LIMA: REAL CONVICTORIO DE SAN CARLOS. (II)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Los informes sobre el Convictorio

Ante los elogios al Convictorio de sus contemporáneos debemos preguntarnos ¿qué es lo que impresionaba a los contemporáneos para expresar su admiración? Hemos visto que el Plan establecido por el virrey Amat para San Marcos y que regía también para San Carlos estaba inspirado en los Planes de las universidades de España.

Lo novedoso de estos Planes estriba en procurar una enseñanza de la Filosofía, del Derecho y de la Teología más de acuerdo con el desarrollo de las ciencias naturales, sobre todo en las cátedras de Artes, es decir, en Filosofía. Otro mérito de estos Planes era el de introducir los apoyos de la historia en la enseñanza de la Teología y del Derecho: de ahí la insistencia en el estudio de las antigüedades cristianas del Derecho Natural y de la historia del Derecho Patrio.

Sin embargo en los colegios regentados por religiosos, estas reformas no parecían suficientes. Conocemos una circular del Nuncio de España, Nicolás Coloma de Stillíno, Arzobispo de Sebaste, que recomendaba a los religiosos el estudio de las ciencias de la Filosofía en uso.

El Superior General de los Carmelitas Descalzos de la rama española respondió con una carta a los religiosos de su Orden en estos términos: “Los lectores deben extender los conocimientos leyendo otros filósofos acreditados, meditando sobre ellos y comparando unas doctrinas con otras; porque sin esto difícilmente adquirirán aquella claridad y distinción de ideas que son necesarias para hacerse entender de sus discípulos”. Recomienda la lectura de Leibnitz, Wolff, Kant, Vives, Descar¬tes, Gasendi, Newton, además de Platón y Aristóteles.

Fray Manuel María de Truxillo, franciscano y Provincial de su Orden, antecede una demostración al Plan de Estudios de la Provincia de obser¬vantes de San Francisco, en la cual anima a sus religiosos a liberarse de la Filosofía aristotélica.

El deseo de reforma no proviene de un mero prurito de novedad, como apunta Marcelino Menéndez y Pelayo, sino de la comprobación de que el lenguaje tradicional es un impedimento para una correcta evangelización. El mundo de la Ilustración no puede contentarse con el lenguaje barroco. En San Carlos se percibe lo mismo. Tres informes mereció el Convictorio.


a) Informe de Rezabal y Ugarte

Cualquier reforma dentro de la lenta administración virreinal sufría un proceso de evaluación que podría terminar aceptando o rechazando el proyecto. En San Carlos se propugnaba el estudio de las ciencias naturales, se enseñaba matemáticas e incluso se había pedido que la cátedra que detentaba Don Cosme Bueno pasase a un maestro Carolino; se utilizaba la lengua materna para el estudio y la sustentación de los grados; todo esto debía merecer una atención particular. De ahí los tres informes que registra el Colegio.

Las reformas pedagógicas de San Carlos deben encuadrarse dentro de la política general regalista de Carlos III, pero el Rector impulsaba algunas que necesariamente debían llamar la atención de las autoridades. En 1788 D. Toribio presentó al Virrey La Croix, unas modifi¬caciones al primitivo Plan de Estudios. Después de hacer una crítica a la Escolástica, crítica compartida por el prudente P. Vargas, D. Toribio propone algunos cambios importantes.

En primer lugar se debía dar más realce al estudio de las ciencias naturales. Este nombre no existe en la nomenclatura de los Planes de la época, porque el estudio de éstas comprendía en el más general de Filosofía o Artes. Era necesario estudiar también las Matemáticas porque había colegiales que no sabían ni las tablas.

En cuanto a la Teología, D. Toribio rechaza los libros de Cartier que figuraban en el Plan de Amat. Esgrime como razones las siguientes: “Olvidados enteramente de la Escritura y de la Tradición y entregados a los raciocinios capciosos de una mala, sutil y perjudicial dialéctica, todo lo abismaron en una miserable, confusa y ridícula Metafísica, cuyo lenguaje tosco, impropio, bárbaro y grosero sustituyeron al estilo respetable y majestuoso de los Libros Santos de los Padres y Doctores de la Iglesia”.

En lugar de Cartier recomienda las obras de Jean Baptiste Duhamel. Por su parte él había comenzado a escribir –junto con Moreno- «Los lugares teológicos», que editará solamente veinte años más tarde, pero que desde 1786 andaban manuscritos para el uso de los colegiales.

Este petitorio se presentó al Virrey Croix, el cual lo remitió a D. José Rezabal y Ugarte, su asesor en estas materias y persona muy competente según se aprecia del informe. Rezabal destacaba que el cambio de método en la enseñanza era algo que debe tenerse en cuenta.

Se emplean libros de texto, «manuales», porque el alumno los puede tener siempre entre las manos. El manual tenía la ventaja de presentar una visión ecléctica del problema, lo cual interesaba más al estudiante. Este método significa un avance porque no suponía «decorar» la letra de Aristóteles, es decir, recitar de memoria un texto ya leído y comentado por el profesor; sino, puesto que el manual compendiaba las cuestiones y las exponía en lenguaje claro, el alumno no podía tener una visión general del problema, dando más importancia a la reflexión que el memorismo.

Los libros de Heinecio recomendados tanto en el Plan de Amat como por D. Toribio, cumplían con este cometido. La Historia de la Filosofía y la Moral eran libritos en octavo fáciles de usar y estudiar.

Rezabal emitió su informe el día 5 de febrero de 1788. El informe es digno de tenerse en cuenta por cuanto no solamente aprueba lo que se hace en San Carlos, sino que critica y da razones para proponer algunos cambios. Conoce la literatura específica que circulaba en España en ese momento. Rezabal debía ser un hombre erudito pues nos ha dejado un «Tratado de lanzas y media anata», al cual recurre frecuentemente Mendiburu.

Quiere, en cuanto al estudio del Derecho, que los autores sean de «buena doctrina»; lo que significa que no vayan en contra de las regalías del soberano, que no defiendan el probabilismo, doctrina sumamente peligrosa para los funcionarios reales, tanto más que fue defendida por los jesuitas.

Los libros de Derecho debían aclarar “los temas que no estaban suficien¬temente esclarecidos en las sumas anteriores; tales asuntos son: la indepen¬dencia de la Soberanía en lo temporal; los caracteres de ambas potestades; el ejercicio de la protección real, los recursos de fuerza y retención de Bulas; el Patronato de Castilla en Indias, y otros puntos de igual importancia, que es preciso instruir sólidamente a los jóvenes para que no se dejen preocupar de las declaraciones ultramontanas [de los teólogos y juristas filo-romanos, como los jesuitas] y puedan conocer que los principios que adoptan están fundados sobre la firme base de la Sagrada Escritura, de los Concilios y de la antigua disciplina de la Iglesia”. En tiempos de Carlos III lo importante era mantener las regalías del soberano con miras a establecer una especie de Iglesia al estilo de la Iglesia Galicana.

Rezábal no era partidario de la proliferación de abogados, y alababa el Plan de San Carlos porque hacía más difícil la consecución del título. Llevaba en su apoyo un texto latino que dice: «Donde hay muchos abogados, la ciudad arde de luchas y ninguna casa por pequeña que sea escapa a cualquier litigio».

Rezábal pedía disculpas por haber hecho apresuradamente el trabajo y daba como excusa el apremio del gobierno, pues sabía que el informe debía salir para España en el próximo viaje de la fragata «La Concordia», “si no lleva la última lima, me deben servir de disculpa las circunstancias expre¬sadas”.


b) Informe de Cerdán y Pontero

Años más tarde, en 1791, D. Toribio redactó unas páginas sobre el método de oposiciones que debían regir para que los Carolinos pudieran acceder a la cátedra que poseía el Colegio en la Universidad. El 29 de octubre el «Mercurio Peruano» publicó el texto del Rector. El argumento de D. Toribio se estructura así: es absurdo escoger un texto de Aristóteles 24 horas antes del examen y hacerlo defender por el estudiante teniendo en cuenta que éste no lo ha estudiado en el curso de su carrera y que, además, lo que ha estudiado contradice la doctrina aristotélica.

