LOAYZA, Rodrigo de

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(1534, Granada – Antequera, 1621?) Religioso agustino, Defensor de los indígenas

El autor del poco conocido «Memorial de las cosas del Perú tocantes a los indios»[1]nació en Granada y viajó con sus padres al virreinato del Perú, a mediados del siglo XVI. Se estableció la familia en Potosí. En Lima ingresó en la orden de San Agustín, en el «convento viejo». Comenzó su noviciado en 1557. Su fecha de profesión religiosa, acompañado de otros dos neo profesos, fue el 26 de mayo de 1558. Figura con el N° 20, en la lista cronológica de 90, correspondiente al nombrado convento.

El padre Andrés Ortega (dos veces provincial) recibió los primeros votos de fray Rodrigo Loayza. Durante tres años fue prior del convento de Trujillo y, en dos ocasiones, del Cuzco. Entre los componentes del definitorio [consejo] de 1575, figuran el P. Luis López de Solís y Rodrigo de Loayza. Este fue candidato a provincial en 1575; también lo fue por el mismo Capítulo el P. Alonso Pacheco; pero el elegido fue el maestro Luis Álvarez de Toledo.

Algunos antecedentes del «Memorial»

El «Memorial» tocará puntos que anteriormente habían sido ya inquiridos, al pedir informes la Corona Española. El llamado «Cuestionario» de Felipe II (23 de enero de 1569), demandaba una “relación de todos los Reyes i culto de la religión que los indios de aquella Provincia tenían en su infidelidad, i del orden que mejor se podría tener para los apartar de sus idolatrías, traerles a la Santa Fe Católica, y lo que hay de esto, se debe proveer en [lo] que haga falta o descuido”.

La orden agustina, fuera del contexto anterior pero no ajena al tema, hizo llegar un documento poco antes, en esa década de 1560, mediante el P. Juan de San Pedro, a la corte de Madrid. Dicho documento ha sido editado varias veces en años recientes, como la que presentó en 1992 la Universidad Católica de Lima con este título: «Relación de los Agustinos de Huamachuco».[2]

Pero el llamado arriba «cuestionario» es posterior a este documento de Huamachuco, cuyo principal promotor ha sido el P. Juan de San Pedro, provincial tres períodos y uno rector-provincial (1594). El tema, en este informe, se circunscribe a un escenario muy concreto: Huamachuco, donde el P. Juan Ramírez había comenzado a evangelizar y destruir ídolos, en 1551. Cierto que informes parciales pueden dar una visión conjunta.

El «cuestionario» de 1569 iba dirigido a los provinciales de las primeras cinco órdenes que evangelizaron en el Perú. La respectiva, por el destinatario agustino, debió llegar a nombre del P. Andrés de Santa María, que falleciera en Cajamarca por ese tiempo, por lo que fue también el mismo Juan de San Pedro quien respondió al «Cuestionario». La ida a Europa del P. Juan de San Pedro la facilitó muy bien el P. Luis López de Solís, que había tratado en Salamanca al licenciado Juan de Ovando, al que, por diversos motivos, recurrió varias veces. Era Ovando, a la sazón, visitador (nombrado por S.M., del Consejo Real de las Indias, en la Villa de Madrid.[3]

La respuesta de la que era portador el P. Juan de San Pedro, ocupaba seis folios y le dejaba la posibilidad de ampliar conceptos pendientes y poco explicitados, respondiéndolos en directo el P. Juan de San Pedro. También el P. Juan de Vivero OSA, respondió a este mismo cuestionario, del que retiraba o “suspendía todo lo que en su abono avía dicho en la que a S.M. escribí”. Esta respuesta había llegado por manos del licenciado Castro, para que la viese el Monarca. Sin duda que el P. Vivero estaba dolido de los extremos del virrey Francisco de Toledo en el ajusticiamiento de Túpac Amaru, en la plaza del Cuzco.

Algunos caminos que tendrá que seguir el «Memorial»

Está dirigido a S.M., el rey Felipe II en 1586. Allana el camino de su presentación el P. Luis López de Solís, en carta dirigida a S.M., el 31 de marzo de 1585; López de Solís anuncia la próxima ida a España del P. Rodrigo; le calificará de ser hombre de letras y de experiencia, y que presentará certera relación a S.M., en la seguridad de que será escuchado por el rey.[4]

En España recurrió también a un deudo: don García de Loayza, capellán de Felipe II y preceptor del príncipe Felipe (III); este clérigo fue preconizado para el arzobispado de Toledo. Entre Rodrigo de Loayza y don García de Loayza se habló también de obtener para el Perú una copia del famoso Cristo de Burgos para la Iglesia de San Agustín de Lima, y, aunque de momento no se logró, llegó a la iglesia agustina el 25 de noviembre de 1593.

Para este viaje a España, su padre –que seguía viviendo en Potosí– le da amplios poderes para disponer de alcabalas familiares en Vélez-Málaga. También le dio unas credenciales el prior agustino del convento de Potosí, P. Diego de Castro. Un privilegio, datado en Madrid el 9 de octubre de 1586, también avaló sus presentaciones. En el «Memorial» hay también datos autobiográficos, como este:

“Habiendo yo profesado esta perfección evangélica, desde mis primeros años, y habiendo gastado toda mi mocedad en las Indias, a donde tomé el hábito de religioso, en la insigne ciudad de los Reyes del Perú, y habiendo gastado muchos años en la conversión de aquellos naturales, cuya lengua yo entendía y sabía medianamente, y habiendo predicado en aquellas partes algunos años, me envió mi Orden a España a negociar con su Majestad, etc.”.

Aunque el tema dominante sea el del bien común de los naturales, toca también otros temas, como el de las religiones allí fundadas.

En España se afilió a la provincia agustiniana de Andalucía, de la que incluso fue provincial (1614-1617). Al hacer testamento dejaba 150 ducados, como renta anual para los agustinos del Perú; este derecho se peleó después de su muerte. Esta debió suceder en Antequera, en 1621 ó 1622. Escribió, además del «Memorial», libros como «Victorias de Cristo Nuestro Redentor y Triunfos de su Esposa la Santa Iglesia». Dice que no quiso sacar a luz otros libros, sobre temas típicos de las Indias, por haber sacado un tomo de las mismas materias, el Inca Garcilaso.[5]

El «Memorial» por dentro

El «Memorial» del P. Rodrigo de Loayza está datado en Madrid el 5 de mayo de1586, y debía llegar a manos del rey, para que:

1°. Ponga remedio a tanto mal y daño. No es probable que llegara a su destinatario, sin recurrir al trámite regular del Consejo de Indias. El presentador inmediato será el ilustre Mateo Vásquez, secretario de su majestad y del Supremo Consejo de la Inquisición.[6]

2°. No le son ajenos temas como “la provisión de los Oficios Eclesiásticos i de las personas proveídas, i de la doctrina de los indios”. Es evidente que el tema que más acapara la atención es la situación deprimida de los naturales.

3°. Afirma el P. Loayza que a pesar de llevar 34 años en estas tierras, (1552-1586), no alcanza a entender los males y cómo remediarlos. Hará referencia a grupos de seglares y a los naturales de estos reinos, que llamamos «indios». Confía en que “males y agravios que padecen los indios, son remediables y se pueden atajar, queriendo su Majestad y los que los gobiernan”. Lo que se pretende es “la conservación y aumento de aquellos miserables indios, que se van acabando y consumiendo a grandísima priesa”, dirá en el capítulo 1° de los 61 de que se compone el «Memorial» y donde se alude a temas candentes, como son los siguientes.

4°. En el capítulo III escribe que los obispos quitan la oportunidad para tratar con los indios a los españoles que viajan allí, dificultándoles la vida, “les quitan el pan”, dice el autor. “Queja que oímos y vemos cada día”.

5°. En el capítulo V se inclina por los obispos que entienden a los indios en su lengua. Porque el obispo que no entiende a los indios, ni les sabe hablar, “es como un sordo y mudo”, canes muti que dice Isaías (Is. 6, 10). Y dice a favor de los criollos: “Tienen más afición a los indios y les tienen más lástima y compasión, porque les conocen más de raíz y saben su poca capacidad, miseria y desventura; mientras los de acá (peninsulares), son hambrientos y con codicia desatinada”.

6°. Se sugiere en el capítulo VI, que además de los extensos obispados de Lima, Cuzco, Quito y Charcas, se incremente el número con los de Trujillo, Arequipa y La Paz, pues se ocupan solo de los pueblos españoles, como si los indios no fueran sus ovejas.

