GUADALUPE;en la independencia de México

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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GUADALUPE; en la independencia de México

Los insurgentes y la Virgen de Guadalupe

En el año de 1810 la Virgen de Guadalupe aglutinaba a toda la población novohispana, por ello, no es de extrañar que el 16 de septiembre, Miguel Hidalgo tomara como pendón una imagen de la Guadalupana de la iglesia de Atotonilco y la alzara como bandera. A partir de ese momento la Virgen de Guadalupe se convirtió en el símbolo de la emancipación. Rápidamente los enemigos del movimiento quisieron atacar este hecho; por ejemplo, el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, en el edicto de excomunión de Hidalgo del 24 de septiembre de 1810, señaló que era insultar a la religión y al rey el que Hidalgo hubiera pintado en su estandarte la imagen de nuestra augusta patrona, Nuestra Señora de Guadalupe. Pero el edicto no contuvo la revuelta.

El párroco de Nocupétaro y Carácuaro, José María Morelos, enviado por Hidalgo a luchar en el sur, levanta el estandarte guadalupano, imponiendo a uno de sus regimientos el nombre de Guadalupe, así como a la capital de la nueva provincia de Tecpan, que erige el 18 de abril de 1811 con el título de ciudad de Nuestra Señora de Guadalupe. Ese mismo año, ante la derrota del ejército insurgente de Hidalgo y Allende, surge en la ciudad de México, con amplias ramificaciones en el centro del país, la sociedad secreta de «los Guadalupes», que no sólo contó con el apoyo de Ignacio López Rayón y de Morelos, sino que aglutinó a miles de mexicanos partidarios de la independencia, quienes aportaban a ese movimiento sus recursos, apoyo y colaboración de todo tipo, y tuvieron una organización con 12 jefes jerarquizados. La actuación de la sociedad de los Guadalupes, permitió que los insurgentes estuvieran informados de los actos de las autoridades realistas; les posibilitó contar con una imprenta para publicar sus periódicos; favoreció que los grupos nacionalistas triunfaran en las elecciones de diputados a las Cortes de Cádiz. Su actuación apoyó al ejército de Morelos y sólo disminuyó a partir de 1816, luego del fusilamiento de éste.

Además las tropas insurgentes se volcaron en significar su adhesión a María de Guadalupe, y en mostrarla orgullosamente como su protectora. Así, en el año 1812, al describir un espía realista la entrada del ejército insurgente en Cuautla, señala que: «las repúblicas de todos estos pueblos se han declarado en su favor y traen la imagen de Guadalupe en sus sombreros». También los dirigentes insurgentes mostraban en sus documentos un guadalupanismo que representaba el símbolo de la lucha. Así por ejemplo, López Rayón, en los Puntos de Nuestra Constitución, del 7 de noviembre de 1812, en el número 34 habla de establecer 4 órdenes militares: la de Nuestra Señora de Guadalupe, la de Hidalgo, la del Águila y la de Allende, y en el número 33 indica que los días de fiesta para la Nación serían el 16 de septiembre, los cumpleaños de Hidalgo y de Allende y el 12 de diciembre.

En el mismo año, al lanzar Morelos una proclama titulada Desengaño de la América y traición descubierta de los europeos, escribió: «México espera, más que en sus propias fuerzas, en el poder de Dios e intercesión de su Santísima Madre que en su portentosa imagen de Guadalupe, aparecida en las montañas del Tepeyac, para nuestro consuelo y defensa visiblemente nos protege». En el Congreso de Chilpancingo, de septiembre de 1813, Morelos leyó su documento titulado Sentimientos de la Nación, y en el artículo 19 declaraba: «Que en la misma [Constitución] se establezca por ley constitucional la celebración del día 12 de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la patrona de nuestra libertad, María Santísima de Guadalupe, encargando a todos los pueblos la devoción mensual»[1].