Las razones que da para defender su argumento son interesantes. Acude a la experiencia: en San Ildefonso y en la Buena Muerte no se estudiaba la Física de Aristóteles, y tanto el P. Bernardo Rueda como el P. Isidoro de Celis no debían enseñar otra física que la que enseñan en sus respectivos Colegios; ¿por qué los Carolinos estarían en desventaja? Que se deje a los jóvenes que elijan “la opinión que les agrade, siempre que ésta no sea contraria a la fe, a las buenas costum¬bres, y a las leyes de nuestro gobierno”.

D. Ambrosio Cerdán y Pontero, Oidor de la Real Audiencia y Juez Protector del Convictorio, dictaminó el 10 de noviembre de 1791. El oidor Cerdán tenía experiencia sobre el tema, pues había llegado al Perú con el Virrey Jáuregui, a quien ayudó en Chile en la erección de la Academia práctica de Jurisprudencia: redactó los primeros estatutos y en 1778 fue nombrado su primer Rector. Era colaborador del «Mercurio Peruano» con el pseudónimo de Nerdacio. Luego participó al lado de Goyeneche en las ges¬tiones ante la Corte del Brasil.

El informe sobre el Convictorio es favorable y elogioso. “En la representación que dirige [el Rector] por mi mano a su superior examen vierte un incontrastable cúmulo de fundamentos sólidos que conspiran a caracte¬rizar de oportuno y admirable el método que propone para los ejercicios literarios en la oposición a la cátedra vacante, que como propia y peculiar del Convictorio exige no se presenten sus individuos opositores a la lid literaria con otras armas de sistemas, que las manejadas dentro de la Universidad misma durante el tiempo de sus estudios”.

El informe de Cerdán es mucho más breve que el de Rezábal; sin embargo no peca de superficial. Enfiló sus baterías contra la Escuela. En esto el Oidor participaba de la repulsa a la Escolástica que se manifestaba a fines del siglo XVIII.

Cerdán trata de probar que los libros del Estagirita han sido adulterados “así en sus traducciones como en los varios comentos después de la dilatada serie de dos mil años de sus formación”. Aduce autoridades como el Dr. de París Juan de Launoy, el Maestro de Ferrara y Roma Francisco Patricio, el Conde de la Mirandola y el humanista hispano Luis Vives.

Tanto Cerdán como el Rector trataban con respeto a la persona y a las ideas de Aristóteles: ellos atacaban a la Escuela, no al Filósofo. Lejos están nuestros autores –como lo hacía Voltaire- de decir que la doctrina del Estagirita era tan abstrusa que solo Aristóteles se comprendía a sí mismo. D. Toribio manifestó un fino sentido histórico, pues afirmó que en su tiempo las obras del Filósofo eran indispensables para una buena formación. Sin embargo, habiendo transcurrido los siglos y con ellos el desarrollo de las ciencias, sobre todo la Física, hay que leer otros autores y examinarse con otro método.

Cerdán estaba completamente de acuerdo con este planteamiento y consideraba que si bien la Lógica era imprescindible y la Política merecía alabanza, lo mismo que la Poética, Retórica y lo que pudiera llamarse fragmentos de la historia de la Filosofía, no se puede decir lo mismo de la Física, a la que citando a Heinecio califica de ridícula y a su Metafísica que es como la jibia “que es un pescado que arroja de si un humor o tinta negra para ocultarse cuando es perseguida”, y continúa “además cualquiera sabe que con la Metafísica misma representa a Dios Aristóteles como sujeto a las Leyes de la naturaleza y sin previsión de las cosas de acá abajo, añadiendo que la Providencia divina no se extiende a los sublunares”.

Por eso le parece muy bien estudiar la Filosofía en diversos autores porque la “Filosofía en su vasta extensión de nobles objetos y elevados designios requiere para su posesión entera una casi universal sabiduría; éste es el veneno y origen de la dificultad y aun la imposibilidad de encontrar un ingenio tan admirablemente feliz, que sea capaz de enriquecer el Orbe literario con una obra completa filosófica, trabajada con apetecible método y desnuda absolutamente de toda preocupación o débil plagio”. Como no existe una obra semejante, se deben tomar autores que garanticen una completa y adecuada visión general.

