OAXACA; Los mártires de Cajonos

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El martirio de los fiscales de Cajonos, fruto de la primera evangelización de Oaxaca

La historia de los llamados Mártires de Cajonos, los «fiscales» indígenas Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, se encuadra en el contexto humano, social y religioso de los antiguos pueblos Huaxyacatl, y en el contexto de la evangelización cristiana llevada a cabo por los misioneros dominicos españoles.

El ambiente socio-religioso de Oaxaca – y de la Sierra Norte en particular –, cuando se llevó acabo el martirio de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles en los «Cajonos», se encuadra en dicho contexto peculiar y dentro de la comunidad indígena de San Francisco Cajonos, lugar del martirio

San Francisco Cajonos

Es la Sierra de Oaxaca una extensión de terreno que se dilata al norte y al este de la ciudad, comprendiendo casi la mitad del territorio de lo que es hoy el Estado; erizado de montañas, suelen hallarse planicies hermosas en las cumbres. La vegetación es exuberante en las vertientes de algunas de las montañas. En las laderas brotan manantiales y en cañadas corren torrentes, que a veces se precipitan en hermosísimas cascadas y que uniéndose a otros confluentes llegan a formar majestuosos ríos.[1]El clima s regularmente templado húmedo.

Concretamente el pueblo de San Francisco Cajonos, perteneciente al Distrito de Villa Alta, está comprendido entre los 17º 12' de latitud norte y 2º 55' de longitud este del meridiano de México. Su extensión comprende un poco más de 16 Km, está situado a 1700 m. sobre el nivel del mar y su distancia de la capital del Estado es aproximadamente de 100 km.

La población de San Francisco confina al oriente con San Juan Bautista Yalalag o Villa Hidalgo, al poniente con San Pedro Cajonos, al noreste con Yatzachi el alto y el bajo, al norte con Zoochila y Zoochina, al sur con Sto. Domingo Xagacía y al sudeste con San Pablo Yaganiza. Se encuentra rodeado por los siguientes cerros: «La Mesa»al oriente, «La Cáscara» y «La Cruz del Milagro» al poniente, «Del Gavilán» al sur, «Del Agua» al sureste. Su clima es templado y frío por ser dominante el viento que sopla del norte. En esta zona se habla actualmente zapoteco,[2]y español.

Labor Pastoral de los Misioneros en la Sierra

El martirio de los fiscales de Cajonos tuvo lugar el 17 de septiembre del año 1700, periodo en que los frailes dominicos aún atendían la Doctrina de San Francisco, y fecha de vacancia episcopal.[3]¿Qué momento pastoral y cuál era la organización socio-política en que se encontraba la diócesis de Oaxaca cuando tuvo el martirio de los fiscales?

Desarrollo Pastoral en la Sierra

Desde que llegaron a Oaxaca los primeros misioneros dominicos, se dieron a la tarea de introducirse a la Sierra Norte. Fray Gonzalo Lucero, predicando por esos lugares hacia 1529-1530, fue quien preparó el terreno para que otros frailes misioneros siguieran su ejemplo con el mismo celo, hasta ofrecer la propia vida por evangelizar aquellos pueblos.[4]

Misión en la provincia de Villa Alta, logros y dificultades

La jurisdicción de Villa Alta era muy dilatada; su fundación se dio a propósito de la pacificación de los «netzichu» y de los «mixes», a quienes se refiere el Padre Gay al afirmar que “pudo más la humildad de Fray Jordán que la fuerza de las armas españolas”. En efecto, él junto con Fray Guerrero fueron quienes, después de Fray Lucero, se encargaron de su evangelización. De hecho, los dominicos, después de la ciudad, dirigían sus preferencias a Villa Alta, poblada entonces por treinta familias españolas.

El Obispo Zarate (1535-1555) puso ahí a dos clérigos; éstos además de la Villa atendían otros pueblos, hecho que llevó a descuidar pastoralmente la Villa. Ante ello, el Obispo proveyó instando el apoyo de los dominicos. Éstos mancharon a la Villa y fueron bien recibidos. Edificaron un convento con su primer prior, Fray Jordán de Santa Catarina (15 de enero de 1558), enviado por el provincial Domingo de Santa María. Con él llegaron también Fray Pedro Guerrero, Fray Pablo de San Pedro y Fray Fabián de Santo Domingo, que enseñaba a los niños para luego enviarlos a enseñar a otros pueblos.[5]

Fray Jordán predicó a los zapotecas de quienes aprendió y dominó su idioma; Fray Guerrero lo hizo a su vez con los mixes. Ellos fueron quienes congregaron a los indígenas en pueblos, les enseñaron algunas artes y la doctrina de la fe cristiana. Su trabajo apostólico fue sin duda arduo; ellos vivieron de cerca el encuentro con la antigua religión propia de esos pueblos, y con la idolatría por ella practicada. Ya por 1559 Fray Guerrero supo de la apostasía del cacique de Comaltepec, del de Choapan y del de Tabaá. En los tres lugares logró convencerlos de que entregasen los ídolos de sus principales deidades, y ellos obedecieron. El mismo hecho se repitió en los Cajonos donde “se recogieron de los templos y las habitaciones privadas ídolos de todas materias, de tamaños y figuras, y juntos con los instrumentos de culto se pusieron a los pies de Fray Pedro”.[6]

Partían a considerables distancias, llegando por un lado hasta Totontepec y por otro a la Chinantla, pues aún no estaban divididas las parroquias y todas dependían de la Villa Alta. Fray Guerrero tuvo como sucesor a Fray Luis de San Miguel, quien siguió el mismo camino.[7]Podemos decir que su misión fructificaba, pero como permanecían poco tiempo en cada lugar, el acompañamiento a los indígenas no era constante, y aunque abrazaban la fe, la abandonaban fácilmente, “o por lo menos, las viciaban mezclándola con sus antiguas supersticiones. Y así, a despecho del celo y actividad de los dominicos, la idolatría no había desaparecido.”.

El problema, sin embargo, no consistió sólo en evangelizar y convertir a los indígenas, quienes regresaban a sus idolatrías, sino además en moralizar a los colonos españoles por su comportamiento, que ciertamente no ayudaba al progreso del Evangelio.[8]

Gradualmente se fueron erigiendo parroquias,[9]no sin grandes litigios entre los obispos y los religiosos por motivo de la exención de éstos, litigios que tendían a marcar el nuevo rumbo de la evangelización. Los obispos salieron favorecidos, los frailes a cada paso cedían doctrinas y autoridad (1674).[10]

Las discusiones ocuparon tanto la atención de unos y otros que resultó perjudicial, ya que “los indios no diligentemente vigilados y doctrinados como en otros tiempos, volvían poco a poco a sus supersticiones”. Y, en efecto, diversos casos de idolatría se seguían verificando en las comunidades serranas y entre los pueblos de los Cajonos.[11]

Situación de la Diócesis y de Cajonos en torno al 1700

El Obispo Don Isidro Sariñana y Cuenca (1683-1969), en un informe de la diócesis dirigido a Inocencio XI (1676-1689), afirmaba que: “su dilatada diócesis, tocaba los dos mares, Pacífico y Atlántico, y confinaba con los obispados de Puebla y Chiapas. La formaban ciento y un curatos, dos curas rectores en el Sagrario de la catedral; el curato de Jalatlaco, de indios, al cuidado de un clérigo secular, y cuarenta y cuatro administrados por dominicos. La catedral constaba de cuatro dignidades: deán, arcediano, chantre y tesorero, y de cinco canonjías”.[12]

El lugar lo describe como poco accesible, con veinticuatro diversas lenguas, dificultades a la que se sumaba la escasez de sacerdotes, “aunque la aplicación del clero secular y de los dominicos suplía parcialmente la insuficiencia del escaso número”. El obispo, en atención a ello, atendía solícitamente al colegio-seminario – erigido en la ciudad con el título de «Santa Cruz»-, con letras de Inocencio XI, donde se acogían, educaban e instruían veintiocho colegiales con su rector, y en el colegio de San Bartolomé – fundado por el obispo Fray Bartolomé de Ledesma (1584-1604) –, se formaban de ocho a diez alumnos de facultades mayores bajo el cuidado de un clérigo secular de virtud y ciencia.

