GUADALUPE; El problema de los "silencios"

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El silencio inicial de los franciscanos

Los primeros franciscanos evangelizadores en Mesoamérica guardaron silencio ante un hecho como el guadalupano que tuvo tantas consecuencias en la implantación del Evangelio en aquellas tierras. Los únicos franciscanos que nos hablan del culto guadalupano en el Tepeyac son fray Bernandino de Sahagún, fray Antonio de Ciudad Real y fray Torquemada. El primero atacándolo (si se exceptúa cuanto se deduce indirectamente de su firma en el Códice Escalada), el segundo mencionando la existencia del santuario y el tercero, atribuyendo la fundación a los primeros misioneros. Sus testimonios, casi siempre escuetos, son contrarios a la devoción guadalupana como ellos la veían. Además de éstos, encontramos algunas otras relaciones, como el llamado Códice Franciscano, siglo XVI, recopilado por J. GARCÍA ICAZBALCETA; y Relación de la provincia del Santo Evangelio que es en las Indias Occidentales que llaman la Nueva España hecha en el año 1585, también publicado por FIDEL DE JESÚS CHAUVET, OFM, Anales de la provincia del Santo Evangelio de México, que, si bien mencionan el Tepeyac, no hacen ninguna referencia al Acontecimiento Guadalupano.


El silencio de los demás frailes mendicantes (dominicos, agustino, mercedarios) se puede explicar por los mismo motivos de los franciscanos; todos compartían la idea de que el culto guadalupano en aquel lugar podía ser peligroso para la recta manera de vivir la fe cristiana, ya que allí se podrían disfrazar antiguos cultos idolátricos. Es también innegable la poca importancia que en un primer momento se dio a la devoción guadalupana del Tepeyac en los ambientes eclesiásticos. Ello explicaría por qué algunos eclesiásticos, Juntas y Concilios no hablen de ello en documentos oficiales. Sin embargo, el tema implícitamente está presente, ya que al dar normas y criterios precisos respecto a devociones, imágenes, pinturas, fiestas y danzas, todas las cuales entran de lleno en el caso de Guadalupe , se tenía presente casos como Guadalupe y otros cultos más o menos similares, que podían dar lugar, según la mentalidad corriente del tiempo, a ambigüedades y sincretismos religiosos; esto comprueba indirectamente que deseaban ordenar aquel culto como tantos otros que iban surgiendo en la Nueva España.


Así el dominico fray Agustín Dávila Padilla[1]no mencione en absoluto a Guadalupe teniendo en cuenta la importancia que tuvo el Santuario para su hermano de hábito, el arzobispo fray Alonso de Montúfar. Tampoco la menciona otro ilustre dominico, fray Antonio de Remesal[2], aunque en él es más explicable dado que su obra se centra sobre todo en las provincias de Chiapas y Guatemala. Lo mismo podemos decir del agustino fray Luis de Grijalva.[3]Por otra parte, ninguno de los cronistas españoles o europeos de la época recuerdan el Santuario; también es en parte explicable ya que dependen con frecuencia de las crónicas locales.


Pero el silencio que más polémicas e interpretaciones ha causado es el del primer obispo de México fray Juan de Zumárraga, uno de los personajes centrales de la narración guadalupana y, según algunas fuentes, decidido protagonista de aquellos acontecimientos. Fray Juan de Zumárraga puede considerarse como uno de los fundadores de la Iglesia de México, atento a los acontecimientos de aquella Iglesia naciente, con todo el cúmulo de proyectos que animó en todo orden de cosas. El obispo franciscano, llegado a la Nueva España en momentos de tensión particular, siete años después de consumada la conquista, era un humanista fiel a la doctrina de la Iglesia, lleno de celo apostólico y deseoso de la promoción del indio. No era por educación un credulón, y el mismo Nican Mopohua nos los muestra desconfiado con el relato de visiones que aquel indio recién bautizado le traía. Incluso sus criados, según el mismo relato, al principio acusaron al indio casi de hechicero, lo cual pudo haberle costado entonces un juicio severo por parte de la Inquisición local, de la que el mismo Zumárraga era inquisidor apostólico[4].


Del silencio al rechazo

Los antiaparicionistas esgrimen el “silencio franciscano” así como el llamado “caso Bustamante” como argumentos en contra de la historicidad del Acontecimiento Guadalupano; sin embargo el mismo silencio y el mismo “caso Bustamante” podrían usarse en sentido contrario. Tanto los franciscanos como los otros misioneros eran muy conscientes del peligro de la idolatría y del sincretismo entre los indígenas, y por eso mismo tenían especial cuidado con la sinceridad de las conversiones[5]el temor de que la piedad india fuera una especie de idolatría larvada subsistió por mucho tiempo. Precisamente por ello los frailes mendicantes en un primer momento se consagraron con particular ahínco a la destrucción de los lugares de culto ancestrales y de sus objetos y códices religiosos o a la transformación de los mismos en lugares de culto cristiano (son conocidos los casos de Motolinía en Cholula o de fray Diego Durán en Yucatán).


De ahí que su actitud hacia un indio recién converso, que pretendía haber tenido una aparición de la Virgen y ser portador de la petición de edificarle una iglesia en un lugar donde antes se había dado culto a una divinidad mexica llamada Tonantzin, “nuestra venerable Madre”, tenía que suscitar muchas reservas y precauciones. En un segundo momento, las reservas se transformaron en desconfianza ante el éxito desbordante que la devoción alcanzó entre los naturales.


El historiador O’Gorman piensa que la imagen fue realizada por orden del arzobispo Alonso de Montúfar, y fue puesta en una ermita ya construida anteriormente en el Tepeyac para una advocación mariana. Sin embargo esta afirmación carece de fundamento, ya que de ella surgen ciertas preguntas que, conociendo la historia y el contexto del tiempo, solo se responderían teniendo presente el evento guadalupano. El hecho mismo de que Zumárraga hubiera permitido la construcción de la ermita es señal convincente de la realidad de los acontecimientos guadalupanos.


¿Hubo motivos para tal rechazo?

Existían sin embargo otros motivos para antagonizar la aparición: la teología y la polémica consecuente sobre las relaciones entre la gracia y la libertad humana, entre la gracia y la cooperación del hombre a su salvación, estuvo latente a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI y se agudizará con mayor virulencia a comienzos del siglo XVII, en una polémica sin límites a lo largo del siglo. Esta polémica constituirá el corazón de los debates teológicos de aquella centuria y tocaría vivamente la metodología misionera respectiva y las divergencias entre los frailes mendicantes, por una parte, y los jesuitas, por otra; entre quienes sostenían el primado absoluto de la gracia de frente a la naturaleza humana y sus valores, y quienes ponían de relieve el aspecto de la encarnación del Misterio en la historia humana, la libertad del hombre y su cooperación a la historia salvífica y por ende la comprensión de los valores humanos y religiosos característicos de los pueblos, casi como unas “semillas del Verbo” latentes y dignas de ser tenidas en cuenta.


