Diferencia entre revisiones de «GRANADO CAPRILES, Francisco Maria del»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda
 
Línea 1: Línea 1:
 +
== ==
 
'''(Cochabamba, 1835;  Cochabamba, 1895) Obispo, literato.'''  
 
'''(Cochabamba, 1835;  Cochabamba, 1895) Obispo, literato.'''  
  

Revisión actual del 19:49 9 ago 2020

(Cochabamba, 1835; Cochabamba, 1895) Obispo, literato.

Santiago del Granado, natural de Santander, España, llegó en 1790 a Santa Cruz de la Sierra, en la actual Bolivia, en la llamada entonces Audiencia de Charcas, en el Virreinato del Rio de la Plata, como médico de la tercera comisión de límites entre los reinos de España y Portugal. En esa ciudad contrajo matrimonio con Rosa Flores, de cuya unión nació en 1805 Juan Francisco, el cual, siguiendo los pasos de su padre, escogió la carrera de medicina. Juan Francisco hizo sus estudios en la Universidad de San Francisco Javier en Chuquisaca, hoy Sucre, conocida también como La Plata, sede de la Audiencia de Charcas y del Arzobispado de La Plata. Contrajo matrimonio en Cochabamba con María Manuela Capriles. Los hijos de esta pareja fueron Francisco María, sacerdote, Antonio, médico, y Félix María, abogado.[1]

Francisco María nació en Cochabamba el 19 de agosto de 1835. Hizo sus estudios en el Colegio Seminario de su ciudad natal. Por entonces, en todo el país funcionaban los llamados Colegios Seminarios, bajo la dirección de la Iglesia. Fundados con la intención de dar formación a los niños con vocación sacerdotal, no siendo éstos muchos, se admitía además a otros niños, que en realidad eran los más numerosos. Francisco María pasó luego al Seminario Mayor de Chuquisaca, donde fue ordenado sacerdote en 1858, a los 23 años de edad, y donde obtuvo el doctorado en teología.

Dos años más tarde, en 1860, a la muerte del Obispo de Santa Cruz, Agustín Gómez, el Cabildo Catedralicio lo nombró Vicario Capitular. No perteneciendo propiamente a esa diócesis, esta elección se explica por los lazos familiares que lo ligaban con Santa Cruz. La elección del joven sacerdote, apenas dos años después de su ordenación sacerdotal, solucionó el problema suscitado por dos bandos inconciliables, que sólo de ese modo lograron ponerse de acuerdo en un nombre.

Vuelto a Cochabamba dos años más tarde, fue nombrado capellán castrense, profesor del Colegio Seminario y miembro del Cabildo Eclesiástico como prebendado de media ración (4 de enero de 1862). Más tarde, el Obispo de Cochabamba, Rafael Salinas lo nombró Provisor y Vicario General de la diócesis. En el ejercicio de estos cargos, en 1863 hizo todos los trámites para la creación de la tercera parroquia urbana, que tuvo como sede al principio la iglesia del Beaterio de San José, y más tarde la iglesia de San Juan de Dios, anexa al Hospital del Salvador, de la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, que había sido cerrado en 1826 por el decreto del Presidente Antonio José de Sucre.

Las dos anteriores fueron la Iglesia Matriz, erigida en la fundaci6n de la ciudad (1571), que al crearse la diócesis pasó a ser la catedral, trasladándose la sede parroquial a la Iglesia de Santo Domingo, que se llama desde entonces Parroquia del Sagrario de la Catedral, que también había sido cerrada, juntamente con el convento de los padres dominicos, por el decreto del Presidente Sucre en 1826, y la parroquia de la Compañía de Jesús, que tuvo como sede la iglesia de los jesuitas, cerrada juntamente con el colegio adyacente de San Luis Gonzaga, por el decreto del rey de España Carlos III, de 1767.

Electo Obispo auxiliar de Cochabamba por el Papa Pio IX, el 30 de noviembre de 1868 el P. Granado recibió la ordenaci6n episcopal como Obispo titular de Troade in partibus infidelium, y fue después designado Obispo coadjutor de Monseñor Salinas. A la muerte de éste, lo sucedió como Obispo residencial en 1871.

La diócesis de Cochabamba fue erigida por el Papa Pio IX el 25 de junio de 1847 mediante la Bula «Ubique pateat», teniendo como jurisdicción el departamento de Cochabamba, con territorios segregados del Arzobispado de Sucre y del Obispado de Santa Cruz. La ejecución de la bula fue encomendada al Obispo de Santa Cruz, Monseñor Manuel Ángel del Prado, quien la promulgó el 11 de enero de 1849. Los dos inmediatos antecesores de Monseñor Granado fueron José María Yáñez de Montenegro (1849-1853), natural de La Paz, y Rafael Salinas (1857- 1871), natural de Chuquisaca (hoy Sucre), ambos del clero secular.

