MAPUCHES EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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MIRADAS DESDE EL SIGLO XIX

Al abordar la historia del pueblo mapuche en el siglo XIX muchas son las interrogantes que surgen. Es difícil construir una mirada que, a modo de una visión panorámica, sea capaz de dar cuenta de la experiencia histórica que se construyó a lo largo de miles de años, representando el siglo XIX un momento más dentro de un transcurrir amplio, complejo, dramático y diverso. ¿Cuáles serían los principales ejes temáticos que permitirían dar cuenta de los fenómenos históricos ocurridos en ese devenir? ¿Cómo vivieron las comunidades del pueblo mapuche los acontecimientos acaecidos a lo largo de esos 100 años?

Uno de los aspectos a considerar es que la sociedad mapuche, a inicios del siglo XIX, ha vivido cambios y transformaciones profundas, las que se tienen que comprender a la luz de los fuertes enfrentamientos bélicos, la diplomacia, los parlamentos, el comercio y el mestizaje, entre otros, los que fueron componiendo una serie de complejas relaciones fronterizas e interétnicas a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Poblaciones indígenas, criollos, mestizos y sectores hegemónicos de la sociedad peninsular, se pusieron relación en un territorio de frontera, denominado Araucanía, que se extendía entre el río Bíobío por el norte, y el río Toltén por el sur. Siendo también central las tareas misioneras que emprendieron jesuitas y franciscanos en los territorios fronterizos; labor que, a partir de mediados del siglo XIX, será complementada por la presencia de capuchinos, quienes continuarían con las acciones evangelizadoras, fundamentalmente, desde el ámbito de las escuelas misionales.

Es en la vida económica y social de las comunidades mapuche que también se expresaron los cambios derivados de las condiciones propias de una vida fronteriza, la que tiene que ser entendida desde el contexto de las negociaciones y relaciones pacíficas que también se establecieron. Animadas, en gran medida, porque las comunidades incorporaron en sus prácticas económicas tradicionales, el uso del caballo y las actividades derivadas de la ganadería, principalmente vacuna y ovina, las que se fueron cimentando a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Lo que significó que, a comienzos del siglo XIX, la sociedad mapuche tiene ya una larga experiencia adquirida en una práctica económica basada en la producción de charqui o carne seca y salada; la elaboración de textiles de diverso tipo, junto al tráfico de la carne y sal.

Las agrupaciones indígenas, a través de sus autoridades étnicas, tenían tratos y relaciones con las autoridades hispanas y con las haciendas y estancias de criollos y españoles, a partir, justamente, de la circulación y comercialización de ganado y productos derivados, tales como carne, sebo, grasa y sal, fundamental para la elaboración de charqui. Además de prendas de ropa de factura indígena e hispana, yerba mate y otros bienes de elaboración indígena, incluso considerados de lujo, como joyas de plata y aperos de cuero y plata, los que formaban parte de flujos de tráfico mayor y menor, como el intercambio o conchavo, que involucraba a comunidades indígenas, criollos y peninsulares no sólo de la Araucanía chilena, sino que también a poblaciones indígenas, gauchos, y poblaciones no indígenas situadas en territorios de las pampas argentinas. Circulando además una amplia gama de mercancías no indígenas, como harina, galletas, azúcar, aguardiente, cuchillos y vino, entre otros.

Dicho fenómeno tiene diversas aristas puesto que presupone no sólo desplazamientos estacionales y circulación de bienes, mercancías y productos. Sino que también la existencia de un importante flujo ganadero entre los indígenas de la Araucanía con los de las pampas y los cordilleranos, en tanto una práctica comercial, que requería de la existencia de un saber ganadero de las poblaciones indígenas. A su vez, las agrupaciones, a través de sus jefes o lonkos, dentro del circuito de circulación de ganado, mercancías y bienes, actuaban en tanto intermediarios comerciales no sólo con otras agrupaciones, sino que también con hacendados, productores y comerciantes criollos e hispanos de las ciudades y fuertes fronterizos.

