NIÑOS MÁRTIRES DE TLAXCALA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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PROTOMÁRTIRES DEL NUEVO MUNDO

Los indios apóstoles de su pueblo

Los Reyes Católicos (Isabel y Fernando) dieron mucha importancia al papel de los seglares en las tareas de la evangelización. "La evangelización había de ser consecuencia de la conversación con quienes profesaban vivencialmente la fe en Jesucristo" (Leandro TORMOS). En efecto, ya desde el primer momento los seglares indios, recién bautizados, se convierten en apóstoles de sus hermanos. Fueron numerosos los indios por raza, católicos por fe, santos por vocación divina, y apóstoles de su pueblo como los Beatos Niños Mártires de Tlaxcala (+1527 y 1529) o San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el vidente de Guadalupe. El obispo de Santo Domingo, Ramírez de Fuenleal escribe entre 1526-1532: "...así la conversión y doctrina de esta gente se hará como y por quien debe hacerse, los indios[1]. Estos apóstoles indios recorrían los caminos y senderos del país anunciando el evangelio: unos con sus obras de arte en esculturas y pinturas, otros con su catequesis, y muchos sellando lo que anunciaban con su propia sangre. "Los unos no eran sino la imagen y la razón de los otros, ángeles indios mensajeros del Dios cristiano"[2].


Numerosos testimonios

En 1558, fray Pedro de Gante, uno de los tres primeros franciscanos misioneros de México, escribía a Felipe II para contarle lo que sucedía en las escuelas de los conventos que acogían a centenares de jóvenes indios. Refiriéndose a su celo apostólico escribe: "A las ocho, los jóvenes indios ensayan la predicación para ver cuál sería el más capacitado para ir a predicar a los pueblos..., y durante toda la semana los más hábiles y los más inspirados en las cosas de Dios estudian lo que deben predicar y enseñar en los pueblos los domingos o las fiestas de guardar; los sábados, sus camaradas les envían a predicar de dos en dos".

Otro misionero franciscano, fray Gerónimo de Mendieta, añade por su parte: "No decían solamente lo que los religiosos les habían enseñado, sino que añadían todavía mucho más, refutando con vivas razones que ellos mismos habían elaborado, declarando su reprobación de los errores, ritos e idolatrías de sus padres, asegurándoles su fe en un solo Dios y mostrándoles cómo habían sido engañados por grandes errores y cegueras que les habían hecho tomar por dioses a los demonios, enemigos del linaje humano"[3].

El mismo testimonio nos los da el padre José de Acosta, misionero jesuita del Perú en el siglo XVI: "Los jóvenes muchachos indios, que son tan vivos y hábiles, saben el catecismo breve y el catecismo ampliado en su propia lengua. Y van a pie (de pueblo en pueblo) ensenándolo a los viejos. Han aprendido numerosos cánticos, tanto en español como en su lengua, lo cual les gusta mucho porque están naturalmente inclinados al canto. Los cantan de día y de noche, en las calles y en las casas. Y hombres y mujeres, al verlos hacer eso los imitan"[4]. El mismo testimonio nos lo ofrece el agustino Juan de Grijalva al hablar de las célebres misiones-hospitales establecidos por el obispo don Vasco de Quiroga en el Michoacán mexicano desde 1535.[5]

El jesuita Gonzalo de Tapia, se llevó consigo desde Sinaloa a México, unos indios para que luego vieran y divulgaran entre sus hermanos de raza cuanto habían visto y oído. Por su parte el virrey Toledo en el Perú (1572) abogaba por la formación de indios que fuesen fermento de fe entre sus hermanos. En México a finales del siglo XVI, 400 familias tlaxcaltecas cristianas partieron como misioneras hacia las reducciones de indios chichimecas, conocidos por su fiereza. Otro caso significativo fue el de algunos bancoas convertidos a la fe por unos misioneros jesuitas fuera de su territorio. Algunos de los neo-convertidos regresaron a su tribu para evangelizar a sus hermanos. Estos enviaron una comisión de nobles a llamar a los misioneros para ser instruidos en la fe. El hecho de que en las misiones jesuíticas de Sinaloa (México) y de Tucumán (Argentina), vinieran los indios espontáneamente a pedir el bautismo, nos indica que ya se estaba dando una evangelización por parte de sus compatriotas. Entre estos apóstoles, casi siempre desconocidos, ha habido mártires y santos que habría que "desenterrar" del olvido historiográfico.