Hay algunos datos de la devoción de los insurgentes a la Virgen de Guadalupe en algunos periódicos que ellos publicaban. Por ejemplo el Correo Americano del Sur, del martes 28 de diciembre de 1813, trata de las demostraciones con que celebró la ciudad de Oaxaca, en ese momento ocupada por los insurgentes, la fiesta de la aparición de la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre). El Correo Americano del sur era un semanario insurgente que aparecía los jueves. El número 1 se publicó en Oaxaca el 25 de febrero de 1813, y el último fue el extraordinario del 28 de diciembre del mismo año. En total salieron 39 números ordinarios y 4 extraordinarios. Su dirección fue primero ocupada por el sacerdote José Manuel Herrera y luego por Carlos María Bustamante, hombres que posteriormente tuvieron un papel importante en la política mexicana.

En el último semanario que se editó, se dice que el 11 de diciembre se anunció al vecindario la gran solemnidad del día siguiente, con repique general y salvas de artillería, a nuestra divina e invencible Protectora y Generala de las siempre triunfantes armas de América. El día 12 se adornó con vistosas colgaduras toda la ciudad, y todos sus habitantes se engalanaban por sensibilizar el religioso fervor con que celebraban la prodigiosa aparición de Guadalupe en el afortunado Tepeyac. En la misma mañana, como a las 8, se condujo con la magnificencia de un triunfo y vistosamente adornada la imagen de la patrona desde el cuartel del cuerpo de artillería, en la plaza principal, hasta el Convento de los Betlemitas, extramuros de la ciudad, y cuya iglesia está consagrada a María Santísima de Guadalupe. Era escoltada por el cuerpo de artillería, con 6 cañones en marcha, precediendo en devota procesión con candelas en mano toda la oficialidad de esa guarnición, y un pueblo inmenso. Igualmente acompañaba una vistosa danza, cuyos trajes recordaban los días tranquilos del imperio de México (referencia al imperio azteca), allá en la venerable antigüedad, que comparados con 300 años de esclavitud hacían percibir más y más el inestimable don de la libertad, y celebrar con entusiasmo el segundo año de la que gozaba Oaxaca.

Congregado el pueblo en la llanura de Guadalupe, y ocupada completamente la iglesia de gentes de todas las clases, y con asistencia del gobernador militar de la plaza y del Ayuntamiento, dio principio la función. El orador fue el Lic. José Victoriano Baños, cura de Talixtaca. Su discurso fue de acuerdo a las circunstancias de hallarse nuestra afligida patria luchando a brazo partido por conquistar su libertad, y conservar indemne la santa religión de nuestros mayores, guerreando bajo los auspicios de Guadalupe, que sólo ha podido proteger la causa de la nación, por ser justísima; porque en ella se interesa la religión católica y la pureza y santidad de sus dogmas[2].

Los realistas y la Virgen de Guadalupe

El virrey Francisco Javier Venegas, en la Gaceta de México del 21-28 de septiembre de 1810, indica que los rebeldes «han llegado hasta el sacrílego medio de valerse de la sacrosanta imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, para deslumbrar a los incautos con esta apariencia de religión, que no es otra cosa que la hipocresía imprudente». Esta actitud no sólo se dio en las autoridades. Así en noviembre de 1810 aparece un poema, firmado con el seudónimo de Lic. Miguel Hidalgo Anticostilla, en la que señala que fue el diablo quien inspiró a Miguel Hidalgo a tomar como bandera el estandarte guadalupano, a fin de que la plebe lo ultrajara. También en noviembre de 1811, el Dr. Juan Bautista Díaz Calvillo, enemigo jurado de los insurgentes, reforzó el enfrentamiento político que se había iniciado, utilizando como actoras a dos advocaciones de la Virgen María, la de Guadalupe y la de los Remedios. Esta última traída por los conquistadores, era patrona de la ciudad y muy venerada por todos, pero se le quiso enfrentar a la imagen mexicana, dando lugar a una polémica ridícula. Incluso la virreina quiso crear una milicia femenina encargada de defender a la Virgen de los Remedios[3].

Sin embargo, donde podemos percibir la manera de pensar de aquellos que eran contrarios al movimiento insurgente, pero eran también devotos guadalupanos, es en los sermones. La mayoría de los sermones que han llegado hasta nosotros son aquellos que fueron impresos, y eran los que se pronunciaban en las fiestas importantes para el pueblo y tenían un patrocinador que aportaba el dinero para la publicación.

