PUEBLA; Presencia de las órdenes religiosas

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Prólogo El motivo por que la Corona española de los siglos XVI y XVII prefirió en América a las órdenes religiosas y no al clero secular, viene señalado desde el inicio de la evangelización de la Nueva España. Así lo indica ya la Bula de Adriano VI Exponi Nobis fecisti, del 9 de julio de1522, firmada en Zaragoza, dónde se encontraba Adriano VI apenas elegido al Solio Pontificio, la que fue dirigida directamente al emperador a Carlos V como respuesta al comienzo de una nueva fase evangelizadora tras la Conquista de México. Encontramos más explícitamente indicado el motivo de la preferencia por los regulares en una carta de Felipe II fechada el 9 de septiembre de 1572 y dirigida a su embajador en Roma. En ella se pide que todas las iglesias catedrales que se erijan de ahora en adelante sean de religiosos, y que aquellas ya erigidas y, que no se puedan sustentar cómodamente, se conviertan en regulares. Y el rey añade: “[...] es único remedio para que el Iglesia en las Indias se pueda fundar, porque en haberse fundado en forma de Iglesias seculares, con ser la Iglesia tan nueva y mucha el pobreza de ella y grande la codicia de eclesiásticos seculares, no se ha podido poner ni sustentar número de eclesiásticos en las iglesias catedrales, porque todos quieren vivir con grande fausto, procurando apropiar para sí en particular el oro de las iglesias [...]”.Y continúa diciendo: “Ítem, que su Beatitud tenga por bien de conceder su Bula o Breve apostólico, para que en el estado de las Indias no pueda haver monasterios, si no fueren de las cuatro órdenes de Sancto Domingo, Sancto Francisco, Sancto Agustín y de la Compañía de Jesús". Todos los religiosos -y una que otra excepción no hace sino confirmar la regla-, aceptando pasar a América (previo un examen de idoneidad intelectual y moral), sabían muy bien que allí les esperaban privaciones sin cuento, el consumir su vida en tierras desconocidas, sudores abundantes, y la convicción de que muy difícilmente podrían volver a ver su ciudad natal, la cual, además del recuerdo, muchos llevaban como apellido. Los religiosos en la fundación de la Ciudad La primera presencia de las Órdenes religiosas en Puebla la encontramos en el mismo acto de fundación de la Ciudad, pues éste fue realizado por fray Julián Garcés, de la Orden de Santo Domingo, y fray Toribio de Benavente, de la Orden de San Francisco. Dicho acto se celebró el 16 de abril de 1531, octava de la Pascua de Resurrección, en «El Alto» de la ribera oriental de un río que desde entonces fue llamado «San Francisco». Echeverría y Veitia narra así el acto de fundación: “Concurrieron en este día los pobladores con los Religiosos Franciscanos y los indios de las dichas tres ciudades (Tlaxcala, Tepeaca y Huejotzingo, las cuales tenían ya conventos de la Orden franciscana), que el mismo Padre Torquemada y los que le copian aseguran haber sido diez y seis mil, los ocho mil de Tlaxcala, cuatro mil de Tepeaca y cuatro mil de Huexutzingo. Que dispusieron una choza de enramada y en ella levantaron un altar, aderezado en la mejor forma que se pudo, en el cual ante todas las cosas, celebró el santo sacrificio de la misa el Venerable Padre Fr. Toribio de Benavente, conocido por Motolinía, y concluido éste, bendijo la tierra y se procedió a echar los cordeles para delinear y formar las calles y a repartir los sitios, para las casas, entre los pobladores”. El 29 de septiembre del mismo 1531 se formalizó la fundación de la Ciudad y los pobladores españoles se trasladaron a la ribera occidental del Rio de San Francisco; pero los franciscanos permanecieron en la ribera oriental donde edificaron el primer convento poblano; inicialmente fue una construcción provisional, pero cuatro años después el mismo Toribio de Benavente puso la primera piedra del gran convento dedicado a San Francisco de Asís. Poco después se inició la construcción del Templo, obra del arquitecto José Buitrago. Fue pues la Orden de San Francisco la primera en establecerse en la Puebla de los Ángeles. La Orden de Frailes Menores. O.F.M (Orden de San Francisco) Como señala Echeverría y Veita, al acto fundacional de Puebla “concurrieron…los Religiosos Franciscanos de las dichas tres ciudades…”. En efecto; fue la Orden de San Francisco la primera en arribar (como Orden) a la Nueva España, pues los llamados «Doce apóstoles de México» desembarcaron en San Juan de Ulúa el 13 de mayo de 1524. Desde Veracruz emprendieron el viaje a pie, como siempre acostumbraban y cargando sus poquísimas pertenencias, con la intención de llegar a la ciudad de México. Pasaron por Tlaxcala donde se detuvieron algunos días; estando allí, les tocó un día de «tianguis», donde causaron una gran impresión por su extrema humildad, tan diferente al perfil clásico de los conquistadores. Pero al mismo tiempo, allí en Tlaxcala, los frailes empezaron a tener una idea de la dimensión del Nuevo Mundo al que se estaban enfrentando. Y es en Tlaxcala en donde oyen por vez primera el término náhuatl «motolinia», indicando su extrema pobreza, a raíz de lo cual Fray Toribio de Benavente decide tomar ese nombre como suyo. Poco tiempo después de la llegada de «los doce» a México-Tenochtitlán, establecieron una estrategia de trabajo en base a lo poco que habían visto y a la información que recibieron de los conquistadores. Así deciden que su acción evangelizadora la realizarían en tres centros de población: México, Texcoco y Tlaxcala, dividiéndose en tres grupos de cuatro frailes; en México quedó el superior, Fray Martín de Valencia, y en Tlaxcala Fray Toribio de Benavente. “A partir de 1524 los frailes menores fundan conventos en dos regiones, que habrán de ser los dominios fundamentales de su actividad apostólica: el Valle de México y la región de Puebla. En cada una de ellas instalan dos casas.”