NUEVA ESPAÑA Y FILIPINAS; Plataforma de misiones agustinianas a China

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

Que los designios y pensamientos de los hombres difieren de los de Dios, o que, según el refran «el hombre propone y Dios dispone», es una verdad tan cierta y segura como que está contenida en las Sagradas Letras: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos ni mis caminos son vuestros caminos.”[1]Lo cual viene a colación y me parece a propósito al tratar de los orígenes o comienzos de las misiones agustinianas en China.

Creyeron los agustinos haber sonado para ellos la hora de China en el reloj de la Providencia apenas salidos de la Nueva España habían asentado sus plantas en las islas Filipinas, pensando que estas, como de hecho lo serían más adelante para los dominicos, franciscanos y jesuitas españoles, estaban llamadas a ser el trampolín que los catapultase a evangelizar en el celeste imperio. El ser pioneros de la conquista espiritual del archipiélago magallánico, les pareció motivo suficiente para serlo también en las vecinas tierras del continente asiático donde imperaba la ley de Confucio. Que lo intentaron repetida y machaconamente picados en su ambición de ser portaestandartes de Cristo en dicha región, consta por un sin fin de documentos. Por estos sabemos que todos aquellos conatos se frustraron y, a la postre, quienes se creían con derecho –por así decir– a ser los primeros en la penetración y evangelización de los moradores de China, hubieron de esperar un siglo largo hasta que se les abriese la puerta, a cal y canto cerrada para ellos.

Primeros intentos

Con la historia en la mano resultaría sencillo ir enumerando las veces que los agustinos intentaron la penetración en China. He aquí algunas de las ocasiones. Fue la primera por los años de 1545 o 1546, cuando los cuatro agustinos de la expedición de Ruy López de Villalobos, tras de haber posado en Filipinas y en diferentes islas del Maluco, muerto el jefe de la expedición y esta deshecha, cayeron en poder de los portugueses y por estos fueron conducidos a Europa.

A su paso por Malaca, puerto por el que brujuleaban en torno al comercio cantidad de juncos y champanes chinos, suplicaron encarecidamente se les permitiera a dos de ellos por lo menos quedarse allí a tratar con algún piloto sangley que los llevara a su territorio y quedarse en él dedicados a la conversión de los nativos. Refieren las crónicas que no se lo permitió el capitán portugués.[2]

Digno de ser notado y tenido en cuenta es el detalle de que, cuando en 1564 se aprestaban los galeones y pataches que bajo la dirección de Fray Andrés de Urdaneta y al mando de Miguel López de Legazpi conducirían desde Acapulco a la conquista de Filipinas, a los religiosos agustinos que llevan por capellanes se les comunicó la potestad omnímoda concedida por los sumos pontífices a los misioneros españoles para que predicaran el evangelio, fundaran iglesias, etc., y no sólo en los puntos o lugares a los que la armada se dirigía:

“Per mare occiduum huius regni /Neo-Hispaniae/ versus continentem et quasdam ex insulis, quae tam ab aequatore versus utrumque polum, articum pariter et antarticum, quam infra ipsius torridae zonae spatium continentur...; sino que, más adelante, se les dirá expresamente que: praesertim in ulteriorem Tartariam Sinarum regianem, et in alias orbis plagas in quibus ignoramus utrum usque ad haec tempora praedicata sit sanctae fidei catholicae pietas.”[3]

Al pie de la letra debieron de entender e interpretar estas palabras de la patente que les fue confiada los pioneros evangélicos de Filipinas, por cuanto, apenas asentados y pacificadas que fueron las islas, dirigieron su mirada a las costas de China y engolosinados con las noticias que les narraban los mercaderes que de allá acudían de continuo a los puertos filipinos, escribieron sobre ello al rey de España e importunaron al gobernador y adelantado del archipiélago en demanda del permiso competente para llevar la luz de la fe al continente vecino.[4]

Nos eran desconocidas las noticias que aquellos frailes comunicaron a Roma cuando, a poco de fundada la ciudad de Manila y celebrado el capítulo provincial de 1572, remitían las actas para su aprobación a la curia generalicia. A buen seguro que en sus escritos y en la relación que de sus labores pastorales comunicaban a Roma, barajaron sus planes y proyectos de expansión hasta el imperio chino. Sólo así se explica que el primer título oficial de la recién constituida provincia religiosa, al ser agregada a la orden, reciba, no el de provincia de Filipinas que es el que prosperará, sino el de provincia de China.[5]

Entre las más notables tentativas de penetración agustiniana en el celeste imperio merece recordarse la planeada en 1572 por los padres Agustín de Albuquerque y Alonso Alvarado, quienes, a fin de conseguir el logro de sus deseos, sabedores por lo que los sangleyes comerciantes les contaban, de no ser posible la entrada si no es haciéndose esclavos, se ofrecen a serlo en efecto de los chinos, que sólo de esta forma y bajo pena de muerte –según sus leyes– se comprometen a conducirlos. Lo hubieran realizado a no interponerse la autoridad del antiguo alcalde la ciudad de México y ahora «adelantado» Miguel López de Legazpi.[6]

Embajada del Padre Rada

Otra intentona, también frustrada en cuanto a los efectos que se pretendían, pero con resultados altamente positivos por lo que al conocimiento del exótico país se refiere, fue la embajada que, a raíz del ataque del corsario chino Limahón a la ciudad de Manila, realizaron los agustinos padres Martín de Rada y Jerónimo Marín al frente de un reducido grupo de españoles a algunos principales y virreyes de las provincias chinas costeras.

En las relaciones de dicha embajada, nos legó el P. Rada material de primera mano acerca de la historia, geografía, gobierno, usos y costumbres del pueblo chino. Estas relaciones, unidas a las de sus compañeros y junto con los libros que de allá trajo a Manila y luego se remitieron a España, hábilmente manipuladas todas estas noticias dieron lugar a que otro agustino, el P. Juan González de Mendoza, compusiera la obra «Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran Reino de la China», obra que tanta estima tuvo y tanta divulgación alcanzó en toda Europa como lo atestiguan sus muchas ediciones.[7]

Más, en cuanto a lo principal, que era quedarse en China para desde dentro levantar el picaporte a quienes desde el exterior llamasen a sus puertas, la embajada resultó ineficaz y fallida. Condición es del español picarse en las empresas y no dejarse amilanar ante las dificultades. El P. Rada demostró no ser excepción; añádase que era navarro.

Poco después de su regreso a Filipinas intentó de nuevo probar fortuna, pero esta vez no como embajador sino en condición y calidad de simple misionero, para lo cual se apalabró y convino con ciertos capitanes y pilotos chinos que se comprometieron a llevarle a su tierra, acompañado en esta ocasión del P. Albuquerque arriba mencionado.

La expedición terminó a pocas leguas de Manila, abandonados los españoles en una playa y dejados tendidos a los viajeros, con tal molimiento de palos a mano de los sangleyes que, al leerlo en las crónicas, le hacen recordar a uno el relato del ingenioso hidalgo Don Quijote aporreado por los yangüeses en el val de las estacas.[8]

Más que tentativa nacida y forjada en la mente de los misioneros de Filipinas, se fraguó esta vez en la corte española, como secuela de las noticias habidas por la embajada del Padre Rada y compañeros, y fruto asimismo de las comunicaciones de las primeras autoridades civiles y eclesiásticas de Manila llegadas a Madrid, surgió aquí, digo, la idea de enviar una embajada regia al emperador de China proponiendo el establecimiento del comercio entre ambas naciones y el fomento de relaciones amistosas entre los dos pueblos.

