del seminario de Chilapa y había sido vicario general de esta diócesis y rector de su seminario. Fue elegido obispo de Tabasco en 1912. Renunciaría a su diócesis en 1921, y en 1922 fijará su residencia en Iguala, muriendo en Argelia, pueblo del Estado de Guerrero el 13 de enero de 1926. Ello explica que el obispo Don Antonio se llevara consigo al joven P. Uribe como su secretario. Cuando la persecución arreció en Tabasco el obispo se vio obligado a dejar la diócesis junto con su secretario
  6. Ver Mártires mexicanos en Japón
  7. González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 1016
  8. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, II, Summarium, 573, & 2127.
  9. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, II, Summarium, 565, &2102; 561, & 2090; 574, & 2127; 587, & 2164; III, Doc. Extraproc., 656, CCCX.
  10. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, III, Doc. Proc., 228, CLXXXII; II, Summarium, 586, & 2159.
  11. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, II, Doc. Extraproc., 634, CCCIV
  12. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, III, Doc. Proc., 220, CLXXI.


Bibliografía

González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, tres volúmenes. López Beltrán, López. La persecución religiosa en México. Editorial Tradición, México, 1987.

FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