MISIONES DEL SIGLO XIX; La emergencia misionera

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Conocimiento de la situación misionera Además del «eremitismo misionero» que le fue inculcado durante su formación en el monasterio de san Miguel de Murano al joven monje Mauro Cappellari -futuro Gregorio XVI-, la madurez que alcanzó su preocupación y pensamiento misionero surgió del contacto directo que tuvo con la situación misionera de la Iglesia. Mauro Cappellari fue llamado por Pío VII el 29 de enero de 1820, para que integrara, como consejero, el equipo de trabajo que estaba empeñado en reorganizar la Congregación de Propaganda Fide. El cardenal Consalvi, dirigiéndose por escrito a monseñor Pedicini, secretario del Dicasterio misionero, para notificarle sobre este nombramiento le escribía: “Habiéndose dignado la Santidad de nuestro Señor de incluir entre los consultores de la sagrada congregación de P.F., al Rmo. P. José María Mazzetti, carmelita descalzo y al Rmo. P. Ab. Mauro Cappellari, Procurador General de los monjes camaldulenses, se da aviso a monseñor Pedicini secretario de la mencionada sagrada congregación para su organización y regla. E. card. Consalvi.” A partir de este momento, Cappellari pudo enterarse de la difícil situación por la que atravesaban las misiones en las diferentes partes del mundo, y pudo unos años más tarde, profundizar aquel conocimiento, cuando fue llamado a ocupar un puesto entre los dignatarios de la curia romana, y ocuparse de la prefectura de Propaganda Fide (1826-1831). El primero de octubre de 1826 Cappellari recibía una nota en la que se le decía: “La Santidad de nuestro Señor se ha dignado destinar al señor cardenal padre Mauro Cappellari a la prefectura de la Sagrada Congregación de Propaganda y a su imprenta, vacante por muerte del excelentísimo Consaivi. Se presenta a su Eminencia el billete de esta graciosa pontificia consideración. Cardenal della Somaglia.” Como prefecto de la Congregación pudo conocer el proceso de la lenta reanudación de las misiones y la ejecución de lo que, hoy a distancia de casi dos siglos, podríamos llamar un «plan de emergencia misionera», con el que se pretendía que en poco tiempo las misiones salieran del letargo en el que habían caído por la influencia de la nueva mentalidad, por los obstáculos de los patrones, y por la acción revolucionaria de la nueva política democrática. El compromiso de Cappellari al frente del Dicasterio misionero, en tiempo de emergencia misionera, se convirtió en una «oportuna ocasión» para que el futuro Gregorio XVI madurara la política misionera del tiempo de su pontificado. El cardenal Cappellari Prefecto de Propaganda Fide Cappellari llegó a la prefectura de Propaganda Fide para reemplazar a Hércules Consalvi quien, debido a su muerte (1824), había dejado en la orfandad a tan importante Dicasterio. Para sustituirlo interinamente había sido nombrado como pro¬-prefecto el cardenal Della Somaglia. Una vez que el nuevo prefecto tomó posesión de su cargo, se percató, más a fondo, que el plan para recuperar el espíritu misionero de la Iglesia, comenzado con el papa Pío VII y continuado por su inmediato sucesor, el papa León XII, estaba dando resultados positivos. El plan de reorganización y reanimación de las misiones, por nosotros denominado, «plan de emergencia misionera», y el proceso que se estaba llevando acabo, se daban en un movimiento pendular entre el dilema de si «misiones para China, o misiones para Francia (domesticos fidei)», del tiempo de Pío VII. El triángulo misionero del tiempo de la reanudación de las misiones El plan de la emergencia misionera que el nuevo prefecto de Propaganda Fide encontró en acción, tuvo la inseparable combinación de una base fuerte y sólida, gracias a la cual fue posible el resurgimiento misionero de la Iglesia Católica. Por motivos didácticos ese «plan de emergencia» lo presentamos aquí como un «triángulo misionero» que comprendía tres ángulos en los que se cruzan las tres decisiones pontificias más importantes de aquel tiempo: el restablecimiento de la Compañía de Jesús; la reorganización de Propaganda Fide; y la emanación de instrucciones y decretos misioneros. El programa de recuperación de las misiones se vivía, desde la óptica pontificia, en la dinámica del que se puede concluir fuera el lema del momento: “que pocos hicieran mucho”; lema que expresaba el resultado de vivir y trabajar en medio de verdaderos aprietos, tanto de personal como de medios económicos. Esta situación que cobijaba a toda la curia pontificia afectaba, muy en particular, al Dicasterio misionero donde, hasta la llegada del cardenal Cappellari, no se contaba con un Prefecto de tiempo completo. El triángulo de la emergencia misionera se explicaba en la conciencia de no estar solos. En el vértice superior del triángulo se encontraba la reorganización de Propaganda Fide; en el vértice inferior derecho yacía el restablecimiento de la Compañía de Jesús; y en el vértice inferior izquierdo se encontraban los decretos e instrucciones de disciplina y comportamiento misionero. La ubicación de cada uno de los ángulos dentro del triángulo no es al azar; ella respeta la línea descendente típica de la eclesiología de la centralización romana. Por lo tanto, las misiones debían contar no sólo con el fervor popular y la renovación de la vida religiosa, sino también con la renovación y capacidad de decisión del organismo pontificio para las misiones. La base del triángulo: la conciencia de no estar solo Cappellari fue testigo de la presencia de una sólida base, la cual en un movimiento ascendente desde la base de la Iglesia, subía hacia el vértice de la jerarquía que logró provocar todo un fecundo movimiento de renovación misionera en la primera mitad del Siglo XIX. Esta base integraba, fundamentalmente, tres elementos: la renovación espiritual, una nueva corriente de pensamiento y la conciencia que la «misión sin dinero no funciona», lo que suscitó un sin número de obras de caridad misionera. Los frutos de este movimiento comenzaron a aparecer con la primera hora de la nueva primavera de la misión. Por la importancia que tiene en el proceso de reanudación de la misión, es oportuno hacer una presentación sintética de lo que ella fue y de lo que significó para la renovación misionera de la Iglesia. La renovación espiritual Especialmente durante los años del «terror» (1792-¬1794) primero y del dominio imperial anti-religioso después, Francia quedó convertida prácticamente en un verdadero territorio de misión; como se usaba decir en aquel entonces: pocos sacerdotes viviendo y celebrando en la clandestinidad lograron mantener la fe, gracias al ferviente apoyo que encontraron en el laicado. La fe se convirtió, después del concordato de 1802 y por todo el proceso restaurador, en la savia que ayudó al florecimiento vocacional y misionero. La fe que se alimentaba en las reuniones y celebraciones clandestinas se constituyó en la base para un movimiento espiritual, y en una nueva concepción de la misión. A partir de este proceso se suscitó, especialmente en la iglesia de Francia e Italia, un copioso movimiento religioso-espiritual, el cual se dio en forma de «sociedades secretas católicas» para la defensa del Cristianismo, que luego evolucionaron hacia asociaciones para apoyar la actividad misionera de la Iglesia. Este movimiento de renovación espiritual creció, en el período que ahora se analiza, en las proximidades de la Compañía de Jesús, entre las corrientes de espiritualidad anti-¬jansenista, y en la escuela de espiritualidad sulpiciana de Francia que, desde finales del Siglo XVII acentuaba las dimensiones del misterio de la encarnación y de la caridad. Estas sociedades fueron, en aquel entonces, la más viva expresión de una nueva espiritualidad. y la cuna para la organización de una variada gama de colaboración misionera con personas y con medios económicos. La nueva corriente de pensamiento Al lado del movimiento espiritual apareció una nueva corriente de pensamiento, la cual tomó vuelo después del giro político de la revolución cuando, por el concordato del estado con la Iglesia, se permitió el restablecimiento del culto católico. Fueron primero los misioneros «del resto de Israel» quienes hablando de la trágica situación en que estaban las misiones, se encargaron, en medio de la tolerancia política y religiosa, de reavivar el fuego de la misión entre los fieles y con su voz respondieron a la ausencia de prensa misionera. Un caso típico de esta acción de los misioneros del resto de Israel lo representa el «Invito sacro» del obispo de san Luis, Estados Unidos, monseñor Luis Guillermo Valentin Du Bourg (1766-1833). En el documento, monseñor Du Bourg exponía la deplorable situación de su extensa diócesis, las necesidades en las que se encontraban los católicos, la posibilidad de ganar nuevos adeptos entre los herejes, entre los incrédulos y entre los “salvajes, aún infieles, los cuales pareciera que extendieran sus manos para ser primero hombres y después cristianos”. Pero cómo dar respuesta a tanta necesidad si contaba, como dice él, con apenas unos doce sacerdotes de los cuales la mayoría superaba los 60 años? Este documento puede ser considerado, según dice el padre Cándido Bona en su obra «La rinascita missionaria en Italia», como el programa público de una nueva cruzada en favor de las misiones, el cual debía desarrollarse en Italia, Francia y España. Para secundar este esfuerzo fue de vital importancia la presencia de los intelectuales de Francia, quienes, admirados por las narraciones de los misioneros, se convirtieron en los primeros contestatarios a la línea volteriana en particular e ilustrada en general que rechazaba la Iglesia, sus dogmas, sus sacramentos y sus ritos. Así pues, el romanticismo apareció como la alternativa literaria para proponer a los cristianos, frente a la avasalladora literatura ilustrada que tanto denigraba de la tradición cristiana y católica. El pensamiento romántico se encargó de difundir una nueva visión de la misión. Con el romanticismo las misiones fueron presentadas como ejemplo elocuente de la caridad, virtud absolutamente cristiana y medio de la Iglesia para colaborar no sólo con el bien espiritual de las personas, sino con el progreso de los pueblos. A partir de entonces, la misión comprendía un esfuerzo por anunciar el Evangelio y por atender al progreso de la humanidad, o como se diría en lenguaje contemporáneo, por evangelización se entendía la síntesis entre evangelización y promoción humana. Esta era la idea que se transmitía en las obras maestras del romanticismo como «Le Génie du christianisme» (el Genio del cristianismo, 1802) de René Chateaubriand; el «Du pape» de José de Maistre, y en las obras de difusión popular como «Les lettres edifiantes et curieuses» (las cartas edificantes y curiosas) las cuales daban noticias de la actividad de los misioneros jesuitas entre los siglos XVII y XVIII, que vueltas a imprimir en el Siglo XIX alimentaban el deseo de la inmolación por las misiones. Otros folletos de divulgación misionera lo constituyeron la «Notice sur l'état actuel de la mission de la Luoisiane» , así como la serie de revistas misioneras, entre las que merece especial mención «Nouvelles des missions» (1822-1825), posteriormente sustituida con los «Anales de la propagación de la fe», que se encargaron no sólo de difundir, hacia todos los puntos cardinales, las glorias del movimiento misionero, sino también de suscitar el romanticismo misionero que terminó por reunir, en torno a la Iglesia y las misiones, un verdadero ejército de misioneros y de capital necesario para la evangelización. El fruto más preclaro de este movimiento de renovación espiritual y misionera fue la transmisión del ardor misionero a los espíritus inquietos del momento, los cuales concretaron el llamado misionero en la fundación de nuevas congregaciones religiosas tanto masculinas como femeninas, de neta orientación apostólica misionera; siendo aquel, el tiempo cuando la mujer salió de los conventos de clausura para dedicarse entre los agentes de evangelización y de civilización de la humanidad. Las obras de cooperación misionera Otro de los frutos del movimiento de renovación espiritual y misionera que en pleno esplendor se encontraba al momento de la prefectura del cardenal Cappellari y que favoreció el nuevo desarrollo de las misiones lo constituyó la certeza de que “la misión sin dinero no existe”. Caído el antiguo régimen del Patronato, las misiones se veían, para el nuevo tiempo, desprovistas de la necesaria entrada económica para su mantenimiento y para la formación y envío de los misioneros, y en las arcas de la recién reorganizada Propaganda Fide no había los dineros suficientes para garantizar una cobertura, al menos en lo mínimo necesario, para el ingente gasto de las misiones. Para dar respuesta a este problema fue decisiva la sensibilidad suscitada por el testimonio de los misioneros, por la lectura de la literatura romántica y las revistas misioneras y, sobre todo, por los permanentes pedidos de ayuda y de colaboración misionera que se hacía a los fieles; llamado que fue recibido por el laicado que, ya organizado en las «sociedades secretas» y ante las nuevas circunstancias, dio un vuelco en sus organizaciones hasta hacer que orientaran su actividad en favor de las misiones. Fue el modelo protestante de ayuda económica el que, copiado por misioneros como Denis Chaumont de las misiones extranjeras de París, inspiró las asociaciones católicas sobre cómo implicar a los católicos en la cooperación económica para las misiones. Desde este nuevo interés que acompañaba la vida de las asociaciones, muchas otras personas comenzaron por organizar pequeños círculos de asociaciones misioneras, las cuales asumieron la tarea de ayudar económicamente a los misioneros. Estas asociaciones, de las que en menos de un siglo se contaron hasta de 250, nacían entre el clero secular y regular quienes, a través de reuniones, conferencias misioneras y difusión de las nacientes publicaciones, comprometían a los fieles con la tarea misionera de la Iglesia. Entre este cúmulo de asociaciones, la que alcanzó mayor universalidad fue la obra de la Propagación de la fe fundada por Paulina Jaricot (1799-1862) el año 1822. Por