GUERRERO, Gonzalo

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Palos de la Frontera, 1470; Puerto de Ceballos, 1536) Padre del mestizaje novohispano.

Fue un marino español y uno de los primeros europeos en asentarse en el seno de una cultura indígena. Muere luchando contra los conquistadores españoles al mando de Pedro de Alvarado. Personaje controvertido porque se «aculturó» al pueblo maya, y llegó a ser jefe de los indígenas durante la conquista de Yucatán. Especialmente belicoso contra los conquistadores, fue conocido como «El Renegado» por sus compatriotas españoles, mientras que en la actualidad en México se le denomina el «Padre del Mestizaje».


También se le llamó Gonzalo Marinero, Gonzalo de Aroca y Gonzalo de Aroza. Muy poco se sabe de su infancia, salvo que nació en Palos de la Frontera, Huelva, España, en la octava década del siglo XV; es decir, era un poco más joven que Vicente Yáñez Pinzón cuando éste participo como capitán de la carabela «Niña» en la expedición de Cristóbal Colón que descubrió el Nuevo Mundo. La juventud de Gonzalo Guerrero transcurrió llena de las muchas historias y aventuras que circulaban sobre las nuevas tierras y mares recién hallados. Sin embargo antes de eso su destino no parecía encaminarle en esa dirección, sino más bien en la contraria. Fue más soldado que marino, y aparece como arcabucero en la conquista de Granada, en la campaña que acabó con la expulsión de los moros de España el 2 de enero de 1492, cuando las tropas de los Reyes Católicos, comandadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, derrotaron al rey Boabdil de Granada, poniendo fin a ocho siglos de poder islámico en la Península Ibérica. Como arcabucero siguió al Gran Capitán a Nápoles, donde España inició su influencia en Europa y sus ejércitos conformaron las unidades que luego llegarían a ser los famosos «tercios españoles»; una experiencia que luego sería muy importante en la vida de Gonzalo Guerrero.


Probablemente en alguna de sus estancias en Palos, debió convencerse de que tenía más posibilidades de hacer fortuna en tierras americanas que en las italianas, donde el esfuerzo de los soldados era cobrado por los señores de la tierra o sus capitanes, y no por ellos. En 1508, difuntos ya la reina Isabel y Cristóbal Colón, el rey Fernando el Católico decidió recuperar parte del poder político que había cedido a los Colón en las Capitulaciones de Santa Fe (17 de abril de 1492), pues su gobierno había generado muchas revueltas y enfrentamientos, y, al mismo tiempo, acelerar la exploración y conquista de Tierra Firme eludiendo el pretendido monopolio colombino e invitando a tal aventura a todo aquel que tuviera recursos o coraje para hacerlo. Fueron creadas entonces dos nuevas gobernaciones en las tierras comprendidas entre el cabo de la Vela (Colombia) y el cabo Gracias a Dios, (en la frontera entre Honduras y Nicaragua).


Se fijó el golfo de Urabá como límite de ambas gobernaciones: Nueva Andalucía al este, gobernada por Alonso de Ojeda, y Veragua al oeste, gobernada por Diego de Nicuesa. Hacia 1510 o quizá antes, Gonzalo Guerrero fue con Diego de Nicuesa a América, viéndose allí inmerso en las fratricidas luchas por el poder entre los capitanes españoles. Ojeda y Nicuesa tramitaron cédulas de posesión de Tierra Firme, y, por perseguir la fortuna en el mismo negocio, eran rivales; se odiaban a muerte. Se disputaban los límites de sus pretendidos feudos y, sobre todo, las fértiles tierras que rodeaban el Golfo de Urabá y, aunque ninguno de ellos tuviera asegurado su nombramiento, discutían sobre mapas sus arriesgados y ambiciosos proyectos. Muchos de sus hombres pensaban que, cualquier día, uno de los dos amanecería muerto. Mientras enviaban al rey cartas repletas de promesas de nuevas y ricas tierras, y de peticiones de nombramientos regios para gobernarlas, proseguían frenéticos sus exploraciones, ya que los indios morían en las plantaciones de caña, y había que sustituirlos por nuevos esclavos a los que cada vez había que capturar más lejos, pues los que conocían a los blancos huían al verlos llegar. Fueron años de desorden, en los que una desmedida ambición provocó, en contra de las leyes españolas, crímenes y abusos contra los indígenas, y demenciales luchas de todos contra todos. En esta despiadada situación, pronto comenzó a destacar Vasco Núñez de Balboa, quien se embarcó en la expedición comandada por el bachiller y Alcalde Mayor de Nueva Andalucía Martín Fernández de Enciso, quien salió a socorrer al gobernador Alonso de Ojeda. Ojeda junto con setenta hombres, había fundado el poblado de San Sebastián de Urabá en Nueva Andalucía, lugar donde después se levantaría la ciudad de Cartagena de Indias.