Existen dos sermones que se pronunciaron en 1811, año relevante de la lucha insurgente. Ambos expresan una postura contraria a los insurgentes. En mi investigación no he podido encontrar sermones impresos guadalupanos favorables a ellos. Se sabe que sí se pronunciaron algunos, pero no se publicaron. ¿Por qué? En primer lugar porque para publicar un sermón se necesitaba dinero, y los recursos que iban obteniendo los insurgentes generalmente se empleaban para mantener a la tropa y adquirir armas. En segundo lugar porque los que eran favorables a la lucha, y que podían aportar dinero para este fin, no se iban a arriesgar a que descubrieran su postura por patrocinar un sermón, y sufrir represalias si luego los realistas controlaban la región donde se publicó.

De todos modos, estos dos sermones ayudan a entender una cosa, que los criollos y los peninsulares que se oponían a la lucha insurgente, también tenían a la Virgen de Guadalupe como símbolo principal. Además ayudan a darnos cuenta del rechazo que el movimiento iniciado por Hidalgo suscitó en ciertos sectores de la población, y la mentalidad que éstos tenían. Ciertamente los sermones fácilmente caen en exageraciones con tal de lograr su propósito, pero es una de las fuentes que tenemos para ver cuáles ideas se iban transmitiendo a la población, sobre todo a la gente sencilla que casi no tenía acceso a los libros.

El primero es una Exhortación de paz que predicó José de Lezama, rector del Real Colegio Carolino de Puebla, en la fiesta de María de Guadalupe en el Convento de religiosas de Santa Inés de México, el 12 de enero de 1811, o sea en el momento más álgido del levantamiento de Hidalgo. En primer lugar señala que en ninguna época conviene más hablar de paz que en la presente, en que por todas partes se ven amenazados por el furor de la guerra, suscitada principalmente por los enemigos de la Iglesia.

Refiere luego los vínculos de unidad de todos los habitantes de la América septentrional; pues en estos sermones casi no se habla ni de México, ni de Nueva España, sino de América, que en ese momento era un término común para hablar de México, de la misma manera que ahora lo hacen los estadounidenses para referirse a su nación. Dice Lezama que todos somos de un mismo Señor, así como profesamos una fe y recibimos un bautismo; que no debe admitirse para el reino de Dios distinción de judío y de griego, de criollo y gachupín; que fuimos todos felizmente adoptados por un propio Padre celestial, para una misma herencia eterna, por comunión pacífica de unos sacramentos, por redención igual del mismo precio, que son los tesoros de la sangre de Jesús. Después expresa su enojo por el movimiento insurgente, que según Lezama estaba destruyendo esa unidad:

«¡Que cuatro botarates por su maldad, inaudita en este suelo, y por la venenosa furia con que se han atrevido a seducir para tener otros que los sigan, hayan fascinado a una porción de gentes sencillas, conmoviéndolas con falsos pretextos de conveniencia, hasta dementarlas para que abracen un partido tan malo de rivalidad! ¡Que la abominable misantropía de unos cuantos malvados haya podido encender el fuego de la discordia y de la revolución contra nuestros hermanos […]! ¡Que nos hayan puesto a los ministros del Santuario en la dura necesidad de usar estas declamaciones para desengañar y prevenir a un pueblo dócil!».

Añade que los insurgentes pretenden levantar el más indecoroso estandarte de rebelión contra nuestros carísimos hermanos los españoles europeos -en esta frase el predicador revela su origen criollo-. Por tanto, no hay que perdonar medio alguno para el restablecimiento de la paz, mucho más en esta parte del mundo, calificada de sumamente dichosa en este punto hasta ese momento, y tal privilegio se dio gracias a María Santísima de Guadalupe, que se dignó aparecer estableciendo su reinado de perpetua paz en los habitantes de este suelo, y nosotros hemos contado 280 años de ser entre las naciones la región más pacífica y envidiable. Vuelve luego a tronar contra los insurgentes señalando que han abusado de la inadvertencia y de la credulidad de los payos ignorantes en esas poblaciones de tierra adentro. Les han metido en la cabeza 70 disparates y mentiras garrafales, ya persuadiéndoles que así defienden a la Virgen de Guadalupe y a Fernando VII, ya que de este modo se enriquecen aposesionándose con violencia ilícita de lo ajeno; y han amotinado a multitud de indios y rancheros, precipitándolos a una ruina evidente.