Este proceso dinámico ha sido denominado por los estudiosos como la araucanización de las pampas el que cruzará la vida de las comunidades, hasta por lo menos, toda la primera mitad del siglo XIX. Y se entiende a partir de la existencia de un comercio local y regional que permitía, a través de vías de circulación, en definitiva circuitos de movilidad y tráfico, poner en relación a poblaciones mapuche, con poblaciones pehuenches de la Cordillera de los Andes, y con agrupaciones indígenas situadas en la vertiente trasandina de las pampas argentinas, ampliándose entonces la territorialidad mapuche, y por ende, el espacio de control y reproducción de los recursos. Propiciándose también el surgimiento de relaciones interétnicas entre las distintas agrupaciones dirigidas por una cabeza o líder, el lonko, existiendo, entre aquellas, complejas relaciones de parentesco, de linaje, sociales, económicas, rituales y políticas. Ahora bien, este proceso de dinamismo económico y social no estuvo exento de conflictos, siendo la práctica del robo de ganados, por parte de agrupaciones indígenas, expresiones de descontento y resistencia, además de un medio para acrecentar sus recursos.

Aquellas efectuaban acciones consideradas de venganza, los taululún; por otra parte, el weichán o acción de guerra en defensa del territorio indígena; y la maloca, práctica de apropiación de ganado, bienes y prisioneros o cautivos blancos. Los malones o maloqueando en las estancias, eran duramente castigados por las autoridades. Y la represalia significaba matanza y apresamiento de indígenas, junto con la captura de animales y la recuperación de cautivos y bienes. Las viviendas indígenas eran saqueadas o quemadas, morían y/o eran hechos prisioneros grupos vulnerables, como niños, mujeres y ancianos.

Junto a este proceso de araucanización de las pampas, ocurren cambios a nivel de la organización social y política de la sociedad mapuche, observándose fenómenos singulares relacionados con las estructuras de poder y la jerarquización o división social, sobre todo a nivel de los lonkos y de los conas o guerreros, proceso que tendrá como consecuencias, entre otras, transformaciones en las formas del liderazgo de los lonkos, algunos de los cuales se constituyen en esferas de importante prestigio y poder, asociados, sobre todo, al ámbito de la riqueza ganadera. A su vez, una dimensión de su poder estaba estrechamente relacionado con sus capacidades o habilidades negociadoras, las que tenían distintas direcciones: por una parte, con las autoridades coloniales y luego con las republicanas. Y a su vez, con otras agrupaciones mapuche, con pehuenches y agrupaciones trasandinas, construyéndose complejas mallas de alianzas y relaciones políticas, sociales y económicas. Las agrupaciones situadas más allá de la Cordillera, eran también agrupaciones mapuche, los denominados pampas o gente del este, los que tenían apelativos particulares en función del territorio de ocupaban.

A su vez, el gran territorio mapuche, butalmapu o fütalmapu, estaba conformado por distintas unidades espaciales: la costa, los llanos, las áreas de precordillera y la zona cordillerana. Es decir, el lafkenmapu, el lelfünmapu, el inapiremapu, y el piremapu, respectivamente. En este contexto espacial, diversas eran las agrupaciones mapuche que ocupaban los espacios. Por una parte, lo que los españoles habían llamado como costinos y que correspondían a la agrupaciones costeras, lafkenches o lafqemche. Por otra, las que se denominaban como abajinos o llanistas, eran los lelfunche o nagpuleche que ocupaban los llanos que descendían de la Cordillera de Nahuelbuta hacia el valle central. Luego, los arribanos, wenteche o huenteche, denominación aplicada a los que ocupaban tierras en los llanos precordilleranos y valle central, entre la cordillera de Nahuelbuta y la de Los Andes, también llamados moluches u hombres de guerra. Y los cordilleranos o pehuenches, que ocupaban el pewenmapu o las alturas cordilleranas entre los ríos Itata y Toltén.

A su vez, existían otras agrupaciones menores, ubicadas más al sur del río Cautín, por ende, más allá de la frontera del río Bíobío, y en las cercanías del Toltén. Estos grupos eran los mapuches del Budi; los boroanos, una agrupación que ocupaba los espacios comprendidos entre los ríos Cautín y Toltén y los mapuches del Toltén; y en el ámbito de la precordillera y cordillera, grupos mapuche que ocupaban tierras, espacios lacustres y bosques del área que circunda el volcán Llaima y las nacientes del río Allipen, uno de los tributarios del río Toltén.