7°. En el capítulo XIII critica a los doctrineros que explican, pidiendo alimentos, cuando el virrey Toledo había dispuesto que se les diera todo el estipendio en dinero y nada en alimentos. Dan por excusa que enseñan a leer a los muchachos y que no es mucho que se les pague en esto: cincuenta indios que les acarrean leña; otros tantos les proveen de yerba y que, semanalmente, les donan 100 perdices y que, más de 100 huevos los viernes, que les son proporcionados por los muchachos y muchachas a quienes les enseñan a leer.

8°. Testifica el P. Loayza haber ido a atender a los moribundos y, en el camino, encontrarse con doctrineros cargados con una docena de perdices, que tiene el origen susodicho, dirá en el capítulo XV. Los indios se abstienen de oír misa los domingos por obligarles a llevar ofrendas. En este mismo defecto había caído nada menos que el obispo Lartaún en el Cuzco, personaje que tantos trabajos causó a santo Toribio en uno de los concilios limenses.

9°. Fustiga en el capítulo XVI el que se encomiende el ministerio de doctrinante sin saber la lengua de los indios, yendo pertrechados de un «confesionario» (manual), impreso o copiado para la reconciliación, con cien mil mentiras, y confesar a los indios sin entenderles. No se tranquilice el obispo, por llevar en el tiempo cuaresmal «un lengua» [intérprete], pues es conocido que, en el resto del año, mueren muchos sin confesión.

10°. Desenmascara, en el capítulo XVIII, a los doctrineros inamovibles, pues así los curas se hacen tiranos. Mal quedan los curas que se gastan fortunas regresando a España, y luego intentan regresar a las Indias a desollar a aquellas pobres ovejas que ya desollaron antes.

11°. No es buena táctica el sustituir al doctrinante haciéndolo el corregidor, para aplicar castigos físicos, como ha ordenado el virrey Toledo; pues los corregidores tienen que atender a 40 ó 50 pueblos, no se dan abasto y así queda claro que “el indio nada hace por amor sino sólo por temor y miedo” actúa, dice el capítulo XX.

12°. En el capítulo XXIV, coincidiendo en el fondo de la cuestión y en contemporaneidad, Loayza y López de Solís se dan cuenta de la animosidad de los obispos contra las doctrinas atendidas por los regulares, donde la diferencia de atención entre una doctrina secular y otra de religiosos, es a favor de estas últimas. Estos dos agustinos ven con buenos ojos que los religiosos de la orden se recojan con sus monasterios.

Esto es lo que decidió la Provincia en Capítulo de 1584 siendo 2ª vez provincial López de Solís, dejando el 50% de las doctrinas, porque “aunque es verdad que hay santos varones entre ellos y que hacen grandes provechos entre los naturales, están entre tantos peligros y ocasiones, cuales nunca tuvieron predicadores evangélicos; porque, salvo el peligro de morir por la fe, dichoso peligro, pueden caer en flaquezas que han de temerse mucho. Así los agustinos van dejando las doctrinas dando gusto en ello a los obispos”. Dejando últimamente la de “Aymaraes, la más rica y mejor del Cuzco”.

13°. En el capítulo XXV, mirando al bien general, dice el P. Loayza que no debe darse al fraile, en persona, las doctrinas –como quiso hacer el virrey Toledo– sino al P. provincial, quien pondrá en ellas al que más conviniere por el bien de los fíeles y del religioso. Dejado todo a merced del virrey o de la Real Audiencia, se remedia tarde y mal; el religioso soberbio se cree propietario.

14°. De su feroz pluma no se libran los obispos, los clérigos seculares, los frailes, los doctrineros; menos se librarán los virreyes, los oidores, los corregidores, sin olvidarse del hombre de a pie. Desde que se produjo la conquista de este reino, ya van siete virreyes, tres presidentes y dos comisarios regios. De estos dos últimos (Muñatones y Diego de Vargas), dice que comieron y asolaron la tierra. Todos han pretendido remediar al Perú, pero les sucedió lo que al calderero, que, por aderezar un agujero, hace cuatro. Y esto sucede porque no sabe estar cada cual en su sitio, dirá en el capítulo XXVII.

15°. Aboga en el capítulo XXVIII porque el Cuzco, que fue el centro del Imperio Incaico, sea también el del virreinato, compartiendo el mismo punto de vista de Francisco de Toledo en este tema.

