Diferencia entre revisiones de «INDEPENDENCIA DE IBEROAMERICA Y EL SIGLO LIBERAL»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El siglo XIX  latinoamericano es un siglo controlado por grupos minoritarios de terratenientes y de caudillos, de latifundismo y de burguesía criolla, de grupos de poder y de plutócratas de nueva creación.<ref>Cf. L. ISLAS GARCIA, Apuntes para el estudio del caciquismo en México, Ed. Jus, n. 111, México D.F. 1962 ; E. KRAUZE, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), Tusquets Ed., México D.F. 1994.</ref>En el seno de estos grupos, fundamentalmente de criollos, se desarrollaron las ideas de autonomía y de independencia. Ellos consumarían las independencias políticas y detentarían el poder social y económico a lo largo del siglo, no sin luchas enconadas entre los diversos grupos.
 
El siglo XIX  latinoamericano es un siglo controlado por grupos minoritarios de terratenientes y de caudillos, de latifundismo y de burguesía criolla, de grupos de poder y de plutócratas de nueva creación.<ref>Cf. L. ISLAS GARCIA, Apuntes para el estudio del caciquismo en México, Ed. Jus, n. 111, México D.F. 1962 ; E. KRAUZE, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), Tusquets Ed., México D.F. 1994.</ref>En el seno de estos grupos, fundamentalmente de criollos, se desarrollaron las ideas de autonomía y de independencia. Ellos consumarían las independencias políticas y detentarían el poder social y económico a lo largo del siglo, no sin luchas enconadas entre los diversos grupos.
  
Todos están dominados en gran parte por las ideas liberales, pero sus ideas sociales son conservadoras. Viven en una verdadera alienación cultural del resto del pueblo. Son una minoría que controla todas las esferas del Estado y de la vida social. Escribe José Luis Romero que “las burguesías criollas, atadas a sus viejos esquemas iluministas [sic= ilustradas], e indecisas ante la nueva sociedad que emergía, se trasmutaron en contacto con los nuevos grupos de poder que aparecieron, y de estos y de aquellos surgió el nuevo patriciado, entre urbano y rural, entre iluminista [sic=ilustrado] y romántico, entre progresista y conservador. A él le correspondió la tarea de dirigir el encabezamiento de la nueva sociedad dentro de los nuevos e inciertos estados y en rigor fue, en el ejercicio de esta tarea, come se constituyó”.<ref>José Luis ROMERO, Latinoamérica. Las ciudades y las ideas, México 1976².</ref>En esta sociedad los negros y los indios puros continuaron estando al margen de todo.  
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Todos están dominados en gran parte por las ideas liberales, pero sus ideas sociales son conservadoras. Viven en una verdadera alienación cultural del resto del pueblo. Son una minoría que controla todas las esferas del Estado y de la vida social. Escribe José Luis Romero que “las burguesías criollas, atadas a sus viejos esquemas iluministas [sic= ilustradas], e indecisas ante la nueva sociedad que emergía, se trasmutaron en contacto con los nuevos grupos de poder que aparecieron, y de estos y de aquellos surgió el nuevo patriciado, entre urbano y rural, entre iluminista [sic=ilustrado] y romántico, entre progresista y conservador. A él le correspondió la tarea de dirigir el encabezamiento de la nueva sociedad dentro de los nuevos e inciertos estados y en rigor fue, en el ejercicio de esta tarea, come se constituyó”.<ref>José Luis ROMERO, Latinoamérica. Las ciudades y las ideas, México 1976².</ref>En esta sociedad los negros y los indios puros continuaron estando al margen de todo.<ref>Cf. por ejemplo FERNANDO BENITEZ, Los indios de México, 2 vol., México 1968. Lo mismo señala Fraga Iribarne que habla de una teoría construida ad usum delphini que “lleva a aceptar una visión de España autocrática, despótica, fanática ; la literatura anglosajona, (citada por Fitgibbon y Mc Donald...) ve estrellarse su objetividad contra el mito de que las monarquías católicas han sido necesariamente funestas”<re/f>
  
Por ello es necesario tener en cuenta la variedad de composición de América Latina desde el punto de su población y de sus sensibilidades. “La llamada América Latina casi no es una sino en el mapa y poco más...Por eso la peligrosidad e inexactitud de las generalizaciones. Problemas planteados en base de estadísticas, sin matizaciones y soluciones de conjunto, no son aceptables sino con muchísima reserva”. Por ello, a lo largo del siglo XIX se delinean varias Iberoaméricas, con perfiles diversos de acuerdo con la composición predominante de su población.
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Por ello es necesario tener en cuenta la variedad de composición de América Latina desde el punto de su población y de sus sensibilidades. “La llamada América Latina casi no es una sino en el mapa y poco más...Por eso la peligrosidad e inexactitud de las generalizaciones. Problemas planteados en base de estadísticas, sin matizaciones y soluciones de conjunto, no son aceptables sino con muchísima reserva”.<ref>En la “Revista Interamericana de Educación”, n. 121 (1963), 24, a propósito de afirmaciones de un investigador norteamericano; citada en E. CARDENAS, “La vida Católica en América Latina”, en o.c., 560.</ref>Por ello, a lo largo del siglo XIX se delinean varias Iberoaméricas, con perfiles diversos de acuerdo con la composición predominante de su población.
  
 
El crecimiento demográfico y la composición de su población va a influir notablemente en la vida de la Iglesia. Tal crecimiento no es proporcional al aumento del clero ni a la creación de nuevas diócesis. Las circunscripciones eclesiásticas pasan de 49 en 1810 a 113 en 1900, pero ocupan territorios inmensos que los obispos no pueden ni visitar ni conocer adecuadamente, ni asistir con sus sacerdotes. Muchas regiones carecerán de sacerdotes durante largo tiempo.  
 
El crecimiento demográfico y la composición de su población va a influir notablemente en la vida de la Iglesia. Tal crecimiento no es proporcional al aumento del clero ni a la creación de nuevas diócesis. Las circunscripciones eclesiásticas pasan de 49 en 1810 a 113 en 1900, pero ocupan territorios inmensos que los obispos no pueden ni visitar ni conocer adecuadamente, ni asistir con sus sacerdotes. Muchas regiones carecerán de sacerdotes durante largo tiempo.  
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El ministro veía claramente la potencia que iba a levantarse con la ayuda de su joven potencialidad y con la poderosa inmigración y agilidad de sus instituciones. Ella iba un día a convertirse en el árbitro de medio mundo e iba a poner en peligro el imperio español y los demás imperios. Por todo ello el ministro escribía al Rey que “V. M. debe deshacerse de todas las posesiones que tiene sobre el Continente de las dos Américas, conservando solamente las islas de Cuba y Puerto Rico... con el objeto de que puedan servirnos de escala de depósito para el comercio español”.  
 
El ministro veía claramente la potencia que iba a levantarse con la ayuda de su joven potencialidad y con la poderosa inmigración y agilidad de sus instituciones. Ella iba un día a convertirse en el árbitro de medio mundo e iba a poner en peligro el imperio español y los demás imperios. Por todo ello el ministro escribía al Rey que “V. M. debe deshacerse de todas las posesiones que tiene sobre el Continente de las dos Américas, conservando solamente las islas de Cuba y Puerto Rico... con el objeto de que puedan servirnos de escala de depósito para el comercio español”.  
Luego le proponía la creación de tres naciones o Estados en el mundo hispano-americano, unidas por vínculos de alianza. Escribía el ministro: “La contribución de los tres Reyes del Nuevo Mundo importaría más a la España que la plata que hoy saca de América. La población aumentaría pues cesaría la emigración continua que hoy se nota en esas posesiones”.  
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Luego le proponía la creación de tres naciones o Estados en el mundo hispano-americano, unidas por vínculos de alianza. Escribía el ministro: “La contribución de los tres Reyes del Nuevo Mundo importaría más a la España que la plata que hoy saca de América. La población aumentaría pues cesaría la emigración continua que hoy se nota en esas posesiones”.<ref>El texto íntegro de tan notable documento bajo el título de «Memoria secreta presentada al rey Carlos III por S.E. el conde de Aranda, sobre la independencia de las colonias inglesas, después de haber firmado el tratado de parís de 1783», puede verse en JOSE MARIA HIDALGO, Proyectos de Monarquía en México, editado por Ángel Pola con prólogo suyo y de Benjamín de Gyves, en la ciudad de México, 1904, pp. 279-285. La Editorial Jus lo reeditó como num. 3 en su Colección titulada México Heroico; cf. también en A. BARQUIN Y RUIZ, Agustín de Iturbide. Campeón del Hispanoamericanismo, Ed. Jus,  Colección México Heroico n. 77,  México D.F. 1968. Aranda volverá sobre su idea en 1786. En la misma línea se encuentra el pensamiento del conde de Floriblanca, Don Francisco Antonio Moñino, también ministro de Carlos III y algo semejante pensaba el ministro de Carlos IV Manuel Godoy en 1804, quien propuso la idea de que “en cada colonia el gobierno supremo estuviera en manos de individuos de la Casa Real, pero no como reyes según quiso Aranda, sino como “príncipes regentes”, y que al lado suyo hubiera un Senado formado, mitad por españoles, y mitad por nacidos en América. Había por consiguiente, la convicción en algunas personas, de que era indispensable una reforma política en la situación colonial. Nada se hizo en la práctica, sin embargo, y la independencia, que pudo haberse hecho pacíficamente -como se hizo, por ejemplo, la del Brasil -, se efectuó, en cambio, mediante la guerra” (CARLOS ALVEAR ACEVEDO, Historia de México, Ed. Jus, México D.F. 1964, 173)</ref>
  
  
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El Continente, ya dividido por los intereses señalados, se encuentra también mucho más incomunicado que en la época española. La falta de una comunicación interna determina también una lejanía de intereses y de iniciativas comunes en todos los campos.  
 
El Continente, ya dividido por los intereses señalados, se encuentra también mucho más incomunicado que en la época española. La falta de una comunicación interna determina también una lejanía de intereses y de iniciativas comunes en todos los campos.  
  
Refiriéndose ya a finales del siglo XIX, Mario Hernández escribe que “como consecuencia de la escasa iniciativa gubernamental por la falta casi absoluta de capitales y la ausencia de una industria metalúrgica de base, el impulso ferrocarrilero fue muy tardío, insuficiente y en buena parte promovido por intereses extranjeros que tendían las líneas en razón de sus intereses. El gran momento del desarrollo ferrocarrilero iberoamericano se sitúa entre 1880 -1914... En 1914 el conjunto iberoamericano posee 85.000 kilómetros de vías férreas, y los Estados Unidos, para una superficie tres veces menor, tiene 420.000 kilómetros. En general existen enormes vacíos, lo cual paraliza, prácticamente el crecimiento de regiones enteras”.  
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Refiriéndose ya a finales del siglo XIX, Mario Hernández escribe que “como consecuencia de la escasa iniciativa gubernamental por la falta casi absoluta de capitales y la ausencia de una industria metalúrgica de base, el impulso ferrocarrilero fue muy tardío, insuficiente y en buena parte promovido por intereses extranjeros que tendían las líneas en razón de sus intereses. El gran momento del desarrollo ferrocarrilero iberoamericano se sitúa entre 1880 -1914... En 1914 el conjunto iberoamericano posee 85.000 kilómetros de vías férreas, y los Estados Unidos, para una superficie tres veces menor, tiene 420.000 kilómetros. En general existen enormes vacíos, lo cual paraliza, prácticamente el crecimiento de regiones enteras”.<ref>MARIO HERNANDEZ SANCHEZ-BARBA, Historia de América, t. III, Madrid 1981.</ref>
  
 
Esta falta de comunicación incide también sobre la vida de la Iglesia. En la década de 1830 el internuncio de Río de Janeiro, Pietro Ostini, llegó a proponer que la sede de la representación pontificia se trasladara a Londres, ciudad que sería más accesible a los obispos de Sudamérica que la misma capital del imperio brasileño. Cuando al terminar el siglo XIX León XIII convoca el Concilio Plenario, dejó a los obispos la ciudad en que debería celebrarse; la mayor parte de ellos prefirió Roma, entre otros motivos, porque resultaba más cómodo viajar de América a Roma que a cualquier otro punto del continente latinoamericano.
 
Esta falta de comunicación incide también sobre la vida de la Iglesia. En la década de 1830 el internuncio de Río de Janeiro, Pietro Ostini, llegó a proponer que la sede de la representación pontificia se trasladara a Londres, ciudad que sería más accesible a los obispos de Sudamérica que la misma capital del imperio brasileño. Cuando al terminar el siglo XIX León XIII convoca el Concilio Plenario, dejó a los obispos la ciudad en que debería celebrarse; la mayor parte de ellos prefirió Roma, entre otros motivos, porque resultaba más cómodo viajar de América a Roma que a cualquier otro punto del continente latinoamericano.
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==EL XIX, UN SIGLO  DE DOLOROSAS Y TRAUMÁTICAS RUPTURAS==
 
==EL XIX, UN SIGLO  DE DOLOROSAS Y TRAUMÁTICAS RUPTURAS==
  
Por todo esto el siglo XIX es un siglo de dolorosas y traumáticas rupturas en todos los sentidos. Ante todo se intenta borrar o romper con la historia anterior, lo que equivale querer eliminar de cuajo la propia identidad, forjada en las raíces católicas y en las tradiciones hispánicas o lusitanas e injertadas en aquellas Indias. El fenómeno había dado lugar al mestizaje y al nacimiento de la tradición «indiana».
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Por todo esto el siglo XIX es un siglo de dolorosas y traumáticas rupturas en todos los sentidos. Ante todo se intenta borrar o romper con la historia anterior, lo que equivale querer eliminar de cuajo la propia identidad, forjada en las raíces católicas y en las tradiciones hispánicas o lusitanas e injertadas en aquellas Indias. El fenómeno había dado lugar al mestizaje y al nacimiento de la tradición «indiana».<ref>El término “indiano” comenzó en seguida a significar en el vocabulario español a los “naturales, pero no originarios de América”; significó también a los españoles emigrados a las Indias españolas que volvían a España con riquezas de América.</ref>
Como escribe M. Aguirre Elorriaga, la “hispanofobia de la Enciclopedia con su puje de dicterios” condiciona las mentes con la aceptación de la «leyenda Negra», como si el origen de las desventuras de Hispanoamérica radicara en su ancestro español y católico. Es vergüenza y desprecio de la Hispanidad; se acepta por lo tanto el liberalismo, ya sea de matriz francesa o de matriz anglo-americana, como fuente de progreso positivo. La nueva clase dirigente repudia lo católico y lo hispánico y se abre a la cultural liberal e ilustrada francesa o anglo-americana, y adopta aquella actitud que muchos llaman «herodiana». Esa clase dirigente criolla, en los diferentes Estados impone estas rupturas por dos medios: legalmente y por la fuerza.  
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Como escribe M. Aguirre Elorriaga, la “hispanofobia de la Enciclopedia con su puje de dicterios” condiciona las mentes con la aceptación de la «leyenda Negra», como si el origen de las desventuras de Hispanoamérica radicara en su ancestro español y católico.<ref>M. AGUIRRE ELORRIAGA, El abate de Pradt en la emancipación hispanomaericana (1800-1830), Caracas 1940.</ref>Es vergüenza y desprecio de la Hispanidad; se acepta por lo tanto el liberalismo, ya sea de matriz francesa o de matriz anglo-americana, como fuente de progreso positivo. La nueva clase dirigente repudia lo católico y lo hispánico y se abre a la cultural liberal e ilustrada francesa o anglo-americana, y adopta aquella actitud que muchos llaman «herodiana».<ref>“Herodianismo” quiere decir la actitud de compromiso con una mentalidad, cultura, religión y poder político, ajenos al propio pueblo y a sus raíces culturales y tradiciones religiosas (como el judío Herodes y sus seguidores se comportaron frente al Poder romano y a la cultura helénico-romana).</ref>Esa clase dirigente criolla, en los diferentes Estados impone estas rupturas por dos medios: legalmente y por la fuerza.  
  
 
La clase política intenta imponer régimen Es que perpetúen las mismas posiciones del antiguo Patronato Real de control de la Iglesia. En este sentido es curioso verificar la existencia de una solapada tendencia «galicana y regalista », pero en versión latinoamericana. Así los gobiernos republicanos se aferran a un supuesto derecho en la designación de los obispos y otras pretensiones jurídicas del antiguo Patronato Real como sus naturales sucesores jurídicos.  
 
La clase política intenta imponer régimen Es que perpetúen las mismas posiciones del antiguo Patronato Real de control de la Iglesia. En este sentido es curioso verificar la existencia de una solapada tendencia «galicana y regalista », pero en versión latinoamericana. Así los gobiernos republicanos se aferran a un supuesto derecho en la designación de los obispos y otras pretensiones jurídicas del antiguo Patronato Real como sus naturales sucesores jurídicos.  
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Crean una barrera entre los obispos y la Sede Apostólica; insisten sobre el «nihil obstat» y el «exequatur» a las disposiciones pontificias. Se dan así continuas ingerencias en todos los ámbitos de la vida eclesial, aún durante los periodos de liberalismo mitigado. Las legislaciones de todas las repúblicas conceden la libertad de cultos y se presentan como religiosamente tolerantes; pero son estas leyes las que marcan los límites de tal libertad religiosa y tolerancia, casi como un derecho concedido por el Poder estatal a la persona o la Iglesia, dentro de unos límites bien precisos marcados por él.  
 
Crean una barrera entre los obispos y la Sede Apostólica; insisten sobre el «nihil obstat» y el «exequatur» a las disposiciones pontificias. Se dan así continuas ingerencias en todos los ámbitos de la vida eclesial, aún durante los periodos de liberalismo mitigado. Las legislaciones de todas las repúblicas conceden la libertad de cultos y se presentan como religiosamente tolerantes; pero son estas leyes las que marcan los límites de tal libertad religiosa y tolerancia, casi como un derecho concedido por el Poder estatal a la persona o la Iglesia, dentro de unos límites bien precisos marcados por él.  
  