En 1874 el Obispo Granado convocó el primer sínodo diocesano de Cochabamba, y hasta ahora el único. En ese sínodo se establecieron normas para purificar las creencias religiosas populares, para mejorar la vida cristiana de las familias y para dar justa retribución a los campesinos. Habiendo sido propuesto en 1886 para suceder al Arzobispo Pedro de Puch en la sede de Sucre (La Plata-Chuquisaca), Granado no aceptó la designación, y el electo fue Pedro Cayetano de La Llosa (1888-1897). Preocupado por el avance de las ideas liberales y anticlericales, fundó en 1887 el Centro de Caballeros León XIII. En el acta de fundación se expresa que su finalidad es ponerse a disposición de la jerarquía para restaurar todas las cosas en Cristo, sirviendo de fermento cristiano en los diferentes ambientes de la sociedad. Uno de los puntales del Centro León XIII fue el abogado Mariano Baptista (1832-1907), jefe durante muchos años del partido conservador y Presidente de la República (1892-1896).[2]

En 1887 surgió en el departamento del Beni, en la región de Mojos, que había sido evangelizada por los jesuitas (1681-1767), una rebelión de los indígenas mojeños, capitaneados por Andrés Guayocho, los mojeños se sublevaron contra los blancos, no aceptando ser forzados para trabajar en la explotación del caucho. El gobierno del Presidente Gregorio Pacheco estaba decidido a actuar con energía, y ya se preparaban tropas para acudir a favor de los blancos. En el artículo “Guayocho, un mesías mojeño”, publicado en la revista Cuarto Intermedio (N° 7, mayo 1988, p. 52), Bernardo Gantier, S.J. relata lo siguiente: «En esos momentos se encontraban dando misiones en Cochabamba tres padres jesuitas del Colegio San Calixto de La Paz: Gumercindo Gómez de Arteche, Gabino Astráin y Ricardo Manzanedo. Los padres almorzaban con frecuencia en la casa del vice presidente de la República, Mariano Baptista, junto con el obispo de la diócesis Francisco María del Granado. A sugerencia del obispo surgió en sus conversaciones la idea de enviar a los jesuitas a pacificar el Beni». Los tres jesuitas pasaron a formar parte de la comisión pacificadora que viajó al Beni, y su intervención evitó una masacre y obtuvo la paz en la región, con satisfacción por ambas partes.

En 1889 el Obispo Granado erigió la cuarta parroquia urbana con el nombre de San Antonio de Padua, en un barrio periférico del sur de la ciudad, con jurisdicción en las zonas rurales de La Tamborada, Valle Hermoso y Santa Vera Cruz. La Iglesia parroquial fue inicialmente la capilla de la finca llamada Ejidos de la Villa, que había pertenecido a la familia Quiroga. En ese mismo año 1889 se llevó a cabo el Concilio Platense, al que Monseñor Granado asistió. La provincia eclesiástica de La Plata, que a fines del régimen español comprendía la arquidiócesis de La Plata (Chuquisaca) y las diócesis de La Paz, Santa Cruz, Asunción, Buenos Aires, Tucumán y Salta, en 1889 comprendía la arquidiócesis de Sucre (Chuquisaca, La Plata) y las diócesis de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba. El Obispo Granado tuvo un papel descollante en el Concilio por sus dotes oratorias y su profundidad teológica.

Desde los inicios de su vida sacerdotal, Granado fue unánimemente reconocido como uno de los más brillantes oradores sagrados de Bolivia. Su estilo es pulido, sencillo, a veces un poco grandilocuente, pero nunca exagerado ni rimbombante. Ya en 1861 el escritor Manuel José Cortés en su libro “Ensayo sobre la Historia de Bolivia”, se refiere a él en estos términos: «El joven sacerdote Francisco Granado... en vez de tratar temas harto manoseados, hermana... la enseñanza cristiana con la reforma de las costumbres; su palabra sencilla, pero llena de unción, ha logrado no pocas veces contener el desborde del crimen en una población en que se han relajado los principios de la moral ».[3]

En ese siglo caracterizado por la abundancia de buenos escritores, Granado se destacó entre sus contemporáneos por la elegancia de su estilo literario, al gusto de la época, y por su talento poético. Durante su vida gozó de fama de santidad. Fue muy admirado y querido. Su aureola se debió principalmente a su gran amor a los pobres y a su total desapego de los bienes materiales. Su muerte, ocurrida el 25 de septiembre de 1895, causó consternación general. Sus restos reposan en la Iglesia Catedral de Cochabamba. En su tumba se leen los versos del poeta Benjamín Blanco:

«Sublime caridad brilló en su pecho; en su palabra, celestial doctrina. Fue para su virtud el mundo estrecho, y alzó su vuelo a la mansión divina».

