Diferencia entre revisiones de «HERNÁNDEZ CISNEROS, José Gregorio»

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(Isnotú, 1864; Caracas, 1919) Médico, Profesor, Siervo de Dios Notas biográficas esenciales

José Gregorio Hernández Cisneros, nació el 26 de octubre de 1864 en Isnotú (Venezuela) el 28 de octubre de 1864. Fue el segundo hijo en una humilde familia andina, con profundos principios religiosos que supieron inculcar desde su infancia a todos sus hijos. Finalizados sus estudios primarios en su pueblo natal, a los 13 años se traslada a Caracas en donde cursa su bachillerato como interno en el colegio Villegas; luego vendría su formación profesional como médico en la Universidad Central de Venezuela, en la que a los 23 años recibió el título de doctor en medicina, distinguido como el más brillante estudiante de su promoción.

Un año después el joven médico fue seleccionado por el Gobierno de entonces para estudiar en Europa las nuevas especialidades médicas que contribuirían a mejorar la salud pública en el país. Con ese objetivo José Gregorio pasa dos años entre París, Berlín y Madrid (1889-1891), perfeccionando sus conocimientos médicos bajo la tutoría de ilustres científicos como el miembro de la Academia de Medicina de Francia Mathias Duval, Charles Richet (Premio Nobel 1913) e Isidore Strauss, discípulo de Pasteur, de quienes recibe notables reconocimientos, entre los cuales destacó la «medalla de honor» como el mejor médico alumno de la cátedra de anatomía de la Facultad de Medicina de París, impuesta por el propio Strauss jefe de la misma. Finalmente asiste en Madrid a lecciones del padre de la Histología moderna y Premio Nobel de Medicina (1906) Santiago Ramón y Cajal.

En agosto de 1891, el doctor Hernández regresa a Venezuela, especializado en medicina experimental, y con la preparación para crear el laboratorio de fisiología experimental en el recién establecido Hospital Vargas de Caracas. Se inicia así su carrera médica de más de 23 años como investigador y médico, y también como docente universitario.

Su vida fue truncada por un fatal accidente de tráfico, al ser atropellado por un carro el domingo 29 de junio de 1919 en plena ciudad de Caracas. Un día antes había dictado su última lección en la Escuela de Medicina. Aquí había ejercido la enseñanza médica como titular de las cátedras de Histología, Fisiología, Bacteriología y Parasitología. Fue además fundador de los estudios experimentales de bacteriología y de fisiología, y de la primera cátedra de bacteriología establecida en América.

Como iniciador de los estudios de medicina experimental en Venezuela, el doctor Hernández fue igualmente co-fundador de la Academia Nacional de Medicina. En su actividad docente hizo numerosas publicaciones e investigaciones de notable valor científico. Fue un reconocido maestro que gozó del aprecio de sus alumnos, entre los cuales se destacan algunos que serían eminentes médicos como Martín Vegas, Domingo Luciani, Diego Carbonell y Pedro del Corral.

Por todas esas cualidades y su vocación de apóstol de la medicina, su biógrafo el doctor Miguel Yáber lo ha calificado como “...un modelo de universitario correcto, honesto, sencillo, humilde... quien en su vida profesional formo una escuela y dejo un modelo de vida universitaria...”. El Dr. Hernández destaca sobre todo como cristiano comprometido con su fe. Por ello fue considerado, ya en vida, como modelo ejemplar de vida cristiana. Supo conjugar la fe cristiana y la vida, la fe y la ciencia, la fe y la razón. Comprometido seriamente con su vida cristiana, quiso solamente buscar los planes de Dios sobre él, consagrándose totalmente a seguir la voluntad de Dios.

Por ello en dos ocasiones pensó que Dios le llamaba a la vida religiosa como monje y a la vocación sacerdotal, por lo que viajará a Europa, a Italia y Roma con el propósito de seguir aquel camino, que creía ser para él la voluntad de Dios. No eran esos los planes de Dios sobre él; problemas graves de salud mostraron que eran otros los planes de Dios. Su vocación era la medicina vivida intensamente como servicio a los más necesitados.

Su reconocimiento como médico con gran vocación social y compromiso cristiano, se mostró a lo largo de su vida profesional en Venezuela, con una dedicación total a los más necesitados de asistencia clínica. Su funeral demuestra el aprecio y la fama de la que gozaba en Venezuela. Tras su trágica muerte, una multitud de gentes acompañaron su féretro en Caracas llevándolo en hombros desde la Catedral Metropolitana hasta el Cementerio General del Sur.

Esa masiva manifestación de duelo causó un fuerte impacto en el entonces joven escritor Rómulo Gallegos, expresado en la reseña que hizo en una revista de la época en la cual señalaba: “...no era un muerto a quien llevaban a enterrar, era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones; puede asegurarse que en pos del féretro del doctor Hernández todos experimentábamos el deseo de ser buenos”.

