PERÚ; Erección y organización de la Iglesia

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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LOS OBISPOS, ORGANIZADORES DE LA IGLESIA ANDINA:

La labor de los obispos se refleja en los numerosos concilios provinciales y sínodos diocesanos convocados, así como en las visitas pastorales y fundaciones (pueblos, seminarios, hospitales). En la selección de los candidatos se tenía en cuenta: su formación teológica, su experiencia de gobierno y su ejemplaridad de vida.

Etapa inicial:

En la capitulación firmada por Pizarro (Toledo, 26.VII.1529), se preveía ya una sede episcopal en Tumbes, cuyo prelado habría sido Hernando de Luque de no sorprenderle la muerte. Con la bula Illius Fulciti Praesidio de Paulo III, el 8 de Enero de 1537, el Cuzco fue erigida como la primera diócesis del Perú y como sufragánea de la metropolitana de Sevilla, porque era la capital incaica y la primera ciudad considerada “cabecera de los Reinos del Pirú”.

El primer obispo fue el célebre capellán de Pizarro, Vicente Valverde, que llegó a su sede en noviembre de 1538. El 20 de marzo de 1539 fray Vicente de Valverde OP, primer obispo del Cuzco y Perú, escribió desde su sede una extensa carta-informe al Rey Carlos I (V como emperador), en la que detalla la situación eclesiástica y civil de Perú a los siete años de los inicios de la conquista y evangelización, y que viene a ser una suerte de primera historia de la Iglesia en el Perú. En ella, se puede apreciar el verdadero carácter y su celo pastoral. Constata los esfuerzos realizados cerca de Pizarro para evitar las desavenencias con Almagro “adelantado como a persona con quien había tenido tan larga hermandad”.

Nos presenta un Cuzco, semi-destruido y siete iglesias establecidas: la catedral de Nuestra Señora del Rosario en el Cuzco, la iglesia de la Ciudad de los Reyes o Lima, Trujillo, San Miguel de Piura, Puerto Viejo, Santiago de Guayaquil y San Juan de la Frontera o Huamanga. En la región de Quito se añadían a esta capital Popayán y Cali. Reseña con satisfacción la recaudación de 1538 en el Cuzco de diezmos por valor de más de 2.000 pesos.

Como prolongación del Patronato real en favor de la Iglesia, pide que gobernadores, tenientes y alcaldes observen la inmunidad de los clérigos que hayan incurrido en delitos y los entreguen al juez eclesiástico. Pide que se den indios para limpieza, ornato y reparación de las iglesias, principalmente para la iglesia catedral. Más aún, solicita que los alguaciles de los obispos puedan portar vara "para ejecutar la jurisdicción episcopal". Pide al emperador más religiosos misioneros porque esta gente natural "toma muy bien la doctrina del santo Evangelio. Especialmente vengan al Cuzco dominicos para poblar una casa que está en esta ciudad y que los Indios tenían por casa y templo del sol, que es una cosa muy señalada".[1]


Etapa fundacional:

Fray Jerónimo de Loaysa (1543-75) fue el primer prelado de Lima. Convocó los dos primeros concilios limenses; en el primero se reglamentó el funcionamiento de las doctrinas; en el segundo se fijó en 400 indios casados el número máximo de cada doctrinero. La aplicación de las disposiciones tridentinas sobre la organización parroquial supuso un gran avance para la iglesia peruana, al desaparecer la primitiva división en repartimientos y encomiendas. Se crearon parroquias de indios atendidas por curas que conocían la lengua nativa de sus feligreses. Cuzco llegó a tener seis y Lima tres. Los límites de su jurisdicción eran los mismos de la ciudad limeña: por la costa del sur, hasta Arequipa, pasando por los valles de Nazca y confines del de Acarí; por el norte, zona igualmente litoral hasta Trujillo, Piura, Chachapoyas y Bracamoros; por la sierra, hasta Huamanga; hacia el este, hasta la provincia de los Angaraes y, más adentro, hasta León de Huánuco.

La Gasca colaboró mucho con Loayza en la pacificación del Perú; además fue su compañero de viajes, consejero y asesor, como por ejemplo, con el problema de los tributos encomenderos. Sin embargo La Gasca se retiró; y el primer Arzobispo de Lima se quedó prácticamente solo, lo que exigió que todavía continuara ocupándose en el asunto de la pacificación. Esto le impidió una mayor entrega a la evangelización que él mismo reconocerá pocos años después de finalizadas tales guerras civiles.

Loayza no sólo contribuyó eficazmente a la pacificación del Perú sino que también, junto con los misioneros de las Órdenes Religiosas, realizó una difícil labor pastoral, un grande esfuerzo por organizar su nueva diócesis y asentar sobre sólidas bases la conversión de los indios. El 3 de Febrero de 1549 le escribe al rey de España dándole cuenta de la buena marcha del Virreinato y del envío de las Instrucciones o Sumario de los artículos de la fe que había preparado para la catequización y buen trato de los indios; al mismo tiempo le manifiesta la idea de una junta de sus Obispos sufragáneos, “porque conviene mucho que, a lo menos en lo sustancial de la fe y administración de los Sacramentos, nos conformemos”.

