MENDIETA, Fray Gerónimo. «Semillas del Verbo» en las religiones mesoamericanas

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En los ritos mesoamericanos hay semejanzas con la fe cristiana

Fray Jerónimo recoge una versión indígena sobre el origen del hombre (hoy llamada Leyenda de los soles),[1]donde hay dos momentos en los que, sin forzar el texto de la narración, introduce elementos de conexión con la revelación cristiana. Se refiere a cuando los hijos de la diosa Citlalicue expulsaron del cielo a su hermano, un tecpcatl o pedernal, que al caer en las «siete cuevas», “dicen salieron de él mil y seiscientos dioses (en que parece querer atinar a la caída de los malos ángeles)”.

El mismo esquema se repite más adelante, donde en otro pasaje del mito afirma Mendieta: “Que parece querer atinar [la narración] al diluvio, cuando perecieron los hombres, teniendo no haber quedado alguno” (Cap. I). Es decir, a pesar de considerar -en principio- sus mitos como “desatinos, fábulas y ficciones”, no deja de señalar elementos de semejanza con la Revelación cristiana.

Respecto a las penas del infierno dice –con muy poca exactitud– que los indígenas afirmaban que los castigos eran proporcionales a los «delitos» cometidos:[2]“también tenían por cierto que en el infierno habían de padecer diversas penas conforme a la calidad de los delitos” (Cap. VI). En esta ocasión hace de nuevo comparación con los clásicos (la Eneida de Virgilio)[3]y los cristianos:

“Por el consiguiente conforman con nosotros los cristianos, que tenemos por fe lo que en diversas partes de la Escritura sagrada se dice: que según la medida del pecado, será la manera de las llagas: y cuanto se glorificó y estuvo en deleites, tanto tormento y llanto le daréis” (Cap. VI).[4]

Encontramos aquí –independientemente de que la realidad prehispánica era diversa a como la presenta– un elemento que hoy llamaríamos «inclusivo»,[5]pues reconoce aspectos de la religión pagana al menos comparables a la Revelación cristiana, por supuesto puntualmente.

Pero eso significa que ya no existe un rechazo total y absoluto de la religión prehispánica. Incluso a veces Mendieta parece ir un poco más allá y postula que Dios se sirvió de los ritos prehispánicos para mostrar su presencia, como cuando se refiere al alma de Quetzalcóatl:

“Y que el alma del dicho Quetzalcóatl se volvió en estrella, y que era aquella que algunas veces se ha visto en esta tierra la tal cometa o estrella, y tras ella se han visto seguir pestilencias en los indios, y otras calamidades; y es que las tales cometas son señales que Dios puso para denotar alguna cosa o acaecimiento notable que quiere obrar o permitir en el mundo” (Cap. V).

Hoy sabemos que el mito de Quetzalcóatl sufrió muchas e interesantes variaciones, entre ellas la de «estrella matutina».[6]Sin embargo, Mendieta lo que hace aquí es recoger sin más la tradición y aplicarle una visión providencialista: la supuesta manifestación del mito es ocasión para que actúe el verdadero Dios.

La religión prehispánica apunta a una revelación de Dios a través de las obras de la creación

Al comentar algunos aspectos de la religión prehispánica, fray Jerónimo vierte unos juicios que nos sitúan en el horizonte de la revelación natural de Dios a través de las criaturas, y de la respuesta de los hombres a esa revelación. En esta línea hay un texto muy hermoso y elocuente. Al referirse a la figura de Ipalnemohuani,[7]el franciscano dice:

“Y este [el sol] debía ser al que llamaban los mexicanos Ipalnemohuani, que quiere decir: «por quien todos tienen vida o viven». Y también le decían Moyucuyatzin ayac oquiyocux, ayac oquipic, que quiere decir: «que nadie lo crió o formó, sino que él solo por su autoridad y por su voluntad lo hace todo». Aunque se puede creer que esta manera de hablar les quedó de cuando sus muy antiguos antepasados debieron de tener natural y particular conocimiento del verdadero Dios, teniendo creencia que había criado el mundo, y era Señor de él y lo gobernaba.

Porque antes que el capital enemigo de los hombres y usurpador de la reverencia que a la verdadera deidad es debida, corrompiese los corazones humanos, no hay duda sino que los pasados, de quien estas gentes tuvieron su dependencia, alcanzaron esta noticia de un Dios verdadero; (…) Pero los tiempos andando y faltando gracia y doctrina, y añadiendo los hombres pecados a pecados, por justo juicio de Dios fueron estas gentes dejadas ir por los caminos errados que el demonio les mostraba, como en las demás partes del mundo acaeció a casi toda la masa del género humano, de donde nació el engaño de admitir la multitud de los dioses” (Cap. VIII).

Los naturales, al igual que casi todo el género humano, cayeron en el politeísmo por engaño del demonio, pero al principio tuvieron un conocimiento bastante claro de un único Dios, creador, señor y gobernador del mundo. Pero en el principio hubo monoteísmo, conocimiento del único verdadero Dios, un Dios de la vida, increado, omnipotente.[8]

En esa misma religión se encuentran restos de una antigua predicación cristiana

Mendieta es firme partidario de una predicación cristiana en tiempos remotos. De esa opinión son otros evangelizadores como Diego Durán o Bernardino de Sahagún.[9]Es decir, que hubo una «proto-predicación» en América, por medio de algún apóstol o discípulo, y que luego se fue oscureciendo, por obra del demonio y los pecados de los hombres.

En este sentido, es impresionante la presentación de una diosa, mujer del sol: “una diosa muy principal, y a esta llamaban la gran diosa de los cielos, mujer del sol, cuyo templo estaba encumbrado en lo alto de una alta sierra” (Cap. IX). A la cual los indígenas tenían mucha devoción:

“La causa de tenerla en gran estima y serle muy devotos y servidores, era porque no quería recibir sacrificios de muertes de hombres, antes los aborrecía y prohibía. Los sacrificios que ella amaba y de que se agradaba, y los pedía y mandaba ofrecer, eran tórtolas y otros pájaros y conejos, y estos le degollaban ante su estatua” (Cap. IX).

En un primer momento fray Jerónimo realiza una lógica comparación, pero haciendo responsable al demonio:

“En esta tan celebrada diosa intercesora y medianera de los pueblos y gentes que a ella se encomendaban, parece que quiso el demonio introducir en su satánica iglesia un personaje que en ella representase lo que la Reina de los Ángeles y Madre de Dios representa en la Iglesia Católica, en ser abogada y medianera de todos los necesitados que a ella se encomiendan para con el gran Dios y sol de justicia su sacratísimo Hijo” (Cap. IX).

Era lógica esta conclusión, que ve al demonio «remedador» de Dios, como ya se ha visto. Pero es que Mendieta abre la puerta a otra posibilidad:

«si no es que por ventura habiendo tenido noticia los antiguos progenitores de estos indios de esta misma Señora y madre de consolación, por predicación de algún apóstol o siervo de Dios que llegase a estas partes (como por algunos indicios que en el discurso de esta historia se tocarán se presume), quédase confusa la memoria de esta gran Señora en el entendimiento de los que después sucedieron, y cayendo de un día para otro en mayores errores, la viniesen a honrar con título de semejante diosa, como por el largo curso y mudanza de los tiempos pudiera haber acaecido” (Cap. IX).

Ha podido haber una antigua predicación, a través de algún remoto apóstol, donde se presentara la figura de la Virgen María. Ése es el verdadero origen religioso de los mexicanos, y no la posterior idolatría.

4.6. Algunas personas del pasado prehispánico fueron virtuosas religiosamente

Mendieta, refiriéndose a dos sacerdotes de la diosa mujer del sol antes mencionada, que vivían en el templo de la diosa, afirma:

“Estos eran tenidos por hombres santos, porque eran castísimos y de irreprensible vida para entre ellos, y aun para entre nosotros fueran por tales estimados, dejada aparte la infidelidad. Era tan virtuosa y tan ejemplar su vida, que todas las gentes los venían a visitar como a santos, y a encomendarse a ellos tomándolos por intercesores para que rogasen a la diosa y a los dioses por ellos…” (Cap. IX).

Mendieta no puede por menos de alabar a estos «monjes», a su vez relacionados con una diosa que no es sino vestigio de la Virgen María, como hemos visto. Descubre en ellos virtudes naturales dignas de alabanza incluso entre cristianos, siempre y cuando se obvie en los «monjes» su carácter de infieles.

Al tratar de la figura de Quetzalcóatl como personaje histórico, no duda Mendieta en ponerle como ejemplo:

“Este salió hombre honesto y templado, comenzó a hacer penitencia de ayuno y disciplinas, y a predicar (según se dice) la ley natural: y así enseñó por ejemplo y por palabra el ayuno, en esta tierra antes no usado, sino que desde este tiempo comenzaron algunos a ayunar, y después se fue aumentando el uso del ayuno, que guardaban estos indios en su infidelidad con excesivo rigor.

Este Quetzalcóatl no fue casado, antes dicen que vivió honesta y castamente. Él dicen que comenzó el sacrificio de sacar sangre de las orejas y de la lengua, no por servir al demonio (según se entendía), mas por penitencia (aunque necia) contra el vicio del oír y hablar, y después el demonio lo aplicó a su culto y servicio” (Cap. XXXIII).

El misionero recoge una tradición y la valora: Quetzalcóatl supo sustraerse a la “trampa” del demonio de ayunar y mortificarse para “copiar” lo que manda Dios. Lo hacía por ley natural, por la misma constitución humana, aunque califica esa penitencia de “necia”, pues la practicaba un infiel; pero con todo la enderezaba correctamente, para combatir los vicios del oír y hablar. Fue el demonio, a posteriori, el que desvió esas prácticas de penitencia a su servicio, según su vieja costumbre de “remedar” a Dios.

Otro panegírico muy interesante es el que dedica nuestro autor a un personaje histórico, el rey de Texcoco Nezahualpilli (1460ca-1515),[10]del cual dice:

“no sólo con el corazón dudó ser dioses los que adoraban, mas aún de palabra lo dio a entender, diciendo que no le cuadraban ni estaba satisfecho de que eran dioses, por las razones que su viveza y buen natural le mostraban. Porque era en tanta manera vivo y entendido este cacique, que aun en el bisiesto quiso caer y atinar, pareciéndole que se alongaban las fiestas, y no venían a un mismo tiempo en todos los años. De este mismo cacique se cuenta, que por natural razón y su buena inclinación aborrecía en gran manera el vicio nefando: y puesto que los demás caciques lo permitían, este mandaba matar a los que lo cometían” (Cap. VI).[11]

Impresionante elogio de las virtudes religiosas, morales y científicas de este monarca, fundamentadas en su “viveza y buen natural”. Desenmascaró el paganismo gracias a la viveza de su inteligencia y a la probidad de sus costumbres.

4.7. Los valores religiosos y humanos auténticos de los antiguos mexicanos

No deja Mendieta de señalar algunos aspectos positivos en determinados aspectos de la religión prehispánica. Por ejemplo, comentando que los ayunos de los sacerdotes aztecas eran mayores que los del pueblo afirma:

“Los mayores ayunadores eran los ministros del templo para dar ejemplo, y en esto conformaban con la costumbre de nuestra Iglesia católica y con la razón, pues es más justo que los que están dedicados al culto divino se ejerciten más en estos actos penitenciales, que los que no se dedicaron al servicio de la Iglesia” (Cap. XVII).

Resulta muy significativo que los alabados sean nada menos que los ministros de los templos, otras veces llamados “ministros del demonio” (Cap. XLI) o “diabólicos ministros” (Cap. XVII), pero que en esta ocasión se comportan de acuerdo a un principio ético-religioso que comparten con la Iglesia católica: los ministros sagrados deben dar ejemplo de abnegación ante el pueblo. No hay aquí la lógica demoníaca de “remedar” a la Iglesia, sino un genuino valor religioso que, partiendo de los indios, puede incluso compararse con la verdadera Iglesia.

En esta misma línea destaca el notable aprecio de Mendieta por los discursos sapienciales aztecas, los huehuetlahtolli, que se pronunciaban en ocasiones señaladas para el individuo o la comunidad.[12]Fray Jerónimo presenta traducidos al castellano tres de estos discursos: el de un “labrador” a su hijo pequeño, él mismo a su hijo ya crecido, y el de una madre a su hija. Es interesante notar que preceden a estos discursos unas referencias a la “Política” de Aristóteles,[13]y afirma que los mexicanos, sin haberle conocido, siguen las máximas del Estagirita:

“El tercero documento [de Aristóteles] es, que en su niñez y puericia tuviesen gran cuenta los que los criaban que [los niños y jóvenes] no viesen por sus ojos actos ni pinturas torpes, ni oyesen pláticas ni palabras feas, porque lo que se ve, oye y habla en la niñez, adelante se toma en costumbre de lo usar. Y de aquí proceden todos los filósofos a enseñar que a los mozuelos dende su tierna edad, sus padres y ayos los ejerciten en honestos ejercicios y trabajos.

Y cómo esto lo uno y lo otro los indios lo cumplían para con sus hijos, parece bien claro en las pláticas y amonestaciones y trabajos en que los ejercitaban a ellos y a ellas dende su niñez, como se verá en este capítulo y en los siguientes, y primeramente en estas pláticas que fueron traducidas de lengua mexicana en nuestro castellano” (Cap. XX).

Mendieta, en la traducción castellana de este huehuetlahtolli, presenta así el discurso, del cual se cita aquí sólo el inicio: “Plática o exhortación que hacía un padre a su hijo. «Hijo mío, criado y nacido en el mundo por Dios,[14]en cuyo nacimiento nosotros tus padres y parientes pusimos los ojos. Has nacido y vivido y salido como el pollito del cascarón, y creciendo como él, te ensayas al vuelo y ejercicio temporal. No sabemos el tiempo que Dios querrá que gocemos de tan preciosa joya. Vive, hijo, con tiento, y encomiéndate al Dios que te crió, que te ayude, pues es tu padre que te ama más que yo. Sospira a Él de día y de noche, y en Él pon tu pensamiento. Sírvele con amor, y hacerte ha mercedes, y librarte ha de peligros.

A la imagen de Dios y a sus cosas ten mucha reverencia, y ora delante de Él devotamente, y aparéjate en sus fiestas. Reverencia y saluda a los mayores, no olvidando a los menores. No seas como mudo, ni dejes de consolar a los pobres y afligidos con dulces y buenas palabras. A todos honra, y más a tus padres, a los cuales debes obediencia, servicio y reverencia, y el hijo que esto no hace no será bien logrado. Ama y honra a todos, y vivirás en paz y alegría…»” (Cap. XX).

Mendieta no hace comentarios intercalados en los discursos, pero su presentación literal habla bien claro de su grandísimo aprecio por sus altos valores morales y religiosos.

Tras la trascripción de las pláticas, fray Jerónimo se refiere –ya en forma de estilo indirecto– a la severa educación que recibían los jóvenes y las jóvenes aztecas, intercalando a veces comentarios elogiosos como el siguiente: “parece que querían que fuesen sordas, ciegas y mudas, como a la verdad les conviene mucho a las mujeres mozas, y más a las doncellas” (Cap. XXIII).[15]

Hablando de la educación que se daba a los plebeyos constata:“La gente común y plebeya tampoco se descuidaba de criar a sus hijos con disciplina; antes luego como comenzaban a tener juicio y entendimiento, los amonestaban dándolos sanos consejos, y retrayéndolos de vicios y pecados, y persuadiéndolos a que fuesen humildes y obedientes y bien criados con todos, imponiéndolos en que sirviesen a los que tenían por dioses” (Cap. XXIV).

El misionero alaba explícitamente el duro sistema educativo azteca, sea entre los nobles que entre los plebeyos, con muchachas o con muchachos, dirigido a formar en el autodominio y la disciplina, además de una fuerte religiosidad, aunque fuera dirigida a falsos dioses. Resulta muy interesante observar que en el análisis de Mendieta esas virtudes se han ido desdibujando por el temor reverencial de los indios hacia los españoles, por el trauma de la conquista que ha trastocado el viejo sistema educativo, y por los malos ejemplos de los españoles:

“Aunque ahora son tan viciosos los indios en el mentir, entonces los padres amonestaban mucho a sus hijos que dijesen verdad y no mintiesen; y si eran viciosos en ello, el castigo era henderles y cortarles un poco el labio, y a esta causa usaban mucho hablar verdad.

Preguntados ahora algunos de ellos, qué haya sido la causa de tan gran mudanza en esta su costumbre antigua, responden dos cosas: la una que es tan grande el temor que cobraron a los españoles, así seglares como eclesiásticos, por ser tan diferentes de su bajeza y pusilanimidad, que no osan responderles a lo que les mandan o preguntan sino lo que les parece que les dará mas gusto, ora sea posible ora imposible. Y por esta misma causa niegan siempre el mal recado que han hecho, y se excusan, y otras veces dicen disparates.

También dan por segunda razón, que como la entrada de los españoles y las guerras dieron tan gran vaivén a toda la tierra, y los señores naturales se acobardaron y perdieron el brío que solían antes tener para gobernar, con esto se fue también perdiendo el rigor de la justicia y castigo, y el orden y conciertos que antes tenían, y así no se castigan entre ellos ya los mentirosos ni perjuros, ni aun los adúlteros. Por lo cual se atreven las mujeres mas á ser malas que en otro tiempo solían; aunque de los españoles también han deprendido ellos hartos vicios que en su infidelidad no tenían” (Cap. XXIV).[16]

No duda Mendieta en afirmar que el matrimonio prehispánico entre los naturales era legítimo, a tenor de las ceremonias que se celebraban,[17]cuestión que vuelve a corroborar la búsqueda de elementos positivos en las antiguas usanzas de los indígenas.

CONCLUSIONES

Después de la selección de textos que se ha recopilado, se puede ver que fray Jerónimo de Mendieta, en su valoración de la religión de los antiguos aztecas, sigue dos líneas muy diversas: en primer lugar, hay un claro rechazo de la religión prehispánica, equiparada a idolatría, que considera abominable, y llena de “desatinos, fábulas y ficciones” (Cap. VI).

Los indígenas, en definitiva, “no alcanzaron a conocer a Dios” (Cap. VI), al único Dios. La culpa principal recaía en Satanás que, tomando “oficio de mona” (Cap. XIV) copiaba a su manera las estructuras de la Iglesia, como los sacramentos, para atraer hacia sí el culto debido únicamente a Dios.

Es también Satanás el responsable del politeísmo entre los naturales. La forma, por ejemplo, con la que fray Jerónimo se ocupa de los sacrificios humanos denota que, en última instancia “los indios que hacían sacrificios de hombres, no lo hacían de voluntad, sino por el gran miedo que tenían al demonio” (Cap. X).

Por otro lado, se da una segunda línea de sincera apertura a todo lo genuinamente humano que hay en el mundo religioso prehispánico. En este sentido, se puede afirmar que Jerónimo de Mendieta en el contexto de la teología de su época se presenta, por lo que respecta a valoración de la religión prehispánica, como un claro «inclusivista».

Es más, se diría que un inclusivista ejemplar. No duda en ningún momento de la unicidad de la salvación, que se adquiere únicamente a través de Cristo y de su Iglesia. Si le interesa la religión prehispánica no es con ánimo etnográfico sino evangelizador: en tanto en cuanto le sirva para la evangelización cristiana.

Pero ese conocimiento no está dirigido sólo al aniquilamiento total de la idolatría, sino a un prudente y difícil discernimiento. En esto no se haya muy lejos de sus fuentes preferidas: Sahagún, Olmos, Las Casas, aunque fray Jerónimo tiene su sello particular. Como persona humana culta, enraizada en el humanismo renacentista, Mendieta es capaz de reconocer en la religiosidad prehispánica rasgos positivos, que no duda en alabar en sí mismos, como la ejemplaridad de los ministros del culto en el ayuno (cfr. cap. XVII) o las formas educativas que transcribe en los huehuehtlahtolli (cfr. caps. XX-XXII).

Es decir, fray Jerónimo descubre en los naturales prehispánicos valores religiosos auténticos, que conectan con lo mejor de la religiosidad y moral de los paganos clásicos (Aristóteles, Virgilio). Reconoce personalidades de gran categoría religiosa, como Quetzalcóatl o Nezahualpilli. Apunta a conectar algunos mitos aztecas con una primigenia evangelización de la región, cuestión ya tratada por otros autores, como se ha visto.

Es esto, probablemente, un intento de reconocer a los mexicanos entre los descendientes de Adán y Eva, depositarios de la antigua protorevelación, y conectarlos con la evangelización cristiana del siglo XVI. En cualquier caso, supera la dialéctica cristiano-pagana, para relacionar la cultura que tenía delante con el designio divino de salvar, en Cristo, a todos los hombres. En este sentido, lo más extraordinario a nuestro juicio son sus comentarios sobre una revelación natural de Dios, a través de las criaturas, que les llevó a reconocer a los primeros indígenas de Mesoamérica un Ser Supremo, a veces denominado Ipalnemohuani, Dador de la vida, increado y omnipotente (Cap. VIII). Los indígenas, miembros del linaje humano, han recibido, antes de la predicación cristiana, el mensaje de las criaturas, que les llevaron a reconocer al Creador.