Las guerras de Independencia y la construcción del Estado-Nación fueron dos fenómenos históricos que traspasaron, como una brecha, la vida de aquellas agrupaciones indígenas. La historia de estas agrupaciones transita en un desnivel entre el periodo histórico que se abre en 1810 y se prolonga hasta 1883, siendo un eje central de la preocupación de los distintos gobiernos, el generar condiciones para lograr la incorporación del territorio y sus poblaciones al proyecto nacional.

Una primera etapa comprende las décadas de 1810 y 1850, en donde se observan etapas claramente distinguibles. Por una parte, 1810 y 1830, será un periodo marcado por las luchas de Emancipación e Independencia. Por otra parte, 1830 y 1850, será un periodo en el que de algún modo las cosas vuelven a ponerse en su lugar; para iniciarse, a partir de 1850 en adelante, la desestructuración del espacio fronterizo.

En el contexto de 1810 y 1830, y al calor de los tiempos, el pueblo mapuche, en un primer momento, fue incorporado al imaginario independentista en tanto prototipos heroicos de lucha y resistencia en defensa de su libertad; ejemplo de formadores en la resistencia que habían opuesto al conquistador hispano. Fenómeno que no es privativo de los tiempos independentistas del territorio nacional, sino que también es extensible a otros espacios americanos, donde ciertas poblaciones originarias fueron incorporadas a los imaginarios nacionales, exaltándose y glorificándose su pasado, desde el gesto de ensalzar sus luchas frente a la dominación hispano-colonial.

En este contexto del movimiento primero emancipador y luego independentista, en los territorios de la Frontera se observan otros sentires en relación al mismo, los que comprometen no sólo a las poblaciones indígenas, sino que también a distintos segmentos de la sociedad regional, a hacendados, comerciantes criollos y mestizos, entre otros. El peso de lo construido, al calor de las negociaciones y acuerdos, vía los parlamentos, habían configurado modos de relaciones pacíficas en el contexto del espacio fronterizo. Territorio por lo demás, articulado desde un importante dinamismo económico-comercial, no sólo en el ámbito de la ganadería, sino que también a través del comercio y otros bienes manufacturados, como la producción textil, entre otras.

En este escenario, el espacio fronterizo fue resistente a las fuerzas patriotas; constituyéndose no sólo en el espacio de huida y resistencia de las fuerzas o tropas realistas. Sino que también en el escenario de un tipo de guerra que ha sido calificada como guerra a muerte, las que comenzaron a expresarse con fuerza, no sólo desde 1813, sino que también luego de la batalla de Chacabuco (1817) y después de la batalla de Maipú (1818). El escenario de la guerra a muerte fueron los espacios de llanos y valles, amén de los cordilleranos y de costa. Las acciones se organizaban, a modo de montoneras, protagonizadas por soldados huidos contando con la participación de parcialidades o agrupaciones indígenas. La razón de la lealtad indígena hay que situarla en el apoyo que los mapuche, en distintos parlamentos celebrados durante el periodo colonial, le habían declarado a la Corona española.

Sin embargo, no todos los lonkos apoyaban la causa realista, observándose una suerte de fragmentación en el apoyo de las parcialidades lafkenches, abajinos, arribanos y pehuenches, a las causas patriota y realista. Sin embargo, estas guerras a muerte o cruentos enfrentamientos tuvieron serios efectos desestabilizadores, ubicándose sus expresiones más álgidas a comienzos de la década de 1820, tanto en los llanos como en la cordillera, siendo sus jefes, Vicente Benavides y Manuel Picó, en los valles centrales; y los Pincheira, en los espacios cordilleranos. El apoyo de ciertas agrupaciones indígenas a éstos tenía expresiones diversas, manifestándose en tanto una simple adhesión o bien prestando apoyo material y suministrándoles víveres.

