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De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Los inicios El Colegio Máximo de San Pablo, centro de formación de los jesuitas en el Perú, pero abierto también eventualmente a religiosos de otras órdenes, se fundó el mismo año de la llegada de la Compañía a Lima (1568), y su primer rector fue el padre Diego de Bracamonte.

Comenzó a funcionar con cuarenta alumnos de los cursos de Humanidades. El pabellón de Humanidades —una vez concluido— estaba situado en lo que es hoy el edificio de la Biblioteca Nacional, con frente a la avenida Abancay de Lima. En la cuadra de la Botica de San Pedro de Lima se instalarían la farmacia, las enfermerías, la biblioteca, los salones de clase y las habitaciones privadas de los estudiantes; en tanto que la parte central, que da a la calle de Gato de Lima (cuarta cuadra del jirón Azángaro), venía ocupada por la residencia de los sacerdotes. El primer claustro se comunicaba con la capilla de la Peniten¬ciaría, con la iglesia grande y con la capilla de Nuestra Señora de la O.

La vida académica en el Colegio

Las clases comenzaban a las 7:45 a.m. Durante dos horas los estudian¬tes más jóvenes aprendían la gramática latina, mientras que los mayores leían a los clásicos de la antigüedad (poetas y oradores). A las 10 sonaba la campana y todos acudían a la capilla para media hora de servicio religioso. El resto de la mañana se empleaba en ensayos, juegos y otras actividades.

Por la tarde la primera clase comenzaba a las 2:30, seguida de media hora de recreación. Había otra clase, de 4:00 a 5:00. Los estudios de Letras se cumplían regularmente en cuatro años, de los que dos se dedicaban a la Gramática, uno a la Literatura y otro a la Retórica. Entre los profesores de San Pablo descuella el ya citado padre Pablo José de Arriaga, autor del «Arte Retórica», impreso en Lyon en 1619, texto utilizado durante mucho tiempo en las escuelas jesuíticas. En el siglo XVIII se usó también la Gramática ilustrada del padre José Rodríguez, limeño, que alcanzó a tener hasta diez ediciones y se adoptó como texto incluso en España.

Para pasar el curso de Artes (o Filosofía), los retóricos rendían examen oral (no era usual el escrito) ante un jurado de tres profesores. Los alumnos que hubiesen estudiado en el Colegio de San Martín y luego ingresaban a la Compañía debían también pasar —después del bienio del noviciado— por otros dos años de juniorado en San Pablo. Los cursos de Artes y de Teología constituían las denominadas «facul¬tades mayores».

El trienio de Filosofía abarcaba las asignaturas de Lógica, Física, Metafísica, Teodicea y Ética. Usualmente dictaban los cursos tres profesores, siguiendo las enseñanzas de Aristóteles y la Escolástica. Los estudios de Teología se absolvían en cuatro años. Comprendían Teología Fundamental (o Propedéutica), comúnmente llamada «De locistheologicis» (Lugares Teológicos), Teología Dogmática (que incluía diversos tratados como Cristología, Gracia, etc.), Teología Moral, Sagrada Escritura.

Para estos cursos había cinco o seis sacerdotes, que explicaban («leían», según el lenguaje de la época) las doctrinas de Santo Tomás de Aquino. En San Pablo se seguía usualmente las doctrinas teológicas del Doctor communis (Santo Tomás) —como deseó el propio San Ignacio de Loyola—, práctica confirmada por los decretos de las sucesivas congregaciones generales.

En algunos puntos específicos, donde la enseñanza tomista era dudosa o existían razones de peso para discrepar de ella, la Compañía adoptó la enseñanza del Doctor eximius, Francisco Suárez, quien había tenido como condiscípulos o alumnos en España a jesuitas que fueron luego profesores en el Colegio Máximo de San Pablo. Entre aquéllos citemos a Juan de Atienza, y Juan Sebastián de la Parra; y entre los alumnos a Pedro de Oñate, y Diego de Torres Bollo, el fundador de la provincia jesuítica del Paraguay.

Cabe añadir —para acrecer el prestigio de Francisco Suárez en el Perú— que la Universidad de San Marcos creó en 1725 la cátedra de Suárez, confiada a padres mercedarios, que se ofrecieron a dictarla.

El examen final de Teología era oral y para los jesuitas duraba dos horas. Se llamaba examen «ad gradum» (pues de él dependía la concesión del grado o profesión solemne), con votación individual y secreta de los cuatro padres examinadores.

Trascendencia del Colegio

Si bien San Pablo no contó con una pléyade de humanistas famosos, en Teología sí produjo un núcleo de excelentes catedráticos y autores. Nos limitaremos a enumerar los principales: los hermanos Alonso y Leonardo de Peñafiel, nacidos en territorio de la audiencia de Quito; Nicolás de Olea, limeño; José de Aguilar, también limeño, notable orador; Juan Pérez de Menacho —el teólogo peruano de más hondura—; Diego de Avendaño, insigne autor de «Thesaurus indicas», entre otros.

El célebre Padre José de Acosta, dictó algún curso en San Pablo en los comienzos de la vida del colegio, mas la obediencia lo mantuvo casi todo el tiempo en cargos de gobierno mientras residió en el Perú (1572-1586).

Periódicamente se presentaban en público los estudiantes más aven¬tajados en talento, fuesen o no jesuitas. A estos actos concurrían autorida¬des, profesores de otros claustros y los propios miembros de la Compañía. Estos certámenes duraban prácticamente todo un día. Por la mañana los sustentantes defendían las proposiciones de Filosofía o Teología (hasta 50 tesis), y por la tarde se ceñían a un tema monográfico.

Dada la especial solemnidad que revestían estos actos académicos, se usaba la capilla de Nuestra Señora de la O, que para el caso servía de «salón general». Había en el Colegio Máximo de San Pablo dos secciones que merecen ser destacadas: la biblioteca y la farmacia.

Desde la preparación de su venida al Perú, los jesuitas pusieron interés en armar una nutrida biblioteca para la formación de sus estudiantes. Es curiosa la referencia que hallamos en una carta del primer provincial, Jerónimo Ruiz del Portillo, cuando aún se encontraba en Sevilla (mayo de 1567) esperando la flota para viajar al Perú. “Aquí en Sevilla –escribe al Padre General, San Francisco de Borja— por orden del Rey nos dan lo que menester hemos para vestir, camino, pasaje, comida, hasta la Ciudad de los Reyes con toda largueza, que de las sobras tengo comprados cerca de doscientos ducados de libros”. Ese fue probablemente el primer lote de la que habría de ser magnifica biblioteca del Colegio de San Pablo.

Como lo ha demostrado Luis Martín en su obra «The Intellectual Conquest of Peru» (Fordham University Press, 1968), San Pablo llegó a formar –entre compras, obsequios y legados hereditarios– una notabilísima biblioteca de las disciplinas que entonces se cultivaban en los países euro¬peos. Incluso de San Pablo, como centro distribuidor, partían los volúmenes a otros colegios jesuíticos de Sudamérica y del propio Virreinato.

Solamente Chuquisaca recibió en 1627 más de un centenar de libros provenientes de San Pablo de Lima. Además de la gran biblioteca, los estudiantes disponían de otra menor, sobretodo de autores grecolatinos y obras filosóficas y teológicas de más frecuente consulta. La biblioteca de San Pablo, la mejor abastecida de todo el Virreinato, sumaba —al producirse la expulsión en 1767— algo más de 25 mil volú¬menes, no sólo de Filosofía y Teología, sino también de Derecho, Historia, Geografía, Astronomía, Matemáticas, etc.

La actual calle de Botica de San Pedro, evoca una importante función social del Colegio de San Pablo. Los primeros jesuitas que [San Francisco de] Borja envió al Perú trajeron consigo no sólo libros, sino también medicinas adquiridas en Sevilla. Se destinaban a atender las emergencias del largo y pesado viaje transatlántico, pero más aún para formar la que habría de ser la mejor farmacia de todo el virreinato peruano.

Fue el hermano coadjutor Agustino Salumbrino, de nacionalidad italiana, quien instaló la botica de San Pablo e hizo de ella, hasta que murió en 1642, un núcleo eficaz de distribución de medicinas y de atención al público: botica, dispensario y enfermerías llegaron a ser una dinámica central de bien social que ganó justa fama en Sudamérica. El nombre de la calle Cascarilla (que alude a la quinina), con que se conocía la cuadra de la actual Biblioteca Nacional en Lima, rememora el provechoso significado que para la salud pública tuvo el Colegio Máximo de San Pablo.


NOTAS

BIBLIOGRAFIA

BARREDA LAOS, Felipe. Vida Intelectual del Virreinato del Perú, Lima 1964.

EGUIGUREN Luis, Las huellas de la Compañía de Jesús en el Perú, Lima, 1956

FLORES QUELOPANA Gustavo, Suarismo de los Hermanos Peñafiel, Sociedad Peruana de Filosofía.

HAMPE MARTÍNEZ Teodoro, La tradición clásica en el Perú virreinal, ed. Teodoro Hampe Martínez, Lima, 1999

HERBERMANN, «Juan de Atienza». Catholic Encyclopedia. New York, 1913

MENDIBURU Manuel, Diccionario histórico biográfico del Perú. Vol. VIII. Lima, 1940

O’NEILL CH. Y DOMÍNGUEZ J. M.ª (dirs.), Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, vol. IV, Roma-Madrid,


VARGAS UGARTE Rubén, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, vol. II. Burgos, 1963

VV.AA. Enciclopedia Ilustrada del Perú, PEISA, Lima 2001


ARMANDO NIETO VÉLEZ S. J. ©Revista Peruana de Historia Eclesiástica