La estancia en la corte de los padres Jerónimo Marín y Francisco Ortega, a quienes pronto se uniría el P. Juan González de Mendoza, fue el resorte que movió al monarca Felipe II a patrocinar aquella idea y proyecto en el que habían de ser embajadores los referidos religiosos. Tal proyecto despertó gran entusiasmo que se contagió no sólo a los religiosos sino que también a destacadas personalidades de la política. Aparte de las que pudieran denominarse miras humanas, entre los frailes cundió la idea de que dicha embajada pudiera ser el medio por el que definitivamente se franqueara la entrada a la predicación del Evangelio en China.

No hace al caso referir los pasos que se dieron y los preparativos que se hicieron para que el programa se trocara en realidad. Mas de todos es sabido el fracaso rotundo de tal embajada, y que los relojes, cuadros, guarnicionerías y demás zarandajas que como presentes habían de llevar los embajadores –cosas todas en que los chinos abundaban y en las que eran maestros consumados– terminaron vendiéndose en Nueva España en almoneda y subasta públicas.[9]

Tentativa agustiniana de penetración en China lo fue asimismo la fundación de un convento en la colonia portuguesa de Macao. Lo expresan claramente las actas capitulares de un definitorio privado celebrado en Manila en marzo de 1584: “...se determinó que convenía se ampliase nuestra orden, y como nuestro fin primordial a lo que vinimos a estas islas es el respecto de la tierra firme de China, en la cual siempre hemos deseado y procurado fundar...”[10]

Y tal como los superiores se lo propusieron se consiguió tras vencer enormes dificultades, tener que sufragar muchos gastos y que soportar la enemiga de los portugueses, que no se avenían a permitir que los españoles se avecindasen en sus colonias. Su primer prior, el Padre Francisco Manrique, hizo todo lo posible para desde allí introducir a sus súbditos en China, y él mismo logró pasar a Cantón, ciudad cuyos pormenores describe en carta al rey Felipe II a la vez que comunica los obstáculos que encuentra tanto por parte de los cantoneses como por la de los jesuitas portugueses, que se oponen tenazmente a la instalación de los religiosos españoles en China.[11]

Tal fundación pues –la de Macao– no llegó a cumplir la finalidad que se propusieron los agustinos de Filipinas con la erección del convento, no por falta de buenos deseos y mejores intenciones sino por sobra de dificultades. Durante una década trabajaron allí los agustinos españoles atendiendo en lo espiritual a los macaenses y siempre con la esperanza puesta en penetrar un día en el interior del continente.

A la postre, percatados de que las esperanzas no pasaban a más y de que los obstáculos iban en aumento, se vieron obligados a retirarse a sus cuarteles de Filipinas, dejando aquella fundación en manos de los agustinos portugueses de la congregación de la India, no sé si por Real Orden de Felipe II, como escriben algunos autores, o de mutuo acuerdo con sus hermanos portugueses. La verdad es que la sugerencia de entregar a estos el convento de Macao la encontramos en la carta antes mencionada del P. Manrique al monarca español.[12]

Abandono temporal de la empresa

Todos estos proyectos y conatos de ingreso en China, más otros que omitimos en gracia a la brevedad, tuvieron lugar durante el último cuarto del siglo XVI. A los comienzos del XVII, sea porque se convencieron de lo inútil que era insistir en tal intento, o bien porque por entonces se les franqueó la entrada a la misión del Japón, pareciera que a los agustinos se les habían enfriado los ánimos y dejara de interesarles su expansión por el imperio chino.