Las autoridades centrales no sólo se encargaron de aplacar estos focos de resistencia, sino que también tuvieron que prestar atención, sobre todo a fines de la década de 1820 y comienzos de 1830, a la resistencia de la sociedad regional al proyecto nacional, en un contexto, donde la inestabilidad social y económica era un peligro; donde agrupaciones indígenas mostraban su resistencia al proyecto nacional. Y donde patriotas que habían sido derrotados al fragor de las guerras de Independencia, canalizaban la serie de resistencia que allí se presentaban. En este contexto, el 7 de abril de 1825 se celebró, en los llanos de Tapihue, un parlamento o primeras Paces Generales entre la República y la Araucanía.

Múltiples son las dimensiones del parlamento de Tapihue, las más relevantes se situaban en dos ámbitos. Por una parte, las agrupaciones mapuche aceptaban que, efectivamente, al norte del Bíobío, se había conformado un Estado Nacional y que los españoles habían sido derrotados. Y el Estado chileno reconocía a los mapuche como ciudadanos. Lo cual tenía riesgos dado que las leyes de ciudadanía que se habían promulgado en las Constituciones de 1822 y 1823, aplicaban la categoría de chilenos a los nacidos en el territorio nacional y con derecho a voto, siendo mayores de 25 años, y que supiesen leer y escribir, además de otras restricciones, sobre todo en el ámbito económico. Los mapuche, quedaban fuera de esta categoría. Estas iniciativas legislativas tienen que ser entendidas como parte de un contexto de época de una sociedad que está privilegiando la homogeneidad de su cuerpo social, considerándose la diferencia o diversidad como una amenaza. Otro ejemplo para lograr esta homogenización fue la escuela en donde se prohibió el uso del mapudungun, es decir, el habla y la enseñanza de la propia lengua mapuche.

A comienzos de la década de 1830 se inicia una etapa que estará caracterizada por la necesidad de equilibrar las fuerzas, siendo un eje, el lograr la pacificación del territorio fronterizo. En ese contexto, se irán rearticulando las antiguas instancias de negociación colonial, los parlamentos; además de reactivarse el papel de las misiones en ciertos espacios de sur, apoyándose en el trabajo de misioneros franciscanos y, desde mediados del siglo XIX, con el de los capuchinos, venidos fundamentalmente de Europa. Iniciativas que, en su mayoría, comienzan a ponerse en marcha bajo la presidencia de José Joaquín Prieto (1831-1841). Al igual que el cambio que se fue implementando en el ámbito del antiguo ejército colonial, que en el contexto de los nuevos tiempos, era un ejército nacional, cuya implementación no estuvo exenta de dificultades, debido a los bajos sueldos y al alto nivel de deserción.

Un hecho relevante, acaecido durante la presidencia de Manuel Bulnes (1841-1851) fue la celebración del parlamento de 1846, convocado por el Intendente de Concepción, y bajo la propuesta del misionero franciscano Querubín Brancadori. Allí estuvo presente el lonko Lorenzo Colipí y cerca de 3.000 indígenas, estableciéndose el compromiso y acuerdo de paz. Sólo las áreas de Purén y Angol, mostraban su resistencia a los acuerdos establecidos.

A lo largo de 50 años (1810-1850), la Araucanía será un territorio que, paulatinamente, fue incorporado a la matriz fundacional de lo nacional. El vasto espacio fue explorado por científicos y viajeros nacionales y extranjeros, a fin de reconocer sus paisajes, límites, recursos y poblaciones. Sin embargo, la tarea no era fácil, su geografía resultaba un obstáculo para las exploraciones, por ende, el saber geográfico que se iba construyendo sobre aquel era impreciso, incluso inexacto, con la consideración que seguía siendo un territorio no completamente sometido a Chile, y por ende, su pacificación era un asunto de Estado.

A partir de 1850 comenzó a evidenciarse un fenómeno nuevo en los territorios fronterizos: la adquisición de tierras indígenas por parte de particulares, ya sea a través de compra directa o arrendamiento, observándose que estas transacciones ocurrían de modo ilegal. Por ello es que se ejecutan una serie de medidas que, de forma muy concreta, buscan extender el control del Estado nacional en los territorios fronterizos. Una de ellas es la creación, en 1852, de la provincia de Arauco, la que administrativamente comprende territorios indígenas situados al sur del río Bíobío y al norte de la provincia de Valdivia. Esta medida, de carácter administrativo, es relevante puesto que implicaba la conformación de un aparato burocrático local, el que tendría a su cargo la relación con los lonkos, la regulación de las ventas de tierras y la aplicación de la justicia.

Es en la década, 1850-1860, donde se vivirá una coyuntura crítica. Por una parte, el país será testigo de un movimiento de tropas denominado la revolución de 1851, siendo sus focos iniciales las ciudades de La Serena y Concepción, como una reacción y resistencia hacia el autoritarismo y centralismo del gobierno. En este contexto, agrupaciones mapuche se pliegan o adhieren a la resistencia frente al gobierno de Manuel Montt (1851-1861).

Por otra parte, el país, hacia 1857, es afectado por una severa crisis económica, que se prolongará hasta 1861, causada por el cierre de los mercados californianos y australianos, lo que puso en jaque a la producción agrícola y a la industria manufacturera de trigo, harina y sus derivados. Ciertamente que la situación era mucho más compleja, puesto que la caída de las exportaciones de trigo y su manufactura, también dejaba al descubierto las características de las formas de producción; nuevos mercados internacionales que producían a precios menores; el endeudamiento de los sectores agrícolas y las especulaciones aparejadas. Coincidiendo estos fenómenos con la fuerte baja de la producción de plata en el Norte Chico del territorio nacional. Es en este contexto que el recurso tierras de la Araucanía comienza a ponerse, en el debate nacional, en primer plano.

En esta coyuntura crítica, en 1859, el país se vio envuelto en una segunda revuelta armada contra el presidente Manuel Montt, la denominada revolución de 1859. En los territorios del sur, el movimiento estaba dirigido, desde Concepción, por el general José María de la Cruz. Numerosas parcialidades mapuche se sumaron al levantamiento y el principal líder mapuche que encabeza la resistencia al gobierno es Mañil Huenu o Magnin cuyo ascenso político se había iniciado luego de la muerte de Lorenzo Colipí.

A partir de la década de 1861 y hasta 1883, se observan una multiplicidad de acontecimientos que llevarán a la desestructuración definitiva del territorio fronterizo. Uno de las claves para comprender este complejo proceso es la necesidad del Estado Nacional de incorporar esos territorios y sus poblaciones al proyecto nacional, desde la perspectiva del binomio civilización/barbarie; y la importancia de colonizar los territorios allí existentes a través de una serie de mecanismos. Como por ejemplo, mediante la edificación de ciudades; la puesta en marcha de obras de infraestructura; el desarrollo del comercio y la industria, en especial, la manufacturera y carbonífera. E igualmente, desde la promoción de una política de ocupación de tierras no solamente para formar parte del repertorio de tierras fiscales, sino que para ser trabajadas, agrícola y ganaderamente, mediante una dinámica política de inmigración europea.

Desde esta perspectiva, los ejes centrales de la incorporación del territorio fronterizo, para lograr su pacificación, y posteriormente su ocupación, será trasladar la línea de frontera norte, el río Bíobío, al río Malleco, para desde allí, avanzar más al sur. Lo que permitiría ir subdividiendo las tierras existentes entre el Bíobío y el Malleco; y así, consecutivamente; propendiendo en esas tierras, la colonización. Un aspecto clave de este gran proyecto sería la defensa de los territorios a través de líneas de fuertes o plazas. Esta era el plan que, en lo medular, correspondía a los planteamientos del coronel Cornelio Saavedra.

En este contexto, en 1862, se dirigen a Santiago dos comitivas de lonkos a parlamentar con el presidente José Joaquín Pérez (1861-1871). La primera comitiva es movilizada por el comandante general de armas de Santa Bárbara, Domingo Salvo, e incorpora a las parcialidades que en el revolución de 1859 apoyaron al gobierno de Manuel Montt. Entre ellos viajan Catrileo, Pinolevi, Guenchumán, y otros cincuenta caciques. La segunda comitiva, movilizada por Bernardino Pradel, un revolucionario de la frontera que volvía del exilio, representaba a las parcialidades que se habían levantado contra Montt, apoyando al general José María de la Cruz. Pradel logra reunir caciques de las parcialidades de Mañil, Melín y los huilliches, unos 13 en total.