En este contexto ¿cómo se podía comprender que en un lugar como era el cerro del Tepeyac consagrado a cultos idolátricos y a sacrificios humanos se pusiese de manifiesto un verdadero acontecimiento de gracia? ¿Era posible que una religión tan ensangrentada como aquella ancestral mexica pudiese contener valores de semillas evangélicas o indicaciones para hacer más inteligible el Evangelio de Jesucristo? Todas estas preguntas hubiesen podido ser perfectamente hechas por algunos frailes mendicantes sostenedores de aquellas doctrinas teológicas. De hecho, la tendencia de muchos de ellos, sobre todo en los comienzos, fue la de barrer todo residuo religioso antiguo, hacer una especie de “tabula rasa” para poder escribir totalmente nuevo el Evangelio de Jesucristo, sin intermediarios culturales posibles a no ser el necesario de la lengua indígena.


Por el contrario, el mensaje de Guadalupe era optimista; a nadie condenaba; implicaba confianza y deferencia hacia el mundo religioso y cultural indígenas, y al mismo tiempo manifestaba un total respeto a los españoles; retomaba lo bueno de los dos mundos, motivaba lo esencial: que todo ser humano es una criatura a imagen y semejanza del Hijo amado de Dios, Jesucristo, nacido de la Virgen María. Era un mensaje fundamentalmente de comunión. La preocupación y el temor a una idolatría larvada tomó cuerpo con la Guadalupana, ya que no se trataba de una devoción a una imagen traída desde España, sino de la devoción a una pintura de procedencia “india”.


Una homilía del provincial de los franciscanos, Francisco Bustamante OFM, contra aquella devoción mariana, practicada en aquel antiguo cerro, lugar de culto pagano del Tepeyac, indica su temor de que los indios cayeran en idolatría. Aquella devoción y culto se convierten para él en ocasión para tornar a caer en lo que antes habían tenido; por ello, a conciencia, ni él ni sus frailes misioneros podían aceptarlo. Esta posición, consciente o inconsciente, ayuda a entender como mínimo, la falta de entusiasmo de los religiosos ante la aparición, y su repugnancia para fomentar la devoción; sin embargo, no basta para explicar ni su silencio, una vez que aquella devoción y culto habían sido aprobados por el segundo arzobispo de México, el dominico Montúfar, ni mucho menos el que la hayan tratado de minimizar o ignorar en los primeros momentos. Un historiador franciscano contemporáneo, Fidel Chauvet, considera que fueron prejuicios antihistóricos y anticientíficos lo que les llevaron a ello.[6]


¿Se trató de un silencio deliberado?

El silencio de los frailes cronistas mendicantes, sea en crónicas publicadas entonces, o en escritos o relaciones destinados a dar cuentas de la vida de los conventos o de la evangelización en el Nuevo Mundo, y destinadas a sus superiores en España, es el gran argumento de los impugnadores de la historicidad guadalupana. Sin embargo, hay alusiones explícitas en muchos de ellos a hechos de carácter sobrenatural y que consideran dignos de fe. Así Mendieta no menciona a Guadalupe, pero habla “de visiones y revelaciones y otras grandes misericordias … que (los indios) han recibido de la mano y voluntad del Señor… mas no todas fueron creídas ni se hacía caso de ellas[7]. Insiste además en que había indios tan santos “de tanta simplicidad y pureza de alma, que no saben pecar[8], por lo que nada hubiera tenido de raro que Dios les hubiese “querido revelar algunas visiones provechosas para sí mesmos o para otros sus prójimos, las cuales en tiempos pasados fueron muchas, según lo dejó testificado el gran siervo de Dios Fr. Toribio Motolinía”.[9]


Ahora bien, Motolinía no habla explícitamente del caso del Tepeyac, pero tampoco lo excluye expresamente. El gran misionero de los indios habla de tres apariciones a indios y antes de hablar de la tercera, hace un paréntesis contradictorio afirmando que no escribe lo que de hecho está escribiendo.[10]En otra ocasión alude tangencialmente a que él considera válidas las apariciones que han tenido algunos indios: “todas estas cosas supe de personas dignas de fe, y los que las vieron, son de muy buen ejemplo y frecuentan los Sacramentos; no sé a qué lo atribuya, sino que Dios se manifiesta a estos pobrecitos porque lo buscan de corazón y con limpieza de sus ánimas, como él mismo se los promete”.[11]Motolinía claramente busca ser imparcial “ni afirmando ni reprobando”, aunque no oculta su opinión personal de que “parece que es verdad.” Parece insinuar que hubo otros hechos sobrenaturales, “apariciones” o hechos extraordinarios de carácter preternatural. ¿Podría incluirse en ellos la historia guadalupana de Juan Diego? Tradiciones muy tardías y no sabemos a ciencia cierta hasta qué punto fiables hablan de que habría sido precisamente el fraile franciscano el que habría recibido el voto de castidad emitido por Juan Diego y su esposa: ¿verdad o leyenda piadosa?


Los frailes refieren con frecuencia hechos extraordinarios de visiones y “apariciones”; a veces citan las fuentes de su información, otras dejan las cosas en el aire o las refieren de paso. Califican a veces a estos indios visionarios como “personas dignas de fe”, “muy bien ejemplo y frecuentan los Sacramentos”, “que buscan a Dios de corazón y con limpieza de sus ánimas”. Estas expresiones concuerdan perfectamente con cuanto el Nican Motecpana y los testigos de las Informaciones Jirídicas de 1666 referirán de Juan Diego y de su fama de virtud.


La Iglesia de la Nueva España, como toda la Iglesia hispanoamericana, fue fundamentalmente una Iglesia «conventual», nacida y desarrollada bajo el influjo espiritual de los frailes mendicantes ya recordados; de ellos toma sus formas, sus ideales e incluso sus maneras. Un influjo de tal envergadura entra hasta los tuétanos de la vida religiosa del nuevo pueblo cristiano ya desde sus comienzos. Llama la atención que los primeros no hablen específicamente de Guadalupe y sin embargo llama todavía más la atención que a pesar de ese silencio, las fuentes no franciscanas del primer momento concuerden en señalar la fuerza de aquella devoción que ya había llegado al corazón de la gente de diferente nivel social en los años inmediatos a los hechos narrados. Sin importar distancias, como queda evidenciado por los muchos testamentos que dejaban legados a la Virgen de Guadalupe provenientes de ciudades distantes, como la villa de Colima[12], la gente acudía al cerro del Tepeyac a venerar a la Virgen de Guadalupe. El mismo Bernal Díaz del Castillo no se encontraba en México en 1531 y todo lo que dice a cerca de la Virgen de Guadalupe y de los “santos milagros que hace cada día” lo supo en Guatemala, a donde había llegado ya la fama de los milagros Guadalupanos.[13]


La Iglesia novohispana

Los frailes misioneros franciscanos, dominicos, agustinos[14], y más tarde jesuitas y mercedarios, emprendieron con tesón el trabajo de evangelización, multiplicando conventos, abriendo misiones y doctrinas por doquier, incluso en tierras lejanas del corazón de la Nueva España. A la muerte del primer obispo de la ciudad de México, fray Juan de Zumárraga, en 1548, la Iglesia de la Nueva España estaba ya fundamentalmente organizada, ya se habían celebrado varias juntas eclesiásticas, una especie de preconcilios regionales y se habían establecido las bases de la estructura eclesiástica y civil que perdurarían hasta la independencia mexicana. Había comenzado un nuevo periodo de la Iglesia en México, la labor misionera de predicación y catequesis estaba dando paso a la organización estable de la Iglesia diocesana. Dos grandes personajes, el virrey Luis Velasco y el segundo arzobispo de México, el dominico fray Alonso de Montúfar (1551-1572), apenas llegados, comenzaron de lleno con los trabajos y trámites, proyectos y planos para la construcción de la nueva catedral metropolitana en 1552.[15]


Entre 1555 y 1556 fray Alonso de Montúfar construye, restaura o embellece la ermita preexistente de Guadalupe en el Tepeyac. En 1555 se celebra el primer concilio provincial de México en donde se aprobó la creación de hospitales en todos los pueblos y se dieron normas concretas para el trabajo apostólico de religiosos y seculares; en 1565 se celebra el segundo concilio mexicano con el objetivo de poner en marcha la aplicación en tierras novohispanas de las decisiones del concilio de Trento.


