MÁRTIRES DEL CHACO; Testimonios del martirio formal y material

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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¿Se trató de un verdadero martirio en el sentido cristiano?

El caso de la muerte violenta de los misioneros Pedro Ortiz de Zárate y Juan Antonio Solinas, a manos de un grupo de indios indígenas de los territorios de lo que constituía entonces parte del Virreinato del Perú en la región norte-occidental del actual Argentina, pone una serie de preguntas relativas a las motivaciones de su muerte cruel por parte de aquellos indígenas:

¿Es posible considerar como un caso de martirio, tal como considera la iglesia católica un «martirio formal»? Su muerte violenta fue ya considerada como un caso de martirio por los primeros testigos y por la documentación sobre los hechos. Este caso concreto abre un debate, porque otros casos paralelos y semejantes ocurren en la historia misionera de las reducciones jesuíticas del Paraguay, y de otras misiones en la historia de la primera evangelización de América Latina.

Ante todo, se ha de tener en cuenta: de parte de aquellos indios indígenas chaqueños su índole indómita y su resistencia a acoger el Evangelio, llevado por misioneros que seguramente eran vistos como invasores de sus territorios naturales y como peligrosos entrometidos y conquistadores enemigos. Además, no hay que olvidar que la misión evangelizadora era, en aquellos momentos, fácilmente confundible con las conquistas, exploraciones y ocupaciones de tierras por parte de gentes extrañas, los colonos españoles.

A este aspecto importante hay que añadir el influjo determinante de los jefes tribales y de los llamados vulgarmente hechiceros y chamanes, que solían infundir en ellos la motivación religiosa propia de sus creencias, cargada de violencia, y que había provocado ya la muerte de otros misioneros en esa región y en otras.[1]

De parte de los sacerdotes mártires, consta su intención exclusiva de llevar la paz y ofrecer la fe cristiana, que desde tiempo atrás los inspiró para preparar y emprender la nueva y riesgosa misión; en ella estaban dispuestos a entregar todo y hasta su propia vida, como lo expresaron ellos mismos y sus primeros historiadores.

Martirio «formal» por parte de sus asesinos

Conviene recordar que entre las diversas tribus había fuertes ten¬siones y recíprocos temores, ocasionados por agresiones y muertes que habían ocurrido entre ellos. Así lo advirtieron pronto los misioneros en los primeros encuentros que tu¬vieron con diversos grupos indígenas en su ingreso al Chaco. Eso mismo se nota además en la huida de los indios reducidos en San Rafael, que conocido el martirio, escaparon de inmediato por miedo a los agresores.

En algunos relatos los cronistas explican que la matanza sucedió porque ciertos indios «malvados» (sic) rechazaron con violencia los lazos de amistad que otros nativos habían comenzado a establecer con los misioneros.[2]La intención de los misioneros de llevar la paz y la concordia a los pueblos del Chaco, por medio de la evangelización que ofrecían, es del todo patente.

Más aún, dolido Pedro Ortiz de Zárate por los agravios sufridos por los indígenas de parte de algunos colonos españo¬les, había organizado la misión como una reparación y un desagravio.[3]Incluso dispuso ingresar al Chaco por el Valle de Zenta, y no por otros caminos utilizados hasta entonces, para que su ingreso no se confundiera con expediciones militares procedentes de las ciudades.[4]Su único objetivo era ofrecerles la paz y la fe cristia¬na a todos.[5]

En sus primeros encuentros con indios, los padres misioneros sólo tuvieron gestos amistosos para con ellos, y les ofrecieron los dones de los que disponían. De hecho, así ganaron a muchos que comenzaron a reunirse en la incipiente reducción de San Rafael,[6]y también a otras tribus indígenas.[7]

