Diferencia entre revisiones de «MAXIMATO; Los presidentes del periodo»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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AYALA ANGUIANO Armando, La verdadera historia del PRI. Tomo I, Los militares. Contenido, México 2001
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AZUELA Salvador. La Aventura Vasconcelista 1929. Ed. Diana, México, 1980
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BAEZA FLORES Alberto. Las cadenas vienen de lejos. Ed. Letras, México, 1960
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LAJOUS Alejandra, Los orígenes del partido único en México. Ed. Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1981
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LOUVIER Juan, Historia política de México. Ed. Trillas, 2 ed. México, 2007
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MEYER Jean, La Cristiada. Ed. Siglo XXI, Vols. I y  II, México, 1994
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MOCCIA, F. Cristophori Magallanes et XXIV Sociorum, Vol I. Roma
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PUENTE Ramón, Hombres de la Revolución. Calles. Ed. Los Ángeles, México, 1933
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RAVINES Eudocio, La gran estafa. Ed. Del Pacífico, Santiago de Chile, 1964
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SCHLARMAN Joseph H.L., México, Tierra de Volcanes. Porrúa, México 1987.
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SUAREZ Luis, Cárdenas, retrato inédito. Ed. Grijalbo, México, 1987
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VASCONCELOS José, La Flama. Ed. Botas, México
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'''JUAN LOUVIER CALDERÓN'''

Revisión del 20:36 1 dic 2017

Para permitir la reelección del general Álvaro Obregón y posteriormente la suya propia, a principios de 1927 el presidente Plutarco Elías Calles hizo que el Congreso modificara los artículos 82 y 83 de la Constitución que prohibían la reelección; de este modo Obregón pudo ser declarado «presidente electo» para el cuatrienio 1928-1932. Sin embargo Obregón fue asesinado el mismo día en que el Congreso lo declaró «electo».

Calles no tenía ya más remedio que entregar el poder, pero siguiendo los consejos del embajador de Estados Unidos D.W. Morrow, previamente hizo que los diputados encabezados por Gonzalo Bautista y Marte R. Gómez lo nombraran “el jefe máximo de la revolución”. De este modo el «jefe máximo» se situaba por encima del presidente de la República.

Para ello, al momento de rendir su último informe como Presidente de la República mexicana, Plutarco Elías Calles anunció desde la tribuna del Congreso la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), ya que México pasaría “de una vez por todas, de la condición histórica de país de un solo hombre a la de nación de instituciones y leyes…y al establecimiento, para regular nuestra vida política, de reales partidos nacionales orgánicos”. Así el llamado «partido oficial» férreamente controlado por Calles se convertiría en el instrumento idóneo para establecer el «Maximato».

En la Cámara de diputados únicamente Antonio Díaz Soto y Gama se opuso, e inútilmente contestó a los callistas: “…quieren ustedes establecer esta peligrosa atrocidad; un hombre que sin tener la responsabilidad del poder, tiene todo el poder (…) quieren establecer en el general Calles al hombre que está detrás del trono, el que rige, el que maneja como un maniquí al que está en el trono…”.

Vasconcelos escribe al respecto: “El presidente de paja (Portes Gil) inició un ciclo que fue llamado «de los presidentes peleles». El poder efectivo lo retuvo Calles en calidad de «jefe máximo de la revolución». Los altos cargos siguieron en manos de los favoritos del callismo. Mandaba Calles, de hecho, sin responsabilidad ante la ley…Durante varios años, Plutarco Elías Calles disfrutó, gracias a la inteligente protección de su amigo Morrow, de más poder que el que hubiera soñado Obregón”.

El «Maximato», dio inicio en agosto de 1928 cuando, tras difíciles negociaciones con los militares obregonistas, Calles designó como presidente «interino» a uno de los principales dirigentes de la masonería en Tamaulipas, el abogado Emilio Portes Gil; y se prolongó hasta 1936, cuando el entonces presidente Cárdenas -quien había crecido políticamente bajo la sombra de Calles y a quien le debía estar en la presidencia- decidió quitarse de encima a su protector, el «jefe máximo».