De hecho, había de pasar casi un siglo hasta que de nuevo los documentos históricos de la provincia agustiniana de Filipinas vuelvan a reflejar aquellos anhelos primitivos de llevar el Evangelio a las tierras de Confucio. El despertador que suscitó e inquietó nuevamente los voluntades y encendió los ánimos en santos deseos de propagar la Buena Nueva en el continente vecino, yo diría que fue –por una parte– la emulación de sus compatriotas de la Orden de Santo Domingo que por los años de 1630 comenzaron la siembra de la semilla evangélica en China y en las naciones colindantes; la de los franciscanos que abrieron sus misiones hacia 1633; de la Compañía de Jesús que, si no misión española iniciada desde Filipinas, admitió en ella a miembros de la provincia jesuítica que labora en el archipiélago. Por otra parte, debiendo en todo caso y en virtud del regio patronato contar con la autoridad suprema de España para la apertura de nueva misión, consideraron los agustinos que la licencia estaba dada y abierto el portillo a la predicación en China cuando a su noticia llegó la Real Cédula que, a 9 de abril de 1665, había firmado el monarca español Felipe IV a instancias, creemos, del procurador de los jesuitas de Filipinas. De dicha cédula, que va dirigida al gobernador y capitán general de las islas, entresacamos los siguientes párrafos: “... para que se pueda socorrer con facilidad la necesidad de sujetos y mantener mi corona su derecho real en China, se me ha representado será conveniente que por vuestra mano y disposición se envíen a la China algunos sujetos de la Compañía y de las demás religiones. Y habiéndose visto en mi Consejo Real de las Indias y considerándose con la detención que pide esta materia, he tenido por bien se os participen las noticias referidas; y ordenamos, como lo hago, que comunicando con la Audiencia y no hallando vos ni ella inconveniente, lo cual dejo a vuestra prudencia, enviéis a la China cinco o seis religiosos de la Compañía y de otras religiones, eligiendo para esto los de mayor virtud, religión y letras, sin atender a otro motivo ni consideración alguna sino al servicio de nuestro Señor y su mayor culto y propagación de nuestra fe católica, que es siempre mi particular mira y atención ...”[13]

Reanudación

Cuando esta Real Cédula llegó a conocimiento de los agustinos de la provincia de Filipinas, fenecida ya lastimosa pero gloriosamente y rubricada con sangre de mártires la misión del Japón, juzgaron llegada la hora de extender su apostolado a ulteriores conquistas y nuevamente se hizo hablilla sobre la conveniencia de incorporarse a las misiones de China.

Cierto que no hablaba con ellos en particular y expresamente el referido documento regio; pero como a ellos dirigido lo recibieron y leyeron, pues que sabían ser los únicos de las órdenes antiguas que faltaban por enarbolar la antorcha de la fe en aquella parte del continente asiático.

Echaban acaso de menos la presencia de un hombre de talla que como abanderado levantara el estandarte de la misión; el hombre de virtud, religión y letras que exigía la regia misiva, capaz de dialogar con los cultos mandarines y rebatir la doctrina de los bonzos sacerdotes del confucionismo. Más este hombre apareció.

Se hizo patente en la persona del noble salmantino Fray Álvaro de Benavente, quien tornó a su cargo la tarea de servir de vocero, en primer lugar, de quienes como él pensaban, y luego la más difícil aún de desbrozar el terreno y abrir los primeros surcos para el cultivo de la mies en una pequeña parcela del vasto celeste imperio. Él, en efecto, fue el promotor de las misiones agustinianas en China y quien, como protagonista, nos legará una relación detallada auténtica, autógrafa y original, a modo de diario de cómo y cuáles fueron los orígenes de aquella misión emprendida por los agustinos.

Más o menos detallada, con más o menos profusión de datos escribieron la historia de estas misiones los antiguos cronistas de la provincia;[14]luego, en tiempos modernos, resumieron otros esta historia y la continuaron hasta los días que preceden a la expulsión de los misioneros extranjeros de la República Popular China.[15]

Mas sobre el origen o comienzos de esta misión, las noticias que de unos a otros se transmiten estos historiadores resultan algún tanto confusas, inexactas muchas de las fechas y no queda claro cómo se abrieron camino los primeros misioneros. Esos datos precisamente, los comprendidos entre los años 1680 a 1686 que constituyen el preámbulo de la labor misionera en China, son los que apunta y proporciona la luminosa relación del Padre Benavente. Desaparecida esta del archivo del convento de Manila junto con buen número de cartas autógrafas del mismo autor y de quienes fueron sus compañeros en las tareas de apostolado, el investigador Carlos R. Boxer dio a conocer la existencia de estos manuscritos robados, según él, de dicho archivo durante la ocupación inglesa de Manila el año 1762 y que, tras diversas mutaciones y cambios de dueño, fueron a parar a la biblioteca de la Universidad Lilly de Indiana.[16]