En el colegio de Santa Cruz se leían artes y teología escolástica en dos cátedras, de prima y vísperas, y teología moral. Tenía además este colegio una gran biblioteca donada por el obispo diocesano, doctor don Nicolás del Puerto (1678-1681). La Compañía de Jesús leía en su colegio gramática, artes y teología escolástica.[13]

El prelado, asimismo, visitó “parte de la Sierras, la Costas del Sur y la Mixteca Alta y Baja, provincias que comprendían 45 iglesias parroquiales, con 441 pueblos y, administrando la confirmación a más de 36 970 personas en diferentes lugares; encontró que los niños estaban bien instruidos en la doctrina cristiana: la sabían y decían con mucha gracia en sus lenguas naturales”. Fue testigo de ello y de las prácticas piadosas y penitenciales de parte del pueblo y sobre todo de las mujeres.[14]

A esto, sin embargo, se contraponía la presencia de poblaciones todavía paganas y prácticas idolátricas, con oblación también de sacrificios. Él mismo afirma que en 1683, en el pueblo de San Vicente del Beneficio de Ejutla, descubrió “dos indígenas maestros y dogmatistas que se valían de libros para este diabólico ministerio; y otros libros se quemaron públicamente en la plaza de esta ciudad, poniéndolos al fuego los mismos reos, a los cuales, después de azotados por las calles, absolví de la excomunión públicamente con las solemnidades que dispone el Ritual Romano.”

Otros maestros y dogmatistas se habían recluido algunos años en conventos de religiosos de la capital, donde servían y eran también enseñados. En 1685, en el beneficio de Santa María Ozolotepec, reconcilió con la Iglesia a 124 indígenas idólatras de diferentes pueblos de aquellas sierras. “Estas supervivencias idolátricas…, las atribuía el obispo a la inopia de ministros, que imposibilitaba la necesaria predicación frecuente y repetida”.[15]

La misma entrega pastoral siguió Don Fray Ángel Maldonado, sucesor de Sariñana, quien visitó dos veces la diócesis, comenzando el mismo año en que llegó a Oaxaca. Ya “desde los Cajonos, por donde la comenzó, «encontró muchos abusos que extirpar, numerosas y arraigadas idolatrías», pueblos que tenían que ser visitados con más frecuencia. Para sanar tal necesidad, procuró crear nuevas parroquias y conferirlas a sus clérigos”.

Llegó a un acuerdo con los frailes dominicos el 4 de julio de 1704, pero al seguir los conflictos y reconocer la Provincia que esos pleitos empobrecían y relajaban la disciplina, “para no acabarse de perder”, se decidieron a dejar siete conventos, celebrando nuevos convenios con el obispo el año 1712.[16]

Al obispo Sariñana siguió el Ilustrísimo fray Manuel Plácido de Quiroz, benedictino, quien tomó posesión el 9 de diciembre de 1699 pero falleció tres meses después. La sede vacante se ofreció a un franciscano llamado Manuel Mimbela pero no la aceptó. Fue Maldonado quien aceptó y gobernó por 27 años. Llegó a Oaxaca el 2 de julio de 1702 y tomó posesión de la diócesis el día 10 del mismo mes.[17]

Ésta era a grandes rasgos la situación pastoral en que se encontraba la diócesis y en especial la Sierra, cuando se dio el martirio de los fiscales en 1700. Los Cajonos pertenecían a una de las provincias donde más se tuvo cuidado de purificar las antiguas creencias.

Organización socio-política de la Diócesis de Antequera-Oaxaca

¿Cómo estaba estructurada y dividida la diócesis tanto en su gobierno civil como el religioso, y más en concreto la comunidad de san Francisco Cajonos? En cuanto al gobierno y organización civil de lo que correspondía territorial y administrativamente a la diócesis, a mediados del siglo XVII se encontraba dividida en 18 Partidos gobernados por subdelegados: Teotitlán del Valle, Zimatlán, Huitzo, Tehuantepec, Huamelula, Nejapa, Santa María Ecatepec (Chontal), Miahuatlán, Villa Alta, Choapan, Teococuilco, San Pedro Teutila, Teotitlán del Camino (o mejor Cuicatlán), Jamiltepec, Nochistlán, Teposcolula, Huajuapan y Justlahuaca.[18]

En cuanto al contexto religioso, encontramos que “el territorio de nuestras naciones se dividió en cinco casas principales de dominicos, para que éstos cultivasen en lo espiritual y temporal a estas naciones ya reducidas, y lo fueron: la de Totontepec, Juquila, Quesaltepec, Choapam y Cajonos.”[19]Muy pronto la provincia de Oaxaca contaba con cinco grandes prioratos y más de treinta vicarías:

Prioratos: Sto. Domingo de Oaxaca, Santiago de Chilapa, San Pedro de Tehuantepec, Sto. Domingo de Yanhuitlán y la Asunción de Tlaxiaco.

Vicarías en el Valle de Oaxaca: San Pablo-Etla, San Pablo-Huazolotitlán, Zaachila, Zimatlán, Sta. Cruz Mixtepec, Sta. Ana Zegache, Ocotlán, Sta. Catarina Minas, San Baltasar Chichicapa, Sto. Tomás Jalieza, San Juan Teitipac, Tlacochahuaya, Teotitlán del Valle y Tlalixtac.

Vicarías en La Sierra: San Ildefonso Villa Alta, Santiago Choapan, Totontepec, Juquila, Mixes, Quezaltepec, Nejapa, Tepuxtepec, los Chontales, Tequisitlán, Jalapa y San Francisco Cajonos.

Vicarías en la Mixteca: Achiutla, Jaltepec, Tilantongo, Nochixtlán, las Almoloyas, Tecomoxtlahuaca y Juxtlahuaca.[20]

La vicaría de San Francisco Cajonos en la Sierra comprendía los pueblos de: San Francisco, San Miguel, Sto. Domingo Xagacía, San Pablo, San Mateo, Zoochila, Zochina, Guiloxi, Yagüio, Laxopa, Yazachi, Lagoches, Zoogocho, Yalina, Solaga, Yogüeche, Suchistepeque. San Francisco Cajonos es una de las parroquias más antiguas de la Arquidiócesis de Oaxaca, se encuentra ubicada al noreste de la cabecera arzobispal. Burgoa refiere que se instituyó como doctrina en 1623, y en un libro de 1630 que se conserva en el archivo parroquial de Santiago Zoochila dice textualmente: “En el pueblo de Santiago Zoochila sujeto a la doctrina de San Francisco Cajonos...”.[21]

Singularidad de los pueblos Cajonos

Las poblaciones de los Cajonos se distinguieron, ya desde entonces, como un pueblo muy particular; basta leer lo que de ellos refiere el P. Burgoa en su «Descripción Geográfica».[22]Ahí se lee que “la condición heredada de éstos Cajonos, es como la de los rubenitas, desleales, varios, altivos, codiciosos, comerciantes y mercaderes, júntaseles los que llaman nexichas, astutos, maliciosos, inclinados a robos y desacatos, con otros serranos supersticiosos, acostumbrados a la alevosía y hechiceros”.[23]

Confirma, además, que de ellos se ocuparon los misioneros dominicos de manera particular, primero con la santidad y doctrina de Fray Jordan, quien “visitábalos a menudo, predicándoles, enseñándoles la doctrina y reduciéndolos a los aranceles de la fe”, y que aun así… “los errores, las idolatrías, y supersticiones que entre ellos se han continuado como embebidos en las venas, los califica de herencia suya, de sus mayores, y el mesmo nombre de esta Nación y en su etimología que en su lengua se llaman «benixono», corresponde al «necrescas», de Rubén, significa: hombre contrahecho, o impedido, o que huyes, u ocho en número, como los hermanos de Rubén de madre y parece que lo estaban por naturaleza para las cosas de Dios, los de esta nación”.[24]

Y luego, por la exigencia que vieron de residir en el lugar para bien de los mismos Cajonos, en fundar una doctrina propia, la de San Francisco Cajonos:

