MONTEVIDEO; La Diócesis durante el gobierno de Mariano Soler

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La relación «ad limina»[1]titulada «Stato della diocesi di Montevideo 1885-1895», constituye una fuente hasta ahora inaccesible para el mejor conocimiento de la historia de la Iglesia en el Uruguay y de uno de los pastores que más honda y perdurable influencia han ejercido en esa Iglesia y ese país, monseñor Mariano Soler.

Cuando el obispo de Montevideo monseñor Mariano Soler elevaba en Roma, el 2 de abril de 1897 este «Stato della diocesi di Montevideo», las fronteras de su diócesis coincidían con las de la República Oriental del Uruguay.

La diócesis había sido creada por el papa León XIII en 1878, como culminación de un largo proceso cuyas raíces arraigan en los tiempos coloniales. Inicialmente este vasto territorio dependía del obispado de Cuzco (Perú). En 1547 pasó a formar parte del de Asunción (Paraguay) y en 1620 quedó incorporado a la recién creada diócesis de Buenos Aires (Argentina).

Fue dentro de esta circunscripción eclesiástica que inició el siglo XIX, cuando la entonces llamada «Banda Oriental» todavía era parte del último virreinato creado en Buenos Aires por la Corona española. Obispos bonaerenses, último Benito de Lué y Riega en 1804, hacían sus visitas pastorales por estas tierras.

Lograda la independencia de la República Oriental del Uruguay, no se tardó en dar los primeros pasos tendentes a reestructurar la organización religiosa de un país que, según su primera Constitución, jurada el 18 de julio de 1830, tenía como religión del Estado la católica apostólica romana.

El 2 de agosto de 1832 se creaba el vicariato apostólico,[2]y poco después, ese mismo año, una bula del papa Gregorio XVI designaba a monseñor Dámaso Alonso Larrañaga como el primer vicario apostólico del Uruguay. Monseñor Larrañaga desempeñó el cargo hasta 1848, avanzada ya la Guerra Grande que, iniciada en 1839, habría de durar hasta 1852.

Un movimiento revolucionario encabezado por el antiguo presidente Rivera con el apoyo de los unitarios argentinos (exiliados del dictador Rosas), los franceses (interesados en el bloqueo de Buenos Aires) y los farrapos (revolucionarios del sur del Brasil) había obligado a renunciar en 1838 al presidente constitucional Oribe, quien reagrupó sus fuerzas en la campaña, estrechando vínculos con el argentino Rosas. Ya por entonces iban definiéndose los dos grandes partidos que tomaron el nombre de sus respectivas divisas: Blanco el de Oribe y Colorado el de Rivera.

La guerra civil se internacionalizó; fue la Guerra Grande, identificada en el «Stato della diocesi» como “la guerra civile detta dei nove anni”. La Iglesia tuvo que reorganizarse según la nueva situación que dividió al país en dos áreas, gobernada por los colorados la capital, por los blancos la del interior.

Tras derrotar a Rivera en Arroyo Grande en 1842, Oribe había instalado su gobierno en los aledaños de la capital y desde allí puso sitio a Montevideo. Dentro de Montevideo, los combatientes franceses, italianos –con Garibaldi al frente– y argentinos eran muchos más que los orientales.

Al ser designado monseñor Lorenzo Fernández nuevo vicario apostólico en 1848, se encontró con que en los hechos no podía ejercer su cargo sino dentro de Montevideo: Oribe le impedía desempeñarlo en el ámbito bajo su control, alegando que el nuevo vicario había participado en la política del Estado como vicepresidente que fue de la Asamblea de Notables.

Se entró entonces en una situación peculiar: mientras monseñor Fernández seguía desempeñando su cargo en Montevideo, Oribe nombraba para su ámbito un provisor eclesiástico, don Manuel Rivero. Y en 1851, el nuevo delegado para las repúblicas del Plata monseñor, Ludovico Besi, concedía desde su sede en Buenos Aires al presbítero Rivero las facultades para que ejercitara esa autoridad eclesiástica fuera de Montevideo. Pero el tratado de la Triple Alianza, celebrado en Montevideo con el Brasil y la provincia argentina de Entre Ríos, en 1851, llegó a disuadir a Oribe de la prosecución del sitio de Montevideo. La división del territorio nacional cesó con la paz de 1851,[3]concertada bajo el lema “ni vencidos ni vencedores”.

Consiguientemente, cuando el 27 de mayo de 1854 don José Benito Lamas era nombrado vicario apostólico del Uruguay, su competencia volvía a coincidir con todo el territorio nacional. Tras la muerte de Lamas y el ejercicio del vicariato por el provicario presbítero Juan Domingo Fernández, el 26 de mayo de 1859 monseñor Jacinto Vera era designado vicario apostólico, y en 1865 pasaba a ser el primer obispo de la República Oriental del Uruguay. Su competencia se extendía sobre todo el territorio nacional, incluso antes de que se erigiese la diócesis de Montevideo.

Fue en 1874 cuando el Senado de la República dio el gran paso hacia esta última al tramitar su creación ante la Santa Sede. En 1878 el papa León XIII erigía la diócesis de Montevideo,[4]que tuvo por primeros titulares a monseñor Jacinto Vera hasta 1881, a monseñor Inocencio María Yéreguy,[5]de 1881 a 1890 y al autor de este «Stato della diocesi di Montevideo», monseñor Soler, desde 1890.

La lectura de esta relación «ad limina» realizada por un obispo uruguayo confirma los rasgos excepcionales de este pastor puesto a la cabeza de una diócesis tan grande como el país que le vio nacer. “Absit gloriari nisi in cruce”[6](“Lejos de mí gloriarme si no es en la cruz”) es el texto de Pablo escogido por monseñor Soler como mote de su obispado.

Su escudo de armas destaca en el cuartel superior izquierdo, en campo de plata, el cerro de Montevideo bajo una estrella y en el inferior de la izquierda un león rampante con espada junto a una torre coronada por el sol; los otros dos cuarteles están colmados por los colores azul y blanco de la bandera nacional.

La población total del Uruguay que pastoreó monseñor Soler era –como él mismo destaca–de 822.892 habitantes en 1895, en una cuarta parte extranjeros. “La República, ossia la diocesi, comprende –escribe en la relación– 19 departimenti con 10 citta, 18 villaggi, 42 borgate e 20 luoghi di minori entita”.

Monseñor Soler tiene muy en cuenta la “dispotica persecuzione” que en 1885 había desatado contra las comunidades religiosas el presidente general Máximo Santos,[7]“I'insegnamento laico”, “la diffusione delle dottrine atee, razionaliste e positiviste” y la “ostilita verso la Chiesa” que advierte en las escuelas del Estado.

En 1876 la dictadura del coronel Latorre[8]había trazado el primer bosquejo del Uruguay moderno instaurando la escuela pública obligatoria, gratuita y laica, que abrió la ruta hacia los altos niveles de secularización, a menudo transformada en secularismo de fuerte signo anticlerical, característicos de esta república.

También se manifiesta monseñor Soler contra la vieja institución del Patronato, contra las “grandisime difficolta dovute alle leggi promulgate dal generale Santos” (matrimonio civil obligatorio y previo al religioso, inspección de las casas religiosas por la autoridad civil, etc.), contra la “tirannica presidenza del generale don Massimo Santos”, contra “una spietata guerra aIla religione” declarada por “i governi, nella loro maggioranza liberali”, contra la “esecrabile setta massonica secondata dai liberali”.

Hablar del estado de su diócesis le lleva casi a situar a su Iglesia en un contexto nacional donde habían recrudecido, hasta extremos críticos, las divergencias en la percepción de las grandes cuestiones públicas que distanciaban a la Iglesia de ciertas élites que habían ganado más de un gobierno y que ejercían una creciente influencia sobre la sociedad civil.

Monseñor Soler había asumido su cargo con una rica experiencia de los conflictos que enfrentaba la Iglesia, pero también de sus múltiples intentos de resolverlos en la continuidad de su acción evangelizadora. Nacido en 1846, tuvo temprano conocimiento directo de la masonería cuando, a los quince años, al trasladarse a Montevideo para seguir sus estudios, pasó a vivir en la casa de un amigo de su padre, don Jaime Roldós y Pons, donde se celebraban reuniones masónicas.

Tras comenzar sus estudios sacerdotales en Santa Fe (Argentina), su ingreso como alumno en la Pontificia Universidad Gregoriana y su intensa vida en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano (fundado en 1858 por iniciativa del presbítero chileno José Eyzaguirre) le hicieron testigo de excepción del Concilio Vaticano I, de la invasión de los piamonteses y del fin del poder temporal del papado.