Y cuando luego, en el paraje llamado Santa María, se presentaron de improviso cientos de indios bien armados, los padres misioneros procuraban “agasajarlos, y darles algunas cosas”.[8]La manifiesta actitud bondadosa y pacífica de los padres misioneros era completamente contraria al odio que sus atacantes traían escondido en su interior, aunque por fuera se decían amigos.[9]

Con estas palabras describe el primer biógrafo el contraste entre la actitud de los indios agresores y la de los padres misioneros: “Pero ni semejante odio parece que faltó a los bárbaros tobas y mocovíes, as: porque no tenían motivo por qué aborrecer aquellos pobres y desarmados sacerdotes, que les constaba no eran molestos a alguno, antes hacían grandes bienes a todos los que se les habían agregado de grado y no por fuerza, atraídos con dones, agasajos ¬dulces palabras”.[10]

Era evidente, pues, que de ninguna manera los misioneros tenían intención alguna de someterlos por la fuerza, sino que respetaban su libertad; y que –por otra parte– deseaban superar cualquier ofensa anterior que los indios hubieran padecido de parte de los conquistadores:

“[…] y si ellos [los indios] no quisiesen reducirse, con estarse escondidos en sus bosques, los dejarían quietos. Y aunque tuviesen alguna ojeriza con los españoles por hostilidades pasadas, bien conocían, que los jesuitas y don Pedro no habían usado armas ni sido [sic] contra ellos, antes siempre los habían apadrinado, como habían visto algunos de los mismos matadores, cuando estuvieron en ciudades españolas”.[11]

A la conducta humana, generosa y evangelizadora de los misioneros, se contrapuso por tanto el ataque imprevisto y mortal de los indígenas, que –como han interpretado los testigos y narradores desde el principio– estuvo motivada por los hechiceros y hasta por el mismo diablo, en rechazo y odio a la fe cristiana:

“Parece cierto que el intento de los hechiceros que los mandaban y del demonio, su maestro, fue principalmente impedir los progresos de la santa Fe; aunque para irritar a los suyos contra los misioneros les ponderasen los daños recibidos y que podían temer con la cercanía del español”.[12]

Esta motivación injustificada y maliciosa se puede ver confirmada en los detalles de la cruel matanza, y es preciso advertir que atacaron en primer lugar a los sacerdotes, testigos de la fe proclamada.[13]

Don Pedro fue herido de muerte en el ingreso de la iglesia donde poco antes había celebrado la misa, y en cuyo umbral fue hallado su cuerpo; enseguida dieron muerte también al padre Juan Antonio, apenas terminada la eucaristía; y por último acabaron con la vida de los 18 laicos que los acompañaban, que en su mayoría eran indígenas como ellos y entre los cuales había criaturas pequeñas.

A todos les cortaron las cabezas, los dejaron desnudos y clavaron dardos en sus cuerpos. Luego usaron los cráneos para beber y hacer fiesta. Según algunos relatos, incluso comieron la carne de sus víctimas.

Por lo tanto, de ninguna manera pudo ser aquello una acometida en defensa propia ni una justificada represalia; sino más bien un ataque cargado de empecinada crueldad, de manifiesto ritualismo pagano y de odio sacrílego. Es decir, un verdadero rechazo de la fe que les era anunciada con la vida y la palabra de los misioneros.

Así lo explica el mismo padre Donvidas SJ en otra carta: “en los matadores no pudo haber motivo que el quererse negar a recibir la fe pues no habían recibido agravio sino el mucho agasajo de ellos”.[14]Ninguna ofensa o ultraje podía, pues, justificar su terri¬ble agresión, sino que fue obra de “los hechiceros, que son quienes los mandan y conmueven, y del demonio que instiga a éstos sus ministros”.[15]

Por eso, al describir cómo encontraron después aquella horrible escena, escribe el historiador Jarque: “Llegaron «al paraje donde habían celebrado su victoria los patricidas sacrílegos; y después de haberse comido la carne de sus cabezas y bebido en sus calaveras, los habían colocado sobre unos palos altos, colocando sobresaliente la de don Pedro Ortiz, que conocieron quizás por tenerla vestida con la piel de su rostro, como usaban muchos bárbaros»”.[16]

