REGALISMO BORBÓNICO

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Influjo de la nueva etapa de los Borbones en la América española

Mientras en España se abre la era borbónica, en sus Indias se abre su edad más determinada políticamente por las ideas de la ilustración moderna. Algunas coyunturas históricas íntimamente entrelazadas entre sí, con reflejos mutuos, tienen un peso notable en el proceso de independencia de los territorios españoles en América.

Algunos Estados juegan un papel predominante en el ajedrez político de Europa: Francia, el Sacro Romano Imperio Germánico (Austria-Alemania), Inglaterra y España. Francia vive todavía en el cenit su sol de hegemonía, mientras que España, todavía una potencia importante, comienza a dar síntomas de una crisis que en el siglo siguiente la sumirá en el ocaso de su imperio ultramarino y en una cadena de guerras civiles internas intermitentes. En el siglo XVIII aún cuenta con las Indias americanas, a las cuales Inglaterra mira con ojos de pirata.

Europa influirá más ahora que anteriormente en Indias, acortadas las distancias por la moderna navegación, vive una vida nueva, antagónica en muchos aspectos, en su mentalidad a la época antecedente. Al pretender colocarse Inglaterra al frente del mundo moderno, con su espíritu mercantilista, implanta el individualismo económico, la diferencia de clases y el colonialismo de signo pragmatista. Muchas ideas de pensadores ingleses pasan a Francia donde ya el racionalismo de los enciclopedistas ilustrados como Voltaire, Diderot, Montesquieu y un crecido número de intelectuales, marcan las pautas del pensamiento filosófico, social y político.

En lo religioso se extiende en el mundo protestante anglosajón y alemán, y en el católico de Francia, un deísmo amorfo; hostil a todo signo sobrenatural de la revelación cristiana. Esta hostilidad se encuentra más específicamente desarrollada en ciertos círculos del mundo intelectual francés: el del mundo racionalista ilustrado.

En el campo ético-moral se abre paso un relativismo y un nihilismo que impone la ética de la utilidad subjetiva. En lo político, si antes había predominado el absolutismo de los reyes y la concepción protestante del origen divino de su poder, teorías expuestas ya a comienzos del siglo XVII por el rey Jacobo Estuardo I de Inglaterra, teoría luego extendida en la Francia de Luis XIV, fundando así su control del Derecho y de la Religión (galicanismo), ahora ya en pleno «siglo de las luces» prevalece el absolutismo más enraizado y el regalismo político.

Dios queda en un segundo plano al colocar al individuo como «medida de todas las cosas», que tendrá como una de sus consecuencias la reducción de la religión a puro subjetivismo, a la negación de una Revelación sobrenatural, y por lo tanto la reducción de la Iglesia a una institución meramente «política» al servicio del Estado absoluto y autárquico.

España al terminar la guerra de sucesión (1714), verdadera primera guerra “europea” y prácticamente “mundial”, se siente sometida a los criterios de la política de “equilibrio” entre las Potencias, criterio ya establecido en la paz de Westfalia (1647) tras la guerra de los Treinta Años en cuyos tratados se impuso aquella política como criterio de las relaciones internacionales.

En tal paz sellada en Westfalia, los criterios religiosos fueron totalmente excluidos en las relaciones internacionales, impuesto el criterio ya establecido en el siglo anterior con motivo de las guerras de religión en el centro de Europa entre católicos y protestantes, del “cuius regnum et illius et religio” (el poder estatal establece que tipo de confesión religiosa sería o protegido o permitido o tolerado en cada Estado), introduciéndose el principio de la tolerancia religiosa para las minorías religiosas permitidas en cada Estado.

Los nuevos criterios propuestos eran de exclusivo carácter político y económico mercantilista. Estos criterios fueron aplicados literalmente tras la Guerra de Sucesión al Trono español, colocando a la casa francesa de los Borbones al frente de la Monarquía española.