Ordenado sacerdote en 1872, fue fiscal eclesiástico, párroco y vicario general, y antes de asumir el gobierno de la inmensa diócesis en 1890, había sido también profesor y diputado, escritor incansable y viajero frecuente.

En 1875 había apoyado la fundación del Club Católico –desde donde surgió el impulso creador del periódico «El Bien Público», y de la Unión Católica del Uruguay– y en 1877 fundó el Liceo de Estudios Universitarios, ese primer intento de universidad libre que contaba con una facultad de ciencias y letras y un curso de jurisprudencia.

A finales de abril de 1889 se celebró el primer Congreso Católico del Uruguay –segundo en 1893 por el segundo y en 1900 por el tercero– y en 1894 el primer congreso eucarístico diocesano.

Identificándose con las grandes corrientes de la espiritualidad de su Iglesia, monseñor Soler difundió la invocación del Espíritu Santo, la consagración de los hogares a la Sagrada Familia, el culto al Sagrado Corazón de Jesús, la devoción a la Virgen del Carmen, y su fervor mariano le impulsó a fundar en un santuario argentino-uruguayo en Tierra Santa.

Su huella dejada en el Colegio Pío Latino Americano fue tan intensa que a los setenta y cinco años de la fundación del colegio, «La Civilta Cattolica»–en su cuarto volumen de 1933– escribía que por su amor a la institución, por sus escritos, sus trabajos y viajes emprendidos en pro de la misma, monseñor Soler merecía ser llamado “il secando Fondatore del Collegio Pio Latino Americano”.

El gran prestigio que había ganado el primer arzobispo (desde 1897) de Montevideo hizo que León XIII le designara para el discurso de apertura del Concilio Plenario Latino Americano, celebrado en Roma en1899, y que Pío X le confiase la iniciación del XVI Congreso Eucarístico Internacional, que por primera vez el mismo papa quiso presidir en Roma en 1905.

NOTAS

  1. La actual figura jurídica de la visita «ad limina» fue instituida por Sixto V en 1585. Pío X le introdujo reformas que fueron recogidas en el Código de Derecho Canónico de 1917. El Concilio Vaticano II se ocupó de ella y la legislación actual sobre la misma fue promulgada por Pablo VI en 1975. Cfr. Vicente Cárcel Orti, “Las «relationes ad limina» de las diócesis filipinas”, Archivo Ibero-Americano, no. 38 (1978) 273 y 286-287 (bibliografía jurídico canónica)
  2. Para la historia de la erección del vicariato apostólico –realizada ya en 1830 con una decisión luego anulada– cfr. la disertación presentada a The Catholic University of America por William J. Coleman, The first Apostolic Delegation in Rio de Janeiro and its influence in Spanish America. A study in Papal Policy, 1830-1840 (Washington: Catholic University of America Press, 1950). El cuarto capítulo, The Rio Nunciature and Uruguay, págs. 163-189, examina el papel del nuncio arzobispo Pietra Ostini en la fundación del vicariato apostólico entre 1830 y 1832, y luego las relaciones entre la nunciatura de Rio, regida por el encargado de negocios «ad interim» Scipione Domenico Fabbrini con título y facultades de delegado apostólico para toda América Meridional y Central, excluidas Antillas, desde septiembre de 1832 y Uruguay entre 1832 y 1836.
    Cfr. también el nono volumen, que se refiere a los años 1824-1840, de Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina (Buenos Aires: Ed. Don Bosco, 1974) –donde el cuarto capítulo de la segunda edición (págs. 296-303), está dedicado a La separación eclesiástica del Uruguay– y el estudio de Juan Villegas, “La erección de la Diócesis de Montevideo. 13 de julio de 1878”, Cuadernos del Instituto Teológico del Uruguay, 4 (1978): 234-244, también por el período de división en el que los dos sacerdotes José Joaquín Reyna y Manuel Rivero se arrogan la calidad de vicario apostólico.
  3. La paz fue firmada por Andrés Lamas, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay, y el gobierno del Brasil.
  4. Una traducción española (sin fecha) de la bula de erección de la diócesis de Montevideo (13 de julio de 1878), se encuentra en el Archivo de la Curia Eclesiástica de Montevideo y ha sido publicada en el apéndice documental del volumen La Iglesia en el Uruguay, cit., págs. 280-287.
  5. Nacido en Montevideo el 29 de julio de 1833 y ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1858, desde el 1863 hasta el 1877 fue párroco de la iglesia matriz de Montevideo. Nombrado vicario general del vicariato apostólico el 1 de julio de 1877 y prelado doméstico de Su Santidad el 12 de agosto de 1878, en algunas ocasiones representó oficiosamente la República ante la Santa Sede.
    En 1878 tramitó en Roma la erección de la diócesis de Montevideo encargado por el director coronel Lorenzo Latorre (cfr. Villegas, “La erección”, 252-254). Nombrado obispo titular de Canopo el 13 de mayo de 1881 y consagrado el 18 de septiembre sucesivo, del 22 de noviembre del mismo año fue obispo de Montevideo hasta su muerte (1 de febrero de 1890).
  6. Gálatas 6, 14.
  7. Presidente desde el 1882 hasta el 1886, murió desterrado en Buenos Aires en 1889. Su presidencia fue caracterizada por tendencias autoritarias y nacionalistas.
  8. Lorenzo Latorre fue dictador desde el 1876 hasta el 1879. Y luego, hasta el 1880, presidente constitucional de la República. Con el Decreto Ley de Educación Común del 24 de agosto de 1877 organizó la instrucción pública. En 1878 envió al vicario general del vicariato apostólico Inocencio María Yeréguy para tramitar en Roma la erección de la diócesis (cfr. la nota 7).
    Murió desterrado en Buenos Aires en 1916. cfr. Juan León Bengoa, El dictador Latorre. Relato del hombre y crónica de la época (Montevideo: Ed. Claridad, 1938); José María Fernández Saldaña, Latorre y su tiempo, Selección y notas por José Trigo (Montevideo: Arca, 1968); Eduardo de Salterain y Herrera, La Torre: la unidad nacional, 2ª edición (Montevideo: Departamento de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército, 1975).