NOTAS

  1. Cfr. Primo Feliciano Vázquez (trad. y ed.), Anales de Cuauhtitlán y leyenda de los cuatro soles (Códice Chimalpopoca) (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1975). La Leyenda de los soles es precisamente el manuscrito anónimo de 1558, llamado así por el conocido historiador mexicano del siglo XIX Francisco del Paso y Troncoso.
  2. En esto los informes de fray Jerónimo estaban muy equivocados. Como explica Alfonso Caso, “para los aztecas lo que determina el lugar al que va el alma después de la muerte no es la conducta en esta vida, sino principalmente el género de muerte y la ocupación que en vida tuvo el difunto” (Caso, “El pueblo”, 78).
  3. Mendieta se refiere a la bajada de Eneas a los infiernos. En efecto, Virgilio señala diferentes “lugares” en el Ades: fundamentalmente los Campos Elíseos, sede de los beatos, y el Tártaro, sede de los malvados. Cfr. Virgilio, Eneida, lib. VI. También en el cap. XIII el franciscano compara el mundo de ultratumba de los naturales con elementos del más allá virgiliano, como la laguna Estigia y el can Cerbero.
  4. Sobre las diferentes situaciones en el más allá, y de los castigos según los pecados, cfr. por ejemplo Sab, 3-5; Lc, 12: 47-48. Sobre una vida de deleites que se corresponde con un más allá de sufrimiento, cfr. Lc, 16:19-31.
  5. En forma sintética, se puede afirmar que la actitud inclusivista es la de aquel que, sin negar que la Revelación en Cristo es la plena y definitiva manifestación de Dios a los hombres, “no rechaza nada de lo que en estas religiones [no cristianas] hay de santo y verdadero” (Concilio Ecuménico Vaticano II, Nostrae aetate, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (28 octubre 1965), n. 2. Cfr. también Congregación para la Doctrina de la Fe, Dominus Iesus. Declaración sobre la unidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia (6 agosto 2000).
  6. La bibliografía sobre esta importante personalidad-divinidad mesoamericana es amplísima. Dos introducciones en Caso, “El pueblo”, 25-41, y Henry B. Nicholson, “Religion in Pre-Hispanic Central Mexico”, en Handbook of Middle American Indians vol. X, ed. Robert Wauchope (Austin: University of Texas Press, 1971), 428-430. Cfr. también el estudio de Emanuela Monaco, Quetzalcoatl: saggi sulla religione azteca (Roma: Bulzoni, 1997), con abundante bibliografía.
  7. El “Dador de la vida” cantado por algunos poetas mesoamericanos, principalmente texcocanos. Cfr. Miguel León-Portilla, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, (México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 1974), 164-165, 166-167, 382; Nicholson, “Religion”, 411, con la bibliografía de la nota 7.
  8. Es muy interesante la coincidencia de este pensamiento de Mendieta con la posición de Wilhelm Schmidt (1868-1954), fundador de la escuela histórico-etnológica de Viena, partidario de encontrar en las sociedades más primitivas la creencia en un Ser Supremo, que luego se pierde según avanzan los ciclos culturales. Cfr. Wilhelm Schmidt, Der Ursprung der Gottesidee [Origen de la idea de Dios], (Münster i. W.: Aschendorff, 1912- 1941), 7 vols.
  9. Las referencias de Sahagún en su Historia, lib. XI, cap. XIII. Por lo que respecta a Diego Durán, cfr. Historia de las Indias de Nueva España e islas de la Tierra Firme [1579], prólogo de José Rubén Romero Galván y Rosa Camelo 2 vols. (Madrid: Banco de Santander- Ediciones El Equilibrista-Turner Libros, 1990-1991), caps. LXXIX, LXXXVII, XCIV. Sobre la idea europea de una predicación apostólica en Indias cfr. Luis Martínez Ferrer, La penitencia en la primera evangelización de México (1523-1585) (México: Universidad Pontificia de México, 1998), 101-105. Cfr. también IDEM, “La pastoral de la confesión en México (s. XVI), y los ritos penitenciales mesoamericanos”, Neue Zeitschrift für Missionswissenschaft, 54 (1998/3): 161-192.
  10. Hijo del famoso rey poeta texcocano Nezahualcóyotl (1402-1472). Reinó sobre Texcoco los años 1472- 1515.
  11. En el cap. XXIII alaba a Nezahualpilzintli, otra forma de llamara a Nezahualpilli, que mandó matar a su propio hijo por haber ido a conversar con una doncella recogida en una casa de formación.
  12. Sobre este importante género literario y su aprecio por parte de los evangelizadores, cfr. Morales, “Franciscanos ante las religiones”, 96-98; Luis Martínez Ferrer, “L’inculturazione al servizio della persona umana. Il ricorso ai huehuehtlahtolli aztechi per l’evangelizzazione del Messico (s. XVI)”, en Cristo nel cammino storico dell’uomo: atti del Convegno Internazionale di Teologia, Roma, 6-8 settembre 2000, coord. José María Galván (Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2002), 199-226, con la bibliografía allí citada.
    Cfr. también la reciente recopilación: Eduardo Matos Moctezuma (Textos introductorios y selección de fuentes), Los aztecas: del nacimiento a la muerte (México: Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2005).
  13. Señala en concreto Aristóteles, Política, VII, cap. XVII.
  14. Es posible que en el original no estuviera escrita la palabra «Dios», sino una divinidad del panteón azteca.
  15. Evidentemente está haciendo una comparación de los ideales aztecas con los paradigmas generales en tiempos de Mendieta.
  16. En una línea bastante parecida se mueve Bernardino de Sahagún, “Historia”, Lib. X, Relación del autor digna de ser notada.
  17. Cfr. cap. XXV.

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LUIS MARTÍNEZ FERRER

Publicado en Santiago Sanz Sánchez, Giulio Maspero y Pontificia Università della Santa Croce, La natura della religione in contesto teologico (Roma: EDUSC, 2008), 183-205.