El orador y el escritor

Siendo Vicario General de la diócesis de Cochabamba, Granado predicó en la Iglesia Catedral un sermón de carácter patriótico el catorce de septiembre de 1864, aniversario del grito independentista de Cochabamba (1810). El recuerdo de la guerra de la independencia lo lleva a tratar de la libertad, y ese tema lo trae a la actualidad. Se va a referir a México, donde a principios de ese año (1864) los conservadores, con el objeto de combatir a Benito Juárez hicieron llamar a Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador de Austria, Francisco José, y esposo de María Carlota, hija de Leopoldo I, rey de Bélgica, quien fue coronado como Emperador de México con el nombre de Maximiliano I.[4]Y se va a referir también al conflicto suscitado entre España y el Perú por causa de las islas Chinchas, ricas en guano. Ese año de 1864 una escuadra española ocupó las islas a título de indemnización por la violación de un contrato suscrito con setenta familias españolas establecidas en la hacienda de Talambo para dedicarse al cultivo del algodón. Un tratado suscrito entre los representantes del Perú y España provocó el descontento del pueblo peruano, que consideró mellado el honor nacional.

El presidente Juan Antonio Pezet, perdido su prestigio, fue derrocado por el General Mariano Ignacio Prado, quien asumiendo el poder con el título de dictador, denunció el tratado, concertó un pacto de alianza con Chile, y declaró la guerra a España en 1866. Poco después, el Ecuador y Bolivia se solidarizaron con el Perú, presuponiendo que España quería restablecer su dominio colonial, lo cual era totalmente inexacto.[5]

Dice Granada: «Ahora bien, esta preciosa libertad, este don inestimable que conquistaron nuestros mayores a costa de tantos, tan penosos y heroicos sacrificios, la habemos hoy amagada en nuestro continente por el orgullo y la ambición de la vieja Europa; la desgraciada Méjico la llora perdida, aunque no sin la esperanza de recobrarla; otra república, vecina y hermana nuestra, el Perú, se agita horrorizada a la sola idea de correr la misma suerte. En tan críticas y solemnes circunstancias, podrían los hijos de Cochabamba permanecer tranquilos e indiferentes? ¡Ah, no.' No ha olvidado este heroico pueblo cuán cara le costó la libertad por la que vió en un día como éste transformarse a sus bellas hijas en otras tantas valientes amazonas que, sobreponiéndose a la debilidad y delicadeza de su sexo, cambiaron la aguja con el sable del soldado ».[6]

Termina su sermón patriótico con estas palabras: «Conciudadanos, hermanos y amigas míos, en nombre de la religión santa de que soy ministro, en nombre de la patria de quien somos hijos, en nombre de vuestros más caros y preciosos intereses, yo os convoco sobre la tumba de nuestros héroes para exhortaros, para conjuraros a sacrificar en las aras del bien procomunal nuestras miras egoístas, nuestras miserias personales, nuestras mezquinas pasiones, nuestras animosidades y enconos, y nuestros prejuicios, a fin de ofrecer a los ojos de Dios y de los hombres el hermoso espectáculo de los hermanos unidos como si fueran uno solo, y dispuestos a conservar y sostener incólumes los sacrosantos dogmas de la Igualdad, Fraternidad y Libertad, que nacidos en el Calvario vinieron un día, cual benéficos genios, a posarse en las encumbradas crestas de nuestros Andes; sobre ellos flamea hoy con vivos y variadísimos colores una sola enseña, un solo pabellón, el pabellón americano en cuyo torno se agrupan todas las gentes del Continente; borrada está la línea divisoria que las separa. ¡No tenemos hoy más patria que la América, ella nos llama, acudamos a su voz!

Y si como nadie ignora, después de las obligaciones que tenemos para con el Ser Supremo, no hay otras ni más imperiosas ni más sagradas que aquellas que nos ligan con esta patria, arda en nuestros corazones el divino fuego de esa virtud tan decantada como poco ejercida: el patriotismo, por el cual todo ciudadano debe hacer uso de su libertad, en el interés de todos y para el bien común de los asociados. Si su interés privado se halla en oposición al interés general, su deber le dice: Es necesario, urgente, sacrificar la parte en favor del todo, lo particular por lo general, el individuo en beneficio de la sociedad. Mas, para esto, es menester toda la fuerza del desinterés, todo el valor de la abnegación propia, la voluntad generosa del deber, del bien ante todas las cosas y a pesar de todas las cosas. He aquí lo que constituye el verdadero patriotismo, virtud que como todas, suele ofrecer algunas dificultades en la práctica, porque ella vive de luchas, de privaciones, de sacrificios. Ella requiere una razón fuerte, unida a una fuerte voluntad; supone un corazón fuerte y generoso, un alma inflexible y honrada que antepone ante todo la verdad, el bien y la justicia.