En seguida el predicador muestra su añoranza por el pasado. Se contaba en otros tiempos de paz con abundancia y riquezas, de este grandísimo suelo; nos figurábamos habitantes de aquella tierra prometida a los israelitas, abundante en leche y miel, deliciosa por su clima que no distingue el invierno del verano. Pero en ese momento, si el Señor no se apresura en restituirnos la paz verdadera, dentro de pocos meses lamentaremos indefectiblemente la esterilidad de los campos sin cultivo, la escasez de toda especie de granos, de ganados y hasta de los frutos silvestres, la carestía y falta de víveres. Las minas, sin labores, azogues y trabajadores, se convertirán en cavernas cenagosas o en albergues de ladrones.

Habla luego del miedo que generaba esa insurrección, y dice que si se la dejase seguir, la existencia de todos estaría envuelta en sobresaltos continuos, desconfianzas y temores de perder los intereses, el honor, la vida, o todo junto. Serán víctimas de las pasiones irritadas de los insurrectos que ya los dominan como frenéticos. Ellos perseguían, según quisieron al principio decir, a los solos españoles europeos, sin embargo mienten, pues por cada europeo perjudicado en sus bienes o en su persona ¿cuántos parientes, domésticos, allegados, dependientes o siervos, pero criollos, inevitablemente iban a perecer?

Obviamente defiende a los obispos que han excomulgado a Hidalgo y a Allende, y hablando de que los insurgentes hayan tomado como estandarte a la Virgen dice: «¿Qué importa, hipócritas alucinados, que llevéis en vuestros estandartes profanando la imagen misma de María Señora de Guadalupe, ni que con afectación mística la invoquéis públicamente en vuestro favor? Seduciréis a unos cuantos atolondrados, destituidos de conocimiento aun superficial de las verdades e ideas que enseña la religión», pero la religión propia los anatematiza como rebeldes y contumaces. Concluye pidiendo la intercesión de la Virgen de Guadalupe, «patrona universal nuestra, Madre muy amable de americanos y europeos»[4].

Otro sermón significativo fue el que predicó en la Catedral de Valladolid, hoy Morelia, el Lic. Antonio Camacho, cura del Valle de Santiago en el Obispado de Michoacán, el 1º de mayo de 1811 -por tanto después de la derrota de Hidalgo-, por orden de Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Michoacán, para desagraviar a la Virgen de Guadalupe de los ultrajes que se le habían hecho con motivo de la insurrección. Comienza señalando que jamás se había invocado con mayor entusiasmo ni con tanta publicidad, ni más generalmente el dulce nombre de esa amabilísima Madre que en estos últimos días. Viva María Santísima de Guadalupe era el grito que se oía por todos lados. El indio y el casta, el pardo y el blanco, el joven y el anciano, esta población y la otra, todos repetían lo mismo, como si todos hablasen por la misma boca y en todos hubiesen unos mismos sentimientos.

Las almas poco reflexivas, que habían oído a los insurgentes gritar con igual entusiasmo viva el amado, viva el suspirado Fernando séptimo, creyeron que así como el amor y lealtad a este joven monarca los había obligado a expresarse de manera tan afectuosa, así también la religión y el afecto hacia esa reina y madre de Guadalupe, eran las que habían hecho trasladar de sus corazones a sus labios aquellas palabras. Sin embargo se engañaron, pues no fue la religión ni el amor a María lo que movieron a aclamarla de esta manera. En los primeros que dieron este grito obraron otras causas: su intento era sublevar a los pueblos, y esa invocación fue el medio que se creyeron más a propósito para conseguirlo. Después de haber vociferado que la España al fin había sido ya sojuzgada por los franceses; que la misma desgraciada suerte amagaba a la América; que no tratando el Gobierno de su defensa ellos la iban a tomar a su cargo; que su fin era sólo el conservar con la religión esta porción de sus dominios a Fernando VII; que ellos ponían el feliz éxito de esta gloriosa empresa en la protección de María de Guadalupe. Todas éstas eran mentiras con las que alucinaron a los miserables. Si embargo ¿qué estímulo podía haber más poderoso para ponerlos en acción que invocar al intento el nombre de Guadalupe? No fue menester más, pues a la sola voz de Viva María Santísima de Guadalupe, los pueblos se levantaron, y la sedición cundió rápidamente por varias partes.