Montúfar tuvo mucho que ver en los comienzos de la organización Iglesia local diocesana; es imposible no mencionar el choque directo que tuvo con los franciscanos. Tal choque hacía más problemática la vida pastoral. Todo comienza cuando la Corona le pide al arzobispo rendir cuentas de la situación de su diócesis. El arzobispo se la pide también a los frailes que de hecho tenían en sus manos prácticamente toda la vida de la joven iglesia mexicana; se negaron a dárselo alegando los privilegios de su exención jurisdiccional del arzobispo[16]. Las tensiones se hicieron patentes. A medida que se organizaban las diócesis bajo la jurisdicción de los obispos y se creaba un clero secular, éste rivalizaba con las órdenes religiosas. Hubo así discordias y duras polémicas que se arrastrarían durante casi todo el periodo del Virreinato; entre obispos y frailes, y entre frailes, obispos y autoridades civiles (virreyes y audiencias), y entre todos ellos y los conquistadores primero y los pobladores civiles después[17]. Con frecuencia las cuestiones sobre la actividad pastoral que realizaban, los límites de sus territorios misionales y un montón de otros problemas de jurisdicciones no solo eran entre el arzobispo y los franciscanos, sino también entre éstos y sus hermanos los dominicos.[18]


¿Pero que había pasado entre el arzobispo Montúfar y los pioneros franciscanos? Montúfar apenas llega a México toma inmediatamente la iniciativa de proveer a su Iglesia con una reforma que lograra establecer su total jurisdicción diocesana; por ello convoca la celebración del Primer Concilio Provincial Mexicano, presidido por él mismo. El concilio comenzó sus trabajos el 29 de junio de 1555[19], y publicó 29 constituciones o capitulaciones para el régimen y el gobierno de la Iglesia. Además se tomaron importantes resoluciones relacionadas con los indios, como la administración de sacramentos y otros puntos que miraban a la disciplina eclesiástica.


Montúfar fue el primer arzobispo de México que hizo referencia al culto de María de Guadalupe en el Tepeyac. Entendió la importancia y la devoción que ya había despertado la devoción en el pueblo indígena y español. Fue tan fuerte y decidido su guadalupanismo que algunos hasta han llegado a sospechar, sin otros motivos o pruebas que las de su fervorosa devoción, que habría sido él el inventor del culto guadalupano en el Tepeyac. Otros llegan a decir gratuitamente y sin fundamento alguno, que bajo su mando se habría pintado el cuadro guadalupano, poco antes del 8 de diciembre de 1556; y que el fin de tal iniciativa, según tales inventores ocurrentes, habría sido el poder someter así a los indígenas, con aquella “fundación” o “invención” dispuesta por él de colocar una ermita en un lugar religiosamente tan estratégico para la mente india como el cerro del Tepeyac. Hasta aquí los sueños y prejuicios.


Sin embargo, las fuentes documentales indican cómo tal devoción existía mucho antes de que Montúfar llegara a México. En el mismo Concilio aparece una respuesta a ello.


Las normas del Primer Concilio Mexicano de 1555.

En 1555 se celebra el Primer Concilio Mexicano, convocado por el arzobispo Alonso de Montúfar en donde se dieron normas muy precisas sobre algunos aspectos del culto y sobre la veneración de imágenes, apariciones, etc... El Concilio establece que no se pinten imágenes sin que sea primero examinado el pintor y las pinturas en cuestión. Y se dan las razones de tal disposición: “Deseando apartar de la Iglesia de Dios todas las cosas, que son causa, u ocasión de indevoción, y de otros inconvenientes, que a las personas simples suelen causar errores, como son abusiones de pinturas, e indecencia de Imágenes; y porque en estas partes conviene más que en otras proveer en esto, por causa, que los indios sin saber bien pintar, ni entender lo que hacen, pintan imágenes indiferentemente todos los que quieren, lo cual resulta en menosprecio de nuestra Santa Fe: Porende, Sacro approbante Concilio, estatuimos, y mandamos, que ningún Español, ni Indio pinte Imágenes, ni Retablos en ninguna Iglesia de nuestro Arzobispado, y Provincia, ni venda Imagen, sin que primero el tal pintor sea examinado y se le dé licencia por Nos, o por nuestros Provisores, para que puedan pintar, y las que convenga a la devoción de los Fieles; Imágenes que así pintaren, sean primero examinadas, y tasadas por nuestros Jueces el precio y valor de ellas, so pena, que el pintor, que lo contrario hiciere, pierda la pintura, e imagen, que hiciere; y mandamos a los nuestros Visitadores, que en las Iglesias, y lugares píos, que visitaren, vean, y examinen bien las Historias, e Imágenes, que están pintadas hasta aquí, y las que hallaren apócrifas, mal, o indecentemente pintadas, las hagan quitar de los tales lugares, y poner en su lugar otras, como convenga a la devoción de los fieles; y asimismo las Imágenes que hallaren, que no están honestamente o decentemente ataviadas, especialmente en los Altares, u otras que se sacan en Procesión, las hagan poner decentemente”.[20]


Montúfar envió el 15 de mayo de 1556 una relación sobre Primer Concilio Mexicano al Rey de España sobre los pormenores de las reformas dispuestas por el Concilio que se intentaban imponer; entre las más importantes estaban algunas observaciones relativas a las relaciones con los primeros evangelizadores, que eran precisamente los franciscanos. Se deduce que el arzobispo se mostraba preocupado por las competencias jurídicas entre los frailes, que se consideraban exentos de la jurisdicción episcopal, y los derechos de gobierno por parte del arzobispo, que además no pertenecía a la Orden seráfica. Las tensiones eran por lo tanto debidas a conflictos de jurisdicción y de competencias, más que a otras cosas. Incluso a veces los frailes “no permitían que entrase ningún clérigo o religioso de otra orden [en su territorio]; [...y los mismos indios] eran los más exaltados en contra de todo sacerdote que no siendo franciscano quisiera entrar y permanecer en el pueblo con el carácter de cura de almas; y los frailes administraban los sacramentos sin tener en cuenta ninguna de las disposiciones de los obispos[21]Toda ocasión era buena para sacar a flote estos conflictos, a veces con el fuego de la polémica, y así fue con el caso guadalupano, como se ha visto.


