MISTERIOS CRISTIANOS; Su presentación a los indígenas de América

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Problemática del anuncio en el siglo XVI

La evangelización del Nuevo Mundo requería un anuncio de la fe cristiana y una iniciación adecuada a la misma, la que en la tradición cristiana siempre se ha llamado «catecúmena». Es el anuncio de la fe cristiana llamado «kerigma»,[1]y que la literatura patrística griega llama «mistagogia».

«Mistagogia» es un término que se podría traducir como “introducción al misterio cristiano” de manera experiencial y sapiencial, y a través de los signos litúrgicos reconocer la presencia de viva de Cristo y de su acción de salvación.

La perspectiva de una introducción de este estilo en la fe cristiana planteaba enormes problemas a la hora de la evangelización de las poblaciones aborígenes del Nuevo Mundo, y exigía en ese entonces un nuevo planteamiento del camino de la iniciación cristiana, para el que los misioneros de aquel momento histórico se encontraban totalmente desprovistos, ya que procedían todos de un mundo culturalmente cristianizado y donde la recepción de los sacramentos, comenzando por el bautismo, era algo normal desde el punto de vista también cultural.

Ante un mundo que se presentaba total y radicalmente diverso del viejo mundo occidental, culturizado cristianamente en todos sus aspectos incluyendo el social, era necesario plantearse las formas conceptuales y la creación de un lenguaje apropiado para comunicar el Misterio cristiano ante aquel Nuevo Mundo donde el hecho cristiano era totalmente desconocido, y donde no existían las mínimas categorías conceptuales para expresar el contenido del dogma cristiano.

Además, aquel mundo distaba enormemente del mundo de las ideas y expresiones culturales del Occidente cristianizado. Había que preguntarse sobre el modo con el que se debía anunciar la fe cristiana a aquel mundo y luego invitar a sus gentes a acercarse al bautismo, comienzo absoluto de la vida cristiana, sacramento-base de la comunidad, y punto de partida del itinerario de la fe personal y comunitaria, de manera adecuada.

Ante aquella realidad del mundo de los naturales de América, los misioneros se encontraban seguramente desorientados y desplazados –y no hay que maravillarse por ello-. El camino seguido en los primeros siglos de la historia de la Iglesia y luego en la evangelización de los pueblos «bárbaros», podía ofrecer algunas pistas, pero la realidad era bastante restrictiva, dada la distancia enorme cultural que existía entre los dos mundos.

La acción «mistagógica» en la edad patrística no podía ser comparada con la exigida en esta nueva situación de los pueblos aborígenes americanos y también el del mundo de los pueblos bárbaros. Por todo ello fue empresa ardua, y en cierto modo heroica, la acción evangelizadora que se proponía presentar la fe cristiana a aquellos pueblos en modo comprensible para su inteligencia y razonablemente aceptable. Por todo ello, y a la luz de tamaña empresa es necesario ver cómo intentaron aquellos misioneros pioneros presentar la fe cristiana, y cómo comunicarla organizando para ello los itinerarios convenientes de la fe que se intentaba transmitir y que no podía ser en absoluto una fe impuesta.