Don Toribio había propuesto un cuestionario de doscientas veinticuatro preguntas filosóficas. Cerdán afirma que en ellas se “comprenden puntos más interesantes a la íntima filosofía, que en los solos tres Tratados destinados por costumbre para picar”. El informe de Cerdán dirigido al Virrey Gil de Taboada y Lemos está firmado el 10 de noviembre de 1791.


c) Informe de Pérez de Tudela

Sabemos que el Virrey Abascal, dirigió en 1814 un informe al talentoso ex alumno del Colegio San Ildefonso Dr. Manuel Pérez de Tudela. Refiere Francisco Javier Mariátegui, ya anciano, unos recuerdos de su juventud conspiradora:

“Tres eran las principales fracciones en que se dividieron los patriotas. Un grupo estaba capitaneado por Srs. D. Fernando López de Aldana, bogotano, y por D. Joaquín Campino, chileno, y esa fracción era denominada la de los Forasteros. Otro lo fue por D. José de la Riva Agüero, y algunos pocos miembros del Ayuntamiento, perteneciendo a él D. Manuel Pérez de Tudela. El tercero denominado el de los Carolinos, más numeroso, más decidido y menos temeroso de los riesgos, era compuesto de la juventud de aquel tiempo”.

El Dr. Pérez de Tudela en 1809, siendo síndico del Ayuntamiento, defendió a Santos Figueroa comprometido en la conspiración de los Herma¬nos Silva. En 1814 asesoró al procurador de la esposa del Conde de la Vega del Ren, quien se hallaba en prisión por orden de [virrey] Abascal. Sus relaciones con los grupos proclives a la Independencia no parecen ser un misterio; sin embargo, ese mismo año recibió el encargo de Abascal para informar sobre el Convictorio, porque según se dice, Abascal afirmaba que hasta las piedras eran conspiradoras en San Carlos.

¿Se realizó este informe? No lo sabemos. Por lo menos no se encuentra la pista para poder ubicarlo. Pudiera ser que habiendo recibido Abascal la Real Cédula del 4 de mayo de 1815 en donde se le ordena iniciar visitas en las Universidades, Colegios y Hospitales, el informe de Pérez de Tudela, si es que lo hubo, quedara de lado.


5. La visita

Conocíamos, por la publicación de Raúl Porras, los dos primeros cuadernos de la Visita a San Carlos ya desde 1949; pero Porras no publicó el tercer y cuarto cuadernos a pesar de poseerlos. El expediente completo fue publicado por Noé Zavallos Ortega en la Colección Documental de la «Independencia del Perú», Tomo 1, Vol. II, «Los Ideólogos».

La visita de San Carlos no es un caso insólito, mucho menos una represalia de la Corona en contra de las reformas emprendidas por el Rector. Teniendo en cuenta la Real Orden del 4 de mayo de 1815, no nos queda sino reconocer que este hecho particular se inscribe dentro de las medidas restauradoras de la Corona.

No podemos dejar de referirnos al visitador nombrado por Abascal: éste fue D. Manuel Pardo y Rivadeneyra, peninsular, regente de la Audiencia de Cusco, en donde según el P. Vargas había demostrado ineptitud al dejar que los acontecimientos de 1814 lo encontraran desprevenido. Sin embargo, era hombre de confianza de Abascal; según el mismo Pardo, el Virrey le había confiado abrir seis visitas en Lima.

Pardo empieza por la Universidad; pero no sabemos por qué causas decide dejar en suspenso la visita iniciada en San Marcos y abrirla inme¬diatamente en San Carlos. Del estudio atento de las diferentes piezas del proceso podemos deducir cierta prevención del visitador en contra del Convictorio.

Naturalmente tenía todo el derecho a reconocer el Colegio, y pedir informes necesarios tanto de las rentas cuanto del número de alumnos y profesores, así como de la situación en que se encontraba el establecimien¬to y las dificultades que afrontaba; pero marginalmente a esto se aprecia que el reconocimiento se hizo sin aviso previo. Estaba en su derecho, pero hubiera sido más atento el informar al Rector de su propósito.