Más, ¿dónde encontraremos el germen de tan alta virtud? ¿Dónde? Yo os lo diré: en la religión divina de Jesús; si, esta preciosa virtud es la hija primogénita de la caridad cristiana; su arquetipo nos ofrece la Iglesia Católica y Apostólica en sus primeros y florecientes días en los que los nuevos discípulos de la cruz no tenían sino una sola alma y un solo corazón; abramos pues el nuestro a las celestes inspiraciones de la caridad. Ejerzámosla hoy en una de sus más importantes manifestaciones, la piedad, la beneficencia con la porción más menesterosa, desgraciada y doliente de nuestros hermanos; será ésta una de las más puras ovaciones con la que solemnicemos la gloriosa memoria de este día; Seamos verdaderos cristianos y seremos entonces verdaderos patriotas».[7]

Un rasgo muy notable de Granada es su amor al Continente americano, manifestado en este sermón tan sentido y sincero. Su espíritu no puede mantenerse dentro del estrecho marco de su tierra natal. En una poesía que data de 1863, expresa Granada con vehemencia su sentimiento americanista:

EVOCACIÓN (1863)

A la unión americana

Cuando anegada en lágrimas de duelo,

América, la joven sin ventura

mira empapado su virgíneo velo

con los torrentes de su sangre pura;

cuando imagina que implacable el cielo,

cruel, desastroso porvenir le augura,

oye entusiasta célicos cantares

que unión le dicen, perla de los mares.

Cuando el pesar nublara su alba frente,

ciprés tornando su laurel de gloria,

porque sus hijos con furor demente

la huesa le preparan mortuoria,

porque extinguirse ya su vida siente

y ve entre sombras eclipsar su historia,

súbito enjuga su angustioso llanto,

y unión repite, con alegre canto.

¡Unión, oh genio celestial, sublime,

que de la cruz surgió del nazareno!

ven, y a tu sello divinal imprime

en el doliente, lacerado seno

de la joven América que gime

a los amagos de un poder ajeno,

ven y bendice el amoroso lazo

que une a sus hijos en fraterno abrazo.

En 1868 pronunció un sermón en ocasión de la inauguración del convento de los Padres Franciscanos de Propaganda Fide, que fue concluido en 1875, cuya finalidad era de residencia de descanso y retiro de los misioneros que trabajaban en diferentes misiones en el país, y al mismo tiempo de labor apostólica en la ciudad y en las zonas rurales vecinas.[8]Granado ya había pronunciado otro sermón en 1859 en ocasión de la colocación de la primera piedra del convento.

De este sermón de 1868 entresacamos este párrafo: «Llamar, como lo han hecho muchos que se titulan enfáticamente amigos del pueblo, superfluas y vanas las erogaciones del culto religioso, es las más refinada crueldad contra la indigencia. La Iglesia no piensa de este modo, y prescindiendo de que toda pompa, por espléndida que fuese, es una débil y pequeña manifestación de la criatura al Creador; ella tiene en mira que el pobre cuente con una casa común, donde pisen sus pies ricas alfombras, ya que le está prohibida la entrada a los mullidos estrados de los opulentos del mundo; quiere que el pobre se siente lado a lado del neo fastuoso y se arrellane en los sofás con que le brinda, ya que en su mísero albergue, no tiene los divanes orientales en que descansan los modernos epulones ».[9]

La prosa de Granado es fluida. Demuestra erudición sin caer en la exageración. Su carta de 1879, apenas designado coadjutor del Obispo Salinas, dirigida al deán de la Catedral, al cabildo eclesiástico, al clero y a los fieles, es ya una prefiguración de sus inquietudes de pastor. Dirigiéndose a los sacerdotes les dice: «Por lo que a mi toca, no dejaré de insistir constantemente en recomendaros, como es de mi obligación, el cumplimiento de todos vuestros deberes sacerdotales, esforzándome por llenarlos yo también con el socorro divino y coadyuvado de las luces y consejos del ilustre obispo propietario y de vuestro senado eclesiástico, cuyos dignos y respetables miembros se encuentran animados del celo más ardiente por la honra de la casa del Señor, por el vigor de la disciplina eclesiástica y la fiel custodia de los intereses sacratísimos de nuestra santa religión; lo cual hará, no lo dado, que reunidos en torno del indigno prelado que os habla, trabajaréis de consuno en la grande obra del aumento del divino culto y la florescencia de las virtudes cristianas».

Y dirigiéndose a los fieles, les dice: «Los inequívocos y reiterados testimonios de adhesión benevolencia y respeto, que todos nosotros, sin distinción de clases ni condiciones, me habéis dispensado y no cesáis de prodigarme, amados hijos, obligando cada vez más mi gratitud, hacen que yo me prometa fundadamente la satisfacción de mis ardentísimos votos por vuestra ventura en el tiempo y vuestra salvación en la eternidad, nobles objetos para cuyo logro os recomiendo, con el mayor encarecimiento, la firmeza en la fe, la perseverancia en las buenas obras y, muy especialmente, la caridad y el amor reciproco. Amaos si los unos a los otros, sin excluir a vuestros enemigos y ofensores, teniendo presente el mandato de Jesús: Amad a vuestros enemigos. Enemigosniykichiqta munakuychiq,[10]Ufiisirinakamarux munapxam.[11]Disimulaos pues, recíprocamente vuestras fallas. Perdonaos vuestros mutuos agravios, esforzaos finalmente, por reproducir en lo posible, entre nosotros, la bella imagen de los primitivos fieles, de los que se dice en los Hechos Apostólicos que no tenían sino una sola alma y un solo corazón.»[12]

En este texto llama mucho la atención la traducción al quechua y al aymara de la frase «amaos los unos a los otros». Si bien era común que se usaran esos idiomas en la predicación, no era en absoluto corriente su uso en una carta de carácter protocolar. Por otra parte, si bien no sorprende en absoluto que Granado supiera el quechua, puesto que todo el mundo sabía entonces ese idioma en Cochabamba, incluyendo, y en primer lugar, a los terratenientes, si sorprende en cambio, y mucho, que supiera aymara, lengua no hablada en la ciudad de Cochabamba y sus provincias más cercanas. No hay datos de que él o su familia hubieran estado en las provincias del departamento de Cochabamba donde se habla aymara, como Tapacarí o Ayopaya, y menos aún en los departamentos de La Paz u Oruro. Puede ser que haya querido incluir a los de lengua aymara con visión de pastor de toda la grey, sabiendo que esa carta se leería en todas las parroquias, urbanas y rurales. De todos modos, ese gesto de poner por escrito los idiomas indígenas en una carta oficial, en esa época era algo inusitado.

En 1889 Granado fue elegido para pronunciar el discurso de apertura del primer Concilio Provincial Platense realizado en la república. Inicia su discurso con estas palabras: «Grande es mi confusión, ilustrísimos señores y venerables hermanos míos, al verme honrado tan inmerecidamente, con el encargo de dirigir mi pobre y desaliñada palabra al pueblo fiel en este día solemne, y con un motivo tan excepcionalmente importante, cual es la inauguración del primer concilio provincial que va a celebrarse después de la fundación de la República Boliviana, cuyos intereses espirituales nos ha confiado el Eterno Príncipe de los Pastores, Cristo Jesús, quien ha prometido estar en medio de nosotros, reunidos en su nombre para cuidar de su amada grey y conducirla al través del árido desierto de este mundo, a las fértiles e inmarcesibles praderas del celestial paraíso».[13]

Y termina con estas palabras: «Mas como todo don perfecto y toda dádiva optima baja de arriba y desciende del Padre de las luces, elevemos, ilustrísimos señores y venerables hermanos, respetables sacerdotes, y carísimos fieles, oyentes míos, nuestras humildes y fervorosas plegarias al cielo, implorando por la intercesión de la Inmaculada Virgen, asiento de la increada sabiduría, los auxilios y dones del Espíritu Santo sobre los Padres del Concilio, el clero y los fieles todos de la católica Bolivia, y a fin de que nuestros clamores tengan la eficacia apetecible, hagamos que ellos partan de un corazón humillado y contrito, y vayan unidos a la práctica perseverante de todas las virtudes propias del verdadero cristiano, que vive de la fe, la esperanza y la caridad ».[14]

In Memoriam

A pesar de tratarse de una época en que era costumbre pronunciar sermones y discursos funerarios, llama la atención la cantidad y la calidad de los textos surgidos en medio de la congoja que produjo el fallecimiento del Obispo Granado. Incluso muchos años después de su muerte, sermones, discursos y artículos de prensa brotaron de los corazones que recordaban a su pastor. La antología publicada en 1902 por su sobrino Félix A. del Granado, bajo el título de «In Memoriam», se abre con un prólogo, con los recuerdos emotivos de su amigo Mariano Baptista, quien era Presidente de la República cuando falleció el Obispo Granado.

Baptista fue considerado en su tiempo como el mejor orador parlamentario de Bolivia. De estilo sobrio, nada partidario de lo grandilocuente y abstruso, enemigo de la proliferación de epítetos, muy cuidadoso en la selección de sus adjetivos calificativos, Baptista dice que el Obispo Granado tenía el alma con «fondo simpático». De vida política muy ajetreada, cuenta Baptista que solía aprovechar sus rápidas idas a su familia para visitar a su amigo el obispo. Algunas veces lo visitaba en su quinta de Sarco, hoy Villa Granado, a una legua y media de la ciudad, «amueblada humildemente, pues revistas ilustradas cubrían los muros de una habitación principal». Otras veces lo visitaba en su casa de la ciudad, situada en la plazuela que actualmente lleva su nombre, en medio de la cual se yergue su monumento, erigido en 1935, en el centenario de su nacimiento. Esa casa, de estilo republicano como las demás de su vecindario, ni más grande ni más chica, recibía el nombre de Palacio Episcopal. De ese palacio dice Baptista que estaba «decorado a retazos».

Baptista describe a su amigo el obispo con rápidas pinceladas: «Calma y vigor comunicaban al espíritu la frente ancha y pensadora, sombreada de tristeza, jamás coloreada de impaciencia; la mirada de inalterable dulzura; el acento que parecía implorar aun cuando mandaba. Ni desmerecían, antes realzaban esas dotes, la estatura mediana y enhiesta, el aspecto grave, las maneras cultas, el aire distinguido, signos reveladores de una elevada y noble naturaleza». Con la misma precisión capta el espíritu de Granado: «Lo poco que entraba en caja pasaba, sin transición, a la familia de perdido bienestar que ocultaba su desnudez; a la trastienda del cholo menesteroso; al cuartucho de la pobre mujer; al tugurio del miserable; a las mil manos enflaquecidas, huesosas, crispadas, que en todo barrio, en todo pasadizo, se asían del manto episcopal ».[15]