El general José María de la Cruz envío al gobierno un plan de ocupación. El gobierno debía avanzar hacia la frontera a través de fuertes que resguardarían las tierras incorporadas, renunciando a la idea de ocuparla de un solo golpe. Cruz calculó la población indígena en cien mil personas, y en cinco mil el número de mapuche capaces de resistir militarmente. A su vez, ese mismo año, 1862, el coronel Saavedra iniciaba arduas negociaciones con los caciques para avanzar hacia Angol. En noviembre recibió un importante refuerzo de hombres, llegando a contar con unos cuatro mil efectivos. En diciembre las tropas iniciaban la invasión final de los llanos de Angol, refundándose la ciudad.

En 1864 se inicia en la Cámara de Diputados un debate acerca de cómo seguir avanzando en la Araucanía. Diariamente los indígenas acudían al Intendente o Gobernador a denunciar los despojos de terrenos de que eran objeto. Ese mismo año el cacique Mañil moría, pero antes de su fallecimiento reunió a varios lonkos y les recomienda celebrar la paz con el gobierno, aunque fuese a costa de grandes sacrificios; agregando que si éste les declaraba la guerra para quitarles sus tierras, debían pelear hasta morir. Se inició la resistencia militar del cacique Kilapán, hijo de Mañil y miembro de las parcialidades arribanas, las más afectadas con el avance de las tropas. Kilapán buscó distintas alianzas para fortalecer la resistencia, viajando incluso a Argentina para conseguir el apoyo de Calfucura y los pampas. Mientras tanto, los lafkenches, pehuenches y abajinos se mantienen neutrales, con la esperanza de lograr algunos acuerdos con el gobierno.

En 1865 el gobierno sospecha que los pehuenches y abajinos se unirían a los arribanos. Para evitar ataques, emisarios del ejército se dirigen a Antuco a parlamentar con los caciques Llaucaqueo, Purran, Huincaman, Haillai, Tranamir, Antaguir, Arenquel, Huaiquipan, Dumainao, Tripallan y Tranamon. Los indígenas se habrían comprometido a respetar la paz. Sin embargo, ese mismo año, la guerra con España paraliza momentáneamente los ánimos.

En 1866, buques de guerra se dirigen al sur para reiniciar la ocupación del litoral de la Araucanía, tarea que se encomienda al coronel Cornelio Saavedra. Las operaciones del coronel se extienden hasta 1867, año también importante puesto que por Decreto Supremo del 5 de julio, el territorio mapuche se transforma en territorio de colonización. El gobierno solicita al coronel Cornelio Saavedra que abandone la ocupación del litoral y se haga cargo de las ocupaciones en los llanos, con la misión de ocupar la línea de Malleco y establecer Angol como centro de operaciones. Ese mismo año, 1867, Kilapán inició una nueva resistencia que se extenderá por dos años.

En noviembre de 1867 Saavedra convoca a un parlamento para buscar acuerdo con algunas de las parcialidades de la zona. Saavedra sabía que debía neutralizar a los indios arribanos, comandados por Kilapán, y a los abajinos, cuyos caciques más importantes eran Catrileo, Pinolevi y los Colipies. Mientras el primero era conocido por su tenaz resistencia a las operaciones del gobierno; los tres últimos eran más leales al gobierno. Saavedra se proponía conseguir la autorización de los caciques para establecer fortines con el fin de asegurar la línea de Malleco.

En 1868 el coronel Saavedra concluyó el establecimiento de la línea de Malleco, disponiéndose entonces a retornar al litoral para seguir avanzando por la costa de la Araucanía. Kilapán siguió constituyendo la más grave amenaza para los planes del gobierno, tanto por sus habilidades militares como por su capacidad para aglutinar a los grupos más decididos para mantener la resistencia. Ese mismo año, el gobierno central divide a la Araucanía en la Alta y Baja Frontera. A cargo de las operaciones en la Baja Frontera (Litoral) queda el coronel Saavedra. En la Alta Frontera o llanos centrales, asumía la dirección el general José Manuel Pinto.

