SÁNCHEZ DELGADILLO, San Jenaro

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Agualele, 1886- Teocolotlán, 1927). Sacerdote y Mártir


El Padre Jenaro Sánchez Delgadillo fue ahorcado el 17 de enero de 1927 en el cerro de La Loma de Teocolotlán, Jalisco. Contaba 40 años y 15 como sacerdote. Había ejercido su ministerio sacerdotal en varias parroquias y en uno de los seminarios.


Había nacido el 19 de septiem¬bre de 1886 en Agualele, parroquia de Zapopan, Jalisco. Sus padres fueron Cristóbal Sánchez y Julia Delgadillo, de condición humilde y buenos cristianos, que en el pueblo gozaban de estima por ser personas muy honradas. Después de la escuela primaria, Jenaro entró en el Seminario de Guadalajara. Allí recibió la ordenación sacerdotal el 20 de agosto de 1911.


Sacerdote fiel y piadoso

Alimentaba su fe y su celo sacerdotal con frecuentes y piadosas visitas al Santísimo Sacramento y con su devoción a la Santísima Virgen María. Se preparaba devotamente para la celebración de la Eucaristía y, al terminarla, se entretenía todavía largo rato en acción de gracias a Dios. Todos conocían su buen celo apostólico y cómo pasaba largos tiempos confesando; además, su capacidad para organizar las actividades parroquiales era muy apreciada. Buen predicador, sus pláticas eran elocuentes y bien seguidas por la gente, que lo escuchaba con gusto. Sacerdote austero y desprendido, mostraba un corazón compasivo con los necesitados, pero especialmente con los enfermos a los que visitaba allí donde se encontrasen, en el pueblo y en los numerosos ranchos de sus parroquias. Cuando lo llamaban para la atención a los enfermos "parecía que tenía resorte", dirán de él los testigos de su proceso de martirio, pues inmediatamente y de buen modo se ponía en camino para auxiliarlos. A los familiares de los enfermos los alentaba y ayudaba. Movido por su amor a Dios, se preocupaba por la salvación de todos y especialmente por la formación cristiana de los niños, a quienes les enseñaba el catecismo con verdadera pasión.


Pastor en Tamazulita, lugar de su martirio

Ejerció su ministerio en varios lugares hasta llegar a Tamazulita, Jalisco, en el año 1923: primero en Nochistlán, Zacatecas (otro lugar de sacerdotes santos y mártires); posteriormente pasó por diversas localidades del Estado de Jalisco, como Zacoalco de Torres, San Marcos, Cocula, Tecolotlán, y finalmente, en la capellanía de Tamazulita, de la misma parroquia de Tecolotlán. En Cocula fue maestro del Seminario Menor instalado en esa parroquia. Tamazulita fue su último destino, el lugar de su sacrificio y ofrenda total, tocándole vivir su sacerdocio en un ambiente de dura persecución. Había llegado al lugar en el año de 1923, acompañado de sus padres. Aquí ejercitó su ministerio hasta su martirio, en enero de 1927. Ante la persecución que había desatado el gobierno de Calles, especialmente contra los sacerdotes, el padre Jenaro sintió en su corazón la imposibilidad de desempeñar convenientemente su ministerio, y lloró cuando se dio orden de cerrar los templos.


Pero antes de llegar a Tamazulita había sentido ya los zarpazos de la persecución. En Zacoalco, leyó en la iglesia parroquial la carta pastoral de su arzobispo Don Francisco Orozco y Jiménez↗, en la que el prelado protestaba dolorosa y valientemente por los artículos persecutorios que contra la Iglesia y sus ministros contenía la Constitución de 1917↗. El padre Jenaro era un sacerdote sembrador de paz, y por ello nunca se mezcló en cuestiones políticas, aunque fuesen legítimas, y a pesar de las angustias evidentes que todos sentían, siempre quiso tender lazos de perdón y puentes de entendimiento con todos, incluido aquel gobierno perseguidor.


Cuando se suspendió el culto público a partir de agosto de 1926, ejerció su ministerio sacerdotal a escondidas, en casas particulares y en las afueras de los pueblos. Guardaba el Santísimo Sacramento en una casa y él estaba cuidándolo de cerca. Estaba consciente del peligro de morir que corría, porque la sentencia de muerte pendía sobre todos los sacerdotes que así actuaban. Pero el padre el Jenaro no temió a nada ni a nadie, ni siquiera la sentencia de muerte que comportaba su ministerio sacerdotal. No quiso abandonar a su pueblo. Precisamente allí, en aquella comarca donde él se movía, arreciaba fuertemente la persecución y se castigaba con la cárcel incluso a las familias que iban a la instrucción cristiana o que acogían y escondían a los sacerdotes. Por ello el joven sacerdote decidió ejercitar su ministerio a escondidas: un pastor no deja solas a las ovejas ante el peligro. En varias ocasiones comentó con algunos de ellos: "En esta persecución van a morir muchos sacerdotes y tal vez yo sea uno de los primeros"[1]. Y así fue.


Su captura

La federación lo buscaba como a un criminal. Lo aprehendieron el 17 de enero. Tuvo la oportunidad de escapar pero no lo hizo porque "afirmaba que el pastor no debe abandonar a sus ovejas" (cfr. Jn 10)[2]. Ese día el padre Jenaro andaba en el campo con un grupo de vecinos. Vivía entonces en el rancho La Cañada, en casa de la familia Castillo. Por la tarde, al regresar al rancho, el padre y sus acompañantes se dieron cuenta de que andaban soldados buscándolos. Los compañeros le insistían al padre que se escapara, pero no trató de huir. Les dijo: "Vamos bajando todos. Si no me conocen, ya me salvé; si me conocen, me ahorcarán sin remedio; pero a ustedes nada les pasará, fuera del susto. Yo tengo esa confianza en Dios"[3].


