REPÚBLICA DOMINICANA; La Constitución de San Cristóbal

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Durante tres siglos, las tierras de la actual República Dominicana recibieron el patrimonio de la civilización española. Fueron años de aciertos y desaciertos gubernamentales, pero la esencialidad de toda la cultura hispana había quedado impresa en el espíritu de los pobladores de esta isla.

Eran conscientes de ser parte de España y defendieron su españolidad contra franceses, ingleses y piratas. Habían sido civilizados y el cristianismo era considerado el fundamento primordial de la sociedad dominicana. Eran poseedores de un cierto grado de cultura, de un gobierno justo y de una economía que otorgaba recursos a la población.

Sin embargo, estos logros fueron menoscabados cuando, por presiones de Francia, estas tierras fueron entregadas alevosamente a esa nación vecina. La indigna cesión de la parte española de Santo Domingo a los revolucionarios franceses fue un gran error histórico de la Casa de Borbón y del valido Manuel Godoy.

Toda la pundonorosa construcción social y religiosa de España, estructurada durante más de tres siglos, fue sistemáticamente transgredida por las nuevas ideas revolucionarias. El deísmo, la masonería y el materialismo francés pugnaron contra el teologal dogma católico español. El esclarecido humanismo cristiano de raíz española fue desplazado por el enciclopedismo ateo francés.

Incluso, el secular calendario gregoriano fue substituido por el nuevo calendario galo. Toda la docta ordenación jurídica española fue desmantelada. La conculcación de unas ilustres normas de vida, articuladas en tres siglos, y el dictatorial proceder de los franceses en Santo Domingo, principió una cruenta etapa de calamidades para los españoles-dominicanos.

La Francia revolucionaria, expresada en los tratados de Basilea y San Ildefonso, vulnero la gloriosa tradición histórica y la ahidalgada costumbre española, produciendo en Santo Domingo una quiebra social de enorme magnitud. Historiadores dominicanos han deplorado acerbamente la cesión de la República Dominicana a Francia y, en su criterio, lo han considerado como que se “estaba vendiendo no un pedazo exiguo de tierra sino parte de su propio ser nacional, de su misma conciencia colectiva.”[1]

El historiador Manuel Arturo Peña Batlle siempre consideró la acendrada e indubitable españolidad de Santo Domingo y achacaba la culpabilidad del desacierto a un vil gobierno corrupto y afrancesado presidido por Manuel Godoy. No obstante, la culpabilidad también recaía en un rey débil y abúlico: Carlos IV. Y respecto a esencia española de Santo Domingo, aducía este historiador dominicano: “El Santo Domingo de 1795 y el de 1809 era más español que Godoy y que Fernando VII, y representaba con más pureza y mejor sentido que ellos los valores de la tradición.”[2]

Los españoles-dominicanos se rebelaron contra ese transgresivo designio diplomático que había hollado su nacionalidad y se aliaron con la costumbre establecida, secularmente, y con el pasado español. Esta forma de proceder contrarrestaba la invasión de las denigrativas ideas revolucionarias francesas y de sus soldados.

La inadecuación del ordenamiento de vida galo en tierras de Santo Domingo, fue absoluto. Para un dominicano, la tradición era la Iglesia Católica y las reglas civiles escritas y consuetudinarias organizadoras de la sociedad. Era el grave espíritu de Castilla representado por sus sabias instituciones, su preciada tradición y sus ponderadas leyes. El Fuero Juzgo, las Siete Partidas, la formación cultural e intelectual impartida en la letrada Universidad Primada de América, y la sobria y ascética influencia teologal de las grandes órdenes religiosas: dominicos y jesuitas.

Todo ello conformaba la prístina estructura gnoseológica de los españoles-dominicanos y el inequívoco sesgo ontológico de la futura República Dominicana. Ese glorioso acervo cultural constituía el basamento del estilo de vida de Santo Domingo, y el patrimonio de una sociedad de raíz auténticamente española.

Los habitantes de la isla de «La Española» consideraban que los serviles protocolos diplomáticos que Godoy firmó con Francia habían desmembrado territorialmente el Reino de «las Españas». Por ello, a pesar de que la invasión francesa enajenó una porción de ese legado cultural, un historiador dominicano aseveraba que el ser “más recóndito de nuestras esencias católicas e hispánicas se mantuvo y se mantiene inalterado.”[3]

En la configuración cultural de la historiografía dominicana, la religión católica era una arbotante esencial y un factor trascendental de Hispanidad. En este contexto, la sobria Compañía de Jesús fue un preponderante puntal del tradicionalismo español. Siempre se ha deplorado que los jesuitas no hubieran arraigado con más fuerza en Santo Domingo. De ellos, se ha ponderado la jerarquización de sus valores morales.

El catolicismo fue el eje determinante que evitó una invasión haitiana indefinida, y una de las exégesis primordiales de la comunidad nacional dominicana. Su esclarecida liturgia, su proba teología y sus espirituales plegarias, eran una porción inherente a la corporeidad de la patria dominicana.