En la noche del 9 de abril de 1936, las tropas del general Rafael Navarro aprendieron a Calles en su hacienda de Santa Bárbara, llevándolo al aeropuerto donde un avión lo trasladó al exilio forzoso en los Estados Unidos. Poco después también fue expulsado del Partido Nacional Revolucionario que él había fundado cinco años antes.

EMILIO PORTES GIL

El primer presidente del «Maximato» fue el abogado tamaulipeco Emilio Portes Gil (1890-1978). Graduado en la Escuela Libre de Derecho, apoyó el Plan de Agua Prieta contra el Presidente Carranza, lo que le valió ser premiado por Obregón y Calles con la gubernatura de Tamaulipas. Ocupó como interino la Presidencia de la República del 1° de diciembre de 1928 al 5 de enero de 1930.

El año crucial de 1929

Al iniciar el año 1929, la situación que enfrentaba el gobierno de Calles-Portes Gil, le era completamente adversa. La Cristiada, que estaba en su apogeo con más de cincuenta mil cristeros en armas, no podía ya ser vencida militarmente. Por otra parte, descontento con las maniobras de Calles, el influyente general Gonzalo Escobar se levantó en armas en marzo de 1929 (Plan de Hermosillo), arrastrando tras de sí a la mitad del ejército federal.

A estas dos amenazas militares se sumó el hecho de que, debido a su carácter de presidente «interino», Portes Gil tuvo que convocar a elecciones, a las cuales se presentó como candidato rival del candidato del debutante «partido oficial », el licenciado José Vasconcelos, personaje carismático y orador brillante, que amenazaba seriamente el poder en manos de la desde entonces llamada «familia revolucionaria». De gran popularidad por haber sido colaborador de Francisco I. Madero, Rector de la Universidad Nacional de México, y Secretario de Educación Pública en el gabinete de Obregón, el licenciado Vasconcelos se constituyó en una seria amenaza a la continuidad del gobierno del Maximato.

Otra amenaza, de menor peso pero simultánea a las señaladas, fue el Movimiento por la Autonomía de la Universidad Nacional. Este movimiento surgió por la insistente presión del secretario de Educación, el socialista José Manuel Puig Casauranc, para controlar la vida de la Universidad, quien maniobraba por medio del director de la Escuela de Derecho, el también callista y furioso anticlerical Narciso Bassols. El movimiento fue iniciado el 5 de mayo de 1929 por los líderes estudiantiles Alejandro Gómez Arias, Ricardo García Villalobos, Ángel Carbajal, Salvador Azuela y otros más; todos ellos de obvias simpatías por la campaña presidencial de su ex rector José Vasconcelos.

Las soluciones

Sin duda todos estos conflictos simultáneos hacían que el gobierno de Emilio Portes Gil y el «jefe máximo» se tambaleara seriamente. Pero el gobierno norteamericano intervino abiertamente para sacarlo a flote. Los Estados Unidos entregaron al gobierno mexicano mayor y mejor armamento, incluyendo un buen número de aviones militares; con ello la rebelión escobarista pudo ser fácilmente sofocada a tres meses de iniciada.

La solución al movimiento cristero, que lejos de disminuir crecía cada día, fue planteada por el embajador de los Estados Unidos Dwight W. Morrow: era necesario entenderse con la Iglesia y él se ocuparía de ello. Los obispos mexicanos habían sido desterrados; dos permanecían ocultos en las montañas (Mons. Orozco, de Guadalajara; y Mons. Mora, de Colima); algunos se encontraban en Roma, pero la mayoría se encontraban asilados en los Estados Unidos y era sencillo ponerse en comunicación con ellos; además estaba el hecho de que los asuntos de la Iglesia en México habían sido encomendados al Delegado Apostólico en Washington, Pedro Fumasoni Biondi. Y Morrow se advocó a “arreglar” la cuestión religiosa en México.

