Diferencia entre revisiones de «PUEBLA, «LA ATENAS DE AMÉRICA»»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Pérez Salazar menciona también a Francisco de Morales, sin ninguna obra existente identificada y que por envidias entre pintores, denuncia a Simón Pereyns de judaizante ante el Santo Oficio.<ref>1990, 48</ref>De Pereyns tenemos en Puebla, como muestra de su gran talento las pinturas del hermoso retablo del convento franciscano de Huejotzingo, uno de los más importantes del siglo XVI que se conserva en magnífico estado.   
 
Pérez Salazar menciona también a Francisco de Morales, sin ninguna obra existente identificada y que por envidias entre pintores, denuncia a Simón Pereyns de judaizante ante el Santo Oficio.<ref>1990, 48</ref>De Pereyns tenemos en Puebla, como muestra de su gran talento las pinturas del hermoso retablo del convento franciscano de Huejotzingo, uno de los más importantes del siglo XVI que se conserva en magnífico estado.   
Para el siglo XVII, a sus comienzos, florece en Puebla toda una familia de excelentes pintores de apellido Lagarto, habiendo nacido en la península ibérica el iniciador de la dinastía, y sus sucesores ya nacen en estas tierras. Las obras de esta familia, radicada en Puebla, son miniaturas de extraordinario detalle, siendo el trabajo más conocido del patriarca de la familia, las ilustraciones de los libros de coro de la catedral angelopolitana. Varios de los trabajos de sus sucesores se encuentran en distintos museos del país. Luis Lagarto inaugura la actividad pictórica del siglo XVII y abre la lista de los artistas asentados en Puebla.
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Para el siglo XVII, a sus comienzos, florece en Puebla toda una familia de excelentes pintores de apellido Lagarto, habiendo nacido en la península ibérica el iniciador de la dinastía, y sus sucesores ya nacen en estas tierras. Las obras de esta familia, radicada en Puebla, son miniaturas de extraordinario detalle, siendo el trabajo más conocido del patriarca de la familia, las ilustraciones de los libros de coro de la catedral angelopolitana. Varios de los trabajos de sus sucesores se encuentran en distintos museos del país. Luis Lagarto inaugura la actividad pictórica del siglo XVII y abre la lista de los artistas asentados en Puebla.<ref>Ariza, 1943, 18</ref>
  
 
El artista de más influencia en el siglo XVII fue Pedro García Ferrer que llega procedente de Aragón en la comitiva del obispo Juan de Palafox y Mendoza y se convierte en el alma artística del prelado, ya que con sus conocimientos de arquitectura, escultura y pintura, toma a su cargo la continuación de la catedral diocesana, dejando su profunda huella en las modificaciones que realiza y pintando el enorme cuadro de la Inmaculada en el altar de los reyes, así como los demás lienzos de este retablo.   
 
El artista de más influencia en el siglo XVII fue Pedro García Ferrer que llega procedente de Aragón en la comitiva del obispo Juan de Palafox y Mendoza y se convierte en el alma artística del prelado, ya que con sus conocimientos de arquitectura, escultura y pintura, toma a su cargo la continuación de la catedral diocesana, dejando su profunda huella en las modificaciones que realiza y pintando el enorme cuadro de la Inmaculada en el altar de los reyes, así como los demás lienzos de este retablo.   

Revisión del 11:50 8 abr 2016

EN EL ESPLENDOR DEL BARROCO POBLANO

Las manifestaciones más expresivas de la gran vida cultural que se vivía en la Ciudad de los Ángeles en los siglos XVII y XVIII son las obras realizadas en el movimiento barroco que inundaba toda la Nueva España, y que tuvo en nuestro estado, unas características particulares y únicas, no sólo por los elementos regionales empleados en las construcciones sino también por la conjunción de las tradiciones indígenas de los habitantes de la zona. Se vivía en esos años que se han sido llamados «el siglo de oro», hasta mediados del XVIII, la consolidación de la ciudad y de los pueblos vecinos, ya que la riqueza que se producía en los fértiles campos de la enorme zona que abarcaba el obispado y el gobierno civil, en sus productivos molinos de harina a lo largo del estado y sobre todo, en su comercio ya que era el paso obligado para la capital, tanto de las mercancías provenientes de Veracruz que venían de Europa y de centro y sur América, como de la que procedía de Acapulco con las flotillas de la famosa nao de China, que traía todos los insumos de Asia y Filipinas.

Además su pujante industria propia de losa, vidrio, cuero y textiles generaron una riqueza en la zona, que le llevó a competir en lujo y cultura con la ciudad de México, ganándose el sobrenombre de «La Atenas de América».

El barroco a nivel mundial nació de la Contra Reforma proclamada en el Concilio de Trento, el que duró de 1545 a 1563; movimiento que fue encabezado por la recientemente creada «Compañía De Jesús» como una respuesta a las críticas de Lutero sobre el culto a Dios en su magnificencia. Se extiende a todos los países cristianos europeos con una gran celeridad, incorporando toda la ciencia y técnica del Renacimiento, pero inculcando nuevamente los valores teológicos que habían sido minimizados en el Renacimiento que parecía inclinarse más por el culto al hombre y a sus capacidades. Llega a nuestra patria de la mano de los jesuitas que a través de sus seminarios y colegios difunden estos valores en todas las artes: retórica, poesía, arquitectura, música, comida, etc. Las demás órdenes religiosas y el clero secular, secundan entusiastamente el movimiento, produciéndose una verdadera revolución en la vida y las costumbres de la Nueva España.

El gran historiador, don Manuel Toussaint tiene una peculiar visión de la introducción del barroco en nuestras tierras y de su origen: “Así, se ha querido ver en el barroco la expresión del arte de la contrarreforma, por ejemplo en la interesante obra de Weisbach sobre este tema. En realidad el asunto es tan amplio y la palabra tan fluida que difícilmente nos pondremos de acuerdo. Lo que sí puedo afirmar es que el barroco de México se mueve dentro de tendencias peculiares suyas. Puede derivarse del barroco europeo, sin duda, pero su desarrollo es tan particular, tan único que sería temerario relacionarlo con esas teorías”.[1]

El mismo historiador va clasificando la evolución del barroco como el estilo sobrio, el barroco rico y el barroco exuberante.[2]Sobre este último estilo y, refiriéndose a nuestro estado, dice: “No sé si puede considerarse a Puebla, la ciudad barroca y mudéjar por excelencia, como la cuna de esta manifestación de arte en Nueva España. Lo que sí ´puedo afirmar es que ahí encontramos los ejemplares más antiguos y que poseemos noticias de que de ahí salieron los decoradores que realizaron trabajos semejantes en otras regiones, como en Oaxaca. La trayectoria del barroco poblano parece comenzar en San Ildefonso, continuar en San Cristóbal y alcanzar su apogeo en la Capilla del Rosario”

Como dice Toussaint, de la ciudad y, especialmente de la región de Cholula, surgen los grandes artesanos que decorarán los retablos de los templos de Oaxaca, México y lugares más remotos de nuestra patria. Hasta la fecha, los artesanos de esta zona siguen siendo los más preparados para estos trabajos, así como para la realización de bóvedas de tabique, que realizan sin necesidad de cimbra, ni trazos, llevando por dentro el sentimiento y el conocimiento para realizarlas. Dice también este historiador que parece comenzar el barroco en las decoraciones de los templos y en efecto, parecería que los trabajos realizados en san Ildefonso y San Cristóbal, son el preludio del sorprendente trabajo de la capilla del Rosario de Santo Domingo.

“El gusto criollo, con evidentes deseos de diferenciación, desarrolló en la práctica de la arquitectura nuevas directrices barrocas que no tienen equivalente en España, aunque sus formas básicas hayan sido trasplantadas de allá. Pueden mencionarse varias escuelas regionales: la talaveresca de Puebla; la de ladrillo y argamasa blanca de Tlaxcala; la de cantera verde de Oaxaca, etc. En cada escuela existió una tradición local en cuanto a la selección de materiales y de elementos estructurales, pero sobre todo, es en la ornamentación arquitectónica en donde reside la mayor diferenciación y carácter del barroco mexicano”.[3]

Estas palabras de la reconocida historiadora de arte doña Elisa Vargas Lugo, hablan de dos importantes escuelas arquitectónicas que se desarrollan en el antiguo territorio de la diócesis de Puebla y Tlaxcala y que han dejado estupendos testimonios en la región. Habla también de ese importante sentimiento que aparecía en la Nueva España de diferenciarse de la Madre Patria, sentimiento que traerá, con el transcurso de los años, la gesta independentista de toda América. Hay que señalar el estilo peculiar de la región de Tlaxcala plasmado en el Santuario de la Virgen de Ocotlán, en la fachada del Palacio de Gobierno, en la parroquia de esa ciudad y en otros edificios.

El barroco representa un cambio profundo en los conceptos y en el estilo de vida del Renacimiento. Hecha abajo las rígidas normas de éste, inspiradas en el clasicismo greco latino, para buscar la inspiración en las raíces judeo-cristianas en las artes y oficios y es un verdadero canto a la libertad de expresiones y de costumbres. El arte culto del Renacimiento cede ante el arte santo del Barroco. Deja atrás las líneas rectas, la simetría y las normas clásicas que ataban la imaginación y despierta la creatividad de pintores, escultores, artesanos, decoradores, literatos, músicos, etc. En 1577 el Papa Gregorio XIII funda la Academia de San Lucas con la clara intención de romper con las ideas del Renacimiento y buscar una iconografía didáctica en todas las representaciones y decoraciones que se hagan en los templos. En efecto, cada retablo en la colocación de sus imágenes de lienzo o de bulto, tienen una relación entre sí y un mensaje que transmitir a los fieles. Le seguirán pontífices patrocinadores y mecenas del arte barroco en los siglos XVI y XVII, como Sisto V, Clemente VIII, Paolo V, Urbano VIII, Inocencio X, Alessandro VII, Clemente IX e Innocenzo XII, ya al final del siglo XVII.[4]

En arquitectura, el monasterio del Escorial en España es una obra que busca la inspiración en el Templo de Salomón en Jerusalén, tanto en su estructura como en los personajes que representa en sus estatuas e inscripciones, buscando los valores precursores del cristianismo. Es como una transición del arte clásico del renacimiento destinado más al hombre, al arte destinado a Dios en sus orígenes judaicos. Como se narra que dijo el creador de ese monumento, el rey Felipe II: “Haremos un palacio para Dios y una habitación para el rey”. Causa impresión en esta edificación y se entienden profundamente estas palabras, cuando se ve la sencillez de la sala del trono y del sitial del rey, para entonces el monarca más poderoso del mundo, contra la magnificencia de la obra dedicada al culto divino y a la formación y estudio de la religión.

Una obra paradigmática del barroco es la realizada por Lorenzo Bernini en San Pedro de Roma que, bajo la grandiosa cúpula renacentista de Miguel Ángel, construye en bronce el ”Baldaquino” con columnas inspiradas en el templo jerosolimitano, de manera helicoidal y con un gran movimiento y decoración. Dado el santo lugar en que realiza esta obra, su influencia será notable en el resto del mundo cristiano.[5]Como una señal de esta nueva era, funde estatuas de bronce romanas que se encontraban en el edificio del Panteón, para hacer con ese material este altar del único Dios verdadero.

Cabe mencionar que a los nativos no les es ajeno este sentimiento de libertad, de saturación de colores, formas, requiebres en el lenguaje y adornos en el vestir, ya que la cultura prehispánica se caracterizaba en sus templos con una saturación de grecas, glifos y colores, que no dejaban ningún espacio vacío de decoración. Igualmente, las vestimentas, sobre todo de los nobles, eran profundamente decoradas y bordadas. Hasta la fecha, vemos en nuestro pueblo este deseo de adornar todo lo posible ya sean sus casas, sus vestidos, sus coches, sus mesas de comida, etc. Tratar de imponer a nuestro pueblo tendencias modernas o estilos como el minimalismo, el funcionalismo, etc., están destinados al fracaso, pues van contra su esencia histórica y sus sentimientos.

Como decíamos, Puebla tuvo un toque especial en las manifestaciones artísticas del barroco, no sólo en su arquitectura que es la más notable y duradera, sino también en sus retablos, sus pinturas y esculturas, sus guisos, sus vestimentas, su lenguaje. Cuando contemplamos el excelso barroco de la Capilla del Rosario del templo de Santo Domingo, nos ponemos a pensar ¿qué es más barroco?, la decoración del templo o los sermones que pronunciaron varios padres dominicos en la solemne consagración y que nos llegan en el libro “Octava Maravilla del Nuevo Mundo en la Gran Capilla del Rosario”.[6]El complicado estilo barroco inunda toda la literatura de estos tiempos, en que parece tenerse la idea de ver quien escribe con frases más rebuscadas y más referencia históricas, doctrinales y literarias. La lectura de esos textos es verdaderamente difícil, perdiéndose muchas veces las ideas centrales entre tantos floridos adornos.

PINTURA

“Fue Puebla la ciudad más favorecida en el virreinato para todo movimiento cultural; no en balde podía considerarse como la segunda ciudad del país”.[7] Entre los pintores que florecieron en el estado de Puebla en ésta época, podemos mencionar en el siglo XVI a Nicolás de Texada, vecino de la ciudad de Puebla en 1558, a Juan de Arrue,[8]nacido en el estado de Colima, que fue el autor del retablo plateresco que existe en el convento de Cuahutinchan recientemente restaurado, y a Juan Gerson, nativo de estas tierras, que realiza en 1562 las estupendas pinturas de las bóvedas del convento de Tecamachalco.

Pérez Salazar menciona también a Francisco de Morales, sin ninguna obra existente identificada y que por envidias entre pintores, denuncia a Simón Pereyns de judaizante ante el Santo Oficio.[9]De Pereyns tenemos en Puebla, como muestra de su gran talento las pinturas del hermoso retablo del convento franciscano de Huejotzingo, uno de los más importantes del siglo XVI que se conserva en magnífico estado. Para el siglo XVII, a sus comienzos, florece en Puebla toda una familia de excelentes pintores de apellido Lagarto, habiendo nacido en la península ibérica el iniciador de la dinastía, y sus sucesores ya nacen en estas tierras. Las obras de esta familia, radicada en Puebla, son miniaturas de extraordinario detalle, siendo el trabajo más conocido del patriarca de la familia, las ilustraciones de los libros de coro de la catedral angelopolitana. Varios de los trabajos de sus sucesores se encuentran en distintos museos del país. Luis Lagarto inaugura la actividad pictórica del siglo XVII y abre la lista de los artistas asentados en Puebla.[10]

El artista de más influencia en el siglo XVII fue Pedro García Ferrer que llega procedente de Aragón en la comitiva del obispo Juan de Palafox y Mendoza y se convierte en el alma artística del prelado, ya que con sus conocimientos de arquitectura, escultura y pintura, toma a su cargo la continuación de la catedral diocesana, dejando su profunda huella en las modificaciones que realiza y pintando el enorme cuadro de la Inmaculada en el altar de los reyes, así como los demás lienzos de este retablo.

En este retablo, en la pintura que representa la adoración de los pastores, retrata a su obispo y protector, don Juan de Palafox y Mendoza. “Vemos pues que el licenciado García Ferrer, fue el alma de la obra y que después de diseñar la esbelta cúpula, de hacer en relieve los ángeles de las pechinas y de acudir en todo con empeño laudable, todavía nos dejó los lienzos principales que adornan el altar de los Reyes, pintados de su mano”. Tenemos en Puebla, en la que vivió varios años, obras del pintor flamenco Diego de Borgraf, que según Pérez Salazar es el único de esta nacionalidad que ejerció su arte en la Nueva España en el siglo XVII. Obras suyas existen en el convento de San Agustín, en el de San Francisco, en el de Tlaxcala y una soberbia colección de monjes eremitas que se conservan en el Museo Universitario de la BUAP. Dos pinturas de gran tamaño se tienen en el templo de San Miguel en Puebla en la capilla lateral dedicada a la Guadalupana y que representan la Asunción de María y en otra, una concepción muy original del “Divino lagar” en que aparece el Crucificado pisando las uvas en un tonel, mientras el Padre Santo aprieta el torniquete para producir el vino.

Este artista vino a Puebla en el séquito del obispo Juan de Palafox como ayudante de García Ferrer, y pintó al retrato del obispo en 1649 que se conserva en el salón de Gobelinos y que puede ser el único para el que posó el beato Palafox y Mendoza, lo que le da un gran valor histórico. Al ser llamado el obispo a España, García Ferrer emprende también el retorno y Borgraf decide permanecer en la Nueva España.

La dinastía de los Echave trabajó en Puebla, existiendo un Cristo como «Rey de Burlas» en el convento del Carmen del patriarca de la dinastía, Baltasar Echave Orio y los enormes lienzos de la sacristía de catedral de Echave y Rioja, el último de ellos, que los pinta en 1675. Son tres grandes pinturas: la central, al norte del recinto, enorme y terminada en medio punto, representa el “Triunfo de la Eucaristía” basada en unos grabados de Rubens. La del muro oriente, en forma rectangular plasma “Las Arma Christi y el Triunfo de la fe” y en el muro poniente está “La representación del Cordero y el Triunfo de la Eucaristía”, todas ellas enmarcados en unos soberbios retablos dorados.

Nacido en Puebla a mediados del siglo XVII, el pintor Juan Tinoco es reconocido como un excelente artista barroco, que dejó en su ciudad natal varias de sus obras, destacando el apostolado que se conserva en el Museo Universitario de Puebla y otros lienzos en San Agustín, en La Soledad, y unas estupendas láminas de reducido tamaño en la capilla del Ochavo de la catedral. En estas láminas, Tinoco representa en dos de ellas, a Santiago Apóstol en diferentes actitudes luchando contra los moros. En otra lámina aparece María Magdalena penitente junto con sus hermanos, Lázaro como obispo de París y Santa Martha, siendo pinturas de excelente calidad.

“Los últimos años del siglo XVII y los primeros del siglo XVIII, fueron propicios para las bellas artes en Puebla. Las mejores producciones de su cerámica, ya con espíritu y carácter propio, corresponden a esta época, las obras de arquitectura más abigarradas y fantásticas, de las que son buen ejemplo, la Capilla del Rosario y el Camerín de Ocotlán, se consumaron por estos tiempos. Fue la época de la riqueza y la ostentación.(Pérez, 1990, 39). En efecto estamos en los años de plenitud del barroco en que se van a suceder artistas poblanos y de otros lugares que trabajan en Puebla en todas las ramas: pintura, escultura, cerámica, etc, compitiendo fuertemente con los que trabajan en la capital. Enumeraremos brevemente algunos de ellos, basándonos en las listas de Pérez Salazar (1990, 39): Gaspar Conrado, José del Castillo, Cristóbal de Talavera, Rodrigo de la Piedra, Bernardino Polo, Juan de Villalobos, Pascual Pérez y Antonio de Santander. Obras de estos artistas se encuentran en iglesias, museos y colecciones particulares.

Sin duda el pintor barroco más importante en la Nueva España fue Cristóbal de Villalpando sobre el que ha hecho una publicación muy documentada Francisco De la Maza (1964)

Entre las obras de este artista resaltan la Sagrada Familia en la capilla de Guadalupe de la Catedral, una Santísima Trinidad en la iglesia del Carmen, tres pequeñas láminas en la Capilla del Ochavo y la hermosa representación de la Gloria en la cúpula de la Capilla de los Reyes en la catedral realizada en 1688. Esta soberbia y enorme obra representa a María levantando la Sagrada Eucaristía delante de la Santísima Trinidad, en medio de una multitud de ángeles y arcángeles. Están representados en gran tamaño, San Miguel, San Gabriel y San Rafael, con una gran cantidad de santos, de ancianos, del maná celestial, todo ello en una armonía y con una luminosidad asombrosa. No cabe duda que es una de las mejores realizaciones de este maestro del pincel.

Hay numerosas pinturas en varios estados de la República, destacando los enormes lienzos de la sacristía de la catedral de México. En este pintor se refleja plenamente el sentido barroco del movimiento en las telas de las imágenes, así como, el detalle de los rostros y los paisajes. Es sin duda un pintor que puede competir favorablemente con los europeos de la época

Otro pintor nacido en la ciudad de México pero avecindado en Puebla, fue Joseph Rodríguez Carnero que pinta los grandes lienzos de la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo que representan diversos momentos de la vida de la Virgen María y también realiza, entre otros, el cuadro que representa el Triunfo de la Compañía de Jesús en la espléndida sacristía del templo jesuita, en el que fue enterrado. (Ariza, 1943, 142)

El pintor Juan Rubí de Marimón nace en Tehuacán y se avecina en Puebla donde realiza varias obras entre las que podemos señalar los lienzos de la sacristía de la iglesia de Capuchinas, las pinturas del sotocoro del templo de la Santísima Trinidad y en la sacristía de este templo, la vida de la beata Beatriz de Silva, fundadora de las concepcionistas, todas ellas de extraordinaria calidad. También las telas de un retablo mariano en San Francisco en Tlaxcala y cuatro lienzos de arcángeles en la capilla de San Miguel Tiguiznáhuac en Cholula que según Mará Esther Cianca son “los más bellos arcángeles que pueden verse en Cholula” (Tovar, 1997, 220)

Entre otros pintores del siglo XVIII que conservaron el estilo barroco están: Luis Berruecos, nacido en Puebla, que encabezó una familia de pintores y de cuya mano es el gran lienzo que representa la aparición de San Miguel del Milagro del transepto de la catedral y una pintura similar en el templo del arcángel en Nativitas y también, algunos lienzos que se conservan en el Museo Universitario. Hay pinturas suyas en Atlixco en el antiguo hospital de San Juan de Dios y algunas más en iglesias de Tehuacán. (Tovar, 1995, 164)

También son de este pintor unas obras de la sacristía de catedral de gran tamaño en que plasma sobre el muro oriente, el lavatorio de los pies de los apóstoles, la cura de un ciego y la resurrección de Lázaro. En el muro de enfrente pintó la última cena y en la parte superior, al Padre y al Espíritu Santo bendiciendo el momento. En el mismo recinto, en el muro sur, una gran pintura apaisada del Patrocinio de la Inmaculada Concepción sobre el obispo y el cabildo de la ciudad, con una multitud de retratos de estos funcionarios, entre los que aparece el obispo Juan de Palafox, y en la parte superior alrededor de una ventana, la aparición de la Virgen del Pilar al apóstol Santiago y la imposición de la casulla a San Ildefonso por la Virgen María. Están estas pinturas enmarcadas espléndidamente entre columnas y paneles dorados barrocos, rematando en un enorme copete que cubre parte de la bóveda, con el nombre de María.

Otra familia de pintores fueron los Talavera que son también originarios de Puebla y ejercieron su oficio en los siglos XVII y XVIII. El patriarca, Cristóbal de Talavera dejó varios grandes lienzos, entre ellos, la Familia Franciscana que retrata a una multitud de integrantes de esa orden y que se encuentra en el templo de San Francisco de Puebla. Interesante también es un lienzo grande en la entrada del templo de la Soledad, que narra el traslado de la imagen a su nuevo templo acompañada de todos los personajes y clases sociales de la época. Es de particular importancia este lienzo pues se encuentran en él representados los cabildos eclesiástico y civil, las diferentes órdenes religiosas, las autoridades de los indígenas y personajes de la sociedad. Es un verdadero testigo de la vida, vestidos y costumbres de la época. Hay también unas pinturas de ellos en Atlixco de la vida de San Juan de Dios y en otras iglesias y en el Museo Universitario. Joaquín Magón nos dejó algunas pinturas en la sacristía de catedral y un lienzo en medio punto de santa Pulquería en la BUAP.

Otros pintores que ejercieron en Puebla en el siglo XVIII fueron Miguel Jerónimo y Lorenzo Zendejas, siendo muy prolífico el primero, del que podemos mencionar la vida de San Juan Nepomuceno en su capilla de la iglesia catedral, mismas pinturas que repite para la capilla de la Virgen María en el templo de la Concordia, donde pintó también varios grandes cuadros de pasajes de la vida de san Felipe Neri; suya es también la oración del Huerto del Sagrario Angelopolitano y otras muchas pinturas en el convento de San Francisco y en el de Acatzingo. Su producción de pinturas fue tan grande que existen cuadros de su mano en muchas de las iglesias de Puebla, mostrando calidades muy diferentes de unas a otras. (Tovar, 1997, 436) Prácticamente con estos pintores se va terminando las representaciones barrocas, llegando a finales del XVIII la corriente de la Academia impuesta por los monarcas borbones, que vuelve a tomar en parte, el pensamiento renacentista, volviendo a los modelos greco romanos y a la valoración del hombre material por encima de su misión trascendente; no hablaremos de esto por ser fuera del tema del barroco poblano.

Hubieron otros importantes pintores barrocos de cuyo pincel se conservan lienzos en el estado, pero su presencia fue muy eventual, como Rodríguez Juárez, José Juárez, Miguel Cabrera del que se conservan en catedral las estaciones del viacrucis y la imagen de la Guadalupana, Lo que queda claro es que todos los grandes pintores del barroco en la Nueva España dejaron en la zona que abarcaba la diócesis de Puebla, una muestra de su arte, lo que nos hace ver la importancia que tuvo la región y en especial la capital poblana considerada, en muchas cosas, al par de la capital del virreinato.

EL ESTILO BARROCO EN LOS TEMPLOS POBLANOS

Podemos afirmar que todos los templos construidos en la diócesis en el siglo XVII y principios del XVIII siguieron esta corriente en su construcción e incluso, construcciones conventuales del XVI, fueron redecoradas con el estilo de este movimiento. Desgraciadamente en todo nuestro país y especialmente en las grandes ciudades, con el arribo de las ideas de “La Ilustración” a finales del siglo XVIII y principios del XIX, los retablos barrocos fueron salvajemente destruidos y substituidos por el estilo del Neoclásico que nos regresa nuevamente a los raíces greco-romanas, con sus columnas falsas, sus frisos, sus repisas y cornisas, todo en blanco, en muchos casos sin ningún valor artesanal. Testimonios dramáticos nos quedan de estos destrozos en iglesias en que, seguramente por falta de recursos económicos, no pudieron hacer la substitución total del decorado. Mencionaremos entre ellos el templo de Santa Catalina en el que fue colocado un altar mayor de gran pobreza de trabajo, que contrasta con los soberbios retablos barrocos que se conservan en los muros laterales del templo. Otro caso es el templo de la Soledad del que quedan como testimonio de su decoración barroca los altares del transepto y los extraordinarios retablos que conserva en la sacristía, que la hacen una verdadera joya del barroco poblano. En este templo de la Soledad, el retablo del altar mayor y los de los altares en los muros de la nave fueron hechos con diseño de José Manzo, que muestran todavía alguna influenza barroca en su decoración, aunque eliminando totalmente el dorado, estando todos ellos pintados de blanco. Otro ejemplo notable es el templo de San José que conserva el mayor número de retablos barrocos en la ciudad en sus muros laterales y en el que, el retablo del altar mayor fue destruido, teniendo actualmente uno de estilo neoclásico de mediano valor. El colmo del deseo de “estar a la moda” del clero de la época, lo vemos en el retablo principal del templo del hospital de San Juan de Dios, en que no teniendo recursos para hacer uno nuevo, pintaron todo el dorado del retablo barroco estípite con pintura blanca para darle el “aire neoclásico”.

Nuestra Basílica Catedral tampoco se salvó de esos aires de ponerse a la moda del pensamiento ilustrado y sufrió la reforma de todos sus retablos de las capillas laterales, así como, del ciprés central a finales del siglo XVIII y principios del XIX. El ciprés es proyecto del arquitecto y escultor Manuel Tolsá y la realización corrió a cargo de José Manzo, teniendo una cuidadosa realización. Para intentar comprender el pensamiento artístico de esta época que había impactado a la clase pensante de la Nueva España incluyendo a la jerarquía católica, vale la pena ver el pequeño folleto de José Manzo que va describiendo todos y cada uno de los altares que existían en las capillas laterales, justificando su destrucción con frases como” de gusto antiguo”, “pasado de moda, ”de otros tiempos”, etc. (Manzo, 1911) Se conserva solamente de su decoración original barroca, el Retablo de los Reyes, aunque con algunas modificaciones y los nichos de cristal y madera dorada que albergan las esculturas de San Miguel Arcángel y San José y desde luego, el monumento al barroco que es la capilla del Ochavo.

Los cuadros de los retablos originales del templo se encuentran, algunos de ellos en los nuevos altares, otros en los salones de la curia y muchos más, desgraciadamente desaparecidos. Si actualmente nos impresiona la soberbia decoración de nuestro templo mayor, imaginémoslo como sería con todo el esplendor dorado del barroco.

Muchas más iglesias del estado de Puebla fueron víctimas de esta ansia liberal del neoclásico de destruir la magnificencia del culto al Creador y substituirla por los fríos y blancos retablos neoclásicos, según estudiosos, llenos de un mensaje esotérico y simbólico de la masonería. Afortunadamente la falta de recursos, que no la falta de ganas, hizo que se salvaran muchos retablos de poblaciones pequeñas, que nos dan testimonio de este arte barroco. Hace una buena relación de todas las reformas que se hicieron en los templos de la Angelópolis Francisco Javier de la Peña, editor del informe al ayuntamiento de Juan de Villa Sánchez en 1746, en que describe al igual de Manzo, los retablos barrocos como fuera de moda, antiguos, etc, que sin consideración fueron reformados. (Villa, 1997, 74 y siguientes)

De las muchas muestras de la arquitectura barroca religiosa que se conserva en nuestro Estado, hablaremos solamente de unas cuantas representativas de este estilo. Una iglesia de fama internacional se encuentra en la región del valle de Atlixco y es Santa María Tonantzintla, que como su nombre prehispánico lo dice, está consagrada a la Virgen María como la madre de Dios. Siendo su fachada un tanto sobria, en su interior se despliega una exuberante decoración de yeserías con colores, con una marcada influencia indígena en sus representaciones. Este trabajo es sin duda, el ejemplo más importante de la mezcla del arte indígena con la corriente del barroco. Se conservan su retablo principal y sus altares laterales con buenos trabajos de madera dorado y lienzos con pinturas.

Muy cercano a esta población está la iglesia de San Francisco Acatepec cuya fachada presenta un soberbio trabajo de talavera y ladrillo. Las columnas redondas están recubiertas con azulejos curvos y en la parte superior, enmarcando esculturas de cantera, presenta columnas estípites con azulejos torneados. Tiene también en la base de las columnas tableros de talavera con figuras alusivas. Es sin duda el máximo ejemplo de aplicación de la talavera en la arquitectura religiosa. (Velázquez, 1991, 102) Conserva en su interior estupendos retablos barrocos.

En el mismo valle se encuentra la población de San Bernardino Tlaxcalanzingo, cuyo templo presenta también hermosa combinación de azulejo de talavera y tabique. En la población de Cholula hay muestras importantes del barroco en la decoración tanto exterior como interior de sus iglesias.

La mezcla de azulejos de talavera y ladrillo es la característica principal de esta corriente barroca poblana que la diferencia de cualquier otra en la república y en el mundo. Es realmente un orgullo de nuestro estado.

De manera enunciativa nombraremos los principales templos poblanos que son muestra de esta arquitectura, tanto en sus fachadas como en sus lambrines y altares internos.

El templo de San José con sus columnas redondas con azulejos curvos y forro de talavera en las pilastras de su fachada. El templo de San Antonio con talavera y petatillo y tableros con imágenes de santos y también lambrines de talavera en su interior. El templo del Carmen en su fachada y en la fachada conventual con talavera amarilla y petatillo. La torre del templo conventual de Santa Catalina con azulejos redondos, amarillos, blancos y azules, San Marcos con tableros de talavera con imágenes religiosas y decoración de petatillo y azulejo. La iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe con una soberbia fachada con tableros de talavera representando las apariciones a Juan Diego y ángeles en blanco y azul, que ayudan a destacar el soberbio trabajo de argamasa que tiene en sus torres.

El templo de Belén además de los adornos de talavera en su fachada tiene en su interior un estupendo lambrín de este material a lo largo de sus muros. No podemos dejar de mencionar la fachada del convento de San Francisco remodelada en la época del barroco estípite con un soberbio trabajo de cantera gris en la parte central, con relieves y figuras de santos, enmarcado con ladrillo y unos tableros de talavera con el jarrón con azucenas, símbolo de la arquidiócesis y de la pureza de la Virgen María. Otro ejemplo de fachada con petatillo y tableros es el templo de Nuestra Señora de la Luz. (Merlo, 2001)

El uso de talavera poblana en las cúpulas de los templos, traspasó las fronteras de nuestro estado, encontrándose ejemplos en muchas partes de nuestro país. Sin embargo pensamos que no superan la belleza que se tienen en algunos templos de nuestra localidad. La muestra más fotografiada es la cúpula de la capilla del Rosario del templo de Santo Domingo con talavera recubriendo sus columnas curvas y sus pináculos del mismo material. Complementan la decoración unas esculturas de talavera representando unos niños de un metro de altura con una banda azul. Una cúpula soberbia es la de la capilla de Jesús Nazareno del templo de San José en colores azul y amarillo, que empiezan desde el tambor ochavado que la sostiene. Hermosa también es la del templo de San Cristóbal en colores amarillos y azul, con tableros representado estrellas. (Velásquez, 1991).

En otras poblaciones del estado de Puebla y de Tlaxcala se realizaron también construcciones religiosas de un gran valor, tanto en su fachada como en los retablos interiores de los templos. Podemos citar la fachada de la Tercera Orden de Atlixco con sus columnas salomónicas y un gran decorado de argamasa, al igual que la parroquia de Santa María en Atlihuetzia. En Tlaxcala es notable la espléndida fachada de argamasa y ladrillo al estilo del barroco churrigueresco de la Iglesia de Nuestra Señora de Ocotlán y en su interior, los altares barrocos, en especial la decoración del camerín de la Virgen con pinturas de Villalobos. También en el convento franciscano de la capital, construido en el siglo XVI, y que hoy es la catedral de esa diócesis, se decoró su interior a la moda barroca con grandes retablos dorados, pinturas y esculturas.

Podíamos extendernos en enumerar los múltiples testimonios de este arte sacro barroco que existen en la antigua diócesis de Puebla y Tlaxcala. Esta combinación de cantera, talavera y ladrillo que trabajaron hábilmente los artesanos poblanos nos ha dejado una arquitectura religiosa muy particular y distintiva que nos diferencía del resto de los trabajos barrocos tanto de México como de España, ya que, en la Madre Patria, hay ejemplos de decoración del exterior de las iglesias con grandes paneles de Talavera de la Reina, pero el contraste que tenemos en Puebla con el uso del tabique y la argamasa blanca, le da una identidad única.

Con la enorme influencia que tenía el pensamiento católico y la jerarquía eclesiástica, bien podemos coincidir con las expresiones del artículo titulado “La Tebas de las Indias” –de Eugenio M. Torres O.P. y María de Cristo Santos Morales publicado en la Revista Vertebración, número 32, UPAEP, 1995, página 13 – “Antiguamente se decía hablando de las ciudades de Grecia: para lo sagrado Tebas. Esparta para las armas. La ciudad de la Puebla de los Ángeles, es la Tebas de las Indias” (Cita de Antonio López Cordero, “Vida de la esclarecida virgen Santa Inés del Monte Pulciano”, página 134). Efectivamente la diócesis de Puebla y Tlaxcala tuvo una enorme influencia en el pensamiento de todo el territorio de la Nueva España, anteponiendo lo sagrado a lo profano.

EL BARROCO EN LA ARQUITECTURA CIVIL

Las grandes residencias que se construyeron en el siglo XVI y que se conservan, siguen los patrones renacentistas, como son la Casa del Deán Tomás de la Plaza, la “Casa de las cabecitas” de estilo plateresco, la “Casa de las Garzas” y la “Casa del que mató al animal”. Hay en el estado ejemplos de estas mansiones como la “casa de Cortés” en Tecamachalco. En la construcción de residencias y edificios públicos del virreinato vamos a encontrar, al igual que en los templos, el estilo típico de nuestro estado de talavera y petatillo de tabique.

Recordando que la traza de la ciudad en la época virreinal era hacia el oriente y hacia el norte, vamos a encontrar en estos rumbos las casas señoriales que edificaron los habitantes con más recursos. En el cuadrante que abarca de la calle 5 de mayo al río de San Francisco y de la avenida Palafox a la 12 oriente, se conserva el mayor número de viviendas con las características del barroco poblano, con sus fachadas de azulejo de talavera con petatillo y decoraciones blancas de argamasa.

Esta zona después de haber sido la residencial hasta el siglo XIX, fue perdiendo su importancia en nuevos desarrollos residenciales sobre la avenida de la Reforma hacia el paseo Bravo y la avenida de la Paz o avenida Juárez, ya en época del porfiriato. Al perder su valor comercial la zona, se conservaron muchas de ellas como casas de vecindad, cosa que no pasó en las zonas de moda en que, muchas mansiones fueron demolidas para la construcción de nuevas residencias señoriales de estilo «francés», con fachadas de cantera, que imponía la mentalidad ilustrada del siglo XIX y principios del XX.

“El siglo XVIII en Puebla se considera como el punto culminante en el desarrollo de un estilo regional, época de mayor riqueza y de madurez. El uso de ladrillo, azulejo y argamasa en las fachadas confirmaba – tanto en la arquitectura civil como en la religiosa- el carácter, no sólo de la ciudad, sino también de toda la región que rodeaba Puebla y Tlaxcala y su influencia llegó incluso a la capital, pasando por la sierra de Puebla y Orizaba. Las obras eclesiásticas se adornaban con altares generosamente decorados en estilo churrigueresco, las artes florecían como nunca antes lo habían hecho. La ciudad había encontrado, doscientos años después de su fundación, su propio estilo y había alcanzado serenidad y madurez”. Prototipo de esta arquitectura civil con las características del barroco poblano es la llamada “Casa de Alfenique” con una exagerada decoración de argamasa en sus balcones; por cierto también convertida en vecindad antes de que fuera rescatada y regalada al gobierno del estado por don Alejandro Ruiz Olavarrieta. Actualmente esta casa alberga el Museo del Estado.

En esa zona, alrededor del Teatro Principal, encontramos un buen número de viviendas con este estilo en que se da vuelo a la imaginación en la forma de colocación de los azulejos de talavera, que además de la más repetida de irse mezclando con tabiques rectangulares colocados en forma inclinada, van experimentando recortes en las esquinas de ladrillos cuadrados, hileras de azulejos ascendentes, retablos en cuadros, etc.

El libro de Dirk Bühler «Puebla, patrimonio de arquitectura civil del virreinato» es un trabajo minucioso en que va clasificando un sinnúmero de casas de la ciudad en sus diferentes estilos, épocas, procedimientos de construcción, no sólo en sus fachadas sino en sus patios interiores y en los diferentes usos que se les daban. No conocemos ningún otro trabajo tan minucioso y valioso como el de este autor de ascendencia alemana. Este autor nos dice: “El elemento más característico de las fachadas en los edificios de Puebla a partir de la segunda mitad del siglo XVIII es la decoración de argamasa, ladrillo y azulejos, que pueden aparecer como elementos individuales (por ejemplo, sólo argamasa o sólo ladrillo, pero nunca azulejo solo) o en combinación (los más comunes: ladrillo y azulejo, pero también ladrillo y argamasa o ladrillo, azulejo y argamasa).

Una edificación que no puede dejar de citarse dentro de la arquitectura civil barroca es la llamada “Casa de los Muñecos”, edificada en la primera calle de la 2 norte que fue construida por Agustín de Ovando y Villavicencio a finales del siglo XVIII como su residencia y curiosamente nunca la habitó, poniéndola en renta al ser terminada y él siguió viviendo en su residencia de la 3 oriente, cerca del río de San Francisco y del puente que lo cruzaba y que llevaba su nombre por haberlo costeado.

La interpretación de los personajes que adornan su fachada ha sido objeto de múltiples versiones, diciéndose que representaban en forma burlona a los regidores del ayuntamiento que le dificultaron la construcción por tener una altura de tres plantas, superior al edificio del cabildo. Estudio más serio interpreta las figuras de los tableros como “los trabajos de Hércules”, como lo demuestra Búhler al presentar unos trabajos en espejos con la figura de Hércules en posiciones similares a los tableros de la fachada. Después de múltiples usos, incluyendo vivienda en vecindad, talleres, billares, etc., ha sido recuperada por la universidad oficial y es sede del Museo Universitario.

Estas edificaciones barrocas, tanto religiosas como civiles, fueron el argumento más importante para que la ciudad de Puebla ostente el título de «Patrimonio de la Humanidad» otorgado por la UNESCO.

ESCULTURA

Aunado a la pintura y a los trabajos de los retablos, tuvo necesidad de surgir la escultura barroca que, en muchas ocasiones forma parte integrante de los mismos. “Toda la escultura poblana gira alrededor de un nombre cuyo prestigio ofusca a toda crítica y todo espíritu de selección: Cora”. En efecto, cualquier escultura de calidad tiende a atribuirse a algún miembro de esta familia de escultores poblanos que nos dejaron un extraordinario trabajo. El iniciador de nombre José Antonio Villegas Cora, nace en Puebla en 1713 y su vida está llena de anécdotas e imprecisiones acerca de sus estudios. Se dice que al regresar de España el obispo Pérez Martínez con la escultura de un Niño Dios, le dijo al escultor: “Aprende a hacer esculturas”. Este de inmediato cortó la cabeza al Niño y enseñó un papel en su cuello que decía “José Villegas de Cora”, según su costumbre de incluir su nombre dentro de sus esculturas.

En fin, se piensa que sean esculturas de su mano entre otras: una Purísima, una Santa Ana y un San Joaquín en el templo de San Cristóbal; un San José en San Pablo, la imagen de San Francisco en su templo junto con una Virgen Dolorosa, (estas tres últimas desaparecidas), y las imágenes de la Virgen de la Merced y de la Virgen del Carmen en sus templos. Son de Cora también las esculturas de San José y el arcángel San Miguel, cuyos retablos rematan las naves laterales de la catedral.

Un sobrino de este artista de nombre José Zacarías Cora, nace también en Puebla en 1752 y trabaja desde niño en el taller de su tío, aprendiendo con gran maestría el oficio de escultor y nos ha dejado varias esculturas; entre ellas la magnífica representación de San Cristóbal en su templo de la ciudad, y tuvo la fortuna de ser llamado por Manuel Tolsá para esculpir en cantera unas imágenes de las torres de la catedral de México. Se le atribuyen también las esculturas de vestir de San Felipe Neri y San Agustín que presiden sus templos respectivos. 

Hay un tercer Cora que se dice se llamaba José Villegas y adoptó el apellido de Cora en agradecimiento a las enseñanzas que recibió de la familia. Según Toussaint, de él sólo se conserva una mano de la escultura de Santa Teresa en su templo.

Muchos otros escultores brillaron en el estado, dejando su obra fundamentalmente en templos, ya sean las imágenes de santos y vírgenes aislados o bien, como parte de los retablos. El gremio de escultores se organizó en la ciudad en talleres donde se aprendía el oficio y se establecieron en el barrio de Santiago, donde también muchos de ellos hicieron sus viviendas. Los últimos de esta escuela son la familia Corro, que sigue viviendo en ese barrio de mucha tradición.

Ya empezando el neoclasicismo pero con características barrocas, podemos mencionar la imagen de la Purísima que se encuentra en el Seminario Palafoxiano, y que sirvió de molde para que Manuel Tolsá realizara la imagen de bronce que corona el ciprés de la catedral.

MUSICA

También la música tuvo en la diócesis angelopolitana un gran desarrollo y valoración en la época barroca. Desde luego sus manifestaciones fueron principalmente en la música sacra compuesta alrededor del culto divino.

El compositor que más ha trascendido por el cuidado que tuvo el cabildo angelopolitano de conservar sus composiciones, es Juan Gutiérrez de Padilla que llega a Puebla en 1622 proveniente de su nativa Málaga, y a los pocos años ocupa el lugar de maestro de capilla al morir Gaspar Fernández. Después de haberse dedicado a clases corales, pone todo su talento en componer música para las festividades catedralicias y trabaja también para el ayuntamiento.

De su trabajo se conservan 44 composiciones entre misas, salmos y lamentaciones, habiéndose conservado también cerca de 60 villancicos en castellano que, afortunadamente, han sido rescatados en los últimos años e interpretados por diversos conjuntos musicales. Su fama trascendió fronteras tocándose sus composiciones en Guatemala y también en la corte de Lisboa. Fue el gran maestro de capilla del obispo Palafox y Mendoza que apreció mucho su arte y lo respaldó plenamente.

Ya en la segunda mitad del siglo XVII hubo otros compositores que siguieron el modelo de música barroca en sus composiciones, mencionando entre otros a Pedro Bermúdez, Bernardo de Peralta y Escudero, Miguel Matheo de Dallo y Manuel Arenzana. La doctora Monserrat Gali coordina una publicación sobre el ritual sonoro catedralicio, que da una clara idea del desarrollo de esta disciplina artística en la diócesis.

LITERATURA

Durante esa época barroca, la Madre Patria vive lo mejor de su historia en lo relativo a las letras, ya sea prosa o poesía; época que ganó el título de “el siglo de oro de las letras españolas”. Surgen los grandes escritores como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Góngora y Argote, Calderón de la Barca, Tirso de Molina y muchos, muchos más, que abarcan los géneros de novela, poesía, teatro y cuya influencia se traduce a la Nueva España produciendo genios como Carlos de Sigüenza y Góngora, sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ruiz de Alarcón, Bernardo de Balbuena y Miguel de Guevara, por citar sólo los más importantes.

Pero este auge de las letras barrocas se traduce en el hablar de nuestra gente, en los discursos y homilías, en los sermones, en todo tipo de libros religiosos, históricos, novelas, etc. Posteriormente en el siglo XVIII vendrán los grandes escritores y maestros jesuitas a dejarnos sus trabajos, como Francisco Javier Clavijero, Francisco Javier Alegre, religiosos como fray Servando Teresa de Mier y seglares como José Joaquín Fernández de Lizardi.

Todos ellos muestran su lenguaje barroco, que como hemos dicho, en algunos casos hacen difícil el entender el sentido de sus escritos, pues se pierden las tesis fundamentales en dificultades en las formas del “gorgorismo” o en los contenidos del “conceptismo”. Puebla y toda la Nueva España va a producir una enorme literatura barroca que quedará en mucho, en el lenguaje de nuestro pueblo que, hasta la fecha, sabe enredar las palabras para hablar mucho y no decir nada.

Propiciaron mucho la extensión de esto los numerosos certámenes literarios que con cualquier pretexto se organizaban, ya fueran de prosa o poesía, y que ayudaron a formar escritores y poetas que llegaron a alcanzar alto grado de valoración en la sociedad. Terminamos diciendo que esta época gloriosa del barroco, forjó en mucho la identidad de nuestra nación, destacando Puebla como un faro de esta corriente cultural y religiosa.

NOTAS

  1. Toussaint-1990, 98
  2. Toussaint, 1990,107
  3. Vargas, 1986, 610
  4. Barroco, 2009, 11
  5. Historia del Arte Mexicano, tomo VI – SEP – Salvat – 1986 - varios autores
  6. Varios autores, 1985
  7. Toussaint – 1990, 127
  8. Pérez, 1990, 47
  9. 1990, 48
  10. Ariza, 1943, 18

BIBLIOGRAFÍA

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JOSÉ ANTONIO QUINTANA FERNÁNDEZ