. Antes de la fundación de la ciudad de Puebla, la “región de Puebla” tuvo su centro en Tlaxcala, y comprendía las poblaciones de Cholula, Huejotzingo, Tepeaca (Segura de la Frontera), Tecamachalco, Tehuacán, Huaquechula, Chietla y toda la Mixteca. “Era ésta una organización totalmente provisoria y que duró poco: la multiplicación de fundaciones franciscanas y la llegada de las otras dos órdenes (Dominicos y Agustinos) hicieron efímera su existencia.” Hacia el año de 1527, los franciscanos ya han iniciado la construcción de su convento en Tlaxcala y simultáneamente anexo, el «Hospital de la Encarnación» el cual tenía 140 camas y era atendido por su correspondiente «cofradía» . El Hospital se sostenía de limosnas de los mismos indígenas y fray Toribio de Benavente escribió al respecto: “como los yndios son muchos, aunque den poco, de muchos pocos se hace un mucho, y más siendo continuo, de manera que el hospital está bien provisto.”. Desde Tlaxcala la labor de los franciscanos se desdoblará primeramente hacia Huejotzingo y Cholula. La construcción del Convento de Huejotzingo –dedicado a San Miguel Arcángel- fue iniciada modestamente en 1525 por Fray Juan Juárez; pero en 1529, con la llegada a esa comunidad de Fray Juan de Alameda, un fraile con muy buenos conocimientos de arquitectura, se cambió a un lugar cercano más apropiado. Ese cambio significó el traslado de toda la población de huejotzingas, quienes se asentaron alrededor del convento, creando así el Huejotzingo actual. Se sabe que en abril de ese año de 1529 el «guardián» del Convento era Fray Toribio de Benavente, porque en esos días él se enfrentó al alguacil de la Primera Audiencia de México que quiso abusar de los indígenas. Cholula era no sólo una población densamente habitada, sino también ancestralmente adversaria de los tlaxcaltecas, por ello los franciscanos la consideraron prioritaria en su misión civilizadora y evangelizadora, y ya antes de 1529 fundaron allí un convento. Para consolidar esos trabajos, poco después los frailes construyeron un monumental conjunto de edificios –único en la Nueva España- formado por el propio Convento, el Templo dedicado al Arcángel San Gabriel y que da su nombre al mismo, la Capilla Real o Capilla de Indios, la Capilla de la Tercera Orden, las capillas posas, y un gran atrio delimitado por una barda rematada en almenas. El diseño arquitectónico del Convento de San Gabriel es atribuido a fray Toribio de Alcaraz. “De acuerdo con una inscripción ahora desaparecida sobre el arco del coro de la iglesia, la primera piedra del nuevo edificio fue colocada por el obispo Sebastián de Hojacastro (tercer obispo de Puebla) el 7 de febrero de 1549. La bendición del edificio fue dada por el mismo prelado el 30 de abril de 1552 (…) Considerando la fecha, Toussaint quiso atribuir el proyecto al enigmático Toribio de Alcaraz. Sin embargo, nos podemos preguntar si la fecha se refiere a todo el edificio o solamente a la construcción del coro alto o cualquier otra parte de la iglesia”. Por lo que se refiere a Tepeaca, también en ella la presencia de los frailes de San Francisco tuvo una importancia capital. Tepeaca es la castellanización de la palabra náhuatl Tepeyacac (donde principian los cerros), un lugar en el que, debido a su cercanía con Tlaxcala y a su posición estratégica en el camino a la costa de Veracruz, Hernán Cortés decidió fundar allí la segunda ciudad y el segundo ayuntamiento de la Nueva España, dándole el nombre de «Segura de la Frontera». En ella los franciscanos construyeron una pequeña capilla en 1529 donde oficiaban la Misa cuando pasaban por allí, y “Sabemos, además, gracias a los «Anales de Tecamachalco», que el fraile Juan de Rivas se estableció en Tepeaca en 1530; y en 1532 llegó a ser guardián del establecimiento original, que estaba en la cima de la colina próxima al sitio actual.” En efecto; fue en 1543 cuando los frailes trasladaron la Villa de Segura de la Frontera al pie del cerro para proveerla del agua que empezaron a traer por medio de canales desde las colinas de Acatzingo. Simultáneamente empezaron la construcción de un gran convento dedicado a San Francisco. Aunque no se tiene certeza de la fecha de la conclusión del convento de Tepeaca, se calcula que fue terminado antes de 1593. Otros conventos franciscanos del siglo XVI, que fueron centros de irradiación cultural y evangelización en territorio poblano, fueron los de Atlixco, Amozoc, Cuahuititlán, Calpan, Huaquechula, Tecamachalco, Tlatlauquitepec, Tecamachalco, Tochimilco y Zacatlán. En su acción civilizadora y evangelizadora, los misioneros contaron con la ayuda de muchos indígenas que habían acogido la fe; tal es el caso de los tres «Niños Mártires de Tlaxcala»; dos de ellos, Antonio y Juan, fueron sacrificados en 1529 en Cuautinchán, cerca de Tepeaca. En su acción civilizadora y evangelizadora los misioneros contaron con la ayuda de muchos indígenas que habían acogido la fe; tal es el caso de los tres «Niños Mártires de Tlaxcala», Cristóbal, Antonio y Juan. Antonio y Juan, fueron sacrificados en 1529 en Cuautinchán, muy cerca de Tepeaca, y Cristóbal está ligado de manera significativa a uno de los lugares más representativos de la ciudad de Puebla: el «fuerte de Guadalupe». El «fuerte» construido en lo alto del «Cerro de Guadalupe», es una edificación que se realizó con fines militares en la primera mitad del siglo XIX, sobre lo que originalmente fue la primera ermita que los frailes franciscanos edificaron en 1537 para la «doctrina de indios», y que estaba dedicada a «san Cristóbal», “pero no por el santo conocido, sino a instancias de Motolinía en memoria de Cristobalito, hijo de Axotecatl, martirizado por su padre.” En efecto, Axotecatl fue un cacique importante de Tlaxcala que en 1527 asesinó brutalmente a su hijo Cristóbal “por odio a la fe”. El cuerpo destrozado de Cristobalito fue recogido por fray Toribio de Benavente quien en ese entonces era guardián del Convento de Tlaxcala. Fray Toribio y fray Juan de Zumárraga escriben a sus hermanos en España dándoles la noticia de los martirios de los niños; “Hablan del estupor de los indios recién convertidos ante la novedad cristiana, del entusiasmo de los niños y de los jóvenes, de su firmeza en la fe cristiana, de su inconmovible actitud ante la idolatría, de la inmoralidad de sus padres y paisanos, y de su ardor misionero.” Por ello no es de extrañar que Fray Toribio, quien también relata estos martirios en su «Historia de los Indios de la Nueva España», fechada en Tehuacán el 24 de febrero de 1541, haya querido recordar a Cristóbal porque para él no había duda de su santidad.

