INSTITUTOS RELIGIOSOS EN PERÚ; Siglo XIX

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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INSTITUTOS RELIGIOSOS EN PERÚ; Siglo XIX

Como consecuencia de la guerra de la Independencia y de varios problemas internos que se iban agravando durante el siglo XVIII, la vida religiosa en el Perú experimentó una gran crisis durante las primeras décadas de la República. El retorno de los Franciscanos Descalzos a Ocopa en 1836 alivió en algo esta crisis. Pero la plena recuperación de la vida religiosa no se dio realmente hasta la segunda parte del siglo.

Esa recuperación se debió a tres factores: una profunda reforma que se efectuó en el interior de las antiguas órdenes; la venida de nuevas congregaciones de Europa, y la fundación en el Perú de algunas congregaciones enteramente nuevas. Había tres congregaciones de fundación peruana: las Franciscanas de la Inmaculada Concepción (1883), conocida también como las «Franciscanas Nacionales»; las Agustinas Hijas del Santísimo Salvador (1895), y las Reparadoras del Sagrado Corazón (1896).

Para abordar este tema veamos primero el caso de las antiguas órdenes y congregaciones que se restablecieron en el siglo XIX; segundo, las congregaciones femeninas; tercero, las congregaciones masculinas. Dentro de las dos últimas veamos primero los institutos de tipo hospitalario y pastoral, y luego los grupos educativos. En el cuadro siguiente podemos apreciar cuáles fueron las nuevas y las antiguas según su fecha de llegada, o su fecha de fundación en el Perú. En dos casos (los Camilos y los Dominicos en la Amazonia) hay dos fechas: la primera representa la celebración de un contrato para trabajar en el Perú y la segunda es el año en que dicha congregación se estableció en el país.

Femeninas Masculinas
Franciscanos Descalzos (retornan: 1836)
Religiosas de los Sagrados Corazones (1848)
Hijas de la Caridad (1858) Vicentinos (1858)
San José de Cluny (1870) Religiosos de los Sagrados Corazones (1870)
Buen Pastor (1871) Jesuitas (1871)
Religiosas del Sagrado Corazón (1876)
Franciscanas Nacionales (1883)
Redentoristas (1884).
Redentoristas (1984)
Santa Ana (1987)


LAS ANTIGUAS ÓRDENES

Las antiguas órdenes fueron los franciscanos, los mercedarios, los agustinos, los dominicos, los jesuitas, los carmelitas y los camilos. Por distintos motivos jesuitas, franciscanos descalzos, camilos y carmelitas, dejaron de tener presencia en el Perú y tuvieron que restablecerse nuevamente en el siglo XIX. Con el cierre de Ocopa en 1824, los franciscanos descalzos prácticamente dejaron de existir. Durante años el único franciscano en el Ucayali era el Padre Manuel Plaza, ecuatoriano de nacimiento.

Los franciscanos de la Provincia de San Francisco Solano habían fundado el centro misionero de Santa Rosa de Ocopa en 1725. Pero en 1824 Bolívar mandó cerrar Ocopa porque, como decía el decreto, era un “establecimiento puramente español”. La ausencia de los franciscanos misioneros se hizo sentir muy pronto. En 1836 el presidente Luis José Orbegoso facultó al arzobispo de Lima, Jorge Benavente, a invitar a los franciscanos misioneros nuevamente en el Perú.

El gran refundador de las misiones franciscanas en el Nuevo Mundo fue el Padre Andrés Herrero, que viajó a Europa con el fin de pedir ayuda para América. En 1837 llegó un grupo de diecinueve franciscanos para Ocopa y en 1838 llegó otro grupo. Muy pronto estos nuevos misioneros restablecieron sus antiguas misiones en el Ucayali y en Maynas. Además predicaron misiones populares en todos los pueblos de la Sierra Central y en muchas partes de la Costa.

Gracias a la popularidad de las misiones que predicaron en Lima, surgió la idea de fundar un colegio o centro misional en Lima. Así nació en 1854 el Convento y el Colegio Misional de los Descalzos en el Rímac. Se fundaron otros colegios misionales: en 1860 en Cuzco, en 1869 en Arequipa, en Cajamarca en 1870 y en lea en 1879.

En el comienzo los misioneros eran de varias naciones: italianos, españoles y de otras partes de América Latina. Entre algunas de las figuras sobresalientes de los primeros grupos se destacan las del Padre Juan de Capistrano Cimini, que murió martirizado, el Padre Fernando Pallarés y el Padre Pedro Gual. Gual fue Guardián de Ocopa y el primer Guardián de los Descalzos en Lima. Posteriormente ocupó el cargo de Definidor General para casi toda América Latina.

Los franciscanos promovieron dos instrumentos principales para su labor pastoral: la misión popular y la tercera orden. Los misioneros predicaron misiones en todas partes de la Sierra y la Costa. Gracias a su labor se establecía una presencia católica en muchos pequeños pueblos de la Sierra y del Altiplano que no habían recibido a un sacerdote en décadas. Uno de estos predicadores famosos fue el Padre Ramón Rojas, conocido como el «Padre Guatemala», porque había sido expulsado de ese país por los liberales anticlericales. También fue conocido como el «Apóstol de Ica», un epíteto que subraya su popularidad.

En cada pueblo los misioneros procuraron fundar una «tercera orden» de laicos que se identificaban con la espiritualidad franciscana. La tercera orden franciscana se constituyó en centenares de pueblos, de tal manera que en 1936, el año de un congreso de terciarios que se celebró en Ocopa, acudieron representantes de 400 hermandades de la tercera orden, con alrededor de 30,000 hermanos y hermanas.

Los jesuitas fueron expulsados en 1767 y no volvieron hasta 1871, aunque un grupo de jesuitas expulsados de Ecuador pisó suelo peruano en 1852. Los jesuitas volvieron en 1871 a invitación del obispo de Huánuco, Mons. Teodoro del Valle, para encargarse del seminario de su diócesis. Poco tiempo después algunos de estos jesuitas se establecieron en Lima y en 1878 el presidente Mariano Ignacio Prado promovió un proyecto de ley para fundar la «Escuela Normal de Varones». Junto con la escuela ya se había fundado un colegio que posteriormente se convirtió en el Colegio de la Inmaculada. En 1880 los jesuitas en Huánuco tuvieron que retirarse del seminario y se dedicaron entonces a la docencia en el colegio de Lima. En 1886 los jesuitas tuvieron que abandonar el país nuevamente a causa de la tempestad que se levantó con motivo de la publicación de una historia del Perú escrita por el Padre Ricardo Cappa, pero volvieron en 1888. Finalmente, en 1898 los hijos de san Ignacio fundaron el Colegio de San José de Arequipa. Durante décadas estos dos colegios y la Iglesia de San Pedro constituyeron la obra básica de la Compañía en el Perú.

La orden de San Camilo, conocida en la época virreinal como los «Padres de la Buena Muerte», y actualmente con el nombre formal de «Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos», se estableció en Lima en 1709. Pero, como consecuencia de la Independencia y los ataques de los liberales prácticamente dejó de existir en el Perú. En 1897 el Padre Pablo Serna hizo las gestiones necesarias para que la provincia peruana fuera reincorporada en el Consejo General de la orden en Italia.

En 1900 llegaron los primeros Camilos de la nueva época: el Padre Angel Ferroni y el Padre Luis Tezza. Ellos y otros Camilos que llegaron posteriormente se dedicaron a ser capellanes en distintos hospitales en Lima, especialmente en Santa Ana, que posteriormente se trasladó a lo que es hoy el Hospital Loayza.