En las «Cartas anuas», el martirio es descrito además como el providencial coronamiento de cuanto los piadosos misioneros deseaban, pero que en realidad ellos alcanzaron traicionados por los indios, que –según decían– “venían a dar la paz, y todo era disimular con aparentes visos de amistad el odio reconcentrado en sus abandonados corazones”.[17]

Por parte del gobernador de Tucumán, los hechos ocurridos fueron presen¬tados ante el rey como una muerte sacrílega, un verdadero martirio, causado por la barbarie de los indios que no habían aceptado el bien que se les ofrecía, y a quienes la autoridad civil y militar estaba dispuesta a castigar y remediar:

“Por carta del 2 de enero de 1685 di cuenta a Vuestra Majestad de la atrocidad que los indios enemigos habían ejecutado en las sacrílegas muertes del licenciado don Pedro Ortiz de Zárate y padre Juan de Solinas, quienes se hallaban a la reducción de su barbarismo, los cuales no atendiendo a su bien, llevados de la idolatría y poca fijeza en su palabra, ejecutaron esta crueldad víspera de San Bartolomé a 27 de octubre”.[18]

Entre los primeros testimonios de su fama de martirio y de santidad, figura una cédula real de 1691, en la que se solicita al obispo de Tucumán “se hagan las pruebas de la vida y martirio del dicho don Pedro Ortiz de Zárate” quien fue martirizado en el año 1683, “por los enemigos de nuestra fe católica en esa Provincia en compañía de diferentes religiosos de la Compañía de Jesús”.[19]

Los autores modernos han recogido y dado crédito a la interpretación de los antiguos escritos, que narraron desde el siglo XVII la muerte de estos misioneros, como realmente provocada por odio a la fe de parte de los indios y sus hechiceros.[20]

Disposición al martirio (martirio formal) por parte de los misioneros

Acerca de don Pedro Ortiz de Zárate, que al entregar su vida era un sacerdote cercano a los 60 años, su trayectoria laical y sacerdotal, más la opinión que de él tenían las autoridades, y la razón que lo movía a esta avanzada misionera, queda documentalmente clara.

Después de muchos años de celoso apostolado, en el que había gastado casi todas sus energías y hasta sus propios bienes materiales, renunció con dolor a su oficio de párroco en Jujuy para emprender una atrevida entrada en la región del Chaco, la más difícil y temida en el Tucumán. Una carta suya al gobernador, escrita un año y medio antes del martirio, revela muy bien su pensamiento e intención.[21]En ella solicita ayuda para emprender la entrada al Chaco y manifiesta conocer muy bien a los indios de la región. Ha sabido tanto de las violentas irrupciones que hacían en pueblos de colonos españoles, como de las injusticias y atropellos que de ellos padecían.

Y aunque, dada su edad, se siente ya con poca seguridad de vida “por las continuas dolencias que padezco”, –escribe– no obstante, solicita recursos “para la pacificación y conversión de los indios bárbaros e infieles de la provincia del Chaco”. Y conociendo bien al enemigo que enfrenta, confía que con la ayuda solicitada y la de otros indios amigos, los buscará y les ofrecerá la paz, asegurándoles que no serán deportados.

De este enemigo, a su vez, él conoce su poca estabilidad, pero en el emprendimiento no tiene otro objetivo que “dar Gloria a Dios Nuestro Señor solicitando la conversión de aquellas almas que con este, podemos asegurarnos su favor y ayuda”. Y en Dios pone toda su confianza, porque la misión “es obra suya”.