No obstante, la proximidad de numerosos indígenas belicosos que usaban armas venenosas, con las cuales hirieron en una pierna a Ojeda, decidió al gobernador a volver a La Española, dejando la ciudad a cargo de Francisco Pizarro, que en ese momento no era más que un valiente soldado en espera de que llegara la expedición de Enciso. Vasco Núñez de Balboa, merced a su buena fortuna y a su temeraria decisión, logró encontrar el Mar del Sur. Por fin se tenía constancia de que había otro océano tras de América y, por tanto, se podía volver a intentar la vieja idea de Cristóbal Colón de llegar a Oriente navegando hacia Occidente. Núñez de Balboa funda Santa María de la Antigua del Darién, en septiembre de 1510, de la que se proclamó alcalde y repartió los cargos del cabildo entre sus hombres, entre ellos a su capitán Valdivia, al que hizo regidor. Sólo necesitaba que las autoridades españolas legitimaran lo que había conseguido por la fuerza de las armas, para lo cual siempre ayudaba enviarles como regalo una muestra, lo más cuantiosa posible, de las riquezas de la zona que se proyectaba conquistar:


“Vasco Núñez deliberó que tornase Valdivia para hacer saber al Almirante y jueces de las nuevas de la otra mar, pidiéndole que lo escribiesen al rey por que enviasen mil hombres para proseguir aquel camino... Enviaron con el dicho Valdivia 300 marcos de oro, que son 15.000 castellanos o pesos de oro, para que enviasen al rey los oficiales de esta isla, que le habían cabido de su quinto.”[1]Con Juan de Valdivia, capitán de Núñez de Balboa, enemigo de Nicuesa, va desde Darién a la isla Fernandina, Santo Domingo, como oficial a cargo de esclavos y tripulación de la nao Santa María de Barca, armada en Almería. Pretende ver a Diego de Almagro en La Española y presentarle recomendación de Nicuesa para ser oficial en el galeón San Pelayo de Antequera. Parten de Darién el 15 de agosto de 1511, con buen tiempo. Pero, al amanecer del tercer día de navegación, se desató una gran tormenta. Peces voladores saltaron a la cubierta de la nave, lo que fue considerado un mal presagio. Vientos huracanados desgarraban velas y rompían mástiles, mientras olas gigantescas barrían la cubierta. El barco era presa de los desquiciados elementos que lo arrastraban vertiginosamente por un océano despiadado.


De pronto, un choque brutal y la nave se estrella. Habían naufragado en los bajos de las Víboras o de los Alacranes, frente a la isla de Jamaica. Sólo una veintena de personas, dieciocho hombres y dos damas, consiguen por el momento salvar sus vidas en un pequeño batel. Sin agua ni alimentos, agotados después de la terrible lucha contra la tormenta y el naufragio, el sol los martiriza y la sed es insoportable. Saben que si beben el agua del mar morirán y los tiburones que rodean la embarcación, siguiéndoles como buitres, tendrán su festín. De la veintena que subió al batel, únicamente llegan ocho a la costa de Yucatán. Tienen un primer contacto con los Cocomes, que se mostraron bastante agresivos. Gerónimo de Aguilar, fue la principal fuente de esta historia, ya que fue el único superviviente junto a Gonzalo Guerrero, pero, a diferencia de éste, regresó y narró la aventura. Ante los amenazadores gestos de los indios, el capitán Valdivia desenvainó su espada para defenderse e hirió a uno de ellos. Fue la señal que desató la violencia.

Los Cocomes sacrificaron a cuatro, entre ellos a Valdivia, y se los comieron. A los cuatro restantes los metieron en unas pequeñas jaulas, hechas con ramas y de forma cúbica, para engordarlos y degustarlos en otro próximo y macabro festín en su poblado. Pero, afortunadamente, la certeza del cruel destino que les deparaban sus captores les dio fuerzas para escapar. Llegaron a la tribu de los Tutul xiúes, enemiga de los Cocomes, en la Ciudad-Estado de Maní, a la que pertenecía Xaman Há, donde el cacique Taxmar los entregó como esclavos a Teohom, su sacerdote, quien, con duros trabajos y malos tratos, acabó con la vida de todos por extenuación, excepto con Gerónimo y Gonzalo. Aguilar explica bien cuál era su trabajo, que debió ser, en principio, muy similar al de Gonzalo Guerrero. No obstante, pronto vemos como la actitud de los dos supervivientes se va diferenciando. Gerónimo de Aguilar deja ver entre línea que, mientras Gonzalo Guerrero se iba «aculturando», él se mantuvo fiel a su cultura y religión, a veces con mucho sacrificio. Muy probablemente, Gonzalo Guerrero no fue tan casto como el fraile, de lo cual le sobrevendría finalmente el mal que Aguilar preveía, que el amor a una indígena, los hijos que ésta le diera y la formación de una familia, le apartaran de su cultura y de su religión.


En eso se diferencian ambos, mientras siguen pareciéndose en la realización de los más duros y penosos trabajos que, tanto el uno como el otro, pensaban que acabarían costándoles la vida. Compadecido Taxmar de los duros trabajos que realizaban sus esclavos, y enterado que los dos únicos supervivientes estaban al borde de la muerte, los reclama. También es verdad que han participado en algunos enfrentamientos con los enemigos de la tribu, en los cuales han destacado por su astucia y por sus dotes para desarrollar estrategias, prácticamente desconocidas entre los indios, para quienes su peculiar “guerra florida” era casi un deporte. Así que, sobre todo, los quiere como consejeros de guerra. Gonzalo les enseña diferentes formas de ataque y defensa, diversas formaciones en cuadros y columnas, y también cómo no todos los combatientes tienen que pelear al mismo tiempo, sino relevándose las líneas para alternar combate y descanso, a fin de no agotarse antes que los enemigos. Además, formó una rudimentaria y peculiar falange macedonia, suficiente para derrotar a los Cocomes, con lo que alcanzó un gran prestigio Como una de sus pertenencias más preciadas, Taxmar regala a Guerrero al sabio jefe Na Chan Can, cacique de los cheles en la ciudad de Ichpaatún, al Norte de la Bahía de Chetumal, quien, a su vez, lo regala a su Nacom (jefe de guerreros) Balam. Parece que entre ambos soldados surgió un buen entendimiento y mutuo respeto. Balam cuidaba de no agotar ni humillar a Guerrero, hasta que un día, al atravesar un río, Balam fue atacado por un caimán y Gonzalo Guerrero, en vez de aprovechar la oportunidad para escapar, se revuelve y mata al caimán, salvando la vida de su amo, quien, agradecido, le otorga la libertad. Como guerrero y hombre libre de su tribu, participa con gran éxito en varias expediciones guerreras. Se transculturiza, dejándose hacer mutilaciones y tatuajes rituales que eran propios a su rango.


