GUIZAR Y VALENCIA, San Rafael

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Michoacán, 1878– Ciudad de México, 1938) Santo y Obispo.


Rafael Guízar y Valencia nació en Cotija, Michoacán, el 26 de abril de 1878; su padre fue Prudencio Guízar González y su madre Natividad Valencia Vargas, quien murió cuando el pequeño Rafael tenía nueve años de edad. Rafael fue el sexto de diez hermanos; uno de ellos, Antonio, también siguió la carrera sacerdotal y llegó a ocupar la silla episcopal de Chihuahua. Asimismo, tres de sus hermanas profesaron como religiosas teresianas y un primo suyo, José María González Valencia, fue obispo de Durango.


Realizó sus primeros estudios en la escuela parroquial y en una escuela fundada por los padres jesuitas en la Hacienda de San Simón. Más tarde ingresó al seminario menor de Cotija en 1891, y cinco años después al seminario mayor de Zamora. Fue ordenado sacerdote a la edad de 23 años, el 1° de junio de 1901 y celebró su primera misa el 6 de junio de ese mismo año, en la festividad del Corpus Christi.


En sus primeros años como sacerdote acompañó al obispo de Zamora, José María Cázares, en sus visitas pastorales al igual que al obispo auxiliar, José de Jesús Fernández cuando realizó dichas tareas durante la enfermedad de Mons. Cázares. En 1905 fue nombrado misionero apostólico por S.S. León XIII; asimismo fue director espiritual e impartió la cátedra de Teología Dogmática en el Seminario de Zamora, trabajando siempre por formar el amor a la Eucaristía y la devoción por la Virgen María, tanto en sus alumnos como en los fieles a quienes visitaba durante sus misiones. También fue nombrado canónigo de la catedral. Era un hombre humilde y austero, de profunda oración, que al mismo tiempo se preocupaba por las necesidades materiales de los pobres. Esta preocupación le llevó incluso a emplear toda su herencia paterna, así como la de cuatro hermanos suyos que pusieron en sus manos los bienes heredados, con la misma finalidad de ayudar a los más necesitados, a los seminaristas, y para mejorar los templos de las comunidades en las que misionaba.


• “Don Rafael Guízar –un santo a la mexicana- (…) predicaba con el ejemplo de su desprendimiento y deshechura personal, pero jamás reparaba en ello. Siempre tuvo menosprecio –carencia de atención a cualquier individualidad, especialmente la suya- hacia sus propios actos. Miraba sólo a los efectos, y eso unos cuantos segundos, para volver a la acción, que fue su mejor compañera[1].


Tiempo después de haberse convertido en director espiritual del seminario, el padre Guízar fundó una congregación religiosa de misioneros que encomendó a Nuestra Señora de la Esperanza. Los «Esperancistas» nacieron del celo del Padre Guízar por la evangelización y su fundación fue secundada por el obispo auxiliar de Zamora, Mons. José de Jesús Fernández. En un inicio estuvo integrada por siete sacerdotes y al poco tiempo abrió un colegio para engendrar más fácilmente las vocaciones.


No obstante, la congregación duró solamente siete años debido a las envidias que despertó el afecto que la feligresía sentía por su fundador, pero principalmente debido a una calumnia que pesó sobre la cabeza del padre Rafael –se le acusaba de ser autor de un escrito anónimo, “encontrado” en la sacristía de la catedral, en el cual se injuriaba soezmente al obispo Cázares- y que lo llevó a ser declarado suspenso por el enfermo Mons. Cázares durante dos años. Este injusto castigo le fue levantado hasta después de la muerte del prelado, cuando la verdad fue confesada por el verdadero autor, un seminarista expulsado del seminario por Mons. Cázares.


Durante la revolución carrancista y con la finalidad de contrarrestar la campaña persecutoria contra la Iglesia, fundó en la ciudad de México un periódico religioso que fue cerrado por los revolucionarios. Del mismo modo, y a pesar del constante peligro que significaba, se dedicó a atender a heridos y moribundos en medio de los enfrentamientos de las distintas facciones revolucionarias; con esta finalidad se disfrazaba de vendedor de baratijas, músico o médico homeópata para poder pasar desapercibido y ejercer su ministerio. Su espíritu misionero y los conflictos armados que se suscitaban en México lo llevaron por distintos lugares de la República Mexicana e incluso a otros países como los Estados Unidos, Guatemala, Colombia y Cuba; en este último lugar sobresalió su caridad con los enfermos durante la epidemia de peste que en 1919 afectó a la isla.