Por lo demás, a los medios pedidos para la misión, se dispone a añadir lo que resta de su patrimonio y su misma persona, diciendo: “ofrezco a Dios Nuestro Señor para ella mi sangre y vida y lo que se ha servido darme”. Ante los intentos de las autoridades civiles de intentar someter a aquellos pueblos indígenas por la fuerza, don Pedro y los demás misioneros jesuitas quisieron probar, “si con la suavidad del Evangelio se podía asegurar algún medio para la salvación de aquellos miserables”.[22]

El ánimo intrépido con que don Pedro asumía el “riesgo de la muerte más cruel”,[23]se advierte en la respuesta que dio a una advertencia que le hicieron sobre los peligros de semejante empresa: “y le respondió a mí ¿por qué me han de matar si nunca les hago mal, ni se le he hecho, y muchas veces dijo: si me mataren no importa, pues acabaré la vida procurando la salvación de las almas”.[24]

De ambos sacerdotes mártires ha escrito uno de los antiguos cronistas: “Por la salud eterna de sus próximos, por la vida espiritual de sus almas expusie¬ron estos insignes misioneros sus cuerpos a los tormentos, con pleno conocimiento y advertencia de los peligros que les amenazaban”.[25]

Los conocidos riesgos que corrían sus vidas se mencionan una y otra vez. Del padre jesuita Diego Ruiz, compañero de Juan Antonio Solinas en esta misión, hay una segunda carta dirigida al provincial Baeza, en 25 de junio (1683), escrita mientras iban ingresando al Chaco.

En ella se refiere a la colaboración de los indios chiriguanos y al riesgo que representaban los tobas. En ese momento confía al superior jesuita sus temores, diciendo: “Vuestra Reverencia vea cuan poco resguardados quedamos si acaso los tobas usasen de traición contra nosotros, como se sospecha”.

Le ruega, además, que envíe a un padre jesuita como ayuda, que ha de ser arrojado para los peligros y de suma caridad, “porque ha de tratar con gentes desnudas y poco menos que fieras y el que no tuviere estas cualidades, no nos le envíe V. R. porque nos servirá más de pesadumbre que de alivio”.[26]

Como relata el historiador Lozano, en la avanzada misionera don Pedro y el padre Juan Antonio hallaron entre los indios “dos apóstatas, que son la cizaña de la divina Palabra; más con agasajos les ganaron en lo exterior la voluntad, y se portaron por entonces con fineza”. Por lo tanto, el objetivo de la tarea misionera estaba bien determinado: “A todos proponían el fin de la ida a sus tierras, que era hacerlos hijos de Dios, y apartarles de los muchos y enormes pecados que continuamente cometían”.[27]

Sobre la disposición espiritual del padre Solinas como misionero, se ha escrito que “como su amor estaba abrasado de amor de Dios, deseaba dar a conocer Su bondad infinita a todos los infieles, para que le sirviesen y amasen”.[28]Y sobre su actitud ante la proximidad de la muerte, cuenta otro autor:

“Algunos días antes de su dichoso martirio tuvo aviso cierto de que los infieles tobas y mocovíes disponían quitarle la vida, y el magnánimo jesuita no desistió un paso de su empresa ni pudo temor alguno retardarle su acelerada carrera, procu¬rando apresurar la causa de Cristo, Señor Nuestro, y progresos de su santa fe en las almas aunque costase la vida”.[29]

Destacando su devoción eucarística, se menciona con estas palabras la misa que celebró antes de entregar su vida como mártir de Cristo:

“Celebraba la misa «con tanta devoción, que la causaba en los oyentes, y tuvo la dicha de que aún el día del sacrificio cruento de su martirio logró tiempo, para celebrar antes este incruento sacrificio, en que se dispuso para ofrecer al Señor el holocausto de su santa vida en olor de suavidad»”.[30]

Al trazar su perfil espiritual, se menciona su abnegada dedicación a los trabajos más difíciles de la misión, “teniéndolos por desahogo de sus ansias de padecer”.[31]Como también el elogio anotado en las memorias de los jesuitas de su región, donde la aceptación virtuosa de su muerte aparece como corona de su entrega misionera:

“Incrementó la viña del Señor, acrecida, la cultivó con sus fatigas y al fin cultiva¬da, la regó con su sangre: pues entró en el cielo cuando, empeñado en su mismo oficio de misionero, es atravesado por una lanza”.[32]

Los primeros relatos biográficos de la fama de santidad acreditan este autén¬tico martirio de los dos misioneros mártires, como la donación voluntaria de sus vidas terrenas por amor a Dios, y por el celo apostólico de llevar a los infieles la paz y el Evangelio.[33]Al relatar, por ejemplo, la recepción y sepultura de ambos cuerpos, anota el primer biógrafo: “Ni los fieles dudaron deberles la gloria de los mártires”.[34]

En el caso del padre Solinas, ha resultado impactante –desde el comienzo– la divulgación de la milagrosa visión de un fraile capuchino, Salvador «el Silencio¬so», que anunció lleno de júbilo en el convento de Bitti (Cerdeña) el glorioso martirio de su compatriota, en el mismo momento que sucedía el hecho y antes de que llegara a Europa la noticia.

Testimonios sobre el martirio material y formal de los dos misioneros

A los catorce testigos de sus procesos de martirio de los dos misioneros, se les preguntó a su tiempo si los dos sacerdotes misioneros asesinados tenían fama de mártires, pidiendo que añadieran detalles sobre su muerte.

Desde la diversa experiencia de vida de cada uno, todos atestiguaron en un rosario de afirmaciones que sí eran considerados verdade¬ros mártires y santos, completando sus respuestas con frases muy significativas,[35]como: “Sabemos que fueron rodeados y martirizados; trabajaron mucho creando las reducciones, se dieron cuenta que los querían matar, y el P. Solinas celebró la misa con una devoción particular”.

Y otras afirmaciones en la misma línea como: “Que han sido martirizados por odio a la fe y cumpliendo sus agresores algunos rituales de sus creencias. Llama la atención la valentía de los misioneros y la confianza en el Señor de arriesgar sus vidas a pesar de los peligros que podrían sobrevenir”.

“Me llama la atención el enojo del brujo de la tribu contra los sacerdotes. En las tribus del Chaco Gualampa, el brujo ejercía el poder sobrenatural que muchas veces sobrepasaba el poder del cacique. Es el brujo el que lo hace matar, incita al odio”. “Sé que eran aborígenes que mezquinaban estas tierras y por tanto tenían miedo que se las quiten, por eso los mataron. Era un lugar que necesitaba ser evange¬lizado [...] y por eso los misioneros entraron a evangelizar”.

“Sé que ellos fueron martirizados, cuando los dos iban con dieciocho laicos y fueron víctimas de desencuentros y traiciones de grupos originarios. Me llama muchísimo la atención que dos personas y una de ellas de sesenta y tantos años tuvieron la valentía de subir y bajar de las serranías, exponiendo su vida y salud para evangelizar por su amor a ese grupo humano que sabían eran hostiles”.

“Sé que buscaron anunciar el Evangelio, pero que debido a la oposición de algunos miembros de la comunidad aborigen que se oponían se abalanzaron sobre ellos y los mataron, en el momento de la celebración de la misa”. “Fueron matados por indios belicosos, que movilizados por sus hechiceros, pusieron fin a esta avanzada que había logrado una incipiente evangelización”.

“Fueron asesinados a flechazos y después decapitados, con la intención de reducirlos y usarlos como trofeos”. “Ellos sabían que corrían serios riesgos de perder la vida por ir a misionar a esa zona, y sin embargo no alteraron sus planes y fueron muy sacrificados al recorrer un territorio de difícil acceso. En esta perseverancia percibo un signo concreto de querer ofrendar sus vidas por la evangelización de estas tierras”.