Como esta clase de proyectos jamás puede realizarlos uno solo, se tuvieron que levantar ejércitos, pero éstos habían de comer y beber. Para esos y los ulteriores gastos se necesitaban una fuente inagotable de dinero, pero no encontrándola Hidalgo en sí y en sus colegas, era forzoso buscarla en otra parte. No podía disponer del real erario ¿Qué recurso le quedaba? Echarse sobre los bienes de los americanos o apoderarse de los que tenían los europeos. Lo primero era impolítico y hubiera sofocado la insurrección en su misma cuna. Lo segundo también lo era, pero era el menos arriesgado y por él se decide. Para ello apela a los europeos unos delitos que atendiendo a su sola conveniencia temporal no podían haberse cometido. Dice que son traidores al rey y a la patria; que están de acuerdo con Napoleón para entregarle la América, y que por ellos los criollos iban a perder con sus propiedades hasta la fe de Jesucristo, por lo cual decreta en consecuencia el saqueo de los bienes de los europeos. Y así, en seguida de gritar viva la América, viva María Santísima de Guadalupe, fue el primero que se echó sobre los bienes de sus parroquianos nacidos en Europa. Por tanto, los españoles europeos, que eran conciudadanos nuestros, han sido despojados de todo. La opulencia de unos y la mediocridad de los otros, igualmente se ha convertido en miseria. Y también sus mujeres, hijos y dependientes correrán la misma suerte. El haber nacido aquéllos más allá de los mares, es un pecado en alguna manera más funesto que el original; transmite la miseria y las desgracias no sólo de padres a hijos, sino también a los extraños, esto es a la servidumbre.

Igualmente se apodera de las personas de los europeos, los arranca del seno de sus familias, los lleva prisioneros, y para envilecerlos más a los ojos del pueblo, los carga de cadenas y los obliga a que tiren de su coche, como hacían con sus prisioneros los vencedores romanos. Y a proporción que iba perdiendo crédito y fuerza en los combates, iban creciendo su temor y crueldad, de tal modo que a los que él no mandó decapitar, el pueblo alucinado con mano armada los quitó de delante. Continúa diciendo Camacho que no se admira el que la plebe y los campesinos creyesen los sofismas de Hidalgo, pero que los que tienen más luces llegaran a fascinarse, esto sí lo pasmaba; y sobre todo que después de tantas derrotas que los insurgentes han sufrido, y de tantos males que ellos como nosotros están experimentando, algunos no desesperen de esa empresa, esto es ceguedad y obstinación.

A continuación pasa a desagraviar a la Virgen de Guadalupe, y hablando de los insurgentes se pregunta ¿Qué los ha movido a estampar en sus banderas y a colocar en sus sombreros la imagen de esa Soberana Reina? ¿Podría ser del agrado de María Santísima que se condecorasen con esa sagrada divisa los que tan indebida como temerariamente han pretendido segregar del patrimonio de Fernando VII esta América, cuya adquisición por los reyes de España parece vino a bendecir la Virgen apareciendo en este suelo tan a los principios de la conquista? Hidalgo dijo que serían felices una vez que llegasen a hacerse independientes; pero a los indios les habló en términos más sencillos, les dijo que este reino era suyo y que por lo mismo trataba de quitarlo a los españoles que lo tenían usurpado, y que él los pondría de nuevo en posesión de todas sus tierras siempre que se uniesen a su partido. Tentación terrible ¿Quién podría resistirla? Solamente un hombre sensato y de una probidad a toda prueba, pero fueron muchísimos los que se dejaron seducir.

Después habla de lo que estaban viviendo en ese momento. Muchas y grandes poblaciones ya parecen desiertos; a donde quiera que se vuelven los ojos no se encuentran más que escombros, familias desoladas, funestos lutos, miseria y lágrimas. Ciencias, artes, comercio e industria todo está abandonado, todo lo ha trastornado esta revolución. Pero siendo estos males tan enormes, hay otro peor, la desmoralización de los pueblos: ya no se reconoce al rey, no se respetan las autoridades legítimas, no hay leyes que nos gobiernen, se perdió el horror a los delitos, y el vicio ya no se avergüenza de aparecer a cara descubierta, en público y con la mayor serenidad se han cometido excesos. ¿Cuándo habían sido antes tan frecuentes la embriaguez, la disolución, el robo y los asesinatos? Se acabó también la veneración a los sacerdotes, y los que más lo hacían antes ahora son sus más implacables enemigos. A las censuras eclesiásticas ya no se les tiene la debida consideración. Hemos visto en nuestros días a tres obispos emigrar de su diócesis, para poner a salvo su persona.

