MONTOYA UPEGUI, Santa Laura

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Jericó, 1874 – Medellín, 1949) Misionera y fundadora.

Hija legítima del médico y comerciante Juan de la Cruz Montoya y de Dolores Upegui, creció en la pobreza debido al asesinato de su padre cuando ella apenas alcanzaba los 2 años, razón por la cual fue llevada a vivir con sus abuelos a su finca en el municipio de Amalfi. Se refiere con admiración a su madre, quien más tarde formó parte de Congregación y quien siempre les inculcó a ella y a sus dos hermanos, profundos valores cristianos. Así lo muestra un episodio que refiere en su autobiografía: “Cuando ya grandecita, le pregunté en dónde vivía Clímaco Uribe, ese señor que amábamos y que yo creía miembro de la familia, por quien rezábamos cada día, me contestó: «Ése fue el que mató a su padre; debe amarlo porque es preciso amar a los enemigos porque ellos nos acercan a Dios, haciéndonos sufrir»”.[1]

Cuando Laura tenía 16 años su abuelo murió y la familia decidió que debía estudiar para ser profesora y así ayudar a los gastos de la familia, por lo cual se trasladó a Medellín y habitó en un manicomio en el que trabajó su tía, lugar del que se hizo cargo demostrando así su carácter emprendedor. Al mismo tiempo consiguió una beca del gobierno nacional que le permitió estudiar en el Instituto Normal, del cual se graduó como maestra en 1893; empezó de inmediato a trabajar en la Escuela Superior de Fredonia y un año más tarde en Santo Domingo; en 1897 fue nombrada vicedirectora del Colegio la Inmaculada de Medellín.

Cuando contaba con 30 años, un sacerdote amigo, Ezequiel Pérez, le propuso fundar un colegio en Jardín, a lo cual se rehusó inicialmente, pero que luego terminó aceptando al enterarse de la presencia en la zona de los indios de Guapá, a los cuales podría enseñar, a quienes efectivamente catequizó y preparó para el sacramento del bautismo; desde ese momento decidió dedicar el resto de su vida al apostolado. Así lo narra ella misma: “Llegué a Medellín con la convicción de que era llamada al apostolado entre infieles; pero aun tuve que pensar en hacer algunos años, mi oficio de loca amarrada dulcemente al poste de una esperanza (…) No viendo manera de empezar la obra, acepté la propuesta de algunos señores, de abrir de nuevo el colegio (…) al fin tenía que ganarme la vida de alguna manera, mientras sonaba la hora de Dios”.[2]

Sin embargo, el camino no resultó sencillo. Fue repudiada por la sociedad y las autoridades civiles, que consideraban que sus labores no eran dignas de una mujer, corriendo por parte del Arzobispo el rumor de que Laura infundía ideas liberales a quienes enseñaba, por lo cual recurrió al presidente Carlos E. Restrepo, quien le prometió ayuda. “La solidez de su virtud fue probada y purificada por la incomprensión y el desprecio de los que la rodeaban, por los prejuicios y las acusaciones de algunos prelados de la iglesia que no comprendieron en su momento, aquel estilo de ser «religiosas cabras», según su expresión, llevadas por el anhelo de extender la fe y el conocimiento de Dios hasta los más remotos e inaccesibles lugares (…)”.[3]

Rápidamente buscó apoyo entre las comunidades religiosas de la región para que permitieran misiones indígenas, solicitud que fue negada, ante lo cual Laura remitió una carta al Papa en la cual detallaba el estado de abandono en que se hallaban los indígenas latinoamericanos, misiva respondida en la encíclica Lacrimabili Statu, en la que el Romano Pontífice pedía a los obispos americanos que velaran por el bien material, espiritual y moral de sus indígenas. El obispo de Antioquia, Maximiliano Crespo Rivera, le ofreció ayuda y terminó siendo cofundador de la Congregación: “Pues yo, me dijo, recibo esa obra con alma, vida y corazón (…) yo la apoyaré siempre y cuando escaseen los dineros de la diócesis, me queda mi bolsillo que no es escaso y que pongo a sus órdenes”.[4]El 4 de mayo de 1914 inició junto a cinco compañeras, entre las que se encontraba su madre, un viaje a Dabeiba, donde debió batallar contra factores de la geografía del Urabá y contra la oposición de los líderes Katíos de la zona.

