GALVÁN BERMÚDEZ, San David

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Guadalajara, 1881-Guadalajara, 1915) Sacerdote, Mártir

El Padre David Galván Bermúdez fue fusilado el 31 de enero de 1915 a los 34 años de edad y 6 de sacerdocio, en el hospital civil de Guadalajara. Lo mandó fusilar un militar revolucionario en venganza porque se había opuesto a sus actos inmorales. Lo detuvo mientras asistía espiritualmente a los soldados moribundos tras una batalla entre villistas y carrancistas que tuvo lugar en las goteras de Guadalajara. Es el más antiguo entre los sacerdotes diocesanos martirizados de México que han alcanzado la gloria de la canonización.


Primeros años

David nació, vivió y murió mártir en su ciudad natal. Es en este sentido, tapatío por los cuatro costados. Su padre se llamaba José Trinidad Galván Trejo y su madre Marina Bermúdez Rodríguez. David vio la luz el 29 de enero de 1881 y recibió el bautismo el 2 de febrero siguiente en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en Guadalajara. Perdió a su madre a tierna edad: tenía sólo tres años. Su padre se volvió a casar y el niño quedó bajo el cuidado de su padre, de su madrastra Victoriana Medina y de sus hermanos. Muy pronto entró al servicio del altar como monaguillo y como infante en el coro de la catedral metropolitana. Su camino hacia el sacerdocio parecía descontando. Por ello entró enseguida en el seminario de Guadalajara en 1895; tenía 14 años.


Permaneció en el seminario durante cinco años. Pero aquel muchacho no daba muchas pruebas de tomar en serio la vida del seminario. En sus primeros años era un tanto disipado y pendenciero. Por ello dejó el seminario y comenzó a enseñar como maestro en algunos pueblos y trabajando en una zapatería, y como todo joven de su edad se había conseguido una novia. Pensaba en todo menos en una vuelta al seminario. De hecho continuó una vida disipada y pendenciera; incluso en una ocasión había estado en la cárcel por haber pegado a su novia y sólo había podido salir tras pagar una caución. Pero quedaban en el joven David las raíces de su formación cristiana. No pasaba día sin que fuese a visitar al Santísimo y a la Virgen en su gran santuario de Zapopan (Guadalajara) pidiendo conocer su vocación. Le inquietaba su vida y buscaba, casi a tientas, qué hacer con ella. Aquel estilo de vida que llevaba lo dejaba vacío e infeliz. Tuvo la gracia de entablar una amistad con un sacerdote que fue ayudándole a buscar y discernir lo que Dios quería de él.


Cambio radical

Madre mía, dame acierto para conocer mi vocación[1], había suplicado docenas de veces ante la Virgen de Zapopan. Y la Virgen lo escuchó. Pidió volver al seminario. Uno de los formadores del seminario era el padre Miguel de la Mora, futuro obispo de Zacatecas y de San Luís Potosí. Lo puso a la prueba. Su vida había dado un vuelco, un cambio radical. Sus superiores hablan de su conversión total. Así escriben de él: “Tras su conversión despreciaba las cosas del mundo, se demostró una persona constante en las situaciones duras y adversas”[2]. Dios lo preparaba así para la prueba suprema del martirio. Era un seminarista profundamente enamorado de la Eucaristía, pasando largas horas ante el Santísimo en oración, y totalmente consagrado a la Virgen a la que debía sin duda su vuelta al seminario. Este sacerdote extraordinario fomentó luego a lo largo de su vida un estilo de contemplación y de oración eucarística que nos ayudan a entender mejor la consecuencia final de su martirio. Ya sacerdote, se preparaba para la celebración de la misa con una hora completa de oración ante la Eucaristía; y ni que decir de su devoción mariana que encontraba en el rezo fiel y diario del rosario una forma devocional muy concreta, como atestiguan cuantos lo conocieron.