Un caso ambiguo es el de los Carmelitas o «Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María» que habían establecido su presencia en el Perú en 1643, pero por distintos motivos dejaron de existir en el siglo XVIII. En 1898 dos Carmelitas de la Provincia de Navarra intentaron fundar casas en Cuzco y Arequipa, pero sin éxito. Finalmente se establecieron definitivamente en el Perú en 1911 cuando el obispo de Trujillo, Carlos García Irigoyen, les invitó para atender espiritualmente a las carmelitas descalzas.

MOTIVACIÓN Y TRASFONDO

Es conveniente resaltar las distintas razones que motivaron la fundación o venida al Perú de nuevos Institutos. En general las distintas congregaciones y órdenes vinieron en respuesta a una demanda de la sociedad peruana. Por ejemplo, en los hospitales no había un servicio adecuado para los pacientes. Había, además, una gran laguna en la educación. Para el Gobierno era conveniente la venida de las órdenes hospitalarias y educativas porque los religiosos garantizaban un servicio cualitativo.

Además del Gobierno, la Iglesia misma tenía interés en ofrecer una educación católica como una alternativa a la educación liberal que se promovía en muchos colegios del Estado. Por eso la Iglesia avaló totalmente la fundación de los colegios de los Jesuitas, los Sagrados Corazones y otros. Finalmente, las distintas colonias extranjeras -especialmente la francesa y la italiana- querían religiosos de su propia nacionalidad para atender a hospitales o colegios de su respectiva colonia.

También es interesante notar cómo la venida de los religiosos europeos refleja los cambios sociales y culturales. Después de la Independencia se sentía cierto rechazo a la presencia de españoles; por eso, los franciscanos de Ocopa fueron obligados a salir. Este apasionamiento antiespañol se suavizó un poco y finalmente las autoridades peruanas vieron la conveniencia de invitar a los franciscanos misioneros otra vez con el fin de establecer una presencia civilizadora en la Sierra y la Selva.

Al mismo tiempo, las clases altas dieron gran importancia a la cultura francesa. Por eso las distintas congregaciones de origen francés (las religiosas de los Sagrados Corazones, las del Sagrado Corazón, etc.) eran aceptables. Hacia fines del siglo la Iglesia reconoció la importancia de tener más influencia en la nueva clase obrera que estaba surgiendo en Lima. De ahí que vio la importancia de invitar a los hijos y las hijas de Don Bosco, quienes ya tenían fama por su trabajo entre la clase trabajadora en Italia.

Hacia fines del siglo XIX el Papa León XIII dio un nuevo aliento a la evangelización de la Amazonia. Este deseo papal fue plenamente respaldado por el presidente Nicolás de Piérola, quien deseaba integrar esa inmensa región económica, cultural y religiosamente a la Nación. Por eso, el Gobierno de Piérola alentó la fundación de nuevas misiones en la Amazonia. Finalmente, hacia fines del siglo la Iglesia reconoció la importancia de responder al resto del protestantismo: en los inicios del siglo XX algunos colegios religiosos empezaron a enfatizar la enseñanza del inglés para hacer la competencia a los centros educativos protestantes.

LAS CONGREGACIONES FEMENINAS

Las hospitalarias y de asistencia social

En 1858 llegaron al Callao 45 hermanas de la Caridad, todas de nacionalidad francesa. También las acompañaron dos sacerdotes y un hermano de San Vicente de Paúl. Estas Hijas de la Caridad, también conocidas como «Vicentinas», vinieron a invitación del Director de la Beneficencia de Lima, Francisco Carassa, cuya hija Virginia deseaba entrar en la congregación y se convirtió así en la primera vicentina peruana.

La labor de las Hijas fue impresionante. Sólo en Lima se encargaron de la administración del Hospital Santa Ana (en la Plazuela Italia), del Hospital San Andrés para varones y del Hospital San Bartolomé, que en ese mismo año cambió su nombre por el de Hospital Militar. En 1865 las hermanas asumieron la dirección del Hospital Guadalupe en el Callao; en 1869, del Hospital Santo Toribio de Mogrovejo; en 1859, el Hospital Larco Herrera para los enfermos mentales; en 1870, el Hospital de Bellavista para mujeres.