“y por todo habría motivos para no fiar de ellos en fundarles doctrina aparte, hasta verlos más reducidos y devotos y más domésticos para las cosas del culto divino a que acuden las demás sus visitas, con el canto eclesiástico que aprenden para las misas, vísperas y salves, en canto de órgano y adorno de sus iglesias, en que no se ha trabajado poco y el año de 1623, en un Capítulo Provincial, en que salió electo nuestro padre Fray Juan Enríquez, por mandato del Virrey y Audiencia, con Provisión Real se instituyó en doctrina, nombrando, por su primer vicario a un sujeto docto y muy escogido ministro, como pedía la necesidad… trató con ellos de que se hiciesen iglesia decente y aunque aplicó la eficacia de su condición que era mucha, no alcanzó a moverlos…, faltaba el alma que era la devoción y se escogían torpes las manos para la obra”:[25]

El Padre Burgoa cuenta que, visitando en persona la casa, por 1652, conoció a un anciano “a quien respetaban con más atención, y llegándome a dar la bienvenida, y dar razón de la administración de la doctrina de su pueblo, reconocí que era muy ladino, y por algunas circunstancias que la experiencia me ha enseñado recelé de la cristiandad de su fe”; esta inquietud lo llevó a preguntar al Vicario a cerca de tal anciano, y de él se refirió lo más positivo; no satisfecho con ello, el Padre Burgoa encargó al Vicario “se desvelase mucho en asegurar la buena opinión de aquel cacique”.

Pocos meses después se supo que se trataba del “mayor dogmatista y el sacerdote de ídolos que tenía aquella tierra y su pueblo, la sinagoga célebre de aquella Nación.”[26]El desenmascaramiento se dio a propósito de un «sacrificio de expiación» que el anciano dirigía como sacerdote tradicional o pagano del lugar; el hecho fue descubierto, se dio parte a las autoridades correspondientes, y en adelante se tuvo “el cuidado posible de doctrinarlos aunque hay recelos bastantes de la obstinación en esta infidelidad”.[27]

El mismo Padre Burgoa termina su capítulo describiendo – del lugar, como de la gente – en manera muy positiva, y habla explícitamente de “algunos hombres y mujeres devotas de muy buen sentimiento,”, y esto porque estamos a pocos años de lo que más tarde acaecerá en esta misma Doctrina, el martirio de los fiscales, a propósito de un acto similar de idolatría, y donde los fiscales muestran la máxima fidelidad a su misión, no sólo por deber, sino por convicción, devoción y amor al Evangelio y a la Iglesia, misma que comenzaba a crecer entre ellos.

Sucesos y argumentos que tocan el caso de los Mártires

Para lograr una mejor reflexión sobre el caso de los Mártires indígenas de Cajonos, es preciso referir algunos antecedentes que se relacionan con él; ello ayudará a encuadrar y comprender mejor la raíz y el porqué del martirio en San Francisco Cajonos. Para ello hay que referir la importancia que para este caso tiene el III Concilio Mexicano, y cómo se vivieron – y viven – sus disposiciones en las comunidades de Cajonos.

Tercer Concilio Provincial de México (1585): Contexto y Objetivo

Un evento indispensable para enmarcar el hecho es el Tercer Concilio Mexicano, el cual postuló las cláusulas referentes a los diversos servicios que cada fiel o ciudadano tenía que prestar a su comunidad, datos estos que refieren el cargo que desempeñaban los mártires cuando fueron sacrificados.

Sesenta años después de iniciada la evangelización, cuando ya la obra de evangelización había dado pasos firmes, se reúne en México, bajo la presidencia del arzobispo Pedro Moya de Contreras, el III Concilio Mexicano al cual asistió también el obispo de Oaxaca, Bartolomé de Ledesma.

El Concilio, que dio inicio el 20 de enero de 1585,[28]“se reúne para aplicar las decisiones de Trento y para revisar las disposiciones del I y II concilio provincial”,[29]y para sanar la situación a veces deplorable en que se encontraban los indios, y además – según una carta dirigida al rey –, en la necesidad de unificar la acción misionera bajo la autoridad de los obispos; se insiste también en la urgencia de que religiosos y seglares aprendan la lengua del país; se pide asimismo, facultades para aplicar con suma dureza penas contra la idolatría.

El indígena es comprendido como una persona con capacidad intelectual y moral, aunque con suma «rudeza». Tienen el derecho a los sacramentos y la libertad propia de la libertad natural. En el orden espiritual, el Concilio decretó la primacía a la predicación y a la misión, legisló también a cerca de las « reducciones»: “que los indios no vivan dispersos en las soledades, sino que se reduzcan a pueblos numerosos y vivan en sociedad”. Por último, el Concilio se propuso ayudar a superar la antigua religión por medio de la evangelización, combatir las idolatrías que los indios continuaban a veces practicando, y evitar que vuelvan otra vez a la idolatría.

El mismo Concilio procuró, como medio para consolidar los avances ya obtenidos, el establecimiento de una escala de cargos públicos, cuyo desempeño se iniciaba en la infancia y culminaba en la edad adulta, en la que se ascendía previa comprobación de haber cumplido con el cargo anterior; se pasaba de cargos «menores» (acólito o topil), hasta llegar al cargo importante, el de «fiscal».

El propósito era establecer una base para en adelante seguir con la tarea de mejoramiento colectivo, tanto en lo social como en lo espiritual. La promoción civil y religiosa se entrelazaba en forma íntima en una sociedad donde ambos aspectos se encontraban de hecho íntimamente unidos. Teniendo en cuenta que el establecimiento de tales cargos tuvo lugar en 1585, y que los acontecimientos de San Francisco Cajonos ocurrieron en 1700, es de reconocer que los entonces fiscales Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles desempeñaban una misión que tenía más de un siglo de establecida, y hasta la fecha, todavía quedan usos de estas funciones en muchos lugares de la América hispana indígena; entre ellos en San Francisco Cajonos.

El Oficio de Fiscal

El oficio de fiscal se dirige al bien espiritual de los indígenas; fue instituido principalmente para ayudar al sacerdote como auxiliar y «vigilante» de las costumbres públicas, con deberes y obligaciones bien definidas. Las cláusulas del Concilio para el oficio de Fiscal, precisan cuáles eran sus deberes u obligaciones, su ministerio y compromiso con la Iglesia y con su pueblo:

“«Titulo IX», del oficio de Fiscal (61), y del derecho del fisco [control]:

§ 1. Los fiscales no ejerzan el oficio sin que les preceda un juramento.
§ 2. Tome Información de los Párrocos sobre los públicos delincuentes, para proceder en su contra.
§ 3. No se extienda esta averiguación a delitos cometidos antes de tres años, a no ser gravísimos.
§ 4. No procesa contra alguno con injurias leves de palabra, sino a pedimento del agraviado.
§ 5. Exija la multa de los reincidentes y sujételes a las debidas penas.
§ 6. No deje sin permiso del juez las causas del oficio.
§ 7. No sobresea por regalos en la formación de las causas.
§ 8. No reciba donación de ninguna clase.
§ 9. No procesa contra alguno, si el acusador no diere caución de los daños y costos.
§ 10. No procesa contra ningún clérigo, si no precediere pública infamia o prueba.
§ 11. Haga por escrito las acusaciones.
§ 12. No reciba de los capellanes que soliciten disminución de cargo de misas, o de los que pidan ser restituidos al asilo eclesiástico.
§ 13. Págueseles las expensas, si alguno ha sido condenado a pagarlas.
§ 14. Si el reo sale de la cárcel bajo fianza, haga despachar su causa con prontitud.
§ 15. No se ingiera en las causas de parte. No retarde las causas de los indios.
§ 16. En las causas que se siguen de oficio, avise al juez para la presentación de testigos.
§ 17. No concluyan las causas con sola información sumaria.
§ 18. Asista siempre al juez mientras está en el tribunal.
§ 19. Qué deba hacer cuando se extienden capítulos de acusación contra alguno.
§ 20. No denuncie de adulterio a ningún clérigo sin suma circunspección, y por medio de notario clérigo.
§ 21. Dentro del tercer día tomen nota de las causas.
§ 22. Dentro del mismo término denuncie a los reos.
§ 23. Oficio de los fiscales inferiores.
§ 24. No entablen acusación sobre cosas de poco momento”.[30]