Uno de los puntos fundamentales como consecuencia de aquellos principios fue la repartición de los dominios de la Monarquía Española, dando a las Potencias que habían participado en la Guerra de Sucesión, contrarias a la Casa de Borbón triunfante en la España peninsular, los diversos territorios europeos extra peninsulares de la antigua Casa reinante española, ahora extinguida tras la muerte del rey Carlos II de la Casa española de los Austrias.

Los dominios de la Monarquía española de los Borbones conservaban, además de la España peninsular, los Territorios Americanos y las Filipinas. Felipe V de Borbón se vio así en el centro de un mundo que se perdía y otro que iba a nacer. A partir de él la Casa de Borbón española imprimirá su sello distintivo a la fisonomía política y al gobierno administrativo, tanto en la Península como en las Américas.

En las Indias (la América española) continua fundamentalmente el régimen antiguo, aunque a lo largo del siglo XVIII se verán profundamente cambiadas por las reformas estructurales y administrativas introducidas por los Borbones, especialmente por Carlos III de Borbón, reformas que también estableció en España, donde los influjos del pensamiento ilustrado europeo llegaron y se afianzaron en los círculos más selectos de su mundo intelectual.

Hay que notar que en la España del siglo XVIII nace y crece una ilustración típica española, reformista convencida, pero no racionalista o agnóstica. Este pensamiento reformista andando el tiempo pasará a la América española y tendrá aquí un notable influjo en el proceso de sus independencias desde el punto de vista ideológico a través de personalidades como el benedictino Dom Benito Feijoo, el marqués de Campomanes, Mayans, Melchor de Jovellanos y otros personajes de primer orden que en España ocuparon las más altas esferas del Estado, como los ministros italianos de Carlos III, Esquilache y Grimaldi, y los españoles Aranda, Floridablanca, Campomanes, Manuel de Roda, Francisco Cabarrús (afrancesado y ministro del rey usurpador José I), por citar sólo algunos más conocidos.

Estos fenómenos y este pensamiento ilustrado reformista influirán en el futuro próximo, tanto en la España peninsular como en la América hispana, donde a nivel popular, e incluso entre parte de su clero, se conservan los lazos de su tradición y de su ser hispánico con todo el legado impreso por las dos centurias precedentes; pero con el tiempo se darán serias contraposiciones y luchas enconadas entre tendencias opuestas, con dolorosas consecuencias en el mismo clero, con frecuencia dramáticamente dividido en los procesos de las Independencias.

En el siglo XVIII o de «las luces», tanto en la España peninsular como en la América hispana, comenzarán a echar sus raíces aquellos fenómenos que darán origen al profundo antagonismo, globalmente hablando, entre las dos Españas: la tradicional y la reformista, la tradicional-conservadora y la liberal-reformista. Pero además estas divisiones y tendencias se agudizan con características propias en la América española, donde se asiste a un llamado afrancesamiento del mundo intelectual (no hay que olvidar que el mundo intelectual estaba compuesto en gran mayoría de clérigos), mientras, otro sector se aferra a un tradicionalismo a veces pesadamente arcaico.

Con el cambio de dinastía y las reformas introducidas por los Borbones se da una mayor centralización administrativa y un férreo control por parte de la administración regia, rompiendo la plurisecular tradición histórica española de los derechos forales de sus territorios y de la concepción plurisecular de la monarquía; se comienza a introducir de manera siempre más precisa y radical una visión de los Territorios Americanos bastante diferente a como los consideraba la antigua tradición jurídica y administrativa española desde los tiempos de los Reyes Católicos (la concepción foral de la monarquía castellana) y luego bajo sus sucesores de la Casa de los Austrias.