Los Primeros Indios beatificados por la Iglesia: Los Adolescentes Mártires de Tlaxcala

"He aquí los monumentos vivos!; quién podrán dudarlo! escribía el Padre de la Iglesia San Efrén de Siria refiriéndose a los Mártires. Sus palabras pueden ser el comentario más adecuado ante el gesto de los primeros mártires del Nuevo Mundo beatificados. Fueron tres adolescentes bautizados por los primeros franciscanos en Tlaxcala y que serán sus primeros catequistas, aunque a decir verdad, los primeros mártires cristianos del Nuevo Mundo pertenecen a una familia de indios tainos recién convertidos en Santo Domingo, asesinados por sus coterráneos poco tiempo después de la llegada de Colón.

La vida y el martirio de los Adolescentes de Tlaxcala se desarrollan en el contexto del primer encuentro del cristianismo con las culturas y pueblos de México, tras la llegada de los franciscanos a partir de 1523. Los frutos de la evangelización no se dejaron esperar. En México "había tocado la hora de Dios", como comentarán los misioneros en una de sus crónicas. Los misioneros ni conocían la lengua ni contaban con interpretes para acercarse a aquel mundo cultural para ellos tan inédito. Optaron por comenzar con los niños. Pidieron a los hijos de los señores principales que les enviasen a sus hijos a las escuelas que empezaron a fundar a la sombra de los primeros conventos.

Tres de estos niños serán los primeros apóstoles y protomártires del Nuevo Mundo. El primero es Cristóbal, al que los frailes llamaron siempre con el diminutivo de Cristobalito, hijo predilecto y príncipe-heredero de Acxotécatl de Atlihuetzia (Tlaxcala), uno de los príncipes que ayudaron a Cortés en la Conquista. Tenía unos 13 años cuando fue martirizado en 1527. Dos de sus hermanos, Bernardino y Luís, testimoniarán sobre su martirio.

El segundo mártir fue Antonio, nieto de Xicotencatl, señor de Tizatlán, también heredero de aquel Señorío. Había nacido en Tizatlán (Tlaxcala) hacia 1516, y muere mártir en 1529 a la edad de 13 años. Antonio fue enviado por el superior de los franciscanos de México para que acompañase como intérprete y catequista a fray Bernardino Minaya, uno de los primeros dominicos recién llegados, quien se dirigía a misionar en las tierras de Oaxaca. Será martirizado en aquellas regiones. El tercero de los mártires es Juan, probablemente natural de Tizatlán (Tlaxcala), donde habría nacido hacia 1516. Murió junto con Antonio en 1529. Era de condición humilde. Se había ofrecido también voluntario para acompañar a fray Bernardino Minaya.

Los testimonios de los primeros misioneros, fray Toribio Motolinía (uno de los llamados "Doce Apóstoles de México) y fray Juan de Zumárraga (primer obispo de ciudad de México) quienes escriben a sus hermanos franciscanos de Europa dándoles la noticia de este martirio, se parecen a las antiguas cartas relatando las gestas de los primeros mártires. Hablan del estupor de los indios recién convertidos ante la novedad cristiana, del entusiasmo de los niños y de los jóvenes, de su firmeza en la fe cristiana, de su inconmovible actitud ante la idolatría, de la inmoralidad de sus padres y paisanos, y de su ardor misionero.