Esta actitud es común a liberales radicales y a conservadores. Es la aplicación de la doctrina de la «soberanía nacional» en todos los campos. Se abren así periodos de persecuciones contra la Iglesia, a la que con frecuencia privan de su libertad y de sus bienes. Sin embargo, como nota Jean Meyer, la Iglesia ganó en libertad y se fue volcando al pueblo, que continuó prestando su adhesión a la fe católica, con frecuencia de manera heroica.  
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Esta actitud es común a liberales radicales y a conservadores. Es la aplicación de la doctrina de la «soberanía nacional» en todos los campos. Se abren así periodos de persecuciones contra la Iglesia, a la que con frecuencia privan de su libertad y de sus bienes. Sin embargo, como nota Jean Meyer, la Iglesia ganó en libertad y se fue volcando al pueblo, que continuó prestando su adhesión a la fe católica, con frecuencia de manera heroica.<ref>J. MEYER, “El catolicismo social en México hasta 1913”, en Revue Historique, (1978), 143-159; cf. también La Cristiada, 3 vol., Ed. Siglo XXI, México 1973; Historia de los cristianos en América Latina. Siglos XIX y XX, Ed. Vuelta, México D.F. 1989.</ref>
  
  
 
==LAS EXPRESIONES IDEOLÓGICAS DE LA RUPTURA ANTICATÓLICA==
 
==LAS EXPRESIONES IDEOLÓGICAS DE LA RUPTURA ANTICATÓLICA==
  
Las expresiones ideológicas de esta ruptura son muchas, dirigidas casi siempre por la masonería de cada lugar, con sus centros impulsadores situados principalmente en Estados Unidos o en Londres, según las diversas, y a veces opuestas, obediencias masónicas. Como escribe Eduardo Cárdenas, “la masonería se filtra desde nuestros preludios republicanos, y se fortalece en el proceso subsiguiente con su carga deista y racionalista. Atrae y conquista los altos estratos plutocráticos, culturales y políticos. En el decenio de 1820 influyen en México merced al trabajo del embajador norteamericano Joel R. Poinssett y las logias yorquinas. El presbítero J. I. Victor Eyzaguirre observó que en Argentina, Perú y Ecuador se asentaba con alardes efectistas de beneficencia y de filantropía. N. Auza cita un almanaque masón de 1876 según el cual existían en Iberoamérica 10.000 afiliados masones. En Venezuela se afianza durante los regímenes presididos por Guzmán Blanco (1870-1877)” .  
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Las expresiones ideológicas de esta ruptura son muchas, dirigidas casi siempre por la masonería de cada lugar, con sus centros impulsadores situados principalmente en Estados Unidos o en Londres, según las diversas, y a veces opuestas, obediencias masónicas. Como escribe Eduardo Cárdenas, “la masonería se filtra desde nuestros preludios republicanos, y se fortalece en el proceso subsiguiente con su carga deista y racionalista. Atrae y conquista los altos estratos plutocráticos, culturales y políticos. En el decenio de 1820 influyen en México merced al trabajo del embajador norteamericano Joel R. Poinssett y las logias yorquinas. El presbítero J. I. Victor Eyzaguirre observó que en Argentina, Perú y Ecuador se asentaba con alardes efectistas de beneficencia y de filantropía. N. Auza cita un almanaque masón de 1876 según el cual existían en Iberoamérica 10.000 afiliados masones. En Venezuela se afianza durante los regímenes presididos por Guzmán Blanco (1870-1877)”<ref>E. CARDENAS, “La vida católica en América Latina”, en Manual de Historia de la Iglesia, vol. X, Herder, Barcelona 1987, 413ss, especialmente 475-478.</ref>.  
  
En Argentina la masonería se encontraba infiltrada fuertemente en todas las clases dirigentes y profesionales del país. En 1877 su gran maestro José Fernández propuso un programa específico de emancipar al niño de la influencia “perniciosa de la superstición y el fanatismo”, con un proyecto anticatólico y agresivo que abarcaba toda clase de tácticas y de pasos para descristianizar el país.
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En Argentina la masonería se encontraba infiltrada fuertemente en todas las clases dirigentes y profesionales del país. En 1877 su gran maestro José Fernández propuso un programa específico de emancipar al niño de la influencia “perniciosa de la superstición y el fanatismo”, con un proyecto anticatólico y agresivo que abarcaba toda clase de tácticas y de pasos para descristianizar el país.<ref>N. AUZA, Católicos y liberales en la generación del ochenta, Buenos Aires 1981.</ref>
  
 
En Brasil la masonería contaba incluso con muchos clérigos entre sus filas. Por todo ello en 1876, Pío IX se vio obligado a poner en guardia al Brasil y al resto de Iberoamérica con la encíclica Exortae in ista ditione (abril de 1876) para aclarar el equivoco de que había movimientos masónicos que no chocaban con la conciencia católica.  
 
En Brasil la masonería contaba incluso con muchos clérigos entre sus filas. Por todo ello en 1876, Pío IX se vio obligado a poner en guardia al Brasil y al resto de Iberoamérica con la encíclica Exortae in ista ditione (abril de 1876) para aclarar el equivoco de que había movimientos masónicos que no chocaban con la conciencia católica.  

Revisión del 10:16 21 oct 2016

Cuando en los inicios del siglo XIX Iberoamérica se separó de las dos naciones peninsulares –España y Portugal- su unanimidad católica era indiscutible. A finales del siglo el hecho apenas había sufrido una ligera modificación. Sería todavía así hasta mediados del siglo XX. En 1940, para una población de 126 millones de habitantes, el número de cristianos no católicos era solamente de 600 mil; es decir, el 0.4 por ciento.[1]

Pero un cambio notable en tal unidad católica, un proceso de «descatolización» había comenzado y se había desarrollado a lo largo de aquel siglo «liberal» por obra de las clases dirigentes, tanto las políticas como las intelectuales. Católica quedaba fundamentalmente todavía la gran masa popular; y quedaba católica gracias sobre todo al notable papel desarrollado por la mujer y por los «abuelos», como guardianes y transmisores de una tradición que había dejado marcadas sus huellas en el pueblo.

El siglo «liberal» iberoamericano comienza seguramente con el decenio de 1820 en que se consolidan las independencias de los pueblos hispanoamericanos y se establece el imperio del Brasil. Tal siglo penetra en profundidad todavía al siglo XX. Es por ello un largo, atormentado y pesado siglo de conflictos. A pesar de notables diferencias se da en el Continente Iberoamericano una cierta homogeneidad que se refleja en sus etapas históricas: - La primera etapa, la claramente «liberal», se desarrolla a lo largo del siglo XIX. - La segunda etapa corresponde a los primeros 40 años del siglo XX.

Significativamente, casi como indicando las vertientes de las dos épocas, se sitúa el Concilio Plenario Latinoamericano, celebrado bajo el pontificado de León XIII en 1899 y que tiene como mérito principal el haber cooperado a crear una conciencia unitaria en el episcopado latinoamericano que se desarrollará hasta nuestros días.


LAS INDEPENDENCIAS

Las independencias de Iberoamérica se producen inicialmente con una serie de unidades distintas (serán unas 20), que responden “a los núcleos inflados de la [llamada] época colonial”.[2]El continente Iberoamericano conservaba una unidad muy marcada de fondo. Como escribe Eduardo Cárdenas, “Fuera de este accidental factor histórico, debía de ser muy difícil a cualquier iberoamericano del siglo pasado [XIX] definir o describir con exactitud en que consistía la identidad de su propia patria. Tal vez México por su vecindad y entrenamiento con los Estados Unidos, y el Brasil, a causa de su peculiar estatuto político, se podían sentir más identificables. También el Paraguay con su obsesión por permanecer independiente, ya no de España, sino de sus vecinos, desarrolla una conciencia más incisiva de nacionalidad”.[3]

Con la fragmentación de las independencias, Iberoamérica no es una sino en el mapa. Con el correr de los años van apareciendo factores artificiales y negativos de definición nacionalista, como las numerosas guerras civiles que asolan las tierras latinoamericanas durante más de un siglo. Se dan en el interior de cada unidad estatal independiente, a veces de manera cruelmente trágica (guerras civiles internas), y otras que se libran con estados hermanos.

Uno de los acontecimientos más sangrientos y trágicos sería, por ejemplo, la guerra de la La Triple Alianza (1864-1870) de Brasil, Uruguay y Argentina contra el Paraguay que perdió, según cálculos moderados, medio millón de habitantes, o sea la mitad de la población total, y nueve décimas partes de la población masculina. Otro sería la Guerra del Pacifico entre Chile, Perú y Bolivia, con la victoria de Chile que le cortó a Bolivia totalmente la salida al mar. Lo único que indicaba su homogeneidad era la cultura indo-ibérica católica, y los filones del mundo afroamericano incrustados en tal sociedad en algunas regiones del Continente y de sus islas.

El elemento católico y el lingüístico constituían su unidad o cohesión. Sin embargo, lentamente pero con fuerza, se impone en las clases dirigentes la mentalidad liberal y la positivista con pretensiones mesiánicas y proyectos de transformación y de progreso, con la convicción de la necesidad de una progresiva descatolización y de una protestantización cultural del Continente.

La cultura liberal se instala en todos los espacios de la vida política, social económica y religiosa, aunque con medidas e intensidades distintas según los lugares. Si bien varían las relaciones entre la Iglesia y los nuevos Estados liberales independientes a lo largo del siglo y de país a país, no cambian los intentos de fondo que son iguales en todas partes, porque beben de la misma matriz de pensamiento político y filosófico.

Tampoco el liberalismo decimonónico latinoamericano es unívoco o igual en todas partes de manera sincrónica. En un primer momento “ser liberal” no equivale a “ser anticatólico”. Frecuentemente convivían dicotómicamente en la misma persona, algunos de los principios más o menos asimilados de la ilustración francesa o de la Revolución, con los que había mamado de sus madres de la tradición católica.

Esta dicotomía se refleja en las actitudes políticas y en las decisiones legislativas. A veces encontramos una diáfana «clerofobia», y al mismo tiempo gestos de devoción popular en un mismo político, como Valentín Gómez Farías, y en el mismo símbolo del liberalismo en México, Benito Juárez, por citar un ejemplo.