Paso a paso fue subiendo las gradas de los ministerios hasta llegar a la ordenación sacerdotal, la cual recibió en el día de la Ascensión del Señor – 20 de mayo- del año de 1909 de manos del arzobispo de Guadalajara Don José de Jesús Ortíz, en el templo de La Soledad. Los superiores lo estimaban y por ello un año antes, a los 27 años de edad, le quisieron en el seminario como maestro de los seminaristas de los primeros años y también de los ya más avanzados. Durante seis años permaneció en el seminario en este servicio, hasta 1914. Testimonio de la estima que gozaba se encuentra en una revista, que por aquel entonces publicaba el seminario y que ofrecía una panorámica sobre la vida del seminario. El joven sacerdote se ocupaba también como capellán del Orfanatorio de la Luz y del Hospital de San José, en el barrio de la Capilla de Jesús. En estas dos obras de caridad desplegó todo su amor a cuantos vivían en el sufrimiento o en la discriminación. Su espíritu sacerdotal no le permitía encerrarse en un ministerio sacerdotal de funcionario religioso. Por ello corría allí donde había un enfermo o un necesitado. Se le veía acudir por barrios pobres, campos y barrancas fuera de la ciudad a donde quiera la voz de un enfermo grave o de un pobre desamparado imploraban la presencia del sacerdote.


El martirio

Las partidas de Venustiano Carranza ocuparon Guadalajara en julio de 1914. Arrollaron todo signo religioso que encontraron; ocuparon y profanaron templos, conventos y el seminario. Abusó de la gente de la ciudad, detuvo y maltrató a sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas. El arzobispo era buscado para matarlo, aunque finalmente solo fue desterrado. Las tropas dispersaron a los seminaristas. Guadalajara entraba en aquel túnel de salvaje ocupación que duraría varios años. Por ello el padre David fue destinado como vicario a la parroquia de Amatitán, Jalisco, en los últimos meses de aquel 1914. Pero también allí llegó la perfidia del perseguidor que quería matar al padre David. Lo acusaban de fomentar la rebelión y de querer levantarse en armas. Mandaron tropas para detenerlo al mando de un teniente llamado Enrique Vera. Cuando llegaron, pudo correr al Sagrario y consumir las Sagradas Formas consagradas ante sus mismos verdugos que se mofaban de él, fumaban cerca del altar mientras él comulgaba y proferían todo tipo de insultos sacrílegos, ante el dolor extremo del sacerdote por tanto desprecio hacia el Misterio Eucarístico, corazón de la Fe católica.


Lo llevaron preso a Tequila de Jalisco. Un buen señor, llamado Juan González Mercado, quiso acompañarlo. Se lo permitieron. Con él compartió el dolor de la detención. Llama poderosamente la atención que en los casos de martirio que hemos examinado en esta persecución en México, encontramos muchos datos que son copia exacta de cuanto pasó el Señor en su Pasión según los evangelios. Nos encontramos con personas que no abandonan a Jesús y que libremente quedan a su lado junto a la cruz; otras que miedosas miran de lejos o que se esconden o huyen y le dejan solo; alguna otra que sin escrúpulos ni miramientos lo traicionan “por treinta monedas de poco valor”. Lo mismo sucede con nuestros mártires. Y el caso de aquel buen señor que le acompaña es uno de ellos. Mientras lo llevaban detenido y luego durante su detención, este amigo le ofreció la oportunidad de fugarse, pero él siempre se negó: “No debo nada, ni estoy ligado a nadie, solamente temo que nos maten por usted, por su familia, ya que nomás viene a acompañarme[3]” , le dijo.


Lo llevaron preso a Ameca y luego a la prisión Escobedo de Guadalajara. En el mes de diciembre de 1914 lo dejaron en libertad. En aquellos entonces se estaba en plena lucha revolucionaria, y Guadalajara era un campo ensangrentado por la lucha entre carrancistas y villistas. Los heridos quedaban tendidos y abandonados en los campos de batalla, que eran prácticamente toda la ciudad y sus alrededores. El P. David se fue a las líneas de fuego a asistir a los heridos. Así el 18 de enero de 1915, doce días antes de su martirio, se pasó más de seis horas en medio de las balaceras y del fuego tupido en un terrible combate en Las Juntas, Jalisco, auxiliando a cuantos heridos caían en el campo, fueran quienes fueran. El P. David podía caer él también. Y si lo agarraban lo podían fusilar.


Era el sábado 30 de enero de 1915 y los soldados villistas de Julián Medina atacaron a los carrancistas que ocupaban Guadalajara. Las escenas dantescas o de los desastres de la guerra, tan vivamente dibujados por Goya[4], ahora y allí en Guadalajara eran una realidad. Quedaban muchos heridos y muertos tendidos por las calles de la ciudad. El P. David se encontraba en una casa del barrio del Santuario, por la calle Pedro Loza. Quiso invitar a otro sacerdote, el Padre Rafael Zepeda Monraz, a que le acompañase en aquel arriesgado ministerio de caridad. No quiso acompañarlo ante tanto peligro disculpándose de que él no era el párroco ni ministro encargado. La respuesta tajante del P. David nos da la medida de su heroica convicción: “No por obligación, sino por caridad”. Y se lanzó a la calle sin más para asistir a los heridos: “¡Qué mayor gloria que morir salvando un alma, a quien acabo de absolver!”, le había dicho también a su compañero que lo desaconsejaba a bajar a la calle[5].


En el cercano templo de La Soledad, donde había sido ordenado sacerdote años antes, se encontró con otro sacerdote que allí trabajaba, el P. José María Araiza. Lo invitó a acompañarlo. Querían ir a asistir a cuantos iban a fusilar. Los dos amigos sacerdotes caminaron hacia el Jardín Botánico. Al pasar ante un cuartel les preguntaron los soldados “si eran frailes”. “Sí; somos sacerdotes”, les contestaron los dos. Los detuvieron. Allí estaba destinado el teniente coronel Enrique Vera, que ya había tenido que ver con el P. David cuando lo detuvieron la primera vez. El P. David se había puesto por medio cuando aquel militar, ya casado, había querido seducir y raptar a una muchacha. Ahora le llegaba al militar sin escrúpulos el momento de su venganza. El teniente coronel pidió al general Manuel M. Diéguez, gobernador carrancista del Estado, permiso para “asesinar a este fraile”. Notamos que este mismo Diéguez, sañudo perseguidor de la Iglesia, le tocará también a él la suerte de muchos perseguidores. Comprometido en complots y pronunciamientos militares. Será detenido y condenado. Será entonces cuando el perseguido arzobispo Orozco y Jiménez↗ intercederá por él y lo ayudará en lo posible. Así son las cosas de la persecución en México con casos de este estilo que se repiten sin cesar.


La venganza de un Herodes corrompido, como aquel teniente coronel, y la versión de un nuevo Juan Bautista que habla sin miedo, como el P. David. Y así fue. Su encarcelamiento duró poco, un par de horas; lo justo para ejecutar la venganza soñada. Los dos sacerdotes encarcelados se confesaron sin sospechar quizá que había llegado la hora del testimonio sellado con la sangre; al menos para el P. David. De hecho todo hace pensar que el P. Araiza no lo imaginara, ya que ingenuamente le dijo a su compañero que lamentaba estar en ayunas. “No importa, nos vamos a comer con Dios”, le habría contestado el P. David. Llevaron a los dos sacerdotes a la calle Coronel Calderón, junto a la pared oriente del Hospital Civil para fusilarlos. Eran las doce del 30 de enero de 1915. Antes de morir el P. David entregó las pocas monedas que tenía a los soldados: “Toma, hijo, de algo te ha de servir eso”, dijo entregando las pocas monedas a un soldado. Se quitó el sombrero y no quiso que le vendasen los ojos. Murió de pie, indicando a los soldados que le dispararan al corazón y no a la cara. Mandaba el pelotón un subteniente llamado Martín del Campo. Sin embargo una bala (eran balas expansivas, hoy prohibidas por la Convención de Ginebra) casi le destroza el cuello[6].


Cuando los soldados estaban por fusilar al otro sacerdote, llegó la orden de soltarles, pues unas personas habían pagado sus rescates. Era tarde para el P. David quien murió mártir de su ministerio sacerdotal y de su integridad como sacerdote. Al padre José María lo soltaron solamente después de cinco días de cárcel, cuando los que se habían comprometido habían pagado caramente su libertad. La gente se dio inmediatamente cuanta de que el Padre David era un verdadero mártir de Jesucristo. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000. Sus reliquias se veneran hoy en el templo de Nuestra Señora del Rosario en Guadalajara, Jalisco.


Notas

  1. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 916.
  2. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, II, 118, & 409; I, 146-147.
  3. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 918.
  4. Goya, el gran pintor español dibuja con una fuerza de expresionismo único los horrores de la guerra que él mismo había visto cuando los franceses invadieron España con Napoleón en 1808.
  5. Positio Magallanes, I, 149; II, 106, & 366.
  6. Positio Magallanes, I, 150-151; II, 109, & 380; 93, & 296; Doc. Proc., 14, XIII; Summarium, 123, & 435.

Bibliografía

González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, volúmenes I y II.

FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