Precisamente estando en Cuba, y mientras atendía a los enfermos de esa epidemia, recibió la noticia de haber sido nombrado obispo de Veracruz. Fue consagrado obispo en la catedral de La Habana el 30 de noviembre de 1919, aunque tomó posesión de su diócesis hasta el 9 de enero del siguiente año. Al inicio de su episcopado se dedicó a realizar visitas pastorales en casi la totalidad de su diócesis, durante las cuales predicaba en las parroquias, enseñaba la doctrina y confesaba durante largas horas, además de realizar obras de asistencia para los damnificados de un fuerte sismo que afectó al estado de Veracruz. Igualmente se dedicó con empeño a administrar el sacramento del matrimonio, regularizando muchas uniones de hecho.


Otro rasgo característico de su ministerio episcopal fue la importancia que le dio a la formación de los nuevos sacerdotes. Siguiendo esta preocupación, en 1921 rescató y renovó el viejo seminario de Xalapa, el cual había sido confiscado en 1914 por los revolucionarios carrancistas; sin embargo, el gobierno volvió a incautar el edificio una vez que estuvo renovado. Por esta razón, Mons. Guízar decidió trasladarlo a la ciudad de México, donde estuvo funcionando de manera clandestina durante 15 años. Maestros y seminaristas se trasladaron a la capital del país; uno de esos seminaristas era Darío Acosta Zurita, futuro mártir y beato.


Al iniciar la persecución contra la Iglesia encabezada por Plutarco Elías Calles, Mons. Guízar logró mantener abierto su seminario en la ciudad de México, el cual fue el único que permaneció en funciones en todo el país durante aquel periodo, llegando a tener 300 alumnos. No obstante, para salvar la vida tuvo que salir rumbo a los Estados Unidos y posteriormente a Cuba, Guatemala y Colombia; en 1929, después de la firma de los arreglos, decidió regresar del exilio. A pesar de esta aparente disposición del gobierno mexicano por detener las hostilidades contra la Iglesia, éstas continuaron y al poco tiempo el gobernador de Veracruz, Adalberto Tejeda, promulgó una ley que limitaba el número de sacerdotes en su estado, permitiendo el ejercicio de su ministerio solamente a trece sacerdotes.


Aquella ley “se proponía reducir los sacerdotes en todo el estado de Veracruz «para terminar –se decía- con el fanatismo del pueblo», como lo había publicado unos días antes el mismo gobernador en el diario «El Dictamen», amenazando aun con la muerte a quienes no se sometieran[2]. Mons. Guízar apeló esta decisión, pero no obtuvo resultado alguno; nuevamente se desató una ola de violencia y el culto se volvió a suspender, razón por la cual salió nuevamente desterrado de su diócesis para dirigirla desde la ciudad de Puebla y la capital del país.


Después de los arreglos e iniciado un nuevo modus vivendi, Mons. Guízar había ordenado sacerdote a Darío Acosta Zurita y lo había nombrado Vicario de la Parroquia de la Asunción (hoy Catedral) en el puerto de Veracruz. En este templo fue atacado, junto con los padres Rosas y Landa cuando enseñaban el catecismo a cientos de niños, por hombres enviados por el gobernador Tejeda: “Entraron por la puerta oriental como 4 ó 5 hombres vestidos con gabardinas militares y se fueron hasta el comulgatorio, se pararon y empezaron a disparar; a Rosas no le pegaron, se protegió con el púlpito se agachó y se cubrió[3]; el padre Darío fue acribillado por la espalda.