Finalmente ese año fundó allí la Congregación de Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena; años después la gobernación del departamento le reconoció un salario a ella y a una de sus compañeras como maestras de nativos. En 1916 la Santa Sede reconoció su comunidad como Congregación Diocesana. Al año siguiente emprendió un nuevo viaje hacia San Pedro de Uré, municipio selvático en el que sirvió casi un año. A su regreso a Dabeiba se había constituido la Prefectura Apostólica del Urabá, cuyo primer prefecto, José Joaquín Arteaga, decidió revisar la congregación e imponerles la regla de la Orden de las Carmelitas Descalzas, a lo cual se opusieron las misioneras Lauritas y decidieron abandonarlo todo y retirarse a Medellín en 1940. En ese tiempo del apostolado en Urabá, las Lauritas catequizaron indígenas de 13 municipios del norte y occidente antioqueño y fundaron tres casas en Dabeiba, tres en Frontino y una en Turbo. A su salida de Urabá las misioneras iniciaron labores en otros cinco municipios, pero Laura permaneció en Medellín los últimos nueve años de su vida postrada en una silla de ruedas y privada de visitar a sus indígenas.

Falleció el 21 de octubre de 1949 sin poder ser testigo de la aprobación canónica de su congregación. Su proceso de beatificación inició en 1964, siendo declarada venerable en 1991, beatificada el 25 de abril de 2004 por San Juan Pablo II y finalmente canonizada el 12 de mayo de 2013 por S.S. Francisco. Durante la misa de canonización, el Papa señaló que “Santa Laura Montoya fue instrumento de evangelización primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella”.[5]Las misioneras de la comunidad fundada por ella hoy se encuentran esparcidas a lo largo de tres continentes, América, África y Europa.

Obra(s)

Carta abierta (1906), Cartas misionales (1932), Constituciones para las misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena (1933), Lampos de Luz (1941-1944), Voces místicas de la naturaleza (1944), Destellos del alma a manera de versos (1945), Autobiografía de la Madre Laura de Santa Catalina o Historia de las misericordias de Dios en un alma (1971), Manojitos de mirra (1973), Nazca allá la luz (1979).

NOTAS

  1. Montoya Upegui, p. 42.
  2. Montoya Upegui, pp. 271-272.
  3. Santa Sede.
  4. Montoya Upegui, p. 353.
  5. S.S. Francisco, 2.

BIBLIOGRAFÍA

Castro Hernández, Patricia. “Laura Montoya Upegui”, en Revista Semana, 3 de diciembre de 2005.

Montoya Upegui, Laura. Historia de las misericordias de Dios en un alma. 4ª ed. Cargraphics, Medellín, 2008.

Pérez Silva, Vicente (comp.). La autobiografía en la literatura colombiana. Imprenta Nacional de Colombia, Bogotá, 1996.

Santa Sede. “Laura Montoya (1874-1949)”. Página web de la Santa Sede. Consultado el 05/11/2014, disponible en: http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_lit_doc_20040425_montoya_sp.html

S.S. Francisco. “Santa Misa y canonización de los beatos Antonio Primaldo y compañeros, Laura di Santa Catalina de Siena y María Guadalupe García Zavala”. Página web de la Santa Sede. Consultado el 05/11/2014, disponible en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130512_omelia-canonizzazioni.html (DHCIAL)

Umaña, Claudia. “Montoya Upegui, Laura”, en Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango. Consultado el 05/11/2014, disponible en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/montlaur.htm

RICARDO ZULUAGA GIL / SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA