MURIEL Domingo

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Tamanes, 1718; Faenza, 1795) Sacerdote jesuita, profesor y filósofo FORMACIÓN Y DOCENCIA. DE VALLADOLID A LAS INDIAS El desarrollo cultural del Río de La Plata y particularmente el de la ciudad de Córdoba, habían de recibir un fuerte impulso a mediados del siglo XVIII por la obra intelectual y la acción personal de Domingo Muriel.

Nacido en la villa de 'I'amanes en el reino de León en el seno de un hogar cristiano, Córdoba de la Nueva Andalucía será para Muriel, su patria de adopción, tanto por su obra intelectual como por sus múltiples tareas de gobierno. Felizmente contamos con una excelente biografía escrita por su discípulo, el P. Francisco Javier Miranda, de quien recogemos los principales datos de esta reseña.

Dieciséis años después ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús y dos años más tarde, en 1736, "hechos sus votos y perfeccionado en los estudios de la humanidad, fue destinado a oír filosofía en el colegio de Santiago de Galicia, bajo el magisterio del P. Juan de San Cristóbal." Este su maestro de filosofía, testimonió su veneración por las virtudes de Muriel de quien llegó a decir: "Dios nos conserve aquel santo, de quien yo, siendo su maestro en filosofía, me tenía por su discípulo en la virtud."

Concluida la filosofía, estudió teología en el Colegio de Salamanca, anidando en su ánimo el deseo de pasar después a América. Estuvo en Valladolid enseñando Gramática en el Colegio de San Ambrosio, y en 1740 fue ordenado sacerdote. Al año siguiente fue designado compañero (quizá una suerte de secretario) del ilustre P. Luis de Lossada (1681-1748), conocido por la incorporación a la filosofía escolástica de las cuestiones principales de la física de su tiempo como, igualmente, de la filosofía moderna; todo lo cual puede comprobarse en su célebre Curso en tres volúmenes que fuera también texto filosófico en las aulas cordobesas.

Aunque le acompañó por poco tiempo, Miranda le atribuye influencia sobre Muriel, no solamente filosófica sino, por su ejemplo, de virtudes cristianas. Luego de esta relación con el P. Lossada pasó como ministro (Vicerrector) al Colegio de Medina del Campo, y poco después a Villagarcía. Entre los años 1745 y 1747 enseñó Latinidad en Villagarcía. Allí fue su alumno Francisco J. Miranda, su futuro biógrafo. Pasó inmediatamente al Colegio de San Ambrosio en Valladolid donde dictó filosofía durante sólo seis meses. Por este tiempo, esperaba Muriel que se cumpliera su deseo de pasar a las Indias, hasta que recibió la licencia correspondiente en marzo de 1748. Se disponía así a comenzar una vida nueva en las lejanas tierras del Río de La Plata.

CÓRDOBA DEL TUCUMÁN, SU PATRIA DE ELECCIÓN. Partió así a Lisboa donde se encontró con el P. Ladislao Orosz y, desde allí, viajó a Buenos Aires adonde llegó en diciembre de 1749. Lo esperaba el P. Querini (profesor y Rector de la Universidad cordobesa) y fue destinado a Córdoba donde comenzó a desempeñarse como profesor de filosofía; ya en el largo viaje entre Buenos Aires y Córdoba explicaba la lógica elemental a los jóvenes, al mismo tiempo que descubría la pampa ilimitada, aquel "gran mar verdoso" como le llama Miranda.

De inmediato en Córdoba se dedicó a dictar el curso completo de filosofía, adentrándose simultáneamente en el medio ambiente y en el carácter propio de la Universidad, "tan célebre, en la América meridional como la de Salamanca en España y la Sorbona en Francia". Al concluir el curso filosófico fue designado Vicerrector de la Universidad, cargo que desempeñó durante dos años, mientras enseñaba la Teología Moral primero y más tarde, la Teología escolástica.

Llegamos así al año 1757 durante el cual fue designado Rector del convictorio de Monserrat, que por entonces, según Miranda, "entre todos los colegios de América Meridional destinados para la educación de la juventud secular en virtud y letras, era aquel el principal sin controversia". Luego, de su breve rectorado, pues no alcanzó a desempeñarlo un año (1757), fue designado Secretario del Padre Provincial, visitó las diversas Casas y estuvo en las Misiones guaraníes; poco después fue Secretario del Visitador General, P. Nicolás Contucci. El P. Furlong hacer notar que, por esta época, debe colocarse la primera redacción de su obra Fasti Novi Orbis.

Mientras tanto se preparaba el decreto de expulsión de la Compañía de Jesús, cuya promulgación lo sorprendió en Europa adonde había viajado como procurador general (junto al P. José de Robles) y desde donde debía regresar con unos ochenta misioneros para el Paraguay. En cambio, debió comenzar una dura peregrinación hasta radicarse en Faenza, Italia, (1768) donde tuvo la emoción de encontrarse con estudiantes de Córdoba. En Faenza concluyó varias obras, fue Rector y luego Provincial. Ascético, fino, espiritual, murió el 23 de enero de 1795, lejos de la Córdoba que tanto había amado y cuya presencia está viva en todos sus escritos.

CARÁCTER Y FAMA DE SANTIDAD El Padre Muriel, "de mediana estatura, bien conformado en todo el cuerpo, el talle siempre derecho", el rostro "majestuosamente hermoso"; ojos rasgados, vivos y brillantes: "La frente espaciosa; la nariz cumplida sin exceso y algo aguileña"; todo esto dice devotamente Miranda y agrega: "La boca, más antes pequeña; bien poblada la barba; la voz clara, aguda y apacible; el natural, fogoso y colérico; pero tan domado con la continua mortificación, que parecía flemático". Este aspecto físico era signo exterior de sus "dotes de ingenio penetrante, de memoria tenaz, de índole inclinada a lo bueno, de prudencia, de madurez aún en los verdes años... "

Quizá el rasgo de carácter que más impresiona en Muriel sea su espíritu de sacrificio y de mortificación, un gran sentido de la justicia unido a "una extrema piedad, clemencia y disimulo en perdonar el castigo”, Miranda abunda en ejemplos de un heroísmo singular. El mismo Miranda, que le conoció mejor que nadie y fue su alumno en la Universidad de Córdoba, cuenta que "trabajaba las materias o tratados que había de dictar con tal precisión, método, claridad y solidez, que no había más que desear," lo cual viene a coincidir con el testimonio del P. Luego quien dice de él que "era hombre sólido, y verdaderamente sabio, y todavía más santo que docto; y su carácter en una y otra cosa consistía en el conato, esmero, y exactitud en hacerlo todo a la perfección. . . y así su verdadero renombre, o apellido debía ser, el hombre exacto en todo".

Miranda sostiene que sabía "la filosofía antigua y moderna", toda la Teología, versadísimo en Sagrada Escritura, todos los derechos y lenguas como la latina, bastante griego perfeccionado más tarde, francesa, portuguesa, italiana y más tarde la hebrea. Su vida, principalmente, fue ejemplar y por eso, ejemplar fue su muerte, emotivamente narrada en el tantas veces citado P. Miranda y que explica, como broche final, la iniciación de la causa de beatificación y canonización del P. Muriel poco después de su partida.

ESCRITOS ÉDITOS E INÉDITOS La fuente principal para conocer la nómina de trabajos de Muriel es la obra de Miranda, a la que es necesario agregar el insustituible trabajo del Padre Furlong, bajo cuyos ojos han pasado también las obras de los bibliógrafos como, por ejemplo, el P. Sommervogel. En efecto, tanto las obras éditas como las inéditas figuran citadas en la nota correspondiente. Sólo por su expresa referencia al derecho municipal castellano y sus implicaciones americanas, cito: Fasti Novi Orbis et ordinationum apostolicarum ad Indias pertinentium breviarum cum adnotationibus; aunque publicada en Venecia en 1786, su primera redacción tuvo lugar en Córdoba donde dejó el original debiendo redactar en Italia nuevamente la obra; como su título lo indica, los Fasti constituyen una historia de América hasta 1771 y las Ordinationes son una colección de bulas pontificias referidas a América hasta 1766.

De los Rudimenta Juris Naturae et Gentium dispongo copia fotográfica de la edición veneciana de 1791 y la traducción castellana de la Biblioteca Centenario de la Universidad de La Plata (1911); esta obra, además de constituir una completa filosofía del derecho, contiene toda la reflexión del P. Muriel sobre América como, igualmente, sobre otros temas íntimamente ligados y que permiten reconstruir su pensamiento original.

Se capta su espíritu apologético en su Lettre a l'auteur de l'article “Jésuite" dans le Dictionnaire Encyclopédique, cuyas sabrosas 287 páginas fueron halladas por el P. Furlong en Valencia y que he leído en copia fotográfica. Por último, en los apéndices de la obra de Miranda apareció la notable Carta sobre el modo de conservar el espíritu religioso de la Compañía de Jesús y especialmente, para la ascética murielana, el De imstituiione vitae religiosae.

LA ERUDICIÓN DE MURIEL Antes de emprender la exposición de su pensamiento, bueno es hacer un breve paréntesis sobre la notable erudición de Muriel que demuestra también su extraordinaria formación. Además de los testimonio de su discípulo Miranda, si nos concentramos en una sola obra suya, los Rudimenta Iuris Naturae et Gentium, podemos hacer un recuento de los autores citados por Muriel, los cuales pasan de 230.

Al cabo de un minucioso índice elaborado página por página, nos encontramos con lo siguiente: Su conocimiento de los clásicos griegos y latinos era casi completo, citados con profusión y exactitud: Hesíodo, Homero, Sófocles, Eurípides, Píndaro, Orfeo, entre los filósofos, los escritos pitagóricos, Epícuro, Empédocles, Sócrates sobre todo a través del testimonio de Jenofonte, Platón, Aristóteles (particularmente la Política y la Ética nicomaquea) Teofrastro, Porfirio, Simplicio, los testimonios de Diógenes Laercio y el infaltable Plutarco; entre. los clásicos latinos, los más citados son Horacio, Virgilio, Cicerón, Ovidio (a quienes parece conocer en su totalidad) y le siguen Quinto Cursio, Julio César, los Plínio, Valerio Flaco, Cornelio Nepote, Suetonio, los hispánicos Séneca, Marcial y Quintiliano; luego vemos aparecer a Tito Livio, Terencío, Tácito, Epicteto, Juvenal, Lucrecio, Varrón. Volviendo a los griegos, Muriel cita siempre los testimonios históricos de Estrabón, de Heródoto, Pausanias, Polibio, Dionisio de Halicarnaso y otros.

Entre las Padres de la Iglesia, los autores citados con preferencia son San Jerónimo, San Agustín, San Ambrosio, Clemente de Alejandría, San Basilio, Tertuliano, San Gregorio Magno y San Juan Crisóstomo.

Son legión los escolásticos citados por Muriel: San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Egidio Romano, San Buenaventura y, aunque menos, Duns Escoto. De la segunda escolástica hacen acto de presencia Tomás de Vío Cayetano, Gabriel Vázquez, Francisco de Vitoria, Francisco de Toledo y sobre todo el gran pensador de la Orden Francisco Suárez el más citado y seguido; agréguense Tomás Sánchez, Melchor Cano, Lacroix, el famoso El Tostado, Lessius, el Cardenal de Lugo, Gotti, Conink, Amíco, el escriturista Calmet, Lipsius.

Los modernos son especialmente estudiados, y aunque no citado en los Rudimenta, se percibe la presencia de Descartes; Muriel cita a Maquiavelo (debido a sus preocupaciones por la filosofía política), a Teófilo Reynaud (de una de cuyas obras hizo un resumen), Erasmo; Muriel tiene muy presente la obra de Leizniz y además, Enrique von Cocceji y Samuel von Coceeji, Christian Wolf y los iusnaturalistas Grocio, Pufendorf, Heineeius, Thomasius, Maier y B. Stattler quien oscila entre la escolástica y la influencia leibniziana.

Entre los filósofos políticos, Hobbes y Rousseau, sobre todo el primero; Montesquieu, el protestante H. Boehmer, citado, con frecuencia y otros autores de menor relieve. A todos estos nombres hay que agregar los clásicos del derecho como Justiniano, Ulpiano, Salviano, sobre todo los dos primeros citados con profusión y otros como Miguel Medina (el fundador del derecho penal) y Tadeo Varenko, a los que habría que agregar otros nombres como Santiago Zallinger y el entonces famoso casuista Busembaum. Muriel parece tener al alcance de la mano los historiadores como Casaubon, Jacobo Platel y el famoso Guyón con su historia de los persas citada por nuestro filósofo. Naturalmente, aparecen siempre, por un lado, las Mémoires de Trévoux y, por otro, la Enciclopedia.

Y dejo para el final la notable erudición de Muriel en temas americanos, particularmente los referidos a su historia, costumbres, legislación: Garcilaso de la Vega, el célebre José de Acosta, Pedro Lozano, Pedro Francisco Javier Charlevoix, nuestros Martín Dobrizhoffer y Tomás Falkner, José Cardiel, Juan Domingo Coleti, la obra sobre los Incas de Marmontel, sobre el Paraguay de Fernando de Rivera, sobre el Orinoco de Salvador Gil, sobre Paraguay de José Quiroga, las obras de Prévost y Antonio de Herrera y, en la cuestión de la licitud de la conquista de América, analizará las obras de Ginés de Sepúlveda, Bartolomé de Las Casas y Francisco Suárez, sin descuidar la ingente obra jurídica de Solórzano Pereira.

Tal es, en pocas líneas, la erudición real y vivida de Domingo Muriel, en la que pueden detectarse siempre no solamente los temas americanos sino aquellas obras que han constituido el acervo principal de la Biblioteca Grande de la Universidad de Córdoba y que volvería a encontrar en las bibliotecas de Faneza, donde falleció el 23 de enero de 1795.


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