“Tienen fama de mártires, porque sufrieron a la par del Señor, por eso son muy milagrosos”. “Hombres llenos del Espíritu Santo, que no escatimaron en derramar su sangre, anunciando de esta manera la Buena Noticia de la Salvación”.

Los cuatro historiadores –peritos en estos acontecimientos– consultados si, de acuerdo a las investiga¬ciones, estos misioneros murieron por odio a la fe respondieron afirmativamente y en estos términos:[36]

“Absolutamente. Por un lado aquellos misioneros emprenden una misión evange¬lizadora con el solo fin de bautizar y catequizar a los indígenas y estos, impulsa¬dos por los hechiceros de sus tribus, como lo indican las crónicas de la época, los incitan a matarlos por odio a la fe. Es el principal motivo del asesinato. Evidentemente queda claro que murieron por su condición de misioneros, tanto los sacerdotes como los laicos”.

El odio a la fe no se manifestó como en otros martirios. Pero esta presencia misionera “suponía, en la práctica para los líderes políticos y espirituales indígenas, la pérdida de poder y del control socio¬político que venían ejerciendo. Había grupos étnicos que ya habían comenzado a «reducirse» en la Misión. La Iglesia, personificada en aquellos misioneros, se erigía así en una amenaza que había que neutralizar y su asesinato martirial buscaba precisamente eso.

En este sentido sí es posible afirmar que su muerte ocurrió por odio a la fe que ellos estaban instaurando y las consecuencias que ello supondría para las poblaciones indígenas. El trato, que según las crónicas, recibieron los líderes de la misión, fue el reservado a los grandes enemigos vencidos”.

“Creo que sí -afirma uno de los historiadores-, porque los indígenas que los mataron temían que estos hombres, al enseñar otra religión hicieran desaparecer sus creencias y les quitaran su protagonismo como hechiceros, por eso instigaron su muerte y luego celebraron ritos paganos con sus restos, bebiendo en sus cráneos y todo esto indica que procedieron por odio a la fe cristiana”.

“De acuerdo a las fuentes investigadas, sostengo con plena convicción -afirma otro de los investigadores historiadores-, que los misioneros murieron realmente por el odio que aquellos indios tenían a la fe y lo que ellos significaban para otros naturales de la región con su tarea misionera.

Ciertamente pudimos apreciar [el equipo de investigadores procedentes de la región de los hechos] que los aborígenes que los martirizaron tenían temor de ser vencidos por la fe de aquellos hermanos nuestros y su rechazo a aquella fe se fue transformando en verdadero odio a la misma”.