De lo anterior se percibe cómo el cargo de «Fiscal» pedía un juramento antes de ser ejercido, de fidelidad en todo por el honor de Dios y por el bien de las almas (§ 1); en él se buscaba, junto con la disciplina eclesiástica, el mismo orden social (§§ 2, 5, 14, 23). El fiscal podía acusar tanto a seculares como eclesiásticos, pero a éstos, sólo en faltas graves y recientes (§§ 3, 4, 10, 20). Su responsabilidad era tan grave que él mismo, en caso corrupción, caía bajo pena pecuniaria u otros castigos inclusive el de perder el oficio (§§ 7, 8, 23). Se exige ante todo justicia y verdad (§§ 15,17); el servicio es ante todo «gratuito» (§ 12), aunque se le pueden pagar las expensas si al reo se le condena a pagarlas (§ 13). Reportamos el § 23, que parece resumir el conjunto:

“Los demás fiscales inferiores y ejecutores de las iglesias, que residen fuera de la curia episcopal, averigüen diligentemente quienes no oyen misa ni guardan las fiestas, o asisten a la Iglesia con poca reverencia; así como los demás pecadores públicos y viciosos de los expresados en los edictos generales y en el título de los días feriados. Y observen también si las tabernas, fondas y semejantes tratos públicos están patentes a todos con las puertas abiertas, y si allí se venden bebidas y viandas en los días de fiesta mientras se celebran las misas. En tiempo en que se hacen rogativas, vean si asisten decentemente a las procesiones. Y cuando hallaren culpable en todas estas cosas, denúncienlo a los Vicarios, para que tomen las providencias a que en razón de su oficio están obligados. No procesan en todo esto negligentemente ni entren en concierto con nadie, ni se dejen cohechar directa o indirectamente por dinero, ni reciban donaciones, regalos o cosa semejante de los vecinos de su distrito, bajo pena de restituir el cuádruplo, y de ser castigados al arbitrio de los jueces, hasta la privación del oficio”.[31]

Ya en la práctica, cada Doctrina, aun si no había sacerdote, tenía su fiscal, («tepixques» en náhuatl), “encargado de reunir a los habitantes para la misa y el catecismo, que debía presentar en la visita del obispo a los jóvenes y adultos para la confirmación, vigilaba que los recién nacidos recibieran el bautismo y se confesaran los adultos en cuaresma, lo mismo hacía con los matrimonios, con las costumbres de los esposos, ya que debía señalar los casos de adulterio y concubinato, denunciar a los borrachos, impenitentes y mercaderes de vino”.[32]Así lo practicaron los fiscales de Cajonos.

Organización indígena de los Cajonos

En la doctrina de los Cajonos también encontramos que el cargo de «fiscal» sigue los aspectos arriba señalados, además, refieren una educación de los «fiscales», un camino que debían recorrer para alcanzar tal cargo en el pueblo.

La educación y los diversos cargos antes de llegar a ser fiscales.[33]

Los niños de esta región serrana comenzaban desde edad temprana, a empeñarse en las actividades de casa o del campo de acuerdo a sus capacidades; su educación se basaba además de la moral familiar, en el aprendizaje de la lengua castellana acompañada de la doctrina cristiana; tal educación era como la base para los deberes y responsabilidades de los posibles futuras responsabilidades en la vida social.

Instruyendo y orientándolos, el misionero cuidaba de toda esta formación, para tener en ellos una base y ayuda, para enseñar a los fieles la doctrina cristiana. Recibían también instrucción litúrgica, la ética y moral cristiana para disponerlos a un recto juicio en los diversos casos de adulterios, idolatrías o amancebamientos que podían darse en su población, y para ayudar a orientar a sus paisanos según las normas de la fe cristiana.

Los cargos propiamente dichos, inician con el de «acólito» o «auxiliar del sacristán mayor» (8 o 9 años) en los arreglos del templo y ayudar en la celebración para la misa y comulgar. El siguiente es el de «sacristán menor», éste tiene la obligación de ayudar al «sacristán mayor» en todo el servicio que sea necesario en la iglesia. Le sigue el de «topil» (servidor) de la Iglesia, auxiliar del sacerdote, y acompaña a éste cuando se visitan otras poblaciones y toca las campanas para llamar a Misa. Luego viene el de «sacristán mayor», ya de adolescente, encargado de supervisar el cumplimiento de las responsabilidades de los anteriores y tener siempre listos los ornamentos indicados para la celebración de culto correspondiente.

El cargo siguiente es el de «topil del ayuntamiento», cargo que a diferencia de los anteriores dura dos años y que – como los siguientes –, refiere asuntos relacionados con el municipio, uno subordinado a otro, pero siempre de respeto y responsabilidad mutua. El «topil» bajo la autoridad del Presidente Municipal o Mayor de vara, se encarga de: citar a los vecinos para alguna reunión o trabajo de «tequio» ,[34]excavar las sepulturas y trasportar el cuerpo en caso de sepelios.

La escala continúa con el «Juez de tequio», éste vigila el cumplimiento de los cargos o turnos asignados a quienes de deber. Le sigue el «Mayor de vara», luego el «Regidor», el «Síndico Municipal» y después el «Presidente Municipal», responsable del progreso de la comunidad; los diversos tipos de documentos requieren de su firma. El largo recorrido de cargos públicos termina con el «Alcalde único Constitucional». Éste se encarga de tomar conocimiento de todos los delitos o faltas conocidas, interviene también en el otorgamiento de testamentos, teniendo relación con el agente del ministerio público del distrito al que corresponde.

En efecto, tal cargo era honroso después de un servicio a la Comunidad y a la Autoridad del pueblo. Se servía ya con mayor madurez, su vara con cabeza de plata abría las procesiones; fungía, además, como representante del sacerdote en el templo, en las visitas de los fieles, velando por las costumbres del pueblo. Estaba al frente de todo lo que era actividad de la iglesia, orientando a los que vivían en mal estado a abrazar una vida digna de cristianos, denunciando las brujerías y hechicerías y desterrando la idolatría de sus pueblos, impulsando la asistencia de los niños al catecismo.

Ésta es la figura de los fiscales en la organización de los pueblos Cajonos y de otros pueblos circunstantes. A esto, agréguese lo ya citado sobre las disposiciones del III Concilio Mexicano sobre el servicio a la Iglesia y a la moral social. Con el servicio de fiscal termina un ciudadano su compromiso con el pueblo y con la iglesia.[35]

Biografía y Martirio de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles

Juan Bautista nació el año 1660,[36]en San Francisco Cajonos, Distrito de Villa Alta; no se duda que haya servido, para bien de su pueblo y de la Iglesia, en diversos cargos, hasta llegar a ser Fiscal. Fue padre de una hija llamada Rosa bautizada el día 1 de octubre de 1689, según acta de bautizo que se presenta en la documentación del proceso de su Martirio, y en la cual consta su matrimonio con la señora Josefa Cruz.

Jacinto de los Ángeles nació por el año 1660 en San Francisco Cajonos; debió servir en los diversos cargos hasta llegar al cargo de Fiscal. Se casó con la señora Petrona de los Ángeles, según se lee en el libro de matrimonios de la parroquia de Zoochila. Tuvo dos hijos: Juan y Nicolasa, según confirma el libro I de bautizos de San Francisco.[37]Fue legitimo descendiente de caciques principales, según afirman declaraciones que presentaron sus nietos en el año 1775 al solicitar a las autoridades que se les reconociera su nobleza y descendencia.[38]

En el año de 1700, desempeñando ambos el cargo de Fiscal en San Francisco Cajonos, sucedió, el día 14 de septiembre, que los habitantes del pueblo, en su mayoría cristianos, fueron sorprendidos celebrando un acto solemne de idolatría. Al percatarse de ello, ambos fiscales, Jacinto y Juan, movidos por fidelidad a su fe y por amor a la Iglesia, lo comunicaron a las Autoridades Eclesiásticas.[39]

Este acto de denuncia acarreó consigo toda una serie de agitaciones que llevaron al martirio a los fiscales. Y en efecto, los fiscales, conscientes del riesgo que corrían sus vidas con hacer tal denuncia, sin vacilación alguna enfrentaron las consecuencias: “vamos a morir por la ley de Dios; como yo tenga a su Divina majestad no temo nada, ni he de necesitar armas”.[40]

Y a lo dicho, al día siguiente, 15 de septiembre, la gente del pueblo se amotinó y exigió a los frailes dominicos la entrega de los fiscales, y Don Antonio Pinedo, después de mucha insistencia de parte de ellos, los entregó a sus paisanos. Testimonios afirman que “Jacinto de los Ángeles pidió a los religiosos que los confesasen, y que si era posible les diesen la comunión, y que él iría sin armas a morir, a morir también por la ley de Dios”.