Ese mismo año, nuevamente en la Cámara de Diputados se genera un debate sobre la ocupación de la Araucanía. Las posiciones se dividen entre sectores radicales que proponen actuar sin vacilaciones y empleando toda la fuerza necesaria contra los mapuche. Y aquellos que la rechazan, acusando al gobierno de propagar la civilización con los medios de la barbarie. Este debate se producía al calor de la solicitud del gobierno de aumentar los recursos para movilizar al ejército en la Frontera y asegurar el avance al sur de la línea de Malleco, en medio de la resistencia encabezada por Kilapán.

Conseguido el apoyo del Congreso, el gobierno reinicia las operaciones militares en la Araucanía. El diario El Meteoro de Los Ángeles, anunciaba el regreso de Argentina de Kilapán, acompañado de gran cantidad de lanzas o conas pampeanos. El 26 de abril de 1868 las tropas del ejército se enfrentan a las de Kilapán en la batalla de Quechereguas. Los combates continuos y sangrientos se suceden hasta 1869, año en que algunos oficiales del ejército buscan entenderse con los caciques a través de cartas. Varios de éstos las rechazan porque alegan que nunca el gobierno ha usado papeles escritos para parlamentar con ellos. El general Pinto informa al gobierno de las dificultades de la guerra.

En 1870, en la Baja Frontera, el coronel Mauricio Muñoz informaba al coronel Saavedra de sus operaciones en torno a la plaza de Purén, dando cuenta de la destrucción de viviendas o rucas y sembradíos, además de algunas muertes provocadas al enemigo. En abril, el teniente coronel José Domingo Amunátegui informa al mismo Saavedra haber incendiado rucas y haber asolado los campos por donde pasaban sus tropas. Cornelio Saavedra reconocía los horrores de la guerra y se preguntaba si por este medio podría asegurarse la sumisión definitiva del mapuche. Ese mismo año, luego de la fundación de Lumaco, se retira de la Frontera. Un año después, el general Pinto también la abandonaría. En su reemplazo se nombra al general de brigada Basilio Urrutia.

A partir de entonces y hasta 1881, el gobierno central decide suspender el avance en la Frontera y detiene la guerra. Proponiéndose la implementación de la política de colonización del territorio hasta el río Malleco por la parte central. Desarrollándose a su vez, una serie de obras de infraestructura como los tendidos del ferrocarril y el telégrafo, que permiten que aquellas zonas queden unidas a Santiago.

En este contexto de la política de la colonización, en 1873 el general Urrutia celebró un parlamento con cerca de 55 caciques pehuenches, con quienes acuerda la paz y se asegura que se someterán al gobierno de Chile. Kilapán, aunque no establece ningún acuerdo formal con el ejército de Chile, detiene la resistencia y los indios abajinos se declaran leales al gobierno. En 1874 emerge nuevamente el terror del bandolerismo, por lo que, al año siguiente, el general Urrutia solicitaba autorización para avanzar la línea de Frontera, pero el gobierno se niega: entre el Malleco y el Cautín existe un espacio de resistencia. Con la consideración de que se reconoce que los lonkos más poderosos y que representan un mayor peligro para sus intereses son los caciques arribanos. Por ello será clave que, en 1878, siendo el coronel Cornelio Saavedra nombrado Ministro de Guerra, el gobierno decida avanzar la línea de frontera a Traiguén. La tarea fue encomendada al comandante Gregorio Urrutia, quién cumple con el cometido de fundar la plaza de Traiguén, en diciembre de ese mismo año. Esta línea de defensa era también estratégica puesto que permitía continuar el avance hacia el sur, hacia el río Cautín y los cerros Ñielol, un corazón más de la Araucanía.

En 1879 el estallido de la Guerra del Pacífico obligó al gobierno a retirar al ejército de la Frontera, reemplazándose por las Guardias Cívicas o Nacionales. Por un momento, las cosas se pusieron relativamente en su lugar, activándose las actividades de la ganadería, el comercio y la agricultura. Las agrupaciones indígenas mostraban ya signos de gran cansancio, observándose fragmentaciones de liderazgos e iniciativas de negociar con las autoridades. Además de la memoria sobre las formas de enfrentamiento, las que comportaban destrucción y quema de las viviendas o rucas, junto a la pérdida de animales y vidas humanas. Sin embargo, hacia 1880 se verifica en Traiguén un inicio de hostilidades a raíz del asesinato del cacique Melín, el de su hijo y familiares. Generándose enfrentamientos entre los mapuche y las guardias nacionales. Nuevamente, en el debate nacional, se ponía el tema de ocupar, rápidamente, la Araucanía y lograr el sometimiento de las agrupaciones indígenas.