Un compañero y hermano de hábito, el historiador P. Isacio Rodríguez, logró obtener copia fotostática de todos los dichos documentos y, transcrita «ad pedem litterae» la relación del Padre Benavente, la ha hecho del dominio público con su publicación en las páginas de la revista que edita el Estudio Teológico del convento agustiniano de Valladolid.[17]

Conclusión

Diré, en resumen, que continuaron evangelizando en China los agustinos hasta bien entrado el siglo XIX. A todo lo largo del siglo XVIII se sucedieron los trabajos de apostolado, pero sin que cesaran los obstáculos y arduidades, la persecución a los misioneros incluida. Pero, más o menos boyantes, con mayor o menor número de casas e iglesias –quince al terminar el siglo XVII–, creciente o decreciente el de los ministros del Evangelio, en toda época el nombre de varios agustinos figuraron en los elencos de las misiones de China, hasta los tiempos de Napoleón en que se les cerrará la puerta. Otra segunda etapa de estas misiones comenzará el año 1879 en que la Santa Sede confió a los agustinos españoles el vicariato de Hunan Septentrional. Nunca faltaron voluntarios de la provincia de Filipinas para ir a evangelizar en el país de Confucio. No es este tiempo y lugar, aparte de lo arduo de la tarea, para enumerar siquiera las iglesias, escuelas, orfanatorios, etc. erigidos por los hijos de San Agustín. Todo acabó en 1945 cuando, tras haber padecido trabajos, sinsabores y toda clase de sufrimientos, fueron expulsados de China todos los misioneros extranjeros, entre los cuales, por supuesto, estaban los agustinos españoles.