El mismo día del asesinato del padre Darío Acosta, Mons. Guízar y Valencia fue notificado por el párroco Justino de la Mora de lo ocurrido en la parroquia del puerto de Veracruz y de inmediato mandó una enérgica carta de protesta al gobernador Tejeda. En ella el obispo le dice: “Recibí por teléfono la fatal noticia de que, como fruto tanto de la ley inicua y tiránica que usted está aplicando en contra de la Iglesia, como de las órdenes que dictó usted a sus subalternos, en presencia de 2000 niños fueron asesinados dos de mis sacerdotes (el párroco le había informado que también el padre Landa yacía herido de muerte) en los momentos en que se dedicaban a enseñar la doctrina cristiana a esos mismos niños, en la iglesia de La Asunción de la ciudad de Veracruz. No pudieron escoger oportunidad más propicia para enaltecer a la Iglesia, fundada por Jesucristo, con la sangre de dos mártires derramada en fuerza del odio que usted y sus partidarios tienen a Dios y a su Iglesia (…) En estos momentos, cuando yo lloro herido por la espada del dolor, con motivo de tan enormes crímenes, los ángeles del cielo reciben las almas de dos mártires en medio de las más grandes alegrías para colocarlas entre los héroes del cristianismo.”[4]


Hacia los últimos años de su vida Mons. Guízar y Valencia publicó un pequeño libro titulado La Salvación de los Niños, el cual contiene “lo más puro y amable de su doctrina apostólica (…) revela cuán grande ha de ser el cuidado impartido a los pequeñuelos «aunque estén sus cuerpos cubiertos con pobres y sucios harapos, y sean objeto del desprecio de los hombres»”[5]. Tan grande fue su preocupación por los niños como por los desposeídos, de modo que fue conocido como “el obispo de los pobres” e incluso llegó a quedar en bancarrota personal en su afán por ayudar a los necesitados.


En diciembre de 1937, mientras se encontraba en una misión en la ciudad de Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo mantuvo atado a la cama y a su sillón hasta que murió. Desde esta postración dirigió la diócesis y el seminario. Finalmente falleció el 6 de junio de 1938 en la ciudad de México, en una casa contigua al seminario el cual había sido trasladado nuevamente desde Xalapa, donde funcionaba otra vez de manera clandestina a causa de la persecución religiosa que el gobernador Tejeda mantenía en el estado de Veracruz. Mons. Rafael Guízar sufría desde hacía tiempo diversos padecimientos como diabetes, flebitis crónica e insuficiencia cardiaca, entre otros. Fue asistido en sus últimos momentos por su hermano Antonio y después de su muerte, velado en casa de su hermano Prudencio. Posteriormente sus restos fueron trasladados a la ciudad de Xalapa, para ser sepultados en el Panteón Municipal en medio de grandes manifestaciones de cariño de sus fieles. Años después de su muerte se decidió trasladar sus restos a la capilla de Santa Teodora, en la catedral de Xalapa, por lo que el 28 de mayo de 1950 su cuerpo fue exhumado y encontrado incorrupto.


Fue beatificado por San Juan Pablo II en Roma el 29 de enero de 1995, en una ceremonia a la que se calcula asistieron más tres mil mexicanos; en la homilía, el Santo Padre señalaba: “La nueva evangelización, a la que he convocado en repetidas ocasiones a toda la Iglesia y en la cual está comprometida la Iglesia en América, encuentra en figuras como Rafael Guízar y Valencia, un modelo a seguir[6]. Posteriormente fue canonizado por S.S. Benedicto XVI el 15 de octubre de 2006, convirtiéndose así en el primer obispo latinoamericano en llegar a los altares, pues Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, fue español por nacimiento.


Obra(s): La salvación de los niños.


Notas

  1. Loret de Mola, p. 62.
  2. González Fernández, pp. 1614-1615.
  3. Langlois, pp. 36-37.
  4. Citada en González Fernández, pp. 1619-1620.
  5. Loret de Mola, p. 125.
  6. Citada en Loret de Mola, p. 166.


Bibliografía

González Fernández Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo. Editorial Arquidiócesis de Guadalajara. Guadalajara, México, 2008.

Langlois, Yvon. Darío, joven Mártir veracruzano. Montreal, Canadá 1999.

Loret de Mola, Carlos. Ángel sin ojos. La vida milagrosa del beato Rafael Guízar Valencia. Grijalbo. México, 1957.

Santa Sede, “Rafael Guízar Valencia (1878-1938)”. Consultado el 12/05/2014, disponible en: http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_lit_doc_20061015_valencia_sp.html


SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA