RELIGIOSIDAD POPULAR; Manifestaciones de piedad

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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INTRODUCCIÓN

Cuando nos planteamos la realidad de la Evangelización en el hoy del Continente Americano, debemos hacerlo tomando en cuenta el sentido que tienen ciertos términos, tales como: «cultura», «inculturación», «religiosidad popular» y «piedad popular».

Las realidades pastorales que se esconden detrás de cada una de estas palabras han sido objeto de estudio, de análisis, y son el resultado de una experiencia amasada a lo largo de la historia; y la historia misma, con sus constantes fluctuaciones, ha ido determinando su sentido y el lugar que ocupan. Debemos llegar a una comprensión de estos términos, si los analizamos a la luz de la historia que lo fraguó, dándoles la dimensión que hoy tienen.

ANTECEDENTES.

A final del Concilio de Trento en 1563, Hispanoamérica ya había recibido centenares de misioneros, asistiendo a la gran controversia suscitada por Bartolomé de las Casas sobre los métodos de evangelización y de conversión; contaba con cerca de treinta diócesis y había celebrado varios concilios provinciales y locales para discutir el proyecto misionero americano.

Cuatro siglos confluyeron en el Concilio Vaticano II, donde se puso en evidencia la diversidad de situaciones y culturas en que vivían las diversas iglesias, como es el caso de las cristiandades europeas, iglesias orientales, comunidades en la India, Japón y China, iglesias jóvenes del África y los catolicismos populares de América latina.

Por primera vez se inició un diálogo cultural, hacia dentro de la Iglesia y hacia fuera de ella: “Con prudencia y amor, a través del diálogo y de la colaboración con los seguidores de otras religiones, testimoniando siempre la fe y la vida cristiana, reconozcan, mantengan y desenvuelvan los bienes espirituales y morales, como también los valores socioculturales que en ellos se encuentran”.[1]

El concilio Vaticano II redescubrió la importancia de los carismas en el interior de la Iglesia,[2]y también exhortó a discernir los signos de los tiempos presentes en el mundo y sus culturas.[3]El Concilio representó una apertura al diálogo con el mundo contemporáneo, una reconciliación con la modernidad, y una recuperación de la dimensión profética de la Iglesia hacia la sociedad. Con estos elementos que aportó el Concilio Vaticano II, intentemos comprender lo que ha sucedido y vivido la Iglesia en América en estas últimas décadas.


CUESTIONES TERMINOLÓGICAS

Para hablar sobre este “modo propio de vivir la fe”[4]que tienen los pueblos de América, se han usado distintos términos: «religiosidad popular», «piedad popular», «religión del pueblo»; la expresión más frecuente es «religiosidad popular». Además, es necesario ubicar el término «devoción».

Evangelii Nuntiandi, (1975)

El Beato Paulo VI, en su célebre definición del número 48 de Evangelii nuntiandi, utiliza el término “religiosidad popular”, “religión del pueblo”, enfatizando las actitudes internas de esta religiosidad: “paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción”.

Ecclesia in America (1999)

En el número 16 dice:“… en América la piedad popular es expresión de la inculturación de la fe católica y muchas de sus manifestaciones han asumido formas religiosas autóctonas, es oportuno destacar la posibilidad de sacar de ellas, con clarividente prudencia, indicaciones válidas para una mayor inculturación del Evangelio.”[5]

Directorio sobre piedad popular y liturgia (2002)

  1. El término «piedad popular», designa las diversas manifestaciones cultuales, de carácter privado o comunitario, que en el ámbito de la fe cristiana se expresan principalmente, no con los modos de la Sagrada Liturgia, sino con las formas peculiares derivadas del genio de un pueblo o de una etnia y de su cultura. Debe ser considerada justamente como un «verdadero tesoro del pueblo de Dios», “que manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y los pobres pueden conocer; comporta un sentimiento vivo de los atributos profundos de Dios”.[6]
  2. La realidad «religiosidad popular», se refiere a una experiencia universal: en el corazón de toda persona, como en la cultura de todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está siempre presente una dimensión religiosa, la cual no tiene relación, necesariamente, con la revelación cristiana. En muchas regiones, da lugar a una especie de «catolicismo popular», en el cual coexisten, elementos provenientes del sentido religioso de la vida, de la cultura propia de un pueblo, de la revelación cristiana.[7]
  3. El término «devoción» expresa la disposición de la voluntad para cumplir con prontitud lo propio de una relación. El cuerpo y el alma del hombre se interrelacionan. Expresamos sensiblemente nuestro amor por medio de las devociones. El corazón denota la interioridad de la persona humana: memoria, entendimiento, afectividad y voluntad.