Los documentos relativos a la fama de santidad y al proceso civil confirman el hecho de que los fiscales sufrieron flagelación por parte de sus paisanos “hasta perder el conocimiento”, tuvieron un «vía crucis» de San Francisco a San Pedro, donde aparte de azotarlos se les proponía “que abjurasen de su fe”.

El día 16 se los llevaron de San Pedro, a los llanos de San Miguel, simulando ir a Oaxaca; entonces, tomando la vereda que conduce a San Pablo Yaganiza, y a Santo Domingo Xagacía, los atormentaron de nuevo cruelmente y les ofrecieron otra vez ayuda y otras promesas, si renegaran de su fe; mas viendo su fidelidad y constancia, los despeñaron, les quebraron las piernas dándoles machetazos en la cabeza y en todo el cuerpo, y con un machetillo casi los degollaron, “les sacaron el corazón y se los echaron a los perros pero estos no se los comieron”.[41]

Los verdugos Nicolás Aquino y Francisco López, “bebieron un poco de sangre de Jacinto de los Ángeles y de Juan Bautista respectivamente «para sentirse bien»”. Los enterraron en el mismo monte de Xagacía. Desde entonces, los pueblos de esa región, conocen al monte de su sacrificio con el nombre de «Monte Fiscal Santos».

Fama de Santidad y Realidad del Martirio de los Mártires de Cajonos .[42]

La tradición sobre los Mártires ha sido ante todo oral, y viene trasmitida de generación en generación. El antiguo arzobispo de Antequera-Oaxaca, Eulogio Gillow, ya a finales del siglo XIX procuró recoger tales testimonios en diversas entrevistas a los vecinos de la región.[43]La búsqueda de testimonios reconoció a cada paso la gran fama del martirio y santidad de los fiscales.

Entre ellos referimos tres de particular interés; el primero es el testimonio de la señora María Luna Castillo sobre la tradición del hecho y de la azucena que floreció sobre el lugar de su sepultura; el segundo, del mismo Don Eulogio Gillow, y el último el relato de un historiador sobre el hecho mismo.

De las inquisitivas del obispo Gillow tomamos el testimonio de Ignacia Noriega, de entre 70 años de edad, viuda y natural de Villa Alta. Ella, habiendo ido a San Francisco Cajonos, ya a la distancia de treinta y cinco o cuarenta años, a visitar a su tía doña Isidora Castellanos, notó que colgaba en la cabecera de la cama que se le había preparado un cuadro al óleo, representando un santo que le pareció extraño:

El retrato, dice, era de medio cuerpo, y no recuerda bien la vestidura que llevaba, pero sí tiene presente que tenía en la mano una vara como la que usan los fiscales en los pueblos. Preguntando a su tía qué santo era aquel que tenía en la cabecera de la cama, le respondió que era el retrato de Jacinto de los Ángeles… Preguntando de nuevo a su tía qué noticias tenía de las reliquias de los Venerables Mártires o de sus restos mortales, le respondió que se habían encontrado, debido a que Juan Piche… se comprometió a enseñarle los restos de su marido – a la viuda de Jacinto para que se casara con él –, y al efecto la llevó al lugar donde estaban enterrados los restos de los mártires… Al llegar la viuda de Jacinto al lugar señalado por Juan Piche, vio una mata de azucena muy frondosa que tenía una hermosa flor abierta…[44]

Esta «voz», con éstos u otros detalles, corre por el rumbo de los Cajonos. Los aspectos importantes a subrayar aquí son: el retrato, el encuentro de las reliquias de los mártires y la azucena. El obispo Eulogio Gillow y Zavalza afirmaba ya que “la existencia de varios cuadros o retratos semejantes al anteriormente descrito, se halla confirmada por la relación que hacen otras varias personas que suministran los mismos detalles y añaden otros pormenores”.[45]En efecto, las declaraciones muestran, a parte de los hechos, la devoción,[46]una descripción fisonómica,[47]la traslación de los restos a Villa Alta, y algunos prodigios ya obrados por los mártires.[48]

En cuanto al obispo Eulogio Gillow, se firma que sufrió de «Tifo» y que estando en mejoría se le declaró una apendicitis aguda, tuvo algunos tratamientos inclusive en la capital de México con doctores distinguidos, se le recomendó operación, cosa que no se advino, y se sujetó a una dieta especial. En una visita pastoral a Villa Alta en la fiesta de Corpus del año 1889, el Prelado fue curado con las reliquias de los Mártires.

“El día de Corpus después de celebrar la Santa Misa, ordenó el Sr. Obispo a su familiar, que entonces era el Padre Pedro Rey, que llevara de la Sacristía la caja con los huesos de los venerables mártires a la recámara, y allí, sacando el referido sacerdote las calaveras, tocó con cada una de ellas la parte, haciendo la señal de la cruz, y en el acto el Prelado se sintió aliviado; en prueba de ello asistió al banquete… Al regresar a Oaxaca con los preciosos restos de los venerables mártires llamó a su doctor habitual, el Dr. Ramón Castillo, y a la vez al Sr. Dr. Fernando Sologueren, para que lo reconocieran: ambos con gran sorpresa encontraron que no quedaba el menor vestigio de tan peligrosa y delicada enfermedad…”.[49]

En los primeros decenios del siglo XX, un historiador toca el tema del martirio como un momento particular en la historia de Oaxaca: “hace más de doscientos años – afirma – que murieron los fiscales y en torno de ellos ha florecido la leyenda de su santidad. La fe cristiana fue formando en torno del suceso la historia de la glorificación…”.

En efecto, el autor percibe la importancia del hecho y no sólo la registra en su historia, sino que da este detalle de “la leyenda de santidad” como el la nombra, además, confirma la presteza del arzobispo Gillow respecto al caso ratificando que “recogió las tradiciones de los milagros operados al invocar con fe la memoria de los fiscales”; y anota también que los “huesos los llevó más tarde a Oaxaca, sujetándolos a un examen pericial que hicieron tres médicos para lograr su identificación científica”.[50]En su opinión dice:

“Quién sabe si algún día las campanas de los templos serranos voceen enloquecedoras, noticias alegremente la santificación de aquellos indios. Yo creo que para entonces, los cuadros murales que existen en San Juan de Dios y que reconstruyeron las sombrías escenas del último año del siglo XVII, serán de mayor admiración y no provocarán a los muchachos - como antaño a mí - inquietudes que motivaban pesadillas truculentas. Para entonces, si llega el caso, arderán ceras en los altares, frente a las imágenes sangrientas de aquellos nobles indios, de San Juan y San Jacinto mártires”.[51]

Éstos tres testimonios, presentados cronológicamente, muestran como la fama de martirio y santidad de los «fiscales» comenzó desde su muerte, y ha permanecido a través de los años gracias no sólo al interés de los obispos, sino, y sobre todo, a la misma fe cristiana del pueblo indígena que fue forjando una tradición de la santidad de los mártires.

Fueron los mismos indígenas quienes reconocieron la santidad de sus paisanos no sólo recordándolos, sino venerándolos e inclusive solicitando su favor. Ésta tradición fue la que inquietó a clérigos y obispos – y no algún otro interés –, y ello mismo los llevó a instar “una declaración solemne y explícita de la Santa Sede”, como ya anhelaba el arzobispo Don Eulogio Gillow.

La Realidad del Martirio de los Fiscales

La veracidad del hecho consta ya por testimonios orales referidos, pero existen tres documentos del expediente original de la causa criminal que se instituyó en el Juzgado de 1ª Instancia del Partido de Villa Alta, Oaxaca, durante los años de 1700 a 1702,[52]que ratifican los hechos vividos en la comunidad de San Francisco Cajonos los días 14 al 16 de Septiembre de 1700.

En una carta de justicia que el alcalde mayor de Villa Alta dirige al alcalde mayor de Teotitlán y Macuilsuchi, se mencionan las diligencias necesarias que se han tomado, de ellas – se afirma –, “casi se verifica” que después que sacaron a los fiscales de la cárceles de San Pedro, los llevaron por el monte «Tanga» y que uno está muerto y el otro ahorcado “por la parte y camino que de dicho monte va para el río nombrado Zempoalatengo”, por ello pide se mande personas de confianza a registrar el lugar para ver si se les encuentra vivos o muertos y de ello se hagan diligencias por escrito,

“… para que en sí o a lo menos en sus cadáveres y mujeres e hijos puedan ser honrados y premiados como lo han merecido su fidelidad y la causa porque han padecido. Y porque los referidos parajes son de esa jurisdicción, de parte de S.M., q.D.m.a.g., exhorto y requiero y de la mía ruego y encargo, que siéndole presentada esta mi carta y pedido su cumplimiento, se sirva mandar que una persona de su satisfacción con los indios que les parezca conveniente, pasen a esos parajes…”.[53]

Subrayemos un aspecto que puede pasar inadvertido. Se trata del tino que tiene el alcalde Mier del Tojo, al considerar la dignidad que en adelante merecían los sacrificados, resaltando, además, su fidelidad. El alcalde es consciente también de que ellos entregaron su vida por una causa justa («por la causa de Dios» afirma en otra de sus cartas [Cf. SMC, 2.2]).

Una carta del Cabildo de Antequera-Oaxaca al Virrey de la Nueva España, nos muestra que en el seguimiento del proceso civil hecho por el alcalde Mier del Tojo, se recurrió a las instancias correspondientes y verifica la importancia que se le dio al hecho martirial.

“Recibióse en nuestro Cabildo la de V. E. de 5 del corriente con el despacho adjunto que V. E. con parecer del Real Acuerdo se sirvió remitirnos para proceder por lo que toca a la jurisdicción eclesiástica en la causa de idolatría del [distrito] de Cajonos de este obispado, a que procederemos como V. E. nos lo manda, poniendo de nuestra parte cuanta atención debe nuestra obligación y requiere la gravedad de la materia, en orden a conseguir el fin que el gran celo de V. E. desea, de la reducción de aquellos fieles a nuestra santa y verdadera fe católica.”[54]

Éste escrito, aparte de aclarar las instancias a las que se recurrió, refiere un dato interesante, el de la sede vacante. En efecto, cuando en la diócesis se viven estos hechos, la Sede episcopal de Antequera-Oaxaca se encontraba dirigida por el Cabildo catedralicio y en espera de su siguiente obispo que sería Fray Ángel Maldonado.

Referimos, por último, la confirmación de los hechos de parte de uno de los verdugos quien confiesa haber dado muerte a Jacinto de los Ángeles y haber bebido de su sangre, ofreciendo además nombres concretos de personas que participaron activamente en el martirio de los «fiscales».

Dice así: “Yo, dicho alcalde mayor […] presente el dicho su curador, le recibí juramento que hizo en forma a Dios nuestro Señor y una señal de cruz, so cargo del cual prometió decir verdad […]. Se llama Nicolás Aquino […] quienes fueron también a la ejecución de dichas muertes fueron Juan Ciprián y Juan de Aquino del dicho pueblo de San Francisco. Y que éste que confiesa le dio otras heridas en la cabeza y le medio cortó el pescuezo al dicho Jacinto de los Ángeles y bebió de la sangre que vertió y lo mismo vio hizo el dicho Francisco López con Juan Bautista, y que el beber dicha sangre fue porque les dijeron Nicolás Antonio del pueblo de Sto. Domingo y Nicolás Bartolo de San Francisco, la bebiesen para que no tuviese miedo y pudiesen caminar.”[55]

Junto a la confesión de la responsabilidad directa y la notificación de nombres de algunos culpables, menciona el hecho del entierro que se verificó un mes después de los hechos; en todos estos momentos él acepta su colaboración

Estos y otros sugestivos datos se fueron sumando poco a poco a la causa en cada declaración que la diligencia civil fue procurando; ello muestra la realidad de los hechos y suma a lo ya mencionado noticias concretas (personas, hechos, lugares…), que confirman tanto la causa del martirio como la santidad de los fiscales.

Los verdugos de los mártires serían procesados con el tiempo. Autores como Dalevuelta, afirman que “la justicia tuvo que esperar más de un año para iniciar sus procesos”, y cuando parecía que ya se había olvidado, “cayó el brazo de la justicia sobre los pueblos de Caxonos y corrió más sangre”.[56]En efecto, la constancia de aquella «justicia» se testifica en los autos.[57]

Nota sobre la historia de la Causa y Apreciación del Martirio de los «fiscales»

Durante mucho tiempo la causa se detuvo por diversos motivos: por no disponer de medios y recursos suficientes para el estudio; por la inexperiencia del cómo introducir una causa de este género; por la misma situación que vivó México y sobre todo la Iglesia Mexicana, en los siglos XIX y XX. La causa, formalmente hablando, inicia con el arzobispo Gillow.

De los «Apuntes Históricos» de Monseñor Eugenio Gillow en adelante

“El sentimiento profundamente religioso…, las excelentes virtudes cristianas que predominan en una inmensa mayoría, indican la buena semilla que por toda la extensión del vasto territorio de nuestra jurisdicción, sembraron en tiempos anteriores los santos misioneros.”[58]

Los «Apuntes Históricos» representan ya una investigación formal del hecho del martirio (recopilación de manuscritos,[59]y tradiciones existentes relativas a los mártires de Cajonos)[60], que el Obispo se dio a la tarea de compendiar y hacer públicos. Es elogiable semejante labor, ya que, además de su no fácil trabajo pastoral, el Prelado se apresuró a presentar una relación para “promover la causa cuanto antes”.

El Obispo, en efecto, relata el “martirio y heroicas virtudes de dos de sus esclarecidos hijos: D. Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles”, quienes “sacrificaron generosa y heroicamente su vida en defensa de la religión cristiana, luchando contra la idolatría”; con ello buscaba “una declaración solemne y explícita de la Santa Sede, que los eleve al trono de los altares”.[61]

La atribulada y convulsionada historia del México contemporáneo, con sus cadenas de revoluciones, pronunciamientos militares, inestabilidad política y fuerte hostilidad y persecución contra la Iglesia católica a lo largo de más de un siglo, impidió que se pudiesen tratar muchos asuntos de carácter eclesial, y entre ellos el tema de las introducciones de posibles causas de canonización y de martirio, como es el caso de la causa de los fiscales Mártires de los Cajonos.

Sólo tras unos acuerdos que permitieron una vida legalmente reconocida a la Iglesia por el siempre estado laicista mexicano, permitió a la Iglesia preocuparse de muchas Causas de canonización y de martirio, entre ellas la de los fiscales mártires, que serían beatificados en 1990 por el Santo Papa Juan Pablo II en la basílica de Guadalupe de México el 1° de agosto de 2002, al día siguiente de la canonización de Juan Diego Cuahtlatoatzin, el vidente de Guadalupe en el Tepeyac. En el mes de marzo de 2017, el Santo Padre Francisco anunció su decisión de canonizarlos dispensando el procedimiento canónico usual en estos casos.

El proceso de los Mártires había comenzado su camino en 1968, siendo arzobispo de Oaxaca el futuro cardenal y arzobispo de México Ernesto Corripio Ahumada, continuado por su sucesor, el arzobispo Bartolomé Carrasco Briseño en 1982, y su obispo auxiliar D. Jesús Clemente Alba Palacios, y concluido por el arzobispo Héctor González Martínez.

El 17 de noviembre de 1990 los obispos Carrasco Briseño y Héctor González Martínez nombraron Postulador de la causa al Pbro. Dr. Humberto Medina,[62]quien solicitó la introducción de dicha causa con fecha 27 de noviembre de 1990,[63]y el 5 de diciembre de 1990, Mons. Carrasco Briseño solicitó a la Santa Sede el «Nihil Obstat» para la causa, recibiéndose la respuesta afirmativa con fecha 25 de enero de 1991.[64]

El 21 de febrero de ése mismo año, previa consulta con el episcopado y hechas las debidas investigaciones históricas, se abrió el proceso sobre el martirio de los fiscales,[65]clausurándose el proceso el 2 de diciembre de 1991, llegando su aprobación por parte de la Santa Sede con decreto del 20 de enero de 1992.[66]

El martirio en la Iglesia y la licitud de la Causa de los Fiscales

Es importante señalar el hecho mismo del martirio de los fiscales y del porqué de la introducción de la Causa, solicitando su canonización. El vocablo «Mártir» viene del griego «marty-ros» y significa «testigo». La idea del mártir cristiano corresponde a aquel que como los apóstoles testimonia el Acontecimiento de Jesucristo como único Salvador y Señor de la historia; tal testimonio en algunos casos comporta la muerte (Cf. Hch. 7, 1-60); y testifican así todo lo que tal Acontecimiento significa y comprende, anunciando así claramente el Evangelio de Jesús.

El martirio es una participación en la pasión y muerte cruenta de Jesús en la cruz, y testimonia al mismo tiempo, la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, y su Resurrección. Desde el punto de vista jurídico, el martirio comporta ante todo la muerte violenta, efectiva; la muerte sufrida por el mártir le debe ser infligida en odio a la fe cristiana o de una de las verdades y de las virtudes cristianas; la muerte debe ser sufrida por testimoniar la fe con un acto externo de consciente y libre aceptación, refutando toda posibilidad ofrecida de evitarla, abandonando la fe (apostasía); la muerte debe ser aceptada con espíritu de fe y por amor a Cristo.

Todos estos elementos se dieron en el caso de los fiscales Mártires y fueron demostrados documentalmente en los procesos sobre su martirio. Ya escribía el arzobispo Gillow al hablar del martirio de los fiscales de Cajonos: “para ser mártir no es bastante el aceptar la muerte por Cristo voluntariamente y el recibir ésta por odio a la fe cristiana, sino que es preciso que el mártir persevere pacientemente y de manera invicta en la misma voluntad hasta exhalar el último aliento”.[67]

En el caso de los fiscales de Cajonos, ellos se presentaron como verdaderos testigos de Cristo, “vamos a morir por la ley de Dios” dijo Juan Bautista mientras Jacinto de los Ángeles “pidió al padre que lo confesara y que si era posible le diera la comunión y que él iría también a morir por la ley de Dios”. Así, eran conscientes de participar en la pasión y muerte de Jesús “yo estoy dispuesto a morir de la misma manera”, decía Juan Bautista.

Su muerte efectiva consta ya en el proceso civil contra sus asesinos inmediatos, que confesaron en un proceso regular civil su implicación directa en los hechos y por otros testimonios. En cuanto al motivo que movió a los idólatras a quitarles la vida a los fiscales no fue otro que el odio a la fe cristiana; esto se percibe ya en una afirmación hecha por un indígena cuando los frailes dominicos, tratando de calmar los ánimos, le presentaron la imagen de la Virgen, “quita tu Virgen, que no la conocemos”; a esta afirmación se agrega otra hecha en la cárcel de San Miguel, “¿qué no ven ustedes que la idolatría fue lo que siguieron nuestros antecesores y nuestros abuelos?”

Tal afirmación resalta la oposición entre idolatría y Evangelio. El rechazo de los fiscales a lo primero y su perseverancia consciente y libre por lo segundo, excitó los ánimos de sus paisanos, que de hecho seguían la antigua religión y sólo eran epidérmicamente o en apariencia cristianos, aunque estuviesen bautizados.

La buena disposición a verter su sangre por parte de los dos fiscales lo demuestran ya en su perseverancia hasta el último respiro; no se dejaron intimidar por los azotes y torturas; no vacilaron ni renegaron de su fe: “si vuestra religión es verdadera ¿por qué no levantáis templos y la practicáis públicamente, y no que andáis por ahí de noche seduciendo a los pobres cristianos?,” decía Juan Bautista, convencido su fe y abogando por los ya cristianos.[68]

La evangelización de la Sierra de Oaxaca se consagró así, con el testimonio de martirial de D. Juan Bautista y D. Jacinto de los Ángeles, indígenas zapotecas, mostrándonos con ello un ejemplo de santidad en la Iglesia y en el mundo entero.

NOTAS

  1. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XV, 5, pp. 226-227.
  2. Se trata del netzichu ya clasificado por el P. Gay como “dialecto del Zapoteco”, él mismo nos dice que «el netzichu se acostumbra en Betaza, Cajonos, Comaltepec, Choapam, Yagavila, Yaee, Yalala, Yahuivé, Latani, Tabaá, Villa Alta y Zoochila». GAY, Historia de Oaxaca, cap. I, 10, p. 4; II, 5, p. 9.
  3. Cf. GAY CASTAÑEDA, JOSÉ ANTONIO, Historia de Oaxaca, cap. 28, 3-4, pp. 386-387. José Antonio Gay Castañeda (Oaxaca de Juárez, 13 de junio de 1833 – Ciudad de México, 21 de septiembre de 1886), historiador y sacerdote oaxaqueño. De padre francés y madre mexicana: hijo de don Juan Gay y doña Manuela Castañeda, miembros de una piadosa familia oaxaqueña. Inició sus estudios en el Colegio de Infantes de la Catedral, y en 1849 ingresó en el Seminario Conciliar, y de éste año al año de 1853, estudió humanidades, filosofía, matemáticas, física y astronomía. En 1861 Benito Juárez destierra a los sacerdotes por lo que viaja a La Habana, Cuba para ser ordenado sacerdote. Al regresar a Oaxaca continua con sus estudios históricos que culmina en su obra más importante: Historia de Oaxaca. Cf. Martínez Ríos, Jorge (1979), «La historia de Oaxaca del presbítero José Antonio Gay». En Matute, Álvaro. Estudios de historia moderna y contemporánea de México (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas) 7: 93 – 104. La obra de Gay constituye una de las fuentes principales de este artículo.
  4. Cf. GAY, Historia de Oaxaca, cap. 16, 2, pp. 233-234; BURGOA, Palestra Historial.
  5. BURGOA, Palestra Historial, pp. 95-99.
  6. Cf. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XV, 5-8, pp. 226-231; GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 66-68.
  7. Cf. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XVII, 4, p. 247.
  8. Cf. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XVIII, 2, p. 257.
  9. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XIX, 6, p. 273; entre las primeras Mons. Gillow, obispo de Oahaka reconoce: Ocotlán, Villa alta, Cuilapan y Achintla. GILLOW, Apuntes Históricos, p. 59.
  10. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XXIV, 7, pp. 334-337; cap. XXVIII, 2-4, pp. 385-388.
  11. Cf. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XXVI, 1, pp. 357-358.
  12. Dio el 23 de mayo de 1688 una instrucción al P. Francisco de Reina para que informara a Inocencio XI sobre su diócesis. LOPETEGUI, León – Félix ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia…, p. 829.
  13. Cf. LOPETEGUI – ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia…, p. 829.
  14. LOPETEGUI – ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia…, p. 830.
  15. LOPETEGUI – ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia…, p. 830.
  16. Cf. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XXVIII, 4, p. 588. Cf. CANTERLA Y MARTIN DE TOVAR, Francisco, La Iglesia de Oaxaca en el siglo XVIII, Sevilla 1982, pp. 23-34.
  17. Cf. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XXVIII, 3-4, pp. 386-387.
  18. GAY, Historia de Oaxaca, cap. XXVII, 11, pp. 382-383.
  19. Cf. MURGUÍA Y GALARDI, José María, Apuntes estadísticos de la provincia de Oaxaca, Oaxaca 1861, nn. 249, 250-252, 255-256, 258- 259 y 264, pp. 56-59.
  20. Cf. ITURRIBARRIA, Jorge Fernando, Oaxaca en la historia, México 1955, pp. 98-100.
  21. El archivo parroquial de San Francisco Cajonos fue quemado durante la Revolución Mexicana en el año de 1912. Cf. BURGOA, DG, t. II, cap. LXIV, pp. 228-229.
  22. Cf. BURGOA, DG, t. II, cap. LXIV, pp. 227-232; GAY, Historia de Oaxaca, cap. XXVI, 1, pp. 357-358.
  23. BURGOA, DG, t. II, cap. LXIV, p. 228.
  24. BURGOA, DG, t. II, cap. LXIV, p. 228.
  25. BURGOA, DG, t. II, cap. LXIV, pp. 228-229.
  26. BURGOA, DG, t. II, cap. LXIV, pp. 229-230.
  27. BURGOA, DG, t. II, cap. LXIV, pp. 230-231.
  28. Cf. ZUBILLAGA, Félix, Tercer Concilio Mexicano, 1585. Los memoriales del P. Juan de la Plaza, Roma 1961, pp. 186-188.
  29. Cf. ZUBILLAGA, Tercer Concilio, p. 188.
  30. Cf. GALVÁN R., Mariano, III Concilio Provincial Mexicano, México 1859, pp. 79-90.
  31. CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM, Positio Super Martyrio Martyrum Johannis Battistae et Jacynti ab Angelorum [“de Cajonos”] (en adelante PSM). pp. 410-411.
  32. DUSSEL, Historia General, p. 347.
  33. Cf. LÓPEZ HERNÁNDEZ, Aurelio, Apuntes Autobiográficos y Geográficos e Históricos de san Francisco Cajonos, Villa Alta 1972.
  34. En México se conoce como tequio a la faena o trabajo colectivo que todo vecino de un pueblo debe a su comunidad. Es una costumbre prehispánica que con diversos matices continúa arraigada en varias zonas de este país. El Diccionario de la lengua española (DRAE) registra otras acepciones para esta palabra.
  35. «El Presidente nunca puede mandar al Fiscal, mas sí el Fiscal al Presidente, considerándose y obrando a veces como superior del presidente» GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 201. Actualmente estos servicios han perdido mucho de su valor original.
  36. Cf. Investigación realizada por el Obispo de Oaxaca, Don Héctor González Martínez, en PSM, pp. 203-205.
  37. PSM, pp. 194-195.
  38. PSM, pp. 205-213.
  39. Cf. Véase en los documentos que refiere Mons. Gillow. GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 131-132.
  40. Cf. Proceso Civil, Doc. N° 46, PSM, p. 75; Fama de Santidad, Doc, N° 8, PSM, p. 386.
  41. Cf. Proceso Civil, Doc. N° 34, PSM, p. 50; Proceso diocesano, Test. VIII, PSM, p. 253; Fama de santidad Doc. N° 6, PSM, p. 381, y Doc. N° 8, PSM, p. 386.
  42. El Proceso de 1700-1702, las investigaciones de Mons. Gillow en 1889 y el Proceso Diocesano – reunidos en el sumario de la PSM pp. 1-150; 151-213; 214-372, respectivamente –, reúnen la información que confirma el hecho del martirio y la fama de santidad de los fiscales de Cajonos.
  43. Cf. GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 187-202.
  44. GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 187-188.
  45. GILLOW, Apuntes Históricos, p. 192. Además, pp. 189•191
  46. Testimonio de Margarita Velasco. GILLOW, Apuntes Históricos, p. 191. Además, p. 198•.
  47. Testimonio de José de los Santos Robles. GILLOW, Apuntes Históricos, p. 192.
  48. Testimonio de Ignacia Noriega. GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 194-195.
  49. RIVERA, Reminiscencias, pp. 266-267; Consúltese además: Fama de Santidad en PSM, pp. 273-296.
  50. DALEVUELTA, Jacobo, Monte Albán. Mosaico Oaxaqueño, Oaxaca 1933, pp. 91-100.
  51. DALEVUELTA, Monte Albán, p. 100.
  52. Los originales se hayan en el Juzgado de 1ª Instancia del Partido de Villa Alta, Oaxaca; existe una copia fotostática en la Copia Pública, también están reunidos en el Sumario. Cf. Sum. en PSM, pp. 1-150; Archivo Diocesano de Oaxaca en 13 legajos llamado Seminario-Mártires de Cajonos (en adelante SMC).
  53. Carta de justicia requisitoria de D. Juan Antonio Mier del Tojo, alcalde mayor de Villa Alta, a D. José Tabeada y Ulloa, alcalde mayor de Teotitlán y Macuilsuchil. Villa Alta de San Ildefonso, sep. 28 de 1700. Cf. Juzgado de 1ª Instancia del Partido de Villa Alta, IV, T. I; SMC, 3.1; PSM, doc. 28, pp.36-37.
  54. Carta del V. Cabildo de Antequera Valle de Oaxaca, sede vacante…, a D. José Sarmiento de Valladares, Virrey de la Nueva España. Ciudad de Antequera Valle de Oaxaca, marzo 17 de 1701. Cf. Juzgado de 1ª Instancia del Partido de Villa Alta, IV, T. I; SMC, 7.1; PSM, doc. 71, pp.108-109.
  55. Ratificación de Nicolás Aquino ante D. Juan Antonio Mier del Tojo, alcalde mayor de Villa Alta…, Villa Alta de San Ildefonso, diciembre 12 de 1971. Cf. Juzgado de 1ª Instancia del Partido de Villa Alta, IV, T. I; Copia Publica, vol. IV, pp. 65-66; PSM, doc. 88, p.126.
  56. DALEVUELTA, JACOBO, Monte Albán, pp. 91.
  57. Diligencia hecha en la ejecución de los reos el 14 de enero de 1702. Cf. Juzgado de 1ª Instancia del Partido de Villa Alta, IV, T. I; Copia Publica, vol. IV, pp. 135-142; PSM, docs. 111-115, pp.147-150.
  58. Palabras del Ilmo. Gillow, en la relación que ofrece al Ilmo. Dávalos Arzobispo de México, en ocasión de la conmemoración de su Jubileo Sacerdotal. GILLOW, Apuntes Históricos, (dedicatoria).
  59. Documentos referentes a las Diligencias Judiciales y la correspondencia de los frailes dando cuenta de los hechos a sus respectivos superiores. GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 107-186 y apéndice pp.123-141.
  60. Andando por la Mixteca es cuando el Prelado se entera del caso de los Mártires, ello habla ‘vagamente’ de la memoria y propagación del hecho. Cf. GILLOW, Apuntes Históricos, p. 18; pp. 187-202.
  61. GILLOW, Apuntes Históricos, (dedicatoria).
  62. Nombramiento del Postulador Diocesano, otorgado por el Sr. Arz. Dn. Bartolomé Carrasco Briseño y el Arz. Coadj. Dn. Héctor González Martínez, el 17 de noviembre de 1990. Curia Eclesiástica Arzobispado de Oaxaca. L. 19 Fol. 130 Núm.577.
  63. A tenor de la Constitución Apostólica Divinus Perfectionis Magister (25 de enero de 1983) y conforme a las Normas servandae in inquisitionibus ab Episcopis faciendis, nn. 11-15, (del 7 de febrero de 1983).
  64. Prot. N. 1775-1/91 de la Congregación para la causa de los Santos del día 25 de Enero de 1991.
  65. El 21 de febrero de 1991. Apertura del proceso Diocesano y Constitución del Tribunal, en la Iglesia Catedral de Oaxaca.
  66. Prot. 1775-4/92 de la Congregación de las causas de los Santos. Doctos. De la Congregación que reconoce la validez el 02 de enero de 1992.
  67. GILLOW, Apuntes Históricos, p. 215.
  68. Cf. GILLOW, Apuntes Históricos, pp. 211-224.

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ARMANDO FABIÁN VICENTE