NOTAS

  1. Francisco Jarque, Diego Francisco de Altamirano y Ernesto Meader, Las misiones jesuíticas en 1687: el estado que al presente gozan las misiones de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay, Tucumán y Río de la Plata (Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 2008), 176, citan a catorce misioneros mártires, muertos en Chile, Chaco y Paraguay, durante el siglo XVII.
  2. Por ejemplo, «Carta del P. Tomás Donvidas SJ, rector de Córdoba, a la Duquesa de Aveiro» (Córdoba, 3-2-1684): Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 11, ff. 437-438, también en Bilbao, Archivo Histórico de Euskadi, Archivo del Marqués de Valde-Espina, Fondo Casa de Murguía, Legajo 12, N° 15.
  3. Cf. «Carta de Pedro Ortiz de Zárate al Gobernador del Tucumán Fernando de Mendoza Mate de Luna» (Humahuaca, 23-6-1682): Sevilla, Archivo General de Indias, Charcas 283; «Carta Anua 1681-1692 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas SJ»: Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 9, f. 233v.
  4. Cf. «Complemento o nueva carta del P. Diego Ruiz SJ al padre provincial Tomás de Baeza SJ» (Chaco, 25-6-1683), en: Pedro Lozano, Descripción Chorográfica del terreno, ríos, árboles y animales de las dilatadísimas provincias del Gran Chaco Gualampa, y de los ritos y costumbres de los innumerables naciones bárbaras e infieles que las habitan (Córdoba: s.e., 1733), 239-240 y Antonio Maccioni, Tiziana Deonette y María Cristina Vera de Flachs, Las siete estrellas de la mano de Jesús (Cagliari: CUEC Cagliari Centro di Studi Filologici Sardi, 2008),160-161.
  5. A los cuales hablaron, y acariciaron los nuestros certificándoles que no eran otros sus designios, ni otro el interés que los traía a sus tierras, sino el bien, y salud eterna de sus almas”. En «Carta Anua 1681-1692 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas SJ»: Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 9, f. 237v.
  6. Cf. Avanzada misionera en «Martirio material de los Siervos de Dios Pedro Ortiz de Zárate y Juan Antonio Solinas SJ», n. 1; Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 174: “con su grande agasajo, razones y dádivas ganaron en pocos meses tantos, que pudo empezarse a formar un pueblo de cuatrocientos vecinos, poco más o menos, en que los adultos iban instruyendo catecúmenos de la santa Fe”.
  7. A fines de junio, el padre Solinas cuenta con entusiasmo algunos éxitos de la labor misio-nera con diversos grupos, manifestando el deseo de extenderla también a los vilelas. Cf. «Carta del P. Juan Antonio Solinas SJ al padre provincial Tomás de Baeza SJ» (Fuerte de San Rafael, 27-6- 1683), en: Lozano, “Descripción Corográfica”, 240-241 y Maccioni, Deonette y Vera de Flachs, “Las siete estrellas”, 161-162.
  8. Cf. «Carta del P. Cipriano de Calatayud SJ al padre provincial» (Salta, 20-11-1683): Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 11, ff. 433r-434r.
  9. Dijéronles los indios que venían a dar la paz, y todo era disimular con aparentes visos de amistad, el odio reconcentrado en sus abandonados corazones, pero los misioneros no penetrando la tiranía de sus dañados, y desleales intentos, previnieron comida, ropa, y otros donecillos que repartirles agradeciéndoles con singulares muestras de gozo, y regocijo las afectaciones de amistad que los bárbaros fingían”. En «Carta Anua 1681-1692 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas SJ»: Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 9, f. 238v.
  10. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”,175. Cf. Lozano, “Descripción Corográfica”, 247.
  11. Ibidem
  12. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 175-176. Cf. también Maccioni, Deonette y Vera de Flachs, “Las siete estrellas”, 160; 167: con expresiones semejantes.
  13. Cf. Lozano, “Descripción Corográfica”, 249-250.
  14. «Carta del P. Tomás Donvidas SJ, rector de Córdoba, a la Duquesa de Aveiro» (Córdoba, 3- 2-1684): Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 11, ff. 437-438, también en Bilbao, Archivo Histórico de Euskadi, Archivo del Marqués de Valde-Espina, Fondo Casa de Murguía, Legajo 12, N° 15.
  15. Lozano, “Descripción Corográfica”, 249.
  16. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 162.
  17. «Carta Anua 1681-1692 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas SJ»: Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 9, f. 238v.