Una nota de duelo aparecida el día siguiente del entierro en el diario «El Universal» resaltaba el modelo de vida de quien después sería llamado “el médico de los pobres” al afirmar: “...transitó su sedero dulcemente, con un amplio gesto de misericordia en su ademán, con una lumbre de éxtasis en los ojos acostumbrados a mirar al cielo y cuando alzo el vuelo, como el águila, habría dicho Martí, tenía blancas las alas”.

Años después, en un discurso en la Asamblea Legislativa de Trujillo, en Isnotú (3 de octubre de 1966), el ex presidente Rafael Caldera, al referirse a la trayectoria del doctor Hernández se expresaba así: “No se trata de un santo de tonsura, sino de uno cuyas estampas recorren el país tocado de sombrero tirolés; es un santo del pueblo, salido de la universidad; para él la santidad fue el ejercicio de la ciencia...”.

Muere en el ejercicio de su profesión

El día de su muerte, el doctor José Gregorio Hernández Cisneros cumplía 31 años de haber aprobado su examen de grado en la Facultad de Medicina. La tarde anterior se había firmado en Versalles el tratado que oficialmente ponía fin a la «Gran Guerra» (1914-1918). Como hacía siempre, el Dr Hernández Cisneros se levantó poco antes de las cinco y rezó el Ángelus; luego se dirigió a la vecina iglesia de la Divina Pastora donde oyó misa y comulgó.

Cuando salió de allí fue a cumplir con la tarea que desde hacía muchos años llevaba a cabo y había prometido ante la tumba de su madre: atender a diario a los enfermos más pobres. Tras volver a su casa y desayunar frugalmente continuó su trabajo metódico programando la asistencia a los enfermos del día. Al terminar con ellos pasó a ver a los niños del Asilo de Huérfanos de la Divina Providencia y a los enfermos del hospital Vargas. Volvió a casa poco antes de mediodía, y se fue a la iglesia de San Mauricio para la oración diaria del Santísimo Sacramento que tenía por costumbr hacer cada día. A las doce en punto, al toque del Ángelus, rezó el Ave María y regresó para almorzar.

Según un testimonio recogido en los procesos para su canonización, a la una y media pasó a visitarlo un amigo que deseaba felicitarle por el aniversario de su graduación. Al encontrarle regocijado, el amigo le preguntó curioso: – ¿A qué se debe que esté tan contento doctor? – ¡Cómo no voy a estar contento!- Respondió José Gregorio con el gozo de quien estaba experimentando algo grande. – ¡Se ha firmado el Tratado de Paz! ¡El mundo en paz! ¿Tiene usted idea de lo que esto significa para mí?

El amigo comprendió el alcance de aquel gozo producido por la gran noticia. Entonces el médico acercándose a él y bajando la voz, le dijo en tono íntimo:– Voy a confesarle algo: Yo ofrecí mi vida en holocausto por la paz del mundo… Ésta ya se dio, así que ahora solo falta…Dejó en suspenso su frase. Su amigo quedó pesativo por lo que acababa de escuchar pero no imaginó lo cerca que estaba de cumplirse aquella ofrenda.

Poco después la vida del Dr. Hernández sería cortada en un trágico accidente causado por un buen amigo y antiguo discípulo suyo que manejaba uno de los pocos automóviles que por aquel entonces circulaban por la ciudad. El médico había salido de su casa de prisa y corriendo para asistir a una de sus pacientes, una anciana de escasos recursos que se encontraba gravemente enferma. Había pasado antes por una botica para comprar unas medicinas, pues sabía que la pobre señora no tenía dinero para adquirirlas.

Volviendo a casa fue cuando ocurrió el accidente inesperado. Llevaron al Dr. Hernández al hospital Vargas, donde entró casi moribundo. Fallecería casi de inmediato. Un sacerdote le había impartido el sacramento de la Extrema Unción. Alguien testificará que al momento de ser atropellado, José Gregorio Hernández habría exclamado: “¡Virgen Santísima!”. Eran las 2.15 de la tarde del 29 de junio de 1919. La trayectoria de una vida íntegra Del matrimonio formado por Benigno Hernández y Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros, nació el 26 de octubre de 1864 en el pueblito andino de Isnotú un niño al que bautizaron como José Gregorio, su padre se dedicaba al comercio y su madre a labores del hogar.

Por línea materna la familia estaba emparentada con la del cardenal franciscano Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo y primado de España, reformador de la vida eclesial y social de España, y quien había sido confesor de Isabel la Católica, fundador de la universidad de Alcalá y gran impulsor de la cultura en su época, y Regente de España tras la muerte de los Reyes Católicos. Por vía paterna José Gregorio era pariente de Francisco Luís Febres Cordero Muñoz, eminente educador y escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, y correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española.

Su madre, una mujer muy piadosa, falleció cuando él niño tan solo tenía ocho años pero dejo impregnada en su personalidad una fuerte religiosidad. Al alcanzar la adolescencia se traslada a la ciudad de Trujillo para estudiar el bachillerato en el Colegio Federal de Varones. Su primer maestro, Pedro Celestino Sánchez, quien regentaba una escuela privada en Isnotú, notaría muy pronto las habilidades e inteligencia del pequeño por lo que señaló a su padre que debía aprovechar las cualidades del niño, recomendándole que lo enviara a la capital del país.

A los trece años el joven estudia en el colegio Villegas de Caracas, allí obtuvo en 1884 el título de bachiller en Filosofía. Cuenta Guillermo Tell Villegas regente del citado colegio, que José Gregorio era poco dado a jugar con sus compañeros y prefería pasar el tiempo libre en compañía de libros. A corta edad ya conocía a los clásicos y se auto impuso con mucha disciplina la obtención de una vasta cultura enciclopédica.

A los 17 años ingresa a la Universidad Central de Venezuela para estudiar leyes, pero el padre, conociendo la natural inclinación de su hijo por ayudar a los demás, lo anima a emprender la carrera de medicina. Así fue; el muchacho comienza a estudiar biología y medicina. Se gradua como médico el 29 de junio de 1888; ya entonces el joven doctor poseía una vasta cultura enciclopédica. Hablaba inglés, francés, portugués, alemán e italiano, y conocía también el latín; era un buen conocedor de la filosofía en sus varias corrientes; amaba y ejercía en el campo de la música y tenía además buenos conocimientos de teología. Para cumplir la promesa hecha a su madre y con el deseo personal de ayudar a sus paisanos se traslada a ejercer la medicina en su pueblo natal.

El 30 de julio de 1889 regresa a la capital para dar comienzo a una dedicada labor científica. Ese mismo año el Presidente de la República, Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, decide enviarlo a hacer el postgrado en las universidades de París y Berlín, con el objetivo de que estudiara teoría y práctica en las especialidades de microscopía, histología normal y patológica, bacteriología y fisiología experimental; para tal fin le fue otorgada una beca de 600 bolívares mensuales.

El camino del joven doctor tras la muerte paterna

Estando en Europa fallece su padre, quien le deja en herencia algunos bienes que él decide traspasar por completo a los hijos de su hermana María Sofía. Regresa en 1891 para dedicarse a enseñar todo lo que había aprendido, y funda algunas importantes cátedras en la Universidad Central de Venezuela. Su clientela crece día a día a la par que crecía su prestigio como científico, llegando a tener la más amplia lista de pacientes en Caracas.

En el campo filosófico el Dr Hernández se declara partidario del creacionismo, imbuido por un fuerte espíritu religioso que lo llevaría años más tarde a intentar consagrarse a la vida monástica. En 1907, con 43 años cumplidos y luego de haber prestado importantes servicios en su patria, el Dr. José Gregorio Hernández comunica a Don Juan Bautista Castro, Arzobispo de Caracas, su decisión de entregarse en cuerpo y alma a la vocación religiosa. El Arzobispo, que por muchos años había sido consejero espiritual del joven médico, muestra ciertas reservas pues considera que aún eran muchos los servicios que podía prestar al país en su condición de científico.

De todos modos decide verificar su vocación y por ello lo envía al convento de la orden de San Bruno en La Cartuja de Farneta, cercana de la ciudad de Lucca, en Italia. Allí fue aceptado bajo el nombre de Hermano Marcelo el 29 de agosto de 1908. Comienza así un severo noviciado, típico del rigorismo ascético de los Cartujos, donde el silencio, la larga oración, las constantes mortificaciones y los duros ayunos y abstinencias, además del aislamiento claustral, evitando por completo el contacto con personas, seglares e incluso religiosos de su misma Orden, eran prácticas comunes de la tradicción cartuja.

Además la vida en aquel monasterio era sumamente dura, pues a parte de las reglas comunes de clausura, aislamiento y tiempos completos dados a la contemplación, al trabajo manual y al estudio, debían soportar las temperaturas propias del tiempo europeo de sus estacioones de fríos extremos en los largos inviernos lluviosos, de nieblas cerradas, húmedos y a veces con la visita de la nieve y con temperaturas de varios grados bajo cero, o los duros veranos asfixiantes por los calores.

Los monjes vivían al compás de las estaciones, soportando los fríos del invierno y los calores del verano en sus celdas desnudas. Todo esto llevó a que el novicio monje fray Marcelo, pese a estar espiritualmente motivado, tuviera que desistir en aquel camino que había abrazo tan sumamente motivado, pues su salud se vio gravemente comprometida. El maestro de novicios Dom Ettienne Arriat, consideró prudente y así lo recomendó al Padre General de la Orden, que Fray Marcelo volviera a ser el doctor José Gregorio Hernández, y que regresara a Venezuela para recuperar totalmente la salud. Por esa razón, y a pesar de dolerle en el alma, José Gregorio se vio precisado a dejar la vida monástica y a abandonar la Cartuja de Farneta ocho meses después de haber ingresado en ella.

El 21 de abril de 1909, el vapor «Cittá di Torino» dejaba en el puerto de La Guaira a un dolorido y probado José Gregorio, quien temeroso de las burlas que lo podían esperar en Caracas, prefirió pasar la noche en una pensión de la calle Los Baños en Maiquetía. Desde allí escribió y envió una carta a su hermano César en la que explicaba a la familia el motivo de su regreso y sus planes inmediatos.

En líneas escuetas contó que un mes antes, el Abad de los Cartujos le había comunicado que no podía admitirlo porque la experiencia había demostrado que el joven novicio, pese a su entrega y entusiasmo, el estado de su salud era una muestra clara de que su vocación no era la de la vida como cartujo, y que su lugar estaba en la vida activa por lo que le recomendaba ingresar en la orden de los Jesuitas o que se hiciera sacerdote secular. En la parte final de la carta le decía al hermano que le había escrito al Arzobispo de Caracas, pidiéndole que lo recibiera en el seminario; le pedía a su hermano que fuera a ver al Arzobispo para saber qué decisión habría tomado.

Al enterarse de que la respuesta había sido positiva, José Gregorio subió de incógnito a la capital y entró en el Seminario. El 24 de abril, el diario «La Religión» anunciaba el regreso al país del doctor Hernández al país, e informaba que éste había sido recibido en el Seminario Mayor de Caracas. La noticia provocó una avalancha de visitas al seminario para saludar al viejo amigo: familiares, amigos, estudiantes de medicina, antiguos pacientes y colegas querían pasar a verle para testimoniarle su afecto y respeto.

Mas la llegada del médico, ahora seminarista, revivió en la ciudad el debate que se dio meses antes, cuando éste partió a la Cartuja de Farneta, sobre cuál debía ser el lugar a ocupar un personaje de aquel calibre como era el Dr Hernández: si la universidad como profesor titular de medicina o la vida clerical como sacerdote. El doctor Luis Razetti, quien siempre fue gran amigo del Dr Hernández pese a no compartir las ideas del Dr Hernández, intervino en un debate que ya era público, donde algunos defendían la presupuesta vocación médica del joven médico, más que una también supuesta vocación sacerdotal, preguntándose:

“¿Dónde es más útil a la sociedad, en el laboratorio o en el seminario? Nadie tiene el derecho a censurar el acto en sí realizado por el doctor Hernández, pero todos debemos lamentar su extrema decisión porque sustrae a nuestra actividad un elemento útil (…) apaga en la universidad una luz y resta una inteligencia en el concierto de las actividades científicas del país”.

Atendiendo aquellas razones, el Arzobispo, Don Juan Bautista Castro, aconsejó a Hernández volver a la universidad como maestro, pues la juventud lo necesitaba. Más por un acto de obediencia que por deseo, José Gregorio accedió a volver a la vida civil. A los pocos días estaba dando clases en la universidad y participando en investigaciones científicas, pero con el secreto propósito de reintentar su ingreso en alguna otra orden religiosa.

Es por ello que, sin que casi nadie lo supiera, buscó empleo como oficial de carpintería en un pequeño taller. Todas las tardes, al salir de la universidad, el joven profesor se dirigía a orar en una iglesita y luego se encaminaba hacia la carpintería donde trabajaba como aprendiz, cambiándo sus vestidos de elegante profesor con los trajes de faena de un carpintero. Era consciente que su intento de seguir la via monacal entre los cartujos se había debido a la falta de resistencia física para aquel tipo de vida, por lo que ahora intentaba ensayar o entrenar su cuerpo a una vida asceticamente dura con el fin, quizás, de seguir de nuevo la vida religiosa rigurosa si tal ea el querer dee Dios.

En 1913 se registró su tercer intento de querer seguir el camino hacia el sacerdocio. En aquel año el doctor Hernández se embarca para Roma con la intención de ingresar en el Colegio Pío Latino Americano, donde se formaban muchos candidatos latinoamericanos para el sacerdocio. Poco tiempo después cayó de nuevo gravemente enfermo enstando al borde de la muerte. Era su tercer fracaso en su propósito de seguir un camino de vida religiosa y sacerdotal.