Sus victorias se suceden y asciende hasta Nacom al casarse con la princesa Zazil Há, también llamada Ix Chel Can, hija de Na Chan Can. Consiente que a sus propios hijos les aplanen la frente con una tablilla, de la cual pendía una bolita que se colocaba entre los ojos de los niños para que los cruzaran y acabaran siendo bizcos, lo cual era un signo de belleza para los mayas. También sufre los rituales de mutilación, por los cuales los guerreros demuestran su desprecio al dolor y la muerte. Su aculturación e integración en el pueblo que lo había adoptado fue tan grande que, incluso, su primogénita, Ixmo, fue sacrificada en Chichén Itzá, para acabar con una plaga de langostas.


En 1519, desembarca la expedición de Hernán Cortés en la Isla de Cozumel, quienes se enteraron que dos españoles vivían en esa ínsula y enviaron mensajeros para ofrecer rescatarlos. Bernal Díaz del Castillo narra que en Cozumel algunos indígenas principales “dijeron que habían conocido ciertos españoles, y daban señas dellos, y que en la tierra adentro, andadura de dos soles, estaban y los tenían por esclavos unos caciques”[2]. Con dos indígenas y un grupo de soldados en un navío, envió Cortés una carta a los náufragos y algunas cuentas para que pagaran algún rescate; el primero en recibir la carta de Cortés fue Jerónimo de Aguilar “que entonces supimos que ansí se llamaba…y desque las hubo leído y rescebido el rescate de las cuentas que le enviamos, él se holgó con ello y lo llevó a su amo el cacique para que le diese licencia, la cual luego se le dio para que fue a donde quisiese. Y caminó el Aguilar a donde estaba su compañero, que se decía Gonzalo Guerrero, en otro pueblo cinco leguas de allí, y como leyó las cartas, el Gonzalo Guerrero le respondió: «Hermano Aguilar: yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras; íos vos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. ¡qué dirán de mí desque me vean esos españoles ir desta manera! E ya veis estos mis hijitos cuán bonicos son. Por vida vuestra que me deis desas cuentas verdes que traeís para ellos, y diré que mis hermanos me las envían de mi tierra».[3]


A diferencia del relato de Díaz del Castillo, sin más fundamento que la hostilidad de los indígenas hacia los exploradores españoles, en la obra “Historia de Yucatán” se afirma que Gonzalo Guerrero rechazó regresar con varias expediciones cristianas, y apoyó la expulsión de Francisco Hernández de Córdoba, Juan de Grijalva y Hernán Cortés (1518). Pero es cierto que en los años siguientes, los españoles estimaron que Guerrero se dedicó a entrenar a los mayas para defender su territorio, pues cuando Francisco de Montejo, en mayo de 1527, cruzó el Atlántico con 380 soldados en cuatro navíos, encontró serias dificultades para conquistar Yucatán. Gonzalo Guerrero combatió a los conquistadores Montejo (padre e hijo) y a su capitán Dávila. Instruyó a sus guerreros para que no temieran a los caballos y armas de fuego, aconsejando siempre no dar tregua ni fiarse de los blancos. En julio de 1531, el capitán Dávila partió con una fuerza hacia el sitio que hoy es Chetumal, donde suponían que vivía Guerrero y existían minas de oro; sin embargo encontró un lugar en abandono, y pese a que más adelante tomó a algunos mayas prisioneros, éstos lo engañaron diciéndole que Gonzalo Guerrero había muerto de forma natural, por lo que Dávila remitió informes a Montejo en Campeche sobre el supuesto fallecimiento. En realidad, Gonzalo Guerrero murió en agosto de 1536, cuando se enfrentaba a las tropas del capitán Lorenzo de Godoy para ayudar, con cincuenta canoas, a Çiçumba, cacique de Ticamaya (Honduras), en el valle inferior del Río Ulúa.


Su agonía no fue muy prolongada. Una flecha de ballesta se clavó justo en su ombligo y le atravesó hasta el costado. Luego, ironías de la vida, un disparo de arcabuz remató al que fuera arcabucero. Sus hombres le sacaron del campo de batalla y le escondieron detrás de unas palmeras. Todos sabían que había llegado su hora, así que ninguno intentó extraerle la flecha para no aumentar su sufrimiento o acelerar su fin. Sólo pidió a sus más allegados que cuidaran de sus hijos y, al resto de sus hombres, más de un millar, que siguieran combatiendo. Pero el combate fue encarnizado. Tuvieron que replegarse y el cadáver de Guerrero quedó en campo enemigo. Algunos españoles afirmaron luego haberlo visto: tatuado y vestido como un indio, pero barbado como un cristiano. Durante la noche, algunos de sus hombres rescataron su cuerpo y como postrero homenaje, lo lanzaron al río Ulúa, para que la corriente le llevara hasta el Océano de donde vino. El final de Gonzalo Guerrero en Puerto de Caballos, Honduras, queda relatado en la carta del Gobernador de Honduras, Andrés de Cerezeda, del día siguiente a la batalla, el 14 de agosto de 1536. Gonzalo Guerrero fue durante siglos un personaje maldito, un traidor, un renegado, un apóstata.


Era el hombre que combatió a sus compatriotas, que renegó de su patria, de su cultura, de su sangre y, lo que era en la época muchísimo peor, abjuró de su fe y negó a Cristo. Entre una nebulosa mítica o legendaria, los cronistas informados por Jerónimo de Aguilar, lo presentan como un ser extraño, raro e inquietante. No olvidemos que Aguilar, probablemente subdiácono, ya establece en sus relatos una comparación de su proceder contrario al de Guerrero. Él se mantuvo, con gran esfuerzo, casto y fiel a su rey y a su Dios; en cambio Gonzalo Guerrero había caído en la tentación de tomar mujer, formar una familia, mezclar su sangre con la de sus captores. Fue eso lo que, según Aguilar, le perdió, llevándole, poco a poco, a abrazar la cultura y los dioses de su nueva familia. Tal vez de su única familia, o de la única familia que recordaba y amaba, después de tantos años de guerras y desventuras por medio mundo.


Las cosas cambiaron tras la independencia de México. Entonces, curiosamente, muchos mexicanos, algunos probablemente descendientes de conquistadores españoles y ahora libertadores, comenzaron a sentir una verdadera pasión por la cultura maya que combatieron sus antepasados. Y entre los mayas, un nombre que simbolizaba la lucha contra la potencia colonial e imperialista, que simbolizaba la lucha por la libertad: Gonzalo Guerrero. Así, Guerrero pasó de villano a héroe, de traidor a paladín de las libertades, y el "egregio tránsfuga" fue objeto de honores y monumentos, entre los cuales destacan: una laguna cerca de Bacalar lleva su nombre, la Laguna Guerrero. El 4 de abril de 2008 se exhibió el boceto del mural “La cuna del mestizaje”, de Rodrigo Siller, como pieza del mes del Museo de la Cultura Maya. Paradójicamente, al final de la avenida que se denomina Prolongación del Paseo de Montejo (llamada así en memoria del conquistador a quien combatió) de la ciudad de Mérida, Yucatán, se encuentra un monumento a Gonzalo Guerrero, héroe indiscutiblemente para los habitantes de la región; obra del escultor Raúl Ayala, y que originalmente perteneció a los propietarios de la zona hotelera de Akumal, Quintana Roo. Su vida fue llevada al cine en la versión de héroe libertario en 2013 bajo el título: “Entre dos mundos, la vida de Gonzalo Guerrero”.

NOTAS

  1. Bartolomé de las Casas, Historia de la destrucción de las Indias, tomo II, capítulo 42, página 576
  2. Díaz del Castillo, Cap. XXVII, p. 66
  3. Ibídem.

BIBLIOGRAFÍA

Díaz del Castillo Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Espasa-Calpe, 8 edición, Madrid, 1989

Diccionario Porrúa, Historia, Biografía y Geografía de México, II, México, 1971.

Enciclopedia de México, México, 1978.


JOSE FLORENCIO CAMARGO SOSA