Prejuicios acerca de las condiciones intelectuales de los indios La presentación dogmática (el contenido del Misterio cristiano) debía tener muy en cuenta la capacidad intelectual y las disposiciones psicológicas de los indios. No obstante el primer entusiasmo de Colón, los primeros relatos de los europeos recién llegados sobre los aborígenes presentan a estos en forma pesimista. Más tarde, en México, Fray Toribio de Benavente, el obispo Fray Julián Garcés y otros manifiestan su capacidad para la comprensión del cristianismo; pero será sobre todo el Acontecimiento Guadalupano el que romperá todos los esquemas previos de prejuicios. Ello no será empresa fácil en la mente de muchos europeos, comenzando por los primeros misioneros franciscanos. En el Perú, las opinio¬nes son diversas: presentan a los indios como curiosos, crédulos, hábiles, pero la dificultad común reside en la trascendencia de la verdad cristiana: ¿cómo hacerla comprensible? El entendimiento de los indios, según el juicio de aquellos primeros misioneros europeos, era demasiado concreto; ¿cómo proponerles adecuadamente el misterio cristiano? Los indios eran profundamente religiosos, pero a-dogmáticos; todo lo creían por autoridad; esto explica la actitud de los misioneros en el empeño de extirpar la idolatría: había que demostrarles plásticamente la fragilidad de sus creencias; los indios vivían de fábulas y mitos, y por ello los misioneros se veían obligados a emplear el relato. Por otra parte, las divinidades del indio eran crueles; esto ayudó pa¬ra que los misioneros, afirmando la existencia de castigos al impío. Destacara sobre todo la naturaleza de Dios misericordioso que tiene preparado el cielo para los justos. Concluyeron que la reli¬gión cristiana tenía fuerza suficiente para imponerse por sí misma fá¬cilmente. Notamos –y ya lo hemos apuntado – como el Acontecimiento guadalupano, precisamente por la modalidad en que aconteció, tuvo la capacidad de romper los prejuicios y fue acogido de manera extraordinaria por el mundo indígena. Encuentran también otra dificultad: el peso sentimental del rompimiento con sus viejas tradiciones, con sus deidades ciudadanas, a las que se estaba tan hondamente vinculado. Los misioneros echan mano de una doble respuesta: enfatizan la bondad de Dios frente a la inhumanidad de los ídolos, y apelan al castigo re¬servado para quienes, habiendo conocido a Dios, no lo aceptan y persisten adorando a los demonios. En la reflexión de los misioneros se encuentra la convicción de que los ídolos eran creación del demonio que se había apoderado de los pueblos americanos. Ni aun así los indios se mostraron coherentes. Ocurrió muchas veces en México, Perú, Nueva Granada y otros muchos lugares del vasto mundo americano, que los indios quisieron estar en paz con Dios y con sus ídolos. Ocultamente los adoraban, para no acarrearse su enemistad. Todavía en el año de 1700 nos encontramos con la historia de los dos indígenas zapotecas Mártires de Cajonos, en la Sierra de Oaxaca, asesinados cruelmente por sus paisanos indígenas ya bautizados, ante la corrección de aquellos dos catequistas-fiscales que les mostraban la incoherencia con su fe cristiana. Los misioneros debían convencer a los indígenas de que a Dios nada se le escapa. El «Confesonario» de Lima tranquiliza a los indios asegurándoles que los demonios son impotentes frente o Dios y a la Cruz. Este mismo infantilismo de los indios exigía a veces que se pre¬sentase la fe en forma demasiado materializada, para que pudiera hacérseles comprensible. Los indios de Nuevo León, ya en el siglo XVII, oían a los misioneros que les aseguraban que en el cielo había muchos «mitotes» de maíz y cosas de comer. El carácter tímido de los indios explica que fuese tan socorrido el argumento del infierno, en un colorido infantil y recargado; y contrariamente, se proponían descripciones paradisíacas del cielo. Preocupación por el anuncio adecuado del Evangelio

La preocupación porque se anunciara el Evangelio y se continua¬ra la catequesis, está ampliamente consignada en la legislación civil y eclesiástica. Si se prohibió la administración del bautismo a quienes no hubiesen sido instruidos, se encarece mucho la continuación de su enseñanza. El Tercer Concilio de México tie¬ne esta bella exhortación:

“Cristo, el buen Pastor, dejando en el monte las noventa y nueve por buscar la oveja perdida, fue despedazado entre los abrojos y las espinas de los judíos, padeciendo lleno de amor la muerte por su rebaño; con lo cual dio bastante a entender a los pastores, el cuidado que debían tener de sus ovejas, especialmente de las pobres y desamparadas que necesitan más del socorro del pastor…”. .