Hacia comienzos de 1881, ante rumores de un levantamiento indígena, el gobierno central decide avanzar la línea de frontera hasta el río Cautín. Determinándose que el Ministro del Interior, Manuel Recabarren debía viajar a la Frontera para ponerse personalmente al frente del operativo que se quería implementar. Este avance tuvo otras características, la resistencia indígena prácticamente no se hizo sentir. Incluso, al fundarse Temuco, uno de los puntos máximos del avance hacia el sur, el ministro recibió al cacique general Venancio Coñoepán, junto a otros principales. Se solicita que los chilenos se retiren de los fuertes. Ciertamente que Coñoepán había movilizado una importante fuerza social. La que luego se dividirá entre lo que optarán por una posición negociadora; y los que decidirán atacar a los chilenos, a fines de 1881, bajo la dirección del lonko Millapán, hermano de Venancio Coñoepán.

En marzo de 1881 se efectuó una gran junta mapuche, en donde lonkos y principales asistentes decidieron defenderse de la ocupación que significaba la fundación de ciudades, fuertes y plazas, al calor del desplazamiento de la línea de frontera. Era una suerte de declaración de guerra. Los enfrentamientos fueron escalando, al punto que los mapuche logran refugiarse en los cerros del Ñielol, aunque la cercanía del invierno, las bajas temperaturas y las lluvias, fueron apropiadas para apaciguar los ánimos. Entre los chilenos comenzaron a correr las noticias de que los mapuche preparaban un malón, levantamiento general que comprometía a pehuenches, costinos, abajinos, mapuches de las pampas y arribanos, entre otros. El movimiento se desato a comienzos de noviembre de 1881, los mapuches atacaban, casi de forma simultánea, distintas plazas y fuertes establecidos en los alrededores de las líneas del Traiguén y del Cautín. Pero para aquellos fue una derrota.

Hacia 1882, medianamente controlada la resistencia mapuche, el gobierno acelera la fundación de ciudades, como Ercilla, Imperial, Carahue, Galvarino y Freire. El 1 de enero de 1883 funda Villarica, en tierras obtenidas del cacique Epulef. Con esto, la ocupación de la Araucanía queda prácticamente concluida. Ese mismo año comenzó a operar la Comisión Radicadora de Indígenas, cuya labor consistió en ubicar a los mapuche en espacios delimitados, llamados reservaciones. Allí se entregaron mercedes de tierra para que las comunidades desarrollasen prácticas económicas asociadas a la agricultura y ganadería. La Araucanía dejaba de ser un espacio fronterizo, constituyéndose allí amplios terrenos fiscales aptos para el desarrollo de una política de colonización e inmigración nacional y extranjera.

Otros tiempos se abrirán luego de la radicación, a la luz, esta vez, de la problemática de cómo integrar a los mapuches a ser chilenos, pero en otro butalmapu o fütalmapu, uno creado de forma dramática y con pérdida de vidas humanas. Ciertamente que este proceso es parte de una historia nacional, la de la formación de una nación moderna, con sus cohesiones y también sus exclusiones. Cabe la reflexión si sería necesario avanzar en la comprensión de una historia nacional conformada por diferentes relatos, como lo vivido por las agrupaciones del pueblo mapuche, quienes permanecen, continúan, a pesar de las fuertes transformaciones y cambios acontecidos.


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  • MONTECINOS, S., La sociedad mapuche: transformaciones estructurales entre los siglos XVI y XIX. Tesis de Grado. Escuela de Antropología, Universidad de Chile, Santiago 1980.
  • PÉREZ ROSALES, V., Recuerdos del pasado. Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires 1971 [1882].
  • PINTO, Jorge, La formación del Estado y la Nación y el pueblo mapuche. De la inclusión a la exclusión. Colección IDEA. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago 2000.
  • VILLALOBOS, S., et. al., Relaciones fronterizas en la Araucanía. Ediciones de la Universidad Católica de Chile, Santiago 1982.


CAROLINA ODONE