En 1858 las Hijas de la Caridad también tomaron bajo su dirección la Escuela para Niños Huérfanos y Expósitos (anteriormente conocida como Santa Cruz de Atocha). Posteriormente esta fundación virreinal se convirtió en el Puericultorio «Pérez Araníbar». Además, en 1859 se encargaron de la Escuela Santa Teresa para Párvulos (que en el siglo XX se convirtió en el Colegio Sor Rosa Larrabure).

En provincias las Hijas de la Caridad trabajaron en muchos hospitales: San Ramón de Tacna (desde 1874); en San Juan de Dios de Puno (entre 1875-1953); en el Hospital de Belén de Cajamarca; en el Hospital de Belén de Trujillo (1875-1976); en el de San Juan de Dios de Moquegua (1883- 1967); en el Hospital San Vicente de Paúl de Tarma (1900-1967), y en el siglo XX en muchos otros.

En 1870 llegaron las cuatro primeras religiosas de San José de Cluny, congregación fundada en 1807 por Ana María Javouhey. Fueron patrocinadas por la colonia francesa de Lima y su primera tarea fue administrar la Clínica Maison de Santé, inaugurada en 1870. Posteriormente las hermanas también abrieron varios colegios.

La congregación del Buen Pastor ya se había establecido en otras partes de América cuando el Gobierno le extendió una invitación para venir al Perú. Un grupo de señoras asociadas a las Hijas de la Caridad, preocupadas por el abandono físico y moral en que se encontraban muchas mujeres, había elevado una petición al Gobierno para extender la invitación. En 1871 llegaron cuatro religiosas del Buen Pastor provenientes del Canadá francés, y poco tiempo después llegaron cuatro más.

En ese mismo año fundaron su primera obra: el Colegio del Buen Pastor, en el Cercado de Lima. En 1873 también abrieron un pensionado que posteriormente se convirtió en el «Asilo del Buen Pastor». En 1889 las hermanas fundaron la Escuela-Taller de Santa Rosa, cerca de la Iglesia de San Pedro. Ese mismo año también fundaron el Colegio de Santa Eufrasia, llamada así en honor de la fundadora de la congregación. Gracias a una subvención que recibió del Estado, la Escuela-Taller funcionaba gratuitamente. En 1898 las hermanas se encargaron del Instituto Sevilla, que había estado en manos de las salesianas, para la formación de empleadas domésticas.

En 1887 la Beneficencia Pública del Cuzco invitó a las Hijas de Santa Ana, que estaban en Bolivia, a encargarse del Hospital Central. Pero, debido a ciertas discrepancias se retiraron en 1890, y en 1893 fundaron el Hospital San Ramón del Cuzco. Dos años después la Beneficencia italiana de Lima invitó a las Hijas para que se encargasen del Hospital Italiano. En este caso algunos italianos (¿masones?) de tendencia anticlerical se opusieron a la invitación. No obstante, las hermanas tomaron el hospital bajo su cuidado y con el tiempo las críticas se desvanecieron.

Las Hijas de Santa Ana seguían trabajando en el hospital (convertido en la Clínica Italiana) hasta 1959. En 1902 también se encargaron de la dirección del Colegio «Humberto I», más tarde conocido como «Antonio Raimondi». En 1892 llegaron las primeras religiosas de San José de Tarbes. Su camino al Perú fue un poco curioso. Habían ido primero a trabajar en la diócesis de Guayaquil, pero debido a conflictos con las damas que dirigían la beneficencia de la ciudad, decidieron buscar un apostolado en otro lugar.

Al mismo tiempo el Senador Eguiguren de Piura les extendió una invitación para encargarse del Hospital Belén, que había sido administrado por los Padres Betlemitas. En 1897 las religiosas fundaron el Colegio de Lourdes, y en 1902 fundaron una escuela en el mismo hospital para niñas pobres. En 1971 el hospital se convirtió en el Hospital Regional y las religiosas se retiraron de él.

Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, una congregación fundada en España en 1873, llegaron a Lima a invitación del Presidente Nicolás de Piérola, quien personalmente pagó los gastos del viaje de las primeras diez religiosas. Las Hermanitas fundaron el asilo que lleva su nombre en Barrios Altos y posteriormente lo trasladaron a su local actual en Breña.

Finalmente, en 1895 nació la primera congregación de asistencia social fundada en el Perú: las Agustinas Hijas del Santísimo Salvador. Fueron fundadas por el P. Eufrasio Esteba, agustino, futuro general de la Orden. La co-fundadora fue Rafaela Veintemilla, hermana del general Ignacio Veintemilla, Presidente de la República de Ecuador entre 1878 y 1882. A causa de conflictos políticos la familia tuvo que refugiarse en el Perú.

Rafaela Veintemilla fundó una asociación de damas piadosas que se dedicaron a recoger a niñas abandonadas. En 1896 el Congreso Católico alabó y apoyó su labor. La congregación fue aprobada canónicamente en 1927. Todas estas congregaciones hospitalarias y de asistencia social fundaron numerosas obras en Lima y en provincias a lo largo del siglo XX. Pero podemos afirmar que ya en 1900 la mayor parte de los hospitales, orfelinatos, asilos para enfermos y pobres en el país estaban en manos de religiosos (los Camilos) o religiosas.

Las congregaciones femeninas educativas

En 1848 llegaron las primeras religiosas de la congregación de los Sagrados Corazones. Las religiosas de esta congregación de origen francés se habían establecido en Valparaíso donde fundaron un colegio pensionado para señoritas. Un grupo de tres vino al Perú a invitación del arzobispo de Lima Francisco de Sales Arrieta; posteriormente el arzobispo Luna Pizarro renovó la invitación. Al enterarse de su presencia en el país el Presidente Castilla les pidió que se encargasen del Colegio del Espíritu Santo, subvencionado por el Gobierno. En 1851 se trasladaron al antiguo convento de la Recolección de los Mercedarios «Nuestra Señora de Belén». Así nació el Colegio de Belén que llegó a ser uno de los centros educativos femeninos más prestigiosos de la época republicana.

En 1878 la congregación fundó otro colegio en Arequipa. La hermana Hermasia Paget, superiora durante la Guerra contra Chile, se hizo célebre por su intercesión ante el Comandante General de la escuadra francesa, Bergasse du Petit Thouars, con el fin de salvar a Lima de ser destruida durante la invasión chilena.

La segunda congregación femenina docente que vino al país en la época republicana fue la de las Religiosas del Sagrado Corazón, fundada en Francia por Magdalena Sofía Barat. En este caso el Presidente Manuel Pardo dirigió una invitación a la Superiora General en París. En mayo de 1876 las tres primeras religiosas de la congregación llegaron procedentes de Valparaíso y ese mismo año Pardo decretó la creación de la Escuela Normal de Mujeres que comenzó a funcionar en 1878.

Las religiosas también fundaron una escuela gratuita para niñas pobres que servía como una escuela de aplicación para la Escuela Normal. La Normal constituyó el primer instituto de educación superior para mujeres en la época republicana. Para muchas mujeres de clase media o clase media baja la Normal les ofreció la oportunidad de romper con el molde tradicional de ser amas de casa y desempeñarse como educadoras profesionales en el mundo.