En la misma, y como justificación de la presencia española en Indias, se refiere a la polémica sobre los títulos de conquista: “por cuanto el título y fin del descubrimiento y conquista destas partes ha sido la predicación del evangelio y conversión de los naturales de ellas al conocimiento de Dios nuestro Señor y, aunque esto generalmente obliga a todos los cristianos que acá han pasado, especialmente y de oficio incumbe a los prelados en sus diócesis...”.

Loaysa, sin embargo, argumentó solo con uno de los justos títulos de Vitoria: el de la propagación de la fe; y se adscribió, implícitamente, a la teoría de la soberanía universal de la Iglesia sobre todo el orbe. Por último, señala la responsabilidad de los obispos en la tarea evangelizadora, tal como se subrayará en Trento. Insiste en la responsabilidad de predicar en las lenguas autóctonas, unificar la catequesis y que se insistiese en la inmortalidad del alma al hablar de la antropología. Se insiste en la obligatoriedad –aunque sin coaccionar- del bautismo de los indios y cómo prepararles.

El 11 de marzo de 1560 publica una relación de 26 «Avisos breves para todos los confesores de estos reinos del Perú, cerca de las cosas que en él suele haber de más peligro y dificultad» para resolver las dificultades de los confesores, especialmente en el caso de la restitución. Por esta fecha, el Padre Bartolomé de las Casas había publicado unos «Avisos para confesores» (1552), en los que abogaba por una restitución total y absoluta de todo lo que los españoles hubiesen adquirido con motivo de la Conquista. De los diez teólogos convocados por Loaysa se colige que muy excepcionalmente una acción guerrera de los españoles podía ser justa, y que la restitución obligaba.

Así, después de haber informado a la Corona española, el Arzobispo Jerónimo Loayza convocó el Primer Concilio Limense con la participación de los Procuradores, representantes de los Obispos de Nicaragua, Cuzco y Quito; y lo pudo inaugurar el 4 de Octubre de 1551. La primera preocupación fue sobre la uniformidad doctrinal. Se publicó una Cartilla, con las oraciones, mandamientos, etc., que se debían aprender de memoria y en quechua. Y se exigió que los misioneros se ajusten a las «Instrucciones».

Respecto a la administración de los sacramentos, el Concilio resolvió que sólo se administrasen al indígena el bautismo, la penitencia y el matrimonio; quedando reservada a los Obispos la facultad de confirmar. Respecto al matrimonio, se admitió el privilegio paulino concedido por el Papa Paulo III. También se dispuso que se destruyan las «huacas», centros cultuales idólatras, o que se cristianizasen. Respecto a los españoles laicos, se les pedía que cumplan con sus deberes religiosos anuales y dominicales, respeten la inmunidad eclesiástica y la moderna legislación sobre los matrimonios. Y a los españoles clérigos, se les pedía la observancia litúrgica en las catedrales y demás iglesias; se insiste a su honestidad, a su vida económica y a la visita de los ordinarios a sus diócesis cada dos años.

Meses después de la bula «Benedictus Deus» del 26 de enero de 1564, por la que se ratificaba el concilio de Trento, Felipe II, el 12 de julio de 1564, confirmaba para todos sus dominios todos sus decretos y los elevaba a categoría de leyes del reino, prescribiendo que los arzobispos se reunieran en concilios provinciales en España y América para aplicar Trento. Envió al visitador Valderrama a México con instrucciones para convocar el concilio provincial. Toledo, Santiago, Tarragona, Valencia, Granada y Zaragoza cumplieron puntualmente el mandato. También lo hicieron México y Lima.

Conviene remarcar la trascendencia del concilio de Granada de 1565 en América. En especial debe notarse las influencias de las soluciones pastorales y evangelizadoras para atraer a los moriscos. En concreto, se urge la necesidad de recabar una buena información acerca de la idoneidad moral y académica de los clérigos; las condiciones sobre la licitud de la visita pastoral de prelados a hospitales, cofradías, iglesias y monasterios, regulación de los matrimonios clandestinos. De igual modo se aprobaron constituciones para los cristianos nuevos convertidos del Islam.

En 1567, se celebró el Segundo Concilio Limense con la finalidad prioritaria de promulgar el Concilio de Trento y la necesidad de conformar la labor evangelizadora con las disposiciones tomadas. Abordó dos grandes asuntos: las 132 normas de la primera parte se regularizaba toda la vida cristiana de la comunidad española, siempre según la pauta trazada en Trento y a la luz del primer concilio limense. Y la segunda parte la dedicaron a la comunidad indígena, se ampliaron muchas de las disposiciones tomadas en el primer concilio límense y se adoptaron todas las medidas que pareció convenir con la finalidad de hacer más eficaz y útil la labor evangelizadora de los misioneros. Comparando las normas de este segundo concilio con las del precedente y habiéndose ya transcurrido quince años, se puede notar un criterio de mayor amplitud respecto a la vida sacramental de los indios, lo cual revela un crecimiento paulatino del nivel religioso. Al Concilio se presentaron también tres «Memoriales», que después de examinarlos, negó u otorgó los postulados según creyó pertinente: - Por parte de los Cabildos representantes de las ciudades, defendían sus pretendidos derechos en el régimen eclesiástico, y de los encomenderos en oposición de las disposiciones conciliares en favor de los indios. - Por parte del Clero Secular, en desacuerdo con los artículos reformistas pertinentes a la vida clerical. - Por parte de las Órdenes Religiosas, en defensa de la autonomía interna y apostólica de sus miembros.