La Orden de Predicadores. O.P (Orden de Santo Domingo) Podríamos decir que con Fray Julián Garcés O.P en el acto fundacional se inició la presencia en Puebla de los dominicos; sin embargo esto no sería rigurosamente cierto porque, como Orden, los dominicos llegarían a Puebla tres años después. Fue el 23 de junio de 1526 cuando desembarcaron en Veracruz los primeros misioneros dominicos, quienes venían presididos por fray Tomás Ortiz y en número también de doce. Sin embargo muy pronto las enfermedades hicieron presa de la mayoría, y dos años después el grupo quedó reducido a sólo tres frailes. En 1528 arribó a Veracruz un segundo grupo de religiosos dominicos en número de veinticuatro. Tras la fundación de la Puebla de los Ángeles, el obispo Fray Julián Garcés O.P concedió a sus hermanos de Orden unos solares para que en ellos construyeran su Templo y su convento, y con el apoyo de la Segunda Audiencia de México, a fines de 1534 se edificó una iglesia provisional. Sin embargo no fue sino hasta 1571 cuando dio inicio la construcción del Templo y Convento de Santo Domingo, en la que intervino el arquitecto Francisco Becerra. Una inscripción grabada en el piso del templo dice: “Acabose Año de 1659”. La Capilla del Rosario anexa al Templo y que es considerada por muchos como “la octava maravilla” del mundo fue concluida en 1690. En el año de 1656 la Orden de Predicadores erigió la «Provincia de San Miguel y de los Santos Ángeles de Puebla» , la cual abarcaba extensas zonas de los actuales Estados de Puebla, Morelos y Oaxaca. Conforme al carisma de la Orden, los dominicos erigieron dos tipos de conventos: los «conventos de estudio» y los «conventos de misión». Los conventos «de estudio» estuvieron en las ciudades de México, Oaxaca y Puebla, y eran donde se formaban las vocaciones que surgían en el Nuevo Mundo. Y este fue el propósito del convento Dominico de Puebla, en el cual se estudiaban –entre otras muchas cosas- las lenguas indígenas de la región, pues los frailes formados en ese convento debían dominar la lengua que se hablara donde habrían de misionar. Así debían cumplir con las ordenanzas de los «capítulos provinciales» que mandaban “que ningún religioso predique, ni confiese a los indios si no es perito en la lengua”. Ejemplos de esa labor son el primer «Diccionario de la Lengua Zapoteca», escrito por Fray Francisco de Alvarado, y el «Diccionario de Lengua Mixteca» de fray Francisco de Marín. Este trabajo de investigación y estudio de las lenguas indígenas, se realizó también en el Colegio de educación superior «San Luis Rey» que los dominicos establecieron en la Angelópolis en 1558. Con ello se adelantaban 20 años al mandato del rey Felipe II, promulgado en el Pardo en diciembre de 1578 y recogido en las «Leyes de Indias» que decía: “Encargamos y mandamos que los sacerdotes, clérigos o religiosos, que fueren de estos nuestros Reinos a los de las Indias, o de otras cualquier partes de ellas, y pretendieren ser presentados a las Doctrinas y Beneficios de los Indios, no sean admitidos si no supieran la lengua general en que se han de administrar, y presentaren fe del Catedrático que la leyere de que han cursado en la Cátedra de ella un curso entero, o el tiempo que bastare para poder administrar y ser curas. Y si habiéndolos examinado constare que se ponga delación de todo lo susodicho; y aunque sean los Clérigos o Religiosos naturales, no se les admita la presentación si en ellos no concurrieren las dichas cualidades. Y esto se cumpla y ejecute inviolablemente, porque nuestra voluntad es que lo contrario sea nulo y de ningún efecto”. Los conventos «de misión» fueron más numerosos y se edificaron siguiendo una estrategia bien definida: el convento en medio del pueblo; es decir, establecer el convento donde hubiera población indígena para convivir con el pueblo, conocer sus costumbres y su lengua, enseñar oficios y, sobre todo, ser ejemplos vivos de vida cristiana. La distancia entre uno y otro convento debía ser de una jornada de camino (35 kilómetros aproximadamente) a fin de servir de hospedaje para quienes transitaran entre ellos. En las Actas de los Capítulos Provinciales se indicó que los religiosos encargados de la edificación de un convento debían pagar lo debido a los indígenas que participaran en los trabajos de construcción, que no podían ser más de doscientos y que debía enseñárseles un oficio relacionado con la construcción. En la misma periferia de la Puebla de los Ángeles, los dominicos edificaron en 1551 un convento «de misión»: el de San Pablo, en el barrio del mismo nombre. Este convento estaba dedicado a atender a los indígenas pobres de los alrededores de la ciudad; dos años después el convento creció para establecer en él un Hospital para los mismos indígenas. Otros «conventos de misión» erigidos por los frailes dominicos en territorios del actual Estado de Puebla fueron: el Convento de Tepapayeca, dedicado a la Purificación de Santa María, y que fue «punta de lanza» hacia la sierra Mixteca; y ya en ella, el Convento de Santa María de la Asunción, en Chila de las Flores. Desde estos dos conventos los dominicos forjaron la estructura socio-cultural de la Mixteca. En 1552 fray Juan de la Cruz O.P dio inicio a la construcción del Convento de Santo Domingo en la población de Izúcar. Ese convento se concluyó en 1612.