Las Franciscanas Nacionales constituyeron una de las tres congregaciones de fundación peruana. Esta congregación nació como fruto de la estrecha colaboración entre el Padre Alfonso María de la Cruz Sardinas, un misionero franciscano en Huánuco, y la Srta. Carmen Álvarez Salas, una maestra limeña que dirigía un colegio en el Callao. La Srta. Álvarez y su hermana estaban preocupadas por el lamentable estado de la educación en el Perú. Ellas abrieron un colegio para niños pobres y un año después -1883- le dieron el nombre de la Inmaculada Concepción.

Ese mismo año Carmen Álvarez tomó el hábito religioso. La nueva congregación creció rápidamente, entre otras razones porque en distintos momentos diferentes grupos de Terciarias se incorporaron en la congregación. Las Franciscanas «nacionales» administraron colegios en Ocopa, Huánuco, Huancayo, Jauja y Cerro de Pasco. También se encargaron del Hospital de la Beneficencia de Huancayo.

En 1891 llegaron los primeros salesianos y las primeras salesianas. Su presencia en el Perú respondió a la inquietud de la Iglesia acerca del nuevo movimiento obrero así como el crecimiento poblacional de Lima. Según el acuerdo celebrado con la Beneficencia, las Hijas de María Auxiliadora (su nombre formal) tomaron posesión del Instituto Sevilla para la formación de obreras. En 1898 entregaron la obra a las religiosas del Buen Pastor.

Esta congregación femenina fue fundada por San Juan Bosco, pero es independiente de la congregación masculina que lleva el nombre de «salesiano» en honor de San Francisco de Sales. No obstante, las dos congregaciones colaboran estrechamente. En 1897 las Hijas de María Auxiliadora fundaron una segunda casa en el Callao y en 1900 colocaron en Lima la primera piedra del Colegio María Auxiliadora para mujeres al costado del colegio salesiano para varones. Estos fueron los primeros de muchos otros colegios (Chosica, Cuzco, Ayacucho, Chiclayo, Huancayo, Piura, Arequipa y Huánuco) que la congregación fundó a lo largo del siglo XX.

La segunda congregación femenina peruana de la época republicana —las Reparadoras— fue fundada en 1896 por Rosa Mercedes de Castañeda y Coello, quien había presentado su deseo en una audiencia privada con el Papa León XIII. Con la ayuda de ciertas damas piadosas, en 1903 fundó un colegio en el centro de Lima y otro en Miraflores. Con el tiempo las Reparadoras fundaron otros colegios, en Callao y Piura, y algunas obras de asistencia social en Huaraz y Huánuco.

La última congregación femenina educativa del siglo XIX fue la de las Religiosas Terciarias Dominicas de la Inmaculada Concepción, conocidas familiarmente como las «Dominicas Docentes». Ellas vinieron a invitación de la Junta Departamental de Trujillo para fundar un colegio para mujeres. Así nació el Colegio Nacional de Santa Rosa de Trujillo. En 1912, en respuesta a su carisma específico, las religiosas fundaron en Lima el Instituto para Niñas Ciegas.

LOS INSTITUTOS MASCULINOS: FUNDACIONES DEL SIGLO XIX

Los lazaristas o vicentinos, 1858

Los primeros vicentinos (o paules o Padres de la Misión, fundados en Francia por San Vicente de Paul en el siglo XVII) —dos sacerdotes y un hermano— llegaron con las primeras vicentinas. Entre las finalidades de su fundación San Vicente de Paul había establecido la formación de los sacerdotes, las misiones populares y el trabajo misionero en tierras no evangelizadas.

Al llegar al Perú, además de atender espiritualmente a las vicentinas, asumieron la dirección de varios seminarios: Cuzco (1864-1866; 1917-1918), Trujillo (1883-1911), San Jerónimo de Arequipa (1900-1916), y en el siglo XX, el seminario de Cajamarca. Entre ellos se destaca la figura del Padre Hipólito Duhamel, residente en Arequipa desde 1880. Fundó un colegio- seminario que contó entre sus exalumnos distinguidos a Víctor Andrés Belaunde. También fue rector de San Jerónimo entre 1899-1905.