Volviendo a las disposiciones del Primer Concilio Mexicano, como se puede ver, las relativas al culto de imágenes eran muy precisas. Tocarían precisamente el caso de la imagen guadalupana, si ésta no hubiese sido ya reconocida por el Arzobispo. En el polémico sermón de réplica del franciscano Bustamante contra el sermón guadalupano del arzobispo Montúfar en los primeros días de septiembre de 1556, el fraile dice de pasada que la pintura había sido realizada por un cierto indio llamado Marcos; no presenta prueba alguna ni vuelve sobre el asunto. Lo que estaba en discusión por parte de los franciscanos era simplemente aquel culto. De hecho, Alonso Sánchez de Cisneros, uno de los testigos de las Informaciones mandadas llevar a cabo por el Arzobispo sobre aquel polémico sermón del franciscano, declaraba que había estado en la casa de los frailes franciscanos, quienes manifestaban estar en contra de la imagen de Guadalupe y que “sintió de ellos ser de la misma opinión del provincial”. Todos los demás cultos, devociones e imágenes llegadas de España o fomentadas por los frailes misioneros como la de Nuestra Señora de los Remedios[22], y los santuarios de la Virgen en Ocotlán (Tlaxcala), Zapopan (Jalisco), San Juan de los Lagos (Jalisco), Patzcuaro, y otros, fueron fundados y mantenidos por las Órdenes religiosas de los frailes mendicantes, sin oposición alguna. ¿Cómo se explica entonces este encono contra la ermita y la imagen de la Virgen guadalupana del Tepeyac? La respuesta a esta pregunta se deduce de todo el conjunto de elementos y factores arriba señalados.


Información de 1556.

La parroquia de Guadalupe estaba servida por el clero secular. En realidad el culto de Nuestra Señora de Guadalupe antes de 1572, aparece como algo propio del clero secular y del episcopado: los dos arzobispos de México, Zumárraga y Montúfar, lo fomentaron y favorecieron”.[23]En el establecimiento de la Iglesia diocesana, Montúfar usa de los diezmos, dados también por los indios, aunque a esto último se oponían los franciscanos. Fue así que el 20 de noviembre de 1555, el provincial, Francisco de Bustamante, junto con otros franciscanos, escribían una larga carta al Rey quejándose del arzobispo. Además, en la carta contra el arzobispo se quejaban de que éste había ocupado lugares que les correspondían. Ellos, de hecho, preferían obedecer al Virrey más que al obispo de la arquidiócesis[24]. Montúfar, apenas llega a México quiere establecer una iglesia diocesana con una jurisdicción propia en todos los ámbitos.


Se fija en el incipiente culto a Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac y quiere continuar fortificando su culto; inicia así la construcción de una ermita más grande y nombra también un capellán estable para atenderla. En este contexto explota la polémica con Bustamante. Montúfar tan guadalupano fue, que incluso en algunos documentos se le nombra como fundador de la ermita. Hay que tener en cuenta el significado de ‘fundación’, ya que esto sería para algunos la prueba de que el culto guadalupano en el Tepeyac se debió al interés de Montúfar. ‘Fundación’ significa: inicio, cimiento, fundamento, y la ermita tuvo este inicio gracias a los indígenas que inmediatamente se dieron a la labor de construir esta ermita en tiempos de Zumárraga. La pequeña ermita sufriría continuas reformas y ampliaciones, pasando a través de varias fases hasta la construcción de la basílica barroca de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. Son hechos normales en la historia de todos los santuarios, iglesias y catedrales donde haya habido un intenso culto de la gente. En el caso de Guadalupe, las excavaciones llevadas a cabo demuestran la existencia de las distintas construcciones. ¿Se puede llamar a cada promotor de las reformas o cada nuevo constructor un ‘fundador’? A cada inicio de agrandamiento de estas iglesias bien se le puede aplicar el apelativo de ‘fundador’ en cuanto amplia o construye ex novo o reconstruye viejas estructuras.


En el Tepeyac Montúfar interviene activamente en cuanto arzobispo, como lo demuestra la polémica con el provincial Bustamante. Esto le valió a Montúfar las críticas del provincial de los franciscanos, Bustamante, quien mantenía una posición hostil en contra del arzobispo por motivos que en parte tenían poco que ver con Guadalupe y mucho con el empeño de mantener las prerrogativas de exención que tenían los franciscanos. Las polémicas entre ambos llegaron a tal tensión que cualquier motivo era suficiente para que se manifestara su oposición decidida al arzobispo de México. Las tensiones acabarán obligando al provincial a dimitir e incluso más tarde a volver a España. Una de estas circunstancias se dio cuando el arzobispo Montúfar predicó en la catedral metropolitana el domingo 6 de Septiembre a favor del culto de nuestra Señora de Guadalupe. En su homilía, motivó el impuso que se estaba dando a la devoción a la Virgen Guadalupana utilizando la cita bíblica: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis” (Cfr. Lc 10, 23; Mt 13,16). Uno de los oyentes, fray Alonso de Santiago, declararía más tarde en el proceso incoado para resolver aquella polémica: “Luego vi que iba parar en nuestra Señora de Guadalupe”.[25]


Otro de los testigos en el mismo proceso declarará que el arzobispo en su sermón “procuró de persuadir a todo el pueblo a devoción de nuestra Señora diciendo como su Hijo precioso en muchas partes ponía devoción a la imagen de su Madre preciosa[26]y en efecto, “puso mucha devoción a todo el pueblo, y así toda la mayor parte de la esta ciudad […] sigue y prosigue esa devoción”.[27]Estamos en 1556, apenas 25 años después de las apariciones, y ya nos encontramos en medio de una ardiente polémica y con los ánimos exaltados por ambas partes. Por una parte el ambiente franciscano veía con preocupación manifestaciones religiosas que pudiesen ser pretexto o esconder de hecho cultos sincretistas de los indios recién convertidos bajo apariencias cristianas y los hechos diarios demostraban que no eran imaginaciones imposibles , y por otra parte estaba muy contrariado y en fuerte oposición al establecimiento de una jerarquía diocesana. Esto hizo posible precisamente que el provincial, fray Francisco de Bustamante, fuera el autor de este ataque. La Virgen de Guadalupe fue un pretexto más para atacar al arzobispo Montúfar.


Y así, tres días después de la famosa homilía de Montúfar, el 8 de septiembre, fiesta de la natividad de María, en la capilla de san Francisco de México, el provincial franciscano Bustamante aprovechó la ocasión muy según el estilo de la época en el que el púlpito servía de escenario para ventilar polémicas y controversias y predicó un sermón “maravilloso y divino”, según uno de los testigos del proceso[28], delante del virrey Luis de Velasco y de la Audiencia de México. El fraile al final, concluyó su sermón mariano atacando al arzobispo, “con un rostro muy airado, mostrando tener gran cólera contra lo que en este caso el dicho Señor había predicado y sustentado”.[29]Mas no se limitó a hacer público su desacuerdo, sino que lo acusó de fomentar la idolatría, al apoyar la devoción a la Virgen de Guadalupe, imagen que según él había pintado un indio, “el indio Marcos”, y que era falso que hiciera milagros, o al menos no probados. Y no sólo, sino también que aquel santuario se estaba convirtiendo en una ocasión para recoger dinero, insinuando que el arzobispo disponía indebidamente de las limosnas que la gente allí entregaba en abundancia. Estas y otras semejantes acusaciones, según relatarán los testigos del proceso,[30]causaron gran impresión entre la gente, pues opugnaba una devoción ya popular; pero además la gente se escandalizó al ver la enconada discordia interna entre el arzobispo y los frailes. Vemos aquí de nuevo un fuerte argumento que demuestra cómo tal devoción no pudo haber sido una exportación de la Extremadura española, traída por los misioneros franciscanos para someter a los indígenas, colocándola en el Tepeyac, pues los frailes se demuestran en estos momentos acérrimos opositores de la misma porque temían que pudiese dar pie a un dañino sincretismo religioso.