  18. «Carta del Gobernador del Tucumán Fernando de Mendoza Mate de Luna a Su Majestad» (Salta, 26-8-1686): Sevilla, Archivo General de Indias, Charcas 283.
  19. Cf. Sevilla, Archivo General de Indias, «Cédula real al Obispo del Tucumán» (1-4-1691), Buenos Aires, Legajo 5, Libro 3, ff. 228v-229r.
  20. Cf. Miguel Ángel Vergara, Don Pedro Ortiz de Zárate: Jujuy tierra de mártires; (siglo XVII) (Salta: Arzobispado de Salta, 1965), 317; 322-324; Miguel Ángel Vergara, Estudios historia eclesiástica de Jujuy (Tucumán: Universidad Nacional de Tucumán, 1942), 198-208; Juan Pedro Grenón y Miguel Ángel Vergara, Los mártires de Santa María de Jujuy: Pedro Ortiz de Zárate y Juan A. Solinas, S.J. (Salta: La Provincia, 1942), 58-68; Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina t. 3 (Buenos Aires: Ed. Don Bosco, 1966), 486-491.
  21. «Carta de Pedro Ortiz de Zárate al Gobernador del Tucumán Fernando de Mendoza Mate de Luna» (Humahuaca, 23-6-1682): Sevilla, Archivo General de Indias, Charcas 283.
  22. «Carta Anua 1681-1692 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas SJ»: Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 9, f. 233v.
  23. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 175.
  24. Carta del P. Cipriano de Calatayud SJ al padre provincial (Salta, 20-11-1683): Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 11, ff. 433r-434r. Cf. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 175; Gabriel Tom¬masini, La civilización cristiana del Chaco, t. II (Buenos Aires: Librería Santa Catalina, 1937), 54.
  25. Lozano, “Descripción Corográfica”, 248.
  26. «Complemento o nueva carta del P. Diego Ruiz SJ al padre provincial Tomás de Baeza» (Chaco, 25-6-1683), en: Lozano, “Descripción Corográfica”, 240.
  27. Lozano, “Descripción Corográfica”, 243.
  28. Maccioni, Deonette y Vera de Flachs, “Las siete estrellas”, 162.
  29. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 167. Cf. Maccioni, Deonette y Vera de Flachs, “Las siete estrellas”, 173.
  30. Maccioni, Deonette y Vera de Flachs, “Las siete estrellas”, 173.
  31. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 167. «Carta del P Juan Antonio Solinas SJ al padre provincial Tomás de Baeza SJ» (Fuerte de San Rafael, 27-6-1683) “el Padre Diego Ruiz tienen determinado ir allá, dejándome a mí con los Tobas y para eso no había más, sino que V. r. lo determinase y yo no perdería tan buena ocasión así de padecer algo, con que pagar por mis muchas faltas, como de hacer fruto con la lengua que sé”, en Lozano, “Descripción Corográfica”, 240-241 y Maccioni, Deonette y Vera de Flachs, “Las siete estrellas”, 162.
  32. «Emendationes Menologii Societatis ex Provincia Sardinia, con firma de Hiierinymus Mutiu sj» (sin fecha): Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Sardinia, 11, f. 97. Cf. «Carta Anua 1681-1682 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas SJ»: Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 9, f. 239.
  33. Cf. Lozano, “Descripción Corográfica”, 248-252.
  34. Jarque, Altamirano y Meader, “Las misiones”, 176.
  35. La «Positio super Martyrio de ambos Mártires: Congregatio De Causis Sanctorum: Novoraniensis, Beatificationis seu Declarationis Martyrii Servorum Dei Pedro Ortiz De Zárate Sacerdotis dioecesani – Juan Antonio Solinas, Sacerdotis Professi Societatis Iesu. In odium Fidei, uti fertur, interfectorum. (+27.10.1683)» recoge las Actas de las declaraciones de su Proceso de Martirio por parte de los testigos en la llamada Información documentada del mismo y en el Sumario del Proceso (pp. 133-135; y 171-214).
  36. Ibidem, pp. 315-325.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

Archivo del Arzobispado de Córdoba

Archivo General de Indias

Archivo Histórico de Jujuy

Archivo Histórico de la Prelatura Humahuaca

Archivum Romanum Societatis Iesu

Archivo Secreto Vaticano

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CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM: «Novoraniensis, Beatificationis seu Declarationis Martyrii Servorum Dei Pedro Ortiz De Zárate Sacerdotis diocesani – Juan Antonio Solinas, Sacerdotis Professi Societatis Iesu. In odium Fidei, uti fertur, interfectorum. (+27.10.1683)». Postuladores y Colaboradores Hna. Isabel Fernández, hefcr, y Mons. José María Arancibia. Compilador F. González F., de la C.C.S.