La Orden de San Agustín. O.S.A (Ordo Fratum Sancti Augustini) Los frailes agustinos llegaron a la Nueva España hasta el año de 1533, cuando franciscanos y dominicos llevaban ya varios años trabajando en la evangelización, defensa e integración de los pueblos recién incorporados a la Corona española. “La tardía llegada de los agustinos obedeció a problemas internos de su congregación cuando, al ser dividida su única provincia en España, una parte quedó al mando del que más tarde se convertiría en uno de los más preclaros santos de la Orden, Tomás de Villanueva, en tanto que la otra le fue asignada a fray Juan Gallegos. Este último fue, en realidad, el promotor del paso de los religiosos de su congregación a tierras novohispanas”. La llegada del primer grupo agustino a la ciudad de México coincidió con las últimas jornadas de la segunda «Junta Apostólica» que realizaban franciscanos y dominicos; en ella acordaron con los recién llegados que se avocaran a catequizar aquellas zonas geográficas con densa población indígena que aún no habían recibido ningún anuncio del Evangelio. Los agustinos aceptaron la misión, pero exigieron edificar su principal convento en la misma ciudad de México, por lo que, a pesar de la Cédula que se los prohibía, tres meses después de llegados iniciaron la construcción de su convento en un solar situado entre los barrios de San Miguel y Salto del Agua. Fuera de la ciudad de México, el primer convento agustino empezó a ser edificado en el mismo año de 1533 en Ocuituco (en el hoy Estado de Morelos), pues la primera zona en la que iniciaron su misión apostólica fue la tierra caliente que abarca el sur de los actuales estados de Puebla, México y Morelos. La segunda zona de las misiones agustinas fue la región de las Huastecas, poblado por otomís y huastecos y que incluye parte de la Sierra Norte del Estado de Puebla. El convento de Santa María de los Reyes en Huatlatlauca empezó a ser edificado por los franciscanos, pero en 1566 éstos lo cedieron a los agustinos, quienes lo concluyeron y residieron en él hasta el siglo XIX. Para consolidar y fortalecer la labor de los agustinos hacia Tierra Caliente, en la última década del siglo XVI fray Melchor de Vargas construyó en la Villa de Atlixco un conjunto conventual formado por el Templo dedicado a Santa Cecilia (hoy parroquia) y el propio convento, en el que residían varios frailes, debiendo ser cuando menos dos de ellos expertos en el conocimiento de la lengua náhuatl. Pero fue hasta 1550 cuando dio inicio la labor de los agustinos en la Angelópolis. Dos años antes, en 1548, el Ayuntamiento otorgó a la Orden de San Agustín un solar en los límites de la ciudad para que edificaran su templo y su convento, los que inicialmente fueron construcciones sencillas. En 1555 dieron inicio las obras del templo y convento definitivos, mismos que fueron proyectados como edificios de gran magnitud; aún sin terminar, el Templo fue abierto al culto en 1612 y se concluyó en 1629. En la misma Angelópolis los agustinos construyeron otra iglesia en un solar que estaba ya fuera de la ciudad; primero construyeron ahí una capilla dedicada a Santa Águeda, la que fue demolida para edificar la Iglesia de San Sebastián Mártir, templo que fue consagrado por el obispo Pantaleón Álvarez en 1748.

La Compañía de Jesús. S. J. (Societas Jesu) Cronológicamente la Compañía de Jesús fue la cuarta gran orden misionera en arribar a «Las Indias» pues fue aprobada por la Santa Sede en el año de 1540, cuando los franciscanos, dominicos y agustinos llevaban ya casi medio siglo trabajando en la evangelización. Es por ello que será hasta el 9 de septiembre de 1572 cuando arribó a San Juan de Ulúa el primer grupo de jesuitas, el que estuvo formado por ocho sacerdotes, cuatro hermanos coadjutores y tres escolares, encabezando al grupo el Padre Pedro Sánchez S.J, primer provincial de la Compañía en México. De Veracruz “partieron con presteza para la ciudad de los Ángeles, a donde llegaron (el) día de San Mateo (21 de septiembre) por la mañana, sobremanera cansados. Y en ella experimentaron luego la caridad y devoción de un caballero principal, por nombre don Fernando Pacheco (…) habiendo oído decir este caballero que los de la Compañía habían de venir a este Reino, había hecho una casa que fue ésta en que nos hospedó, y en la que, después de algunos años, fundó la Compañía su Colegio.” Sin embargo y muy a su pesar los jesuitas tuvieron que proseguir su viaje a la ciudad de México, pues antes de iniciar su labor debían presentarse al Virrey Martín Enríquez. La fundación de su Colegio y Casa Profesa en México y el trabajo que se les solicitó emprender en Michoacán, postergaron el inicio de su actividad en Puebla. Esta dio comienzo en 1583 con la apertura de la escuela de San Miguel, destinada a la educación de los indígenas. “La formación religiosa que se pretendió impartir a los indios fue mucho más profunda que la simple instrucción catequética. Se trataba de modificar radicalmente las costumbres, en un ámbito tan amplio que abarcaba las relaciones familiares, los métodos de trabajo, las actividades sociales y la vida comunitaria, a partir de una transformación de la propia conciencia individual. (…) Los jesuitas trasladaron a la Nueva España los métodos educativos que les habían dado excelentes resultados en Europa. El humanismo encontró sus cauces propios en los colegios de la Compañía, y tradición y modernidad se armonizaron en un sistema ordenado, práctico y de infalible impacto psicológico.” Pero aparte de las «misiones de frontera», fueron los «colegios» donde los jesuitas pusieron sus mayores y mejores esfuerzos. En 1578 el Padre Hernando Suárez de la Concha S.J., fundó en la Puebla de los Ángeles el «Colegio del Espíritu Santo», y al año siguiente el «Colegio de San Jerónimo», conocido también como de «San Idelfonso» porque se formó y gobernó como el de San Idelfonso de México. “En la ciudad de los Ángeles (que después de la de México es la mayor de la Nueva España) hay dos colegios, uno donde se leen estudios y facultades mayores; otro de gramática y estudios menores, a que se añade un seminario de colegiales con advocación de San Jerónimo, en el que se crían en virtud y letras en la forma y gobierno que el de San Idelfonso de México.” Por disposiciones internas de la misma Compañía, la Casa Profesa “por ningún caso puede tener renta ni bienes raíces esta Casa, ni en común, ni en particular, ni aún para la sacristía, sino que se ha de sustentar de sola limosna. Y la misma ley corre en las Casas de Residencia (…) Pero los colegios pueden tener renta común, como en otras religiones (Órdenes) mendicantes.” De aquí proviene el dicho “colegio rico; jesuita pobre”, y la importancia de la donación de una fuerte suma de dinero que en 1587 hizo al Colegio del Espíritu Santo un comerciante avecindado en la ciudad de Puebla llamado Melchor de Covarruvias, para construir el edificio del Colegio y, anexo a él, el Templo bajo la misma Advocación, el cual fue terminado y consagrado en el año 1600. El edificio del Colegio fue proyectado y construido por el Padre Juan Gómez S.J., y en honor al Rey Carlos V fue llamado entonces «edificio carolino», como es conocido hasta nuestros días. En 1607 varios de sus maestros y alumnos ganaron el concurso convocado por el virrey Luis de Velasco para proyectar un dique que defendiera a la ciudad de México de las constantes inundaciones que sufría.

La Orden de Nuestra Señora de la Merced. O.M (Ordo Mariae Virginis de Mercede) Fue el sacerdote mercedario fray Bartolomé de Olmedo y el sacerdote secular Juan Díaz quienes, como capellanes de la expedición de Hernán Cortés, celebraron las primeras misas y bautismos en la Nueva España; concretamente en Cempoala y Tlaxcala. “«Ocupábase Fr. Bartolomé en predicar la santa fe a los indios e decía misa en un altar que hicieron (...), llevó una imagen de la Virgen, era pequeña, mas muy hermosa, y los indios se enamoraron de ella y el Fraile les decía quién era. La gente decía del religioso «era un santo hombre». Agrega Bernal Díaz que «a los indios les había dado el conocimiento de Dios, y ganado sus almas para el Cielo; e que había convertido e bautizado más de dos mil y quinientos indios en Nueva España, que así se lo había dicho el P. Olmedo». Sin embargo, fray Bartolomé Olmedo vino solo y actuó solo, y con su muerte se acabó la presencia Mercedaria en Nueva España en el resto del siglo XVI. Ya por terminar el siglo XVI, una Real cédula fechada en 1592 recomendaba a las autoridades de Nueva España que «favorezcan la obra de la casa» de los mercedarios. Finalmente el 12 de diciembre de 1593 el virrey les dio licencia para abrir convento-colegio, pero debido a las 300 leguas que debían caminar los religiosos de Guatemala para ir a México a estudiar en la Universidad, por Real cédula del 26 de noviembre de 1597 el Rey autorizó la fundación de conventos de la Merced en Puebla y Oaxaca, por ser lugares intermedios entre México y Guatemala. Al año siguiente el obispo de Puebla Diego Romano recibió formalmente a los frailes de La Merced y, simbólicamente les vendió dos solares hacia el norponiente de la ciudad, en los cuales estaba una pequeña ermita dedicada a los santos mártires y médicos Cosme y Damián. En 1607 esa ermita fue demolida y en su lugar empezó a construirse el Convento y el Templo, terminándose el conjunto en 1659 y consagrándose como «Convento de San Cosme y San Damián de la Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced, Redención de los cautivos» También en Atlixco hubo presencia de los mercedarios a partir de1612 cuando fue fundado el Convento dedicado a la Visitación de Nuestra Señora de la Merced y que, junto con el Templo, abarcaba la mayoría de la manzana.

La Orden del Carmen. O.C.D. (Ordo Fratrum Discalceatorum) Otra de las Órdenes llamadas «mendicantes» con presencia en Puebla desde el siglo XVI fue la Orden del Carmen (carmelitas descalzos). Fue el obispo Diego Romano quien los recibió el 26 de junio de 1586, entregándoles la ermita de Los Remedios; a su vez el Ayuntamiento les cedió tres solares adjuntos, en los cuales iniciaron la construcción de su Convento, el que en poco tiempo se convirtió en la «casa noviciado» de los carmelitas en la Nueva España. Los Carmelitas habían arribado a México apenas un año antes, en 1585, y si bien no ocuparon un lugar de vanguardia en la evangelización de los pueblos indígenas, realizaron una labor igualmente importante: la promoción social y el crecimiento de la vida cristiana entre los indígenas, mestizos y mulatos ya evangelizados; labor que ha sido llamada «pastoral de consolidación cristiana». La labor de los carmelitas en territorio poblano se extendió hacia Atlixco, a donde llegaron en septiembre de 1589. La construcción del Templo y Convento carmelita en Atlixco, que abarcaba dos manzanas, dio inicio en el año 1600 y se concluyó veinte años después.

Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. O.I.D (Ordo Ospitalarius Sancti Ioannis de Deo) La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, cuyos miembros son conocidos como «juaninos» fue fundada en 1572 por discípulos de san Juan de Dios para atender enfermos menesterosos en hospitales; por ello los «juaninos» debían ser: o médicos, o cirujanos, o cuando menos enfermeros. El primer grupo arribó a la Nueva España en 1604 y 25 años después a la Ciudad de Puebla. Los hospitales –al igual que orfanatorios y asilos- fueron instituciones inimaginables en la época prehispánica, y su fundación no se circunscribía a la construcción de un edificio, porque además de la obra material era necesario que una «congregación» o una «cofradía» se hiciera cargo del funcionamiento de la institución, de la atención a los enfermos, y de la obtención o administración de los fondos para su sostenimiento. Por su número y continuidad a lo largo de tantos años, se hace evidente que el espíritu de solidaridad que imperó en esa época y en esas obras de beneficencia social, no fue un accidente aislado sino una permanente tendencia. El primer hospital en Puebla de los Ángeles fue el de «San Juan de Letrán», que por sus pequeñas dimensiones fue conocido como «el Hospitalito», fundado por el Ayuntamiento en 1535, apenas cuatro años después de la fundación de la ciudad, y destinado exclusivamente para mujeres. “Hacia 1544 el Cabildo eclesiástico de Puebla, muerto ya fray Julián Garcés, hizo la fundación del «Hospital de San Pedro», que estuvo desde un principio bajo los auspicios del Real Patronato, aunque administrado por la diócesis. Cien años más tarde el obispo Juan de Palafox y Mendoza lo unió al antiguo de San Juan de Letrán (…) Atendía, salvo en caso de epidemias, un promedio anual de seis mil enfermos.” Los «juaninos», que establecieron en Nueva España una red hospitalaria formada por 37 establecimientos, en 1629 erigieron en Puebla el «Hospital de San Bernardo», después llamado «Hospital de San Juan de Dios». “Fray Carlos Zibico de la Cerda, había prestado relevantes servicios en el Hospital de Nuestra Señora de la Paz, en Sevilla. Este amoroso, inteligente y abnegado hermano, se trasladó a Puebla de los Ángeles, en 1626. Tres años después consiguió que el Ayuntamiento le cediera una paupérrima ermita dedicada a San Bernardo, en la que instaló unas camas para atender enfermos indigentes. Su entusiasmo movió a el corazón de los vecinos y las limosnas se metamorfosearon en comodidades para los pacientes, quedando listas al poco tiempo, veinte camas donde recibían consuelos, medicinas y ternura, otros tantos indígenas aparte de los que eran curados en el atrio de la Ermita. Fray Carlos Zibico de la Cerda, después de instalar la enfermería, donde imperaban el aseo y el orden, construyó las oficinas del hospital y las viviendas para los diez religiosos, dos sacerdotes, un boticario y un cirujano. La iglesia tardó mucho construirse; el 14 de agosto de 1667, fue puesta la primera piedra de ella por el Obispo D. Diego de Osorio Escobar y Llamas, siendo Prior de la Comunidad Juanina, Fray Baltasar Rosell. Por la escasez de limosnas, la construcción de la iglesia tardó catorce años, hasta que por fin se bendijo el 8 de junio de 1681. El 16 de agosto de 1711 un fortísimo temblor destruyó el convento, que ya entonces se llamaba de San Juan de Dios. Para la pronta reconstrucción de él cooperaron los vecinos, al ver el ahínco que para esta obra pusieron el Maestre-escuela doctor Juan Godínez, el prior Fray Juan Jiménez, Fray Pedro del Aguila, gran predicador y gran poeta latino y Fray Juan Carnero, que representaba la vida de Juan de Dios. En el Hospital de San Juan de Dios dejaron huella imperecedera.” El Hospital de San Bernardo-San Juan de Dios que inició con dos enfermerías (una para varones y otra para mujeres) y una sala para el «mal gálico» , pronto creció en varias salas más, incluyendo algunas aisladas para enfermos infecciosos; el convento también creció pues en él llegaron a vivir más de veinte frailes enfermeros. La caridad e higiene que prevalecía en el Hospital de San Juan de Dios hizo que en 1746 los «juaninos» fueran llamados a hacerse cargo del Hospital de San Pedro, en donde estuvieron hasta 1861, cuando las “Leyes de Reforma” decretaron la clausura y confiscación de todos los conventos, hospitales, escuelas y asilos de México. La presencia de las obras de los «juaninos» también se extendió a las poblaciones de Atlixco e Izúcar. En Atlixco edificaron el Hospital de San Juan. En Izúcar fundaron el Convento-Hospital de Nuestra Señora de los Dolores, cuya construcción fue terminada en 1740. Algunos daños provocados por varios temblores de tierra hicieron necesaria una restauración, la cual fue realizada bajo la dirección del fraile-cirujano Juan Antonio Fernández en 1784.

Congregación del Oratorio de San Felipe Neri (Congregatio Oratorii Sancti Philippi Nerii) La Congregación del Oratorio tiene una característica peculiar: más que una «Orden», es una «Congregación» de «Oratorios» autónomos entre sí. Dicha «Congregación» fue fundada en Roma en 1564 por San Felipe Neri, y erigida en 1575 mediante la bula “Copiosus in Misericordia Deus” del Papa Gregorio XIII. El nombre de «Oratorio» proviene de la importancia que las Constituciones de la Congregación dan a la oración. Los miembros de la Congregación del Oratorio (que pueden ser sacerdotes seculares y también laicos) son conocidos como «filipenses». El Oratorio de la Puebla de los Ángeles fue erigido en 1659 para continuar un apostolado previo que había sido emprendido por la Archicofradía «Venerable Concordia de Sacerdotes bajo el patrocinio de San Felipe Neri», por lo que el Templo edificado posteriormente fue conocido como «La Concordia». “En 1651, estando el obispo Palafox en España, idearon algunos sacerdotes poblanos establecer una hermandad o Unión de presbíteros para subvenir a las necesidades corporales así como espirituales de los habitantes, dedicándose al púlpito y al confesionario, a la instrucción de los niños y a recoger limosnas para el socorro de los pobres (…) El sucesor de Palafox, el obispo Osorio (1656-73), hizo donación a la Congregación de la iglesia de la Santa Cruz y solares contiguos en 1659, entregándose el templo por la Archicofradía. En 1670 el obispo puso la primera piedra para la construcción de la iglesia actual, que se dedicó a la Santa Cruz y a San Felipe Neri. Bendíjose en 1676. Por una bula de la Santa Sede, la «Eclesiástica Concordia» fue agregada al Oratorio de San Felipe Neri en Roma.” Conventos femeninos Convento de Santa Catalina de Siena y de Santa Ana El primer monasterio de monjas en la Puebla de los Ángeles fue el de «Santa Catalina de Siena y de Santa Ana», el cual siguió la espiritualidad de la Orden de Santo Domingo; fue fundado en 1556 por un grupo de mujeres vecinas de Puebla, dirigidas espiritualmente por fray Juan de Alcázar, Prior de Santo Domingo. De ese grupo inicial “destaca la señora María de la Cruz Monnegro, natural de Toledo, España, y entonces viuda de Francisco Márquez.” La señora Monnegro viuda de Márquez escribió en su testamento que “había heredado de su marido siete mil pesos de oro común y que sus hijos, renunciando a la herencia que les correspondía, le entregaron 800 pesos más.” Las «Letras Apostólicas» que autorizaron ese primer convento están fechadas en Roma el 15 de marzo de 1567 y fueron firmadas por el Cardenal Carlos Borromeo, las que entre otras cosas dicen: “Carlos, por la misericordia divina, titular de Santa Práxedes, Cardenal Presbítero, a mi dilecta en Cristo María de la Cruz o Monnegro, mujer religiosa y administradora o priora de la casa o monasterio –refugio sagrado de mujeres- fundado en la ciudad de los Ángeles (…) Nos, accediendo en parte a vuestras súplicas, con la autoridad del Señor Papa, cuya Penitenciaría administramos, y por mandato especial que nos dio de viva voz, concedemos poder para hacer que dicha casa sea monasterio de monjas bajo la advocación de Santa Catalina de Siena y de Santa Ana, bajo la Regla de los Hermanos Predicadores de Santo Domingo, y bajo la obediencia, corrección y jurisdicción ahora y «pro tempore», del obispo de la ciudad de los Ángeles… El Convento de Santa Catalina fue de gran importancia en la extensión de la vida contemplativa en la Nueva España, pues de él salieron las religiosas que fundaron conventos semejantes en Morelia, Guadalajara, y dos más en la misma Angelópolis: el Convento de la Purísima Concepción y el de Santa Inés.