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

Algorta Camusso, Rafael. Mons. D. Jacinto Vera. Notas biográficas. Montevideo: Congregación Mayor del Colegio del Sagrado Corazón, 1931.

Bengoa, Juan León. El dictador Latorre. Relato del hombre y crónica de la época. Montevideo: Ed. Claridad, 1938.

Bruno, Cayetano. Historia de la Iglesia en la Argentina, vol. 9. Buenos Aires: Ed. Don Bosco, 1974.

Cárcel Orti, Vicente. “Las «relationes ad limina» de las diócesis filipinas”, Archivo Ibero-Americano, no. 38 (1978).

Coleman, William J. The first Apostolic Delegation in Rio de Janeiro and its influence in Spanish America. A study in Papal Policy, 1830-1840. Washington: Catholic University of America Press, 1950.

Fernández Saldaña, José María. Latorre y su tiempo. Montevideo: Arca, 1968.

Instituto Teológico del Uruguay. La Iglesia en el Uruguay. Libro conmemorativo en el primer centenario de la erección del obispo de Montevideo. Primero en el Uruguay. 1878-1978. Montevideo: Instituto Teológico del Uruguay, 1978.

Pons, Lorenzo A. Biografía del Ilmo. y Revdmo. señor don Jacinto Vera y Durán, primer obispo de Montevideo. Montevideo: Barreiro y Ramos, 1904.

Salaberry, Juan Faustino. El siervo de Dios don Jacinto Vera, primer obispo de Montevideo, Apóstol de la República Oriental del Uruguay, defensor de los derechos de la Iglesia y de la Santa Sede. Montevideo: Ed. Juan Zorrilla de San Martín, 1933.

Salterain y Herrera, Eduardo de. La Torre: la unidad nacional. Montevideo: Departamento de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército, 1975.

Tasende, Martín Héctor. Causa de beatificación del siervo de Dios Jacinto Vera, primer obispo de Montevideo. Información sobre sucesos extraordinarios atribuidos a la mediación de dicho siervo de Dios. Montevideo: s.e., 1939.

Vidal, José María. El primer arzobispo de Montevideo: doctor don Mariano Soler. Montevideo: Talleres de Don Bosco, 1935.

Villegas, Juan. “La erección de la Diócesis de Montevideo. 13 de julio de 1878”. Cuadernos del Instituto Teológico del Uruguay, 4 (1978).

MARGARITA RODRÍGUEZ XIMÉNEZ

©Missionalia Hispánica. Año XLI – N°. 119 - 1984