Al día siguiente del sermón del fraile franciscano, el arzobispo Montúfar denunció al fraile ante los tribunales eclesiásticos y civiles y quiso incoarle un proceso canónico, pidiéndole la retractación bajo pena de excomulgarlo en caso contrario, práctica muy de la época en estos casos. Al final se llegó a un arreglo y la cosa se quedó en fase meramente introductoria; aunque parece que la Información de 1556 sobre el sermón de Bustamante fue un verdadero proceso canónico contra Bustamante, Montúfar no llevó la cuestión hasta el fondo. De todos modos conservamos las declaraciones de los testigos interrogados en el juicio. Varias fueron las cuestiones que allí se levantaron; entre ellas la de si las opiniones de Bustamante habían causado un gran escándalo en toda la ciudad.


El historiador Edmundo O´Gorman afirma que ante lo dicho “Ninguno de ellos mostró sorpresa ni ofreció ninguna objeción y ni siquiera un comentario que escuchó al predicador… es obvio que la cosa se tenía por sabida o en todo caso para quienes la noticia fue novedosa, lo fue plausible y de ninguna manera extravagante o temeraria”.[31]En cambio, las fuentes históricas debidamente analizadas indican lo contrario; es decir, que hubo un verdadero escándalo. Los testigos también declararon que fray Francisco Bustamante, efectivamente había arremetido en contra del arzobispo y de la devoción de Nuestra Señora de Guadalupe. Se nota en las declaraciones que la devoción a la Virgen estaba ya muy arraigada en las diferentes clases sociales. Son varios los testimonios en este sentido; uno de estos testigos los resume en parte: “que todo el pueblo a una tiene gran devoción en la dicha imagen de nuestra Señora, de todo género de gente, nobles ciudadanos e indios”.[32]Esto indica, además, que la devoción contaba ya con la aprobación episcopal. Otro testigo llega a afirmar contundentemente que aunque Bustamante lo prohíba, “hemos de ir a servir a Nuestra Señora… que antes es dar a entender que le pesa de que vayan españoles allí, de aquí adelante, si íbamos una vez iremos cuatro[33], y que el mismo “Bustamante ha perdido mucho el crédito que tenía en esta ciudad”.[34]Estos testimonios muestran la oposición de los franciscanos a la devoción.


La polémica Bustamante-Montúfar resulta reveladora. Nada se dice de ella en los escritos franciscanos. ¿Por qué la silencian? ¿Por prudencia, por vergüenza, porque no le dieron importancia o porque la consideraron una derrota en sus luchas contra el arzobispo mexicano? De todos modos, la documentación de la época, sobre todo la del proceso incoado sobre el asunto y las deposiciones de los testigos, demuestra el hecho de que el culto guadalupano en el Tepeyac era ya un hecho arraigado en 1550; demuestra también el apoyo que Montúfar y de ahí en adelante los obispos que le siguieron , daba a la devoción y al Hecho Guadalupano; sin duda la debió considerar importante para la vida eclesial novo-hispana si se enzarzó en tan virulenta polémica con los poderosos frailes franciscanos. Tocar “el asunto Bustamante”, en otras palabras, es tocar el asunto del Hecho Guadalupano y tratar de comprender los diversos aspectos de la polémica y el silencio sobre la misma en las fuentes franciscanas ayuda a comprender los motivos de fondo del “silencio inicial de los franciscanos” también en el tema de Guadalupe.


La tensión sin duda fue fuerte, y las mismas circunstancias hacían valer un silencio de parte de los cronistas religiosos. Empero, tal “silencio”, por los motivos que fuera, respecto al Acontecimiento Guadalupano, ha llevado en nuestra época a algunos historiadores a preguntarse por las causas del mismo y a otros a poner serias dudas sobre la historicidad misma de las apariciones y, consecuentemente, sobre la existencia histórica de Juan Diego. Sin embargo, aquí como en otras ocasiones, el silencio “ni afirma ni niega”, simplemente calla el hecho por los motivos que fuera, como sucede en acontecimientos semejantes y controvertidos del tiempo de la conquista o del primer siglo de la presencia española en México, cuando protagonistas de los hechos y fuentes de la primera hora a veces dan versiones opuestas de los mismos hechos, otras los cambian y otras los silencian.


Un ejemplo de crítica y reconstrucción histórica en este sentido es la historia de Hernán Cortés escrita por Salvador de Madariaga[35]. En este contexto podemos afirmar que el testimonio del silencio puede ser también “elocuente” cuando lleva a preguntarse el porqué del mismo, y a intuir los motivos de un silencio, que a veces es deliberado. Por ello, a la objeción corriente de que este silencio es incomprensible, a menos que no se sepa nada de la historia, se tiene que responder intentando explicar sus porqués, sobre todo si uno se encuentra ante la evidencia, como lo demuestran las fuentes históricas, de un culto arrollador a ese cuadro particular guadalupano y precisamente en un lugar tan concreto como el cerro del Tepeyac. Para entender y explicar el silencio de los franciscanos, es necesario diferenciar fechas y etapas en esta historia. El hecho de no encontrar en estos cronistas religiosos referencias al Acontecimiento Guadalupano, hay que entenderlo a la luz de cuanto se ha dicho más arriba. Lo contrario sería desconocer los complejos factores que explican sus actitudes; sería caer en una especie de anacronismo histórico y en un desconocimiento de su naturaleza. No se pueden proyectar criterios actuales sobre una situación de hace siglos, ignorando los distintos factores que la constituyeron. Para comprender objetivamente lo sucedido es necesario profundizar las distintas circunstancias y problemas de la evangelización en aquel entonces, sobre todo mirando desde la perspectiva misma de sus protagonistas, los frailes misioneros.


Lo que llama más la atención es que los frailes perdieron la batalla, y no sólo en la polémica con Montúfar. La Iglesia hispanoamericana fue fundamentalmente una Iglesia conventual, es decir fundada por los frailes mendicantes. Nadie como ellos ejercieron un influjo tan profundo en todas las manifestaciones del espíritu católico del Nuevo Mundo; pero pese a su enorme influencia, ese nuevo mundo católico en ciernes no les hace caso en la primitiva historia guadalupana del Tepeyac: la devoción permanece y aumenta, y tanto, que en el siglo siguiente incluso ellos mismos se ufanan de haberla creado. Este mismo silencio nos manifiesta también que la imagen no fue traída desde España, o una devoción “fabricada” por los frailes, como alguno se empeña tozudamente en afirmar, ya que no se entendería esa actitud de los mismos franciscanos; de haber sido así, se hubiera procurado fomentar su culto, como sucedió con otras imágenes de la Virgen María en iglesias y santuarios a lo largo de toda la geografía americana.


Las fuentes muestran que los franciscanos aceptaron y extendieron la devoción guadalupana del Tepeyac años más tarde. La Información que se levantó en 1556 por iniciativa de Montúfar nos da una serie de datos muy importantes que no se pueden ignorar. El culto a la Virgen de Guadalupe era ya bien conocido y venerado por el pueblo de México, mucho antes de la llegada de este arzobispo. Por otro lado algunos puntos de los afirmados por Bustamante en aquella predicación como el de que la imagen había sido pintada por un supuesto indio Marcos se hicieron sin presentar ningún argumento, documento, prueba o dato que se pudiera verificar. La hipótesis del indio Marcos como autor de la pintura no se encuentra en ningún otro documento.


Un severo crítico de las apariciones como el norteamericano Stafford Poole no toma en serio esta hipótesis. Bernal Díaz del Castillo menciona que había en México tres indios escultores y pintores, cuyos nombres eran: Marcos Aquino, Juan de la Cruz y el Crespillo.[36]¿Se refiere Bustamante a este Marcos Aquino? ¿Dónde vivió? ¿Cuándo? ¿Y dónde pintó? ¿Cuáles son sus obras o dónde se encuentran? Todo permanece en la nubolosidad de la imprecisión y en la falta total de fuentes históricas. Las pinturas que supuestamente fueron pintadas por este indio Marcos, al compararlas con la de Nuestra Señora de Guadalupe no soportan una crítica histórico-pictórica; ya que comparando y analizando los elementos plásticos de la imágenes, se prueba que no existe relación alguna entre ellas.


Otro antiaparicionista, O’Gorman, llega a suponer que la devoción a la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac habría arraigado ¡en diez meses!: “Digamos en conclusión, escribe , que hemos postulado un lapso comprendido entre principios de noviembre de 1555 y el 6 de septiembre de 1556 durante el cual debió haberse colocado en la vieja ermita franciscana del Tepeyac la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe[37]. O’Gorman se vio obligado a admitir la existencia de una previa ermita «franciscana» en el Tepeyac, preexistente a la reconstruida por Montúfar, y por lo tanto no “fundada” en el sentido literal del término.


Para O´Gorman, este historiador mexicano antiaparicionista, la imagen de la Virgen es una pintura mandada realizar por Montúfar; él sería quien fundara la devoción guadalupana. ¿Qué responde O’Gorman a lo arriba referido de las disposiciones del Concilio Mexicano? El Concilio no dice nada acerca de la devoción de Guadalupe, concluye O’Gorman, porque “nos parece válida la conjetura que el 6 de noviembre de 1555, día en que se propagaron las Constituciones sinodales, aún no había aparecido en el horizonte histórico de México la imagen de la Virgen”.[38]Una suposición totalmente gratuita la suya. Baste recordar que el Concilio no sólo atiende las cosas que en pasado se realizaron, y no necesita nominarlas para que necesariamente existan, sino que el Concilio dispuso una norma que afectaba a las pinturas o imágenes hechas en el pasado y colocadas en las iglesias; daba una ley precisa sobre lo que se debía hacer en el momento de la promulgación de la ley y en la praxis a seguir en el futuro.


Si Guadalupe contradecía la norma, tenía que aplicársele sin contemplaciones. Así, por ejemplo, el Concilio tampoco dice nada respecto al Santuario de la Virgen de los Remedios de México, entonces ya en pleno funcionamiento; aquella devoción seguía en todo su auge porque estaba precisamente de acuerdo con las normas dictadas por el concilio. Lo mismo debía pasar con Guadalupe. Los testimonios de los testigos que participaron en la Información, levantados después del 8 de septiembre de 1556, nos presentan una devoción arraigada en todas las clases sociales.[39]El testigo Juan de Salazar nos da un cuadro que no difiere en mucho en lo que hoy se puede ver en Guadalupe, a casi cinco siglos de distancia: “la gran devoción que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita imagen, y los indios también, y cómo van descalzadas señoras principales y muy regaladas, y a pie con sus bordones en las manos, a visitar y encomendar a nuestra Sra. Y de estos los naturales han recibido grande ejemplo y siguen lo mismo […] muchas señoras de este pueblo y doncellas, así de calidad como de edad, iban descalzas y con sus bordones en las manos a la dicha ermita de nuestra Sra. Y que así este testigo lo ha visto, porque ha ido muchas veces a la dicha ermita, de que este testigo no poco se ha maravillado, por haber visto muchas viejas y doncellas ir a pie con sus bordones en las manos, en mucha cantidad a visitar la dicha imagen”.[40]


Continúa este testigo hablando de la gran cantidad de ofrendas y limosnas dejadas en el Santuario, intenciones de misas ofrecidas y otros exvotos. Luego añade una expresión que podría ser sacada de cualquier comentario de los miles que la gente sencilla que desde todos los rincones de México llegan a la ciudad podría hacer hoy día: “Ya no se platica otra cosa en la tierra, si no es ¿dónde quereis que vamos? Vamos a nuestra Señora de Guadalupe”.[41]Pero además, Guadalupe recogía una gran cantidad de limosnas; esto era lo que preocupaba a fray Francisco de Bustamante; encontró en ello una razón más para atacar al arzobispo. El fraile franciscano creía que aquellas limosnas abundantes habrían sido bien empleadas si se destinaban a los hospitales de la ciudad, especialmente el que se preocupaba de curar las bubas y que había quedado privado de la mayor parte de sus rentas. El fraile acusaba ante el virrey y la Audiencia que no se sabía a dónde iban a parar todas las ricas limosnas que llovían sobre Guadalupe, por lo que pedía una intervención de la Autoridad civil.[42]


Salta a la vista por estos testimonios que no nos encontramos ya ante una ermita insignificante o un culto reciente y pasajero. Todo esto manifiesta la fuerte raigambre que ya tenía la devoción guadalupana del Tepeyac, hasta el punto que el fraile superior de los franciscanos pide que el virrey y la Audiencia entren en el control de sus fondos, que ya tenían que ser ricos. Tampoco sorprende que, pocos años después, el sucesor de Montúfar como arzobispo de México, solicite del Papa indulgencias y privilegios especiales para aquella ermita, fuerte imán de atracción religiosa para toda la Nueva España. ¿Cómo se explica todo ello? Se explica perfectamente el escándalo de muchos, la protesta de otros, y el hecho de que al final, el superior franciscano terminara mal parado y tuviera que dimitir como provincial de la Orden. Sus palabras habían suscitado una riada de protestas. Así depuso uno de los testigos, Juan de Masseguer: “Hubo grande escándalo en el auditorio [de su homilía]; y lo ha habido en la ciudad, y ha oído a muchas personas de calidad decir que mostró pasión, y que se habían escandalizado”.[43]