En febrero, la Secretaría de Gobernación ordena a los gobernadores de los Estados que liberen a todos los sacerdotes que tuvieran presos. En mayo, Portes Gil declara al periodista norteamericano Dubose que: “Los fanáticos…no han sido dirigidos, en mi opinión, sino por sacerdotes de ínfima categoría (…) con excepción de monseñor Orozco (…) Creo que es absolutamente imposible cargar a la Iglesia católica la responsabilidad de tales actos.”.

El mismo día, en Washington, Mons. Leopoldo Ruiz y Flores declara la total disponibilidad de la Iglesia a dialogar con el gobierno mexicano. El 3 de mayo, el periódico El Universal encabeza su edición son el siguiente título: “Con buena voluntad de parte del Estado y de la Iglesia puede lograrse un acuerdo.”

El 7 de mayo los cristeros infringen una tremenda derrota al ejército federal en Tepatitlán, Jalisco; el 8 de mayo el presidente Portes Gil se felicita por las declaraciones del arzobispo Ruiz y Flores. A finales de ese mes de mayo, la Santa Sede nombra a monseñor Leopoldo Ruiz y Flores Delegado apostólico «ad referéndum» para tratar con el gobierno mexicano la cuestión de la libertad religiosa. El 2 de junio, el Gral. Enrique Gorostieta, comandante de la Guardia Nacional, cae en una emboscada en Atotonilco el Alto, Jalisco; al frente del movimiento cristero lo sustituirá el Gral. Jesús Degollado Guízar.

A principios del mes de junio sale de San Luis, Missouri un tren hacia la frontera de México; en el convoy va enganchado el vagón especial del embajador Morrow y con él viajan los obispos Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz y Barreto. Al cruzar la frontera el vagón del embajador es enganchado a otro tren que viaja a la ciudad de México, pero poco antes de llegar a su destino, los dos obispos se bajan en la estación de Tacuba. Allí los recoge un automóvil que los traslada a la casa del señor Agustín Legorreta.

En esa casa no van a querer hablar ni a recibir a nadie; ni siquiera a su hermano en el episcopado Mons. Miguel de la Mora, obispo de San Luis Potosí, quien intentará tres veces ser recibido por ellos sin lograrlo nunca. Finalmente, el 12 y 13 de junio se entrevistan con el Presidente Portes Gil. El día 21 de junio de 1929, Portes Gil y los dos obispos acuerdan verbalmente los “arreglos” en base a las propuestas redactadas por el embajador Morrow, y al día siguiente son publicados por la prensa mexicana.

Portes Gil hizo unas promesas: amnistía a los “rebeldes” sublevados (los cristeros); restitución de las iglesias, obispados y parroquias, y su palabra de honor (¿) de no volver atrás; los obispos se comprometían a reanudar el culto público y a solicitar a los cristeros que depusieran las armas. Aceptaron además el exilio del arzobispo de Guadalajara, Mons. Orozco, y el no regreso a México de Mons. José de Jesús Manríquez y Zárate, obispo de Huejutla. La Iglesia cumplió, el Gobierno no. Entonces comenzó en México un singular «modus vivendi».

El espíritu anticatólico que animó la lucha contra la Iglesia quedó explícitamente manifiesto en las palabras que Emilio Portes Gil pronunció en la tenida masónica del solsticio de verano en junio de 1929 cuando los masones, desconcertados por el anuncio de los “arreglos”, le preguntaron si la lucha contra la Iglesia había terminado, y el contestó: “¡No!, la lucha no ha terminado, la lucha es eterna, la lucha empezó hace veinte siglos.”

Por lo que se refiere al reto que representaba la candidatura de José Vasconcelos, el gobierno lo solucionó con uno de los fraudes electorales más burdos y cínicos en toda la historia de la democracia. El día de las elecciones celebradas el 17 de noviembre de 1929, además de practicarse todas las corruptelas y fraudes imaginables, el gobierno hizo alarde de fuerza bruta por todas partes, incluida la capital, y provocando decenas de víctimas mortales entre los votantes.