Sacrificado por su mismo padre

Cristobalito fue sacrificado por su mismo padre, instigado por su madrastra y otros súbditos molestos, ante la actitud que el niño adoptaba de frente a la vieja religión insaciable de sangre y ante las recriminaciones que sin cesar le hacía a su mismo padre. En casa lo maltrataban precisamente por ello. Una noche el padre quiso borrar para siempre la memoria de su hijo primogénito. Ante los ojos aterrorizados de sus hermanos le quebró la cabeza y los brazos y luego quemó su cuerpo. Según contarán sus hermanos, pocos días antes de su asesinato Cristobalito le había dicho a su padre que no estaba enojado ni resentido con él por los malos tratos que le daban en casa. Al contrario que la honra que le hacía con aquellos sufrimientos valía más que el Señorío del que era heredero.

Mártires misionanado

Fray Martín de Valencia, superior de los "Doce apóstoles" de México, había reunido a los jóvenes catequistas que debían acompañar a fray Bernardino Minaya a Oaxaca, y les había hablado de los peligros a los que se exponían, incluida la muerte. La relación de los franciscanos ya citada nos transmite la reacción de Antonio: "Nosotros estamos aparejados para ir con los padres y para recibir de buena voluntad todo trabajo por Dios; y si El fuere servido de nuestras vidas, ¡por qué no las pondremos por El? ¿No mataron a San Pedro crucificándole y degollaron a San Pablo y a San Bartolomé desollado? ¡Pues por qué no moriremos nosotros por El, si El fuere de ello servido?"

Juan era un criado de Antonio y se educaba junto con su amo en la escuela franciscana. La fe cristiana había cambiado totalmente su antigua relación de amo y siervo. Eran amigos. Juan pidió insistentemente y obtuvo ir a misionar con su antiguo señor. Compartirá con él la gloria del martirio. Fueron asesinados cerca de la población de Tepeaca, en la región de Puebla. Unos indios mataron a Juan cuando lo vieron destruir unos ídolos. Antonio no huyó. "Pertenecemos a la misma cosa...si muere él debo morir también yo", les vino a decir. Murió como su antiguo amo que había dejado de serlo para convertirse en su hermano.

Como los antiguos mártires

Los cuerpos de estos tres protomártires fueron recogidos por los misioneros franciscanos y sepultados como mártires. Así aparecen ya en la carta que en 1532 el primer obispo de México, el franciscano Juan de Zumárraga, escribe al capítulo general de su Orden que se celebró en Tolosa (Francia); lo mismo hace fray Toribio de Benavente Motolinía, en ese entonces guardián del convento de Tlaxcala, que comienza a recoger los datos de este martirio al escribir su Historia de los Indios de la Nueva España, obra fechada en el convento de Tehuacán (Puebla), el 24 de febrero de 1541.

La historia de estos tres protomártires es un comentario evidente y preciso sobre aquella primera evangelización. Su corta vida consagrada con pasión al anuncio del Evangelio entre sus hermanos y la entereza de su testimonio sellado con la sangre por encima de los lazos de la carne demuestran cómo el Evangelio penetró en el corazón de muchos con raíces profundas a pesar de las apariencias exteriores y de los límites del momento. Cristóbal, Antonio y Juan, los “ Niños Mártires de Tlaxcala”, fueron beatificados en la Basílica de Guadalupe el 6 de mayo de 1990 por San Juan Pablo II, durante su segunda visita a México. Su canonización la realizó el Papa Francisco el 15 de octubre de 2017 en la Plaza de San Pedro.

Notas

  1. BORGES, P. Métodos misionales en la cristianización de América. Madrid 1960, 441.
  2. DUMONT, J. La Iglesia ante el reto de la historia, Encuentro. Madrid 1987, 175.
  3. MENDIETA Jerónimo, Historia eclesiástica indiana.
  4. Estado general de la Compañía de Jesús en Perú... del año de 1576.
  5. GRIJALVA, Juan de. Crónica de la Orden de San Agustín en la Nueva España. México 1624


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