Al finalizar el gobierno de Loayza, establecida ya la Jerarquía eclesiástica en Sudamérica, la inmensa Arquidiócesis de Lima contaba con varias parroquias. Los misioneros de las diversas Órdenes Religiosas, según las características peculiares de su organización interna y métodos pastorales, y gracias a las normas dictadas por el I y II Concilio Limense, habían logrado cubrir toda la inmensa superficie evangelizando con especial dedicación al hombre de los Andes.

Entre las muchas obras que se realizaron durante el gobierno de Loayza y que caracterizaron a la nueva Iglesia del Perú, las más importantes en Lima fueron: el inicio de la construcción de la Iglesia Catedral de Lima, la Ciudad de los Reyes. Así, el 17 de Septiembre de 1543 firmó el acta de erección canónica de su Iglesia, que por voluntad del Papa Paulo III la designó como titular al Apóstol y Evangelista San Juan. También ordenó la construcción del primer Hospital de Santa Ana para indios, la creación de parroquias para indios, siendo primera la de Santa Ana (1550-1553), construida al costado del Hospital; la Universidad de San Marcos (1551), que fue fundada con los mismos privilegios y exenciones como las de Salamanca donde en 1580 se creó la Cátedra de Lengua Indígena, gracias a la gramática Quechua que elaboró el dominico Domingo de Santo Tomás para el aprendizaje de los misioneros.

A pesar de haber solicitado frecuentemente el regreso a España, debido a sus dolencias, nunca se le concedió; ya anciano, murió en su sede arzobispal, el 26 de Octubre de 1575, después de haber gobernado la diócesis durante 32 años.

Etapa de consolidación:

Se inicia con la notable labor pastoral de Santo Toribio de Mogrovejo (1581-1606), a raíz de la reorganización del virreinato por Francisco de Toledo. Celebró este arzobispo de Lima el III Concilio Limense (1582-1583), que ratificó el II Concilio (1567) y trazó las líneas pastorales que modelaron al catolicismo sudamericano hasta 1899, por lo menos, cuando el Papa León XIII convocó en Roma el Concilio Plenario Latinoamericano para delimitar las nuevas orientaciones pastorales.

Además, el III Concilio hizo publicar, en castellano, quechua y aimara, dos catecismos, un ritual, un sermonario y un confesional (1584). En las siguientes décadas la Iglesia peruana, cuya población peninsular y criolla había trasplantado el catolicismo español, parecía florecer en todas las capas sociales, y pronto aparecen los primeros santos americanos: Rosa de Lima, Martín de Porres, Toribio de Mogrovejo y Juan Macías.

Entre los indios, mientras se iniciaba el proceso de beatificación del primer santo indio, Nicolás de Ayllón, la evangelización entró entonces a nuevos cauces debido fundamentalmente al impacto del Concilio de Trento y los nuevos esfuerzos del catolicismo en el marco del Barroco reformista español. Hay aquí un mayor interés por cuidar que las prácticas cristianas de los indígenas estén acordes con la ortodoxia de fe. Mucho tuvo que ver en ello sin duda los cambios culturales e institucionales de fines del siglo XVI, aunque hay que decir que tanto en la Instrucción de Loaysa de 1549 cuanto en las normatividades del I Concilio Límense (1551), como del II Concilio (1567), se había pedido a los doctrineros tener mucho celo por la ortodoxia indígena, cuidando que no regresasen a sus prácticas religiosas previas, cuanto que sus costumbres culturales no tergiversasen el correcto sentido de su cristianismo recién asumido.

Tras las extensas visitas del Virrey Francisco de Toledo por todo el Perú, efectuando extirpaciones de idolatrías y destrucción de huacas y templos, como parte de sus labores de reordenamiento colonial, la llegada de los jesuitas al país, con su particular celo apostólico, su método de trabajo basado en la persuasión y la pedagogía, el uso de la retórica como instrumento de esta persuasión, a veces represor, y la denominación de la idolatría como «peste», que puede apreciarse en las ideas de José de Acosta, el contexto social y cultural entra en nuevo derrotero.

Aunque hay que decir que el arzobispo Toribio de Mogrovejo, en sus años al frente de la diócesis de Lima y con los instrumentos pastorales dados por el III Concilio Límense, cuidó mucho que este proceso de evangelización fuera pacífico y sin forzamientos. La obra de evangelización plena de los indígenas era fruto de los años y del particular celo de los doctrineros. En ese sentido los datos de sus extensas Visitas Pastorales efectuadas a las doctrinas en el centro y norte del Perú, son un fiel testimonio tanto de sus ideas sobre la evangelización cuanto del trabajo que iban desempeñando diversos sacerdotes.

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NOTAS

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JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