Al llegar al rancho, todos fueron tomados presos. Al padre lo ataron junto con Agustín Chavarín, espalda con espalda, y así se los llevaron a Tecolotlán. Los apresados fueron: Zacarías Jiménez, Pablo Nande, Juan de la Cruz Romero y Pablo Ortega, que era el jefe de Cocula y antes mayordomo de los barrios. El jefe de los soldados, capitán federal Arnulfo Díaz, mandó soltar a todos, menos al sacerdote. El mismo día de su aprehensión, como a las once o doce de la noche, llevaron al padre a las orillas de Tecolotlán, a un cerrito que se llama La Loma o también Cruz Verde, donde había un mezquite. A escasos diez metros del mezquite había una casita, donde vivía la señora Jovita García, quien pudo darse cuenta de los hechos. La señora Jovita oyó mucha algarabía y malas palabras, por lo que se asomó por los hoyos de las paredes de su casa y vio muchos soldados, quienes al llegar a aquel sitio rodearon al padre. Vio que le pusieron una cuerda al cuello y oyó que él dijo: "Bueno, paisanos, me van a colgar; yo los perdono y que mi Padre Dios también los perdone, y siempre ¡que viva Cristo Rey!"[4].


Luego los soldados jalaron de la cuerda con violencia, de manera que la cabeza del padre pegó en la rama del mezquite donde habían colgado la soga. Allí lo dejaron colgado, amenazando a la gente con ahorcar al que tuviese la osadía de descolgar al mártir, y se fueron. El mártir tardó en morir y su agonía fue penosa, pero nadie pudo ayudarle y lo dejaron morir lentamente[5]. Así duró el cuerpo hasta la madrugada, y antes de que ama-neciera volvieron los soldados, le dieron un balazo en el hombro izquierdo, lo bajaron, y ya estando el cadáver en el suelo, un soldado le dio un bayonetazo que casi lo traspasó. Más tarde regresó uno de los soldados; fue a la casa de Jovita, y le dijo a un hombre que estaba allí hospedado y que había sido de los seguidores de Carranza: "Te encargamos a ese amigo que está allá colgado; si alguien lo baja, a ti te pasará lo mismo”[6].


El cuerpo del sacerdote quedó allí tirado casi toda la mañana, hasta cerca de las once cuando algunos vecinos consiguieron el permiso del jefe militar, a través del presidente municipal Amado Lepe, para llevarse el cadáver a Tecolotlán a la casa de una maestra, Angelita Fernández Lepe. Tuvieron que velarlo allí mismo, porque las autoridades no permitieron que se lo llevaran al templo. Luego, al día siguiente, dieron aviso a la madre del sacerdote, doña Julia, que llegó y abrazó el cadáver de su hijo y, colocándolo sobre sus rodillas, lloró amargamente. Fue una escena enternecedora. Se repetía la de la Virgen dolorosa que acoge a su Hijo entre sus brazos tras el descendimiento de la cruz[7]. Era el día 18 de enero de 1927. A la madre valerosa se le unió el resto del pueblo que velaba el cadáver como el de un mártir, a pesar de las amenazas del gobierno. El mismo día 18, después de velarlo unas horas, porque no permitieron más tiempo, lo sepultaron como a las cuatro de la tarde en el panteón municipal de Tecolotlán. Los feligreses de Tamazulita, al enterarse, lo lloraron durante días. En el lugar del martirio, los fieles erigieron un monumento para recordar el sacrificio del padre Jenaro. Ese monumento aún perdura.


Cuando se supo la noticia de su muerte la gente decía:

“Otro mártir de Cristo Rey y de Santa María de Guadalupe". Su párroco, el señor cura José María Robles [↗], también él luego martirizado el 26 de junio del 1927, consideró su sacrificio como un triunfo. Y su arzobispo, Don Francisco Orozco y Jiménez [↗], escribió siete meses después de la muerte del Mártir: "Levanto mi voz para pregonar la gloria de la Iglesia de Guadalajara, que ciñe su frente (...) con el nombre del padre Jenaro Sánchez, colgado y apuñalado por confesar a Cristo Rey”[8].

El 25 de octubre de 1934, contando con la autorización de la Curia de Guadalajara, con solemnidad pero también con cautela por la situación política persecutoria que de nuevo se había establecido en toda la República, los restos del mártir fueron traslada¬dos de Tecolotlán a la iglesia parroquial de Cocula, y fueron sepultados en el presbiterio, en presencia de su padres que aún vivían. Allí se veneran hasta el día de hoy. S.S. Juan Pablo II lo beatificó el 22 de noviembre de 1992 y lo canonizó en el Jubileo del año 2000, el 21 de mayo.


Notas

  1. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, II, 277, & 1030.
  2. Positio Magallanes, III, 403.
  3. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 971.
  4. Positio Magallanes, III, 56-58; III, 402-404.
  5. Positio Magallanes, III, 402-404; III, 56.
  6. González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 972.
  7. Positio Magallanes, III, 402.
  8. González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 973.


Bibliografía

González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, volúmenes II y III.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