Convento de la Purísima Concepción El 13 el marzo de 1596 unas religiosas concepcionistas venidas de la ciudad de México, junto con la religiosa del Convento de Santa Inés, Sor Beatriz de Santo Tomás, fundaron el «Convento de la Limpia Concepción de Nuestra Señora». “La fundación del convento de la Concepción se debe a un voto que hizo el cura de Xonotlan (probablemente Jonotla), Leonardo Ruíz de la Peña, de erigir un convento de monjas con el título de la «Limpia Concepción de Nuestra Señora». El cura nombró primer patrono a sí mismo y por segundo a su cuñado Diego Maldonado, alcalde en 1594. El 13 de marzo de 1596, la Ciudad concedió una merced de agua al convento, del que en el propio año tomaron posesión algunas religiosas concepcionistas de México, y además con el título de primera fundadora, la hermana del cura, la que hasta entonces había sido religiosa de Sta. Catarina, así como cuatro hijas de don Diego”.

Convento de Santa Inés El Convento de Santa Inés de Montepulciano fue fundado el 29 de agosto de 1620 por la señora Gerónima de Gamboa, viuda del señor Diego Franquez Serrano. La misma señora Gamboa reveló que quiso fundar un nuevo monasterio de vida contemplativa porque “aunque en la ciudad de Puebla, hay muchos Conventos de diferentes reglas y advocaciones, pero como todos están llenos de religiosas, y hay un gran número de doncellas y mujeres de todas las edades en la ciudad y sus alrededores que no pueden ingresar a la vida monástica por falta de Conventos, creemos que hay necesidad de hacer nuevas fundaciones. Por lo pronto yo quiero fundar un nuevo Monasterio en el cual mis parientas y las de mi esposo puedan consagrarse a Dios, fin principal de mis deseos, comprometiéndome a facilitarles todos los recursos materiales y económicos que necesiten.” En efecto, la señora Gamboa viuda de Franquez compró tres y medio solares para edificar el convento, obtuvo la autorización del obispo de Puebla Mons. Alonso de la Mota y Escobar, y donó treinta mil pesos en propiedades para que de sus rentas se pudieran sostener 45 monjas, pero ella misma no ingresó como religiosa. Sin embargo, Mons. De la Mota le otorgó los títulos de Patrona y Fundadora del Monasterio de Santa Inés.

Convento de Santa Rosa Quizá el Convento femenino más conocido de la Angelópolis sea el Convento de Santa Rosa, porque en su cocina, recubierta toda con una hermosísima talavera poblana, Sor Andrea de la Asunción inventó uno de los platillos más representativos de la rica gastronomía de Puebla: el mole poblano. El Convento de Santa Rosa fue erigido en julio de 1740 y sobre su fundación se tiene una extensa y detallada crónica firmada el 11 de febrero de 1746 y que tiene un título igualmente extenso: “Fundación del Religiosísimo y muy ejemplar Beaterío de Santa Rosa de Santa María, de la Sagrada Orden de Predicadores y erección del Convento formal bajo la nota del Segundo Orden más estrecho, sujeto inmediatamente a la Sede Apostólica y en calidad de Delegados a los señores Obispos en Sede Plena, y a los Provisores y Vicarios Capitulares, en Sede Vacante, escrita por el Bachiller don Cristóbal de Escalona y Matamoros, Clérigo presbítero de éste Obispado, Bachiller en Filosofía y Sagrada Teología.” Conforme a esa crónica se sabe que el beaterío fue fundado en 1683, y que el 16 de junio de 1688 el Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz informó por escrito al rey de España que “no obstante que en la ciudad de Puebla había siete monasterios de vida contemplativa, no tenía ningún inconveniente que se fundara el de Santa Rosa de Santa María; ni tenía tampoco ningún inconveniente en que las beatas quedaran bajo la jurisdicción de los padres dominicos.” Sin embargo, en 1708 el primer rey borbón español quitó la jurisdicción que sobre el beaterío tenían los dominicos para otorgársela a los Obispos de Puebla. Finalmente el beaterío se erigió como Convento el 12 de julio de 1740, haciendo explícita la referencia a la primera Santa nacida en América: Santa Rosa de Lima.

Convento de Santa Mónica El Convento de monjas agustinas erigido bajo la advocación de Santa Mónica, madre de San Agustín, fue originalmente un asilo para dar refugio a esposas de aquellos que, por una u otra razón, se ausentaban de la ciudad de Puebla dejando solas a sus mujeres. Este asilo y su pequeño Templo adjunto fueron construidos en 1606 por los sacerdotes poblanos Julián López y Francisco Reynoso, pero su propósito inicial no tuvo éxito por lo que la señora Micaela Úrsula de la Vega convirtió el edificio en una especie de “reformatorio” para mujeres mediante el trabajo y la oración, bajo el patronato de Santa María Magdalena. Finalmente el obispo de Puebla don Manuel Fernández de Santa Cruz dedicó otro lugar para continuar con el apostolado de “reformatorio” para mujeres, y en el edificio anterior quiso fundar un «convento de clausura», por lo que mandó construir celdas, oratorios, refectorio, lavaderos y una nueva Iglesia. El Convento, se erigió bajo la advocación de Santa Mónica y seguía los lineamientos de la Orden Agustiniana; fue consagrado el 24 de mayo de 1686.

A semejanza del Convento de Santa Rosa, el de Santa Mónica también fue famoso por su cocina, donde las monjas crearon el otro platillo representativo de la gastronomía poblana: los chiles en nogada, que fue inventado como homenaje al libertador de México Agustín de Iturbide cuando en agosto de 1821 volvía de firmar los «Tratados de Córdoba».

Convento de la Soledad Las religiosas de la Orden del Carmelo llegaron a Puebla en el año de 1748 e instalaron su Convento en un edificio anexo al Templo de Nuestra Señora de la Soledad, mismo que anteriormente había servido como colegio para niñas. La Imagen de la Virgen de la Soledad, traída de España por Diego de Santillana, gozaba de una gran devoción entre los vecinos por lo que la capilla donde inicialmente se le veneraba, tuvo que ser sustituida por el actual Templo. El canónigo Juan Francisco Vergalla, titular del Templo, recibió tanta ayuda de los devotos que en los predios vecinos pudo construir también el edificio que más tarde albergaría al Convento de las Carmelitas Descalzas, el cual tomó el nombre de Convento de la Soledad.

Convento de San Joaquín y Santa Ana Más conocido como «Convento de Capuchinas», el Convento de San Joaquín y Santa Ana fue establecido en la Puebla de los Ángeles por monjas capuchinas de la Orden de San Francisco, rama de las religiosas clarisas reformadas. Las monjas capuchinas habían llegado a la Nueva España en 1655, procedentes de la ciudad de Toledo y establecieron su primer convento en la ciudad de México. Fue la viuda Ana Francisca de Zúñiga, vecina de la ciudad de Puebla, quien decidió aplicar la herencia de su marido a la construcción de un templo y un convento de Capuchinas, iniciando ella misma las gestiones para tales fines. Doña Ana Francisca falleció en 1703, pero las obras continuaron bajo la dirección de fray José Cumillas, sacerdote mercedario que había sido designado como albacea por doña Ana Francisca. Las religiosas capuchinas tomaron posesión del Convento en los primeros días del año 1704.

Situación de las Órdenes en los siglos XIX y XX En Puebla, al igual que en toda la República mexicana, las órdenes religiosas empezaron a ser hostilizadas desde que la «Casa de Borbón» asumió el poder en España. No fue una mera modificación dinástica, sino constituyó un cambio de rumbo radicalmente distinto al seguido en los siglos precedentes, afectando profundamente los ámbitos religioso, político, social, económico y educativo, tanto en España como en la América hispana durante los siglos XVIII y XIX. “Claramente se observa el paso de un interés preferencial por los indios a una atención casi exclusiva hacia los criollos; de una obsesiva dedicación a la evangelización a una progresiva secularización de los estudios (…) y de un porvenir optimista para la formación intelectual de los naturales a su exclusión, prácticamente total, de los niveles superiores de educación.” En relación al ámbito religioso, el arribo de los borbones se manifestó en un creciente «regalismo» que consideraba al Patronato Real como un «derecho inherente» al poder real, por lo que paulatinamente se fue olvidando de los «deberes» que el mismo Patronato señalaba a los gobernantes, con el resultado de una creciente indiferencia por la integración y evangelización de indígenas y mestizos. Finalmente el cambio se hizo del todo evidente en la abierta hostilidad de la Corona contra las Órdenes religiosas; hostilidad que tuvo su clímax en 1767 con la expulsión de la Compañía de Jesús de todos los territorios de la Corona. En 1833, ya consumada la independencia, la hostilidad hacia la Iglesia, y en especial hacia las Órdenes religiosas, fue retomada por el primer gobierno de Valentín Gómez Farías quien “dio a conocer bien pronto su anticlericalismo, al arrogarse el derecho de patronato y de elegir a los obispos, alegando que el Presidente de México era el sucesor legal del rey de España.” Gómez Farías clausuró las misiones de California y Texas que atendían los franciscanos, dejando semivacías esas regiones de México que ya ambicionaban los estadounidenses; prohibió las peregrinaciones al Tepeyac; clausuró por primera vez la Universidad de México; y finalmente expulsó del país a los obispos de Durango, Linares, Chiapas y Michoacán. La hostilidad anticlerical arreció significativamente en 1856 con la promulgación de la “Ley Lerdo” que confiscaba los bienes de las órdenes religiosas, con la excepción de los templos. “Las tierras de la Iglesia y los edificios que le pertenecían, cuyos productos o rentas se habían estado empleando principalmente en sostener instituciones de caridad y educación para pobres incapaces de pagar, fueron vendidos a precios ridículos, con lo que los ricos que las adquirieron se enriquecieron más, pero ningún pobre salió mejorado.” La “Ley Lerdo” fue incorporada a la Constitución de 1857 y aplicada sin ninguna modificación por Maximiliano de Habsburgo durante el segundo imperio mexicano. El 12 de julio de 1859 Benito Juárez promulgó su “Ley de Nacionalización de los Bienes del Clero”, una de las llamadas «Leyes de Reforma». “Esta ley, que fue concebida primariamente como penal, dio un resultado completo, y desde ese día hasta el presente, salva cierta tolerancia y connivencia en tiempo del General Díaz, la Iglesia ha quedado pobre, desposeída, arruinada y sin recursos. La Constitución de 1917 fue aún más radical pues confiscó también los templos, y llegó al extremo de prohibir a los ministros de los cultos y a “sus asimilados” (es decir, los fieles), “el auxilio a los necesitados”. Todas las obras sociales que la Órdenes religiosas realizaban fueron suprimidas, y se dio otros fines a los edificios dedicados a ellas. Por ejemplo, el Hospital de San Juan de Dios fue convertido en cárcel; el hospital de San Pedro siguió funcionando algún tiempo como hospital, luego fue abandonado y después convertido en cancha deportiva; el hospital de indios que funcionaba en el convento de San Pablo de los Frailes fue convertido en almacén de granos; el convento de Santa Rosa acabó siendo una vecindad donde se hacinaban más de 1500 personas que dañaron seriamente el edificio; el colegio de San Idelfonso fue fraccionado para locales comerciales y caballerizas; buena parte del convento de Santo Domingo fue convertido en mercado; el convento del Carmen, en cuartel, etc.

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