Baptista exclama, esta vez en su clásico estilo parlamentario: «¡Cuántas veces, pasando por tiendas o pulperías, me ha sorprendido la conmovida interlocución, cruzada de paso, mitad quichua y mitad castellano, en que tomaban parte, recordando a su obispo, compradoras y vendedoras! ¡Cuántas veces, hablando de su tata, he visto llorar a rugosas viejecillas, fustigadas de la miseria!».[16]

Baptista se refiere también a las «muchas y muy rudas pruebas por las que pasó la serenidad de su espíritu» y al «apacible nivel de su carácter». Es una alusión a los amigos de infancia y juventud de Granado, liberales y anticlericales, situados en esos momentos en el bando contrario a la Iglesia. Ni lo escuchado de viva voz ni lo publicado por la prensa, hacía que se dibujara «en sus labios la amargura » provocada por personas que le eran tan queridas. Baptista dice también que el Obispo Granado fue muchas veces censurado por «no llevar la mano fuerte al gobierno del clero». Y añade: «Tengo para mí que la bondad suplía abundantemente al rigor».

Con su característica concisión expresa su opinión sobre la famosa «blandura» de Granado frente a sacerdotes que no eran precisamente dechados de todas las virtudes: «No olvido la escena memorable de que cierta mañana fui testigo involuntario. Al medio de jóvenes y ancianos curas, venidos de las provincias, se hallaba de ejercitante el Obispo de la diócesis. Comprendo que el valeroso y levantado jesuita Gómez de Arteche que los dirigía, sintiese inmutada el alma ante la grande humildad y el grande ejemplo; lo cierto es que cortando el hilo de su discurso, alzó las manos sobre la cabeza del prelado y en elocuente y abrupta palabra, mostro en Granado el don providencial que no sabían agradecer como debían; les señaló su ejemplo; rogó por su vida, mientras le hacían coro la anhelante respiración de los jóvenes y el llanto silencioso de los viejos. Valía más para el buen gobierno que el clérigo extraviado oyese la voz trémula del padre, amonestándole, voz que subía hasta el ruego ardiente; que le viese, como tantas veces sucedió, derribado a sus pies, implorando volviera por su honra, por su conciencia y por su Dios ».[17]

Después del prólogo de Baptista está la Oración Fúnebre pronunciada en las exequias del Ilustrísimo Señor Doctor D. Francisco María del Granado por el Ilustrísimo Señor Vicario Capitular, Dr. D. Jacinto Anaya.[18]Jacinto Anaya se refiere en estos términos a la infancia y primera juventud de Granado: «El señor Granado nació de una ilustre familia de esta ciudad y bebió la piedad con la leche maternal. Llamado por su talento precoz a la vida de las letras, ingresó en el Colegio Seminario de esta diócesis, que no fue más que el pórtico del augusto santuario a donde desde sus primeros años se encaminaba: la Iglesia».[19]

Describe al joven Granado como persona de «carácter angelical», de «dulzura inimitable». Al referirse luego al sacerdote y al Obispo, dice Anaya que Granado poseía todas las cualidades que de un Obispo exige San Pablo en sus cartas a Timoteo y Tito: irreprensible, grave, sobrio, casto, prudente, dulce y afable, amante de su rebaño y dispuesto a dar la vida por sus ovejas.

El Obispo está retratado con estas palabras: «reformó las costumbres, vigorizó la disciplina, restableció el Colegio Seminario que hacía tiempo estaba clausurado, fundó la Casa de las Hijas de María o Asilo de Huérfanas, llamo todos los años al clero a ejercicios espirituales, practico la santa visita en las parroquias de su diócesis, peleo las batallas del Señor defendiendo con su inexpugnable lógica los fueros de la religión y las inmunidades de la Iglesia ».[20]

Anaya va precisando con pormenores la fisonomía espiritual de Granado. Lo presenta en el confesionario, en el púlpito, en los conventos de religiosas de clausura, en las escuelas, en los asilos. De la paleta del pintor va surgiendo con vivos colores un Obispo amable con ricos y pobres, padre de todos. Para Anaya, Granado fue uno de los oradores sagrados más notables de su época. Ateniéndose a los cánones oratorios del momento, Anaya en su panegírico lo compara con San Juan Crisóstomo por su elocuencia y con San Basilio Magno por la solidez de sus razonamientos.

Afirma Anaya que Granado poseía «en alto grado todas las cualidades que deben adornar al orador sagrado: erudición vasta, profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, imaginación rica, voz sonora y de volumen».[21]Opina luego que «el más bello florón de gloria» fue su «proverbial caridad». Dice que ningún pobre salía con las manos vacías de su palacio, y que si no tenía dinero daba su ropa, sus utensilios o algún objeto de valor.

Siguiendo adelante, el panegirista recuerda que Granado era el ídolo del clero y del pueblo y que su entierro parecía la apoteosis de un santo. Y luego exclama, tal vez recorriendo desde el púlpito con su mirada a los que lo escuchan atentos: « ¿Y todo esto no es bastante para decir que su existencia fue dichosa, tranquila, envidiable? ¡Ah, señores, si así fuera, el señor Granado no hubiera sido la imagen viva del mártir del Gólgota, que nos ha enseñado que el camino de la cruz es el único que conduce a la felicidad, y por eso Dios en sus inescrutables designios, dispuso que el alma inmaculada de su ungido se purificara más y más en la purpúrea fuente del martirio».[22]

Con trazo certero Anaya nos hace vivir el momento en que se extiende la noticia, primero de la agonía y luego de la muerte de Granado: « Vuelto al seno de sus amados diocesanos, después de haber dado cima a la visita pastoral en dos meses de ausencia, se preparaba no a procurarse unos días de descanso, que nunca conocía, sino a entregarse a las labores de su ministerio pastoral, y he aquí que una mañana amanece con una profunda dolencia, que pone en inminente peligro su vida. Un rayo ha caído sobre Cochabamba. Todos se mueven y vuelan a la casa del amado pastor. Una multitud compacta invade las calles, la plaza, los patios y aposentos todos. Viene la noche, la noche escuálida y triste como el estertor de la agonía, noche cruel que apagó los últimos destellos de la esperanza, tronchando ese árbol precioso y arrebatándonos su sombra protectora. Después de haber recibido todos los auxilios de la religión, pronunciando fervorosas jaculatorias que edificaban a los circunstantes, dando elocuentes lecciones de humildad hasta en esos postreros instantes, entregó su purísima alma a Dios ».[23]

Viene a continuación en el florilegio de homenajes, la oración fúnebre pronunciada en la Catedral de Sucre, el 5 de octubre de 1895, por el sacerdote diocesano Primo Arrieta (1859-1910), nacido en Cochabamba, famoso orador sagrado y parlamentario, con asistencia de! arzobispo, Monseñor Pedro José Cayetano de la Llosa y del Cabildo Eclesiástico. El punto culminante de su panegírico es el referente a la caridad de Granado, que ninguno de sus panegiristas deja de señalar: «Se dijo que el Ilustrísimo Granado había hecho juramento de jamás pronunciar la palabra no, y lo acredita la desaparición de un patrimonio pingue, la vida modesta, austera si queréis, en que dejó transcurrir sus días, atendiendo a cuanta necesidad ajena podía prever. Ingenioso en los recursos de la beneficencia, sabía respetar la dignidad personal, proporcionando trabajo, abriendo carrera para unos y estimulando a otros con los elevados raciocinios que hacen comprender las obligaciones que el hombre tiene para la sociedad en que vive ».[24]

Refiriéndose luego a la preocupación de Granado por la formación de la juventud, dice: «Con una insistencia verdaderamente pastoral pidió el favor de los gobiernos, el socorro de sus diocesanos, la colaboración de los hombres más ilustres de la República, hasta el punto de haber logrado para su iglesia el local en el que actualmente funciona el Seminario Conciliar de San Luis de Gonzaga;[25]haber colocado al frente de su colegio los personajes más encumbrados de Cochabamba y ponerlo en pie de proveer instrucción a cuatrocientos escolares anualmente».[26]Pasa en seguida a enumerar otras fundaciones: el convento de capuchinas de clausura y el hogar de huérfanas «Hijas de María».

Siguiendo la lectura del volumen dedicado a Granado, nos encontramos con el discurso pronunciado por el presbítero Dr. Manuel María Alcocer en representación del clero de Cochabamba. Entresacamos lo referente a la actuación de Granado en el sínodo de Cochabamaba (1874) y en el concilio platense (1889). Dice Alcocer: «El sínodo o concilio diocesano que con supremo esfuerzo consiguió reunir en esta ciudad, dio la medida de su alto talento y de su erudición en materias teológicas. Los sesudos y brillantes discursos del joven obispo fueron la lumbrera de tan respetable asamblea. Finalmente, el ultimo concilio provincial, reunido en Sucre, ha dado a conocer la importancia de sus dotes culminantes, ante la sociedad culta de la capital».[27]

No podía faltar la referencia a la caridad proverbial del obispo de Cochabamba: «No podía ver la desgracia sin emoción y sentimiento. Su renta episcopal fue el patrimonio de los pobres y socorría una porción de miserias sin nombre, que se ocultan a los ojos de la curiosidad. Abría su mano munificente a los menesterosos con el gozo de un obispo y la libertad de un príncipe ».[28]

Pasamos ahora a echar una ojeada al discurso pronunciado por el presbítero Dr. Basilio Arébalo en el pueblo de Sacaba el 25 de septiembre de 1896, en el aniversario del fallecimiento de Granado. Dejando de lado conceptos ya expresados en los anteriores sermones y discursos, escogemos la exclamación de Arébalo al final de su discurso: «Sombra querida y veneranda del más amable y cariñoso de los padres! ¡Sombra querida del más santo y sabio de los prelados! …, hoy, aniversario primero de nuestra temporal separación, ruega al Dios de clemencia infinita por todos y cada uno de tus afligidos y huérfanos diocesanos, especialmente por aquéllos a quienes distinguiste en vida con tu particular cariño y predilección, alcanzándoles aquello que sea más necesario y conducente para terminar su peregrinación en esta tierra de llanto y de miseria, donde los has dejado solos y sin consuelo ».[29]

Francisco María del Granado puede ser considerado el Obispo más representativo de los obispos bolivianos del siglo XIX, tan rico en personalidades episcopales de altísimo nivel, como pastores, como hombres piadosos, como oradores. Llamado « el santo », Granado fue el Obispo más querido, y a su muerte, el más llorado.