Con gran cinismo, el cómputo oficial atribuyó al candidato del recién fundado PNR (PRI), Pascual Ortiz Rubio, 1948 848 votos y a José Vasconcelos la ridícula cifra de 110, 979. Frente a esos resultados, Vasconcelos, que había pasado el día de las elecciones en Guaymas, denunció el burdo fraude y, siguiendo el ejemplo de Madero en las elecciones de 1910, invitó a la población a pronunciarse contra Calles y Portes Gil proclamando el «Plan de Guaymas», pero su llamado no tuvo éxito.

El general Carlos Bouquet, que estaba dispuesto a encabezar la lucha armada, fue capturado en Nogales, Sonora, y sin formación de causa fue pasado por las armas. Vasconcelos se exilió en los Estados Unidos y el gobierno inició un exterminio sistemático de líderes vasconcelistas. El 12 de marzo de 1930, en el cerro del Tezontle en Topilejo, fueron encontrados cerca de cien cadáveres de líderes vasconcelistas.

Más sencilla fue la solución al Movimiento universitario. El 24 de mayo el director de Derecho Narciso Bassols presentó su renuncia, dada a conocer por los estudiantes en su «Periódico Mural» con la siguiente nota: “Hoy, a las tres de la tarde (la misma hora en que se ahorcó Judas) víctima de la bilis, se fue muy lejos el alma del licenciado Narciso Bassols. Los estudiantes de Leyes lo comunican con gusto y dan las gracias al Altísimo por haberlo hecho descansar. El duelo se recibe en la Universidad y se despide en lugar reservado, con gritos y sombrerazos.” El 10 de julio de 1929 el gobierno expidió la «Ley Orgánica de la Universidad Nacional de México», que le otorgaba una autonomía limitada.


PASCUAL ORTIZ RUBIO

El segundo Presidente del «Maximato» fue el ingeniero Pascual Ortiz Rubio (1877-1963). En 1917 Venustiano Carranza lo hizo gobernador de Michoacán; no obstante apoyó el Plan de Agua Prieta contra Carranza, lo que le valió ser designado por Obregón Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y luego Embajador de México en Berlín.

Calles lo trasladó a Brasil en 1926, y en 1929 lo hizo regresar para que fuera el primer candidato presidencial del PNR, el «partido oficial». Durante su campaña presidencial, la gente le puso el apodo de «el nopalito». Tras el fraude electoral de 1929 fue declarado Presidente «constitucional» para el periodo 1930-1934, tomando posesión el 5 de enero de 1930, pero Calles lo removió de la presidencia el 2 de septiembre de 1932.

La principal característica de su gobierno fue su total y abierta sumisión al «jefe máximo», al grado que, refiriéndose al hecho de que la casa del Calles en la ciudad de México se encontraba enfrente del Castillo de Chapultepec, entonces residencia oficial de la Presidencia, la gente decía refiriéndose al Castillo: “allí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”.

Las decisiones importantes las tomaba Calles, y cuando era necesario se las comunicaba a Ortiz Rubio, quien, de hecho era un solitario en Palacio. Durante el tiempo que “gobernó”, los “arreglos” acordados con los obispos Lara y Díaz fueron constantemente violados; incluyendo la amnistía para con los ex combatientes, y sobre todo con los que habían tenido algún cargo.

“La carnicería selectiva se prosiguió durante varios años y la mayoría de los grandes jefes cayeron. No se libraron los simples soldados: Hubo una matanza en masa excepcional, la de Cojumatlán (Jalisco), donde todos los cristeros perecieron, y en San Martín de Bolaños una carnicería menos importante, la de 40 antiguos cristeros, el 14 de febrero de 1930. La caza del hombre fue eficaz y seria, ya que se puede aventurar, apoyándose en pruebas, la cifra de 1500 víctimas, de las cuales 500 jefes, desde el grado de teniente hasta el de general.”

Otra violación significativa tuvo lugar el 25 de julio de 1931, cuando el gobernador del Estado de Veracruz, Adalberto Tejeda, envió a un grupo de policías al mando del oficial Pedro Aguirre a clausurar la Parroquia de la Asunción (hoy Catedral) en el puerto de Veracruz, donde tres sacerdotes estaban impartiendo el catecismo a muchos niños. Los policías entraron al templo disparando a los sacerdotes sin importar la multitud de niños presentes; el padre Darío Acosta (beatificado en 2005) cayó asesinado, y heridos los padres Landa y Rosas, así como algunas otras personas que se encontraban en el lugar.

Para evitar tener que convocar a nuevas elecciones, en cuanto Ortiz Rubio rebasó por un día la mitad de su periodo, el «jefe máximo» lo obligó a renunciar al día siguiente de su segundo informe presidencial, el 2 septiembre de 1932.

ABELARDO L. RODRÍGUEZ

Ya sin la necesidad de preparar otra farsa electoral, Calles designó sin mayor trámite como Presidente «interino» al general Abelardo L. Rodríguez (1889-1967), quien ocuparía la Presidencia de la República del 2 de septiembre de 1932 al 1° de diciembre de 1934.

Para el momento en que fue elegido por el «jefe máximo», Abelardo L. Rodríguez ya había amasado una gran fortuna personal mediante una cadena de cantinas y burdeles que estableció en la frontera norte, durante el tiempo que su gestión como jefe militar del territorio de la Baja California, donde lo colocó Obregón en 1921.

Como el «jefe máximo» había vuelto a poner en práctica la persecución religiosa por medio de los «presidentes peleles» el papa Pío XI redactó una nueva encíclica: la «Acerba Animi» “sobre la persecución de la Iglesia de Méjico” publicada el 29 de septiembre de 1932. Entonces Abelardo L. Rodríguez contestó amenazante: “México no permitiría que se inmiscuya en asuntos del estado una entidad a la que no se reconoce existencia dentro de los principios legislativos… Estoy dispuesto a que si se continúa la actitud altanera y desafiante que provoca la reciente Encíclica, se convertirán los templos en talleres y escuelas para beneficio de las clases proletarias del país.”

En nombre del Gobierno de México, José Manuel Puig Casauranc Secretario de Relaciones Exteriores del gabinete del Presidente Rodríguez, dio su beneplácito al nombramiento del nuevo embajador de los Estados Unidos Josephus Daniels, quien como Secretario de marina del gobierno norteamericano había ordenado el ataque al puerto de Veracruz en 1914.

Poco antes de que concluyera el periodo de Abelardo Rodríguez, el «jefe máximo» designó a su antiguo protegido Lázaro Cárdenas del Río para que ocupara la Presidencia, pero ya no por cuatro años sino por seis. Calles acompañaba frecuentemente a Cárdenas en sus actos de Campaña, siendo especialmente significativo el llevado a cabo en la ciudad de Guadalajara el 20 de julio de 1934 y que es conocido como el «grito de Guadalajara». En ese «grito», Cárdenas hizo del todo evidente que para los gobiernos de la «familia revolucionaria», la principal trinchera de la lucha para descatolizar al pueblo mexicano no era ya tanto la represión violenta sino la educación: “Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución (…) debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud, porque son y deben pertenecer a la Revolución.”

Esa declarada «expropiación» de las conciencias no era una mera baladronada, sino el anuncio de una clara y consciente estrategia; así tres meses después, el 11 de octubre de 1934, el gobierno de Abelardo Rodríguez modificó y radicalizó el artículo tercero de la Constitución: “Solo el Estado impartirá educación. La educación que imparta el Estado será socialista y, además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear a la juventud un concepto racional y exacto del Universo y de la vida social”

LÁZARO CÁRDENAS DEL RÍO

El cuarto presidente del Maximato fue otro connotado participante en el Plan de Agua Prieta: el general Lázaro Cárdenas (1895-1970). Pero también fue el último de ellos, pues si su periodo dio inicio como una más de las imposiciones del «jefe máximo», el mismo Cárdenas acabó con ese sistema político cuando el 10 de abril de 1936 apresó y expulsó del país a su “padrino” político Plutarco Elías Calles.