Igual que en la familia el amor se expresa con variadas expresiones, el amor a Dios, a María y a los santos, también tiene expresión en las devociones. La devoción a Dios es la disposición de la voluntad para hacer con prontitud lo referente al culto y el servicio a Dios. La raíz de la auténtica devoción es un gran amor por Dios.
Las «devociones» o «devociones populares» son prácticas de piedad por las que se expresa la devoción de las verdades que creemos. Toda devoción sana nace de una fe bien fundamentada en la doctrina sólida.

En nuestro ámbito de piedad y religiosidad popular, el término «devoción» designa diversas prácticas exteriores: textos de oración y de canto; observancias de tiempos y visitas a lugares particulares - santuarios, insignias, medallas, hábitos y costumbres, que, animados de una actitud interior de fe, manifiestan un aspecto particular de la relación del fiel con las Divinas Personas, o con la Virgen María en sus privilegios de gracia y en los títulos que lo expresan, o con los Santos, considerados en su configuración con Cristo o en su misión desarrollada en la vida de la Iglesia.[8]

Documento de Aparecida (2007)

Elige utilizar «piedad popular» e inaugura dos ricas expresiones: «espiritualidad popular» y «mística popular», asi como la precisa expresión «vida teologal popular».[9]El Documento de Aparecida los usa indistintamente.

Es clara la preferencia por «piedad popular», pero al usarla se refiere siempre a “la manera legítima de vivir la fe de los pobres de este continente”,[10]que es la misma realidad significada con los términos: «espiritualidad popular» y «mística popular», que es el modo de vivir la fe en una verdadera espiritualidad.

UN PROCESO HISTÓRICO DE REFLEXIÓN TEOLÓGICO-PASTORAL.

Para entender la reflexión sobre «religiosidad - piedad popular» que encontramos en el documento de Aparecida, es necesario situarla en su contexto histórico y ver cómo ha evolucionado la reflexión teológica – pastoral sobre este tema.

Años antes del Concilio Vaticano II.

En los años preconciliares, la reflexión de teólogos y misioneros impuso la tendencia de ver en la religiosidad popular un tipo de superstición o sincretismo, considerándola a veces como algo que era un obstáculo en el desarrollo de la fe o del desarrollo socio-económico del pueblo.

Concilio Vaticano II (1963-1965)

Hasta 1965, la religiosidad popular estaba ausente en el enfoque pastoral, de hecho, el Concilio Vaticano II casi no trata sobre el tema, e incluso no menciona las palabras «religiosidad popular», «piedad popular», u otras expresiones que son usadas para describir este fenómeno.

Documento de Medellín – CELAM II (1968)

Medellín, como documento aborda el tema de la religiosidad e insiste mucho sobre sus problemas e insuficiencias. Insiste en la necesidad de ver el fenómeno desde la cultura misma del pueblo que practica estas expresiones de fe y no juzgarla con una “interpretación cultural occidentalizada”:

“Sin romper la caña quebrada y sin extinguir la mecha humeante, la Iglesia acepta con gozo y respeto, purifica e incorpora al orden de la fe, los diversos «elementos religiosos y humanos» que se encuentran ocultos en esa religiosidad como «semillas del Verbo», y que constituyen o pueden constituir una «preparación evangélica»”.[11]

Usa una expresión de los Padres Apostólicos («semillas del Verbo»)[12]para subrayar que es un valor cultural que debe ser apreciado como una preparación al Evangelio. No considera la religiosidad popular como una fuerza evangelizadora en sí misma, sino como una preparación para que el evangelio pueda entrar y penetrar en un pueblo. El Documento de Medellín marca un giro importante en la reflexión sobre la religiosidad popular, optando por una pastoral de masas y una pastoral intensiva hacia los más comprometidos.