esta obra, nacida en Lyon (Francia), ciudad conocida como «la tierra de las buenas obras», Paulina Jaricot es conocida como la artífice de las obras de caridad misionera. Para llegar a concebir la idea de una fundación de colaboración misionera de alcance universal, se necesitó de un proceso de madurez espiritual en la fundadora. Este proceso pasó por las innumerables renuncias, la dedicación a los enfermos y pobres, hasta cuando por una inspiración divina, se consagró y orientó toda su vida al servicio de las misiones de todo el mundo. Iluminada pues, sobre la tarea que tiene la obra misionera para la conservación de la fe en la tierras cristianas, comenzó en el año 1818 por transformar la asociación de las misiones extranjeras en Propagación de la fe, dando un carácter más universal en la destinación de los dineros, elaborando una lista de personas inscriptas a la obra. Para 1819 organizó el que se ha llamado el «ingenioso sistema» que consistía fundamental en una buena y ágil organización que llegaba a todos los estratos de la sociedad para que así, tanto, ricos como pobres, colaboraran con las misiones y la congregación presentara mejores resultados económicos. De Lyon, la obra se extendió a todo el mundo, coordinada hasta el año 1826 por laicos devotos del espíritu de Lyón. Por el mismo tiempo se intentaba organizar una congregación que se interesara por las misiones de China. Después de la caída de Napoleón, éstas asociaciones, especialmente la de Benito Coste y Antonio Jordan, fundadores de la «Congrégation des Messieurs» (congregación de los señores) comenzaron a inquietarse por una fundación de escala mundial. Fue Benito Coste el que lanzó la primera idea de una fundación de alcance universal cuando se le pidió de colaborar para la creación de una fundación. Mayo de 1822 es considerado el día y año de la verdadera constitución de la propagación de la fe, cuando la obra de Paulina Jaricot recibió el definitivo impulso universal, recogiendo en aquel año 22.822 francos que de seguro fueron de gran utilidad para las misiones, y en 1829 recogía 82.259; suma que fue aumentando en la medida que la obra alcanzaba mayor divulgación, siendo así que para 1834 el total recogido fue de 404.727 francos y en 1836 fue de 727.869. Para 1842 la suma alcanzada fue de 3'233.486 francos. Así estaban las cosas en cuestión de sensibilidad misionera, tanto en el pueblo cristiano como entre los religiosos, cuando el cardenal Cappellari ocupó la prefectura de Propaganda Fide, contando con la gracia que el fervor misionero de los fieles y del clero no se paró allí. De hecho, unos años más tarde y, sobre el ejemplo de la magnífica obra de caridad misionera organizada por Paulina Jaricot, surgió la obra de «la Santa Infancia», iniciada el año 1834 por el obispo de Nancy, monseñor de Forbin Janson, para socorrer a la infancia abandonada, especialmente de China. Esta obra, nacida en ambiente eclesiástico-parroquial, se fue extendiendo hasta lograr en poco tiempo cobertura en 65 diócesis de Francia y, desde 1846, una difusión mundial comenzando por Bélgica, Canadá, Reino de Cerdeña, Suiza; sus entradas son igualmente un índice del grado de la catolicidad de las misiones, vislumbrada en la amplia participación de los fieles en la tarea evangelizadora a través de la colaboración económica: para 1843 recolectó cerca de 25.000 francos y en 1846 sumó una colecta de casi 100.000 francos. El nuevo resurgir de las misiones con nuevo personal y con medios económicos dependientes sólo de los mismos fieles, y por lo tanto libres de cualquier condicionamiento patronal o tutela del Estado, fue posible gracias, igualmente, a las nuevas circunstancias políticas de Europa, la cual en período legitimista permitió la restauración de las congregaciones religiosas. Fue así como en el marco institucional de la restauración política, fueron determinantes para el despertar misionero de la primera mitad del Siglo XIX, la política religiosa de Luis XVIII quien, una vez que hubo regresado al trono de Francia (1814-1824), promulgó los decretos necesarios para la restauración de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París (2 marzo 1815), el seminario del Espíritu Santo y los Vicentinos (3 febrero 1816). En medio del nuevo escenario político, España y Portugal, antiguas potencias coloniales y misioneras, enfrascadas en las luchas intestinas por el poder que enfrentaba a los absolutistas contra los de tendencia más democrática; asistieron a la pérdida de su antiguo poderío, situación ésta que llevó al surgimiento de una nueva geografía de vocaciones misioneras, surgida en el ámbito de los estados de tendencia más democrática como Francia, Bélgica e Italia.

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