REYES SALAZAR, San Sabás

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Cocula, 1883 – Tototlán, 1927)

Sacerdote y mártir

Después de tres días de ser torturado increíblemente, el padre Sabás fue fusilado en el cementerio de Tototlán, Jalisco, el 13 de abril de 1927. Tenía 44 años de edad y 16 de sacerdote.


Nació el 5 de diciembre de 1883 en Cocula, Jalisco. Sus padres fueron Norberto Reyes y Francisca Salazar. Su familia pasaba por muchas estrecheces económicas, por lo que el muchacho Sabás tuvo que empezar a ganarse el pan muy pronto. Desde niño trabajó de papelerito voceador de periódicos en Guadalajara. Pero el Señor lo tenía destinado para ser vocero de su Evangelio. Se le abrieron así las puertas del Seminario de Guadalajara.


Sin embargo, bien pronto las dificultades se dieron cita en la vida del joven seminarista: Sabás no sobresalía por sus dotes intelectuales. Era, lo que se suele decir, de cortas luces. Lo habían notado los superiores del Seminario y al rector no se le ocurrió otra cosa que aconsejarle cambiar de seminario, por lo que le recomendó ante la diócesis de Tamaulipas, necesitada de sacerdotes. Allí acabó sus estudios de formación para el sacerdocio y fue ordenado sacerdote el día de Navidad de 1911, por el obispo de Tamaulipas. Celebró su primera misa el día 6 de enero de 1912 en el templo de Nuestra Señora de Belén, en Guadalajara, Jalisco.


Comenzó su ministerio sacerdotal en la localidad de Tantoyuca, de la diócesis de Tamaulipasi. Pero allí duró poco, pues la persecución religiosa llegó en 1914 con vehemencia también a esta zona, por lo que el joven sacerdote se vio obligado a volver a su tierra natal. Ya en Jalisco fue mandado a varios lugares: San Cristóbal de la Barranca, Plan de Barrancas, Hostotipaquillo y Atemajac de Brizuela y en el año 1919 pasó a la parroquia de Tototlán, para colaborar con el señor cura Francisco Vizcarra Ruiz, primero como capellán de la hacienda de San Antonio de Gómez y después en 1921, en la cabecera parroquial.


En Tototlán

Fue precisamente en Tototlán donde el padre Sabás tuvo que dar testimonio cabal de Cristo. A partir de agosto de 1926 la situación se tornó muy difícil por doquier para los sacerdotes, para los católicos y para todo lo que se refería a la vida religiosa de los mexicanos. Con el culto suspendido en los templos de toda la República, el párroco de Tototlán se retiró del pueblo y quedó el padre Sabás con el encargo de administrar los sacramentos.


Pero también era Tototlán uno de los lugares más significados en la lucha cristera. Los combates entre los soldados del gobierno y los defensores cristeros estaban a la orden del día, y como los sacerdotes eran perseguidos a muerte, el padre Reyes tuvo que esconderse. Incluso algunos buenos vecinos le sugerían que mejor se fuera de Tototlán porque si lo agarraban seguramente lo iban a matar. Sin embargo el padre Sabás contestaba siempre lo mismo: "Tengan fe. A mí me dejaron de encargado y no sale bien irme. Dios sabrá. [...]. Me ofrecen ayuda en otras partes, pero me dejaron y aquí esperamos, a ver qué Dios dispone".


El relato de su Pasión, como Jesús en el Evangelio

Así el Padre Sabás tenía que vivir en continua zozobra escondiéndose con frecuencia. En enero de 1927 llegaron las tropas de la Federación, mal informadas de que había en Tototlán más de dos mil cristeros armados contra el gobierno: invadieron la población y ocuparon la iglesia parroquial, la profanaron y la convirtieron en caballeriza, destruyeron las imágenes, asesinaron y robaron. Mataron a once vecinos pacíficos, hombres, mujeres y niños. A los pocos días, la tropa del general Juan B. Izaguirre le prendió fuego al templo parroquial, pero cuando se fueron los soldados, el padre y los vecinos acudieron a apagarlo. Cuando los defensores cristeros quisieron responder al ataque quemando la casa municipal, el padre los detuvo, diciéndoles que era propio de los bárbaros destruir los pueblos; que ellos no lo hicieran. Logró convencerlos y desistieron.


El 11 de abril de 1927, Lunes Santo, al medio día volvieron las tropas del Gobierno entrando con gritos y violencia. El sacerdote tuvo que esconderse de prisa en la primera casa que le ofreció refugio. Era la casa de la señora María Ontiveros, que le abrió sus puertas a él y a sus acompañantes, el joven José Beltrán y los niños Octavio Cárdenas y Salvador Botello. Pasó el día en oración. Sentía gran tribulación, e invitó a los que estaban en la casa a que de rodillas oraran con él, mientras con lazos se disciplinaba él mismo.