Ahora, en las Indias se implanta en un crecimiento, siempre más fuerte y controlado, un sistema fundamentalmente mercantilista según las teorías económicas imperante en la Europa de ese tiempo que ve aquellos territorios como una fuente económica casi de tipo colonial, mucho antes que este sistema se impusiera como criterio de dominio y explotación a partir del siglo XIX por parte de las Potencias europeas, y que ya habían inaugurado los colonos ingleses y holandeses en sus colonias americanas y asiáticas (en este caso los holandeses) con sus fuertes Compañías Comerciales de las Indias Occidentales y Orientales, y con la trata atlántica de esclavos impulsada y alargada ya desde el siglo XVII.

En las Indias Americanas españolas se pone ahora un mayor control, por personas casi todas de la metrópoli, o educadas en la misma si de cuna criolla, que van engrosando la creciente burocracia, nutrida de miembros de una clase de raíces aristocráticas, pero también de una clase comercial media y alta emergente.

Esta burocracia «burguesa» se pondrá a dirigir la cosa pública en suelo americano, considerado ya no como provincias o reinos de las «Españas» (título que ostentaban los Reyes españoles para indicar la pluralidad de su composición en igualdad de derechos y deberes), sino en la práctica como territorios «coloniales» en el concepto definido por Montesquieu de territorios, “que hay que explotarlos como rentables”, razón única del colonialismo.

La concepción economicista vino a concretarse en la institución de las Intendencias, nacidas ya en Francia como ideas administrativas económicas. Este régimen contribuyó a estrechar el cerco fiscal en las Indias ya consideradas en la práctica como «colonias» productivas.

La Iglesia hispana bajo el regalismo borbónico

La Iglesia se vio envuelta en las corrientes centralistas de la época bajo las ideas regalistas, que predominando en otros lugares de Europa también calaron en parte en las Españas del momento, teniendo además presente que el regalismo borbónico quiso controlar la vida de la Iglesia incluso en la gestión mínima de sus estructuras, como el nombramiento de obispos y otros cargos eclesiásticos, con un notable peso, que se verá de modo particular en los momentos de las Independencias americanas y su papel, incluso con fuertes cargos de conciencia por parte de sus obispos que habían jurado fidelidad al Rey.

Eso se ve en el regalismo que, en el siglo XVIII, va tomando un tono cada vez más secular, con una mínima conexión con el Papa, al que, sin negar en absoluto su primacía, en la práctica, y sin llegar a los excesos del galicanismo eclesiástico y político en Francia, del jurisdicionalismo borbónico napolitano o al más radical josefinismo austriaco o del febronianismo alemán, en el mundo hispano se expresa en una fiel obediencia a la Monarquía católica de los Borbones.

Carlos III, bajo cuyo reinado la Compañía de Jesús es expulsada de los territorios del Imperio español en 1767, influirá de manera determinante en su total supresión a nivel universal bajo el pontificado Clemente XIV, es exponente máximo de esta mentalidad y praxis bajo sus ministros reformistas Campomanes, Aranda, Floridablanca, Roda y otros ministros, por otra parte, de notable nivel intelectual ilustrado.

Las ideas de Carlos III querían abarcar todos los niveles no sólo de la vida administrativa, política y comercial de las Españas, sino también de su vida eclesiástica, como la reforma de los seminarios, de las órdenes religiosas y de todas las instituciones eclesiásticas. En este sentido Carlos III podría bien ser comparado, aunque en menor medida a su contemporáneo el emperador del Sagrado Imperio Romano Germánico (Austria), José II.

BIBLIOGRAFÍA

AYALA, M. J. de, Diccionario de gobierno y legislación de Indias, (ed. M. M. del Vas Mingo), Cultura Hispánica, Madrid, 1991

EGAÑA, Antonio De, Historia de la Iglesia en la América Española, BAC, Madrid 1956.


EDUARDO MUÑOZ BORRERO

Síntesis de su Intervención en el Encuentro académico sobre las celebraciones de los “Bicentenarios de las Independencias Latinoamericanas”

© CELAM – SANTA FE DE BOGOTÁ. (Complemento introductorio del DHIAL)