Por tanto, si la insurrección ha producido efectos tan funestos ¿cómo podrían ser de la aprobación de la Madre de Dios? Con todo, Ella no puede olvidar que es madre; ama a los americanos y se interesa por su bien. Aun en estos días tristes ha intercedido por su pueblo, lo que se ha manifestado en las victorias que han tenido los realistas. El día en que una imagen de Guadalupe se trajo de su santuario en Valladolid a la Catedral, para principiar un octavario para desagraviarla, llegó la noticia de la captura de los jefes insurgentes. Termina el sermón pidiendo a la Virgen para que los que han sido extraviados pidan perdón y vuelvan al camino correcto[5]. Por tanto, tenemos a un mismo símbolo religioso, la Virgen de Guadalupe, para dos posturas antagónicas, que por otra parte, señalaban que estaban luchando por la religión católica.

La virgen de Guadalupe y la consumación de la independencia

Diez años después, o sea en 1821, ya toda la jerarquía católica, excepto pocas excepciones, era favorable a la independencia de México. Para entender este cambio, a partir de 1820, cuando en España subió un régimen liberal que obligó a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz, es significativo el sermón que pronunció el prebendado del Cabildo Guadalupano José Julio García de Torres el 12 de octubre de 1821, o sea 15 días después de la consumación de la independencia, estando presente el Consejo de Regencia, presidido por Agustín de Iturbide. Este sermón fue publicado por el Cabildo de la Colegiata de Guadalupe y dedicado al mismo Consejo de Regencia.

Comienza señalando que en la mano de Dios están los destinos de los reyes y de los reinos, y él traslada los imperios a donde le place y según conviene a los designios de su providencia. Después de esos imperios vienen naciones escogidas por Dios para romper las cadenas de la cautividad, y un pueblo viene en el instante determinado a suceder a otro pueblo y hacer su papel en el teatro del mundo. Y así el imperio mexicano [se refiere al azteca], que por siglos descansaba tranquilamente en el seno de la abundancia y de la paz, es descubierto por los españoles, y por la fuerza de las armas es agregado al solio español. El pretexto de dilatar la religión fue el título que se creyó legítimo hasta ese momento para mantener a la América bajo la dominación española; sin embargo, los conquistadores, si tratan de dar más extensión al imperio del crucificado, fue después de que sus espadas se enrojecieron cruelmente con la sangre de los pacíficos americanos. Ciertamente ellos trajeron hasta México celosos operarios, los misioneros, que con el sudor de sus frentes regaron esta tierra sembrada de espinas y malezas, y echaron la primera semilla del evangelio; pero los copiosos y sazonados frutos de religión que ha producido después, ha sido obra singular de la omnipotencia divina, que por medios nada comunes ha propagado esa semilla del evangelio por manos de la Guadalupana, echando raíces profundas.

Desde entonces América ha estado asida fuertemente a la única y verdadera religión de sus padres, y ha buscado conservarla, y se había olvidado del derecho que tiene toda nación para recobrar su libertad. Ella, como hija obediente de España, ha doblado 300 años la cerviz para recibir leyes, sin meterse jamás a interpelar la voluntad del monarca. Ella, cual pupila amante que se enternece a la vista de los infortunios y escaseces de la madre que la ha adoptado, ha abierto sus tesoros para subvenir a sus urgencias y enjugar sus lágrimas, América no ha omitido sacrificios a favor de España. Bien puede España desentenderse una o muchas veces de los clamores y súplicas de los hijos de este suelo, contentándose con halagüeñas promesas, que las más veces no tuvieron cumplimiento, y sin embargo el americano no abrirá sus labios para quejarse, y si lo hace será como el más respetuoso de todos los hijos. Pero cuando se trata de vulnerar su religión, sus dogmas y disciplina, entonces estará lleno de un fuego santo como Judas Macabeo.

Pero España ha degenerado de los principios de su religión por el contagio francés. Este no es el caso de Fernando VII y de tantos buenos españoles que están llorando en silencio la ruina de la religión al ver difundidas las máximas de Voltaire y Rousseau. Por tanto, García de Torres justifica la independencia de México para mantener la religión, y para ello esta causa se ha granjeado la protección visible del cielo por los ruegos de la Guadalupana.

Habla de que en el Congreso español, a partir del régimen constitucional que subió en España en 1820, los representantes de las provincias se han presentado para minar el santuario y el altar. Sus ataques han sido para los sacerdotes, a fin de desacreditarlos y hacerlos odiosos a la vista del pueblo, y en las discusiones de septiembre de 1820, no se ha tratado otra cosa que de obispos, religiosos, canónigos, clérigos y monjas; todo para destruir y no para edificar. Ha habido sátiras contra los canónigos; se ha escarnecido el laudable retiro de las religiosas en el claustro; han tratado de limitar el que los obispos ordenen nuevos sacerdotes; se busca separar a las iglesias de la obediencia a Roma; se ha desaforado a los ministros del altar; se han ocupado la mitad de los diezmos; se trata de extinguir a los monjes. De todo esto concluye que ya pasaron aquellos días de prosperidad y gloria de España en la cuestión religiosa y han sucedido los del error y abatimiento.Todo esto generó que a partir de ello se descubriera el dedo de Dios y la protección de la Virgen Santa María de Guadalupe. Y se dio en México la voz de independencia, y ella trajo a la frente los nombres de religión y unión, haciendo referencia a las 3 garantías. Esto se propagó velozmente, y todos, olvidados de su propia comodidad corrieron en pos del libertador (Iturbide). Fue un impulso comunicado por el mismo Dios, que quiere conservarnos la religión que nos dio.

García de Torres se admira de una empresa de tal tamaño llevada hasta el fin en el corto espacio de 7 meses, que parecía no podía lograrse sin dejar enrojecidos los campos con la sangre de los propios hermanos, que presentaba obstáculos insuperables, fue lograda sin dificultad con la llegada de don Juan O’Donojú -que había fallecido 4 días antes del sermón-, pues él vino a terminar las diferencias que había entre el gobierno de la capital y el Ejército Trigarante, y con prudencia y sabiduría adoptó los medios y dictó las providencias más eficaces para la ocupación de la capital y para evitar la efusión de sangre; y cuando la nación agradecida le preparaba el lugar que era tan digno, el Señor le cierra los ojos y llena de luto a la capital.

Al entrar en la capital el Ejército Trigarante el 27 de septiembre de 1821, no ha dejado tras de sí ni talados los campos, ni sembradas de cadáveres las llanuras, ni desoladas y cubiertas de luto las familias. Cuando se vio amenazada la religión por el gobierno español, fue cuando se creyó urgente sacudir el yugo de la dominación española. Y al recordar los mexicanos que este templo de Guadalupe es el propiciatorio de donde salen todas las gracias, y en donde tan fielmente ha desempeñado su palabra la Madre de Dios, le dijeron ¿qué es esto? ¿Qué no te acuerdas de tu pacto y antigua alianza? ¿Tus manos bienhechoras no vinieron a plantar y cultivar la religión en estos países? ¿Y has de permitir que se vulnere y mancille?

Así es que si a la voz de la religión corren los hombres a millares a alistarse en las banderas del Imperio Mexicano, se debe a Santa María de Guadalupe. Si el ejército conserva el mejor orden y la subordinación a sus jefes, y si da ejemplo de moderación y probidad, se debe a Guadalupe. Por eso América debe gloriarse en el Señor, porque su mano poderosa la ha redimido de la esclavitud de un modo maravilloso y de una manera rápida.Luego el predicador se dirige a Iturbide, lo felicita, y le señala que la religión, que ha sido el norte de sus operaciones, está agradecida con él y le prepara los premios de que abunda, pero es preciso que no olvide que ella le exige que sea su defensor. Le pide rendimiento a los dogmas, respeto a su disciplina y a sus pastores, sumisión al Romano Pontífice. También le indica que los religiosos y religiosas reclaman su protección, porque ellos y ellas son las columnas que sostienen los imperios, y los que con sus oraciones desarman el brazo del Omnipotente cuando está para disparar los brazos de su indignación.