Otro grupo importante fueron los redentoristas, que llegaron en 1884. El grupo fundador salió de Ecuador y estableció su primera casa en Lima: la Parroquia del Perpetuo Socorro, en el Rímac. Con el tiempo establecieron misiones en Ayacucho, Junín, Huancavelica y Apurímac. Los centros principales de su labor misionera fueron Huanta y Coracora. En Huanta fundaron una escuela para carpinteros y albañiles.

Las misiones populares que predicaron por todas partes de los Andes centrales atrajeron a centenares de campesinos. Algunos de los redentoristas llegaron a ser expertos en el quechua, especialmente el suizo-francés Pedro Perroud, quien fue autor de varias obras sobre el Incanato y la lengua quechua. En el siglo XX fundaron una parroquia y algunas otras obras en Piura.

Los educadores

Además de los jesuitas, en el siglo XIX se destacan otros dos grupos que se dedicaron preferentemente a la labor educativa: los padres de los Sagrados Corazones y los Salesianos. La fecha de llegada de los primeros es discutible, pues llegó uno solo en 1870 para atender a las religiosas de los Sagrados Corazones. Finalmente en 1884 llegaron otros, provenientes de Chile, con el fin de administrar el Colegio de la Recoleta. El promotor principal del colegio fue el Padre Francisco de Sales Soto, que también servía como capellán para las religiosas de los Sagrados Corazones.

El Padre Sales solicitó los fondos necesarios de la Beneficencia Pública para reconstruir la Iglesia del antiguo convento de la Recoleta dominicana. En 1884 los padres de los Sagrados Corazones se encargaron de la parroquia que llevaba el nombre de la Recoleta y se dedicaron a construir el nuevo colegio. La Recoleta pronto rivalizaba con la Inmaculada de los jesuitas como uno de los mejores colegios para varones en la capital. En 1900 contaba con 125 alumnos. Entre los alumnos de los primeros años se destacaban las figuras de Francisco García Calderón, Ventura García Calderón y José de la Riva-Agüero.

La Amazonia

Hasta 1900 prácticamente los únicos misioneros en la región amazónica eran los franciscanos. Pero su número era muy reducido y apenas podían atender a la multitud de los distintos grupos nativos, mucho menos defenderlos de los caucheros y otros exploradores. En 1894 el Papa León XIII escribió a los obispos peruanos acerca de la necesidad de re-evangelizar la Selva y el Congreso Católico que se realizó en Lima en 1896 ratificó la exhortación papal. Finalmente, en 1900 se crearon las tres primeras Prefecturas Apostólicas de la Amazonia: una al norte, encomendada a los agustinos, otra, en el centro, a los franciscanos, y la tercera, en el sur, a los dominicos.

Ya en 1900 los primeros agustinos de la Provincia del Santo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas llegaron al Callao y un año después partieron para la Selva. Los primeros misioneros de la Provincia dominicana de Filipinas llegaron en 1902. Posteriormente, a lo largo del siglo XX, varias otras congregaciones y órdenes también enviaron misioneros a la Selva.

BALANCE FINAL

Con este breve esbozo de los nuevos institutos religiosos que se fundaron en el Perú del siglo XIX o que llegaron de fuera, podemos apreciar el hecho de que hubo un gran despliegue de actividad misionera. Por eso el siglo XIX constituyó un tercer ciclo misional en la historia del Perú. El primer ciclo fue la obra de las grandes órdenes que contribuyeron notablemente a la evangelización de América: dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios y jesuitas.

En el segundo ciclo, del siglo XVIII, los franciscanos misioneros fundaron los Colegios de Propaganda Fide en todas partes de América. Santa Rosa de Ocopa corresponde a este ciclo. Y el tercer ciclo, que se inicia con los mismos franciscanos que vuelven en 1836, corresponde al siglo XIX. El celo y la mística que distinguían a los misioneros en los tres ciclos eran los mismos. Pero también hay diferencias en el tercer ciclo quo conviene destacar brevemente.