NOTAS

  1. Is. 55: 8.
  2. Cf. Gaspar de San Agustín, Conquistas de las Islas Filipinas (Madrid: Instituto Enrique Flórez, 1975), 81-82; Juan de Grijalva, Crónica de la Orden de N. P. S. Agustín en las provincias de la Nueva España (México: Imprenta de Ioan Ruyz, 1624), 188; Diego de Basalenque, Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán (México: Editorial Jus, 1963), 182; Juan González de la Puente, Primera parte de la Crónica de Mechoacán (México: s.e., 1624), 300. Afirma este autor, creo que sin fundamento alguno, que nuestros frailes estuvieron en China y peregrinaron por este país. Cf. Carta de P. Jerónimo de Santisteban al Virrey Mendoza en Joaquín Pacheco, Francisco de Cárdenas y Luis Torres de Mendoza (dir.), Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía, Tomo XIV (Madrid: Imprenta de M. Bernaldo de Quirós, 1870), 151-165.
  3. De la patente que el vicario general, provincial y definidores de la provincia de México dieron a los misioneros expedicionarios, firmada en Culhuacán a 7 de febrero de 1564. La inserta Elviro Jorde Pérez en Catálogo bio-bibliográfico de los Religiosos Agustinos de la Provincia del Ssmo. N. de Jesús de Filipinas (Manila: Colegio de Sto. Tomás, 1901), XI-XIV.
  4. Así ya el P. Diego de Herrera escribiendo desde México al rey a principios de enero de 1570, Cf. Isacio Rodríguez, Historia de la provincia agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Vol. I (Manila: Catholic Trade School, 1965), 141; y luego en su “Memorial” presentado a la Corte en 1572. Ibid., 161.
  5. En el libro IV de Registro de los Generales de la Orden, y concretamente del Revrno. P. Tadeo Perusino, con fecha 7 de marzo de 1575, se lee: Confirmavimus et Ordini aggregavimus Provinciam Cinea apud insulas Philippinas y, con fecha 13 del mismo mes, escribía a Madrid haber recibido el subsidio de manos del P. Diego de Herrera «nomine Provinciae Sinarum». En Analecta augustiniana, I (1906), 76-77.
  6. Lo relata De San Agustín, “Conquistas de las islas Filipinas”, 367-369.
  7. Publicada esta obra por primera vez en su original español en Roma, año 1585, para el 1600 eran 9 las ediciones castellanas, 17 en italiano, 4 en francés y otras tantas en alemán; 3 en lengua latina, 2 en holandés y una en lengua inglesa. Cf. la última edición española en Colección “España Misionera II”, editada, prologada y anotada por el P. Félix García, O. S. A., (Madrid: M. Aguilar, 1945), XXXIII-XXXV. Sobre las Relaciones del P. Rada, véase Rodríguez, “Historia de la Provincia”, XIV, passim.
  8. De San Agustín, “Conquistas de las islas Filipinas”, 467-468.
  9. De San Agustín, “Conquistas de las islas Filipinas”, 469. Sobre las causas del fracaso de la embajada, cf. Eleuterio Turrado Crespo, “Un Misionero ilustre: el P. Francisco de Ortega”, Religión y Cultura, 30 (1935): 240-254.
  10. Libro I de Gobierno (Actas de la Provincia), fol., 45 v., y De San Agustín, “Conquistas de las islas Filipinas”, 587-588.
  11. Escribía el P. Ortega, juntamente con el P. Martín Ignacio de Loyola, O. F. M., al rey desde Macao a 6 de julio de 1587. Publicada en la revista España y América, VII (1905): 312-314.
  12. Sobre la fundación del convento de Macao tratan en general los cronistas de la provincia, aparte de los cuales, véase el “Manual Eremitico da Congregaçao da India Oriental dos Eremitas de N. P. S. Agostinho, pelo P. Me. Fr. Manuel da Ave Maria”, que publica Antonio da Silva Rego en Documentaçao para a historia das Missioes do Padroado Portugues do Oriente, Vol. XI, (Lisboa: Divisão de Publicações e Biblioteca, Agênci̧a Geral das Colónias, 1955), 160-167; Manuel Teixeira, Macau e sua Diocese, III (Macau: Tip. do Orfanato Salesiano, 1940), 531-540.
  13. Publicada en la revista Archivo agustiniano, XIV (1928): 211-213.
  14. De San Agustín, “Conquistas de las islas Filipinas”, passim y 2ª parte, Valladolid 1890, 740-746; Antonio Mozo, Noticia historico-natural de los gloriosos triumphos y felices adelantamientos conseguidos en el presente siglo por los religiosos del Orden de N.P.S. Agustin en las missiones que tienen à su cargo en las Islas Philipinas, y en el grande Imperio de China ..., (Madrid: Andrés Ortega, 1736).
  15. Cf. Bernardo Martínez, Historia de las Misiones Agustinianas en China (Madrid: Imp. del Asilo de Huérfanos del S.C. de Jesús, 1918); Manuel Ares, “Las Misiones Agustinianas en China”, serie de cinco artículos aparecidos en la revista Archivo Agustiniano. Débese notar lo que este autor advierte al principio de su estudio: que no pretende relatar la historia de las misiones sino sencillamente poner en orden y publicar los apuntes recogidos en libros, revistas y algunos manuscritos durante los ratos libres que le permitía la labor misionera en el distrito de Hunan Septentrional. Con todo, hemos de decir que es el escrito del P. Ares el que más se acerca a la realidad histórica al compararlo con lo que en su “Relación” apunta el P. Benavente.
  16. Charles R. Boxer, Catalogue of the Philippine Manuscripts in the Li1ly Library (Indiana: Indiana University, 1968).
  17. Isacio Rodríguez, “Álvaro de Benavente, O.S.A., y su «Relación» de las misiones agustinianas de China (1680-1686)”, Estudio Agustiniano, vol. XII nos. 1-3 (1977).