16°. En el capítulo XXXVI dice: “El oidor es el protector del indio, y debe favorecerlos, ayudarlos y defenderlos, porque los indios son como las sardinas en el mar, que todos los demás peces andan tras ellas para devorarlas y acabar con ellas; lo mismo pasa a estos miserables, y, si no tienen algún favor, presto se acabarán”. Sus asuntos deben tratarse sumariamente y sin costas. Hay indios que tienen cuatro o seis provisiones sobre un mismo asunto, que se podría concluir con un mandamiento.

Este capítulo enfatiza en la protección al natural por un orden práctico: “Es necesaria la visita a los distritos para desagraviar los agravios que se les hacen, y para que los indios no se vean precisados a ir a las audiencias. Pero el visitador va con tantos criados y oficiales, que, en seis días de estancia en el pueblo, no les deja gallina ni cosa de provecho; por eso dicen los indios que les causa más daño el visitador, en una semana, que todos los demás en un año”.

17°. Tampoco el veredicto sobre los corregidores puede ser aprobatorio: “Ha habido disensiones, pesadumbres y aborrecimientos en todos los pueblos, a causa de tales corregidores”, dirá en el capítulo XXVIII.

18°. Pone en duda a dichos corregidores, si se trata de formar parto de las estructuras virreinales: se aumentó el número de hombres que sobran y desuellan a los indios, porque, por remediar abusos de un encomendero se pusieron corregidores, y con el corregidor van alguacil, escribano, cien allegados y muchos criados; otros están por necesidad, dando seguridad y amparo a los indios, dirá el capítulo XL.

19°. “Ocúpanse los corregidores en tratar y contratar a los indios, siendo buen corregimiento, aquel que más oportunidades ofrece. Corregidor hubo, que, entrando sin un maravedí, en seis años ha sacado 34 000 pozos del corregimiento que tiene sólo 1,200 de salario. Saca el dinero de las arcas de la comunidad; con anuencia del cacique toman los carneros (llamas) de la comunidad, hasta 8 000 ó 10 000 para transportar carga a Potosí, ocupando gran cantidad de indios en esto menester, (suelen ocuparse dos por cada 30 llamas). Los indios, ¡tan contentos!, con tal que los toleren sus borracheras y amancebamientos y no les apremien a ir a la doctrina; a este precio dan a los corregidores, no sólo las haciendas, pero (también) las mujeres y los hijos y todo lo demás que tuvieren. Mucho se evitaría si los visitadores de las Audiencias, fueran más diligentes”, se lee en el capítulo XLII.

20°. Hay labradores muy trabados por falta de mano de obra, porque los gobernadores “prefieren nombrar a los indios a las minas, aunque se mueran, que a las sementeras, que tanto provecho traen”, “Otros conducen cameros (léase llamas), transportando coca del Cuzco a Potosí, yerba que de continuo llevan los indios en la boca, y así no tienen hambre ni sed, y sienten alivio y descanso en sus trabajos”. “Otros, finalmente, se ocupan en mercar y vender entre los indios, buscando todos el modo de hacerse ricos”, dice el capítulo XLIV.

21°. Parece ser exacto, que en su viaje anterior (1577), presentó R. de Loayza un «Memorial» al presidente del Consejo de Indias, pues en el capítulo XLV dice así: “Y como tengo ya dado un largo Memorial al Presidente del Consejo Real de Indias de todos los estados de gentes que en el Perú hay y los casos en que exceden y malos tratamientos que hacen a aquellos naturales”, “solo en este avisaré a nuestra católica Majestad, con brevedad de los trabajos que los miserables indios padecen, con los cuales se van acabando con tanta priesa, que de 8 años a esta parte, faltan la mitad de los indios, y, de aquí a otros 8, se acabarán todos, si no se pone remedio”.

El estamento o clases de indios

En varios capítulos describe el P. Loayza las diversas categorías de indios. En el XLVI los clasifica así:

a) Caciques o gobernadores naturales de los pueblos, a los que están sujetos todos los indios.
b) Hatum-hunas (Rimas) o indios bozales, que permanecen en su primitiva rusticidad.
c) Yanaconas o indios que están siempre (algunos desde niños) al servicio de los españoles.

Los caciques, especificará el capítulo XLVII, pueden ser diferentes entre sí: uno de primera o principal y los secundarios, que gobiernan en cada pueblo; también son secundarios los que presiden cada Ayllu o parcialidad; estos caciques se someten al llamado primero o cacique principal.