En primer lugar, en el tercer ciclo, que corresponde al Perú republicano, llegaron numerosos misioneros no españoles, notablemente franceses e italianos. Los españoles todavía predominaron, pero los misioneros de los otros países católicos de Europa no quedaron demasiado atrás. En este sentido los peruanos del siglo XIX podían tener un sentido más real de la universalidad de la Iglesia que los habitantes del Virreinato, que, aparte de recibir noticias de unos cuantos misioneros jesuitas alemanes en Maynas o Mojos, sólo conocían a misioneros españoles.

En segundo lugar, la presencia de mujeres misioneras constituyó una novedad. En la época virreinal siempre había mujeres piadosas que realizaban obras de caridad. Poro la vida femenina conventual era más bien monástica, prácticamente en toda la Iglesia. Por eso, era una novedad la presencia de tantas congregaciones femeninas que se dedicaron explícitamente a obras humanitarias. Es interesante notar que la prensa anticlerical mantuvo un silencio más bien discreto con respecto a la labor de las Hijas de la Caridad, las hermanas del Buen Pastor o de San José do Cluny. Dirigió sus críticas más bien hacia las congregaciones educativas por su influencia en la formación intelectual de la juventud.

En este punto también tenemos una diferencia con respecto a los primeros ciclos misionales. Desde luego, la Iglesia en el periodo virreinal tenía universidades, colegios y seminarios, y los curas doctrineros impartían una educación rudimentaria mediante las enseñanzas del catecismo. Desde luego, los jesuitas administraban dos colegios para los hijos de caciques, en Lima y en Cuzco. En el siglo XIX las distintas congregaciones docentes volvieron a fundar colegios o encargarse de los seminarios. Pero fueron mucho más allá de las órdenes del tiempo virreinal: tales grupos como los Salesianos, las religiosas del Sagrado Corazón, las Franciscanas Nacionales, también fundaron colegios para la clase media popular y para los pobres.

En este sentido la labor educativa de la Iglesia en el siglo XIX se extendió de una manera sistemática a todas las clases sociales, salvo en el caso de la clase indígena, un vacío que se subsanó más bien en el siglo XX. Finalmente, los nuevos institutos no contaban con el apoyo económico de grandes haciendas como las órdenes en el tiempo virreinal. Por eso, inevitablemente, tenían que depender económicamente de las clases altas y medias. No obstante, frente a cada colegio para la clase alta, en general estas congregaciones educativas levantaron otro colegio para los pobres.

Finalmente, podemos concluir con una observación acerca de otro cambio notable con respecto a la imagen que proyectaba la vida religiosa en el comienzo del siglo XIX y al final. La vida religiosa se encontraba en crisis aun antes de la guerra de la Independencia. Muchos liberales consideraban la vida religiosa una forma de ser superada y de poca utilidad para el bien común. Pero, con la venida de numerosas nuevas congregaciones de Europa, con sus hospitales y colegios, más la fundación de nuevas congregaciones en el Perú, y con las distintas reformas que se realizaron a fines del siglo en algunas de las antiguas órdenes, la vida religiosa en el Perú cobró una nueva vitalidad y proyectó una nueva imagen.

Sus servicios a la sociedad y a la Iglesia eran innegables. Las congregaciones que venían de Europa parecían demasiado extranjeras para algunos peruanos. No obstante, antes del comienzo del nuevo siglo casi todas ya habían recibido a sus primeras vocaciones peruanas. En este sentido, lo que fue la parte más débil de la Iglesia en los comienzos de la República, a fines del siglo parecía la parte más prometedora.


NOTAS (del DHIAL)

JEFFREY KLAIBER, S.J.

©Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 5 (1996) 205-219