Termina García de Torres señalando que de este modo, el Imperio Mexicano que acaba de fundarse, y que ahora es como una pequeña semilla echada en la tierra, dentro de poco será un árbol robusto que, cimentado sobre el fundamento de la religión, echará raíces profundas; porque la religión es la única que conserva los imperios, y sin ella éstos se comparan a aquellas flores que por la mañana campean en un jardín hermoso, y a la tarde, perdido su verdor y frescura, se marchitan y mueren[6].

Sobre otros aspectos del culto guadalupano, luego de la consumación de la independencia, podemos señalar que en febrero de 1822 el Gobierno imperial y el Cabildo de la ciudad de México, decretan conceder el título de ciudad a la villa de Guadalupe, dándole el nombre de «Guadalupe Hidalgo». Instalado Agustín de Iturbide en el trono, instituye la orden imperial de Guadalupe, cuyos estatutos son aprobados el 20 de febrero de 1822. En la ceremonia de inauguración de esa orden, una copia de la imagen tocada a la original fue llevada al salón de sesiones del Congreso, en el Palacio, donde permaneció largos años. El Congreso Constituyente, el 12 de agosto de 1822, decretó que el 12 de diciembre «seguirá siendo de tabla», esto es, que todos los organismos del gobierno tenían que ir a celebrarla a su santuario. Al abdicar Iturbide, antes de abandonar México, depositó ante el altar de la Virgen su bastón de generalísimo. Por último, el Congreso, en 1824, declaró que el 12 de diciembre se considerara como fiesta nacional[7].

NOTAS:

  1. Cfr. TORRE VILLAR, Ernesto de la. «La Virgen de Guadalupe en el desarrollo espiritual e intelectual de México», en Álbum conmemorativo del 450 aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Buena Nueva, México 1981, 247-252.
  2. El Correo Americano del sur, número extraordinario del 28 de diciembre de 1813.
  3. Cfr. TORRE VILLAR, La Virgen de Guadalupe.., 248-249.
  4. LEZAMA, J. de. Exhortación de paz que, descubierta la infame revolución de tierra dentro, predicó el Lic. Don José de Lezama, Rector del Real Colegio Carolina de la Puebla de los Ángeles, en fiesta de María Santísima de Guadalupe, Que celebró el Convento de Señoras Religiosas de Santa Inés del Monte Policiano, para implorar su patrocinio, dedicándole un nuevo Altar el 12 de Enero de 1811, por D. Mariano de Zúñiga y Ontiveros, México 1811.
  5. CAMACHO, A. Sermón que el día último del solemne octavario, que de orden del Illmo. Sr. Dr. D. Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Michoacán, Se celebró en esta Santa Iglesia Catedral de Valladolid, para desagraviar a la Santísima Virgen María, de los ultrajes que en su advocación de Guadalupe se le han hecho en esta última época con motivo de la insurrección en esta América Septentrional, predicó el Lic. D. Antonio Camacho, Cura propio y Juez Eclesiástico del Valle de Santiago en el mismo Obispado el 1º. De mayo de 1811, Impreso por D. Mariano José de Zúñiga y Ontiveros, México 1811.
  6. GARCÍA DE TORRES, J. J.. Sermón de acción de gracias a María Santísima de Guadalupe, por el venturoso suceso de la independencia de la América septentrional, predicado en su Santuario Insigne Imperial Colegiata, el 12 de octubre de 1821 Por el Sr. Dr. y Mtro. D. José Julio García de Torres, Prebendado de la misma. Presente el Supremo Consejo de Regencia, presidido por el Exmo. Sr. D. Agustín de Iturbide, Generalísimo de las armas del Imperio, Jefe y Promotor de la libertad americana. Publícalo el M. I. y V. Cabildo de la misma Colegiata y lo dedica al Consejo Supremo de la Regencia del Imperio, en la Imprenta Imperial de D. Alejandro Valdés, México 1821.
  7. Cfr. TORRE VILLAR, La Virgen de Guadalupe,… 253.

BIBLIOGRAFÍA:

GUSTAVO WATSON MARRÓN