El suntuoso edificio de la nación dominicana debía construirse con materiales propios y emanados de la misma esencia de esa colectividad americana. Su hidalgo frontispicio debía estar labrado con áureos fundamentos católicos y con platerescos sillares hispánicos. Pues en ellos se cimentaba la idiosincrasia y la más pura expresión nacional dominicana.[4]

Años nefastos fueron aquellos en que la zona oriental de la isla fue gobernada por los franceses. Años execrables fueron los que los haitianos invadieron esta zona. En 1801 y en 1805, las incursiones haitianas devastaron la actual República Dominicana. Fue un ciclo histórico de masacres, pillajes y crueldad sin límites.

Algunos autores dominicanos han expuesto que el designio haitiano no era expoliar el este de la isla sin el aniquilamiento de los dominicanos. Con estos antecedentes, en el año 1822, otro ejército haitiano invadió, nuevamente, la actual República Dominicana. Los habitantes del Santo Domingo español no opusieron resistencia ante la entrada de un ejército inmenso de soldados de la nación vecina. Si lo hubieran hecho hubieran sido exterminados.

Consiguieron sobrevivir, pero a un vil precio de esclavitud. Haití invadió la República Dominicana entre 1822 y 1844. Todo aquello que podamos narrar sobre el atroz sometimiento de los dominicanos a los haitianos no perfila, en toda su magnitud, el horror sufrido y los años de esclavitud.

Un autor dominicano ha resumido en una sucinta frase lo acaecido en esos veintidós años con espanto y pavor: “los haitianos mataban, robaban y violaban a los dominicanos hasta en las iglesias”.[5]En esta coyuntura, los dominicanos se rebelaron y lograron vencer a los haitianos.

Como antecedente inmediato de la «Constitución de San Cristóbal» de l844, está el «Manifiesto» dominicano que expresa las razones de luchar por la libertad contra los invasores haitianos. Este documento puede ser considerado una pormenorizada exposición de agravios. En él, se puntualizaban los factores inductores de la separación política con Haití.

El tenor expositivo de este protocolo se singulariza por su criticismo estilístico y por ser la génesis escrituraria de una nación. Se hacía alusión a la prolongada serie de inicuas injusticias, atroces violencias e inescrutables vejaciones que tiranizaban al pueblo dominicano y el abismaban en el infortunio más absoluto. La infame opresión había despojado a los que se denominaban españoles-dominicanos y los había sumido en el yugo más degradante. La codicia haitiana había ladroneado y hundido en la miseria a la antigua comunidad española.

La llegada de los haitianos, se especificaba, había creado en la parte este de la isla un ominoso grado de insondable pobreza imposible de describir. Se acusaba a la dominación haitiana de haber expoliado las iglesias y privado a sus ministros de sus rentas. El latrocinio y el fraude habían arruinado a esta sociedad por la conducta artera de los haitianos. Se aducía que esos veintidós años habían supuesto una servidumbre execrable y despiadada.

Este «Manifiesto» aludía al siniestro padecimiento de una comunidad, a la pavorosa postración de los dominicanos, y a la inconcebible crueldad con que los haitianos sojuzgaron a esta nación en cierne. Otro razonamiento mencionado era que la opresión haitiana se había caracterizado por desespañolizar el este de la isla.

El idioma natal, el español, había sido prohibido y la pulcra religiosidad estaba en trance de perecer, despreciada y vilipendiada por los haitianos. A esto, había que añadir un sistema monetario absolutamente incapacitado para generar prosperidad y que conducía, de forma inexorable, a la ruina económica. Todo ello conformaba el legado que los haitianos habían dejado en la actual República Dominicana.[6]

El «Manifiesto» estimaba que los habitantes del este no estaban obligados a obedecer las apócrifas leyes haitianas que conculcaban los usos y costumbres tradicionales de los españoles-dominicanos. La inadaptación de estos habitantes a la forma de vida haitiana era absoluta. El documento discernía cuales eran los límites de la nueva República, y aseveraba que la religión católica, apostólica y romana sería la religión del nuevo Estado dominicano.

La idea que tenía un dominicano de la etapa de gobierno haitiano en su país era de absoluto horror, crueldad insondable, ruina económica y atroz pobreza. A este propósito, en la memoria colectiva de todo dominicano está un hecho que heló el corazón a toda una nación. En 1805, el caudillo Jean-Jacques Dessalines ordenó degollar en una iglesia de la localidad de Moca a todos los blancos de clase alta y, posteriormente, mandó quemar el templo.

El manifiesto de enero de 1844 fue el antecedente escriturario de la Constitución de San Cristóbal de 1844 y este código legislativo fijó los principios fundamentales de la esencia de la nacionalidad dominicana. Su promulgación tuvo lugar el 6 de noviembre de 1844. Esta normativa reposa ponía las bases del nacimiento de una nación como entidad política y se unía al concierto de los pueblos libres y organizados con sentido propio.

En su primer punto describe el territorio de la nueva nación, y para ello se basa en la frontera trazada en 1776 o frontera del tratado de Aranjuez. Aludiendo al pacto subscrito por España y Francia para determinar sus límites coloniales. En este territorio se situaba toda la parte española de la isla de Santo Domingo y sus islas adyacentes. Su población era nombrada como los españoles-dominicanos y sus descendientes.

En el artículo 7°, se expresaba: “La Religión Católica, Apostólica, Romana es la Religión del Estado”. No hubo ninguna duda en este punto, los legisladores quisieron dar a la nueva nación un inequívoco sentido católico e hispanista. Y se aseveró: “Vamos a ser una República de raíces netamente españolas, con los derechos que podamos alegar frente a España y como causa habientes de España, queremos ser católicos y queremos, además, que los dominicanos de mañana sean en lo posible de origen español”.[7]

Se consideraba que la nación vecina nada tenía que ver con el origen histórico de la República Dominicana y era necesario determinar con precisión la frontera con Haití. También, se afirmaba que nunca el Estado recién creado se fusionaría con la otra realidad social de la isla, Haití.

Se expresaba que Haití era una creación nacional de Francia a expensas de territorio dominicano, porque en sus orígenes toda la isla había sido un territorio de España. Sin embargo, desde la isla de La Tortuga, en la costa septentrional de la actual Haití, y de forma progresiva, habitantes de origen francés y africano habían ido poblando la isla Española, menoscabando los legítimos derechos de los actuales españoles-dominicanos.

Los postulados de este código legislativo dimanan de dos constituciones esenciales y consideradas manantiales de sabiduría jurídica: la Constitución de Cádiz y la Constitución de Filadelfia. La carta magna española fue una obra maestra del primer liberalismo y se promulgó en 1812. La constitución estadounidense refleja el deseo de independencia en América y su legado también nutrió a la Constitución de San Cristóbal.[8]

Las raíces de la norma de vida dominicana, estableció un régimen democrático de gobierno y la formación de un gobierno electivo, alternativo, representativo y responsable. Organizó a la nueva nación de acuerdo con la tradición española en provincias y ayuntamientos. Una de las características de esta constitución fue la establecida por el general Pedro Santana y Familia.

Este militar luchó con fiereza por conservar la independencia nacional contra Haití. Y en este sentido, incluyó el artículo 210 que aludía a la derogación de algunos principios democráticos nacionales en situaciones extremas como una invasión del vecino país. Se ha considerado este punto una rémora constitucional incluida por los reaccionarios dominicanos.

Sin embargo, tenía su sentido debido a que el vecino país volvió a atacar las fronteras nacionales en innumerables ocasiones entre 1844 y 1861. En este último año, los conductores del gobierno dominicano solicitaron a España que los protegiese y por iniciativa propia se unieron nuevamente a España. Todo lo realizado fue para evitar una nueva invasión haitiana de incalculables consecuencias.

La constitución de San Cristóbal ha mantenido toda su significación durante más de un siglo, y en la actual constitución dominicana están registrados los artículos más importantes del antiguo código de gobierno, a pesar de las reformas y modificaciones legislativas.[9]

NOTAS

  1. Manuel Arturo PEÑA BATLLE, El Tratado de Basilea. Desnacionalización del Santo Domingo Español, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1952, pp. 29-37.
  2. Ibídem. Ensayos Históricos, Editorial Taller, Santo Domingo 1989, p. 67.
  3. Cfr. ibid., p. 69.
  4. Cfr. ibid., p. 218.
  5. Virgilio DÍAZ ORDÓÑEZ, La política exterior de Trujillo, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1955, p. 311.
  6. Cfr. Jean PRICE-MARS, La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico, trad. esp., 3a. ed., facsímil, 3 vols., Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo 1995
  7. M. A. PEÑA BATLLE, Ensayos Históricos, cit., p. 254.
  8. Cfr. Luis MARIÑA SOTERO, Las constituciones de Haití, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid 1968, p. 38.
  9. 15 Cfr. M. A. PEÑA BATLLE, Política de Trujillo, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1954, p. 122

BIBLIOGRAFÍA

DÍAZ ORDÓÑEZ Virgilio, La política exterior de Trujillo, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1955

MARIÑA SOTERO Luis, Las constituciones de Haití, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid 1968

PEÑA BATLLE Manuel Arturo, El Tratado de Basilea. Desnacionalización del Santo Domingo Español, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1952

PEÑA BATLLE Manuel Arturo, Política de Trujillo, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1954

PEÑA BATLLE Manuel Arturo, Ensayos Históricos, Editorial Taller, Santo Domingo 1989

PRICE-MARS Jean, La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico, trad. esp., 3a. ed., facsímil, 3 vols., Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo 1995


FRANCISCO JAVIER ALONSO VÁZQUEZ.

© Ateneo Pontificio Regina Apostolorum