Ese día D. Toribio no se encontraba en el local. Los alumnos en el interrogatorio que se les hace sobre diversos aspectos de la vida colegial, están concordes en afirmar que el Rector jamás se ausenta del establecimiento a no ser para cumplir con sus funciones de canónigo. La visita a la Biblioteca, haciendo constar expresamente que perteneció al Conde de Vista Florida, y la aclaración sobre la existencia de libros prohibidos en una alacena sin seguridad, no aparecen anotaciones sin intención.

Pero lo que apoya nuestra conjetura es la insistencia del visitador por conocer en detalle las becas que posee el Colegio, el uso que se hizo de la venta de la vajilla sobrante de plata labrada, porque durante el rectorado de Lasso Mogrovejo, “observando el excesivo gasto en platos de loza del país en el servicio del refectorio, a causa de ser materia quebradiza, y por el desaseo de dicha vajilla, propuso a los colegiales, dando él mismo ejemplo con tres platos que dio por sí, que cada colegial de los de entonces, diese dos platos, una cuchara y un tenedor de plata”.

No todos lo hicieron, pero en lo sucesivo cada estudiante debía llevar su vajilla de plata. Con los sobrantes se hicieron fuentes; más tarde platillos, vasos y jarras para el agua. Pardo, en tono más bien áspero para nuestra sensibilidad, el 31 de marzo de 1817 le solicitaba cuenta acerca de la venta de la plata labrada para saber a cómo se ha vendido, cuál ha sido el título de su adquisición y cuánto ha cobrado.

D. Toribio responde con puntillosa precisión: “El año pasado mil ocho cientos nueve mande fundir la plata labrada sobrante, con cuya fundición corrió D. Juan Freyre, y su peso bruto fue de mil sesenta y ocho Marcos y cinco onzas, que produjeron en la Moneda líquidos que recibí seis mil ochocientos cincuenta y tres pesos, tres y medio reales, como aparece en la cuenta de Freyre, de los cuales di a nombre del Colegio tres mil pesos a la Madre Patria, además de mil que yo y mis colegiales contribuimos”.

D. Toribio se sintió resentido; a renglón seguido recuerda a Pardo que en 1815, el 11 de febrero, había presentado ante [el virrey] Amat su renuncia al puesto porque con las escasas rentas que a la fecha tenía no podía sostenerse. En efecto, toda el área que ocupaba el antiguo Colegio de San Felipe “pertenece a este Convictorio San Carlos…con todo, el Colegio no percibe de este suelo su fábrica interior un centavo, ocupándose esa parte por los soldados acuartelados”, informa D. Toribio el 20 de marzo de 1816.

El 19 de julio del mismo año reiteró su afirmación. “El sitio de este último [Colegio de San Felipe] en su parte interior está ocupado por el cuartel del Regimiento de fixo, sin que haya pedido el Colegio cosa alguna por razón de arrendamiento sino de las tiendas que hacen a la calle”.

Pardo reconoció que la supresión de los tributos había redundado en la ruina del Colegio, y el haber destinado las rentas del Convictorio a sufragar las campañas del Alto Perú, una vez restablecidas las contribuciones, no aumentaba considerablemente los fondos castrenses en tanto desaparecería el casi único establecimiento dedicado a la educación de la nobleza del Perú, acreedor en todos los tiempos y señaladamente en estos a todas las consideraciones del gobierno. “Gastar más en armas que en educación es siempre una tentación para los gobiernos que posponen el bien común a una situación puntual”.

Los informes de Diego Antonio Martín de Villodres y Mariano Ruiz de Navamuel testimonian la escasa perspectiva histórica de quienes se aferraban, en vísperas de la Independencia, a lo imposible: educar en la fidelidad al soberano. Pardo modificó el Plan de Estudios introduciendo algunos cambios en las constituciones anteriores y dando más poder al Ministro Protector del establecimiento, quien será el verdadero censor para instruir al superior gobierno “de los abusos y excesos que con sus prudentes provi¬dencias no haya podido remediar”.