La función del cacique principal es cobrar los tributos que son depositados en caja de tres llaves, guardando así los bienes de la comunidad. También es atribución suya señalar el número de indios para la mita, sirviendo a los españoles (los yanaconas) y tener guardianes en cada tambo ubicados a los lados de los caminos. “Salvo destruyendo a sus propios (los indios sobre los que ejercen autoridad), con más crueldad que los españoles, y jamás se quejarán con tal que no falte la bebida, de modo que se cumpla aquello; «del monte sale, quien el monte quema», y «mayor es el ladrón de casa que el de fuera»”.

El autor dice que estos caciques son “mentirosos por naturaleza; por eso jamás se puede admitir a un indio por testigo, ni pedirle que jure, porque jamás dice la verdad, y se ríe y hace burla de los juramentos”. El cacique sabe muy bien quién es el hechicero, quién el curaca, quién vive mal, etc., y, por eso, son ellos los culpables de todo.

Los hatum-hunas (ranas) son los más miserables: llevan todo el peso de los españoles; son cargueros hasta morir aplastados sin chistar. Con sangre sacan las barras de plata de las minas. Practican el suicidio familiar para probar que “el nombre de Dios es blasfemo entre los gentiles”, defendiendo su postura en los enojosos trabajos a que son sometidos: tasas y tributos ordenados por el virrey Toledo; por privilegiar los tributos en plata sonante, se produce desmedro de la agricultura y ganadería, y así escasean los alimentos.

Esto hizo subir el costo de vida, (como diríamos hoy), hasta tal punto que una gallina de dos reales, subió a ocho; el trigo, de seis reales, a 40 y, así lo demás. Se incrementó, por el hambre, la mortandad. La misma emigración interior y abandono del hogar, les vuelve enfermos que “no quedan para hombres”. Loayza irá haciendo radiografía de la situación en los capítulos: 48, 50 y 51.

En los capítulos 52, 53, 54 y 55 nos dirá que el llevar indios para las minas de Potosí, comienza en el Callao. Pueblos hay que de 4 000 indios, en solo ocho años descendieron a 1 500. Los que llegan a Potosí, dejan la fe cristiana y adoran al metal y al vicio. Como testigo de vista, presenta un cuadro macabro al relatar el largo camino que recorrerán familias enteras, en dirección de Potosí.

Los hatum-hunas no se quejan de nada, no creerán en nada, salvo que lo apoye el misionero o sacerdote. Las minas los alejan de las doctrinas, y a estas solo acuden los niños y los viejos inválidos, y el justificante de la conquista es la cristianización de los naturales. El Consejo de Indias está lleno de memoriales sobre el tema, pero nadie les hace caso.

Cada seis u ocho leguas hay tambos (quechua: tampu, «albergue») que están confiados a los indios de esas vecindades para que nunca falten en las postas: leña, yerba, maíz e indios de carga. Trabajan todos: hombres, mujeres, niños y ancianos. Señalan también indios para sementeras, pastoreo, recuas de bestias que acarrean coca, metales y otros productos.

Debe remediarse, dice el P. Loayza, el traslado de los indios de tierra fría a caliente, y viceversa, porque esto es su total destrucción. No queramos consumir algunos serranos que quedan, acabados ya los de los llanos. Si faltara ya el recurso de los indios, dar ya orden para remediar esto por otras vías, pues hay tantos negros y zambaigos, (que es hijo de indígena y negro, o viceversa) dirá el capítulo LVI.

