FLORES VARELA, San José Isabel

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Teúl, 1866- Zapotlanejo, 1927) Sacerdote y mártir.


Al padre José Isabel Flores Varela lo degollaron en el cementerio municipal de Zapotlanejo, Jalisco, tras haber sido cruelmente torturado durante su prisión. Tenía 61 años de edad y 31 como sacerdote. Era un sacerdote que brilló por su pobreza y su mortificación evangélicas. Solía repetir continuamente: “Antes morir que fallarle a Dios"[1].


Nacido, criado y formado en tierras de mártires

Este sacerdote es natural de un pueblo de mártires; fue educado en una seminario fragua de santos y de mártires; comenzó su ministerio sacerdotal en otra población galardonada por la gracia de Dios con la presencia de sacerdotes mártires y adornada por la fuerte fe católica de sus vecinos, curtidos en ella por la persecución, cristianos esforzados que supieron dar todo –incluso su vida- por la fe.

José Isabel nació en San Juan Bautista del Teúl (hoy Teúl de González Ortega), Zacatecas, el 20 de noviembre de 1866. Sus padres fueron Vidal Flores y Sixta Varela, familia muy piadosa que lo bautizó el 29 del mismo mes. Fue confirmado en el año de 1868 en Tlaltenango, Zacatecas, por Ignacio Mateo Correa, obispo de Zacatecas.

Inició sus estudios para sacerdote en el Seminario de Guadalajara, donde ingresó el 14 de febrero de 1887. A este lugar llegó a la edad de 15 años, acompañado por su abuelo, caminando los 100 kilómetros que hay entre Guadalajara y su pueblo, en Zacatecas. Como sus padres eran muy pobres, tuvo que arreglárselas para vivir y costear sus estudios. Durante su permanencia en el Seminario sostuvo exámenes públicos, obtuvo varios diplomas y en repetidas ocasiones figuró entre los alumnos más distinguidos con calificaciones casi siempre sobresalientes. Fue ordenado diácono el 25 de junio de 1896, y sacerdote el 26 de julio del mismo año por el obispo de Colima, Atenógenes Silva. Cantó su Primera Misa el 15 de agosto en el pueblo de Atemajac.

En seguida fue adscrito a la parroquia de Teocaltiche, con residencia en la Congregación de Belén del Refugio, en donde permaneció hasta diciembre de 1899. En aquel mismo mes fue asignado a la parroquia de Zapotlanejo, y en mayo de 1900 fue trasladado a la capilla de Matatlán, en la misma parroquia, donde permaneció hasta su martirio. Todos estos nombres aquí barajados forman un rosario heroico de poblaciones probadas por la persecución y por las desolaciones que las reconcentraciones del gobierno provocaron en la década de los años veinte del siglo XX, especialmente durante la Cristiada. Es bien conocida la configuración católica de estas poblaciones en aquel tiempo, así como su participación activa en la lucha por la libertad religiosa y por sus derechos, continuamente hollados por la federación. No es de extrañar que aquellas poblaciones fueran canteras de cristeros por una parte, pero lo fueran también de ejemplos heroicos de martirio cristiano, especialmente en muchos de sus pastores, que permanecieron junto a sus fieles en los momentos de la tribulación y que pagaron con su vida aquella presencia. Tal será el caso del padre Flores.

En Matatlán

Durante 27 años estuvo al frente de la comunidad parroquial de Matatlán. Hombre de oración, mañanero en la misma (rezaba las tres partes de rosario todos los días), enamorado de la Eucaristía y del Misterio del Corazón de Jesucristo (exponía el Santísimo todo el día en los primeros viernes de mes procurando la adoración continua). Toda su vida sacerdotal consistió en caridad que se convertía en obras: fomentó la catequesis, fundó obras educativas y de caridad, vivió en medio de su gente en los días aciagos de la persecución cuando “se cerró el culto y los sacerdotes tenían que huir o esconderse porque si los apresaban los fusilaban sin hacer ningún otro trámite". Pobre entre los pobres, murió sin tener nada; dormía sobre unas tablas, sin colchón; usaba ordinariamente el cilicio para hacer penitencia por los pecados propios y ajenos. El padre José Isabel se donó totalmente a su pueblo, especialmente a los más pobres y a los enfermos, a los que visitaba con frecuencia, especialmente durante la persecución[2].

En los duros tiempos de la violencia y de la muerte

La persecución religiosa se había desencadenado con violencia de parte del gobierno, y el pueblo mexicano sufrió abnegada, paciente¬mente y con heroísmo toda clase de penalidades, dolores y vejacio¬nes por defender la causa de Dios y de su Iglesia. En estos lugares donde el padre Flores ejercitaba su ministerio sacerdotal, era frecuente que amanecieran hombres y jóvenes –muchos de ellos cristeros- ajusticiados, colgados de árboles o postes. Los sacerdotes eran especialmente perseguidos y por ello se vieron obliga¬dos, al cerrar el culto público, a celebrar la Eucaristía y a administrar los sacramentos en casas particulares, y muchas veces a huir o esconderse. En cuanto era denunciado un sacerdote, venía su detención y su ejecución inmediata. Los sacerdotes sufrieron esas pruebas con una actitud heroica, esforzándose cada vez más por vivir las virtu¬des cristianas y la oración confiada, con lo que lograron sostener la fe del pueblo. Así fue el caso del Padre Flores.

De nuevo la presencia de un “Judas”

Fue traicionado, movido por mezquina recompensa, por un ex-seminarista llamado Nemesio Bermejo, "hombre de mal carácter y peor corazón", como lo definen los testigos del Proceso de beatificación[3]. Lo delató ante José Rosario Orozco, presidente municipal de Zapotlanejo y cacique de esa región, quien había sido Mayor del ejército carrancista y que odiaba con ardor y saña a la Iglesia y a los sacerdotes. Aquella nueva versión de “Judas” indicó cómo el 18 de julio de 1927, el sacerdote iría a celebrar la misa a un rancho llamado Colimilla, Jalisco. En la madrugada del 13 de junio de 1927 salió el padre Flores del rancho La Loma de las Flores a celebrar misa, y en un lugar llamado El Cascajo, fue detenido por una compañía de soldados mandada por José Rosario Orozco. Le quitaron el caballo y lo hicieron caminar hasta el antiguo curato de Zapotlanejo, que había sido convertido en cuartel. Lo encerraron en allí en un cuarto malsano, que servía de servicio higiénico, colgándole unas enormes piedras debajo de sus axilas.

Y de un “Cirineo”…

También aquí encontramos un buen “Cirineo”, dispuesto a morir por ayudar al sacerdote: el día anterior a su muerte, el soldado que le custodiaba le bajó de tal tormento. Fue amenazado por el oficial de que le colgarían a él, a lo que el soldado respondió que estaba dispuesto a ello, “no le hace”, le contestó a la manera mexicana[4]. Unas mujeres lograron llegar hasta el mártir que se hallaba sucio pues hacía días que, colgado, no le permitían hacer sus necesidades fisiológicas. Como en la Pasión del Señor, ante el llanto de las buenas mujeres, el sacerdote les animó: "De mí no tengan lástima sino de los soldados"[5]. Le llevaban la Comunión; lograron dársela y salieron.

José Rosario Orozco quería que renegase de su fe a cambio de su libertad, o al menos que rompiese la comunión con el Papa; que firmara la acep¬tación de las leyes de Calles, y cínicamente le ponía música. El sacerdote repetía: "Yo voy a oír una música más bonita en el cielo"[6]. Sus parroquianos intentaron liberarlo; incluso un señor de Guadalajara quiso pagar su libertad a peso de plata (tanta cuánto el pesase). Todo fue inútil. El Gobierno no aceptó. Sólo quería su apostasía católica[7].

Y de un soldado que se niega a matarle y muere con él

Lo sacaron hacia la una de la madrugada del día 21 de junio de 1927. Tres o cuatro soldados enviados por Orozco lo llevaron al panteón de Zapotlanejo para ahorcarlo. El sacerdote, antes de morir, dijo que les perdonaba a todos y repartió sus pertenencias entre sus verdugos: “a uno le dio la leontina del reloj, a otro el reloj, a otro un Cristo y a otro no sé qué cosa[8].

Lo colgaron de un árbol llamado cuenta o bolitario. Lo querían ahorcar ahogándole lentamente. Por ello le pusieron la soga al cuello y comenzaron a martirizarlo subiéndolo y bajándolo. Pero los soldados no lograban ahorcarlo. Después de tres o cuatro inten¬tos, viendo que al padre no le pasaba nada, lo quisieron también matar a balazos, pero las armas no dispararon. Aquí encontramos de nuevo a otro soldado dispuesto a morir antes que maltratar o matar al sacerdote. Esta es la historia: el padre, muy sereno, les dijo a sus verdugos: "Así no me van a matar, hijos; yo les voy a decir cómo; pero antes quiero decirles que si alguno recibió de mí algún sacramento, no se manche las manos". Uno de los soldados que estaban allí, el que había sido señalado para matarlo, dijo: "Yo no meto las manos; el padre es mi padrino; él me dio el bautismo”. El jefe, muy indignado, dijo: "Te matarnos también a ti"; él respondió: "Pues no le hace, yo muero junto con mi padrino". Lo mataron de un balazo[9]. Finalmente uno de los soldados, para quedar bien con el cacique, degolló al Padre con un machete. Fue sepultado en el cementerio del lugar. En 1935, todavía durante la persecución, sus restos fueron trasladados a Matatlán, velándoles durante dos noches. Lo enterraron en una capilla al lado del presbiterio de su iglesia parroquial. Actualmente se conserva un monumento de mármol en el templo antiguo de ese lugar, que fue el campo de su apostolado y donde todavía hoy los fieles veneran sus santas reliquias. Fue beatificado en Roma el 22 de noviembre de 1922 por S.S. Juan Pablo II, y el mismo Pontífice lo canonizó el 21 de mayo durante el Jubileo del año 2000.

NOTAS

  1. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, III, 302, & 1140.
  2. Positio Magallanes, II, 291, & 1094.
  3. Positio Magallanes, II, 280, & 1041.
  4. Positio Magallanes, II, 309, & 1160.
  5. Positio Magallanes, II, 306, & 1150.
  6. Positio Magallanes, II, 306, & 1150.
  7. Positio Magallanes, III, 76.
  8. Positio Magallanes, II, 309, & 1161.
  9. Positio Magallanes, III, 76-77.

BIBLIOGRAFÍA

González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.

Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, Volúmenes II y III.

FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