El consejo fue el mismo de las veces anteriores: regresar a la vida laica y desde allí servir a Dios. Aceptó lo que la realidad continuamente le había mostrado: seguir como laico cristiano la experiencia cristiana; como laico bautizado, sin otras pretensiones especiales. Así que decidió entonces llevar una existencia simple y en oración al lado de su hermana Isolina, y ayudando como médico a sus pacientes más necesitados. Y así vivió el resto de su vida hasta que la muerte le segó su existencia inesperadamente, en la flor de la misma, en junio de 1919 cuando fue atropellado. Una muerte trágica La muerte del Dr. Hernádez fue inesperada y trágica. El Doctor había sido atropellado por un automovil cuando se dirigía a asistir a una pobre enferma. Socorrido de inmediato entró prácticamente cadáver en el Hospital a causa de una fractura en la base del cráneo. El velatorio se realizó en el paraninfo de la Universidad Central de Venezuela, donde miles de caraqueños acudieron a rendir sus respetos al admirado médico. El 30 de junio, día de las exequias la ciudad se paralizó. El cortejo fúnebre que partió a las 4 de la tarde, no pudo llegar al cementerio sino a las nueve de la noche. Su tumba quedó tapada por una montaña de flores como tributo de un pueblo que le admiraba y agradecía todo el bien que aquel santo médico llevó a cabo con humildad y desprendimiento.

Una nota de misericordia en acto es la que acompañó la muerte trágica del Dr. Hernández. El conductor del vehiculo que había atropellado casaulamente al buen médico era un alumno y amigo suyo. Las autoridades judiciales correspondientes detuvieron y juzgaron al conductor del vehículo, que fue condenado por los tribunales como un delito de asesinato involuntario. Los miembros de la familia Hernández enviaron un escrito al juez en el que aclaraban que ellos no solicitaban castigo alguno para el responsable pues estaban convencidos de que el suceso en el que pereció el doctor Hernández se debió a un accidente, sin intención delictuosa.

Creían que lo sucedido aquella tarde del 29 de junio de 1919, era la voluntad de Dios y se conformaban con acatar el designio divino. El noble gesto de la familia del médico llevó al fiscal a rectificar su pedido de condena. Como consecuencia, la Corte Superior Penal confirmaría la absolución que se había dado antes en primera instancia, y dispuso que se librara al acusado que disfrutó de larga vida. Aquel gesto por parte de la familia del Dr. José Gregorio, era algo que mostraba a las claras el profundo sentido de caridad y misercordia cristianas que había acompañado la vida de aquel Doctor, al que todos consideraban un auténtico cristiano en todas las facetas de la vida. Por ello muy pronto se pensó en la introducción de su proceso de canonización. El largo camino de un Proceso de canonización en la borrascosa historia eclesiástica reciente del arzobispado de Caracas La caridad heroica de José Gregorio Hernández Cisneros y su honda vocación cristiana quedaron grabadas en el sentir del pueblo. Desde el día de su muerte un incesante peregrinar llegó a su tumba. En 1949 la iglesia puso en marcha el proceso de canonización.

El 15 de junio de 1949, el Arzobispo de Caracas nombró un Tribunal delegado que habría de llevar la causa y designó al padre Antonio de Vegamián como postulador de la misma. Comenzaba así la Primera Fase de Investigación Diocesana. Para la primera fase de investigación se escogieron 39 testigos que declararon sobre el caso.

Lamentablemente, el proceso tropezó con algunas pausas causadas no por el caso en sí, sino más bien por dificultades entre los llamados Actores o encargados de la Causa, el Arzobispo de Caracas, Lucas Guillermo Castillo, y su vicario general, Nicolás Eugenio Navarro; entre ellas recelos entre los mismos que nada tenían que ver con la Causa en sí, y por varias supuestas objecciones de caracter histórico que debían ser aclaradas.

Nicolás Eugenio Navarro, uno de los más notables personajes de la iglesia católica venezolana, fue postulado en cuatro ocasiones al cargo de Arzobispo; sin embargo, por razones enmarcadas en contrastes intestinas del clero de aquel entonces, jamás llegó a ser electo. Para entender bien esto es necesario remontarse a uno de los más sombríos periodos de la iglesia venezolana.

A raíz de la muerte del Arzobispo de Caracas monseñor Juan Bautista Castro, el 7 de agosto de 1915, se puso por primera vez sobre la mesa el nombre de Navarro como candidato al arzobispado. Su postulación la apoyaba el presidente provisional de la República Victorino Márquez Bustillos; además de Navarro fue propuesto el presbítero Buenaventura Núñez quien ejercía para la época de Vicario Capitular, a este le apoyaba el internuncio Carlo Pietropaoli.

Pero como desde el 24 de diciembre de 1899 (fecha del nombramiento de J.B. Castro como Vicario General) sectores de la iglesia en Caracas se mantenían en permanente conflicto por el control de la Arquidiócesis, ambas candidaturas fueron desechadas a favor de un foráneo, el presbítero Felipe Rincón González.

Aquel enfrentamiento entre el Cabildo Metropolitano y la Arquidiócesis llevó incluso a monseñor Juan Bautista Castro a denunciar el 19 de febrero de 1906 ante el entonces presidente de la República, Cipriano Castro un intento de asesinato en su contra. Él mismo escribió en tal sentido:

“Una mano enemiga puso ayer en la vinajera del vino con que iba a celebrar la Santa Misa, una buena cantidad de nitrato de plata, con la intención, sin duda, de envenenarme o de causarme grave daño. El autor de esta maldad que llega hasta el crimen no es ninguno de los que viven conmigo en el palacio: de esto estoy completamente seguro. Conocí el hecho en el acto de tomar el nitrato en la Misa, que yo creía que era el vino consagrado: nada me ha sucedido, a Dios gracia, porque esa sustancia no perjudica sino en muy grande cantidad, según me han dicho los médicos, pero imagínese Ud. cual habrá sido mi impresión y mis tristes pensamientos” (Extracto de carta de monseñor Juan Bautista Castro al presidente Cipriano Castro, fechada el 19 de febrero de 1906).

Siendo entonces que Nicolás Navarro fue uno de los más fieles acólitos de monseñor Castro, no se consideró prudente seguir apoyando su candidatura a la sucesión y se optó por la fórmula antes citada. Sin embargo, el gobierno diocesano de Felipe Rincón González no estaría tampoco exento de problemas originados en el viejo deseo del Cabildo de tomar control de la Arquidiócesis, y terminó siendo víctima de una denuncia en torno al presunto manejo irregular de las finanzas para lucrarse y favorecer a familiares.

Las acusaciones, que llegaron a ser procesadas por el Vaticano, salpicaron a monseñor Navarro, quien por mera casualidad se enteró de aquel asunto. El hecho es que monseñor Basilio De Sanctis, encargado de negocios de la Nunciatura, implicó a Navarro como cómplice del Arzobispo Rincón González en el pretendido manejo turbio de las finanzas. Esta acusación terminaría afectando una futura candidatura de monseñor Navarro a la vicaría general con derecho a sucesión.

En junio de 1937 el Arzobispo de Caracas, Felipe Rincón González, ante la fuerte presión anímica que vivía por las investigaciones a las que era sometido, propuso a monseñor Nicolás Navarro como Vicario General y coadjutor, solo que al mismo tiempo el nuncio Luigi Centoz, presentó el nombre del presbítero Pedro Pablo Tenreiro.

Monseñor Rincón González rechazó aquella propuesta y envió un telegrama a Su Santidad en Roma solicitando el visto bueno para la candidatura de Navarro. La respuesta a aquel telegrama jamás llegó. Aparentemente el hecho de haber sido enredado en la presunta malversación de bienes de la arquidiócesis impidió que el Vaticano aprobara la candidatura de monseñor Nicolás Navarro.

En el primer semestre de 1938, la problemática de la iglesia era tan grave que el Papa Pío XI decidió enviar a Monseñor Maurilio Silvani, nuncio apostólico en Haití, en misión especial a Venezuela con la tarea de enderezar los entuertos causados por la Visita Apostólica que procesaba las denuncias hechas en contra del Arzobispo Rincón.

Silvani, luego de investigar en el terreno y escuchar a las partes, sopesando la situación propuso dos salidas: una era dar la coadjutoría con derecho a sucesión a monseñor Navarro, y la otra más drástica promover la renuncia del Arzobispo Felipe Rincón González con el nombramiento directo de Navarro en el cargo. Había una condición para esta segunda opción y era la de que Navarro nombrase de una vez un coadjutor que ayudara a “dulcificar” sus decisiones como Arzobispo, dado que era conocida su aversión por los que participaron en la investigación contra Felipe Rincón.

Logrado por fin el acuerdo entre los sectores en pugna, se pasó a consultar con el ejecutivo nacional, siguiendo la costumbre heredada del antiguo patronato. El presidente Eleazar López Contreras, quien no se mostraba de acuerdo con la renuncia del Arzobispo Rincón, por considerar que lesionaría su dignidad, terminó aceptando la fórmula de la coadjutoría. En este punto todo parecía solucionado pero un hecho, que no puede sino calificarse de bochornoso, vendría a dar al traste con la tercera postulación de monseñor Nicolás Eugenio Navarro.

El viernes 8 de julio de 1938, el presidente López Contreras, en reunión con el gabinete ejecutivo planteó la candidatura de Navarro a la coadjutoría con derecho a sucesión. El Dr. Cristóbal Mendoza, ministro de Hacienda elogió entonces los méritos académicos y espirituales del prelado pero al mismo tiempo declaraba que “él se consideraba autorizado para hablar en nombre de la sociedad de Caracas y en consecuencia, podía asegurar que ésta no vería jamás con agrado en el trono arzobispal capitalino a un individuo de color”. Entonces el presidente de la República prefirió evadir el espinoso asunto pasando a otros asuntos.

Al problema se le buscó una salida enviando a Navarro al Congreso de Historia de Bogotá, como parte de la delegación venezolana. Así que en lugar de verse en camino de ocupar la mitra de la sede metropolitana, el sorprendido prelado se vio de pronto en un viaje que no tenía para nada previsto. Luego de ser descartado por su color de piel, monseñor Navarro tendría una cuarta oportunidad en abril de 1939, pero en esa última ocasión fue impugnado por el Vaticano debido al temor que aún provocaban las viejas rencillas de la curia caraqueña, en las que Roma lo veía como parte actora.

El 29 de mayo de 1939 el Congreso Nacional, siguiendo el trasnochado Patronato “republicano”, eligió a monseñor Lucas Guillermo Castillo como Arzobispo Coadjutor de Felipe Rincón González. Las aspiraciones de monseñor Navarro llegaban así a su fin.

El 17 de abril de 1941, monseñor Lucas Guillermo Castillo nombró a Navarro Vicario General y Provisor, en una decisión que fue ampliamente criticada. En ese cargo lo acompañaría Navarro hasta el 3 de mayo de 1952, cuando hubo de presentar su renuncia ante el nombramiento de Rafael Arias Blanco como Coadjutor. De esa ocasión se conserva una carta de renuncia en la que se percibe el dolor y la amargura de Navarro ante lo que él consideraba un progresivo e injustificado aislamiento de sus funciones como Vicario, en los que según sus propias palabras “se vio obligado a retraerse, reduciendo su actividad en términos hartos limitados y viviendo casi extraño a los asuntos ordinarios del despacho”.

El Arzobispo Lucas Guillermo Castillo murió el 9 de septiembre de 1955. Tocaba ahora a monseñor Rafael Arias Blanco tomar el testigo en la causa de canonización del doctor José Gregorio Hernández. Sin embargo, nada se retomaría sino hasta el 21 de enero de 1957, cuando el nuevo arzobispo designó a monseñor José Rincón Bonilla como postulador de la causa.

A esa altura solo se completaron tres sesiones de interrogatorios, y muchos de los 39 testigos propuestos por el padre Vegamián estaban muertos; así que se optó por comenzar de nuevo el proceso informativo. El 28 de enero Rincón Bonilla presentó una nueva lista de 13 testigos que terminaría ampliándose a 16. Los interrogatorios se llevaron a cabo entre el 11 de febrero y el 16 de diciembre de 1957. El 8 de octubre de ese año, el Nuncio Raffaele Forni envió a la Sagrada Congregación de Ritos una carta de monseñor Navarro en la que éste exponía sus reparos al proceso de beatificación y dejaba ver la molestia sentida en contra de Monseñor Lucas Guillermo Castillo.

A las nueve y cuarto de la noche del 30 de septiembre de 1959 perdió la vida en un accidente de tránsito, monseñor Rafael Arias Blanco dejando vacante el solio arzobispal; que no sería ocupado sino hasta el 31 de agosto de 1960 por Monseñor José Humberto Quintero. En la madrugada del 6 de noviembre de ese mismo año llegó a su fin la existencia terrenal del prelado Nicolás Eugenio Navarro, el hombre que se opuso a la beatificación de José Gregorio, sin motivos explicitamente serios.

En 1961, luego de un feliz interludio para la feligresía católica por el nombramiento de José Humberto Quintero como primer cardenal de Venezuela, la Sagrada Congregación de Ritos autorizó por decreto, la apertura de un proceso informativo adicional en el que se evaluarían las observaciones formuladas por monseñor Nicolás Navarro en contra de la beatificación. El 24 de julio el Cardenal Quintero designó el tribunal que se encargaría de instruir ese proceso. 

Ese tribunal interpeló a 7 testigos y encargó a monseñor Jesús María Pellín la elaboración de una biografía psicológica de monseñor Navarro, en ésta el conocido director del diario «La Religión» concluyó que pese a ser Navarro un hombre de singular talento, era a la vez una persona de carácter difícil y amargo, soberbio y crítico acérrimo de todo proyecto que no emprendiera él mismo.

Finalmente, el 16 de octubre de 1961 el tribunal diocesano desestimó los reparos hechos por Navarro en contra de la fama de santidad de José Gregorio, concluyendo que “la oposición del prelado no era contra las virtudes del Siervo de Dios, sino contra su superior monseñor Castillo, porque no podía aceptar que lo hubiesen nombrado Arzobispo de Caracas, y difícilmente podía disimular los sentimientos de aversión, molestia y disgusto inspirados por el hecho de que el nombramiento recayera en monseñor Castillo y no en él”.

Se franqueaba de esta manera uno de los más importantes obstáculos puestos en el camino de José Gregorio para alcanzar el reconocimiento heroico de su virtudes y abrir así el paso a su beatificación y canonización, con la condicional canónica de dos milagros aprobados canónicamente, tras sendos procesos independientes para cada caso (uno para la beatificación y otro para la canonización). El 2 de abril de 1964, la Sagrada Congregación de Ritos al no conseguir más objeciones, emitió un decreto en el que certificaba que no había trabas que impidieran continuar el proceso.

El 29 de junio de 1969, con motivo del cincuentenario de la muerte del Dr. Hernández, la Congregación de las Causas de los Santos del Vaticano ordenó la revisión de los restos del ya Siervo de Dios José Gregorio Hernández Cisneros. Para entonces el Proceso canónico sobre la vida y las virtudes del Siervo de Dios estaba en la fase final del examen para ser proclamado como Venerable. La revisión debía efectuarse en presencia de dos médicos, un juez, dos testigos y el Postulador de la causa. En aquella ocasión, su tumba recibió la visita del doctor Rafael Caldera, presidente de la República Venezuelana y de otros miembros del Gobierno.

La fama de santidad del Dr. José Gregorio no sólo no la consumía el pasar de los años, sino que iba creciendo con más y más visitantes que acudían a la tumba. Pese a que en 1970 se colocó una reja techada para impedir el acceso directo de las personas, igualmente se iban acumulando flores, estampas, placas de agradecimiento, récipes, exámenes médicos, toda suerte de papeles y muchas velas, que provocaron un incendio en el lugar.

Este siniestro llevó a que se tomara la decisión de trasladar los restos mortales a la iglesia de La Candelaria; el acto de exhumación sería aprovechado para cumplir con el requisito de la revisión ordenada por las normas de la Congregación vaticana de las Causs de los Santos. El 23 de octubre de 1975 se exhumaron los restos, trasladarlos a su nuevo sitio tras proceder a la revisión protocolar, donde estuvieron presentes todavía algunas personas testigos presenciales de la muerte del Dr José Gregorio y de su sepultura.

En la correspondiente exhumación se encontraron las tumbas de los dos hermanos, José Gregorio y César Hernández, pero con datos suficientes para ser identificadas en sus respectivos lugares y segundos ataúdes interiores de zinc, dentro de los ya consumidos y desintegradas de madera. En concreto lo primero que hallaron fueron dos latas llenas de tierra, que pertenecieron a la primera tumba del doctor José Gregorio.

Más abajo estaba la pequeña urna de cemento en la que se colocaron los restos exhumados en 1939. La urna correspondiente al Doctor José Gregorio fue trasladada hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, donde se verificó la inspección canónica y se levantó el acta correspondiente que hoy se conserva en el Archivo de la Congregación de las Causas de los Santos en el Vaticano.

El 16 de enero de 1986, luego de aprobar a José Gregorio el ejercicio heroico de las virtudes cristianas, se le dio el título de Venerable, antepenúltimo escalón en el largo camino de la santidad canonizada. Su beatificación primero, y su canonización en un segundo momento tendrán lugar cuando, a través de la intercesión del Venerable José Gregorio Hernández Cisneros, considerado por muchos fieles de Venezuela de todos los ámbitos sociales como un ejemplo por excelencia de fe, esperanza y caridad cristianas heroicas, se pueda demostrar científica y documentlamente la existencia de un milagro en respectivos Procesos para cada caso, allí donde hayan tenido lugar, y verificados de nuevo en otros respectivos Procesos en Roma, por sendas Comisiones médicas internacionales para el aspecto médico si se trata de una curación considerada inexplicable para la ciencia médica, y de teólogos para el aspecto teológico del considerado «milagro».

ACTUALIDAD DE SU FIGURA En enero de 1986, Juan Pablo II decretó «Venerable» a José Gregorio, paso fundamental para la beatificación y canonización de este médico de la caridad, que, en el ambiente de crisis de valores humanos y religiosos, relativista y contrario a lo religioso que le tocó vivir, supo actuar como hombre de ciencia y con una profundidad de principios cristianos y conciencia cívica no comunes. Por ello, en el supuesto de que el Dr José Gregorio Hernández Cisneros llegue a ser declarado santo por la Iglesia, como uno de los primeros santos venezolanos, su elevación a los altares representaría una privilegiada ocasión para fortalecer la autoestima humana y cristiana, y los valores de la sana convivencia entre las gentes de Venezuela en tiempos convulsionados como los que se viven en estos inicios del siglo XXI. José Gregorio Hernández Cisneros no solamente fue un eminente académico, docente y científico de las ciencias médicas, sino que además fue un cristiano cabal y un seglar comprometido hasta el fondo con su fe cristiana. En su vida, fe y razón estuvieron estrechamente unidas. José Gregorio fue un hombre de sólidos principios cristianos, y por ello su vida profesional supo integrarse totalmente en su experiencia cristiana. Su fe y su amor al hombre estuvieron tan unidas que para él fue inconcebible un divorcio entre ambas. Por ello su vida como cristiano iluminaba el camino de su brillante carrera profesional como médico y científico al servicio de la sociedad de su país. BIBLIOGRAFÍA - ALEGRÍA, Ceferino, Figuras médicas venezolanas I, Ediciones Pulmobronk, Caracas, Venezuela, 1970.

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- La trivia N° 1 de la vida del Dr.José Gregorio Hernández 26.12.2014 09:19

FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