Cuenta el célebre arzobispo de Oaxaca Eulogio Gillow que siendo obispo de Puebla y visitando en 1877 el hogar del conocido masón mexicano de grado 33 Alfredo Chavero y observando en lugar prominente de la casa una imagen de la Virgen de Guadalupe con una lamparita encendida delante de ella, Gillow manifestó su extrañeza a Chavero, pero éste le dio una respuesta que es típica en esa clase de gente : “Alfredo Chavero en la vida pública es una cosa y en la santidad de su hogar es otra bien diferente”.[4]

Esta es una de las muchas paradojas de la historia de México, comenta Joseph Schlarman. Muchos políticos a veces eran una cosa en la vida pública y otra muy distinta en la familiar, como se ve claramente en la vida del general Porfirio Díaz. Incluso algunos políticos distinguían entre clericalismo y catolicismo, justificando su actitud anticlerical y reafirmando la católica.[5]Este confuso sincretismo ideológico y práctico, aparece en toda la geografía humano-política latinoamericana del XIX, especialmente en su primera parte.

Tal confusión de ideas y de práxis explica el hecho de que estos liberales con frecuencia golpean duramente a la Iglesia sin querer alejarse de ella. Pero encaminándose el siglo hacia su segunda etapa presenciamos el crecimiento y desarrollo de otra actitud: el «anticlericalismo» se convierte en «anti-catolicismo». La hostilidad anticatólica se encuentra en la base de muchas de las decisiones de estos políticos, que pretenden desterrar a la Iglesia de la vida social y familiar.

¿Fue así desde el principio? ¿Es que los futuros países latinoamericanos habían fraguado su independencia al margen de la fe católica, al margen de la Iglesia y contra la Iglesia misma, muy unida a los «tronos» de España y de Portugal? Vamos a intentar ofrecer algunos datos para una reflexión.


LA POBLACIÓN: SU COMPOSICIÓN NUMÉRICA Y ÉTNICA.[6]

Según Barón Castro, las proporciones étnicas de la América española al tiempo de la emancipación eran de un 36% de indios, un 27% de mestizos, un 19% de blancos, y un 18% de negros. El mismo autor hace notar que “los Estados numéricamente fuertes, situados en las zonas tropical e intertropical (de la que exceden únicamente el norte de México y la sección central y sur de Chile), son precisamente aquellos que contienen mayor porcentaje de masa indígena. Ello significa que los nacidos a la vida independiente con mejor dote de potencial humano son al proprio tiempo, (con la única excepción de Chile), los que tienen un problema de carácter étnico por resolver. La incorporación de la masa indígena a los modos de la civilización de Occidente... no ha terminado con la independencia y tiene todavía mucho camino por resolver”.[7]

En cuanto a la población negra, ésta se hallaba concentrada en las Antillas y en las costas septentrionales del Pacífico de América del Sur. En las ciudades vivía un número relevante de negros que servían en las casas o en los negocios de sus amos en régimen de esclavitud o de manumisión. En Brasil los blancos constituían una ínfima minoría.

A finales del siglo XIX nos encontraremos con otro núcleo de población importante procedente sobre todo de Italia, España, Portugal y Alemania, de ésta última sobre todo para Brasil: es la de los inmigrantes europeos que llega de manera aluvional entre 1870 y 1914, especialmente al sur de Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Se trata de unos diez u once millones de personas.

Estas composiciones determinan el nacimiento de «ibeoraméricas» diversas: la blanca en el cono sur; la india andina, guatemalteca y mexicana; la mestiza en Chile, Colombia, Venezuela; la negra y mulata antillana y en parte centroamericana y en Brasil. Se puede aplicar a la composición tan variada de la población lo que Alberto Methol Ferré refiere a la Iglesia hasta la mitad del siglo XX y de la evolución a una conciencia totalizante ulterior, capaz de abarcar en síntesis a la Iglesia latinoamericana: Una y múltiple.[8]


LA POBLACIÓN: SU COMPOSICIÓN SOCIAL

A principios del siglo XIX y todavía a finales de ese siglo, nos encontramos que la escena iberoamericana esta dominada por una clase media limitada y un proletariado embrionario, con Estados liberales y estructuras fuertemente conservadoras. El liberalismo y el positivismo pretenderán transformar la sociedad, pero las masas no se beneficiarán gran cosa. Todo queda en una palabrería vacía e ideológica.

El siglo XIX latinoamericano es un siglo controlado por grupos minoritarios de terratenientes y de caudillos, de latifundismo y de burguesía criolla, de grupos de poder y de plutócratas de nueva creación.[9]En el seno de estos grupos, fundamentalmente de criollos, se desarrollaron las ideas de autonomía y de independencia. Ellos consumarían las independencias políticas y detentarían el poder social y económico a lo largo del siglo, no sin luchas enconadas entre los diversos grupos.

Todos están dominados en gran parte por las ideas liberales, pero sus ideas sociales son conservadoras. Viven en una verdadera alienación cultural del resto del pueblo. Son una minoría que controla todas las esferas del Estado y de la vida social. Escribe José Luis Romero que “las burguesías criollas, atadas a sus viejos esquemas iluministas [sic= ilustradas], e indecisas ante la nueva sociedad que emergía, se trasmutaron en contacto con los nuevos grupos de poder que aparecieron, y de estos y de aquellos surgió el nuevo patriciado, entre urbano y rural, entre iluminista [sic=ilustrado] y romántico, entre progresista y conservador. A él le correspondió la tarea de dirigir el encabezamiento de la nueva sociedad dentro de los nuevos e inciertos estados y en rigor fue, en el ejercicio de esta tarea, come se constituyó”.[10]En esta sociedad los negros y los indios puros continuaron estando al margen de todo.Error en la cita: Etiqueta de apertura <ref> sin su correspondiente cierre </ref>Por ello, a lo largo del siglo XIX se delinean varias Iberoaméricas, con perfiles diversos de acuerdo con la composición predominante de su población.

El crecimiento demográfico y la composición de su población va a influir notablemente en la vida de la Iglesia. Tal crecimiento no es proporcional al aumento del clero ni a la creación de nuevas diócesis. Las circunscripciones eclesiásticas pasan de 49 en 1810 a 113 en 1900, pero ocupan territorios inmensos que los obispos no pueden ni visitar ni conocer adecuadamente, ni asistir con sus sacerdotes. Muchas regiones carecerán de sacerdotes durante largo tiempo.

Así, como botón de muestra, todavía a principios del siglo XX Baja California contaba con un par de sacerdotes para todo el territorio, hasta que llegaron los combonianos a finales de los años de 1940. También la llegada masiva de inmigrantes, como en Argentina, va a ser determinante en un proceso muy contradictorio : por una parte se asiste a una descristianización creciente, dada la frialdad religiosa o la ignorancia de muchos de estos inmigrantes que pierden sus raíces, y por otra serán campo fértil de vocaciones y por lo tanto determinarán una nueva composición de su clero, que con frecuencia viene de las filas de estos nuevos «argentinos» procedentes de Italia, de España, o de otras regiones católicas europeas. Estos datos nos muestran cómo el proceso emancipador y la etapa liberal subsiguiente afectan gravemente a la Iglesia iberoamericana, tanto en la parte hispana como en la brasileña.


FRACTURAS Y CONTRADICCIONES

El Continente también es fragmentado al máximo; mucho más de cuanto lo era bajo la dominación ibérica. El continente comienza su camino independiente bajo el signo de una utopía soñada por Bolívar, uno de sus hijos más ilustres, que ve un continente iberoamericano unificado y concretizado en una serie de grandes estados como México, con sus casi cuatro millones de kilómetros cuadrados, una América Central unida, una gran Colombia formada por Venezuela, Colombia y Ecuador ; una república boliviano-peruana, y un gran Sur unificado; todo en una imponente federación de pueblos indo-hispánicos: una gran democracia de estados más brillante que la misma de los incipientes Estados Unidos de Norteamérica.

Hubiese bastado seguir las trazas de las demarcaciones de la dominación española. Desgraciadamente no fue así, y lo impidieron los celos y los intereses de los grupos oligárquicos de cada país actual; pero sobre todo lo impidieron los intereses neocoloniales de Inglaterra, a los que bien pronto se sumaron los de los Estados Unidos, y más tarde los de Francia.

Ya en el siglo XVIII, el décimo conde de Aranda, don Pedro Abarca de Bolea, ministro del rey de España Carlos III de Borbón, dirigió desde París al rey una famosa memoria escrita, después de haber firmado, representando al monarca, el tratado de paz entre España e Inglaterra. El conde de Aranda manifestaba al rey después de hacer ver las razones por las cuales sería imposible a la Corona de España conservar su dominación en América, la necesidad de conceder la independencia a los dominios hispanoamericanos.

El ministro, con una visión del futuro que nos llama la atención, veía la potencia futura de los nuevos Estados Unidos de América, a los que Francia y España habían apoyado en su independencia de Inglaterra; escribía don Pedro: “Esa República Federal ha nacido pigmea, por decirlo así, y ha tenido necesidad del apoyo y de las fuerzas de dos potencias tan poderosas como la España y la Francia, para conseguir su independencia. Vendrá un día en que sea un gigante, un coloso temible en esas comarcas....”; y tras describir los hechos que iban a facilitar su crecimiento, según él, daba el siguiente juicio:

“El paso primero de esta potencia, cuando haya llegado a engrandecerse, será apoderarse de las Floridas para dominar el golfo de México. Después de habernos hecho de este modo dificultoso el comercio con la Nueva España, aspirara a la conquista de este vasto imperio, que no nos será posible defender contra una potencia formidable, establecida sobre el mismo continente, y a mas de eso limítrofe. Estos temores son muy fundados, Señor, y deben realizarse dentro de pocos años, si acaso antes no acontecen algunos trastornos todavía más funestos en nuestras Américas”

El ministro veía claramente la potencia que iba a levantarse con la ayuda de su joven potencialidad y con la poderosa inmigración y agilidad de sus instituciones. Ella iba un día a convertirse en el árbitro de medio mundo e iba a poner en peligro el imperio español y los demás imperios. Por todo ello el ministro escribía al Rey que “V. M. debe deshacerse de todas las posesiones que tiene sobre el Continente de las dos Américas, conservando solamente las islas de Cuba y Puerto Rico... con el objeto de que puedan servirnos de escala de depósito para el comercio español”. Luego le proponía la creación de tres naciones o Estados en el mundo hispano-americano, unidas por vínculos de alianza. Escribía el ministro: “La contribución de los tres Reyes del Nuevo Mundo importaría más a la España que la plata que hoy saca de América. La población aumentaría pues cesaría la emigración continua que hoy se nota en esas posesiones”.[11]


UN CONTINENTE INCOMUNICADO, CON FRONTERAS DISCUTIDAS Y HOSTILES ENTRE SÍ

El Continente, ya dividido por los intereses señalados, se encuentra también mucho más incomunicado que en la época española. La falta de una comunicación interna determina también una lejanía de intereses y de iniciativas comunes en todos los campos.