El citado Primer Concilio Mexicano legislaba también en materia de edificación de lugares de culto. Establecía entre otras cosas: “Que ninguno edifique Iglesia, Monasterio, ni Hermita sin licencia, ni en esta tierra haya Ermitaños. Aunque por la disposición de el Derecho esté prohibido, que ninguno haga, ni edifique Iglesia, Monasterio, ni Hermita, sin licencia, y autoridad de el Prelado Ordinario, algunos se atreven a las hacer sin la dicha licencia, y autoridad, y porque no conviene al servicio de Dios, ni a la decencia, y reverencia, y ornato, que las Iglesias deben tener, ni al bien de la república de los Indios, S.A.C. prohibimos y defendemos, so pena de excomunión, que ninguno en nuestro Arzobispado y Provincia edifique Iglesia, Monasterio, ni Hermita sin la dicha nuestra licencia y autoridad, y mandamos so la dicha pena, que ningún Clérigo ni Religioso diga, ni celebre Misa en ellas, y las Iglesias, que así se edificaren sin la dicha licencia, las hagan derribar nuestros visitadores, no siendo tales, y de tan buen edificio y decencia, y en tan buen lugar edificadas, que se deban derribar; y porque en el edificio de dichos Monasterios e Iglesias, se ha de tener más respeto al bien, y aprovechamiento espiritual de los Naturales, que no contentamiento, y consolación de los Clérigos y Religiosos moradores de ellas, mandamos, que los dichos Monasterios e Iglesias, primero que se edifiquen, ni se de licencia por el Diocesano para que se hagan, se mire que tengan consideración más al aprovechamiento, y buen enseñamiento, de los Indios naturales, que pueden participar de la Doctrina y Sacramentos, que no a la frescura de el Lugar, ni al contentamiento de los dichos Religiosos, y Ministros, conforme a lo que S. Mag. tiene por sus Reales Cédulas mandado, y en esto no pretendemos derogar en ninguna cosa a los privilegios que tienen los Religiosos. Otrosí, porque la multitud de muchas Iglesias, que hay edificadas en nuestro Arzobispado y Provincia, causa gran desorden, y muchas de ellas no están situadas en lugares convenientes, y en sustentarlas padecen los Pueblos gran trabajo, estatuimos y mandamos, que con diligencia y parecer del Ordinario se vean cuales son necesarias, y aquella solas haya, y no otras, y las superfluas se derriben, y en ellas no haya Indios so color de cantores. Guardas más de los necesarios y que sean pocos, de buena vida y fama, y bieninstruidos en las cosas de nuestra Santa Fe y buenas costumbres, y sean casados y no solteros, y tengan cargo de enseñar la Doctrina Christiana a los que no la supieren, y las Iglesias que se ovieren de derribar, sea con mandamiento de cada Ordinario en su diócesis. Asímesmo, por evitar muchos inconvenientes, y novedades, que en esta nueva iglesia pueden causar algún error, estatuimos, y mandamos, que en esta tierra de presente no haya Hermitaños, ni Personas, que con hábito distinto hagan vida singular fuera de Monasterio de Religión aprobada”.[44]


¿Cómo hubiese podido haber sido tolerado una ermita, una iglesia y un culto de la Virgen de Guadalupe si ello no hubiese tenido un fundamento admitido y una proyección reconocida por la Autoridad eclesiástica? Estas disposiciones tan sumamente precisas del Primer Concilio Mexicano juegan a favor del culto guadalupano como culto aprobado y que se verá bendecido con notables privilegios del Papa unos veinte años después.


Las polémicas entre los obispos de México y los frailes

Los problemas y las polémicas entre los obispos de México y los frailes continuaron durante mucho tiempo. El 30 de enero de 1558, ya no sólo los franciscanos, sino también los dominicos y agustinos se quejaban ante el rey de los supuestos malos tratos recibidos del arzobispo y le enviaron una documentación para probar sus demandas.[45]Un día después, el 31 de enero de 1558, el arzobispo Montúfar informaba al Consejo General de la Inquisición sobre los ataques que había recibido de algunos frailes “en un libello ynfamatorio contra los prelados y clerecía de este Nuevo Mundo y de toda la Iglesia[46]. Montúfar afirmaba que buscaban “hacer una nueva Iglesia contra lo ordenado por la Santa Madre Iglesia Católica Romana, y que esta Iglesia esté en poder de los frailes como lo está y que no haya clérigos y esos que hay que sean expelidos del ministerio de la Iglesia. Y así, con falsa y endiablada relación, con título endemoniado de piedad, los religiosos han engañado a S.M. y a los de su Real Consejo, para que no permitiese pasar clérigos a estas partes, por quedarse con el supremo mando y señorío que sobre las personas y haciendas de estos naturales tienen, como si fuesen vasallos y aún cautivos suyos comprados a dineros[47].


Se sabe cuál era la posición de los mendicantes en el recién descubierto Nuevo Mundo al respecto. Deseaban establecer una Iglesia ad instar Apostolorum, siguiendo el modelo de los Hechos de los Apóstoles; una Iglesia “conventual”, abrogando el sistema beneficial vigente en la vieja cristiandad europea y que tantos males estaba generando. Veían providencial la llegada de la fe cristiana a aquellas nuevas tierras de promisión cristiana y procuraban implantar una Iglesia según aquel modelo añorado de la Iglesia primitiva. En ello coincidían todos los frailes que veían en la bula Omnimoda de Adriano VI, dada a los primeros franciscanos de México, la carta magna de aquel proyecto. Habían contado desde los comienzos con el apoyo de algunos conquistadores como el mismo Cortés, que así se había expresado escribiendo a Carlos V, y continuaban contando con el apoyo de la Corona, especialmente bajo el reinado de Felipe II. Un fraile tan atento a las realidades del Nuevo Mundo como fray Bernardino de Sahagún, llegado a México en 1529 (morirá allí en 1590), insistía sobre el argumento; tanto él como sus hermanos de religión veían en las nuevas tierras las condiciones para el cumplimiento de los tiempos proféticos de una Iglesia más evangélica y más espiritual.[48]Un historiador atento sobre estos primeros tiempos como George Baudot escribe: “Contrariamente a los “doce primeros” que han creído en la posibilidad de quemar etapas, llevados por un entusiasmo profético propio de principiantes, Sahagún, por experiencia de investigador, sabe que no se trata de bautizar indios a millones, como el Motolinía de la primera mitad del siglo, ni ilusionarse con esto. Sabe, también, que las bases del proyecto piden más tiempo del que preveían los “doce primeros”. Pero, ya en 1585, empieza a inquietarse por la duración del plazo que se alarga demasiado. La persistencia de la idolatría es un signo adverso, que después de sesenta años de labor evangélica puede comprometer definitivamente las bases espirituales de la esperanza milenarista[49]


Prescindiendo de la discutible tesis sobre el “milenarismo a lo Joaquín de Fiore” de los frailes franciscanos, rechazada hoy por muchos, ciertamente la experiencia de los años transcurridos tenía que haber llevado a serias reflexiones a los frailes sobre la forma de sus proyectos evangélicos. Los nuevos obispos del Nuevo Mundo eran en su mayoría frailes, pero sin embargo enseguida toman el partido de sus derechos diocesanos y de sus clérigos. Tal es el caso mexicano en cuestión. Estos problemas de relación entre los dos cleros en México durarán muchos años.[50]Tomarán un duro cariz en el siglo siguiente en tiempos del obispo de Puebla don Juan de Palafox y Mendoza. Veinte años más tarde de la predicación antiguadalupana de fray Francisco Bustamante y todavía en un ambiente difícil, en 1576, un máximo conocedor de la cultura india, fray Bernardino de Sahagún reiteraba aún la acusación de Bustamante, pues la llamaba “invención satánica, para paliar la idolatría[51]. Él llega a esta convicción por el hecho de que habiendo muchas imágenes de María “vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente”.[52]


Sin embargo, para el año 1615 otro conocido cronista franciscano, fray Juan de Torquemada, había cambiado ya totalmente de actitud, pasando del rechazo a la plena aceptación, y asegurando que lejos de haberla combatido, fueron ellos, los franciscanos, quienes la habían implantado: “nuestros primeros religiosos que fueron los que primero que otros entraron a vendimiar esta Viña inculta, y a podarla […] determinaron de poner Iglesia, y Templo […] en Tonantzin, junto a México, a la Virgen Sacratísima, que es Nuestra Señora y Madre”.[53]Torquemada decía una gran verdad, aunque a medias, puesto que había sido un fraile, tan franciscano como Bustamante y Sahagún, el obispo fray Juan de Zumárraga, quien había «determinado de poner la Iglesia y el Templo» en el Tepeyac.