Notas

  1. GRANADO ANAYA, Félix Alfonso del, Biografía y obras completas del poeta don Javier del Granado. Sin pie de imprenta, Sin fecha, p. 12·14.
  2. GRIGOHIÚ SÁNCHEZ DE LOZADA Raimundo, Apuntes para una historia de la Arquidiócesis de Cochabamba, Inédito, Cochabamba, septiembre de 1987. p. 48-50.
  3. CORTÉS Manuel José, Ensayo sobre la Historia de Bolivia, 1861, cap. 7. (Citado en Flor del Granado y Granada, p. 35).
  4. PACHECO LOMA Misael, Resumen de la Historia de América (III Época republicana), La Paz 1976, p.60.
  5. Ibid., p. 148.
  6. ANONIMO, Flor de Granado y Granada, Antología literaria de una familia ilustre. Sin pie de imprenta, sin fecha, p. 4.
  7. Ibíd.
  8. ANASAGASTI Pedro de, O.S.M., Los franciscanos en Bolivia, La Paz 1992, p. 333.
  9. ANÓNIMO, Flor de Granada y Granada. Antología literaria de una familia ilustre. Sin pie de imprenta, sin fecha, p. 13.
  10. Lengua Quechua
  11. Lengua Aymará
  12. ANÓNIMO, Flor de Granada y Granada, Antología literaria de una familia ilustre. Sin pie de imprenta, sin fecha, p. 29.
  13. ibíd., p.37
  14. ibíd., p. 42.
  15. BAPTISTA Mariano, In Memoriam, p. III.
  16. ibíd., p. IV.
  17. ibíd., p. VIII.
  18. Jacinto Anaya (1839-1915) nació en Tarata, departamento de Cochabamba. Doctor «in utroque iure» (en ambos derechos), fue catedrático en la facultad de derecho de Cochabamba, y un tiempo su cancelario (rector), canónigo, vicario general, diputado por Tarata en la Convención Nacional de 1880, vicario general del ejército, oficial mayor del ministerio de culto durante el gobierno del General Narciso Campero (1879-1884). Electo para suceder a Monseñor Granado, recibió la ordenación episcopal en 1898.
  19. ANAYA Jacinto, In Memoriam, p. 3.
  20. ibíd., p. 4.
  21. ibíd., p. 6.
  22. ANAYA Jacinto, In Memoriam, p. 8.
  23. Ibíd., p. 10
  24. ARRIETA Primo, In Memoriam, p. 17.
  25. Se refiere al antiguo colegio de los jesuitas, cerrado en 1767 por el rey Carlos III y convertido luego en cuartel.
  26. ARRIETA Primo, In Memoriam, p. 22.
  27. ALCOCER Manuel María, In Memoriam, p. 38.
  28. Ibíd., p. 39.
  29. ARÉBALO Basilio, In Memoriam, p. 47.

Bibliografía

  • ANONIMO, Flor de Granado y Granado. Antología Literaria de una familia ilustre, Sin pie de
  • Imprenta, Sin fecha.
  • ARZE, JOSÉ ROBERTO, Figuras eclesiásticas en Bolivia, Cochabamba 1985.
  • CORTÉS, JOSÉ DOMINGO, Parnaso boliviano, Valparaíso 1869.
  • DÍAZ MACHADO, PORFIRIO, Antología de la oratoria boliviana, La Paz 1968.
  • GANTIER, BERNARDO, S.J., Guayocho, un mesías mojeño, en Cuarto Intermedio, mayo 1988, n. 7, pp. 13-58.
  • GRANADO ANAYA, FÉLIX ALFONSO, Biografía y obras completas del poeta don Javier del Granado, Sin pie de imprenta, Sin fecha.
  • GRANADO, FÉLIX ANTONIO DEL, Francisco María del Granado, tercer obispo de Cochabamba, Los Tiempos, Cochabamba, 14 de septiembre de 1967.
  • GRANADO, FÉLIX ANTONIO DEL, In Memoriam, Cochabamba 1902.
  • GRIGORRU SANCHEZ DE LOZADA, RAIMUNDO, Apuntes para una historia de la Arquidiócesis de Cochabamba, Cochabamba 1987 (Inédito)
  • LOPEZ MENÉNDEZ, FELIPE, Compendio de Historia Eclesiástica de Bolivia, La Paz 1975.


JAVIER BAPTISTA