Padecimientos de los indios

a) Retraso de la medicina, estando aleccionados por brujos.
b) Vivir en frugalidad extrema que les causa debilidad.
c) Usan arados personales, arrastrados por personas, no por bestias.
d) Los arrieros de los llanos ya están de pie a las 2 a.m. y caminan hasta las 9 a.m., tiempo de aliviar a las llamas, dándoles pasto.
e) Soportan, con muy poca ropa, el frío de la puna (del quechua: tierras del altiplano andino, áreas áridas).
f) Los que trabajan en lo de la coca, padecen de un mal, llamado: ande(h)ongo, que afecta a la nariz, a la que se la comen los gusanos.
g) Los de la construcción trabajaban todo el día haciendo adobes, puntualiza en el capítulo LVII.
h) Pero nada iguala al trabajo de las minas, donde “el picador entra el lunes y sale el sábado, portando el producto de su trabajo”; ayudados de sogas de cuero, a modo de escalas, meten una talega de maíz tostado y candelas de sebo para alumbrarse toda la semana. “Ingresan 22 y salen 11 lisiados”, dice enfáticamente el capítulo 58.
i) Cuando viaja un español, le acompañan uno o varios alguaciles, que preparan a los cargueros, quienes llevarán un promedio de 3 a 4 arrobas, (entre 36 y 48 kilos); mientras el patrón a caballo, el indio camina al trote del caballo. Las jomadas suelen ser de 6 a 7 leguas (unos 35 kilómetros). Sienten los españoles más compasión por los mulos que por el indio que murió aplastado por la carga.
j) La calidad de la doctrina la resume así en el capítulo 59: “La doctrina que les damos es tan poca, que si no es decirles las oraciones los domingos, que las repiten como papagayos sin entenderlas, y meterles a que oigan misa, como quien mete un poco de ganado en un corral, no hay más doctrina ni aprovechamiento; tan rudos y bestiales están en las cosas de la fe, como cuando entramos, y aún peores, por el mal ejemplo que de nuestra codicia y disoluciones han recibido”.
k) Todo lo que allí suena es «tasa» y «tributo», y cuando el indio muere, las últimas palabras con que se acaba es: “ya no pagaré más tasa ni tributo. Este es el ¡Jesús! con que acaba”.
l) Los yanaconas dejaron los repartimientos por servir a los españoles y andan y tratan siempre con ellos. Pero viven en cautiverio grave e injusto. Otros son ambulantes (siguiendo a sus amos); pero no se libran de tributar, dice el capítulo LX, en resumen.

Conclusión

Esto es lo que hay en las Indias, y lo que hay que remediar, “porque faltando los indios, las Indias serán de poco provecho”, dirá en el último capítulo 61. No hay duda que en el «Memorial» prevalece la compasión por el indio. Fustiga acremente la codicia de los españoles y no se libra de su crítica casi nadie. Señala caminos para corregir males y defectos, si es que el gobierno establecido tiene interés por la verdad y apuesta por una auténtica justicia. Como dice otro «Memorial» de autor distinto, para el buen asentamiento y gobierno del Perú, falta mucho por hacer: “Porque los frailes y clérigos tan señores de ellos, y los naturales tan convertidos en pellejos de liebre, no se puede reparar”.[7]


NOTAS

  1. Se han ocupado de fray Rodrigo de Loayza: Antonio de la Calancha que nos da algunas notas biográficas en su «Corónica moralizadora». Cf. Magnus Mörner, La afortunada gestión de un misionero del Perú (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano Americanos, 1972).
  2. El «Memorial» fue publicado en Feliciano Ramírez de Arellano, Colección de documentos inéditos para la historia de España vol. 94 (Madrid: Imp. Rafael Marco y Viñas, s.a.), 554-605.
  3. Se ha ocupado el P. Gregorio Martínez, “Rodrigo de Loayza y su «Memorial de las cosas del Pirú tocantes a los indios»”, Archivo Agustiniano, vol. 76, no. 194 (enero-diciembre 1992).
  4. Cf. . AGI, “Audiencia de Lima”, 316.
  5. Antonio de la Calancha, Coronica moralizada del Orden de S. Agustín en el Perú (Barcelona: Pedro Lacavalleria, 1639), 285 y ss.
  6. Mateo Vázquez de Leca (Sevilla, 1542 - Madrid, 5 de mayo de 1591): fue protegido de Diego Vázquez de Alderete, canónigo de Sevilla, tomando de él su primer apellido. En Sevilla inició sus estudios para pasar, en 1565, al servicio de Diego de Espinosa, presidente de la Casa de Contratación de Sevilla. Cuando don Diego fue nombrado presidente del Consejo de Castilla, Mateo Vázquez le acompañó como ayudante a Madrid, ordenándose sacerdote.
    En 1572 muere Diego de Espinosa, quien lega sus servicios a Felipe II, obteniendo el cargo de secretario real el 29 de marzo de 1573. Vázquez ejerció una enorme influencia en las decisiones del monarca, convirtiéndose en uno de los más estrechos colaboradores del rey.
  7. Calancha, «Coronica moralizada», 1465 y ss.


BIBLIOGRAFÍA

Archivo General de Indias

Archivo de la Nación de Lima

II Concilio Provincial de Lima

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BENIGNO UYARRA CÁMARA, O.SA.

©Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 3 (1994) 69-112