Refiriéndose ya a finales del siglo XIX, Mario Hernández escribe que “como consecuencia de la escasa iniciativa gubernamental por la falta casi absoluta de capitales y la ausencia de una industria metalúrgica de base, el impulso ferrocarrilero fue muy tardío, insuficiente y en buena parte promovido por intereses extranjeros que tendían las líneas en razón de sus intereses. El gran momento del desarrollo ferrocarrilero iberoamericano se sitúa entre 1880 -1914... En 1914 el conjunto iberoamericano posee 85.000 kilómetros de vías férreas, y los Estados Unidos, para una superficie tres veces menor, tiene 420.000 kilómetros. En general existen enormes vacíos, lo cual paraliza, prácticamente el crecimiento de regiones enteras”.[12]

Esta falta de comunicación incide también sobre la vida de la Iglesia. En la década de 1830 el internuncio de Río de Janeiro, Pietro Ostini, llegó a proponer que la sede de la representación pontificia se trasladara a Londres, ciudad que sería más accesible a los obispos de Sudamérica que la misma capital del imperio brasileño. Cuando al terminar el siglo XIX León XIII convoca el Concilio Plenario, dejó a los obispos la ciudad en que debería celebrarse; la mayor parte de ellos prefirió Roma, entre otros motivos, porque resultaba más cómodo viajar de América a Roma que a cualquier otro punto del continente latinoamericano.


EL XIX, UN SIGLO DE DOLOROSAS Y TRAUMÁTICAS RUPTURAS

Por todo esto el siglo XIX es un siglo de dolorosas y traumáticas rupturas en todos los sentidos. Ante todo se intenta borrar o romper con la historia anterior, lo que equivale querer eliminar de cuajo la propia identidad, forjada en las raíces católicas y en las tradiciones hispánicas o lusitanas e injertadas en aquellas Indias. El fenómeno había dado lugar al mestizaje y al nacimiento de la tradición «indiana».[13]

Como escribe M. Aguirre Elorriaga, la “hispanofobia de la Enciclopedia con su puje de dicterios” condiciona las mentes con la aceptación de la «leyenda Negra», como si el origen de las desventuras de Hispanoamérica radicara en su ancestro español y católico.[14]Es vergüenza y desprecio de la Hispanidad; se acepta por lo tanto el liberalismo, ya sea de matriz francesa o de matriz anglo-americana, como fuente de progreso positivo. La nueva clase dirigente repudia lo católico y lo hispánico y se abre a la cultural liberal e ilustrada francesa o anglo-americana, y adopta aquella actitud que muchos llaman «herodiana».[15]Esa clase dirigente criolla, en los diferentes Estados impone estas rupturas por dos medios: legalmente y por la fuerza.

La clase política intenta imponer régimen Es que perpetúen las mismas posiciones del antiguo Patronato Real de control de la Iglesia. En este sentido es curioso verificar la existencia de una solapada tendencia «galicana y regalista », pero en versión latinoamericana. Así los gobiernos republicanos se aferran a un supuesto derecho en la designación de los obispos y otras pretensiones jurídicas del antiguo Patronato Real como sus naturales sucesores jurídicos.

Se está muy lejos de la doctrina y de la praxis seguida en los Estados Unidos de Norteamérica sobre la separación entre la Iglesia y el Estado. Se propugna y se codifica la teoría de la «soberanía del Estado», entendida autárquicamente y llevada hasta sus últimas consecuencias también en el terreno de sus relaciones con la Iglesia. Estos gobiernos se entrometen así en todas las esferas de la vida eclesial.

Crean una barrera entre los obispos y la Sede Apostólica; insisten sobre el «nihil obstat» y el «exequatur» a las disposiciones pontificias. Se dan así continuas ingerencias en todos los ámbitos de la vida eclesial, aún durante los periodos de liberalismo mitigado. Las legislaciones de todas las repúblicas conceden la libertad de cultos y se presentan como religiosamente tolerantes; pero son estas leyes las que marcan los límites de tal libertad religiosa y tolerancia, casi como un derecho concedido por el Poder estatal a la persona o la Iglesia, dentro de unos límites bien precisos marcados por él.

Esta actitud es común a liberales radicales y a conservadores. Es la aplicación de la doctrina de la «soberanía nacional» en todos los campos. Se abren así periodos de persecuciones contra la Iglesia, a la que con frecuencia privan de su libertad y de sus bienes. Sin embargo, como nota Jean Meyer, la Iglesia ganó en libertad y se fue volcando al pueblo, que continuó prestando su adhesión a la fe católica, con frecuencia de manera heroica.[16]


LAS EXPRESIONES IDEOLÓGICAS DE LA RUPTURA ANTICATÓLICA

Las expresiones ideológicas de esta ruptura son muchas, dirigidas casi siempre por la masonería de cada lugar, con sus centros impulsadores situados principalmente en Estados Unidos o en Londres, según las diversas, y a veces opuestas, obediencias masónicas. Como escribe Eduardo Cárdenas, “la masonería se filtra desde nuestros preludios republicanos, y se fortalece en el proceso subsiguiente con su carga deista y racionalista. Atrae y conquista los altos estratos plutocráticos, culturales y políticos. En el decenio de 1820 influyen en México merced al trabajo del embajador norteamericano Joel R. Poinssett y las logias yorquinas. El presbítero J. I. Victor Eyzaguirre observó que en Argentina, Perú y Ecuador se asentaba con alardes efectistas de beneficencia y de filantropía. N. Auza cita un almanaque masón de 1876 según el cual existían en Iberoamérica 10.000 afiliados masones. En Venezuela se afianza durante los regímenes presididos por Guzmán Blanco (1870-1877)”[17].


En Argentina la masonería se encontraba infiltrada fuertemente en todas las clases dirigentes y profesionales del país. En 1877 su gran maestro José Fernández propuso un programa específico de emancipar al niño de la influencia “perniciosa de la superstición y el fanatismo”, con un proyecto anticatólico y agresivo que abarcaba toda clase de tácticas y de pasos para descristianizar el país.[18]

En Brasil la masonería contaba incluso con muchos clérigos entre sus filas. Por todo ello en 1876, Pío IX se vio obligado a poner en guardia al Brasil y al resto de Iberoamérica con la encíclica Exortae in ista ditione (abril de 1876) para aclarar el equivoco de que había movimientos masónicos que no chocaban con la conciencia católica.


TAMBIÉN INFECTA A SECTORES DEL CLERO

Escribe Cárdenas que “la eficacia del liberalismo anticatólico dependió sobre manera del equipo humano que lo adoptó como ideología y como programa. A diferencia de los Estados Unidos, la Iglesia católica iberoamericana dependió de hombres políticos que determinaron su suerte...”, y por ello sigue los humores, la suerte de estos hombres y de sus regímenes políticos. En cada país podemos señalar a hombres bien precisos que han sido determinantes para la historia católica del país. Frecuentemente nos encontramos también con camarillas ideológicas que empujan a determinados «caudillos» a hostilizar a la Iglesia, y que imponen un programa de descristianización de la gente.

Nos hallamos también con clérigos saturados de ideas liberales y que con frecuencia, incoherente pero eficazmente, son los más exaltados en tales programas. Cuando algunos se dan cuenta es ya muy tarde. En la segunda parte del siglo XIX el liberalismo toma un cariz tan radicalmente masón y anticatólico, que la mayor parte de los clérigos se aleja tardíamente de su pertenencia ideológica.

La raíz de tal confusión en el clero está en la falta de seminarios adecuados para su formación, muy descuidada en aquellos tiempos tan azarosos, y en la mala selección y preparación de los candidatos al sacerdocio. Ahora, aunque lentamente, los mismos obispos se mostraban más cautos en la selección de los candidatos al sacerdocio. No les son fáciles tales fundaciones ya que los gobiernos liberales habían incautado o suprimido la mayor parte de los antiguos seminarios, y prohibido o restringido la erección de nuevos.

Los obispos tampoco disponían de sacerdotes debidamente preparados para encargarse de la formación de sus sacerdotes. Tampoco las antiguas órdenes religiosas, en franca decadencia o suprimidas por los gobiernos, les podían dar una mano en la formación del clero. Nos encontramos con un panorama desolador. Por ello Pio IX funda el «Pontificio Colegio Latinoamericano» en la ciudad de Roma.


BAJO EL POSITIVISMO IDEOLÓGICO

En la segunda parte del siglo la fisonomía política de los países latinoamericanos camina decididamente bajo la tutela del positivismo ideológico importado sobre todo de Francia. “Ordem y Progresso”, reza el lema del Brasil en su bandera. Son positivistas todos, incluso los dictadores más enraizados como Porfirio Díaz en México. Son la expresión de la burguesía «afrancesada» o «americanizada» que domina por doquier, e impone las modas de las nuevas metrópolis de la ciencia y del progreso.

Se lee a Darwin, Spencer, Comte y se mira, como a un espejismo, a Francia, a Inglaterra, a Estados Unidos. La burguesía viaja a estos países, copia sus modas, su arquitectura, su estilo de vida, sus estructuras políticas. “El clericalismo es el cadáver del pasado y nosotros somos el espíritu liberal, es decir, el obrero del futuro”. Este espíritu se refleja en la educación y en las leyes que quieren arrancarle a la Iglesia todo influjo social y familiar.

En una palabra, el siglo XIX es un siglo donde la nueva clase dirigente burguesa de los nuevos países, trabaja incansablemente por emancipar a la sociedad iberoamericana de las raíces de la tradición católica recibidas de España y Portugal. Se trabaja por la laicización de todas las estructuras sociales. Algunos Estados se declaran todavía católicos o confesionales en sus constituciones, pero estas declaraciones no inciden sobre la vida y la trayectoria social emprendida por los gobiernos y por los grupos de poder político, económico e intelectual.


LA IGLESIA Y LAS INDEPENDENCIAS

Las independencias de las naciones latinoamericanas sorprendieron a la Iglesia en una “profunda siesta”, y desprevenida para enfrentarse con el proceso que hemos descrito a grandes rasgos. Muchos eclesiásticos no se dieron cuenta de la nueva época y otros pretendieron seguir en el viejo carro de un «antiguo régimen» que ya se había derrumbado. Muchos hombres de Iglesia ni siquiera se percataron del cambio epocal ni de las posiciones que tenían delante.

También las órdenes religiosas se encontraban en claro declive interno. La misma estructura de la Iglesia, demasiado dependiente del antiguo régimen, sufría grandes desajustes: le faltaba un clero debidamente formado, que había perdido el ímpetu y el celo de los grandes evangelizadores de la primera hora; las diócesis y las parroquias, escasas en número y sin confines en dimensión, van a sufrir largos periodos de «sede vacante».

A finales del siglo XIX Iberoamérica contaba con unos 60 millones de católicos y 104 diócesis; mientras los Estados Unidos, con sólo 10 millones de católicos, contaban con 13 arzobispos y 62 diócesis. Las diócesis iberoamericanas eran todavía territorialmente muy grandes. En América Central los católicos eran unos dos millones en 1850 y tres millones y medio en 1900, esparcidos en casi 500.000 kilómetros cuadrados distribuidos en cinco diócesis, lo que contribuye a una situación de atrofia de aquellas Iglesias locales.

Pero en Argentina, Colombia, Chile, México, y Perú, las sedes episcopales se multiplican a lo largo del siglo. Algunos de estos países crecen demográficamente con la ayuda del aluvión de inmigrantes europeos, en gran parte descristianizados, como Uruguay, que solo en 1865 llega a tener un Obispo y se erige en diócesis en el tardío 1878.

En todos los nuevos países se da una terca hostilidad por parte de los gobiernos liberales contra la Iglesia con leyes específicas, medidas de policía, continuas intromisiones en la vida de la Iglesia y en sus instituciones, a las que desean controlar y con frecuencia eliminar. Si bien algunos concordatos en algunos países, por cierto muy limitados en su valor y duración legislativa, intentan poner unos limites a tal hostigamiento, éste no cesa. Es la política de la «separación hostil» entre la Iglesia y el Estado, que encuentra en estos Estados latinoamericanos su paradigma más cualificado. El siglo XIX es por ello un siglo de continuo forcejeo entre la mentalidad liberal y positivista del Estado y la Iglesia, para defender lo que cada cual cree que son sus derechos.

Sin embargo la masa popular conservó su fe católica, a veces en forma heroica, gracias sobre todo a las madres y a los abuelos (la población joven masculina de este azorado siglo es una población trashumante, en constante movilización debido a las continuas guerras). Pero esta masa carece de una verdadera catequesis y de una asistencia pastoral adecuada, por lo que a veces incluso aquella grande fe se ve como envilecida y se profesa dicotómicamente.

En la segunda mitad del siglo XIX, con la violencia de las sacudidas, se va despertando el catolicismo iberoamericano en sus obispos, sacerdotes y laicos. Comienza un tímido catolicismo combativo (casi inexistente en el anquilosado catolicismo de Brasil, que aparecerá mucho más tarde, practicamente en el siglo XX).

La fragmentación, a veces mutuamente hostil de los nuevos países con sus cadenas de guerras civiles, influye también durante este tiempo en la suerte de la Iglesia. Su destino depende en parte de los diversos gobiernos de cada país. Durante la época virreinal la movilidad de los obispos y de los misioneros y sacerdotes era grande en todos los sentidos, ahora todos se encuentran como presos de unas fronteras hostiles y del estatuto que les impone su pasaporte, sin poder salir a otros lugares o recibir sacerdotes u obispos de otros países.


CUADRO GENERAL DE LA IGLESIA

Sólo lentamente, a partir de mediados de siglo, y no siempre con igual intensidad en los distintos lugares, la Iglesia se fue despertando de la larga «siesta». Pero ya era en parte muy tarde. En general la clase política y la intelectual habían dejado ya a la Iglesia. Esta clase estaba saturada de las ideas que oponían fe y razón, fe católica y progreso civil. Al máximo toleraban o permitían la fe para una edad infantil, o para una clase «mujeril» de la sociedad, como algunos decían.

Diócesis y obispos

Las estructuras eclesiásticas variaban de Región a Región. En el momento de la independencia hispanoamericana la Iglesia estaba estructurada en siete archidiócesis metropolitanas y en 34 diócesis sufragáneas. Aquellas eran las de México, Guatemala, Caracas, Santa Fe de Bogotá, Lima, Charcas y Santo Domingo. Cuando se creó el imperio de Brasil, las circunscripciones brasileñas eran seis. En 1810 solamente unas pocas diócesis estaban vacantes. Los obispos no eran grandes figuras, pero todos estaban preocupados por conservar la fe, moralmente a la altura de su ministerio, caritativos, preocupados por la formación de su clero poco preparado teológicamente y que con frecuencia les procuraba disgustos e impertinencias.

El Patronato Real, que en estos momentos obedecía al más rígido de los regalismos, había politizado de manera clara el ministerio episcopal. La Corona escogía a los obispos que se convertían así en funcionarios reales. Esta situación fue desastrosa durante los primeros años de la emancipación. Se comprende el problema de conciencia o de oportunidad en muchos obispos, cogidos entre la espada y la pared de dos lealtades imposibles de compaginar: al Rey o a las nuevas Repúblicas, o lo que es lo mismo, a su grey.

En 1810, año «símbolo» en que comienza el proceso de emancipación de las futuras repúblicas hispanoamericanas, los obispos criollos eran seis. El rey de España presentó entre 1800 y 1820, a 54 sacerdotes para obispos en Hispanoamérica, todos ellos súbditos incondicionales del Rey; de ellos sólo 18 eran oriundos de la misma. La postura de este episcopado es muy diversa y discutible. Unos pocos eran realistas convencidos; otros se movían en la indecisión; otros se decidieron por el abandono de su diócesis ante el caríz que tomaban los acontecimientos; un reducido número de obispos españoles y criollos acogió la nueva situación, permaneció en sus puestos y fueron leales a las nuevas repúblicas.

Entre estos podemos mencionar a Lasso de la Vega, obispo de Mérida (Venezuela); a Jiménez de Enciso, de Popayán (Colombia); a Goyeneche de Arequipa (Perú); a Calixto de Orihuela de Cuzco (Perú), que se adhieren a la causa republicana y que constituirán el puente entre Roma y las nuevas repúblicas hispanoamericanas. Otros, que en un primer momento se habían mostrado realistas, pero que más tarde comprendieron la situación y aceptaron las independencias, fueron maltratados por Bolívar, Sucre, por el gobierno chileno o por el dictador paraguayo Gaspar Francia.

Por ello, si por una parte se debe decir que no todos los obispos estuvieron a la altura del momento, dado el acusado regalismo que había caracterizado la Iglesia española y lusitana del siglo XVIII, por otra se comprende la situación y los problemas de conciencia que se les planteaba a nivel de fidelidades, y de lectura sosegada de la situación en unos momentos caracterizados por las convulsiones revolucionarias, las luchas civiles y las ideas anticristianas que con ímpetu mayor se extendían por doquier.

Esta compleja situación contribuye al desvertebramiento y desbarajuste de la Iglesia jerárquica hispanoamericana. En 1829 no quedaba un solo obispo en las 10 diócesis mexicanas, ya sea por muerte, por huida o por vuelta a España. El arzobispo de México Pedro José Fonte se había marchado a España, por lo que esta archidiócesis primada quedó sin arzobispo desde 1823 hasta 1839. Los ordenandos tenían que ir hasta la Luisiana para recibir la ordenación.

En Centroamérica la diócesis de León de Nicaragua quedó sin obispo desde 1825 a 1849, la de Comayagua (Honduras) desde 1817 a 1844, la archidiócesis de Guatemala desde 1829 a 1843, la de Santa Fe de Bogotá desde 1804 a 1827 (salvo unos pocos meses), la de Cartagena de Colombia desde 1812 a 1831 (excepto un breve periodo). Sus pocos candidatos al sacerdocio tenían que ir a Caracas para la ordenación. En Ecuador, Cuenca estuvo sin obispo desde 1813 a 1837; en Perú sus cinco diócesis quedaron sin obispo practicamente desde 1816 a 1835; una, la de Santa Cruz de la Sierra, estuvo vacante durante 25 años.

Los candidatos al sacerdocio tenían que correr mil peripecias para ordenarse lejos de su patria, y los pobres no podían permitirse el coste del viaje, como dice una carta enviada a León XII en 1826. En las regiones del Río de la Plata en 1819 ya no quedaba ningún obispo. El primero llegará en 1830; pero la diócesis de Salta no lo tendrá hasta 1861 (lo había tenido solamente durante dos años, de 1836 a 1838).

Estos datos son un botón de muestra de la penosa situación de la Iglesia durante el primer período después de las emancipaciones. Ello sumió a la Iglesia en un estado de anarquía eclesiástico. Lo mismo se puede decir de las parroquias, que quedan vacantes, los seminarios vacíos, las ordenaciones imposibles, la rapiñas de los bienes eclesiásticos continuas, los tesoros artísticos de iglesias y conventos y las ricas bibliotecas robadas o malvendidas, y con frecuencia perdidas para siempre; el clero dividido y sin pastor, los gobiernos que se entrometen continuamente en la vida interna de las Iglesias locales. Tal era el panorama desolador que mostraba la Iglesia hispanoamericana en aparente estado de disolución.

Pero, a pesar de todo, las dos décadas dramáticas que van desde 1803 a 1831 son decisivas en la configuración de la futura América Latina. Se trata también de un periodo de «balcanización», durante el cual la independencia de los nuevos países permanece como letra muerta en los textos constitucionales de las nuevas repúblicas. Estas se convierten de hecho, en propiedad de oligarquías de terratenientes o de burguesías comerciales, fundidas en una sólida unidad, los patriciados latinoamericanos, que se independizan del Imperio español para pasar a construir las haciendas agricolas de Inglaterra y monopolio a veces casi total de su comercio.

“El capitalismo industrial británico se convierte en el dueño de nuestras dependientes economías agrarias. Esencialmente nada había cambiado en relación al periodo colonial. Se continuaba la misma cosa con otra cara y otro estilo, quizá con mayor dureza hacia las masas populares que pierden todas aquellas protecciones erigidas, de manera más o menos eficaz, durante el ciclo dela Cristiandad Indiana... La sociedad indiana era más estatuaria que contractual, pero la ruptura del sistema y la subsiguiente preeminencia del contrato no tuvieron el mismo significado que en Europa. Aquí, en vez de abrazar a las corporaciones y a los artesanados en la dinámica industrial, los abandonó a sí mismo, dado que las industrias se hallaban en el ultramar europeo. Nace así la política de las clientelas y el «caudillismo» como expresión de una vida social desajustada y sin salida, mientras los patriciados liberales se referían a textos constitucionales censitarios. La «siesta colonial» se transformó en un reino de «pronunciamientos», no menos colonial”.

A pesar de todo, paulatinamente durante este período desastroso la Iglesia hace un notable esfuerzo por reconstruir sus estructuras jerárquicas en medio de infinitas dificultades. Pudo hacerlo gracias al arraigado espíritu cristiano de los pueblos. La reorganización eclesiástica se llevó a término a partir de los pontificados de León XII, pero sobre todo de Pío VIII y Gregorio XVI, quienes dotarán a las diócesis vacantes de obispos superando graves dificultades diplomáticas y jurídicas con Madrid, y adaptándose a las nuevas situaciones republicanas. El criterio pastoral acabó por imponerse a las conveniencias diplomáticas. Entre 1830 y 1900 se erigieron 10 nuevas sedes metropolitanas y 57 sedes sufragáneas con algunos territorios misionales en Argentina, Colombia y Ecuador.

Si bien los gobiernos estaban a veces interesados en que se erigiesen nuevas diócesis, ello se debía a motivos de prestigio. Con frecuencia pretendían ejercitar los derechos del antiguo Patronato (Padroado en Brasil) en los nombramientos de cargos eclesiásticos, y con controles inaceptables para la Santa Sede. Por ello se tarda en la formación de nuevas diócesis y por ello se explica la geografía de las macrodiócesis y parroquias.

En la vigilia del Concilio Plenario de 1899, el Continente iberoamericano contaba con 60.000.000 de católicos y las diócesis se habían multiplicado. Las jurisdicciones eran 104: 19 sedes metropolitanas y 85 diócesis. México contaba con 6 archidiócesis y 21 diócesis; Brasil con 2 archidiócesis y 9 diócesis. El resto de los países contaba solamente con una provincia eclesiástica cada uno, menos América Central donde las 5 repúblicas constituían una sola provincia eclesiástica.

Destacaban Colombia con una archidiócesis y 11 diócesis, seguida por Argentina y Perú. Pero en el mismo periodo, Estados Unidos contaba con 13 arzobispados y 62 diócesis. El motivo de esta lentitud hay que buscarla en las trabas y en las fuertes hostilidades de los gobiernos liberales a las que hemos aludido.

El episcopado latinoamericano tampoco cuenta con grandes figuras episcopales que destaquen. En todo el siglo XIX América Latina no contará con algún cardenal. Pío IX había designado para el capelo cardenalicio al obispo de Michoacán (México), Juan Cayetano Portugal, acérrimo defensor de los derechos de la Iglesia, y que había intervenido en la vida política de su país como ministro bajo Santa Ana; cuando llegó a México la noticia de su nombramiento, el designado ya había muerto.

El gobierno de Perú pidió en 1861 el capelo para el arzobispo de Lima, José Sebastián de Goyeneche, pero solamente en 1905 Pio X creará un cardenal iberoamericano y será un brasileño: dom Joaquím Arcoverde, arzobispo de Rio de Janeiro.


El clero secular

La situación del clero tampoco era rosa. Sin embargo, sin su presencia no se puede entender el entramado social y religioso iberoamericano en todas sus componentes. Su presencia es continua en todos los aspectos de la vida. Forman parte de todas las iniciativas importantes, incluso políticas, y los encontramos en las más altas esferas de la vida pública.

Los hay ejemplares, los hay llenos de sombras. El presbítero Víctor Eyzaguirre, que visita México a mitad del siglo, encontró que la formación del clero dejaba mucho que desear. En su relación «Los intereses católicos en América» se muestra impresionado por el servilismo de muchos sacerdotes y su falta de preparación. El mismo juicio nos lo da Nicola Averardi, delegado apostólico en México en los tiempos de Porfirio Díaz, cuyo juicio sobre el clero es bastante severo; lo juzga “sumamente inmoral e indisciplinado, que quizá, o sin quizá, también ha sido causante de las negativas leyes civiles que ahora están en vigor”.

Los mismos juicios los encontramos en las relaciones de los nuncios de Brasil y de otros delegados apostólicos como Gaetano Baluddi, Lorenzo Barili y Mieceslao Ledóchowski (que vivieron en Colombia entre 1838 y 1861). Roma interviene con los obispos para que remedien el estado deplorable del clero, tanto secular como regular. Pero los mismos obispos imploran la ayuda de Roma en este sentido, viendo sacerdotes comprometidos con una vida desarreglada o con gobiernos irreligiosos. Deploran que a veces se catequiza poco y que sus sacerdotes lleven una vida mundana o que sean ignorantes, aunque también subrayan que la mayor parte de los sacerdotes conducen una vida digna.

Por ello, en la segunda mitad del siglo, los obispos comienzan a solicitar la ayuda de sacerdotes y religiosos extranjeros para la formación de su clero. Con su llegada se empieza a notar la mejoría, como en Colombia con la llegada de los eudistas franceses.

Algunos obispos, sacerdotes y frailes militan con los liberales y otros con los conservadores. Hay de todo. Algunos se hallan enzarzados en la política provinciana y menuda del caciquismo. Esto lleva también a divisiones y a oposiciones con el proprio obispo. Sin embargo muchos clérigos y frailes dieron una aportación positiva en las asambleas legislativas. Pero ello no quita la ambigüedad de muchas situaciones y el partidismo político que acarreaba consigo.

Con el correr del siglo buena parte de los eclesiásticos se alinea con los conservadores, dando así a veces ocasión para ataques y persecuciones de los liberales contra la Iglesia. La intervención del clero en la vida política se comprende, dado el nivel medio de su formación sobre el resto de la población; pero frecuentemente su intervención fue excesiva y anormal. El citado Víctor Eyzaguirre deplora a veces la confusión de funciones a que llega el sacerdote dado a la política y cuyo comportamiento puede producir confusión en la gente.

Otras veces reconoce los méritos de algunos eclesiásticos que han participado en la vida política y pondera su contribución positiva; algunos eclesiásticos fueron encumbrados hasta los máximos cargos del Estado, y no pocos participaron activamente a la lucha por la emancipación. Los casos más celebres de Miguel Hidalgo y José María Morelos en México no constituyen una excepción. Incluso algunos sacerdotes consideraban que debían entrar en política para defender los derechos de las personas y de la Iglesia, frecuentemente conculcados por los nuevos gobiernos.


La disminución progresiva del clero en relación a los años de la pre-independencia

No es pretendemos establecer aquí una tipología ni del obispo ni del sacerdote iberoamericano del periodo, pero un estudio de tal tipología sería de suma utilidad para entender este catolicismo y la historia de estos países. De todos modos el siglo XIX registra una disminución de sacerdotes en las distintas regiones iberoamericanas, y una desproporción cada vez mayor entre sacerdotes y habitantes. Si en 1810 se contaban unos 4229 sacerdotes diocesanos en Iberoamérica, en 1850 eran 3232 y en 1910 eran 4460. Pero la desproporción entre sacerdotes y población va creciendo cada vez más.

Su formación dejaba mucho que desear. En Brasil era quizá la más deficiente e improvisada, dando lugar a ordenaciones precipitadas de candidatos poco preparados e inadecuados para el sacerdocio, lo que dará lugar a no pocas infidelidades. Los gobiernos liberales suprimen seminarios, incautan edificios, destruyen, dispersan o se apoderan de sus bibliotecas, como fue el caso de México y Puebla, de valor inigualable.

Esta situación afecta también a las parroquias. El «Orbis Terrarum Catholicus» de Werner (Friburgo 1890), nos da una reseña de 80 diócesis de las 104 existentes en iberoamérica en los últimos 10 años del siglo XIX. Estas 80 diócesis contaban con 5522 parroquias, por lo se puede calcular que las parroquias de todas las diócesis podrían llegar como máximo a un total de unas 5900. En México eran 1072 en 1821, y sólo 1331 en 1893. En Colombia unas 500 en 1820 y 930 en 1900. Se calcula que el número medio de habitantes por parroquia en 1899 era de unas 10.000 almas; las desproporciones territoriales a veces eran inmensas

Pese a todos los límites señalados, los sacerdotes iberoamericanos no constituían un cuerpo degradado. La gente estimaba altamente al sacerdote y se fiaba de él. Frecuentemente nos encontramos con levantamientos populares contra los gobiernos liberales que vejan a los sacerdotes, como en México, Guatemala y Colombia. Mariano Cuevas, el conocido historiador eclesiástico mexicano, nos da un juicio positivo sobre el clero de México.

Cuando llegó el momento de la persecución, la mayor parte del clero en todas las nuevas Repúblicas dio fiel testimonio de fidelidad y comunión con sus obispos. Muchos, a pesar de su mediocridad intelectual, desafiaron las leyes injustas y permanecieron fieles a su ministerio sacerdotal entre la gente más humilde arriesgando su misma vida. Nos lo testimonia el mismo Eyzaguirre afirmando la abnegación de muchos sacerdotes en parroquias miserables, en climas pestíferos y en condiciones inhumanas.

La misma observación la encontramos en algunos delegados apostólicos como el de Centroamérica, Giovanni Cagliero en 1910, y en las relaciones de muchos obispos que reafirman la lealtad, hasta el heroísmo, de muchos sacerdotes siempre junto al pueblo desamparado de todos los que vociferaban las nuevas ideologías políticas. En Colombia, de este clero salieron 17 obispos que sufrieron la cárcel y el destierro por la defensa de la libertad de la Iglesia, y por lo tanto de la persona. La historia de sus sacerdotes mártires de las persecuciones de la primera mitad del siglo XX nos confirman en lo mismo.

Los religiosos

Otro capítulo a parte merecerían los religiosos, todos pertenecientes a antiguas Ordenes, que como sus hermanos europeos frecuentemente sufrieron crisis profundas con una deplorable repercusión en Iberoamérica. No hay que olvidar que la Iglesia hispanoamericana fue en sus orígenes fundamentalmente una Iglesia «conventual», ni tampoco el papel que ejercieron en esta historia evangelizadora los franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y jesuitas.

De menor importancia son otras órdenes como los capuchinos, camilos, oratorianos y betlemitas, u otras órdenes hospitalarias llegadas más tarde o que tuvieron un menor impacto. Las independencias encontraron a estas familias religiosas muy debilitadas y muy vulnerables como sus hermanos europeos. Los jesuitas habían sido expulsados de Iberoamérica en 1759 (Brasil), 1767 (Territorios españoles) y luego suprimidos 1773 (Breve Dominus ac Redemptor). Por todo ello se da en Iberoamérica un verdadero proceso de agonía y extinción de las antiguas órdenes, sobre todo masculinas, por factores tanto internos a las mismas como externos (acciones de los gobiernos liberales).

Se recuperarán más tarde y llegarán refuerzos de Europa o nuevos institutos religiosos fundados en el siglo XIX, acogidos generalmente con amplia benevolencia y veneración por la gente y con rabia por los liberales masones más radicales que, como el liberal peruano Manuel González Prada, cita los nuevos institutos llegados a Lima, y junto con los antiguos y los ve como una invasión pestífera. Traen un nuevo estilo y se dedican a las misiones, a la educación y a la caridad con los más necesitados.

Se inauguraba con esta nueva llegada de institutos una nueva y esperanzada fase histórica, pero al mismo tiempo se daba en Iberoamérica un nuevo fenómeno: el nacimiento y fundación de numerosos institutos religiosos, en especial en México, Perú y Colombia.


NOTAS

  1. N. SANCHEZ ALBORNOZ, La población de Latino América desde los tiempos precolombinos hasta el año 2000, Madrid 1977.
  2. J. L. ROMERO, Latinoamérica, Las ciudades y las ideas, México 1976.
  3. Eduardo CARDENAS GUERRERO, S.J, “Dispensas” de Historia de la Iglesia en A.L., Facultad de Historia Ecl., P.U. Gregoriana, Roma 1987-1988; cf. IDEM, “La vida Católica en América Latina”, en QUINTIN ALDEA - Eduardo CARDENAS., Manual de Historia de la Iglesia, X, Herder, Barcelona 1987, 560-564.
  4. Lo cuenta en su obra Reminiscencias, Los Angeles 1920, 128ss; citado en J. H. L. SCHLARMAN, México, Tierra de volcanes, Porrua, México 1987, 465.
  5. Cf. en E. RABASA, La constitución y la dictadura, México 1956.
  6. Cf. N. SANCHEZ ALBORNOZ, La población de Latino América desde los tiempos precolombinos hasta el año 2000, Madrid 1977² ; R. BARON CASTRO, Españolismo y antiespañolismo en la América hispana, Madrid 1945 (ofrece un buen cuadro estadístico sobre la población); cf. también las indicaciones bibliográficas y los datos ofrecidos por E. CARDENAS GUERRERO, “La vida Católica en América Latina”, en o.c., 415-516, 470-474, 560-564 ; M. HERNANDEZ SANCHEZ-BARBA, Historia de América, T. III, Madrid 1981.
  7. Cf. R. BARON CASTRO, Españolismo y antiespañolismo en la América hispana, Madrid 1945. Cf. E. CARDENAS, ibidem.
  8. A. METHOL FERRE’, De Río a Puebla. Etapas históricas de la Iglesia en América Latina (1945-1980). CELAM (“Colección Puebla”, 36) 1980, 24 ; citado en E. CARDENAS, o.c., 560.
  9. Cf. L. ISLAS GARCIA, Apuntes para el estudio del caciquismo en México, Ed. Jus, n. 111, México D.F. 1962 ; E. KRAUZE, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), Tusquets Ed., México D.F. 1994.
  10. José Luis ROMERO, Latinoamérica. Las ciudades y las ideas, México 1976².
  11. El texto íntegro de tan notable documento bajo el título de «Memoria secreta presentada al rey Carlos III por S.E. el conde de Aranda, sobre la independencia de las colonias inglesas, después de haber firmado el tratado de parís de 1783», puede verse en JOSE MARIA HIDALGO, Proyectos de Monarquía en México, editado por Ángel Pola con prólogo suyo y de Benjamín de Gyves, en la ciudad de México, 1904, pp. 279-285. La Editorial Jus lo reeditó como num. 3 en su Colección titulada México Heroico; cf. también en A. BARQUIN Y RUIZ, Agustín de Iturbide. Campeón del Hispanoamericanismo, Ed. Jus, Colección México Heroico n. 77, México D.F. 1968. Aranda volverá sobre su idea en 1786. En la misma línea se encuentra el pensamiento del conde de Floriblanca, Don Francisco Antonio Moñino, también ministro de Carlos III y algo semejante pensaba el ministro de Carlos IV Manuel Godoy en 1804, quien propuso la idea de que “en cada colonia el gobierno supremo estuviera en manos de individuos de la Casa Real, pero no como reyes según quiso Aranda, sino como “príncipes regentes”, y que al lado suyo hubiera un Senado formado, mitad por españoles, y mitad por nacidos en América. Había por consiguiente, la convicción en algunas personas, de que era indispensable una reforma política en la situación colonial. Nada se hizo en la práctica, sin embargo, y la independencia, que pudo haberse hecho pacíficamente -como se hizo, por ejemplo, la del Brasil -, se efectuó, en cambio, mediante la guerra” (CARLOS ALVEAR ACEVEDO, Historia de México, Ed. Jus, México D.F. 1964, 173)
  12. MARIO HERNANDEZ SANCHEZ-BARBA, Historia de América, t. III, Madrid 1981.
  13. El término “indiano” comenzó en seguida a significar en el vocabulario español a los “naturales, pero no originarios de América”; significó también a los españoles emigrados a las Indias españolas que volvían a España con riquezas de América.
  14. M. AGUIRRE ELORRIAGA, El abate de Pradt en la emancipación hispanomaericana (1800-1830), Caracas 1940.
  15. “Herodianismo” quiere decir la actitud de compromiso con una mentalidad, cultura, religión y poder político, ajenos al propio pueblo y a sus raíces culturales y tradiciones religiosas (como el judío Herodes y sus seguidores se comportaron frente al Poder romano y a la cultura helénico-romana).
  16. J. MEYER, “El catolicismo social en México hasta 1913”, en Revue Historique, (1978), 143-159; cf. también La Cristiada, 3 vol., Ed. Siglo XXI, México 1973; Historia de los cristianos en América Latina. Siglos XIX y XX, Ed. Vuelta, México D.F. 1989.
  17. E. CARDENAS, “La vida católica en América Latina”, en Manual de Historia de la Iglesia, vol. X, Herder, Barcelona 1987, 413ss, especialmente 475-478.
  18. N. AUZA, Católicos y liberales en la generación del ochenta, Buenos Aires 1981.


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FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