En seguida llegaron a registrar la casa del cura, buscándole, y detuvieron a todas las personas que allí se encontraban. La sirvienta de la casa, amedrentada, lo delató. Lo buscaron en seguida en la casa donde se había refugiado. Dónde está el fraile?, gritaban enfurecidos. En esos momentos apareció el padre Sabás y con toda serenidad les dijo: “Aquí estoy, ¿qué se les ofrece?” Lo amarraron. El Padre les interpeló: “Bueno, y ¿yo qué debo? ¿Qué mal hice? ¿Por qué me amarran?”. El capitán contestó: “Con nosotros no se arregla nada, allá el General[1]. Era el General Juan B. Izaguirre. Lo llevaron a la iglesia parroquial convertida en cárcel y lo amarraron a una columna, negándole hasta un poco de agua. Era ya Martes Santo.


Abrasado por la sed, pidió agua y no se la quisieron dar. Cuando finalmente se la ofrecieron, no la podía tragar dado que le habían atado fuertemente el cuello con una soga. Con él habían detenido a un muchacho que le acompañaba, llamado José Beltrán, y también lo habían atado a una columna; el muchacho sintió mucho temor y se lo manifestó al padre, por lo cual él dijo repetidas veces a los soldados: "Dios sabe que nada debo; pero todavía si de mí algo temen, a este muchacho no le hagan nada, porque no tiene ninguna culpa". Luego le animó a vivir aquel momento con fe en Dios: “No te asustes, José, ten ánimo. Dios bien sabe que no debemos nada; pero si algo nos pasa, ya sabes que allá tendremos nuestra recompensa; rézale al Señor de la Salud, aunque estoy seguro que a ti nada te pasa[2].


Los soldados continuaban sus insultos y sus burlas. Muchas personas del pueblo fueron a pedir su libertad y todas fueron maltratadas. Finalmente, al poco soltaron al joven y quedó con vida. A la caída de la tarde llevaron al padre Reyes, atado, ante el general Juan B. Izaguirre, para interrogarlo. Varias veces el soldado de guardia jaló fuertemente la soga que amarraba el cuello del padre y lo hizo caer de espaldas sobre el pavimento; levantado de nuevo el padre, el soldado pasaba la soga a otros soldados para que le repitieran el ultraje. Querían que delatase el escondite del párroco, pero el sacerdote no decía nada.


Así pasó la noche, bajo las inclemencias del tiempo, en aquél cuarto destechado desde donde se oían los lamentos fortísimos que daba el padre, sin renegar ni impacientarse. Lo torturaron toda la noche. El general quiso que lo “asasen” para comer “birria de ese fraile” [= carne asada]. Tirado a tierra encendieron fuegos a sus pies y cerca de su cara. Entre tormentos indecibles pasó el resto del día siguiente, miércoles Santo, abrasado por los rayos del sol, mientras la población vivía horas de terror. El sacerdote rezaba: “Señor de la Salud, Madre mía de Guadalupe, Animas Benditas, ¡dadme algún descanso!”. Un soldado, golpeándole le cogió por las manos y se las metió entre las brasas, y luego, entre sarcasmos, le metió también los pies en otra hoguera que habían encendido. Le quemaron así pies y manos mientras blasfemaban y se mofaban de él: "Tu que dices que baja Dios a tus manos, que baje ahora a librarte de las mías"[3]. El terror cundía entre aquel pueblo, martirizado también en su pastor. La gente lloraba y ofrecía todo: dinero, lágrimas y súplicas para liberarlo, pero las peticiones y ofrecimientos causaban mayor crueldad.


A las nueve de la noche del 13 de abril, miércoles Santo de 1927, se oyeron descargas de pistolas por el rumbo del panteón, y como los vecinos temían por la vida del padre, rezaron por él. Al poco rato un soldado llegó a la casa de asistencia y dijo: “Hombre, me pudo mucho matar a ese cura; ése murió injustamente. Le habíamos dado tres o cuatro balazos y todavía se levantaba y gritaba: ¡Viva Cristo Rey![4].


El día 14, a las 7 de la mañana, dos señores vieron el cadáver del padre que estaba recargado en la pared, afuera del panteón. El cuerpo estaba rígido, con cuatro balazos: dos en el pecho, uno en el brazo derecho y otro en la frente. El cuello, las costillas y los tobillos con las señales muy marcadas de las sogas; las manos quemadas, el cráneo muy hundido y los huesos quebrados a golpes. Colocaron el cuerpo en una caja y lo sepultaron en el panteón de Tototlán, en la misma fosa del cristiano Aurelio de la Torre, seglar mártir de Cristo fusilado por haber escondido a un sacerdote. Era el día de Jueves Santo de 1927 por la tarde. Hoy los restos del Padre Sabás Reyes descansan en el templo parroquial de Tototlán. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.


Notas

  1. Positio Magallanes, III, 428.
  2. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 984.
  3. Positio Magallanes, III, 428.
  4. Positio Magallanes, III, 435.


Bibliografía

  • Blanco Gil, Joaquín (Barquín y Ruiz, Andrés). El Clamor de la Sangre. Editorial Rex-Mex, México, 1947.
  • González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.
  • Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, volumen III.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