Esta fue precisamente una de las principales finalidades de fundar escuelas para niños; 1a célebre Junta de 1568, en la que Feli¬pe II puso tanto empeño, habló expresamente sobre esto: “Para la instrucción de los indios y para plantar en ellos la doctrina christiana, con más fundamento y más de raíz, se tiene por medio muy sustancial el de las escuelas donde aprendan los niños...Y así ha parecido se debe dar orden cómo las dichas escuelas, las haya en todos los lugares y repartimientos...”.

El mencionado Concilio de México dice igualmente: “Procuren con diligencia los curas de los indios que se erijan escuelas con sus residencias para que los niños aprendan a leer y escribir, la doctrina y el castellano, lo cual es muy conveni¬ente, para su educación cristiana y civil”. Por ello, y para asegurar la evangelización, ya desde los comienzos se ve la preocupación de establecer suficientes doctrineros o curas, tanto de indios como en los otros asentamientos de colonos españoles. En tal sentido el Primer Concilio de Lima exi¬ge un repartimiento equitativo de los curas.

El ritmo doctrinal del anuncio evangélico

El modo como se desarrolla el anuncio del Evangelio puede verse, fundamentalmente, en los enunciados qué redactan los Concilios de México y de Lima. Tenemos, además las «Doctrinas» y Catecismos; resulta de mucho interés la «Doctrina christiana con que fueron convertidos los indios desta nueva España por los doze frayles de Sanc Francisco».

Tras una presentación de sí mismos y una «captatio benevolentiae», la doctrina presenta al papa como a quien envió a los misioneros. Lue¬go se habla de la Sagrada Escritura y se pasa a al anuncio del verdadero Dios. La doctrina deplora la idolatría de los indios y ridiculiza el trato que los mismos dan a sus dioses. Baste este gracio¬so ejemplo, que es una reedición del procedimiento empleado en el siglo III por Tertuliano:

“Cuando estáis afligidos y angustiados con impaciencia los llamáis de putos y vellacos, engañadores, viejas arrugadas... Sus imágenes y estatuas son espantables, sucias y negras. Desta condición son vuestros dioses a quien adoráis y reverenciáis; antes son enemigos matadores y pestilenciales, que no dioses…” Sigue luego la presentación del Dios verdadero, bueno y misericordioso, Su naturaleza, Jesucristo, Los Ángeles, Lucifer, la creación del mundo y del hombre. Las Constituciones sinodales promulgadas por al obispo de Santa Fe de Bogotá ofrecen a su vez otra forma de kerigma. Y en exposiciones análogas se puede estudiar el modo cómo proceden las diversas redacciones en el Primer Concilio de Lima. Con el Catecismo de Zapata de Cárdenas, el Tercer Catecismo de Lima ofrece mucha semejanza con las catequesis antiguas y posee un rico fondo bíblico. La mayor originalidad de tedas estas redacciones kerigmáticas reside en el modo de exponer la doctrina. Se presenta a Dios en su majestad, inmortalidad y felicidad, frente a los ídolos sórdidos, caprichosos y crueles. Así por ejemplo la «Doctrina en lengua española y mexicana». Dios es inmortal, omnipotente, bueno, bello, sabio, omnipresente. Para conservar este respeto y el sentido de su majestad los misioneros decían siempre: «Nuestro gran Rey y Señor» «Nuestro Dios y Señor». En las «Doctrinas» se presenta, y se destaca especialmente un aspecto existencial: la bondad de Dios; por eso lo llaman delante de los indios «Nuestro dulce y amoroso Padre». El dominico Pedro de Feria, misionero en México en la segunda mitad del siglo XVI, expone en esta forma tan accesible cómo bella la paternidad de Dios: “Para que conozcamos que es nuestro verdadero Padre y señor, y que nos ama de todo corazón como a hijos, (creó)...el maíz, los frijoles, las calabazas, las hortalizas, los árboles frutales y los animales cuyas carnes comemos... Proveyonos para que bebamos agua, vino de vides, vino de magueyes y otras maneras de vinos. Proveyonos para recreación de la vista de colores blanco, dorado, verde, negro y los demás. Para deleite de los oídos, proveyó de flautas y voces muy suaves y de otros instrumentos. Para el olfato proveyó de muy muchas rosas y flores de muy lindo color. Para vestirnos... proveyonos de lana, de algodón, de seda y de otras muchas maneras de vestidos. Proveyonos de animales para que nos lleven de unas partes a otras. Y si enfermamos, proveyonos de muchas medi¬cinas con que nos curemos para sanar nuestras enfermedades.” Sobre Jesucristo, abunda, como es obvio, la doctrina. Remitimos a las «Doctrinas» del dominico Fray Pedro de Córdoba (1544) en la «Doctrina en lengua española y mexicana», al «Catecismo» de Fray Luis Zapata de Cárdenas (1576). Se insiste mucho en la libertad de su venida y de su sacrificio. Los sermones del arzobispo Zapata se extienden ampliamente en los misterios cristológicos, expuestos en forma muy acomodada al entendimiento de los indios. A Cristo se le designa en estas catequesis como «Dulce y amoroso. Redentor»: “Jesuchristo que es nuestro Dios y nuestro Hacedor, os quiere mucho como a hijos suyos, aunque seáis pobrecitos y desechados, y manda a todos que os traten bien y os hagan bien”. Refiriéndose al Catecismo de Fray Luis Zapata de Cárdenas, la investigadora colombiana Martha Pulido escribe: “La implementación de catecismos para la función evangelizadora, no se queda en los límites de la orientación espiritual. Para asegurar su eficacia, el alcance involucra lo social, lo urbano, el aspecto físico de los evangelizados, el comportamiento, y claro está, la lengua o lenguas en las que se evangeliza. La historia ha recogido el hecho como un acto tota de imposición de la doctrina católica y de supresión de lo indígena. Intentamos entender, desde la perspectiva de la traducción cultural, en qué medida este hecho crucial implicó negociaciones entre evangelizadores y evangelizados, y conocimiento profundo de ambas partes. La traducción entendida aquí en todo el sentido tanto de la transferencia como del abandono (en el sentido de la interpretación que hacen Lamy y Nouss de la tarea del traductor de Benjamín). El intercambio que se experimenta en este contexto de las tareas del traductor y del receptor permite conocer aspectos de quienes habitaban en América, tanto indígenas como españoles, o europeos en general, y criollos”.

Más adelante escribe refiriéndose a otros catecismos de la época en Nueva Granada: “En el artículo con el que Mons. Mario Germán Romero Rey hace la introducción al Catecismo de Fray Luis Zapata, «Los Catecismos y la catequesis desde el descubrimiento hasta 1650», el prelado describe otros catecismos de la época, que al igual que el de Fray Luis Zapata, se ocuparon de dejar mucha claridad sobre aspectos de la doctrina que debía enseñarse a los indígenas recién convertidos y que estaban entonces dirigidos a quienes evangelizaban, precede al Catecismo de Fray Luis Zapata en la publicación que estudiamos para este artículo. El primer catecismo que se elaboró en el territorio que corresponde hoy a la actual Colombia, fue el de Fray Dionisio de Sanctis, obispo de Cartagena de 1574 a 1578.

La primera parte de este catecismo está escrita en el sistema de preguntas y respuestas. La segunda parte contiene una cartilla por medio de la cual se enseña a los nuevos fieles la fe cristiana, a la vez que se enseña a leer; contiene las oraciones principales en latín y en romance. Le sigue el catecismo del bachiller Miguel de Espejo (1539–1591), catecismo que muy posiblemente consultó Fray Luis Zapata. El del ilustrísimo señor de la Coruña, obispo de Popayán (1562-1592), quien «escribió un catecismo y unos cánticos para uso de los indios». El catecismo del ilustrísimo señor Lobo Guerrero (arzobispo), quien confió al jesuita padre José Dadei (1574-1660) la traducción del Catecismo a lengua mosca, traducción minuciosamente revisada por autoridades eclesiásticas y civiles”.