Lázaro Cárdenas tomó posesión de la Presidencia el 1° de diciembre de 1934; el creció políticamente bajo la sombra y protección de Calles, pero ideológicamente creció a la sombra de Francisco J. Mújica, un ex seminarista que había abrasado la ideología marxista-anarquista y que encabezó el ala más radical y jacobina del Congreso que redactó la Constitución de 1917.

Cárdenas nombró a Mújica Secretario de Economía, y junto con el líder marxista Vicente Lombardo Toledano, diseñaron e implementaron la estrategia para quitarse de encima al «jefe máximo». Con la gran habilidad y experiencia que tenía Lombardo Toledano para manipular a los sindicatos obreros, desató por todo el país una serie de huelgas locas. Entonces Cárdenas dijo a Calles que el problema se le había salido de control y le pidió su ayuda para solucionar el problema, y Calles mordió el anzuelo.

El 11 de junio de 1935 el «jefe máximo de la revolución» se pronunció contra Lombardo Toledano y sus sindicatos: “Las constantes huelgas, muchas de ellas sin justificación «están llevando al país a una situación insostenible»; igualmente arremete contra los líderes obreros Alfredo Navarrete y Vicente Lombardo Toledano «que están dirigiendo el desbarajuste».”

Cárdenas y sus asesores Mújica y Toledano esperaron tres días para calibrar las reacciones a favor o en contra. La Cámara de diputados felicitó a Calles por “sus patrióticas declaraciones”; pero por todas partes hubo múltiples manifestaciones de apoyo a Cárdenas y de repudio a Calles, organizadas desde las sombras de las logias yorkinas (Rito Nacional Mexicano) que crearon para ese fin un «Comité Nacional de Defensa Proletaria», mismo que se sumó a la Confederación General de Obreros y Campesinos de México creada por Lombardo Toledano.

Pragmáticamente muchos empezaron a abandonar al «jefe máximo» y se alinearon con Cárdenas. Tal fue el caso de Emilio Portes Gil, el primero de los presidentes «peleles», quien entonces era el presidente del partido «oficial», el PNR, y quien expulsó formalmente de dicho partido a su fundador, Plutarco Elías Calles. Su aprehensión y expulsión del país fue ya un mero trámite.

Ya sin el «jefe máximo», Cárdenas y sus asesores sustituyeron el sistema político del «Maximato» por el presidencialismo «feroz», ya que a las atribuciones legales que la Constitución otorgaba al Presidente, con el eufemismo de «reglas no escritas», le sumaron todas y cada una de las extra-constitucionales que durante ocho años estableció con el «Maximato» Plutarco Elías Calles.


NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

AYALA ANGUIANO Armando, La verdadera historia del PRI. Tomo I, Los militares. Contenido, México 2001

AZUELA Salvador. La Aventura Vasconcelista 1929. Ed. Diana, México, 1980

BAEZA FLORES Alberto. Las cadenas vienen de lejos. Ed. Letras, México, 1960

LAJOUS Alejandra, Los orígenes del partido único en México. Ed. Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1981

LOUVIER Juan, Historia política de México. Ed. Trillas, 2 ed. México, 2007

MEYER Jean, La Cristiada. Ed. Siglo XXI, Vols. I y II, México, 1994

MOCCIA, F. Cristophori Magallanes et XXIV Sociorum, Vol I. Roma

PUENTE Ramón, Hombres de la Revolución. Calles. Ed. Los Ángeles, México, 1933

RAVINES Eudocio, La gran estafa. Ed. Del Pacífico, Santiago de Chile, 1964

SCHLARMAN Joseph H.L., México, Tierra de Volcanes. Porrúa, México 1987.

SUAREZ Luis, Cárdenas, retrato inédito. Ed. Grijalbo, México, 1987

VASCONCELOS José, La Flama. Ed. Botas, México

JUAN LOUVIER CALDERÓN