Sínodo sobre la Evangelización (1974) y «Evangelii Nuntiandi» (1975)

En el «Instrumentum laboris» del Sínodo sobre la Evangelización, no se menciona el tema de la religiosidad o piedad popular, a pesar del aporte enviado por un equipo del CELAM que criticaba la falta de consideración de la religiosidad popular. Los obispos insistieron que fuera incluida la religiosidad popular, basándose en Documento de Medellín, por lo cual el Beato Pablo VI, en la versión final de la Exhortación Apostólica «Evangelii Nuntiandi» trató el tema afirmando:

“La religiosidad y piedad popular consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas…de un valor limitado, que no llegan muchas veces a una verdadera adhesión de fe, engendran actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer y que hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe.”[13]

Documento de Puebla – CELAM III (1979)

El documento de Puebla avanza en su análisis de la religiosidad popular, enumerando todos los aspectos positivos de las expresiones de fe popular:

“Como elementos positivos de la piedad popular se pueden señalar: la presencia trinitaria que se percibe en devociones y en iconografías, el sentido de la providencia de Dios Padre; Cristo, celebrado en su misterio de Encarnación (Navidad, el Niño), en su Crucifixión, en la Eucaristía y en la devoción al Sagrado Corazón; amor a María: Ella y sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad popular; la capacidad de expresar la fe en un lenguaje total que supera los racionalismos (canto, imágenes, gesto, color, danza); la fe situada en el tiempo (fiestas) y en lugares (santuarios y templos); la sensibilidad hacia la peregrinación como símbolo de la existencia humana y cristiana, el respeto filial a los pastores como representantes de Dios; la capacidad de celebrar la fe en forma expresiva y comunitaria; la integración honda de los sacramentos y sacramentales en la vida personal y social; el afecto cálido por la persona del Santo Padre; la capacidad de sufrimiento y heroísmo para sobrellevar las pruebas y confesar la fe; el valor de la oración; la aceptación de los demás.”[14]

El documento de Puebla también señala los aspectos negativos de la religiosidad popular, los que fueron catalogados por su origen diverso:

“De tipo ancestral: superstición, magia, fatalismo, idolatría del poder, fetichismo y ritualismo. Por deformación de la catequesis: arcaísmo estático, falta de información e ignorancia, reinterpretación sincretista, reduccionismo de la fe a un mero contrato en la relación con Dios.

Amenazas: secularismo difundido por los medios de comunicación social; consumismo; sectas; religiones orientales y agnósticas; manipulaciones ideológicas, económicas, sociales y políticas; mesianismos políticos secularizados; desarraigo y proletarización urbana a consecuencia del cambio cultural. Podemos afirmar que muchos de estos fenómenos son verdaderos obstáculos para la Evangelización.”[15]

Santo Domingo – CELAM IV (1992)

La novedad del documento de Santo Domingo es vincular la religiosidad popular con la inculturación; presenta la religiosidad popular como resultado del proceso de la inculturación de la fe. En su discurso inaugural, el Papa Juan Pablo II había mencionado a la Virgen de Guadalupe como «modelo de inculturación»: “Santa María de Guadalupe ofrece un gran ejemplo de Evangelización perfectamente inculturada”.[16]

Queda perfectamente claro el papel decisivo en la evangelización de Santa María de Guadalupe, quien es “pedagogía y signo de inculturación de la fe”,[17]y esto guía la reflexión de los obispos cuando dicen:

“La religiosidad popular es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata sólo de expresiones religiosas sino también de valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo, formando su matriz cultural”.[18]

Santo Domingo repite lo que ya decían Medellín y Puebla sobre la necesidad de «purificar» las expresiones de religiosidad popular. Así, el documento señala: “Frecuentemente la religiosidad popular, a pesar de sus inmensos valores, no está purificada de elementos ajenos a la auténtica fe cristiana, ni lleva siempre a la adhesión personal a Cristo muerto y resucitado”.[19]

A pesar de que Santo Domingo da mucho énfasis al tema de la inculturación, no hay mayor reflexión sobre la religiosidad popular, fruto probablemente sobre todo de la brevedad del documento, y por eso parece que no es un tema muy desarrollado.

Documento de Aparecida – CELAM V (2007)

La enseñanza de Aparecida sobre la piedad popular debemos buscarla en el apartado del documento 6.1.3 llamado: “La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo”.[20]

El marco inmediato de la piedad popular es el capítulo sexto, dedicado a la espiritualidad y a la formación cristiana. Este contexto ayuda a presentar la piedad popular como una verdadera espiritualidad, sin dejar de invitar a su crecimiento como un camino formativo para el cristiano. Allí, con un lenguaje muy vivo, se describen algunas de las expresiones de esta espiritualidad popular:

Se habla de “fiestas patronales, novenas, rosarios, vía crucis, procesiones, danzas y cantos del folklore religioso, promesas, y del cariño a los santos”.[21]

Se detiene especialmente en las “peregrinaciones a los santuarios”, enseñan que quien decide visitar un santuario ya está haciendo un acto de fe.[22]Y que una vez allí, “el peregrino vive la experiencia del misterio”. “Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos que millones podrían contar”.[23]

Se describe con una belleza inusual; “La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual.”[24]

La piedad popular, que viven las multitudes, “no es una espiritualidad de masas”,[25]sino que brota de lo más íntimo del corazón ante las situaciones de la vida cotidiana del pueblo.“En distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo en medio de una sencilla alegría”.[26]

Se reconoce el potencial evangelizador de la piedad popular. Ésta es una espiritualidad “encarnada en la cultura de los sencillos”,[27]por eso participa del proceso de transmisión de valores inherente a cada cultura. Se insiste en que las “tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra con la misma fluidez que en el pasado”.[28]Afirma que “gracias a la espiritualidad popular, el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo”.[29]

El Documento de Aparecida tampoco olvida el lugar privilegiado que tiene la piedad mariana en la espiritualidad popular: “(Nuestros pueblos) también encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. (…) En Ella ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio”.[30]

“Este amor a la Virgen que tiene el pueblo latinoamericano ha sido capaz de fundir las historias latinoamericanas diversas en una historia compartida”.[31]“Por este camino se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular”.[32]

En el Documento de Aparecida se expresa un aprecio mucho más profundo a la religiosidad y piedad popular y casi desaparece la palabra «purificar»: “Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María, traten de imitarla cada día más. Así procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los sacramentos”.[33]

Para subrayar este aprecio, el siguiente número dice: “No podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios...Es también una expresión de sabiduría sobrenatural...”.[34]

Pone en claro que la fe del pueblo pobre, la fe popular, no puede ser considerada inferior a otras expresiones de fe, sino que brota de la misma cultura del pueblo: “Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que no por eso es menos espiritual, sino que lo es de otra manera”.[35]“Es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo”.[36]“Contiene la dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana.”[37]

Evangelli Gaudium (2013)

El Papa Francisco dedica en esta encíclica cinco párrafos a “La fuerza evangelizadora de la piedad popular”:

“Cuando en un pueblo se ha inculturado el Evangelio, en su proceso de transmisión cultural también transmite la fe de maneras siempre nuevas; de aquí la importancia de la evangelización entendida como inculturación. Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes. Puede decirse que «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo». Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal.”[38]

“En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo. En algún tiempo mirada con desconfianza, ha sido objeto de revalorización en las décadas posteriores al Concilio. Fue Pablo VI en su Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» quien dio un impulso decisivo en ese sentido. Allí explica que la piedad popular «refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer» y que «hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe». Más cerca de nuestros días, Benedicto XVI, en América Latina, señaló que se trata de un «precioso tesoro de la Iglesia católica» y que en ella «aparece el alma de los pueblos latinoamericanos».”[39]

“En el «Documento de Aparecida» se describen las riquezas que el Espíritu Santo despliega en la piedad popular con su iniciativa gratuita. En ese amado continente, donde gran cantidad de cristianos expresan su fe a través de la piedad popular, los Obispos la llaman también «espiritualidad popular» o «mística popular». Se trata de una verdadera «espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos». No está vacía de contenidos, sino que los descubre y expresa más por la vía simbólica que por el uso de la razón instrumental, y en el acto de fe se acentúa más el «credere in Deum» que el «credere Deum». Es «una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros»; conlleva la gracia de la misionalidad, del salir de sí y del peregrinar: «El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador». ¡No coartemos ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!”.[40]

“Para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar. Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres. Pienso en la fe firme de esas madres al pie del lecho del hijo enfermo que se aferran a un rosario, aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo crucificado. Quien ama al santo Pueblo fiel de Dios no puede ver estas acciones sólo como una búsqueda natural de la divinidad. Son la manifestación de una vida teologal animada por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm. 5,5).”[41]

“En la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un «lugar teológico» al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización.”[42]

HACIA EL V CENTENARIO DEL ACONTECIMIENTO GUADALUPANO

En camino al año 2031, V Centenario del Acontecimiento del Tepeyac, tenemos la urgencia de profundizar «la devoción guadalupana» fuertemente arraigada en la fe de nuestro pueblo, que constituye uno de los principales signos de identidad, que capta que la protección de Dios que le viene por la invocación a la Virgen María, quien personaliza y singulariza a los pueblos de América. Y además debemos profundizar los elementos: históricos, teológicos, sociales, culturales, catequéticos y pastorales de la inculturación. -El pueblo se siente identificado con la imagen de Santa María de Guadalupe, porque a ella acudieron sus padres y a ella acuden hoy en sus problemas.

-Admirando las virtudes personales de la Virgen María, la piedad popular guadalupana se vale de sus atributos para llegar hasta Dios.

-La acción milagrosa de la siempre Virgen Santa María de Guadalupe es el signo principal de protección individualizada sobre un lugar y desde un lugar.

-La súplica y petición de favores que se exteriorizan en el Santuario del Tepeyac son una manifestación de la alianza materno-filial, de las relaciones interpersonales, del compromiso mutuo. Aunque sean personas de escasa práctica sacramental, reaccionan ante la enfermedad o el sufrimiento, las crisis familiares o personales y hacen una promesa o manda: ir caminando al santuario, hacer el camino en silencio, de rodillas, con los brazos en cruz, llevar velas o donaciones, para pedir o dar gracias.

-Toda esta expresión viva de piedad popular guadalupana queda en el anónimo y su motivación queda en la intimidad de la persona o de la familia.

-En las manifestaciones de piedad popular guadalupana puede palparse la ley de la Encarnación. La inculturación de la fe no significa únicamente que la fe se vuelca en moldes culturales preexistentes, sino que la fe crea signos personales, familiares, grupales de identidad y moldes de convivencia social y los expresan, los llenan de vida y expresan vida de fe.

RETOS Y DESAFÍOS DE LA RELIGIOSIDAD Y PIEDAD POPULAR EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE.

La religiosidad y piedad popular han pasado por un proceso de crecimiento; ahora existe un gran aprecio por la religiosidad popular. sin embargo, no muchos clérigos están al tanto de este proceso. Debemos promocionar la formación del clero que realiza su ministerio en la Basílica de Guadalupe, en mira a lograr este aprecio y no el rechazo o la indiferencia ante la variedad de expresiones de religiosidad popular.

Un gran número de presbíteros presentes en la Basílica de Guadalupe muestran una creciente madurez de aceptación, de reflexión sobre las formas culturales de fe que las comunidades peregrinas expresan en la religiosidad popular. Falta fundamentar el paso hacia una valoración de la religiosidad popular, como “el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios…también una expresión de sabiduría sobrenatural...”[43]

En muchos casos existe un abismo entre la religiosidad - piedad popular y la liturgia celebrada en la Basílica de Guadalupe, específicamente la predicación y las celebraciones muchas veces alejada de una antropología radicalmente esperanzada, que considere al peregrino como una unidad de cuerpo-espíritu, abierto al infinito, del hombre que descubre a Dios, a partir de lo que es y hace en su realidad concreta de vida.

La valoración de la piedad popular guadalupana, en la Basílica de Guadalupe debe partir de una concepción integral del hombre como: peregrinos en relación al trascendente, a lo sagrado, capaz de adorar y manifestar desde su sencillez una confesión profunda y sincera de fe.

Profundizar y revalorar las expresiones de piedad popular guadalupana contenidas en las peregrinaciones, su profunda expresión simbólica que se manifiesta en: la música, la alegría, la danza, la ofrenda, las mandas, las búsquedas humanas del sentido de aquello que nos trasciende, sus vacíos existenciales, sus dolores, sus penas, sus sufrimientos, su proyectos y acción de gracias por favores recibidos.

Debemos revalorizar la espiritualidad de las peregrinaciones que conserva en nuestro tiempo los elementos esenciales que desde su inicio existen:

Dimensión escatológica. En la que se mueve el cristiano entre: la oscuridad de la fe y la sed de la visión; entre el tiempo angosto y la aspiración a la vida sin fin; entre la fatiga del camino y la esperanza de llega a al santuario. Nos urge revalorar el recibimiento de peregrinos

Dimensión penitencial. La peregrinación al Tepeyac se configura como un «camino de encuentro», y ante la presencia de Santa María de Guadalupe, surge «un camino de conversión» de cambio de sus penas, sufrimientos, en sonrisa, esperanza, bienestar integral. Revalorar esta acción en cada penitente que se acerca a confesar.

Dimensión festiva. En la peregrinación lo festivo se encuentra en el centro de la peregrinación, en la que aparecen múltiples expresiones culturales de los motivos antropológicos de la fiesta. Nos urge revalorar las expresiones; danza, música, flor y canto de peregrinos.

Dimensión cultual. El peregrino camina hacia el Tepeyac para ir al encuentro de la Madre de Dios, para estar en su presencia tributándole el culto de veneración y para abrirle su corazón a la misericordia de Dios a través de una liturgia vivencial, no ritual, acartonada, rutinera y superficial.

Dimensión apostólica. La peregrinación a la Basílica de Guadalupe es un anuncio de fe y los peregrinos se convierten en «heraldos itinerantes de Cristo», cuando regresan a sus lugares de origen. El envío es revivir la experiencia de ser otros Juan Diego, llevando el encargo de la Virgen y portando la tilma.

Dimensión de comunión. El peregrino que acude a la Basílica de Guadalupe vive una intensa comunión de fe y caridad, no sólo con sus familiares, amigos, compañeros, sino con el mismo Señor, que camina con ellos, como caminó al lado de los discípulos de Emaús y les enseña las Escritura como hacer vida el gran misterio de la Encarnación y la Redención. Esto es de suma importancia para la predicación, el dialogo con los peregrinos, y la formación de agentes de pastoral y empleados. Somos santuario, familia de Dios, los hijos e hijas de Santa María de Guadalupe.

NOTAS

  1. Nostra Aetate 2
  2. Lumen Gentium, 12
  3. Gaudium et Spes, 4; 11; 44
  4. DA 398
  5. Ecclesia in America, 16
  6. Directorio sobre piedad popular y liturgia 9
  7. Ibidem, 10
  8. Directorio sobre piedad popular y liturgia 8
  9. DA 258-265
  10. cfr. DA 264
  11. Documento de Medellín, 6
  12. citado en Ad Gentes, 11
  13. E.N. 48
  14. DP. 454, 456 y 914
  15. DP. 456
  16. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 24
  17. Puebla 282; Santo Domingo 15
  18. Documento de Santo Domingo, 36
  19. Ibidem, 53
  20. D.A. 258-265
  21. cfr. D.A. 259
  22. cfr. Nota anterior pp. 8-9 de este texto, D.A. 259
  23. D.A. 260
  24. D.A. 259
  25. D.A. 261
  26. D.A. 261
  27. D.A. 263
  28. D.A. 39
  29. D.A. 264
  30. D.A. 265
  31. D.A. 43
  32. D.A. 262
  33. D.A. 262
  34. D.A. 263
  35. D.A. 263
  36. D.A. 264
  37. D.A. 258
  38. E.G. 122
  39. E.G. 123
  40. E.G. 124
  41. E.G. 125
  42. E.G. 126
  43. D.A. 263


JORGE PALENCIA RAMÍREZ DE ARELLANO