El primer arzobispo de Lima, el dominico Fray Jerónimo de Loayza, pone de relieve el amor de lo Iglesia por los indios: “los amaba la Iglesia porque había rogado siempre y seguía rogando, para que Dios perdonare a los indios en lo quo lo habían ofendido, y los trajese al conocimiento de la verdad cristiana paro que gozasen de su felicidad”.

El Padre Feria expone la noción de Iglesia en esta forma: “La Iglesia es el número de todos los cristianos que hay en el mundo. Iglesia del cielo e Iglesia de la tierra; indios y españoles, ricos, sabios y grandes, y pobres, ignorantes y plebeyos. Se puede comparar a un pueblo o a una ciudad. Todos sus habitantes por muchas diferencias que existan entre ellos, no forman sino una población”. Fray Pedro de Córdoba y los dominicos de Nueva España la llaman, con mayor propiedad, «Cuerpo místico», «Cuerpo espiritual». Acuden al símil del cuerpo humano: bajo la única Cabeza, Jesucristo. Los pecadores son como miembros muertos del cuerpo, que no se benefician del alimento con que se sustenta el cuerpo. Resulta digno de notarse cómo Fray Pedro de Córdoba, antes de exponer su propia explicación de la Iglesia por medio de preguntas, quiere suprimir de la inteligencia de los indios nociones parciales o erróneas de lo que es la Iglesia: No es el templo material, no es la residencia de los misioneros, no es el rey de Castilla, ni son los sacerdotes solamente. La Iglesia somos todos. En cuanto a la estructura misma de las «Doctrinas», puede ob¬servarse que siguen más o monos esta disposición: Necesidad de la fe; necesidad de su práctica; explicación singular de los artículos de la fe; los mandamientos; los sacramentos, las obras de misericordia, los vicios y las virtudes. El Catecismo supone la introducción en las virtudes teologales. Método pedagógico, por autoridad . El método pedagógico consiste en ir directamente a la argumentación afirmativa: “No hay sino un sólo Dios, como dice la Escritura”, dice Fray Bernardino de Sahagún en México. Pedro de Feria afirma taxativamente que la pluralidad de dioses demostraba que no eran todopoderosos; el jesuita Valdivia afirma que el orden y belleza del universo, se destruiría con el politeísmo. En síntesis, ante todo se trata de afirmar. Es interesante cómo la catequesis misionera apela de mil maneras a hacer ver la racionabilidad de la fe católica en todas las partes de su contenido. Se puede bien afirmar que en la exposición de la fe católica que encontramos en los catecismos y demás tratados, emergen siempre directa o indirectamente la apelación a tres principios fundamentales: a) la racionalidad de la fe; b) la realidad objetiva contra todo intento de apreciación o imaginación sujeta a impresiones y cambios según intereses o estados de ánimos psicológicos o de influjos de un ambiente determinado, incluso transmitido por una tradición cultural-religiosa, donde el sujeto determina siempre la verdad según cuanto él pueda imaginar o percibir; c) y la moralidad en el conocimiento, es decir la complejidad de factores, no siempre medibles sensiblemente a la hora de conocer o juzgar un determinado fenómeno. Así es que la simple afirmación no carecía de un razonamiento explícito o implícito; en caso de dificultad se apelaba a comparaciones de fácil comprensión. Fray Toribio de Benavente “demostraba a los indios la posibilidad de la resurrección. Existía en aquella región un diminuto y vistoso pajarillo, llamado por los indios «huitzitzlin» (el resucitado), que tenía la propiedad de permanecer- completamente insensible y como muerto a partir del mes de octubre cada año. Después de seis meses de adormecimiento, en la primavera, volvía a despertar. Motolinía creyó realmente que el pajarillo moría y Dios lo resucitaba; concluye ante sus indios, que, si Dios hacía esto con una avecilla insignificante, lo haría también con los hombres”. La razón de esta actitud afirmativa de los misioneros se fundaba en que, en último término, los indios no habían razonado nunca sus creencias y las habían aceptado siempre por autoridad. Y además, quienes hacían, tales afirmaciones eran excelentes sacerdotes que por su santidad de vida, impresionaban hondamente a las indios. Para los misioneros dominicos de Chiapas y Guatemala, sensibles y escrutadores, cuestionaron la validez metodológica, en la exposición y aceptación de la verdad cristiana: ¿bastaba la autoridad sola del misionero? La fe de los indios parecía estar fundamentada en las afirmaciones taxativas del sacerdote. Resolvieron, por tanto, declarar a los indios que, si creían, esto se debía a que el conjunto de aseveraciones se incluía en la fe de la Iglesia. Pero, de todos modos, no se desconoció que el indio necesitaba de esa clase de argumentos; la teología ha llamado a esta certeza «certitudo respectiva». Zumárraga en México, Acosta en el Perú, si aducen un índice completo de los argumentos de credibilidad. En las demás «Doctrinas» o Catecismos, estos van dispersos y salpican la obra. Se acude a muchas explicaciones para dar a entender los Misterios (mistagogia); por ejemplo, la Omnipotencia divina, en orden a hacer creíble el Misterio eucarístico; a comparaciones, para dar a entender qué es la fe. La existencia de Dios se propone apelando al orden y belleza del universo; la constitución del hombre, como materia y espíritu, se expone por medio del ejemplo de la cera y el pabilo. El ya citado arzobispo Zapata de Cárdenas materializa demasiado el misterio de la Ascensión: habla de las aves a las que Dios ha dotado de tanta ligereza para remontarse al cielo... El Misterio eucarístico de la omnipresencia de Cristo en el Sacramento se explica con a comparación de la figura de muchos espejos; la fealdad del pecado no era demasiado complicada de demostrar, cuando se les hablaba a los indios de «sapos, sierpes y murciélagos». Dentro de esta arquitectura de la enseñanza se insiste en la necesidad de aceptar el Evangelio para salvarse; por gratitud con el Señor; por el auxilio que El otorga para aceptar la fe; por la necesidad de huir del pecado. En este punto, los misioneros enfatizan acerca de ciertas aberraciones propias de los indios, como la embriaguez, la lujuria, el odio; se les dice cómo Dios es testigo de toda acción humana. Insisten igualmente en la existencia de castigos que esperan a quienes han rechazado el Evangelio. Por su parte, los misioneros suelen presentarse a sí mismos como los «enviados de Dios»; así lo hicieron los doce apóstoles de México: "Señores y principales de México, que aquí estays juntos, oyd con atención... Ante todas cosas os rogamos que no os turbéis ni es¬pantéis de nosotros, ni penséis que somos más que hombres morta¬les y pasibles como vosotros: no somos dioses ni hemos descendi¬do del cielo... No somos más que mensajeros enviados a esta tie¬rra; traemos una gran embaxada de aquel gran Señor quo tiene jurisdicción, sobre todos quantos viuen en el mundo, el qual se llama Sancto Padre, el qual está congoxado y cuydadoso por la salud de vuestras almas”. Pero se previene a los indios quo el Papa no es más que Vicario de Dios. Insisten igualmente que ellos son portadores de la Religión del Libro, de enseñan¬zas arcanas y salvadoras, por cuyo anuncio habían atravesado el mar colmado de peligros. El fundamento de toda argumentación es la Escritura: lo revela¬do por Dios. Cada afirmación se va confirmando con la Escritura. El argumento «está escrito» convencía mucho a los indios. La refutación del animismo se hizo a través de la Sagrada Escritura, con los relatos de la Creación. Había que convencer a los indios de que fuera de Dios todo era creación: los montes, lluvias, astros, eran únicamente criaturas de Dios. Para legitimar la validez de la Escritura, se acudía a argumen¬tos apologéticos: su excelencia, su aceptación por parte de gentes sabias durante tantos siglos, por su anuncio habían venido de tierras tan lejanas, la santidad de sus autores, como los Apóstoles, el sufrimiento y valor de los mártires. La Iglesia promovió la impresión de hagiografías, suprimiendo lo que no se juzgara adecuado para los paganos. Se trataba de probar que también los santos habían creído en la Palabra de Dios. Finalmente, frente a la mentalidad extremadamente concreta de los indios, los Misioneros tenían que con¬centrarse en una suerte de antropomorfismo de la divinidad. Resultaba contraindicado adentrarse en la metafísica o en la abstracción; bastaba esforzarse en cautivarlos con el Dios cristiano. De allí se seguiría lo demás; y psicológicamente parecía muy acertado, ya que los indios se dejaban seducir por lo que significara grandeza, misterio y afecto. Exigencias prácticas de la fe: el amor del prójimo

Las Doctrinas, catecismos, sermonarios, no se circunscriben al puro enunciado nocional. Incluían y llevaban a la vida cristiana. Es preciso se¬ñalar que la predicación del Evangelio supuso siempre una exigencia moral muy alta. El apremio a vivir un este nivel cris¬tiano es evidentemente una forma de promoción humana, en que la Iglesia civiliza evangelizando. Así, por ejemplo, el Catecismo de Zapata enseña:

“Dicho acuesto [sobre los sacramentos] les persuadirá el sacerdo¬te cómo el perfecto christiano ha de hazer mas para ganar el cielo, lo cual es que sea misericordioso con sus proximos, y darlos a entender quanta necesidad de usar los unos de misericordia con los otros, y compadecernos de las necesidades que vemos padecer a nuestros próximos, y cómo Dios Nuestro Señor quiere que los unos socorramos a los otros en sus necesidades, y para esto ordenó que hiciéramos obras de misericordia, y que como los hombros tenemos cuerpo y alma, con siete obras socorriéramos las necesidades corporales del cuerpo, y con siete socorramos las necesidades espirituales del alma”. Exclusión de «los de fuera»: «Sancta sanctis»

Entre las exigencias del aspecto dogmático de evangelización, se repitió en 1a Iglesia indiana la disciplina de la Iglesia antigua: no admitir a los actos de culto a los infieles. Esto lo ordenan los Concilios, de los que sacamos algunos ejemplos. :

El Primer Concilio de Lima prohíbe la presencia de los paganos, porque son incapaces de comprender la celebración de los Misterios y “porque no burlen dellos”. El Sínodo celebrado en Santa Fe de Bogotá por el obispo fray Juan de los Barrios legisla así: “Otrosí porque según la sentencia de Christo Nuestro Señor, los mysterios y sacramentos no se han de comunicar a los incapaces que no los entienden, porque no burlen dellos...Sancta Synodo approbante, mandamos que al tiempo que se celebre la Missa, y Divinos officios, assi en las Yglesias y Monasterios...ningún infiel sea a ellos admitido, y para que esto se guarde y cumpla, mandamos que en todos los dichos lugares se ponga una persona a la puerta de las Yglesias, que impida la dicha entrada y eche fuera de¬llas a los que huvieren ya entrado dándoselo a entender, y que sepa la razón por qué se haze”.


NOTAS

  1. El término «kerygma» proviene del griego κήρυγμα (anuncio; proclamación) y significa «anunciar como un emisario» la Buena Noticia. En la tradición cristiana, la palabra «kerygma» se volvió sinónimo del primer anuncio de las verdades de la fe. Los discípulos, tras la muerte de Jesús, salieron por las ciudades y poblados anunciando el «kerygma» del Reino de Dios que, en la Escritura, se resume así: Jesús de Nazaret murió, resucitó y fue exaltado a la derecha de Dios Padre. El «kerygma», entonces, el primer anuncio del Evangelio para aquellas personas que aún no conocen a Jesucristo. La palabra anunciada no es una teoría. Es la Buena Noticia que revela el amor de Dios por la humanidad en la entrega de su Hijo Jesús.

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EDUARDO CÁRDENAS – FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