Notas

  1. DÁVILA PADILLA, FRAY AGUSTÍN OP, Historia de la fundación y Discurso de la Provincia de Santiago de México, de la Orden de los Predicadores, por las vidas de sus Varones Insignes, y casos notables de la Nueva España. Al Príncipe de España Don Felipe, Nuestro Señor, Pedro Madrigal, Madrid 1956.
  2. DE REMESAL, FRAY ANTONIO OP, Historia de la Provincia de san Vicente de Chiapa y de Guatemala de la Orden de Nuestro Glorioso Padre Santo Domingo, Madrid 1596.
  3. DE GRIJALVA, FRAY LUIS. Crónica de la Orden de N.P.S. Agustín en las provincias de Nueva España. En cuatro edades desde el año de 1533 hasta el de 1592, México 1624.
  4. GREENLEAF, Zumárraga y la inquisición Mexicana. 1536- 1543, 89-90.
  5. SAHAGÚN, Historia General de las Cosas de la Nueva España, 17. Sin embargo hubo casos en los que en algunos misioneros no hubo tan aguda preocupación, como nos lo muestra el caso de Fray Jacobo de Testera: cfr. Carta de Fray Jacobo de Testera. Vexucingo, el 6 de mayo de 1533. En Cartas de Indias, Madrid 1877, 66.
  6. CHAUVET, Las Apariciones Guadalupanas del Tepeyac, 7.
  7. MENDIETA, 458
  8. Ibid, 451
  9. Ibid 451
  10. MOTOLINÍA, Historia de los indios de Nueva España, 141
  11. Ibid, cap. 8
  12. GARCÍA GUTIÉRREZ, Primer siglo Guadalupano. 1531-1648, 72.
  13. DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, t. I, 373.
  14. DE GRIJALVA, JUAN Crónica de la Orden de N. P. San Agustín en las prouincias de la Nueva España e quatro edades desde el año 1533 hasta el de 1592. [México 1624], México 1930.
  15. El Acta consistorial de la erección de la catedral de México fue el 12 de Agosto de 1530. Cfr. Bulario de la Iglesia Mexicana, 257. La bula de erección de la Catedral de México fue concedida por el Papa Clemente VII el 9 de septiembre de 1534.
  16. Códice franciscano. Siglo XVI, recopilado por J. GARCÍA ICAZBALCETA, VIII.
  17. ZAVALA, El servicio Personal de los indios en la Nueva España 1521-1550, t. I, 485.
  18. BAUDOT, La pugna Franciscana por México, 49.
  19. JIMÉNEZ RUEDA, Historia de la Cultura en México, 110.
  20. Concilios Provinciales. Primero y Segundo, celebrados en la muy noble y muy leal Ciudad de México, presidido por el Illmo. y Rmo. Señor D. Fr. Alonso de Montúfar, en los años 1555 y 1565, publicados por el arzobispo de México, Francisco Antonio Lorenzana, Imprenta del Superior Gobierno del Br. D. Joseph Antonio de Hogal, México 1769, p. 171.
  21. RIVA PALACIOS y otros, México a través de los siglos, t. III, 366.
  22. RICARD, ROBERT La conquista espiritual de México, 298.
  23. ibid
  24. Carta del provincial franciscano, fray Francisco de Bustamante y comunidad al rey Felipe II. México a 20 de noviembre de 1555. AGI, S. Indiferente General, 2978.
  25. Testimonio de Gonzalo de Alarcón, en Información de 1556. Ordenadas a realizar por Alonso de Montúfar, arzobispo de México, TORRE VILLAR - NAVARRO DE ANDA, Testimonios Históricos Guadalupanos, 61.
  26. Testimonio de Juan Salazar, en Información de 1556…51
  27. Ibid, 50
  28. Testimonio de Juan de Messeguer, Ib, 71
  29. Testimonio de Juan Salazar, ib, 50
  30. Cf. Testimonio del bachiller Salazar, ib, 58
  31. O’GORMAN, Destierro de sombras, 13.
  32. Testimonio de Juan de Messeguer, Ib, 71
  33. Testimonio de Francisco de Salazar, ib, 60
  34. Testimonio de Juan de Messeguer, Ib, 71
  35. MADARIAGA, Hernán Cortés, Madrid-Buenos Aires 1941 (reedición en 1986).
  36. DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera, 275.
  37. O’GORMAN, Destierro de sombras, 21. La misma opinión la recoge S. POOLE, en Our Lady of Guadalupe. Tucson Arizona 1995, 68. Este último ni siquiera analiza la Información de 1556
  38. O’GORMAN, Destierro de sombras, 21
  39. Testimonio de juan Salazar, en información, 51-53
  40. Ibid, 51
  41. Ibid, 53
  42. Ibid 49-50
  43. Ibid, 51
  44. Concilios Provinciales Primero y Segundo, 91-94
  45. Carta de los provinciales de las Órdenes mendicantes al rey, México a 30 de enero de 1558, AGI, Audiencia de México, f. 281.
  46. Informe del arzobispo de México. Alonso de Montúfar, al CGI, México a 31 de enero de 1558, AHN de Madrid, Inquisición, legajo 4427, f. 5r.
  47. ibid
  48. SAHAGÚN, BERNARDINO DE Historia General de las Cosas de la Nueva España, obra que sufrirá numerosas peripecias antes de ser publicada; otra de sus obras en Breve compendio de los ritos idolátricos que los indios de esta Nueva España usaban en tiempo de su infidelidad, en la que nos presenta el hondo sentido religioso de los náhuas; el fraile fue uno de los mejores conocedores del náhualt y del mundo indígena de su época. Su firma aparece en el Códice Escalada junto a la de su discípulo y compañero de trabajo, el juez indio don Antonio Valeriano.
  49. BAUDOT, La pugna Franciscana, 262-263.
  50. ibíd
  51. Sahagún, Historia,705
  52. ibid
  53. TORQUEMADA, Monarquía Indiana, t. II, 245-246.

Bibliografía

  • Códice Franciscano, siglo XVI. Recopilado por J. GARCÍA ICAZBALCETA, Salvador Chávez-Hayhoc, México 1941
  • Anales de la provincia del Santo Evangelio de México, Junípero Serra, México 1975.
  • DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Espasa-Calpe, Madrid, 1989
  • MENDIETA, FRAY JERÓNIMO DE Historia Eclesiástica Indiana, Porrúa México 1971
  • GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, FIDEL, - CHÁVEZ SÁNCHEZ, E. - GUERRERO ROSADO, J.L., El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Porrúa, México 1999.
  • GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Fidel, Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo. El Acontecimiento Guadalupano cimiento de la fe y de la cultura americana. EE., Madrid 2004.
  • SAHAGÚN, BERNARDINO DE Historia General de las Cosas de la Nueva España. Porrúa, México

RICARD, ROBERT La conquista espiritual de México. FCE, México, 2002

  • O´GORMAN, EDMUMDO. Destierro de sombras. UNAM, México, 1986


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