En la nota quinta señala lo siguiente: “Tampoco descuidará en ellos [los estudiantes] inspirarles el amor a la patria, no aquel amor al suelo donde cada uno ha nacido tan común en los gobiernos más corrompidos, como en los más perfectos, sino aquel decidido interés que debe tener todo ciudadano en la conversación de un gobierno, y de unas leyes cuya sabiduría y justificación le asegura el goce tranquilo de los preciosos derechos de su fortuna, de su honor, y de su persona, y el que exaltado ha producido aquellos prodigiosos efectos, que admiramos en la historia de algunos pueblos a que ejerzan [sic] siempre fabulosos los que desconocen este sagrado fuero”.

Las palabras de Pardo confirmarían: que el Perú como País se transformaba en Nación, porque el Perú como realidad se transformaba en Patria. Eso era lo que estaba en juego. Pardo llega a la conclusión de que en San Carlos el Perú se estaba convirtiendo en Patria, lo que llevaría a que los estudiantes lo consideraran como su Patria, perdiendo así su unidad la única nación española.

El 12 de mayo de 1817 D. Toribio presentó su renuncia ante Pezuela; el 31 del mismo mes fue aceptada y se nombró en su reemplazo al P. Carlos Pedemonte y Talavera, de la Congregación del Oratorio. Con la renuncia de D. Toribio se cerró un período en la historia del Convictorio. Sin rentas y en medio de la turbulencia de los tiempos, Pedemonte no pudo remontar las dificultades del establecimiento; tampoco lo pudo hacer su sucesor el Dr. José Cavero Salazar, también Carolino. Habrá que esperar el rectorado de Bartolomé Herrera para que San Carlos vuelva a ocupar su sitial en la vida intelectual del Perú.

Ex alumnos Notables

Un texto de Rebaza que muestra la influencia que tuvo el Convictorio en la vida nacional peruana durante el rectorado de Toribio Rodríguez de Mendoza, nos permite recor¬dar a un extraordinario grupo de patricios que construyeron el Perú, dice:

“Es tradición que cuando leyó en la sesión el Sr. Rodríguez de Mendoza que era diputado, se deshizo en llanto por largo rato, al extremo de suspenderse la sesión para asistir al distinguido eclesiástico. Se le preguntó de qué lloraba, y contestó que lo hacía de gozo y con la mayor ternura, pues se hallaba rodeado de sus hijos, dando instituciones liberales al paso, por las que venía trabajando desde años atrás, a través de grandes riesgos e inconvenientes. De los 64 diputados que componían el Congreso, eran 54 Carolinos y discípulos del señor Rodríguez; tenía, pues, razón para llorar por que [sic] el gozo, así como la pena son fuertes emociones que conmueven el alma. Este episodio me lo contaron el Sr. Dr. D. Pedro Soto y el Sr. Dr. D. Mariano Quezada, Diputados al Congreso Constituyente”.

¿Quiénes se encontraban entre estos 54 Carolinos que produjeron emoción en el anciano Rector? Recordemos solamente algunos de los más destacados: Juan Antonio Andueza, su sobrino, Justo Figuerola, Francisco Javier Mariátegui, Juan Bautista Navarrete, José Joaquín Olmedo, Santia¬go O´Phelan, Carlos Pedemonte, José Faustino Sánchez Cerrión, etc. También fueron ilustres exalumnos Guillermo Charun, Nicolás Aranibar, Manuel Lorenzo Vidaurre, Juan de Dios Olaechea, José Silva Olave, Vicente Morales Duárez, Ramón Feliú, Manuel Sáenz de Tejada, Jerónimo Vivar, etc.

Estos hombres junto con otros conspicuos fueron construyendo eso que hemos llamado la Utopía del Perú, la promesa de una vida mejor y la esperanza de alcanzarla. Promesa no cumplida y esperanza fallida, tal vez nos corresponda reafirmar ahora nuestra esperanza y apostar por un Perú mejor.


NOTAS


NOÉ ZEVALLOS ORTEGA ©Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 1 (1989) 182-211